Congo

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Día 8. Kanyamagufa » 4. Días

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4Días

No podía creerlo.

Al principio pensó que lo estaba castigando, que se escondía para que él se arrepintiera de haberle arrojado el dardo antes de cruzar el río. Explicó a Munro y a Ross que era capaz de hacer esa clase de cosas, y se pasaron la siguiente media hora buscándola en la jungla. Llamaron pero no hubo respuesta, sólo el eterno silencio de la selva ecuatorial. La media hora se convirtió en una hora, luego casi en dos.

Elliot estaba aterrorizado.

Ya que entre el follaje no aparecía, había que considerar otra posibilidad.

—Tal vez haya huido con el grupo de gorilas que vimos —sugirió Munro.

—Imposible —replicó Elliot.

—Tiene siete años, está cerca de la madurez —dijo Munro, encogiéndose de hombros—. Al fin y al cabo, es una gorila.

—Imposible —insistió Elliot.

Pero sabía lo que estaba diciendo Munro. Inevitablemente, las personas que criaban monos descubrían en algún momento que ya no podían retenerlos. Con la madurez, los animales se hacían demasiado grandes, demasiado poderosos, verdaderos ejemplares de su propia especie, y era muy difícil controlarlos. Ya no era posible ponerles pañales y pretender que eran bonitas criaturas casi humanas. Sus genes codificaban diferencias inevitables que en última instancia no se podían ignorar.

—Las manadas de gorilas no son cerradas —le recordó Munro—. Aceptan a los extraños, particularmente cuando son hembras.

—Ella no haría una cosa así —insistió Elliot—. Jamás.

Desde la infancia, Amy se había criado entre personas. Estaba más familiarizada con el mundo occidental de carreteras y restaurantes con servicio para automovilistas que con la jungla. Si Elliot pasaba con el coche frente al restaurante favorito de Amy, ella no dejaba de darle un golpecito en el hombro para hacerle ver su error. ¿Qué sabía de la jungla? Para ella, era algo tan extraño como para Elliot. Y no sólo eso…

—Será mejor que acampemos aquí —dijo Ross, consultando la hora—. Ya volverá, si quiere. Después de todo, fue ella quien nos dejó a nosotros.

Habían traído una botella de champán Dom Pérignon, pero nadie estaba de humor para festejos. Elliot sentía remordimientos por la desaparición de Amy; los otros estaban horrorizados por lo que habían visto en el campamento del consorcio. Como la noche caía rápidamente, había mucho que hacer para instalar el sistema de STRT de defensa contra intrusos conocido como DIAS (Defensa contra Intrusos en Ambientes Salvajes).

La exótica tecnología de DIAS reconocía el hecho de que a lo largo de la historia las defensas perimétricas habían sido tradicionales en las exploraciones del Congo. Hacía más de un siglo, Stanley observó que «ningún campamento podrá considerarse completo a menos que esté rodeado por arbustos o árboles». En los años transcurridos no existían razones para alterar la naturaleza especial de esta enseñanza. Pero la tecnología defensiva había cambiado, y el sistema DIAS incorporaba las últimas innovaciones.

Kahega y sus hombres inflaron las tiendas plateadas y las dispusieron una junto a otra. Ross dirigió la instalación sobre trípodes de las luces nocturnas infrarrojas, que se ubicaron iluminando hacia fuera cubriendo todo el perímetro del campamento.

Después, se instaló la cerca perimétrica. Era una red metálica extremadamente liviana. Instalada sobre estacas, circundaba completamente el campamento, y una vez conectada al transformador transportaba una corriente eléctrica de diez mil voltios. Para reducir el gasto de las baterías, se pulsó una corriente de cuatro ciclos por segundo, con lo que empezó a oírse un zumbido palpitante e intermitente.

La noche del 21 de junio la comida consistió en arroz con salsa de camarones, rehidratada. Los camarones no se rehidrataron bien, y parecían trozos de cartón, pero nadie se quejó de este fracaso de la tecnología del siglo XX, y comieron contemplando la oscuridad de la jungla, que cada vez se volvía más pronunciada.

Munro apostó a los centinelas. Harían guardias de cuatro horas. Munro anunció que él, Kahega y Elliot se ocuparían del primer turno.

Con gafas de visión nocturna, los centinelas parecían misteriosas langostas oteando la jungla. Las gafas intensificaban la luz ambiente y la extendían sobre las imágenes, rodeándolas de un verde fantasmagórico. Elliot las encontraba pesadas, y le costaba adaptarse a la visión electrónica. Se las quitó después de varios minutos, y se sorprendió al ver que la jungla se veía totalmente negra. Volvió a ponérselas de inmediato.

La noche transcurrió sin incidentes.

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