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Día 5. Moruti » 3. Campamento Moruti

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3Campamento Moruti

En un elevado claro sobre Moruti, el «lugar de los suaves vientos», Munro gritó instrucciones en swahili a los porteadores de Kahega y éstos empezaron a dejar sus cargas. Karen Ross consultó su reloj.

—¿Nos detenemos?

—Sí —dijo Munro.

—Pero si apenas son las cinco. Todavía quedan dos horas de luz.

—Nos detendremos aquí —dijo Munro. Moruti estaba situado a cuatrocientos cincuenta metros de altura. Dos horas más de caminata los haría llegar a la selva ecuatorial, más abajo—. Es más fresco y agradable aquí.

Ross dijo que a ella eso no le importaba.

—Ya le importará —dijo Munro.

Para ganar tiempo, Munro pensaba mantenerse lo más alejado posible de la selva. En la jungla se avanzaba lentamente y con dificultad; ya bastante experiencia tendría con el barro, las sanguijuelas y las fiebres.

Kahega pronunció unas palabras en swahili. Munro se volvió hacia Ross y le dijo:

—Kahega quiere saber cómo se levantan las tiendas.

Kahega tenía en la mano una bola arrugada de tela plateada; los otros porteadores igualmente confundidos, buscaban entre los bultos los palos a que estaban acostumbrados, sin encontrar nada.

El campamento de STRT había sido diseñado bajo contrato por un grupo de la NASA en 1977, basándose en el hecho de que desde el siglo XVIII el equipo para expediciones a territorios salvajes no había cambiado. «Hace mucho que se necesitan diseños para la exploración moderna», afirmó STRT, y pidió que se mejorara el peso, la comodidad y la eficiencia del equipo de expedición. La NASA había vuelto a diseñar todo, desde la ropa y las botas hasta las tiendas y la vajilla, la comida, los equipos de primeros auxilios y los sistemas de comunicación.

Las cargas nuevas eran típicas del enfoque de la NASA. Ésta había llegado a la conclusión de que el peso de la carga se debía principalmente a los soportes estructurales. Además, las tiendas de una sola capa de tela carecían de un buen aislamiento. Si era posible aislar convenientemente las tiendas, reducir el peso de la ropa y de los sacos de dormir, también podrían reducirse los requerimientos calóricos de los miembros de la expedición. Como el aire era un aislante excelente, la solución obvia era una carga neumática, sin soportes: la NASA diseñó una que pesaba ciento setenta gramos.

Usando una bomba de aire normal muy pequeña, Ross infló la primera tienda. Estaba hecha de mylar plateado, de dos capas, y parecía un brillante tinglado. Los porteadores aplaudieron, entusiasmados. Munro sacudió la cabeza, divertido. Kahega sacó una cajita plateada del tamaño de una caja de zapatos.

—¿Qué es esto, doctora?

—Esta noche no lo necesitaremos. Es un acondicionador de aire —dijo Ross.

—No debe irse a ningún lado sin un acondicionador de aire —dijo Munro, todavía divertido.

Ross le dirigió una mirada furiosa.

—Los estudios demuestran —dijo—, que el mayor factor único que limita la eficacia del trabajo es la temperatura ambiente; el segundo factor es la falta de sueño.

—¿De verdad? —dijo Munro. Lanzó una carcajada y miró a Elliot, que estaba observando detenidamente la vista de la selva tropical, bajo el sol poniente. Amy se acercó y le tiró de la manga.

«Mujer y hombre con pelo nariz pelean», indicó.

A Amy le había gustado Munro desde el principio, y el sentimiento era mutuo. En lugar de darle palmaditas en la cabeza y tratarla como a una criatura, como la mayoría de la gente, Munro instintivamente la trataba como a una mujer. Además, había estado con bastantes gorilas como para conocer su comportamiento. Si bien ignoraba el lenguaje estadounidense de signos, se daba cuenta de que cuando Amy levantaba los brazos era porque quería que le hicieran cosquillas, y la complacía durante unos minutos, mientras ella daba vueltas en el suelo gruñendo de placer.

Pero Amy siempre se afligía ante un conflicto, y ahora estaba preocupada.

—Sólo están hablando —le dijo Elliot para tranquilizarla.

«Amy querer comer».

—Enseguida —dijo Elliot, y al volverse vio que Ross estaba instalando el equipo transmisor. Esto sería un ritual diario durante la expedición, y nunca dejaría de fascinar a Amy. En total, el equipo para transmitir por satélite a dieciséis mil kilómetros de distancia pesaba casi tres kilos, y las contramedidas electrónicas pesaban medio kilo más.

En primer lugar, Ross abrió la sombrilla plegable de la antena parabólica, de un metro y medio de diámetro. (A Amy esta operación era lo que más le gustaba, y a menudo preguntaba a Ross cuándo abriría «la flor de metal»). Luego Ross conectaba la caja transmisora enchufando los elementos de krylon-cadmio. Después conectaba los módulos antiobstructores y finalmente agregaba la terminal en miniatura, con su minúsculo teclado y su pantalla de vídeo de tres pulgadas.

A pesar de su tamaño se trataba de un equipo muy sofisticado. La computadora de Ross tenía una memoria de 189 K y el sistema de circuitos era innecesario; hasta el teclado funcionaba por impedancia, de modo que no había partes que pudieran estropearse ni arruinarse por el agua o la tierra.

Y era increíblemente resistente. Ross recordaba las «pruebas de terreno». En el aparcamiento de STRT, los técnicos arrojaban el equipo contra las paredes, lo pateaban y lo dejaban dentro de un cubo lleno de agua sucia la noche entera. Todo lo que el día siguiente funcionaba, era decretado digno de ser llevado al terreno.

En el crepúsculo de Moruti, Karen Ross pulsó las coordenadas en código para comunicarse con Houston, constató la potencia de señales y esperó seis minutos hasta que los radiofaros de respuesta encajaran. Pero la pantalla sólo seguía mostrando estática gris, con pulsos intermitentes de color. Eso significaba que alguien los estaba obstruyendo con una «sinfonía».

En la jerga de STRT, el nivel más simple de obstrucción electrónica era designado con el nombre de «tuba». Como el vecino que tocaba su tuba, este tipo de obstrucción era simplemente fastidiosa, ocurría en frecuencias limitadas, y a menudo era accidental. Por lo general, las transmisiones podían sobreponerse a esta obstrucción. En el nivel siguiente estaba el «cuarteto de cuerdas», mediante el cual se obstruían las frecuencias múltiples de una manera ordenada; después estaba la «gran orquesta», en que la música electrónica cubría un alcance de frecuencia mayor; y por último la «sinfonía», que bloqueaba todo el alcance de transmisión.

Ross estaba recibiendo ahora una «sinfonía». Para abrirse paso, era necesario coordinarse con Houston, algo imposible de hacer. Pero STRT tenía varios procedimientos preestablecidos. Intentó uno tras otro y finalmente quebró la obstrucción con una técnica llamada «codificación intersticial». (La codificación intersticial aprovechaba el hecho de que hasta la música más densa tiene períodos de silencio, o intersticios, que duran microsegundos. Era posible escuchar las señales de obstrucción, identificar regularidades en los intersticios, y luego transmitir durante los silencios, en ráfagas).

Ross se alegró al ver brillar la pantalla, en la que de pronto surgió una imagen multicolor: el mapa de su posición en el Congo. Apretó la tecla de posición del terreno y en la pantalla brilló una luz.

Luego apareció:

TIEMPO-POSCIÓN TERRNO: FAVOR CONFRMAR HRA LOCAL 18:04 17/6/79.

Ella confirmó que en su situación eran poco más de las seis de la tarde. Inmediatamente, líneas superpuestas formaron un diseño desigual a medida que su posición y hora en el terreno eran medidos contra la simulación computable hecha en Houston antes de la partida.

Ross estaba preparada para recibir malas noticias. Según sus cálculos mentales, llevaban más de setenta horas de retraso respecto de la línea de tiempo proyectada y más de veinte horas respecto del consorcio.

El plan original era saltar sobre las laderas de Mukenko a las dos de la tarde del 17 de junio, llegando a Zinj aproximadamente treinta y seis horas después, alrededor del mediodía del 19 de junio. Eso habría hecho que se adelantaran casi dos horas al consorcio.

Sin embargo, el ataque antiaéreo los había obligado a saltar a más de cien kilómetros al sur de la zona proyectada. El terreno selvático que debían cruzar era variado, y podían ganar tiempo viajando en balsa por ríos, pero aún tardarían un mínimo de tres días para hacer cien kilómetros.

Eso quería decir que ya era imposible vencer al consorcio. En lugar de llegar cuarenta y ocho horas antes, tendrían suerte si lo hacían veinticuatro horas después.

Para su sorpresa, la pantalla informó: TIEMPO-POSCIÓN TERRNO: −09:04 H. Significaba que llevaban nueve horas de retraso con respecto a su línea de tiempo simulada.

—¿Qué significa esto? —preguntó Munro, mirando la pantalla.

Había una sola respuesta posible.

—Algo ha demorado al consorcio —dijo Ross.

En la pantalla leyeron:

CONSRCIO EURNIPÓN PROBLMS LGALES AERPUERTO GOMA / ZAIRE / ENCUENTRO RADIACTIVO / MLA SURTE PARA ELLOS /

—Parece que en Houston Travis ha tenido mucho trabajo —dijo Ross. Se imaginaba lo que debía de haberle costado a STRT causar problemas en el aeropuerto rural de Goma.

—Eso quiere decir que todavía podemos llegar los primeros, si recuperamos nueve horas.

—Podemos hacerlo —dijo Munro.

Bajo la luz del poniente sol ecuatorial, la antena y las cinco tiendas de campaña plateados brillaban como un montón de joyas resplandecientes. Peter Elliot estaba sentado en lo alto de la colina junto a Amy, y ambos observaban la selva tropical que se extendía a sus pies. A medida que caía la noche, iban apareciendo las primeras hebras imprecisas de bruma, y mientras la oscuridad se hacía más profunda y el vapor de agua se condensaba en el aire fresco, la selva se iba cubriendo con la densa mortaja de la niebla.

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