Conan

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La Mano de Nergal » 6. El Corazón de Tammuz

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6. El Corazón de Tammuz

Avanzaron por un oscuro pasadizo interminable. Del cielo raso del túnel excavado en la roca goteaba agua y de vez en cuando los ojos rojos de las ratas los miraban centelleantes desde el suelo, y luego los pequeños animales se alejaban corriendo de los extraños seres que invadían sus dominios subterráneos con chillidos irritados.

Atalis iba primero tanteando con su mano sana las húmedas y desparejas paredes de la caverna.

—Yo nunca te habría asignado esta tarea, mi joven amigo —susurró—. Pero el Corazón de Tammuz ha caído en tus manos y veo en ello una señal del destino, un presagio. Existe una armonía de los contrarios, como la fuerza del Poder de las Tinieblas simbolizadas por «Nergal» y el Poder de la Luz que llamamos «Tammuz». El Corazón ha despertado y alguna fuerza desconocida por nosotros hizo que fuera encontrado, porque la Mano también estaba despierta y ejercía su temible poder. Por ello te encomiendo esta tarea, porque los Poderes parecen haberte elegido para esto… ¡Silencio! Ya estamos debajo del palacio. Casi hemos llegado…

Avanzó unos pasos y palpó con gesto delicado la tosca superficie de la roca que estaba al final del pasadizo. La enorme piedra giró silenciosamente a un lado sobre goznes ocultos y la luz iluminó a los tres hombres.

Se encontraban en el extremo de un enorme salón lleno de sombras cuyo elevado techo abovedado se perdía en la oscuridad. En el centro de la sala, que estaba vacía con excepción de varias filas de enormes columnas, había un estrado cuadrado y encima de él había un imponente trono de mármol negro, y sobre el trono se hallaba… Munthassem Khan.

Era un hombre de mediana edad, pero estaba deteriorado y demacrado, y era muy delgado. Era blanco como el papel, su piel tenía aspecto enfermizo y estaba arrugada sobre un cráneo que parecía una calavera, en el que se veían unos ojos hundidos oscurecidos por unos círculos negros. Estaba tumbado sobre el trono y sostenía una vara de marfil que parecía un cetro apretado contra el pecho. Su extremo tenía la forma de la garra de un demonio que sostenía un cristal opaco que latía como un corazón vivo y emitía pequeños destellos. Junto al trono, un brasero de cobre despedía un incienso con efectos narcóticos; se trataba del loto del sueño cuyos vapores otorgaban al brujo el poder de liberar los sombríos demonios de Nergal. Atalis tiró del brazo de Conan y le dijo:

—¡Mira, todavía duerme! El Corazón te protegerá. ¡Quítale la Mano de marfil y todo su poder habrá desaparecido!

Conan asintió con un gruñido reticente y comenzó a avanzar con la espada en la mano. Había algo en todo esto que no le gustaba nada. Parecía demasiado fácil…

—¡Ah, señores, os estaba esperando!

Munthassem Khan les sonrió desde su trono y ellos se quedaron paralizados de asombro. Su rostro era afable, pero en sus ojos mórbidos llameaba una furia demencial. Levantó el cetro de marfil que le otorgaba poderes, hizo un ademán…

Las luces titilaron misteriosamente. Y de pronto, el vidente lanzó un grito aterrador. Sus músculos se contrajeron en un espasmo de dolor insoportable y cayó hacia adelante sobre las losas de mármol, retorciéndose de dolor.

—¡Por Crom!

El príncipe Than desenvainó su espadín, pero un nuevo ademán de la Mano mágica lo detuvo. Sus ojos se volvieron inexpresivos y parecían muertos. Un sudor frío le cubrió el pálido rostro. Lanzó un alarido y cayó de rodillas, arañándose frenéticamente la cara mientras le atravesaban punzadas de un dolor enceguecedor por el cerebro.

—¡Y ahora tú, mi joven bárbaro!

Conan dio un salto con la rapidez de una pantera y antes de que Munthassem Khan atinara a moverse se encontraba en el primer peldaño del estrado. Su espada brilló en el aire, se tambaleó y cayó de sus manos inertes. Una ola helada que provenía de la turbia gema que había dentro de la garra de marfil entumecía sus brazos y piernas. Conan se quedó sin aliento.

La mirada ardiente se clavó en los ojos del bárbaro. El rostro cadavérico lanzó un espantoso remedo de risa.

—¡El Corazón protege, es verdad…! ¡Pero solo a quien sabe cómo invocar su poder! —dijo el sátrapa riendo mientras Conan luchaba por infundir nuevas fuerzas a sus yertos miembros.

Conan apretó los dientes y luchó denodadamente contra la onda gélida y la fétida oscuridad que surgía en forma de rayos negros del cristal demoníaco y que obnubilaba poco a poco su mente. Sus fuerzas lo abandonaban de la misma manera que el vino se derrama por la raja de un pellejo. Cayó de rodillas y se desplomó a los pies del estrado. Sintió que su consciencia quedaba reducida a un diminuto y solitario punto luminoso perdido en un vasto abismo de oscuridad. La última chispa de voluntad vaciló como la llama de una vela en un vendaval. Desesperanzado, pero manteniendo la fiera e indomable decisión de su raza salvaje, Conan siguió luchando…

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