Coma

Coma


Martes 24 de febrero » 08:05 horas

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08:05 horas

Al día siguiente, cuando sonó el timbre de la radio-despertador, a Susan le resultó terriblemente difícil salir de la tibieza y la comodidad de la cama. Por la radio pasaban una selección de Linda Ronstadt. Eso fue bueno porque Susan sintió un gran placer, y en lugar de apagar la radio se quedó acostada, dejándose invadir por los sonidos y el ritmo. Al terminar la canción Susan ya estaba totalmente despierta, y su mente comenzó a recorrer los acontecimientos del día anterior. La noche anterior, por lo menos hasta las tres de la madrugada, la había pasado profundamente concentrada en la gran pila de artículos, los libros sobre anestesiología, su propio texto de medicina interna y el de clínica neurológica. Había tomado enorme cantidad de notas, y su bibliografía había crecido a unos cien artículos que pensaba encontrar en la biblioteca. El proyecto se volvía más complejo, más exigente, pero a la vez más fascinante y absorbente. En consecuencia Susan estaba más decidida, y se daba cuenta de que tendría muchísimo que hacer ese día.

Pasó a gran velocidad por la rutina de ducharse, vestirse y desayunar. Durante el desayuno releyó algunas de sus notas, y comprendió que tendría que releer los últimos artículos que había leído la noche anterior.

La caminata hasta la parada del MBTA le reveló que el tiempo no había cambiado; Susan maldijo el hecho de que Boston estuviera situado tan al Norte. Afortunadamente encontró asiento en el viejo tren, y pudo desplegar una parte de la salida de la IBM. Quería controlar una vez más el número de casos que se sugerían allí.

—Cuánto me alegro de verte, Susan. ¡No me digas que hoy irás a la clase!

Susan levantó los ojos y vio la cara sonriente de George Niles, parado junto a ella.

—Nunca faltaría a la clase, George; tú lo sabes.

—Pero no fuiste a las visitas. Son más de las nueve.

—Podría decirte lo mismo. —El tono de Susan era entre amistoso y combativo.

—Se me informó en forma inapelable que debía presentarme en el Departamento de Salud de estudiantes para eliminar la posibilidad de que haya sufrido una fractura de cráneo durante la función de gala de ayer en la sala de operaciones.

—Pero estás bien, ¿verdad? —preguntó Susan con auténtica sinceridad y preocupación.

—Sí, estoy bien. Sólo que la herida de mi ego es difícil de curar. Pero el médico clínico dijo que el ego tendría que curarse solo.

Susan no pudo evitar reírse. Niles también se rió. El ómnibus paró frente a Northeastern University.

—Así que estás ausente la mitad de tu primer día de Cirugía en el Memorial, luego no haces las visitas al día siguiente… ¡muy bien, señorita Wheeler! —George adoptó una actitud seria—. No tardarás en postularte como la Estudiante de Medicina Fantasma del Año. Si insistes podrás batir el récord de Phil Greer en patología de segundo año.

Susan no contestó. Volvió a la salida de la IBM.

—Pero ¿en qué estás? —preguntó Niles, torciéndose en un intento de ver el contenido de la hoja.

Susan miró a Niles.

—Preparo mi discurso para recibir el Premio Nobel. Te lo contaría, pero tendrías que faltar a clase.

El tren entró en el túnel, comenzando su viaje subterráneo por la ciudad. La conversación se volvió imposible. Susan retomó la salida de la IBM. Quería estar perfectamente segura de las cifras.

Por los consultorios privados, el Beard 8 se parecía al Beard 10. Susan atravesó el corredor, deteniéndose ante la habitación 810. En la puerta había una inscripción en letras negras sobre la caoba vieja pero pulida: «Departamento de Medicina, profesor J. P. Nelson».

Nelson era jefe de medicina clínica, contraparte de Stark, pero vinculado con la medicina interna y sus especialidades. Nelson era también una figura poderosa en el centro médico, pero no tan influyente como Stark, ni tan dinámico, y como recolector de fondos no podía comparársele. No obstante, a Susan le costó un cierto esfuerzo aproximarse a esta figura olímpica. Con alguna vacilación empujó la puerta de caoba y se enfrentó con una secretaria con anteojos de armazón metálico y agradable sonrisa.

—Mi nombre es Susan Wheeler. Llamé hace unos minutos para ver al doctor Nelson.

—Sí, cómo no. ¿Usted es una de nuestros estudiantes de medicina?

—Así es —replicó Susan, no muy segura de lo que quería decir el «nuestros» en ese contexto.

—Tiene suerte, señorita Wheeler. El doctor Nelson está aquí en estos momentos. Además creo que la recuerda de alguna clase… Estará con usted enseguida.

Susan le agradeció y fue a sentarse en una de las sillas de la sala de espera, negra y dura. Sacó su cuaderno para volver a estudiar sus notas, pero en cambio se puso a observar la habitación, a la secretaria, y a pensar en el estilo de vida que eso significaba para el doctor Nelson. Dentro del sistema de valores de la facultad de Medicina, ese cargo representaba el triunfo final de años de esfuerzo e incluso de buena suerte. Precisamente la clase de suerte que Susan creía que podía brindarle su búsqueda actual. Todo lo que se necesitaba era un golpe de suerte, y se abrían todas las puertas.

La fantasía de Susan se quebró cuando se abrió la puerta que comunicaba con la oficina interna. Por ella salieron dos médicos con guardapolvo blanco, que continuaban una conversación comenzada antes. Por fragmentos que logró captar, Susan se enteró que hablaban de la enorme cantidad de drogas encontradas en un armario en la sala de médicos del pabellón de cirugía. El más joven de los dos hombres estaba muy agitado y hablaba en un susurro cuyo nivel de sonido era más o menos igual que el del habla común. El otro hombre tenía el porte majestuoso del médico maduro, con sus ojos tranquilos e inteligentes, abundantes cabellos grises y sonrisa consoladora. Susan supo que ése era el doctor Nelson. Parecía tratar de calmar al otro con palabras de consuelo y palmaditas en el hombro. Una vez que se hubo marchado el otro médico, el doctor Nelson se volvió hacia Susan y le indicó con un gesto que lo siguiera.

El despacho de Nelson era una montaña de artículos de revistas, libros en desorden e infinidad de cartas. Era como si un huracán hubiera barrido la habitación años atrás sin que nadie hubiera hecho jamás esfuerzo alguno por reparar el desastre. El moblaje consistía en un gran escritorio y un viejo sillón de cuero cuarteado que crujió cuando el doctor Nelson dejó caer su peso sobre él. Frente al escritorio había dos pequeñas sillas de cuero. El doctor Nelson indicó a Susan con un gesto que se ubicara en una de ellas, mientras tomaba una de sus pipas y un estuche de tabaco del escritorio. Antes de llenar la pipa la golpeó varias veces contra la palma de su mano izquierda. Las pocas cenizas que aparecieron fueron descuidadamente arrojadas al suelo.

—Ah, sí, señorita Wheeler —comenzó el doctor Nelson, examinando una tarjeta que tenía ante sí—. La recuerdo muy bien del curso de diagnóstico físico. Usted venía de Wellesley.

—De Radcliffe.

—Radcliffe, claro. —El doctor Nelson corrigió su tarjeta—. ¿En qué podemos ayudarla?

—No sé bien cómo empezar. El caso es que ha llegado a interesarme mucho el problema del coma prolongado, y he comenzado a investigarlo.

El doctor Nelson se reclinó en su asiento, con nuevos crujidos agónicos del tapizado. Juntó los dedos.

—Qué bien. Pero el coma es un tema muy vasto, y lo más importante es que es un síntoma más que una enfermedad en sí. Lo que importa es la causa del coma. ¿Cuál es la causa de coma que a usted le interesa?

—No lo sé. En síntesis, es por eso que me interesa el tema. Me interesa el tipo de coma que sobreviene sin que se encuentren las causas.

—¿Está usted trabajando con pacientes de la sala de guardia o con pacientes internados? —preguntó el doctor Nelson con la voz levemente cambiada.

—Con pacientes internados.

—¿Se refiere usted a los pocos casos que han ocurrido en Cirugía?

—Si usted llama pocos a siete casos.

—Siete. —El doctor Nelson chupaba intensamente su pipa—. Creo que es una estimación un poco alta.

—No es una estimación. Hubo seis casos anteriores en Cirugía. Ahora hay otro caso arriba, intervenido ayer, que parece entrar en la misma categoría. Además hubo por lo menos cinco casos más en el piso de medicina clínica, en pacientes internados por algún otro problema sin ninguna relación con el coma.

—¿De dónde sacó esa información, señorita Wheeler? —preguntó el doctor Nelson con un tono de voz completamente diferente. Había desaparecido la calidez inicial. Sus ojos miraban a Susan sin pestañear. Susan no advertía este cambio en la actitud aparente.

—Obtuve esa información de esta salida de computadora. —Susan se inclinó hacia adelante y le entregó la hoja al doctor Nelson—. Los casos que le he mencionado están marcados con tinta amarilla. Verá usted que no hay error. Además, esto sólo representa los casos de coma del último año. No sé cuál era la incidencia antes, y creo que sería esencial obtener información año por año. De ese modo se sabría si se trata de un problema estático o si va en aumento. Y quizás lo más importante, o por lo menos igualmente importante, es que tengo la sensación de que una serie de muertes repentinas aquí en el Memorial pueden atribuirse a la misma categoría desconocida. Creo que para eso también sería útil la computadora. De todos modos, es de esto que quería hablar con usted. Quería saber si usted me ayudaría en este esfuerzo. Lo que necesito es permiso para usar la computadora siempre que lo requiera, y la oportunidad de ver las historias clínicas que se han hecho de esos pacientes en el hospital. Vine a consultarlo a usted porque tengo la sensación intuitiva de que esto representa algún problema médico desconocido.

Una vez presentado su caso, Susan se apoyó en el respaldo de su silla. Sentía que había expuesto el asunto en forma correcta y completa; si el doctor Nelson estaba interesado, sin duda tenía suficiente material como para tomar una decisión.

El doctor Nelson no habló de inmediato. En cambio se quedó mirando a Susan; luego estudió la salida, mientras daba rápidas y breves chupadas a su pipa.

—Esta información es muy interesante, señorita. Por supuesto yo conocía el problema. Sin embargo hay otras implicancias en las estadísticas, y puedo asegurarle que esta incidencia aparentemente alta sucede porque… bien, francamente… fue una suerte que en los últimos cinco o seis años no tuviéramos esos casos. Las estadísticas son desconcertantes, de todas maneras… y sin duda eso parece ser lo que ocurre actualmente. En cuanto a su pedido, me temo que no podré complacerla. Seguramente usted comprende que uno de los principales problemas cuando establecimos nuestro Banco central de información por computadora fue la creación de garantías adecuadas con respecto al carácter confidencial de la mayor parte de los datos almacenados. Me es imposible darle una autorización total. En realidad, este tipo de empresa es… yo diría… mmmm… está más allá… o por encima de lo que un estudiante de medicina de su nivel está equipado para manejar. Creo que sería beneficioso para todos, y para usted incluida, que limite sus intereses de investigación a proyectos más científicos. Creo que puedo encontrarle una vacante en nuestro laboratorio de hígado, si le interesa.

Susan estaba tan acostumbrada a recibir estímulo en sus propuestas de estudio, que la respuesta negativa del doctor Nelson la tomó totalmente desprevenida. No sólo no estaba interesado, sino que además trataba de disuadir a Susan de su proyecto.

Susan vaciló, luego se puso de pie.

—Muchas gracias por su ofrecimiento. Pero he llegado a profundizar tanto en este problema que creo que continuaré estudiándolo durante un tiempo.

—Como quiera, señorita Wheeler, pero, lamentablemente, yo no puedo ayudarla.

—Gracias por el tiempo que me ha dedicado —dijo Susan, extendiendo la mano hacia la salida de la computadora.

—Me temo que ya no podrá usar esta información —replicó el doctor Nelson interponiendo su mano entre la de Susan y la salida de la computadora.

Susan mantuvo la mano extendida durante un segundo de indecisión. Nuevamente el doctor Nelson la había atrapado fuera de guardia con una respuesta inesperada. Parecía absurdo que tuviera el coraje de confiscarle el material que ella ya poseía.

Susan no dijo una palabra más y evitó mirar al doctor Nelson. Reunió sus cosas y se retiró. El doctor Nelson tomó inmediatamente el teléfono e hizo un llamado.

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