Coma

Coma


Lunes 23 de febrero » 13:53 horas

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13:53 horas

La cafetería del Memorial era igual que las de miles de otros hospitales. Las paredes eran de un color amarillo sucio con tendencia al mostaza. El cielo raso estaba recubierto de mosaicos acústicos. El mostrador tenía forma de L, y estaba cargado de bandejas marrones, manchadas con comidas.

La excelencia de los servicios clínicos del Memorial no incluía el servicio de restaurante. Lo primero que veía el desdichado cliente que entraba en la cafetería era la ensalada, con la lechuga tan fresca como una toalla de papel usada. Para intensificar el aspecto desagradable, las ensaladas estaban apiladas una sobre la otra.

En el mostrador había comidas calientes de aspecto misterioso. Había tantas cosas con el mismo sabor que era imposible distinguirlas. Lo único identificable eran las zanahorias y el choclo. Las zanahorias tenían su característico sabor desagradable; el choclo no tenía absolutamente ningún sabor.

Alrededor de las dos menos cuarto de la tarde la cafetería quedaba totalmente vacía. Los pocos que quedaban sentados a las mesas eran en su mayoría empleados de cocina, que descansaban después del tumulto del almuerzo. A pesar de lo mala que era la comida, la cafetería tenía mucho público, porque ejercía un monopolio. Pocos de los que pertenecían al complejo hospitalario se tomaban más de treinta minutos para almorzar, de manera que simplemente no tenían tiempo de comer nada afuera.

Susan tomó una ensalada, pero después de echar una mirada a la lechuga marchita volvió a colocarla en su lugar. Bellows fue directamente al área de los sándwichs y tomó uno.

—No pueden hacerle gran cosa a un sándwich de atún —le dijo a Susan.

Susan observó los platos calientes y siguió adelante. Imitando el ejemplo de Bellows, tomó un sándwich de atún.

—Vamos —indicó Bellows—, no tenemos mucho tiempo.

Sintiéndose como una cleptómana por el hecho de no pagar, Susan siguió a Bellows a una mesa y se sentó. El sándwich era espantoso. El atún estaba aguado y el pan húmedo. Pero era comida, y Susan estaba hambrienta.

—Tenemos una clase a las dos —masculló Bellows después de dar un gran mordisco al sándwich—, de manera que coma bien.

—Mark…

—¿Sí? —Mark terminó su leche de un solo trago. Comía a una velocidad de campeón olímpico.

—Mark, a usted no le molestaría si yo no asistiera a su primera conferencia sobre cirugía, ¿verdad? —Susan parpadeaba rápidamente.

Bellows se detuvo con la segunda mitad del sándwich en camino a su boca y miró a Susan. Se le ocurrió que la muchacha coqueteaba con él, pero enseguida se dijo que no.

—¿Molestarme? No. ¿Por qué me lo pregunta? —Bellows tenía la impresión de que lo estaban manejando, y que no podía resistirse.

—Es que creo que no podría sentarme a escuchar una clase —explicó Susan abriendo su cartón de leche—. Estoy muy afectada por el asunto de Berman… «Asunto» no es la palabra correcta. Pero de veras estoy muy tensa; no podría asistir a una clase. Si estoy en movimiento me sentiré mejor. Pensaba ir a la biblioteca y leer algo sobre complicaciones de la anestesia. Así comenzaré mi «pequeña» investigación y a la vez me quitaré de la cabeza la mañana que he pasado hoy.

—¿Le gustaría hablar de eso? —preguntó Bellows.

—No, ya se me pasará, de veras. —Susan se sorprendió y se conmovió ante esta repentina calidez.

—La clase no es imprescindible. Es una especie de introducción que hará uno de los profesores eméritos. Después de eso yo pensaba que ustedes, los estudiantes, vinieran a la sala a conocer a sus pacientes.

—Mark…

—¿Qué?

—Gracias.

Susan se puso de pie, sonrió a Bellows y se fue.

Bellows se puso la segunda mitad del sándwich de atún en la boca y lo masticó del lado derecho, luego del lado izquierdo. Ni siquiera estaba seguro del motivo del agradecimiento de Susan. La miró cruzar la cafetería y depositar su bandeja en el mostrador. Se llevó con ella el sándwich sin terminar, y la leche. Desde la puerta saludó a Bellows. Bellows le respondió levantando la mano, pero aún no la había bajado cuando Susan desapareció.

Bellows miró a su alrededor con recelo, para comprobar si alguien lo había visto levantar la mano. La colocó nuevamente sobre la mesa y pensó en Susan. Tenía que admitir que la muchacha lo atraía de una manera refrescante, elemental, recordándole lo que sentía a los comienzos de su carrera social: una excitación, una inquietante impaciencia. Tuvo algunas fantasías amorosas con Susan como objeto. Pero enseguida se reprimió calificándose de chiquillo.

Bellows agotó la leche con otro enorme sorbo y llevó las cosas al carrito de residuos. Al salir se preguntó si se animaría a invitar a salir a Susan. Había dos problemas. Uno era la residencia y Stark. Bellows no tenía idea de cómo reaccionaría el jefe si se enteraba de que uno de sus residentes salía con una de las estudiantes que le habían asignado. Bellows no estaba seguro de si esa preocupación era racional o no. No sabía si Stark prefería a los residentes casados. Eso de que se podía confiar más en los casados era una tontería, pensaba Bellows. Pero no había muchas esperanzas de mantener en secreto una relación entre él y una estudiante. Stark lo sabría y podía resultar mal. El segundo problema era Susan misma. Era una chica despierta, sin ninguna duda. Pero ¿sería cálida? Bellows no lo sabía. Quizás estaba demasiado exigida, o intelectualizada, o era demasiado ambiciosa. Lo último que Bellows deseaba era dedicar su escaso tiempo libre a alguna víbora fría y castradora.

¿Y él mismo? ¿Podría mantener una relación con una muchacha que trabajaba en su campo, aunque fuera cálida y querible? Bellows había salido con algunas enfermeras, pero eso era distinto porque las enfermeras eran aliadas pero diferentes de los médicos. Bellows jamás había salido con una médica ni con una futura médica. De alguna manera la idea lo perturbaba.

Al salir de la cafetería Susan se orientó mucho mejor que hasta ese momento. Aunque no tenía idea de cómo iba a investigar el problema del coma prolongado después de la anestesia, sentía que representaba un desafío intelectual al que se podía responder aplicando los métodos científicos y el razonamiento. Por primera vez ese día tuvo la impresión de que sus dos primeros años en la carrera de medicina habían significado algo. Sus fuentes serían la literatura que encontrara en la biblioteca y las historias de los pacientes, en particular las de Greenly y Berman.

Cerca de la cafetería había un negocio de regalos. Era un lugar agradable, poblado y atendido por una serie de mujeres de clase media alta, vestidas con elegantes guardapolvos rosados. Las vidrieras del negocio daban al corredor principal del hospital y estaban entre columnas, lo cual daba al local el aspecto de un chalet de lujo en el medio del ajetreado hospital. Susan entró al negocio y pronto encontró lo que buscaba: un pequeño anotador de hojas sueltas y tapas negras. Deslizó la compra en un bolsillo de su guardapolvo y se encaminó a la unidad de Terapia Intensiva. Su punto de partida sería el caso de Nancy Greenly.

La unidad de Terapia Intensiva había vuelto a su calma anterior. La fuerte iluminación se había suavizado hasta volver al nivel que Susan recordaba de su primera visita. En el instante en que las pesadas puertas se cerraron tras ella, Susan sintió la misma ansiedad de antes, la misma sensación de incompetencia. Otra vez tuvo ganas de irse antes de que sucediera algo y le hicieran la más simple de las preguntas, y tuviera que contestar «no sé». Pero no se escapó. Ahora al menos tenía algo que hacer que le daba una cierta confianza. Quería la historia de Nancy Greenly.

Al mirar a la izquierda Susan vio que no había nadie junto a la cama de Nancy Greenly. Aparentemente habían rectificado el nivel de potasio y el corazón latía normalmente otra vez. Superada la crisis, todos se habían olvidado de Nancy Greenly y la dejaban volver a su propio infinito. Las complacientes máquinas retomaban el cuidado de sus funciones de tipo vegetal.

Atraída por una irresistible curiosidad, Susan se paró junto a Nancy Greenly. Tuvo que luchar para mantener a raya sus emociones y reducir al mínimo la transferencia de identificación. Al contemplar a Nancy Greenly, a Susan le resultaba difícil aceptar que estaba ante una cascara sin cerebro más bien que ante un ser humano dormido. Sintió deseos de sacudir nuevamente a Nancy por un hombro para que se despertara y pudieran hablar.

En cambio le tomó una muñeca. Susan notó la delicada palidez de la mano cuando cayó por su propio peso, sin vida. Nancy estaba completamente paralizada, completamente floja. Susan comenzó a pensar en la parálisis por destrucción del cerebro. Los circuitos reflejos de la periferia aún estarían intactos, por lo menos en alguna medida.

Susan tomó la mano de Nancy como si fuera a estrechársela y flexionó y extendió lentamente la muñeca. No encontró resistencia. Luego Susan flexionó con fuerza la muñeca, hasta el límite, de manera que los dedos casi tocaban el antebrazo. Ahora Susan sintió una inconfundible resistencia, sólo por un instante, pero de todas maneras definida. Probó con la otra muñeca, con el mismo resultado. De manera que Nancy Greenly no estaba totalmente fláccida. Susan experimentó una especie de placer intelectual: la alegría irracional de un hallazgo positivo.

Susan encontró un martillo para probar los reflejos de los tendones. Era de goma roja, con mango de acero inoxidable. Sus compañeros lo habían usado con ella, y ella con sus compañeros en las clases de diagnóstico físico, pero jamás lo habían empleado con un paciente. Susan trató con torpeza de provocar un reflejo dando golpecitos en la muñeca derecha de Nancy Greenly. Nada. Pero Susan no sabía exactamente dónde golpear. Retiró la sábana del lado derecho y golpeó bajo la rodilla. Nada. Flexionó la pierna con la mano derecha y volvió a golpear. Nada todavía. De las clases de neuroanatomía, Susan recordaba que el reflejo que buscaba provenía de un brusco estiramiento del tendón. De manera que extendió aún más la pierna de Nancy Greenly y volvió a golpear. El músculo del muslo se contrajo en forma casi imperceptible. Susan probó otra vez, obteniendo un reflejo que no era más que un leve endurecimiento del músculo fláccido. Susan probó con la pierna izquierda, con el mismo resultado. Nancy Greenly tenía reflejos débiles pero definidos, y eran simétricos.

Susan trató de recordar otras partes del examen neurológico. Recordaba las pruebas del nivel de conciencia. En el caso de Nancy Greenly la única prueba sería la reacción al estímulo del dolor. Pero al pellizcar el tendón de Aquiles de Nancy, no hubo respuesta por más que apretara. Sin ninguna otra razón específica que la de pensar que la sensación de dolor sería más fuerte cuanto más se acercara al cerebro, Susan pellizcó el muslo de Nancy y enseguida se apartó, aterrorizada. Susan pensó que Nancy se estaba incorporando porque se le endureció el cuerpo, estiró los brazos y los rotó hacia adentro en una penosa contracción. Su mandíbula hizo un movimiento completo de masticación, casi como si se estuviera despertando. Pero todo eso pasó y Nancy Greenly volvió a la flaccidez con la misma brusquedad con que había salido de ella. Con los ojos desorbitados, Susan había retrocedido hasta la pared. No tenía idea de lo que había hecho, ni de cómo lo había hecho. Pero sabía que estaba experimentando en un área muy alejada de su capacidad y conocimientos actuales. Nancy Greenly había tenido un acceso de algún tipo, y Susan estaba inmensamente agradecida de que hubiese pasado pronto.

Con actitud culpable, Susan echó una mirada por la sala para ver si alguien la había estado observando. La alivió comprobar que no. También la alivió ver que el monitor cardíaco colocado sobre la cabecera de la cama seguía indicando un ritmo normal. No había contracciones prematuras.

Susan tenía la incómoda sensación de estar haciendo algo incorrecto, entrando en terreno prohibido, y que en cualquier momento recibiría un merecido castigo, que podía consistir en un nuevo paro cardíaco de Nancy. Susan decidió abandonar ya mismo el examen de pacientes, hasta haber adquirido los conocimientos necesarios.

Con gran esfuerzo por parecer tranquila, Susan se encaminó hacia el escritorio principal. Las cartillas de los pacientes se encontraban en un fichero de acero inoxidable fijado al escritorio. Con la mano izquierda comenzó a hacer girar el fichero que chirriaba en forma insoportable. Susan lo movió más lentamente. Seguía chirriando.

—¿Puedo ayudarla en algo? —preguntó June Shergwood a espaldas de Susan, quien se sobresaltó y retiró la mano como un niño a quien atrapan con la mano en el frasco de dulce.

—Quería la cartilla —respondió Susan, esperando oír palabras amargas de la enfermera.

—¿Qué cartilla? —La voz de Shergwood era agradable.

—La de Nancy Greenly. Estoy tratando de informarme sobre su caso para poder colaborar en su atención.

June Shergwood buscó en el fichero, y encontró la cartilla de Nancy Greenly.

—Tal vez le resulte más fácil concentrarse allí adentro —sugirió Shergwood señalando una puerta.

Susan le agradeció, contenta por la oportunidad de salir de allí. La puerta que indicaba Shergwood conducía a un pequeño ambiente con las paredes ocupadas por vitrinas con medicamentos, cerradas con llave. Un mostrador sobre tres lados de la habitación proporcionaba lugar para escribir. En la pared de la derecha había una pileta, y en el ángulo izquierdo la omnipresente máquina para hacer café.

Susan se sentó con la cartilla. Aunque no hacía dos semanas que Nancy Greenly estaba en el hospital, su cartilla era voluminosa. Era lo habitual en un caso de Terapia Intensiva. El complicado y constante cuidado generaba resmas enteras de papel.

Susan puso frente a ella los restos del sándwich de atún y la leche, y se sirvió un café. Luego tomó su cuaderno y separó varias páginas en blanco. Comenzó a trabajar. Sin ninguna práctica en el uso de la cartilla de un paciente, pasó varios minutos tratando de detectar la forma en que estaba organizada. Primero venía el índice, seguido de los gráficos de los signos vitales de la paciente. Luego la historia y el examen físico indicado para el día de su internación. El resto de la cartilla indicaba el desarrollo del caso, notas sobre la intervención y la anestesia, notas de las enfermeras, y los innumerables valores de laboratorio, informes de radiografía, y registros de diferentes pruebas y procedimientos.

Como no sabía lo que buscaba, Susan decidió tomar nota de todo lo que pudiera. En esta temprana etapa no había forma de saber cuál sería el dato importante. Comenzó con el nombre, la edad, el sexo y la raza de Nancy Greenly. Luego la somera historia médica que indicaba que Nancy Greenly había sido una persona sana. Había fragmentos de su historia familiar, incluida una referencia a una abuela que había tenido un ataque. La única enfermedad de alguna importancia sufrida por Nancy en el pasado era una mononucleosis cuando tenía dieciocho años, de la que aparentemente se recuperó sin problemas. El examen de los sistemas de Nancy, incluidos los sistemas cardiovascular y respiratorio, eran normales. Susan anotó los valores de laboratorio de los análisis preoperatorios de rutina: sangre y orina normales. También escribió los resultados de la prueba de embarazo: negativa; varios estudios sobre coagulación de la sangre, grupo sanguíneo, tipo de tejidos, radiografía de tórax, y electrocardiograma. También el perfil químico, que incluía una gran batería de análisis. Todos los informes de Nancy Greenly entraban perfectamente en los límites normales.

Susan comió lo que quedaba del sándwich de atún y lo hizo bajar con un sorbo de leche. Al volver las páginas de la sección quirúrgica y ubicar el registro de anestesia, vio la medicación preoperatoria: Demerol y Fenergan administrados por una enfermera a las 06:45 de la mañana en Beard 5. El tubo endotraqueal era número ocho. Pentotal, dos gramos por vía endovenosa a las 07:24. Halotano, óxido nitroso y oxígeno a partir de las 07:25; la concentración de halotano fue de un dos por ciento al principio, por vaporizador de temperatura compensada Fluotec. A los pocos minutos se redujo a un 1 por ciento. Las tasas de óxido nitroso y oxígeno fueron de tres litros y dos litros por minuto respectivamente. Para la relajación muscular se dio una dosis de dos centímetros cúbicos de succinilcolina al 0,2 por ciento a las 07:26 y una segunda dosis a las 07:40.

Susan tomó nota de que la presión arterial había descendido a las 07:48, después de mantenerse constante en 105/75. En ese punto el porcentaje de halotano se redujo a 1/2 por ciento, mientras que el óxido nitroso y el oxígeno variaban a dos y tres litros. La presión arterial subió a 100/60. Susan copió la información consignada en forma de gráfico en el registro de anestesia.

Pero desde allí en adelante el registro de anestesia se hizo difícil de descifrar. Por lo que Susan veía, la presión arterial y el pulso se mantuvieron en 100/60 y setenta por minuto respectivamente. Aunque las pulsaciones permanecieron estables, hubo alguna variación en el ritmo, pero el doctor Billing no la había descrito.

El registro decía que Nancy Greenly había sido trasladada del quirófano a la sala de recuperación a las 08:51. Se usó un estimulador nervioso oscilante Bolck Ade para probar el funcionamiento de los nervios periféricos de Nancy. Al principio se sospechó que no había podido metabolizar la dosis adicional de succinilcolina. Pero se detectó función nerviosa en ambos nervios cubitales, lo cual significaba que el problema era más bien central, del cerebro.

En la hora siguiente se administró a Nancy Greenly cuatro miligramos de Narcan para excluir la posibilidad de que tuviera una hipersusceptibilidad idiosincrática a su narcótico preoperatorio. No hubo respuesta. A las 09:15 se le dio neostigmina de 2,5 miligramos para ver si el bloqueo de sus nervios y por lo tanto su parálisis, se debían a un bloqueo como el producido por el curare a pesar del resultado de la prueba del estimulador nervioso. También se le dieron dos unidades de plasma fresco con actividad documentada de colinesterare para tratar de eliminar toda la succinilcolina que hubiera quedado. El único resultado de todas estas medidas fueron algunas ligeras contracciones musculares, pero no una verdadera respuesta.

El registro de anestesia terminó con esta simple enunciación escrita de puño y letra por el doctor Billing: «Demora en la recuperación de la conciencia postanestesia; causa desconocida».

Luego Susan volvió al informe operativo dictado por el doctor Major:

FECHA: 14 de febrero de 1976.

DIAGNOSTICO PREOPERATORIO: hemorragia uterina disfuncional.

DIAGNOSTICO POSTOPERATORIO: el mismo.

CIRUJANO: doctor Major.

ANESTESIA: general endotraqueal con halotano.

PERDIDA DE SANGRE ESTIMADA: 500 centilitros.

COMPLICACIONES: Demora en la recuperación de la conciencia después de concluida la anestesia.

PROCEDIMIENTO: Después de una medicación preoperatoria apropiada (Demerol y Fenergan) la paciente fue traída a la sala de operaciones y conectada al monitor cardíaco. Se le indujo anestesia general sin problemas utilizando un tubo endotraqueal. El perineo fue preparado y expuesto en la forma habitual. Un examen bimanual reveló ovarios y anexos normales y útero anteroflexionado. Se colocó y aseguró un espéculo # Pederson en la vagina. Se examinó el cuello y resultó normal. Se sondeó el útero a cinco centímetros con un Simpson. La dilatación cervical se realizó con cuidado y con un trauma mínimo. Los dilatadores cervicales # 1 a #4 pasaron con facilidad. Se introdujo una cureta # 3 Sime y se cureteó el endometrio. Se envió una muestra a laboratorio. La hemorragia era mínima al terminar el procedimiento. Se retiró el espéculo. En ese momento se advirtió que la paciente se estaba recuperando lentamente de la anestesia.

Susan descansó su mano fatigada dejando colgar el brazo al costado. Tenía el hábito de oprimir el lápiz con tanta fuerza que dificultaba la circulación de la sangre. Sintió dolor cuando la sangre volvió a las puntas de sus dedos. Antes de retomar el trabajo bebió varios sorbos de café.

El informe de patología decía que los raspados de endometrio tenían carácter proliferativo. Entonces se enunció el diagnóstico como hemorragia uterina anovulatoria con endometrio proliferativo. Eso no ofrecía ninguna clave.

Entonces Susan llegó a la página más interesante: la consulta neurológica inicial, firmada por una tal doctora Carol Harvey. Sin conocer el significado de lo que escribía, Susan copió la consulta lo mejor que pudo. La caligrafía era espantosa.

HISTORIA: La paciente es una mujer de veintitrés años, de raza blanca, internada en el hospital con un problema de (frase ilegible). Su historia médica y la de su familia no presentan desórdenes neurológicos significativos. El trabajo preoperatorio de la paciente (frase ilegible). Cirugía en sí sin inconvenientes y diagnóstico del resultado inmediato y buenas probabilidades de curación de dolencia actual. Sin embargo durante la cirugía se advirtieron algunos problemas con la presión arterial, y después de la cirugía una prolongada inconsciencia y aparente parálisis. Se excluye la posibilidad de una sobredosis de succinilcolina y/o halotano (toda la frase totalmente ilegible).

EXAMEN: Paciente en coma profundo que no responde cuando se le habla, ni a la luz, ni al dolor intenso. La paciente parece paralizada a pesar de que se obtienen huellas de reflejos en los tendones profundos de ambos bíceps y cuadríceps simétricamente. Tono muscular disminuido pero no totalmente fláccido. Aumento de suspensión. Ausencia de estremecimiento. Nervios craneanos: (frase ilegible)… pupilas dilatadas, no responden. Reflejo de la córnea, ausente. Estimulador nervioso: persistente a pesar de la función disminuida de los nervios periféricos. Fluido cerebro-espinal: punción no traumática, fluido claro, presión de apertura 125 mm de agua.

EEG: plano en todas direcciones:

IMPRESIÓN: (frase ilegible), (frase ilegible)… sin señales de localización… (frase ilegible)… coma debido a edema cerebral difuso es el diagnóstico principal. La posibilidad de un accidente vascular o derrame cerebral no puede excluirse sin una angiografía cerebral. Sigue existiendo la posibilidad de que uno de los agentes anestésicos haya provocado una respuesta idiosincrática, aunque yo creo… (frase ilegible). Una neumoencefalografía y/o un centellograma podrían ser útiles, pero creo que son más bien de interés académico en este difícil caso. El electroencefalograma con supresión de toda actividad organizada o de otro tipo, sin duda sugiere una extensa muerte o daño cerebral. Se ha observado el mismo cuadro en combinaciones de tranquilizante y alcohol, pero son sumamente raras. Sólo figuran tres casos en la literatura. Por el motivo que fuere, esta paciente ha sufrido un gran daño cerebral. No hay posibilidades de que esta paciente represente ningún síndrome neurológico degenerativo. Les agradezco mucho que me hayan permitido ver este muy interesante caso.

Doctora Carol Harvey, residente, Neurología.

Susan maldijo la caligrafía al observar todos los blancos que le habían quedado en su hoja. Tomó otro sorbo de café y volvió la página de la cartilla. En la página siguiente había otra nota de la doctora Harvey.

15 de febrero de 1975. Seguimiento por Neurología

Estado de la paciente = estacionario. Repetición del EEG = no hay actividad eléctrica.

Valores de laboratorio de fluido cerebro espinal todos dentro de los límites normales.

IMPRESIÓN: He discutido este caso con mi jefe y con los otros residentes de Neurología, quienes están de acuerdo en el diagnóstico de daño cerebral agudo que conduce a la muerte cerebral. Es también consenso general que el edema cerebral de la hipoxia aguda fue la causa inmediata del problema. La causa de la hipoxia fue probablemente algún tipo de accidente vascular cerebral debido tal vez a algún coágulo pasajero, a plaqueta, de fibrina, o a algún otro émbolo relacionado con el raspado del endometrio. Algún tipo de polineuritis idiopática aguda o vasculitis pueden haber representado un papel. Hay dos trabajos de interés al respecto:

«Polineuritis idiopática aguda: informe sobre tres casos», Australian Journal of Neurology, volumen 13, septiembre de 1973, p. 98-101.

«Coma prolongado y muerte cerebral después de la ingestión de píldoras para dormir en una mujer de dieciocho años», New England Journal of Neurology volumen 73, julio de 1974, p. 301-302.

Angiografía cerebral, neumoencefalografía, y centellograma son recomendables, pero en general se opina que los resultados serían normales.

Muchas gracias.

Doctora Carol Harvey.

Susan volvió a dejar caer su brazo fatigado después de copiar las extensas notas de neurología. Siguió leyendo la cartilla, pasando por alto las notas de las enfermeras, hasta llegar a los resultados de laboratorio. Había numerosos informes de radiografías, incluyendo una serie de radiografías del cráneo normales. Luego venían extensos informes químicos y de hematología, que Susan copió laboriosamente en sus páginas de cuaderno. Como todos los resultados eran esencialmente normales, Susan se concentró en buscar si había cambios entre los valores preoperatorios y postoperatorios. Sólo había un valor que entraba dentro de esta categoría; después de la operación Nancy Greenly exhibió un nivel alto de azúcar como si hubiera desarrollado una tendencia a la diabetes. Los electrocardiogramas seriados no fueron muy reveladores, aunque mostraron algunos cambios no específicos en las ondas S y segmentos ST después de la dilatación y curetaje. De todos modos no había electrocardiograma preoperatorio para comparar.

Al terminar Susan cerró la cartilla y se recostó en su asiento, estirando los brazos hacia el techo. Cuando ya no podía estirarse más, lanzó un gruñido y expiró el aire. Se inclinó a contemplar las ocho páginas de caligrafía menuda que había escrito. Sentía que no había avanzado en su investigación, pero tampoco esperaba gran cosa. No entendía una buena parte de lo que había copiado. Susan creía en el método científico y en el poder de los libros y el conocimiento. Para ella no había nada que sustituyera la información. Aunque no sabía mucho de medicina clínica, sentía que combinando el método con la información se podía resolver el problema que enfrentaba: por qué Nancy Greenly había caído en coma. Primero tenía que reunir todos los datos posibles de la observación; ése era el propósito de las cartillas. Luego tenía que entender los datos; para eso debía recurrir a la literatura. El análisis que conduce a la síntesis; pura magia cartesiana. Susan era optimista en esta etapa. Y no la arredraba el hecho de que no comprendía gran parte del material tomado de la cartilla de Nancy Greenly. Confiaba en que dentro de ese laberinto de información había puntos críticos que podían conducirla a la solución. Pero para verla Susan necesitaba más información, mucha más.

La biblioteca médica del hospital estaba en el segundo piso del edificio Harding. Después de múltiples recorridos equivocados, le indicaron a Susan una escalera que llevaba a la oficina de personal, y desde allí se pasaba a la biblioteca misma.

Se llamaba Nancy Darling Memorial Library; al entrar Susan pasó junto a un pequeño daguerrotipo de una matrona vestida de negro. En el marco había una plaqueta grabada: «En recuerdo de nuestra querida maestra Nancy Darling». Susan pensó que el nombre «Darling», con sus connotaciones amorosas, no le quedaba muy bien a esa severa figura. Pero era una hija de New England, cien por ciento.

Con la agradable calidez de los libros a su alrededor, Susan se sintió cómoda de inmediato en la biblioteca, en agudo contraste con sus sentimientos en la sala de Terapia Intensiva y en el hospital en general. Colocó su cuaderno en una mesa y se dispuso a trabajar. El centro de la sala, con su alto cielo raso, tenía grandes mesas de roble con sillas negras, académicas, de estilo colonial. Un extremo del salón estaba ocupado por una gran ventana que llegaba al techo, y que daba a un patio interno del hospital, con un cuadrado de césped anémico, un solo árbol sin hojas y una cancha de tenis. La red de la cancha colgaba flojamente, con la tristeza de la falta de uso invernal.

Los estantes con libros flanqueaban ambos lados de las mesas y estaban orientados en ángulo recto con respecto al eje más largo del salón. Una escalera de caracol de hierro forjado llevaba a la plataforma. En ese nivel los estantes de la derecha contenían libros, y los de la izquierda periódicos encuadernados. Contra la pared opuesta a la ventana se encontraba el fichero de caoba oscura.

Susan consultó el fichero y ubicó la zona de libros sobre anestesiología. Una vez en esa área examinó los lomos de los libros. No sabía prácticamente nada de anestesiología, de modo que necesitaba un buen libro introductorio. Le interesaban específicamente las complicaciones de la anestesia. Eligió cinco libros, el más promisorio de los cuales era uno intitulado: Complicaciones de la anestesia: reconocimiento y manejo.

Mientras llevaba los libros a la mesa donde había dejado su cuaderno, Susan vio su nombre en la pantalla de los llamados, con baja luminosidad, claramente seguido por el número 482.

Susan apoyó los libros en la mesa. Se volvió a mirar el teléfono. Luego miró la mesa, los libros y el cuaderno. Con las manos en el respaldo de la silla, Susan vacilaba. Se sentía desesperada por el conflicto entre su fuerte compulsión de cumplir con lo que se le ordenaba y la enorme atracción recién descubierta: investigar el problema del coma prolongado después de la anestesia. No era una elección fácil. Seguir los caminos aceptados le había dado buen resultado hasta ese momento. A ello le debía su posición actual. Y esa posición era particularmente importante para Susan por su sexo. Todas las mujeres que estudiaban medicina tendían a seguir una dirección más bien conservadora, simplemente porque eran una minoría y por lo tanto tenían la sensación de estar constantemente a prueba.

Pero luego Susan pensó en Nancy Greenly y en la unidad de terapia intensiva, y en Sean Berman en la sala de recuperación. No pensó en ellos como pacientes sino como personas. Pensó en sus tragedias personales. Y entonces supo lo que tenía que hacer. La medicina ya la había obligado a someterse a muchas cosas. Esta vez haría lo que juzgaba correcto, por lo menos durante un par de días, en forma intensiva.

—Que el 482 se vaya a la puta que lo parió —dijo en voz audible, sonriendo por la frase. Se sentó con decisión y abrió el libro sobre complicaciones de la anestesia. Cuanto más pensaba en Greenly y en Berman, más sentía que estaba actuando como debía.

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