Conan

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El Aposento de los Muertos

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—¿Hacia dónde vas? —inquirió Conan.

—Me marcho al este, en busca de un puesto de mercenario en Turan. Dicen que el rey Yildiz está contratando soldados para convertir esa horda de desarrapados en un verdadero ejército. ¿Por qué no vienes conmigo, muchacho? Tú tienes condiciones de soldado.

—Eso no es lo mío —contestó Conan negando con la cabeza—. No me gusta marchar todo el día de acá para allá en el campo de entrenamiento mientras algún oficial da órdenes chillando: «¡Adelante, march! ¡Presenten armas!». He oído que hay buenas oportunidades en el oeste. Lo intentaré por un tiempo.

—Bueno, que tus dioses bárbaros te acompañen —dijo Néstor—. Si cambias de opinión, pregunta por mí en los cuarteles de Aghrapur. ¡Adiós y buena suerte!

—¡Buena suerte! —contestó Conan.

Y sin decir más, emprendió la marcha por el Camino Corinthio y enseguida se perdió de vista en las sombras de la noche.

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