Cola

Cola


4. Aproximadamente 2000: Ambiente festival » Edimburgo, Escocia: 10.17 de la mañana

Página 46 de 53

EDIMBURGO, ESCOCIA
10.17 de la mañana

GENTE JOVEN

Nada más entrar en el pub The Fly’s Ointment, Alec vio a uno de sus compañeros de copeo en la barra. «Alec», dijo Gerry Dow a modo de saludo mientras fruncía ligeramente el entrecejo al ver el gentío que apareció detrás de su amigo. Gerry era de la vieja escuela hasta tal punto que le molestaba la presencia de cualquier persona joven en un pub. La definición «gente joven» abarcaba a todos aquellos que fueran más jóvenes que él, es decir, que tuvieran menos de cincuenta y siete años. Sencillamente no habían terminado su aprendizaje en materia de bebida y por tanto uno no podía fiarse de que se comportaran con dignidad al hallarse en estado de intemperancia. A decir verdad, tampoco Gerry o Alec eran de fiar, pero ésa no era la cuestión.

Rab Birrell y Juice Terry fueron los primeros en acercarse a la barra, puesto que las arcas de este último estaban repletas gracias a otro préstamo que Kathryn le había hecho.

«Esta mañana vinieron a despertarme Batman y el puto Robin, aquí presentes», informó Alec a Gerry, señalando con el pulgar a Rab y a Terry.

«Pues entonces tú debes de ser el Joker, Alec, o el capullo ese de Dos Caras», se rió Terry.

«Si yo tuviera un puto careto como el tuyo, Alec, yo también querría tener una segunda cara», dijo con una risita Rab Birrell, y Terry empezó a carcajearse.

«Ya está bien, caraduras, sacad un par de chupitos para Gerry y para mí», dijo Alec arrastrando las palabras bajo el efecto de las cervezas que se había trasegado el día anterior en la planta de procesamiento de conversión de alcohol en orina en la que se había convertido a partir de la lejana fecha del 28 de agosto de 1959.

«No te capto, Alec. ¿Es que ahora eres el Acertijo?», dijo Terry, atragantándose de la risa.

«El puto Acertijo eres tú, hijo. Así que resuélveme este enigma. Dos medias pintas de special y dos whiskies. Grouse», exigió Alec.

Terry seguía divirtiéndose. «Conque yo soy el Acertijo…, entonces tú tienes que ser el capullo ese de Capitán Frío, Alec.»

Rab le interrumpió: «O Capitán Antifrío,[64] ¡porque se lo bebería si tuviera la oportunidad!»

Mientras Terry volvía a descacharrarse, Rab disfrutaba de la sensación de solidaridad con él, aunque fuera a expensas de Alec. Sirvió para recordarle que a pesar de todo, se suponía que Terry y él eran amigos. Pero ¿qué quería decir aquello? Sin duda, que eran «amigos» de acuerdo con la acepción de Terry, o sea, gente a la que se puede insultar con mayor impunidad que al común de los mortales.

Terry se había colado entre Lisa y Kathryn, poniendo otro cuerpo entre Rab y Charlene. «Esta noche vamos a ir al karaoke. En el Gauntlet. Tú y yo. Islands in the Stream».

«No puedo… tengo el puto bolo ese…» A Kathryn la aterrorizaba aquella perspectiva. No quería pensar en ello.

«Ya, pero en el Gauntlet. Islands in the Stream, ¿vale?»

«No puedo cancelar un maldito bolo en Ingliston, Terry. Han vendido tres mil entradas.»

Terry le echó una mirada recelosa mientras sacudía la cabeza. «¿Quién dice que no? Tienes que hacer lo que te pida el cuerpo. Esos capullos que te hacen de mánagers no son amigos tuyos, amigos de verdad no. Tendrías que tener de mánager a un tipo como yo. ¡Piensa en toda la publicidad que obtendrías si desaparecieras! Podrías quedarte en mi casa unos días. A nadie se le ocurriría buscarte en el barrio. Quiero decir, en la habitación de invitados que tenía mi madre, y podrías…, eh, relajarte un poco.» Terry había estado a punto de decir que necesitaba a alguien que cocinase y limpiase pero había logrado detenerse justo a tiempo.

«No sé, Terry…, supongo que no sé lo que quiero…»

«Nadie te encontrará en mi queo. Es un buen barrio, no como Niddrie o Wester Hailes. Graeme Souness es de ahí; no vivía lejos de mí. Sabe vestir, trajes de diseño y tal. Hay mogollón de peña del barrio que se ha comprado su propia casa. Lo cierto es que de ese barrio sale gente con más iniciativa empresarial. Moi, por ejemplo.»

«¿Qué?»

«No espero que lo captes todo ahora mismo, pero la oferta sigue ahí», le contó Terry. Por el rabillo del ojo vio que Johnny empezaba a quedarse roque; la cabeza se le inclinaba hacia delante; acto seguido, se estremecía y volvía a despertarse. Catarrh estaba jodido. Peso pluma de mierda. Lo que hacía falta era mantenerse en movimiento, pillar algo de drogas: speed o incluso más perica. Tenía una idea, y la proclamó de viva voz para toda la mesa, y específicamente para Rab. «A este sitio le falta nivel para nuestra huésped americana. ¿Qué tal si nos tomamos una en el Business Bar?»

Rab se quedó atónito. Kathryn lo notó, pero no pudo discernir el motivo. «¿Qué es el Business Bar?»

«El de su hermano.»

Lisa miró a Rab con asombro. Lo tenía catalogado como un tío un poco gilipollas, uno de esos tipos estudiantiles sincerotes por los que Char siempre parecía pirrarse. «¿Tú eres hermano de Billy Birrell?»

«Sí», dijo Rab, alegrándose y odiándose a sí mismo por ello.

«Yo tenía una amiga que trabajó en ese bar», le informó Lisa. «Gina Caldwell. ¿La conoces?» A punto estuvo de añadir que Gina se había echado un polvo con Business, pero se cortó. Era más información de la que necesitaban. Una de sus debilidades, meditó, riéndose para sus adentros.

«No, la verdad es que nunca voy por allí», dijo Rab.

«Yo estoy a gusto aquí», dijo Charlene, demasiado rápidamente para que Lisa no le lanzara una mirada. Ya empezaba otra vez.

Rab se volvió hacia Lisa. Era una tía enrollada, pero le daba mala espina. A través de la oleada de cansancio que sentía, pensó que quería llevarse bien con ella, aunque sólo fuera porque era amiga de Charlene. «La única razón por la que llevo la elástica esta es porque a mi madre acaban de hacerle una histerectomía…», farfulló, pero lo único que ella captó fue el movimiento de sus labios.

Terry entró a saco. «Estoy seguro de que mi viejo socio, Business, se sentiría muy, pero que muy dolido si se enterara de que nos fuimos de marcha con Kath Joyner y no nos acercamos con ella a saludarle. Creo que una comida temprana en el Business Bar es justo lo que nos hace falta», dijo con una sonrisita, embebiéndose de la incomodidad de Rab. Incluso borrachos perdidos y llevando a Post Alec a remolque, tendrían que dejarles entrar. Iban con su hermano y con Kathryn Joyner.

«El bar no sólo es de Billy; lo lleva a medias con Gillfillan. Tiene que andarse con ojo…, no es sólo de Billy…», le suplicó Rab a nadie en particular, por lo que nadie le escuchó. Rebosaba inquietud. Terry disfrutaba con aquello. Catarrh salía de su coma de forma intermitente durante intervalos lo suficientemente prolongados como para hacerle gestos de ánimo a Terry y repetir el mantra «Business Bar» de tanto en tanto. A la mierda, pensó Rab, él iba con Charlene y con nadie más. Terry podía llevarse a Alec y a Johnny. Pero ¿por qué cojones no podían dejar a Alec beber en un pub de su propia ciudad? Sobre todo cuando sacaban la alfombra roja para todos los esnobs festivaleros que sólo iban a pasar cinco minutos aquí. La puta normativa de entrada. Un café estilista. El fascismo estilista era otra forma de asentar el sistema de clases. Que le den por culo. ¡Seguro que su propio hermano no sería tan capullo!

Seguro que no.

A Lisa no le gustaba aquel pub. Había perdido una uña postiza y se había manchado de cerveza su top blanco. Vigilaba de cerca a Charlene. No tendría que haberla dejado enrollarse con ese tal Rab; ni con nadie, ahora que lo pensaba. Ahora mismo parecía encontrarse bien, pero seguro que el bajón estaba al caer. Aquel pub no era el sitio más indicado para pasarlo. El Business Bar pintaba mejor.

A ella le parecía que The Fly’s Ointment era un centro de intercambio de información para perdidos. Lisa se imaginó que podía visualizar los dramas de la desesperación futura en fase de preproducción: el violador charlando con su víctima; el delincuente bebiendo distendidamente con el tío que acabará por delatarle; los bulliciosos amigotes del alma de la esquina, esperando a que el alcohol termine por sobrecargarles y recalentarles el cerebro, momento en el cual, furioso o paranoico, uno de ellos estrellaría su puño o su vaso en el rostro del otro, mucho antes de la hora del cierre. Lo más feo y aterrador de todo, pensó, echando una mirada a su propio entorno, era que una no podía ponerse cómoda y excluirse a sí misma de la ecuación con aire de suficiencia.

Lisa vio a una mujer rendida, sentada y con mirada angustiada, cuya belleza había desaparecido antes de tiempo, y un hombre gordo y sonrosado sentado a su lado, muy animado, pronunciando en voz alta, entre jocoso y desdeñoso, palabras que no lograba distinguir. Pero no había duda de quién tenía la sartén por el mango. Otra mujer atrapada en un mundo de hombres; siempre vulnerable, pensó. Notó cómo su mano apretaba con más fuerza la de Charlene, quiso preguntarle si se encontraba bien, si empezaba a notar el bajón, si los demonios habían iniciado su danza implacable, pero no, se reía y sus ojos seguían estando bien abiertos y atareados. Todavía iba hasta el culo, aún no se había empezado a doblar. Pero el bajón podía llegar. ¿A quién coño pretendo engañar? Nos llegará a todos. Riesgos del oficio de castigarse. Así que ojo con ella.

Pero alguien más la vigilaba también. Y no, Lisa seguía sin fiarse de él. Se habría fiado de Rab Birrell con cualquiera de sus otras amigas, no sería su problema, ni sería asunto suyo, pero no con Char, en este momento no. Y ahora él la cogía de la mano y la conducía hasta la barra; Lisa también se levantó, siguiéndoles instintivamente. Terry la cogió de la mano cuando pasó delante de él. Le guiñó el ojo. Ella le sonrió a su vez, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a la barra, sin dejar de vigilar.

Vio a Rab con Charlene; él había pedido dos pintas de agua, dentro de las cuales vertió el contenido de un paquete que sacó del bolsillo de la chaqueta, enturbiando el líquido, pues no se disolvía del todo. «Bébetelo», sonrió, levantando uno de los vasos y echando un trago.

Charlene vaciló. Aquello tenía un aspecto asqueroso. «Estás de broma», se rió, «¿qué es?»

«Dioralita. Te metes una de éstas y recuperas los fluidos y las sales que la priva y las drogas te hacen perder. Reduce la severidad de la resaca en casi un cincuenta por ciento. Antes yo pensaba que era una bobada, un poco mariconada, pero para sesiones como ésta, siempre lo hago. No tiene ningún sentido quedarte tirado en la cama varios días sintiéndote enfermo, y casi muriéndote del susto cuando suena el teléfono si no es necesario…, bueno, no tantos», sonrió, levantando su vaso.

Aquello sonaba bien. Hizo un esfuerzo y se lo tragó, mientras Lisa se acercaba horrorizada, con la cabeza llena de imágenes de Rohipnol y violaciones en estado de inconsciencia. De ninguna manera iba a dejar que él se la llevara a casa. «¿Qué le has dado?», empezó a preguntarle a Rab, pero notó cómo su voz iba apagándose mientras él echaba el último trago antes de explicárselo.

Ya por la segunda copa, Alec y Gerry cantaban en la barra. «Yew-coaxed-the-bluesss-right-out-of-the-hom-ma-ae-ae…»

«Tranquilito, chicos», les advirtió el camarero.

«Somos asiduos…, sólo estábamos cantando una cancioncilla», refunfuñó Post Alec, y a continuación, repentinamente inspirado, estalló: «Soy el guardagujas del condado…»[65]

Alec no logró mencionar que él guardaba la aguja principal. «Vale, Alec, ya está, fuera», saltó el camarero. Ya estaba harto; ayer, el día antes. Alec había logrado acumular más advertencias que conciertos de despedida había hecho uno de sus héroes, Frank Sinatra. Ahora bastaba ya.

Terry se puso en pie. «Venga todos, vámonos.» Se volvió hacia el camarero. «Nos vamos a un tugurio más salubre, el Business Bar», le informó con aire altanero.

«Sí, ya», se mofó el camarero.

«¿Qué quieres decir con eso?», preguntó Terry.

«Eso… puto mamón», escupió Catarrh, secundando a su amigo.

«Allí no os servirán, y te diré otra cosa, si no salís de aquí ahora mismo, llamo a la policía.»

«Pero si estamos aquí con Kathryn Joyner», dijo Terry arrastrando las palabras, señalando a Kathryn, que intentaba disimular lo avergonzada que se sentía.

«Ya, lo hemos pasado de cine. Vámonos», urgió a los demás. Mientras se marchaban Charlene le vio, ahí sentado como si tal cosa.

BANG

Esa puta cosa

Es tu padre

Y entonces él la vio a ella y esbozó una ancha sonrisa. «Ésa es mi chiquilla», dijo, ligeramente bebido, rodeado de sus amigos y jugando al dominó.

que lo sepan, que lo sepan

no es tu padre

QUE LO SEPAN

«¿Chiquilla? No, ya no soy una chiquilla. Lo era cuando me toqueteabas», dijo con calma. «Se acabó el silencio, se acabaron las mentiras», dijo mirándole a los ojos. Vio cómo aquel brillo enfermizo y empalagoso le abandonaba, mientras sus amigos se erizaban en sus asientos.

«¿Qué?»

Charlene notó la mano de Rab, agarrándola del hombro con más fuerza; se retorció y se agachó para sacudírsela. Lisa también había reconocido al padre de Charlene. Se situó junto a su amiga y Rab. «¿Es ése?», oyó que Rab preguntaba a Lisa, quien asintió con gesto grave.

Entonces fue cuando Lisa pensó que debía de habérselo contado a Rab.

Rab señaló a aquel hombre, diciendo con voz firme: «Eres una puta vergüenza.» Miró a los hombres que estaban con él. Uno o dos tenían expresiones duras, uno o dos tenían fama. «Vosotros también sois una vergüenza por beber con esa basura», dijo sacudiendo la cabeza.

Los hombres se pusieron tensos; no estaban acostumbrados a que les hablaran así. Uno de ellos miró a Rab, con el gesto dispuesto en modalidad aniquiladora. ¿Quiénes eran estos capullos, el jovencito este y las chicas, y por qué ponían a parir a la concurrencia?

Charlene sintió que la pelota estaba en su tejado. Cuál era la jugada, cuál era la jugada.

Es tu padre

sucio cabrón enfermizo

éste no es el momento ni el lugar

cuándo será, sucio cabrón

enfermizo

es una vergüenza para todos

cuéntaselo a todos, cuéntaselo a

todos, hay un pederasta en el bar

déjale marchar, no merece la pena

dile a la puta escoria lo que es

Respiró hondo y miró a los hombres de la mesa. «Solía decirme que yo era rara porque no me gustaba que me metiera el dedo», dijo riéndose fríamente antes de volverse hacia su padre. «Yo he tenido más sexo de veras, mejor sexo del que un capullo lamentable como tú podría tener jamás. ¿Qué es lo que has hecho? Meterle el pito a una mujer insegura y estúpida y el dedo a una niña, que antes era tu hija, pero ya no lo es. Ésas son las únicas relaciones sexuales que has tenido, triste pedazo de mierda averiada.» Se volvió hacia los hombres que estaban en la mesa. «Menudo semental, ¿eh?»

Su padre estaba en silencio. Sus amigos le miraron. Uno de ellos le defendió. La chica debía de estar loca, retorcida, pasada de drogas, no sabía lo que decía. «Te estás pasando de la raya. Te estás pasando de la raya, nena», dijo.

Rab tragaba con fuerza. Nunca se había visto en situaciones violentas al margen del fútbol, nunca había tomado parte en nada. Ahora estaba listo para saltar. «Nah», saltó, señalándole directamente, «tú eres el que se está pasando de la raya al beber con este asqueroso de aquí.»

El más duro de los tipos no le hizo caso a Rab Birrell; en lugar de eso, se volvió hacia su propio amigo. Su compañero de copeo, el hombre llamado Keith Liddell. Pero ¿quién era él? Sólo un tío con el que bebía. Con el que intercambiaba revistas y vídeos porno. No era más que una broma, un poco de alivio para un hombre soltero. Era todo lo que sabía de él. Pero ahora veía algo en él, algo repulsivo, enfermizo y asqueroso. Él no era así, él no era como Keith Liddell. Bebía con él, pero no tenía nada que ver con él. El hombre escrutó a Keith Liddell. «¿Es ésta tu chica?»

«Sí…, pero…»

«¿Es cierto lo que dice?»

«No…», dijo Keith Liddell, cuyos ojos estaban húmedos, «no… lo es…», chilló como un animal sumido en el dolor.

Con un movimiento cegador, el enorme puño tatuado de su compañero se estrelló contra su cara. LOVE. Keith Liddell se quedó ahí sentado, casi demasiado horrorizado como para acusar el golpe. «Hazme un favor, y sobre todo hazte un favor a ti mismo: vete a tomar por culo de aquí», dijo su examigo. Keith Liddell echó una mirada alrededor de la mesa y o bien le miraban con los ojos encendidos o apartaban la vista. Se levantó con la cabeza gacha mientras Charlene se mantenía firme, los ojos clavados en su nuca mientras él vagaba como un fantasma hasta la puerta del otro extremo.

Rab iba a seguirle, pero Lisa le tiró del brazo. «Nosotros nos vamos por la otra.»

Durante un segundo, Rab sintió la necesidad desesperada de armarla, mentalizado por completo, pues su cabeza y su cuerpo estaban a tope de adrenalina. En su campo visual apareció el rostro de Johnny, dispuesto a secundarle, malévolo y con cara de pocos amigos. Rab casi se ríe en voz baja a medida que se iba vaciando de tensión. Cogió de la mano a Charlene.

Charlene sólo permaneció en estado de shock durante un segundo. Mientras se aproximaba a la puerta, su cabeza se inundó de imágenes de un padre amante, responsable y afectuoso. No era el suyo, era el de otra persona. Quizá el que ella quiso que él hubiera sido. Por lo menos siempre había sido un hijo de puta, no le dejó ningún conjunto de verdaderas contradicciones que desenmarañar. Uno no podía lamentarse por la escoria. Charlene pensó que iba a llorar, pero no, iba a ser fuerte. Lisa la acompañó hasta los lavabos mientras Rab le soltaba la mano a su pesar.

Mientras abrazaba con fuerza a su amiga, Lisa le instó: «Deja que te llevemos a casa.»

«Ni hablar. Quiero quedarme en la calle.»

«Venga, Charlene, eh…»

«He dicho que quiero seguir en la calle. No he hecho nada malo.»

«Lo sé, pero has sufrido una decepción que te cagas…»

«Nah», dijo, repentinamente más dura de lo que Lisa la había visto jamás. «No he hecho nada malo. Lo único que he hecho ha sido reventar un forúnculo. Ya no me importa: enfrentarme a lo que hizo él y a lo que ella le dejó hacer. Estoy harta, Lisa. Ahora ya me aburre. ¡Que lo solucionen ellos, los de ahí dentro!» Indicó la puerta con un gesto agresivo.

Lisa estrechó más a Charlene. «De acuerdo, pero te estoy vigilando, muñeca.»

Se pusieron algo de maquillaje y salieron justo cuando Terry se acercaba, irritado por si se estaba perdiendo algo. «¿De qué iba todo eso?», preguntó.

Lisa sonrió. «Sólo un capullo que se estaba sobrando», dijo, cogiéndose del brazo con Charlene. «Rab lo arregló», dijo, estrechando a Rab y besándole en un lado de la cara, notando que estaba demasiado pendiente de Charlene para darse cuenta siquiera. Después le pellizcó el culo a Terry. «Venga, vámonos de aquí.»

Salieron a la calle y fueron llegando al centro por parejas y tríos, dando tumbos, bizqueando por el efecto del sol, y esquivando a los turistas mientras atravesaban el West End sin orden ni concierto. «No sé si esto es buena idea», se quejó Alec. Prefería beber en sitios donde el espacio entre pubs pudiera medirse como máximo en metros.

«No te preocupes, Alexis», dijo Terry, dándole un apretón a los hombros de Lisa, «mi buen amigo William “Business” Birrell nos hará sentirnos más que bienvenidos en su encantador establecimiento», aventuró con amaneramiento, antes de volverse hacia Rab. «¡¿No es así, Roberto?!»

«Ya…, cierto…», dijo Rab con recelo. Había estado intentando explicarle algo a Charlene sin parecer un mamón paternalista. La noche anterior había sido un desastre. La chica le había visto como un asistente social, cuando él lo único que quería era echar un polvo…, bueno, en realidad, un poco de idilio y de cariño, pero a fin de cuentas, con polvo incluido. Era esencial. Pero la noche anterior, cuando hicieron todo menos meterla, ella se había puesto a remolonear hablando acerca de los condones antes de soltar la espantosa verdad. Pero supo llevarlo bien, él la había apoyado y ahora estaban más unidos que nunca. Incluso a Lisa le caía bien ahora.

«Será pronto, Rab», le dijo ella.

«Mira, yo lo único que quiero es estar contigo. Centrémonos en eso y podemos decidir sobre la marcha. Yo no voy a ninguna parte», dijo Rab, sorprendido de lo noble que sonaba aquello y de lo puro que se sentía.

Me acabo de enamorar, hostias, pensó Rab. Salí a tomar una copa con la esperanza de echar un polvo, y voy y me enamoro, hostias. Y se sentía como un dios bufonesco.

Incluso desde el West End, hecho polvo y sin las gafas, Alec se imaginó que todavía podía ver la plataforma de limpieza en los laterales del Hotel Balmoral. A medida que se aproximaban, antes de girar hacia George Street, Terry levantó la vista y se estremeció. No estaba dispuesto, no podía volver a subir allí arriba. Demasiado alto. Era demasiado fácil caerse.

MENEO

Franklin se había pasado toda la noche en vela, incapaz de relajarse. Tenía un nudo en el estómago y no podía dormir. En el interior de su cabeza gritaba, que se vaya a la mierda esa zorra egoísta, ¿por qué molestarme? Pero unos minutos más tarde se inquietaba, telefoneaba a los clubs y los bares de apertura tardía y controlaba la habitación de Kathryn.

Intentó meneársela con el canal porno como medio de relajarse. Con lo ansioso que estaba, tardó siglos en llegar al orgasmo, y cuando lo hizo sintió una sensación de asco y vacío. Entonces se acordó, Dios mío, ¡la puta cartera! ¡Las putas tarjetas! Tomando nota de la diferencia horaria con Nueva York, llamó a algunos números para cancelarlas. Le costó siglos comunicarse. Para cuando lo hizo, los cabrones que se la habían levantado ya iban por las dos mil libras en bienes y servicios.

Al final, cayó en un sueño nervioso. Cuando se despertó sobresaltado, era casi la hora de comer. Pasó de la desesperación al humor negro. Se ha ido todo al garete, se dijo a sí mismo.

Se acabó.

Ella nunca había hecho algo así antes, desaparecer la víspera de un bolo.

Se ha ido todo al garete.

Pensó en Taylor.

Franklin salió pitando. Que se fuera a la mierda esa zorra. Si ella podía hacerlo, él también. Iba a echar un trago en todos y cada uno de los bares que pudiera encontrar en este pueblo de mala muerte.

Ir a la siguiente página

Report Page