Conan

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La cosa de la cripta » 6. La espada de Conan

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6. La espada de Conan

Conan lanzó un profundo suspiro y respiró hondamente. La tensión lo iba abandonando y comenzó a sentir un cansancio terrible en todo el cuerpo. Se secó el frío sudor de espanto del rostro y echó atrás, con los dedos, la maraña de sus negros cabellos. La momia del guerrero muerto estaba, por fin, realmente muerta, y la espada era suya. La alzó una vez más maravillado por su peso y por la sensación de poder que le transmitía.

Por un instante pensó en pasar la noche en la cueva. Estaba agotado. Fuera, los lobos y el frío seguían al acecho, y ni siquiera su sentido de orientación de hombre del bosque podría guiarlo en esa noche sin estrellas en una tierra desconocida.

Pero en ese momento sintió náuseas. La cueva estaba llena de humo y apestaba, no solo por el polvo de los siglos, sino por el olor de la carne humana muerta hace tanto tiempo y ahora calcinada. El olfato aguzado de Conan nunca había percibido un olor semejante y le resultaba absolutamente repugnante. El trono vacío parecía mirarlo. Aquella sensación de presencia que se había apoderado de él cuando entró en la habitación interior por primera vez todavía perduraba en su mente. Se le pusieron los pelos de punta y su piel se erizó cuando pensó en la posibilidad de dormir en aquella tétrica cueva.

Además, con su nueva espada, Conan se sentía plenamente confiado. Respiró hondo ensanchando el pecho y empuñó la espada haciendo círculos en el aire.

Poco después, envuelto en un viejo manto de piel que encontró en uno de los cofres y sosteniendo una antorcha en una mano y la espada en la otra, salió de la cueva. Los lobos no habían dejado ni rastro. Miró hacia arriba y vio que el cielo se despejaba. Conan observó las estrellas que brillaban trémulas entre manchas de nubes y, una vez más, encaminó sus pasos hacia el sur.

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