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Día 3. Tánger » 5. Señales peligrosas

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5Señales peligrosas

El suave murmullo de voces lo despertó.

—¿Es inequívoca la señal?

—Totalmente inequívoca. Aquí fue el POSA, hace nueve días, y ni siquiera figura como epicentro.

—¿Eso es sombra de las nubes?

—No, no es sombra de las nubes, es demasiado negro. Son deyecciones de la señal.

Elliot abrió los ojos y por las ventanillas del compartimento de pasajeros vio el alba como una línea roja y delgada contra el negro azulado. Consultó el reloj: las 5:11 hora de San Francisco. Había dormido dos horas desde que llamara a Seamans. Bostezó y miró a Amy, hecha un ovillo en su nido de mantas, sobre el suelo. Roncaba cuidadosamente. Las otras literas estaban sin ocupar.

Volvió a oír voces bajas, y miró la pantalla de la computadora. Jensen y Levine también miraban la pantalla y hablaban en voz baja.

—Señal peligrosa. ¿Tenemos proyección en la computadora?

—Ya viene. Tardará un poco. Pedí los cinco años anteriores, y los demás POSAS.

Elliot se levantó de la litera y fue a mirar la pantalla.

—¿Qué son POSAS? —preguntó.

—Pares orbitales significativos anteriores por satélite —explicó Jensen—. Hemos estado mirando esta señal volcánica —dijo, indicando la pantalla—. No es muy prometedora.

—¿Qué señal volcánica? —preguntó Elliot.

Le mostraron los penachos ondulantes de humo —verde oscuro en los tonos artificiales generados por la computadora— que brotaba de la boca del Mukenko, uno de los volcanes activos de la cadena de Virunga.

—El Mukenko entra en erupción como promedio una vez cada tres años —dijo Levine—. La última erupción fue en marzo de 1977, pero al parecer se prepara para otra erupción completa la semana próxima, o algo así. Ahora estamos esperando la evaluación de probabilidad.

—¿Sabe esto Ross?

Ellos se encogieron de hombros.

—Lo sabe, pero no parece preocupada. Hace dos horas recibió una información geopolítica urgente de Houston, y se fue directamente al compartimento de carga. No la hemos visto desde entonces.

Elliot se dirigió al compartimento de carga del avión, en penumbra. El compartimento de carga no estaba aislado, y hacía frío: la plancha y los cristales de los camiones estaban cubiertos de una delgada capa de escarcha, y él advirtió que al respirar salía vapor de su boca. Halló a Karen Ross trabajando ante una mesa debajo de luces bajas. Estaba de espaldas a él, pero cuando se acercó, dejó lo que estaba haciendo y se volvió.

—Creía que estaba durmiendo —le dijo.

—Me desperté. ¿Qué sucede?

—Estoy controlando las provisiones, nada más. Ésta es nuestra unidad de tecnología avanzada —le indicó, levantando una mochila pequeña—. Hemos ideado un equipo personal especial para el terreno. Nada más que diez kilos, y contiene todo lo que pueda necesitar una persona en dos semanas: comida, agua…

—¿Incluso agua? —preguntó Elliot.

El agua es pesada: siete décimos del peso del cuerpo humano es agua, y la mayor parte del peso de los alimentos es agua. Es por eso que los alimentos deshidratados son tan livianos. Pero el agua es mucho más crítica que la comida para la vida humana. Los hombres pueden sobrevivir sin comida durante semanas, pero morirían en cuestión de horas sin agua.

Ross sonrió.

—El hombre, como promedio, consume de cuatro a seis litros de agua por día, lo que significa un peso de cuatro a seis kilos y medio. En una expedición de dos semanas a una región desértica, tendríamos que proveer cien kilos de agua por hombre. Pero nosotros tenemos una unidad de reciclaje de agua de la NASA que purifica todas las excreciones, incluyendo la orina. Pesa menos de doscientos gramos. Así resolvemos el problema. —Al ver la expresión de Elliot, agregó—: No es en absoluto mala. Nuestra agua purificada es más limpia que la que sale del grifo.

—Acepto su palabra —dijo Elliot al tiempo que cogía un par de gafas de sol de apariencia extraña. Eran muy oscuras y pesadas, y tenían una lente peculiar montada sobre el puente.

—Gafas nocturnas holográficas —dijo Ross—. Emplean óptica de difracción de película delgada. —Señaló luego unas lentes de cámara libres de vibración con sistemas ópticos que compensaban el movimiento, luces infrarrojas estroboscópicas y láser en miniatura, no más grande que la goma de un lápiz. Había también una serie de pequeños trípodes con motores de cambio veloz montados en la parte superior y ménsulas pero ella no explicó nada acerca de estos objetos; sólo dijo que «eran unidades de defensa».

Elliot fue hasta la mesa más alejada, donde encontró seis metralletas. Cogió una. Era pesada y estaba brillante de grasa. Apiladas, cerca, había tiras de municiones. Elliot no se fijó en las letras: los fusiles eran AK-47, rusos, fabricados bajo licencia en Checoslovaquia.

Miró a Ross.

—Simples precauciones —observó Ross—. Los llevamos en todas las expediciones. No significa nada.

Elliot meneó la cabeza.

—Cuénteme acerca de la información geopolítica que recibió de Houston —pidió.

—Eso no me preocupa —dijo ella.

—A mí sí —replicó Elliot.

Tal como explicó Karen Ross, la información geopolítica no era más que un informe técnico. El gobierno de Zaire había cerrado su frontera este hacía veinticuatro horas; ningún turista ni tráfico comercial podía entrar en el país desde Ruanda con dirección a Uganda. Todos debían ingresar por el oeste, por Kinshasa.

No se dio razón oficial por el cierre de la frontera oriental, aunque fuentes de Washington suponían que las tropas de Idi Amin, al huir a través de la frontera de Zaire de los invasores tanzanos, podían estar causando «dificultades locales». En África Central, eso podía significar canibalismo y otras atrocidades.

—¿Cree usted eso? —preguntó Elliot—. ¿Canibalismo y atrocidades?

—No —dijo Ross—. Son mentiras. Se debe a los holandeses, los alemanes y los japoneses. Probablemente a su amigo Hakamichi. El consorcio electrónico eurojaponés sabe que STRT está a punto de descubrir importantes reservas de diamantes en Virunga. Quieren retrasarnos todo lo posible. Habrán podido sobornar a alguien, probablemente en Kinshasa, y han cerrado la frontera oriental. Sólo se trata de eso.

—Si no hay peligro, ¿por qué los fusiles?

—Por precaución. Nunca los usaremos en este viaje, créame. ¿Por qué no trata de dormir un poco? Pronto aterrizaremos en Tánger.

—¿En Tánger?

—Allí está el capitán Munro.

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