Conan

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La Mano de Nergal » 5. La Mano de Nergal

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—En la ciudad de Yaralet —dijo Atalis—, cuando cae la noche, la gente cierra las ventanas, corre los cerrojos de las puertas y se sienta detrás de estas barreras temblando y rezando aterrorizada; encienden velas a los dioses de los lares hasta que la clara y nítida luz del alba ilumina las torres de la ciudad con un fuego vivo que se recorta contra el pálido cielo.

»No hay arqueros que cuiden las puertas de las murallas. Ni guardias que recorran las calles solitarias. Ningún ladrón se atreve a entrar en los tortuosos pasadizos, ni las mujerzuelas pintarrajeadas sonríen ni hacen señas provocativas desde las sombras. Porque en Yaralet, tanto los bribones como las personas decentes huyen de las sombras de la noche: los ladrones, mendigos, asesinos y las mozas engalanadas buscan refugio en los malolientes tugurios y en las tabernas semiiluminadas. Desde el crepúsculo hasta el alba, Yaralet es una ciudad silenciosa de oscuras calles vacías y desoladas.

»No siempre ha sido así. En una época, esta era una ciudad brillante y próspera de intenso comercio, con tiendas y mercados llenos de gente feliz que vivía bajo la férrea mano de un sátrapa sabio y bondadoso: Munthassem Khan. Él les cobraba impuestos moderados y gobernaba con justicia y piedad, ocupándose de su colección privada de antigüedades y del estudio de esos objetos antiguos que atraían su mente aguda e inquisitiva. Las lentas caravanas de camellos que llegaban por la Puerta del Desierto siempre llevaban, entre los mercaderes, algunos agentes del sátrapa que iban en busca de objetos raros y curiosos que adquirían para el museo privado de su amo.

»Luego cambió y una terrible sombra se abatió sobre Yaralet. El sátrapa parecía estar bajo el poderoso influjo de un hechizo maligno. Dejó de ser afable y bondadoso y se convirtió en un ser cruel; de ser generoso pasó a ser avaro y codicioso; ya no era justo y compasivo, sino que se volvió reservado, tiránico y violento.

»De pronto los guardias de la ciudad comenzaron a detener a ciudadanos —aristócratas, ricos mercaderes, sacerdotes y magos— que desaparecían en los pozos que se encuentran debajo del palacio del sátrapa y nadie los volvía a ver jamás.

»Algunas personas comentaban que una caravana del lejano sur le había traído algo procedente de las demoníacas tierras de Estigia. Pocos pudieron verlo y uno de ellos dijo temblando que ese objeto tenía tallados unos jeroglíficos extraños e indescifrables similares a los que hay en las polvorientas tumbas de Estigia. Parece ser que ese objeto hechizó con un influjo maligno al sátrapa y le otorgó asombrosos poderes de magia negra. Fuerzas ignotas le protegían de los desesperados patriotas que intentaban asesinarlo. En las ventanas de una elevada torre de su palacio brillaban extrañas luces de color púrpura y allí —murmuraba la gente— había convertido una habitación vacía en un siniestro templo dedicado a un dios oscuro y sangriento.

»Por la noche, el terror invadía las calles de Yaralet como invocado desde el reino de la muerte por alguna fuerza impresionante e infernal.

»Nadie sabía exactamente qué es lo que temían por la noche. Pero no era una fantasía vana aquello de lo que se protegían atrancando puertas y cerrando ventanas. Algunos aludían a ciertas figuras furtivas, semejantes a murciélagos que veían a través de las ventanas cerradas… Hablaban de sombríos engendros de un horror desconocido que revoloteaba trayendo la locura. Se contaban historias de puertas destrozadas por la noche, de gritos y alaridos repentinos y sobrenaturales lanzados por gargantas humanas… seguidos de un silencio significativo y total. Y osaban contar que al salir el sol esas casas de puertas rotas aparecían repentina e inexplicablemente vacías.

El objeto procedente de Estigia era la Mano de Nergal.

—Esa Mano —dijo Atalis con suavidad— tiene el aspecto de una garra tallada en marfil antiguo lleno de extraños jeroglíficos grabados en una lengua olvidada. Las garras sostienen una esfera de cristal opaco y oscuro. Yo sé que el sátrapa tiene ese objeto, pues lo he visto allí —agregó señalando el cristal—. Porque aunque yo no sea un mago, he aprendido algunas Artes Oscuras.

—¿Y qué sabes de esa Mano? —preguntó Conan moviéndose inquieto en su asiento.

—¿Qué sé de ella? ¡Oh, sí! Hay libros antiguos que la mencionan —dijo Atalis con una sonrisa forzada—, y hablan de la oscura leyenda de su historia sangrienta. El adivino ciego que escribió el

Libro de Suelos la conocía muy bien… La llamaban estremecidos la Mano de Nergal. Dicen que cayó de las estrellas en las islas del poniente en el extremo occidental muchos milenios antes de que el rey Kull reuniera los Siete Imperios bajo su estandarte. ¡Pasaron muchísimos siglos desde que los primeros pescadores pictos extrajeron la Mano de las profundidades del océano y contemplaron maravillados sus sombríos reflejos! Ellos la vendieron a unos codiciosos mercaderes de Atlantis, y desde allí llegó a oriente después de cruzar todo el mundo. Los ancianos y barbudos magos de la antigua Thule y del oscuro Grondar sondearon sus misterios en las torres de color púrpura y plata. Los hombres-serpiente de la sombría Valusia escrutaron su reluciente interior. Con esa Mano Kom-Massot subyugó a los Treinta Reyes hasta que esta se volvió contra él y le dio muerte. Porque el

Libro de Suelos dice que la Mano otorga dos dones a quien la posee: primero, un poder sin límites, y luego la muerte inexorable.

Se oía la voz serena del filósofo en la silenciosa habitación, pero el guerrero de negra cabellera creyó oír, como en sueños, el apagado eco de carros de combate, el sonido metálico del acero, el grito de reyes atormentados ahogados por el estrépito de imperios que se desmoronaban…

—Cuando todo el mundo antiguo fue destruido por el Cataclismo y el verde mar inundó con sus agitadas aguas las destrozadas torres de la perdida Atlantis y cuando las naciones se hundieron convirtiéndose en una ruina ensangrentada, los hombres ignoraban la existencia de la Mano. Durante tres mil años estuvo abandonada y no ejerció su poder, pero cuando despertaron y emergieron lentamente del marasmo de la barbarie los jóvenes reinos de Moth y de Ofir, el talismán volvió a ser encontrado. Los oscuros reyes-brujos de Aquerón sondearon sus misterios y secretos y cuando los codiciosos hiborios pusieron a ese reino cruel bajo su yugo, la Mano pasó al sur, a la polvorienta Estigia, donde los sangrientos y perversos sacerdotes de esa oscura tierra la utilizaron para sus terribles propósitos en ritos de los que no me atrevo a hablar. Cuando uno de los hechiceros de tez morena fue asesinado, la Mano fue enterrada con él y su poder volvió a apagarse durante siglos…, pero hace poco unos ladrones de tumbas volvieron a desenterrar la Mano de Nergal, que cayó en poder de Munthassem Khan. La tentación del poder absoluto y total inherente a todos los hombres le ha corrompido como a muchos otros que habían caído antes que él bajo el nefasto influjo de su hechizo. Y ahora temo, cimmerio, porque todas estas tierras están bajo el poder de la Mano del Demonio y las fuerzas de las tinieblas rondan por la tierra una vez más…

La voz de Atalis se desvaneció hasta convertirse en un susurro, y Conan dijo irritado y molesto:

—Bueno…, pero, por Crom, ¿qué tengo yo que ver con todo eso?

—¡Tú eres el único que puede destruir la influencia maligna que ejerce el talismán sobre la mente del sátrapa!

—¿Cómo? —preguntó Conan con los ardientes ojos azules muy abiertos.

—Tú eres el único que posee el amuleto capaz de neutralizar la influencia de ese talismán.

—¿Yo? ¡Estás loco…; yo no me ocupo de amuletos ni de basuras mágicas semejantes!

Atalis le hizo callar con un movimiento de la mano.

—¿Acaso no has encontrado un extraño objeto de oro antes de la batalla? —le preguntó con suavidad. Conan le miró sorprendido.

—Sí, lo encontré en Bahari anoche, cuando estábamos en el campamento… —repuso metiendo la mano en su bolsa y extrayendo la pulida y reluciente piedra.

El filósofo y el príncipe se miraron conteniendo la respiración.

¡El Corazón de Tammuz! ¡Sí, el mismísimo antitalismán!

Tenía forma de corazón y el tamaño de un puño de niño; estaba hecha de ámbar dorado o tal vez de un jade amarillo poco corriente. Allí estaba, en la mano del cimmerio, brillando con un tenue fulgor, y este recordó con un escalofrío de espanto cómo el intenso calor curativo y estremecedor de la piedra había expulsado de su cuerpo el frío sobrenatural que le había provocado la extraña figura sombría con alas de murciélago.

—¡Ven, Conan! Te acompañaremos. Hay un pasadizo secreto que va directamente de esta habitación al salón del sátrapa; se trata de un túnel subterráneo semejante a aquel por el que mi esclava Hildico te condujo bajo las calles de la ciudad hasta llegar a mi casa. Tú, protegido por el Corazón, debes dar muerte a Munthassem Khan, o destruir la Mano de Nergal. No hay ningún peligro, porque él se encuentra en un letargo mágico en el que cae cada vez que necesita invocar a las Sombras de Nergal, como ha hecho esta noche para aniquilar al ejército turanio del rey Yildiz. ¡Vamos!

Conan se acercó a la mesa y bebió hasta la última gota de vino. Luego, encogiéndose de hombros, lanzó un juramento en voz baja invocando a Crom, y fue tras el filósofo cojo y el príncipe esbelto hacia una oscura puerta que había detrás de un tapiz.

Cuando se hubieron marchado, la habitación quedó vacía y silenciosa como una tumba, y esta quietud solo era interrumpida por las vacilantes luces del interior del cristal verde que estaba junto al sillón. En su interior podía ver la pequeña figura de Munthassem Khan durmiendo drogado en su imponente salón.

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