Coma

Coma


Martes 24 de febrero » 11:00 horas

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11:00 horas

Susan comenzó a andar más despacio, evitando las expresiones curiosas de las personas que estaban en el corredor. Temía que sus emociones pudieran leerse en su cara como en un libro abierto. Generalmente cuando lloraba o estaba a punto de llorar, los párpados se le ponían muy rojos. Aunque sabía que no iba a llorar ahora, se habían realizado todas las conexiones neurológicas necesarias para ello. Si algún conocido se hubiera cruzado con ella y le hubiera preguntado: «¿Qué te pasa, Susan?», probablemente se habría echado a llorar. Por eso quería estar un rato sola. En ese momento se sentía más enojada y frustrada, a medida que se disipaba el miedo generado por el enfrentamiento con Harris. El miedo parecía tan fuera de lugar en el contexto de un encuentro con uno de sus superiores profesionales, que Susan se preguntó si no estaría delirando. ¿Realmente había enojado a Harris hasta el punto de que él tenía que contenerse para no agredirla físicamente? ¿De veras habría estado a punto de pegarle, como ella temió, cuando él salió de su lugar detrás del escritorio? La idea le parecía ridícula; a Susan le resultaba difícil creer que se hubiera llegado a ese extremo. Sabía que nunca conseguiría hacerle creer a nadie lo que había sentido. Le recordó la situación con el capitán Queeg en El motín del Caine.

Las escaleras fueron el único refugio que se le ocurrió; empujó las puertas de metal. Se cerraron rápidamente tras ella, separándola de las crudas luces fluorescentes y las voces. La única lamparita incandescente que tenía sobre la cabeza brillaba con más calidez, y el silencio la tranquilizó.

Susan seguía apretando en su mano el cuaderno de notas y la lapicera a bolilla. Rechinando los dientes, y lanzando una maldición en voz tan alta que le respondió el eco, arrojó el cuaderno y la lapicera por la escalera hasta el siguiente descanso. El cuaderno saltó sobre un escalón, luego cayó de plano, con la tapa hacia abajo. Siguió su camino deslizándose por el piso del descanso y chocó contra la pared. Allí quedó, abierto e intacto. La lapicera siguió cayendo por los escalones y el ruido que seguía produciendo indicó que bajaba hasta las entrañas del hospital.

Aunque no era muy cómodo, Susan se sentó en el escalón más alto, apoyó los pies en el siguiente, y sus rodillas quedaron en ángulos muy agudos. Con los codos en las rodillas, cerró fuertemente los ojos. Mucho de su experiencia de las relaciones con los demás en la carrera de Medicina se había reafirmado en este breve período en el Memorial. Jefes, instructores y profesores reaccionaban ante Susan en una forma que variaba impredeciblemente de la aceptación a la hostilidad. En general la hostilidad era más pasiva que la de Harris; la reacción de Nelson era más típica. Nelson fue amistoso al principio; luego adoptó una postura obstructora. Susan tenía una sensación muy conocida, que había descubierto desde los comienzos de su carrera; era una paradójica soledad. Aunque siempre estaba rodeada de personas que reaccionaban ante ella, se sentía aparte. Ese día y medio en el Memorial no era un comienzo auspicioso para sus años de medicina clínica. Aún más que durante sus primeros días en la facultad de Medicina, tenía la impresión de haber entrado en un club de hombres: era una extraña forzada a adaptarse, a negociar.

Susan abrió los ojos y miró su cuaderno tirado en el descanso de la escalera. Arrojarlo la había liberado de algunas frustraciones, y en cierta medida se sentía aliviada. Volvía el control. A la vez la sorprendió el aspecto infantil del gesto. No era propio de ella. Tal vez, en última instancia, Nelson y Harris tenían razón. Una estudiante de medicina de los primeros niveles no era la persona adecuada para hacerse cargo de un problema clínico tan importante. Y quizás su exagerada sensibilidad era un obstáculo típico de su sexo. ¿Un hombre habría respondido de la misma manera a la reacción de Harris? ¿Era ella más emotiva que sus compañeros hombres? Susan pensó en Bellows, en su actitud serena y objetiva, en la forma en que se concentraba en los iones de sodio mientras ocurría una tragedia. El día anterior a Susan no le había parecido bien esa conducta, pero ahora, soñando despierta en la escalera, ya no estaba tan segura. ¿Lograría ella semejante grado de desafectivización, si era necesario?

Una puerta que se abrió en alguna parte, mucho más arriba, hizo que Susan se pusiera de pie. Se oyeron algunos pasos atenuados y apresurados en la escalera de metal, luego el sonido de una puerta, y volvió el silencio. Las desnudas paredes de cemento de las escaleras, combinadas con las curiosas manchas longitudinales de color de herrumbre acentuaron la sensación de aislamiento de Susan. Con movimientos lentos descendió hasta donde se encontraba su cuaderno. Por casualidad estaba abierto en la página donde había copiado la cartilla de Nancy Greenly. Susan levantó el cuaderno, y leyó su propia escritura: «Edad, 23 años, raza blanca, historia médica anterior negativa excepto una mononucleosis a la edad de dieciocho años». De inmediato la mente de Susan evocó la imagen de Nancy Greenly, su palidez fantasmal, allí tendida en la unidad de Terapia Intensiva. «Edad, veintitrés años», repitió Susan en voz alta. Le volvieron de golpe los sentimientos de la identificación. Nuevamente experimentó el compromiso de investigar los casos de coma hasta el límite de sus posibilidades a pesar de Harris, a pesar de Nelson. Sin preguntarse por qué, sintió el fuerte impulso de ver a Bellows. En un solo día sus sentimientos por él habían girado ciento ochenta grados.

—Susan, por Dios, ¿aún no estás satisfecha? —Con los codos sobre la mesa, Bellows apoyó las palmas de sus manos en las mejillas para masajearse los ojos cerrados. Sus manos rotaron, y se puso los dedos detrás de las orejas. Con la cara entre las manos miró a Susan, que estaba sentada frente a él en el bar del hospital. Era un lugar de aspecto relativamente agradable con equipamiento moderno de estilo indefinido. Era para los visitantes del hospital, pero a veces también lo frecuentaba el personal. Los precios eran más altos que los de la cafetería, pero la calidad de lo que servían era mejor. A las once y media estaba repleto, pero Susan encontró una mesa en un rincón y le hizo una señal a Bellows. Estaba contenta de que él aceptara verla de inmediato.

—Susan —continuó Bellows después de una pausa—, tienes que abandonar esta cruzada autodestructiva. Es un suicidio seguro. Escucha: hay algo absoluto en la carrera de medicina: o nadas con la corriente o te ahogas. Yo he aprendido eso. Dios mío, ¿cómo se te ocurrió ir a ver a Harris, después de lo sucedido ayer?

Susan sorbía su café en silencio, con los ojos puestos en Bellows. Quería que Bellows siguiera hablando porque le hacía bien; daba la impresión de que le importaba Susan. Pero además quería que él participara en la empresa, si era posible. Bellows sacudió la cabeza mientras bebía el café.

—Harris es poderoso, pero no es omnipotente aquí —agregó Bellows—. Stark puede dar contraórdenes a cualquier cosa que decida Harris, si tiene razones para ello. Stark recolectó la mayor parte del dinero para construir el hospital: millones. De manera que la gente lo escucha. Entonces, no le des razones. ¿Por qué no finges ser una estudiante de medicina común y corriente durante unos días? ¡Yo mismo lo necesito! ¿Sabes quién estuvo esta mañana para darles la bienvenida a ustedes, los estudiantes? Stark. Y lo primero que quiso saber es por qué sólo había tres de los cinco que deberían ser. Bien, le dije (estúpido de mí) que los había llevado a ver un caso en el primer día de ustedes en el hospital, y que uno se había desmayado y se había golpeado la cabeza al caer. Te imaginas cómo lo recibió. Y luego no se me ocurrió nada apropiado para decir de ti. Entonces dije que estabas haciendo una investigación bibliográfica sobre el coma postanestesia. Pensé que como no podía inventar ninguna buena mentira, más valía decirle la verdad. Bien, enseguida supuso que fue idea mía iniciarte en el proyecto. No puedo repetirte lo que me respondió. Es suficiente que te pida que te comportes como una estudiante de medicina normal. Te he defendido hasta el punto de perjudicarme yo mismo.

Susan sintió la necesidad de tocar a Bellows, de darle un abrazo reconfortante, de persona a persona. Pero no lo hizo, sino que se puso a juguetear con la cucharita de café, con la cabeza gacha. Luego miró a Bellows.

—Realmente lamento haberte causado dificultades, Mark. De veras. No necesito decirte que no fue intencional. Soy la primera en admitir que todo se me fue de las manos tan rápidamente que parece brujería. Comencé con el asunto por una fuerte crisis emocional. Nancy Greenly tiene la misma edad que yo, y yo he tenido algunas irregularidades en mis períodos, probablemente como las de ella. No puedo evitar sentir cierto… cierto parentesco con ella. Y luego Berman… qué endemoniada coincidencia. A propósito, ¿le hicieron un electroencefalograma a Berman?

—Sí. Absolutamente plano. No tiene cerebro.

Susan examinó el rostro de Bellows en busca de alguna respuesta, alguna señal de emoción. Bellows levantó la taza hasta sus labios y tomó un sorbo de café.

—¿No tiene cerebro?

—No.

Susan se mordió el labio inferior y miró su taza. En la superficie flotaban unos círculos aceitosos. En cierta medida esperaba esa noticia, pero de todos modos la sacudió y luchó con su mente, suprimiendo la emoción lo mejor que pudo.

—¿Estás bien? —preguntó Bellows, alzando suavemente el mentón de Susan con sus manos.

—No me digas nada por un segundo —replicó Susan, sin atreverse a mirarlo. Lo último que deseaba hacer era llorar, y si Bellows persistía, lloraría. Bellows colaboró volviendo a su café, sin apartar los ojos de Susan.

Momentos después Susan levantó la cara; sus párpados estaban ligeramente enrojecidos.

—Sea como fuere —continuó Susan, evitando que su mirada se encontrara con la de Bellows—, comencé con una especie de compromiso emocional, pero enseguida se mezcló con un compromiso intelectual. Realmente creí que había dado con algo… una nueva enfermedad, o complicación de la anestesia, o síndrome… algo, no sé qué. Pero luego hubo otro cambio. El problema se hizo más grande de lo que yo imaginaba inicialmente. Hubo casos de coma en los sectores de medicina clínica, además de haberlos en Cirugía. Y además esas muertes de que tú me hablaste. Sé que piensas que es una locura, pero yo creo que están relacionados, y el patólogo dijo que hubo muchos de esos casos. Mi intuición me dice que en esto hay algo más, algo más… no sé cómo explicarlo… si llamarlo sobrenatural o llamarlo siniestro…

—Ah, ahora la paranoia —dijo Bellows, asintiendo con la cabeza con aire burlón.

—No puedo evitarlo, Mark. Hubo algo muy extraño en las reacciones de Nelson y Harris. Debes admitir que la reacción de Harris fue completamente inapropiada.

Bellows se dio golpecitos en la frente con la mano.

—Susan, tú has estado mirando antiguas películas de horror, ¿verdad? Confiésalo, Susan, confiésalo, o creeré que estás con un brote psicótico. Esto es absurdo. ¿Qué sospechas, que hay alguna fuerza siniestra que difunde el mal, o algún asesino demente que odia a la gente que tiene problemas médicos sin importancia? Susan, si vas a hacer hipótesis con tanta abundancia y creatividad, busca ideas con fundamento. Un asesino loco estaba bien para Hollywood y George C. Scott en «Hospital», para crear una atmósfera de misterio… pero como realidad es un poco rebuscado. Es verdad que la actuación de Harris fue un poco extraña, no hay duda. Pero al mismo tiempo yo creo que podría encontrar alguna explicación razonable para su conducta poco razonable.

—¿A ver?

—Bien, creo que a Harris le afecta mucho este problema del coma. Al fin y al cabo es su departamento el que tiene que enfrentar la responsabilidad. Y hete aquí que llega una joven estudiante de medicina para lastimarlo donde más le duele. Creo que es comprensible que un individuo pierda los límites en esa situación.

—Harris hizo algo más que perder los límites. Ese loco salió de detrás del escritorio con intención de pegarme.

—Quizás tú lo excitaste.

—¿Cómo?

—Además de todo lo que te he dicho puede haber tenido una reacción sexual hacia ti.

—¡Vamos, Mark!

—Hablo en serio.

—Mark, ese tipo es un médico, un profesor, un jefe de sección.

—Eso no excluye la sexualidad.

—Ahora tú dices cosas absurdas.

—Hay muchos médicos que dedican tanto tiempo a las tensiones y problemas de su profesión que no logran resolver adecuadamente las crisis sociales corrientes de la vida. Socialmente hablando los médicos no son muy equilibrados, por decir algo.

—¿Lo dices por ti mismo?

—Posiblemente. Susan, sabrás que eres una muchacha muy seductora.

—Vete a la mierda.

Bellows miró a Susan, estupefacto. Luego echó una mirada a su alrededor, para ver si alguien escuchaba la conversación. No olvidaba que estaban en el bar. Tomó un sorbo de café y contempló a Susan unos momentos. Ella le devolvió la mirada.

—¿Por qué dijiste eso? —preguntó Bellows en voz más baja.

—Porque te lo merecías. Ya estoy un poco cansada de esos estereotipos. Cuando dices que soy seductora estás implicando que quiero seducir. Créeme que no es así. Si algo me ha hecho la medicina, es destruir mi imagen de mí misma como convencionalmente femenina.

—Bien, tal vez elegí mal la palabra. No quise decir que era culpa tuya. Eres una muchacha atractiva…

—Hay una enorme diferencia entre decir que alguien es seductora o que es atractiva.

—Bueno, quise decir atractiva. Sexualmente atractiva. Y hay personas para quienes es difícil manejar eso. Pero yo no quería entrar en una discusión, Susan. Tengo que irme. Hay un caso dentro de quince minutos. Si te parece podemos seguir hablando esta noche, durante la cena. Siempre que aún quieras cenar conmigo… —Bellows comenzó a incorporarse, tomando su bandeja.

—Claro, con mucho gusto.

—Entre tanto, ¿tratarás de comportarte normalmente?

—Me falta hacer una jugada.

—¿Cuál?

—Stark. Si él no me ayuda, tendré que abandonar el intento. Si nadie me apoya fracasaré con toda seguridad, a menos que tú quieras obtener esa información de la computadora.

Bellows volvió a colocar la bandeja sobre la mesa.

—Susan, no me pidas que haga nada por el estilo, porque no puedo. En cuanto a Stark, Susan, estás loca. Te hará pedazos. Harris es una alhaja comparado con Stark.

—Es un riesgo que debo correr. Seguramente es menos peligroso que someterse a una intervención de cirugía menor aquí en el Memorial.

—Eso no es justo.

—¿Justo? Qué palabra has elegido. ¿Por qué no le preguntas a Berman si cree que es justo?

—No puedo.

—¿No puedes? —Susan hizo una pausa, esperando la explicación de Bellows. Susan no quería pensar en lo peor, pero lo peor volvía a ella en forma automática. Bellows se encaminó al mostrador sin decir palabra.

—¿Todavía está vivo, verdad? —preguntó Susan con un acento de desesperación en la voz. Se levantó y siguió a Bellows.

—Si a ese corazón que late lo llamas estar vivo, sí, está vivo.

—¿Está en la sala de recuperación?

—No.

—¿En la unidad de Terapia Intensiva?

—No.

—Bien, me rindo. ¿Dónde está?

Bellows y Susan pusieron sus bandejas en el mostrador y salieron del bar. Enseguida los rodeó la multitud del vestíbulo y tuvieron que apresurar el paso.

—Lo trasladaron al instituto Jefferson en Boston Sur.

—¿Qué carajo es el instituto Jefferson?

—Es una institución de terapia intensiva construida como parte del proyecto de la Organización de la Salud. Supuestamente se creó para reducir los costos aplicando economías de escalas en relación con la terapia intensiva. Es una institución privada pero el gobierno financió su construcción. El concepto y los planes vinieron de los cursos de práctica de salud pública de Harvard-MIT.

—Nunca oí hablar de eso. ¿Tú has estado allí?

—No, pero me gustaría. Lo vi desde afuera una vez. Es muy moderno… compacto y rectilíneo. Lo que me llamó la atención es que el primer piso no tiene ventanas. Vaya a saber por qué eso me llamó la atención. —Bellows sacudió la cabeza.

Susan sonrió.

—Hay una excursión organizada para que toda la comunidad médica haga una visita el segundo martes de cada mes —continuó Bellows—. Los que fueron, quedaron realmente impresionados. Por lo que parece el programa es un gran éxito. Pueden internarse todos los pacientes crónicos de la unidad de Terapia Intensiva que están en coma, o prácticamente en coma. La idea es que las camas de Terapia Intensiva en los hospitales donde existe ese servicio se mantengan disponibles para los casos agudos. Creo que es una buena idea.

—Pero Berman acaba de entrar en coma. ¿Por qué lo trasladaron tan pronto?

—El factor tiempo es menos importante que el de la estabilidad. Obviamente se tratará de un problema de atención prolongada, y creo que era muy estable, no como nuestra amiga Greenly. ¡Ella sí que ha dado dolores de cabeza! Tuvo todas las complicaciones posibles.

Susan pensó en la desafectivización. Le resultaba difícil comprender cómo Bellows podía mantenerse emocionalmente ajeno al problema que representaba Nancy Greenly.

—Si Nancy estuviera estable, si al menos diera algún indicio de estabilizarse, la mandaría al Jefferson ahora mismo. Su caso exige una inmoderada cantidad de esfuerzo, con muy poca gratificación. En realidad yo no gano nada con ella. Si la mantengo viva hasta el cambio de guardia, al menos no habré sufrido ningún daño profesional. Es como esos presidentes que mantenían vivo a Vietnam. No podían ganar, pero tampoco querían perder. No tenían nada que ganar, pero mucho que perder.

Llegaron a los ascensores principales y Bellows se fijó si alguien había oprimido el botón de «arriba».

—¿En qué estaba? —Bellows se rascó la cabeza, visiblemente preocupado.

—Hablabas de Berman y de la unidad de Terapia Intensiva.

—Ah, sí. Bueno, creo que se había estabilizado. —Bellows miró su reloj, luego, con odio, las puertas cerradas del ascensor—. Malditos ascensores. Susan, yo no suelo dar consejos, pero esta vez no puedo contenerme. Consulta a Stark si quieres, pero recuerda que estoy corriendo un riesgo por ti, y compórtate en consecuencia. Y después de ver a Stark, abandona esta empresa. Arruinarás tu carrera antes de comenzarla.

—¿Estás preocupado por mi carrera o por la tuya?

—Por ambas, creo —respondió Bellows haciéndose a un lado para dejar bajar a los que venían en el ascensor.

—Al menos eres honesto.

Bellows se metió en el ascensor y saludó con la mano a Susan, y al mismo tiempo dijo algo referente a las 07:30. Susan supuso que se refería al encuentro para cenar. En ese momento eran las 11:45.

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