Congo

Congo


Día 4. Nairobi » 5. Examen

Página 29 de 78

5Examen

—No le hará daño —dijo Elliot al asustado enfermero. Estaban en el compartimento de pasajeros del avión de carga «747»—. Fíjese, le está sonriendo.

Amy, efectivamente, dedicaba su más amplia sonrisa, cuidándose muy bien de mostrar los dientes. Pero el enfermero de la clínica privada de Nairobi no estaba acostumbrado a estos refinamientos de la etiqueta de un gorila. Le temblaban las manos en las que sostenía la jeringuilla.

Nairobi era la última oportunidad que tenía Amy de recibir un examen completo. Su cuerpo grande y poderoso ocultaba una fragilidad constitucional, al igual que su rostro de pesado entrecejo y mirada colérica ocultaba una naturaleza dócil, casi tierna. En San Francisco, el personal del Proyecto Amy la sometía a controles médicos estrictos: muestras de orina día por medio, análisis de materia fecal semanalmente, completo de sangre mensualmente, y un viaje al dentista cada tres meses para sacarle el sarro negro que se le acumulaba debido a su dieta vegetariana.

Amy tomaba todo con gran naturalidad, pero el aterrorizado enfermero no lo sabía. Se acercó a ella sosteniendo la jeringuilla como si fuera un arma.

—¿Está seguro de que no muerde?

Amy, tratando de ayudar, expresó por señas Amy prometer no morder. Hacía las señas despacio, deliberadamente, como siempre que advertía que alguien no conocía su idioma.

—Promete no morderlo —comunicó Elliot.

—Eso dice usted —dijo el enfermero. Elliot no se molestó en explicarle que no era él, sino ella, quien lo decía.

Después que le extrajo las muestras de sangre, el enfermero se tranquilizó un poco.

—Por cierto, es una bestia fea —dijo mientras preparaba todo para marcharse.

—Ha herido sus sentimientos —le informó Elliot.

En verdad, Amy expresaba, vigorosamente: ¿Qué feo?

—Nada, Amy —dijo Elliot—. Es que nunca ha visto un gorila.

—¿Cómo dice? —preguntó el enfermero.

—Ha herido sus sentimientos. Es mejor que le pida disculpas.

El enfermero cerró su maletín. Miró a Elliot y luego a Amy.

—¿Pedir disculpas a él?

—A ella —dijo Elliot—. Sí. ¿A usted le gustaría que le dijeran que es feo?

A Elliot le molestaba ese tipo de cosas. En todos esos años, había conocido los prejuicios de la gente hacia los monos. La gente consideraba que los chimpancés eran niños bonitos, los orangutanes viejos sabios, y los gorilas bestias voluminosas y peligrosas. Y eso era un error.

Cada uno de estos animales era único, y no correspondía en absoluto a los estereotipos humanos. Los chimpancés, por ejemplo, eran mucho más duros e insensibles que los gorilas. Debido a que eran extrovertidos, un chimpancé enfadado era mucho más peligroso que un gorila enfadado. En el zoo, Elliot veía con asombro cómo las madres empujaban a sus hijos para que se acercaran a las jaulas de los chimpancés, mientras retrocedían con ademán protector al ver un gorila. Estas madres obviamente no sabían que los chimpancés salvajes capturan y comen a los bebés humanos, algo que los gorilas nunca hacen.

Elliot había presenciado repetidas veces los prejuicios humanos contra los gorilas, y reconocía el efecto que ello producía en Amy. Amy no podía evitar ser enorme, negra, de cara aplastada. Detrás del rostro que la gente consideraba tan repulsivo había una conciencia sensible, favorablemente dispuesta hacia las personas que la rodeaban. Se sentía dolorida cuando la gente huía o chillaba de terror o hacía comentarios crueles.

El enfermero frunció el entrecejo.

—¿Quiere decir que él entiende inglés?

—Sí, ella entiende inglés. —El cambio de género era algo que tampoco le gustaba a Elliot. Las personas que temían a Amy siempre suponían que era macho.

—No lo creo —dijo el enfermero sacudiendo la cabeza.

—Amy, conduce a este hombre hasta la puerta.

Amy avanzó pesadamente hasta la puerta y la abrió para el enfermero, que sorprendido, miró al simio con ojos como platos y salió. Amy cerró la puerta tras él.

«Hombre humano tonto», expresó.

—No hagas caso —dijo Elliot—.

«Ven Peter hace cosquillas a Amy».

Y durante los quince minutos siguientes, le hizo cosquillas mientras ella rodaba por el suelo, profundamente satisfecha. Elliot no notó que se abría la puerta, ni la sombra que se proyectaba sobre el suelo, hasta que fue demasiado tarde. Entonces volvió la cabeza y vio caer el oscuro cilindro. Pareció que la cabeza se le partía de dolor, y todo se oscureció.

Ir a la siguiente página

Report Page