Coma

Coma


Jueves 26 de febrero » 17:47 horas

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17:47 horas

El pesado cielo raso de bloques de vinilo industrial se le iba de las manos a Susan, que apretaba los dientes. Tenía las manos tiesas por sostenerse sólo con las puntas de los dedos, forzando el bloque contra sus soportes de metal en el lado opuesto de su extensión de casi dos metros. Oía al guardia hablar por la radio, abajo. Si el bloque se caía, la encontraría. Susan cerró los ojos y apretó los párpados para dejar de pensar en sus dedos y en sus antebrazos doloridos. El bloque se corría. Se iba a caer. El guardia cortó la comunicación. Luego se cerró la ventana. De alguna manera Susan seguía sostenida. No oyó salir al guardia, pero el bloque cayó con un golpe seco que hizo vibrar todo el cielo raso. Escuchó atentamente mientras la sangre volvía a sus dedos, provocándole un intenso dolor. No hubo ningún sonido abajo. Tomó una bocanada de aire.

Susan estaba en el espacio sobre el cielo raso del laboratorio de tejidos. Era una agonía que antes de su búsqueda en el Memorial Susan no supiera nada de los espacios que hay sobre ciertos cielo rasos. Ahora, treparse aquí le había salvado la vida. Gracias al gabinete sobre el que se había parado para correr el bloque. Susan tomó los planos de los pisos y trató de estudiarlos a la escasa luz que se filtraba por los bordes de los bloques. Era imposible, a pesar de que sus ojos ya se habían adaptado a la penumbra. Mirando a su alrededor en las sombras advirtió un rayo de luz bastante concentrado que venía de una fisura más grande del techo, a unos seis metros de donde ella se encontraba. Con ayuda de los soportes que marcaban la pared del laboratorio de tejidos y de una oficina contigua, Susan logró llegar hasta esa fuente de luz y ubicarse como para poder ver los planos. Lo que quería encontrar era el conducto principal, como lo había hallado en el Memorial. Pensó que si era lo suficientemente amplio podría escapar por allí. Pero el conducto no figuraba en las referencias. Sin embargo encontró un hueco rectangular cerca del ascensor. Susan pensó que tal vez era el conducto que buscaba.

Avanzó por la parte superior de la pared del laboratorio de tejidos; sosteniéndose de los soportes verticales, hasta que encontró un escalón que llevaba al cielo raso fijo del corredor. Era de hormigón, para apoyo de las guías de los trolleys. Una vez que estuvo sobre él, las cosas fueron más fáciles. Fue hacia el hueco del ascensor.

Al acercarse al hueco del ascensor el camino se hizo más difícil porque estaba cada vez más oscuro y más lleno de cañerías, cables y conductos que convergían en la dirección que había tomado. Tenía que moverse a tientas, adelantando lentamente un pie, luego otro. Varias veces se quemó tocando caños calientes. El olor de la carne quemada le llegó a la nariz.

En medio de una oscuridad total llegó al hueco del ascensor y tocó el hormigón vertical. Dando la vuelta, siguió un caño con las manos y lo sintió doblar en un ángulo de noventa grados. Lo mismo sucedía con otros caños. Inclinándose sobre ellos miró el pozo oscuro. Mucho más abajo se filtraba una luz.

Con las manos Susan determinó la medida del conducto. La pared que lo separaba del hueco del ascensor era de hormigón. Eligió un caño de unos seis centímetros de diámetro. Se metió en el conducto, tomada del caño con las dos manos, y apoyó la espalda contra la pared de hormigón. Luego puso los pies sobre otros caños y se deslizó firmemente por la pared de hormigón, como si bajara por una chimenea.

El proceso no fue fácil. Moviéndose sólo unos centímetros por vez, trataba de evitar los caños de vapor, que estaban terriblemente calientes. Después de un rato pudo distinguir los caños que tenía delante. Mirando en la oscuridad veía formas vagas, y se dio cuenta de que había llegado al espacio sobre el cielo raso de la planta baja. El comprobar que progresaba le produjo una cierta euforia. Pero se le fue al pensar que así como ella usaba el conducto para bajar, otro podía usarlo para subir. Y comprendió qué fácil era para cualquiera llegar a la válvula en el tubo de oxígeno en el Memorial.

Susan continuó descendiendo centímetro a centímetro. Abajo se veía más luz que se filtraba hacia arriba. Y también se oía el sonido cada vez más fuerte de las máquinas eléctricas. Al acercarse al nivel del subsuelo, Susan observó que allí no había cielo raso suspendido. No tendría forma de esconderse y avanzar lateralmente. Bajó hasta que dejó de ver el suelo fijo de la planta baja, luego se quedó inmóvil, aferrada al hormigón, para observar la escena.

La sala de máquinas y su planta de energía estaban iluminadas por pocas lámparas. El caño por el que había bajado Susan, aparentemente un caño de agua, continuaba hasta el suelo. Pero varios otros caños, más grandes que el que ella había usado, hacían un ángulo recto y colgaban de bandas metálicas a más de un metro por debajo de la plancha de hormigón de la planta baja del edificio. Corrían sobre el área de las máquinas.

Susan se paró sobre uno de esos caños. No era una acróbata, pero tal vez la ayudaban sus dotes naturales de bailarina. Con la mano derecha y la cabeza apretadas contra el hormigón, avanzó, encorvada, sobre el caño, tratando de no mirar hacia abajo.

Se tambaleaba un poco pero iba tomando confianza. Frente a ella veía una pared, y más allá, otro espacio sobre un cielo raso. Manteniendo la presión contra el techo, hizo una caminata de cuerda floja por el caño. Susan pasó directamente sobre la planta de energía y estaba a poco más de un metro de su meta cuando brilló una luz muy cerca de ella que estuvo a punto de hacerle perder el equilibrio. Se habían encendido las luces en la sala de máquinas.

Susan cerró los ojos, apretando las manos contra el techo y reforzando la presión de sus zapatos contra el caño. Detrás de ella un guardia se movía lentamente entre las máquinas, con una gran linterna en una mano y una pistola en la otra.

Los siguientes quince minutos fueron quizás el período más largo en la vida de Susan. Se sentía tan expuesta, vestida de blanco contra las cañerías y el techo oscuros, que no comprendía por qué no la veían. El guardia examinó el lugar cuidadosamente, incluso los gabinetes bajo la mesa de trabajo. Pero en ningún momento miró hacia arriba. Los brazos de Susan comenzaron a temblar por la tensión necesaria para asegurar su equilibrio. Luego le temblaron las piernas, hasta el punto de que temió que sus zapatos golpearan contra el caño. Por fin el guardia terminó su examen y se fue, apagando las luces principales.

Susan no se movió de inmediato. Trató de relajarse, venciendo su tensión y su incipiente vértigo. Ansiaba llegar al cielo raso fijo un metro más allá. Estaba tan cerca y sin embargo tan lejos. Avanzó el pie derecho unos veinte centímetros, luego puso su peso sobre él. Luego llevó el izquierdo hasta el derecho. Los brazos y las piernas le dolían terriblemente. Pensó en dejarse caer sobre el techo, pero temió que se oyera el ruido. De modo que continuó en su estilo ciempiés. Cuando llegó al cielo raso cayó de espaldas, respirando profundamente mientras la sangre volvía a sus músculos.

Pero sabía que no podía descansar mucho tiempo. Tenía que encontrar la forma de salir del edificio. Tendida de espaldas, consultó nuevamente los planos de los pisos. Había dos salidas posibles. Una era la de un depósito que quedaba muy cerca del lugar en que se encontraba Susan. Otra estaba en el extremo más distante del edificio, junto a una habitación rotulada como «Dp.» Susan consultó las referencias. «Dp.» quería decir Despacho.

Pensando en el hombre que llevaba el corazón y el riñón desde la sala auxiliar ubicada entre los dos quirófanos, Susan optó por el despacho a pesar de la proximidad del depósito. Pensó que tal vez se proponían transportar los órganos. Sabía que los órganos para trasplantes debían usarse lo antes posible.

Susan volvió a poner los planos dentro del cuaderno y se incorporó. Su guardapolvo estaba ahora muy sucio y desgarrado. Siguió por el cielo raso fijo sobre el corredor del subsuelo en dirección al despacho. El camino fue relativamente fácil porque no estaba totalmente oscuro. Como en el espacio de las máquinas, había grandes sectores del subsuelo que no tenían cielo raso, y la luz permitía a Susan avanzar a paso regular, evitando fácilmente los conductores y cañerías.

Llegó al ángulo extremo del edificio y una mirada más a los planos le dijo que había llegado a la meta deseada. Se acostó boca abajo en el cielo raso fijo del corredor con la cabeza sobre el cielo raso más bajo del despacho. Con todas las precauciones posibles levantó un bloque hasta que pudo introducir los dedos por el borde. Lo levantó con esfuerzo hasta poder ver por la hendija. ¡Había gente!

Sin atreverse a soltar el bloque por temor al ruido, Susan observó a un hombre sentado ante un escritorio. El hombre llenaba un formulario. Llevaba una campera de cuero con el cierre abierto. En el suelo había dos cajas de cartón, con inscripciones en grandes letras, que decían: «ÓRGANO PARA TRASPLANTE HUMANO — ESTE LADO HACIA ARRIBA — FRÁGIL — URGENTE».

Se abrió una puerta que Susan no alcanzaba a ver. Era uno de los guardias.

—Vamos, Mac. Carguemos estas cosas y salgamos de aquí. Hay algo que hacer.

—Yo no llevo nada hasta que estén hechos los papeles como corresponden.

El guardia salió por una puerta de vaivén a un costado de la habitación. Susan logró ver otra zona antes de que se cerrara la puerta. Parecía un garaje.

El conductor terminó con los formularios y arrojó una copia en un canasto en el mostrador. Se puso la otra copia en el bolsillo. Cargó las cajas en un carrito y caminó hacia atrás en dirección de las puertas de vaivén.

Susan colocó el bloque del cielo raso en su lugar. Se trasladó rápidamente hasta la pared en el extremo opuesto del corredor. Oía los ruidos de la puerta de un camión que se cerraba y trababa.

Estaba más oscuro cerca de la pared; Susan pasó la mano esperando encontrar hormigón. Pero palpó bloques de vinílico, colocados verticalmente. Oía perfectamente las evoluciones del camión. Empujó el bloque, pero parecía firmemente fijado en su lugar por una banda metálica. El camión arrancó, hizo algunos ruidos y se detuvo. Se oyó otra vez el arranque.

Susan empujó desesperadamente la banda metálica, sintiendo que cedía. Repitió la maniobra en varios lugares. El motor del camión volvió a arrancar, hizo ruidos y por fin rugió, bajando luego a un ruido más suave pero constante. Susan oyó claramente cómo se elevaba la puerta del garaje. Sus dedos se aferraron a la parte superior del bloque vinílico. Lo tiró hacia ella pero no consiguió moverlo. Levantó un poco más la banda metálica y volvió a tirar. El bloque se desprendió de pronto, y Susan cayó hacia atrás. Se recuperó rápidamente y vio por la abertura vertical un gran garaje subterráneo. Muy cerca de ella había un camión bastante grande con el motor en funcionamiento. Junto a la puerta de entrada estaba el guardia, activando el mecanismo para abrir la puerta. Observaba cómo subía la puerta.

Susan saltó al espacio y cayó en cuatro patas sobre el techo del camión. El ruido del impacto quedó ahogado por el del motor del camión y el de la puerta que se abría. Se tendió con los brazos y las piernas abiertas sobre el techo del camión que partía. Sentía que la inercia de su cuerpo la arrastraba hacia atrás. Trató de sostenerse de algo, pero el techo del camión era de metal liso y sus manos buscaban en vano. Logró pasar bajo la puerta del garaje, pero a medida que el camión ascendía por la pendiente de la calle, a Susan le resultaba cada vez más difícil evitar resbalarse hacia atrás. Sus pies resbalaron sobre la parte trasera del camión al tratar de apretar las manos sobre la superficie lisa.

El camión llegó a la calle y el conductor dio marcha atrás antes de girar a la izquierda. Entonces el cuerpo de Susan se deslizó hacia adelante, girando levemente sobre sí mismo. Sintió un brusco golpe de frío. El conductor aumentó la velocidad, y Susan sintió un terror paralizante.

Se arrastró unos centímetros hacia el techo de la cabina y rodeó con sus dedos endurecidos un ventilador más bajo. El camión se sacudió sobre un pozo y el cuerpo de Susan saltó hacia arriba, para volver a caer enseguida sobre el techo de metal. Golpeó con el mentón y la nariz sobre una superficie tan dura que quedó mareada. Sólo le quedó una vaga conciencia de lo que sucedió después.

Susan recuperó la lucidez un poco bruscamente. Levantó la cabeza y advirtió que le sangraban la nariz y el labio. Miró los edificios y reconoció la zona. Era el Haymarket. Claro, pensó, el camión se dirigía al aeropuerto Logan.

El camión se detuvo ante un semáforo. Aún había bastante tránsito. Susan se arrastró hacia la cabina. Recogió los pies y se paró sobre el techo. Luego se sentó con los pies hacia adelante. En ese punto bajó la cabeza y miró al conductor por el parabrisas. El hombre quedó alelado e inmóvil, mirándola sin poder creerlo, con las manos aferradas al volante.

Susan se deslizó desde la cubierta del motor hasta el guardabarros y de allí al suelo. Se puso de pie y corrió entre los coches hacia Government Center. El conductor se recuperó un poco, abrió la puerta y le gritó. Otros gritos airados y bocinazos estentóreos lo obligaron a volver a su asiento. Había cambiado la luz. Mientras arrancaba y seguía adelante, se decía a sí mismo que nadie le creería esta historia.

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