Cola

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2. Los 80: La última cena (de fish and chips) » Andrew Galloway

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Pero Dozo, Joe Begbie y Marty Gentleman ya lo habían arreglado todo. Y, a decir verdad, preferiría emprenderla con una horda de hunos y llevarme una mala tangana que cagarme y tener que enfrentarme a esos zumbaos a las puertas del cole el lunes por la mañana. Así que nos fuimos a casa de Dougie Spencer con una bolsa llena de priva. Que le den por el culo a pasarse una hora en las gradas antes de empezar el partido. Eso está bien cuando se trata de ocupar o de tomar uno de los fondos, pero ahora la poli tiene bien organizado lo de la segregación. Así que fuimos a un paki a por cerveza y vino barato. Somos todos menores, pero Terry y Gent aparentan veinticinco tacos así que no hubo problema para que les sirvieran.

Por mí perfecto, porque a mí nunca me sirven en ningún pub. No queríamos emborracharnos demasiado, pero a mí me hacía falta un poco de valentía inducida, de eso no tenía duda.

Dougie Spencer no se alegraba demasiado de vernos al principio. Era mucho mayor que nosotros, andaba ya por la veintena. Andaba por ahí con Dozo y Gent y Polmont y los Leith boys, pero se notaba que le tenían por un gilipollas y que simplemente le utilizaban porque tenía piso propio. No estaba muy contento de que subiéramos todos, pero yo, Carl y Billy le caímos simpáticos enseguida, porque nos sentamos y escuchamos sus historias acerca de las bullas con los Hearts a fines de los sesenta y principios de los setenta, en tanto que la panda de Doyle sencillamente se le quedó mirando como si fuera un capullo. Se notaba que Carl se moría de ganas de decir algo porque es un Jambo y porque a veces anda con una cuadrilla de por donde vivimos nosotros. Puede que los Hearts sean la peña número uno ahora, pero yo calculo que con alguna de la gente joven que está respaldando a los Hibs, eso podría cambiar otra vez muy pronto.

Fui a mear, y cuando salí al pasillo, vi que Polmont estaba allí solo. Se volvió al verme, como si estuviera dolido por algo. Como si hubiera estado llorando o algo. «¿Todo bien, colega?», le suelto. Pero el tío no dijo ni pío, así que me metí al tigre.

Aunque se notaba que muchas de las historias de Spencer eran mierda pura, junto con el vino y la cerveza nos habían entusiasmado para cuando salimos a la calle en dirección al campo. Íbamos deambulando entre los seguidores de los Hibs, pero cuando llegamos a Albion Road, fuimos hasta donde la calle daba la vuelta a la tribuna y cruzamos las vallas donde estaba la policía montada. «¿Sois de los Rangers, chicos?», nos preguntó un poli grandote.

«Claro que sí, chavalote», dijo Dozo con acento de esquivajabones,[16] y atravesamos los cincuenta metros de tierra de nadie pasando por el otro cordón para mimetizarnos con la muchedumbre de hunos y meternos en el fondo Dunbar. Carl había sacado la bandera de la Mano Roja del Ulster y se la había colocado alrededor de los hombros. Desde luego llamábamos la atención; por un lado, estamos una peña de gente sin colores y, por el otro, todos los hunos vestidos como si fueran a asistir a la función navideña del cole: banderas, bufandas, insignias, gorros de lana y camisetas. Pero se veía que en el peor de los casos pensaban que éramos peña de los Hearts que estábamos de su parte.

Dozo entró con una botella de vodka medio llena escondida. La pasa a su alrededor mientras hacemos cola. Me llega a mí y le doy un lingotazo. Está fría, fuerte y sabe a alcohol de quemar, pero cuando me llega a las tripas casi me hace vomitar la hamburguesa del Wimpy’s. Que le den a beber vodka a palo seco. Se la paso a Tommy mientras continuamos calibrando a los capullos que tenemos alrededor, intentando calcular edades, grado de dureza, quién va con una cuadrilla y todo ese tipo de cosas.

Algunos tenían un aspecto apestoso que te cagas; por la ropa y todo eso. Jerséis de los Bay City Rollers y toda esa puta mierda que aquí no lleva ni dios desde el punk. Nada de Fred Perry, ni Adidas casi ni una puta mierda. Lo acojonante era que los muy cabrones parecían todos mogollón de viejos. Resulta curioso, porque todo el mundo dice que la gente de Glasgow se arregla a tope para ir al centro por la noche y tal. Bueno, pues de día no lo hacen ni de coña, a juzgar por la pinta de estos cabrones. Supongo que ellos también nos miraban a nosotros, sólo porque íbamos mucho mejor vestidos que ellos, la mayoría con camisetas de manga ranglán y pantalones de pinzas o Levi’s. Aunque la mayoría de nosotros fuéramos de arrabales o casas de vecinos, seguíamos teniendo más categoría que aquellos putos guarros. La mitad de los capullos allí presentes nunca habían visto el agua ni el jabón, eso fijo. Supongo que en realidad no tenía gracia, de hecho para ellos tenía que ser una vergüenza vivir en barriadas sin agua caliente ni tele y tal, pero eso no es nuestra puta culpa y no deberían venir por aquí a pagarlo con nosotros.

Mientras entramos, Dozo encabezó un coro de «somos los Briktin Derry, que les den al Papa y a la Virgen María» y muchos de aquellos capullos de hunos se sumaron. Nos reímos de lo fácil que era ponerlos en danza; igual que darle cuerda a un puto juguete de relojería. De todos modos, se nota que algunos de estos capullos no las tienen todas consigo en lo que a nosotros se refiere y les alivia unirse a nosotros en una canción protestante mientras atravesamos los torniquetes para llegar al fondo Dunbar y subir a las gradas superiores. Habíamos perdido a Renton, el hermano del Jam Tart, y al capullo de Spud. Se habían escabullido; probablemente se habían largado a la zona de los Hibs como unos putos cagaos. No recuerdo que atravesaran el punto de control con nosotros. Y no es que me importe. Ese capullo de Spud Murphy es tan piojoso como cualquier cabrón de Glasgow. Es un corte que te cagas, todo sea dicho. Así que estamos yo, Birrell, Carl, Terry, Dozo, Marty Gentleman, Ally, Joe Begbie, el hermano de Begbie y Tommy y el capullo raro ese que no dice palabra, el de Polmont. McMurray creo que le llaman. Es un año mayor que yo, pero también parece joven. No acabo de entender a ese tío. Se le ve mirar a Dozo Doyle todo el rato; parece que el tío prácticamente no habla con nadie más. Tomamos posición a la derecha de la portería, por la mitad del graderío. La botella de vodka vuelve a llegar hasta mí; meto la lengua por el gollete, haciendo como que bebo. Aun así casi me dan arcadas, sólo por el puto tufo a alcohol de quemar. Se la paso a Gent.

Estamos rodeados de hunos. El corazón me hace bum, bum, bum. Siento la navaja en el bolsillo. Te entran ganas de que la cosa pete ya, porque no hay quien aguante la puta tensión. Resulta raro estar en el campo en este extremo. Los fans de los Hibs agitan las bufandas en el aire y empiezan a cantar, pero queda bastante mierdero porque lo hacen en grupos pequeños en vez de hacerlo al unísono. Se nota que se trata de Leith, Niddrie, Drylaw, Porty, Tollcross, Lochend y tal, todos por separado. Algunos se pelearán entre ellos pronto. Hay algunos grupos de seguidores de los Hibs que nunca se juntan, ni siquiera contra los Rangers. Unos capullos que llevan desde el año de la tos inflándose a hostias entre ellos todos los fines de semana no van a dejar de lado sus diferencias durante un par de horas un sábado por la tarde, ni siquiera contra unos cabrones de Glasgow. Contra los Hearts, puede. Entonces empiezan a cantar Su nombre es Georgie Best. Se oyen vítores cuando los Hibs salen al campo al trote y nosotros nos miramos los unos a los otros. ¡Juega Best! Los vítores son ahogados por los abucheos a nuestro alrededor, que se convierten en vítores al salir al campo los Rangers. Empieza a escucharse Derry’s Walls. Resulta curioso observar desde el otro lado a la hinchada de los Hibs, verse uno mismo del mismo modo que le ve el adversario.

Arranca el partido y después de un rato de canturreos el ambiente se tranquiliza. Empezamos a calmarnos un poco. Vamos mirando a qué capullos queremos zurrar, y vemos a un tío más o menos de nuestra edad, pelirrojo y con un pantalón de pinzas blanco, al que se le ve muy bocazas. No hace más que gritar que si bastardos fenianos[17] esto y que si el IRA lo otro. Te preguntas de qué puto planeta son algunos de estos gilipollas. «Ese puto mamón está pillado», dice Dozo. Gentleman asiente.

Más o menos a mediados del primer tiempo, Dozo nos hace una señal y subimos a los cagaderos. Hay un par de hunos meando y Gentleman le sacude a uno. Es un puñetazo tan repentino y tan feroz contra el lateral de la cabeza del tío que yo mismo siento náuseas durante un par de segundos. El vodka vuelve a abrasarme el estómago. El tío se derrumba y cae sobre sus propios meados mientras le pateamos. Yo le doy un punterazo controlado en la pierna; no quiero causarle daños serios. Se lo hemos dejado claro. El cabrón ese de Polmont se anima un poco más de la cuenta y Billy le aparta. Dozo le ha pegado un patadón en los huevos a su colega. «¡Somos el UDA!», le grita al tío a la cara, y después «¡¿O era el IRA?!», a lo Johnny Rotten, «Sí, eso era», se ríe y todos nos descojonamos. El pobre cabrón está doblado por la mitad agarrándose los huevos, levantando la vista para mirarnos y temblando. Carl le guiña un ojo, pero el Polmont ese se adelanta y le suelta un bofetón en los morros con el dorso de la mano. Después nos largamos del cochino cagadero y volvemos a confundirnos con la muchedumbre.

Justo cuando llegamos a nuestro sitio, los Hibs se adelantan en el marcador y el otro extremo del estadio entra en erupción. Es tan guapo que te entran ganas de chillar sííí… pero no decimos palabra, nos mantenemos tranquis y aguardamos el momento propicio. Dozo se tapa la boca para que no se le note la risa. Entonces sucede: hay dos hunos discutiendo y uno le sacude al otro. Se mete por medio el colega del otro y ¡ya está liada!

Ésta es la nuestra. Gentleman da un paso al frente y le mete una hostia que te cagas al cabrón del pantalón de pinzas blanco. Le ha reventado al tío la nariz de mala manera y se tambalea hacia atrás topando contra la multitud y rociando a algunos capullos con su sangre. Al tío lo sostienen sus colegas y ellos también están sobrecogidos. Uno suelta: «¡Venga, tíos, que somos todos protestantes!»

Juice Terry echa a correr y le sacude al hijo de puta en todo el morro, mientras Birrell se lía a puñetazos con todo dios. Un cabrón grandote de unos cuarenta tacos sube por las gradas y empieza a aporrear a Birrell pero el muy tontolculo se mantiene en sus trece, seleccionando cuidadosamente sus golpes, boxeando con el tío mientras la multitud se aparta. Yo voy corriendo y le doy en la pierna al tío una patada destinada a los huevos mientras Gentleman le da en la cabeza con la botella de vodka medio llena. Debió de golpear al tío con el culo y la botella no se rompe pero desde luego que el cabrón lo nota y se tambalea hacia atrás.

Ahora ya vamos todos locos que te cagas y Doyle está en mitad de todo el mogollón, cargando contra un montón de tíos. El hermano de Begbie le sacude a un tío un codazo de lo más alevoso en un lado de la cabeza. Hay un mamón gritándome desde dos o tres metros de distancia y se recorre la cara con el dedo haciendo la marca de un corte. Oigo todos esos acentos de Glasgow diciendo «qué sobrada» y «putos animales»; resulta aterrador pero guay cuando piensas en todas las veces que nos han perseguido y reventado a nosotros. Subo y bajo como un puto yoyó con las oleadas del público, tratando de pegar y cargar y mantener el equilibrio. Un segundo estás rodeado de cuerpos por todas partes y al siguiente estás en una isla de espacio que aparece de pronto de la nada. Le doy en los morros a un capullo; el tontolculo tiene los brazos atrapados por la multitud que le impulsa hacia delante contra la barrera de seguridad. Los hunos se encuentran en un caos: ninguno de los capullos próximos a nosotros quiere adelantarse, pero mientras se limitan a quedarse ahí dándole al pico, les cierran el paso un montón de hijos de puta grandes que te cagas que quieren pasar para llegar hasta nosotros. A Carl le cae un japo en plena cara y el tío se vuelve loco, echa a correr hacia delante y sacude a un tío aislado. Es curioso, pero ninguno de los colegas del tío intenta impedírselo, se limitan a quedarse allí de pie mirando cómo zurra al chaval. Veo lo que se nos viene encima y a decir verdad me alegro que te cagas cuando la poli se adelanta. Una botella me pasa volando por delante de la cara pero le da a un huno que está a mis espaldas. Otra se hace añicos contra una barrera de seguridad que hay delante de Tommy, haciendo que lluevan cristales rotos sobre todos nosotros. Es como si los hunos por fin se hubiesen coscado de nuestro juego y fuéramos a acabar pisoteados por una pura cuestión numérica. Menos mal que ya está aquí la poli, formando una cuña. ¡Nunca pensé que me alegraría tanto de ver a esos cabrones!

Hay un caos que te cagas; todo dios señala con el dedo a todo dios y los pasmas han cogido a Gentleman, Juice Terry y Frank Begbie. Los arrastran escaleras abajo por las gradas y hay cabrones escupiéndoles y tratando de patearlos mientras pasan por delante. El hermano de Begbie les gruñe, intentando soltarse de los policías para llegar hasta ellos; lleva rota la manga de la chaqueta Harrington. Gentleman grita: «¡IRA!» y Terry no hace más que reírse y lanzar besos a los hunos. Vuelan más botellas y más latas y estallan bullas por todas partes. Una botella vuela hacia George Best y se queda corta por muy poco. La recoge y hace como que echa un trago. La hinchada de los Hibs le vitorea y algunos de los Rangers también se ríen. Siempre se habla de los jugadores que provocan al público, pero para mí que Best, al hacer eso, impidió un tumulto de primer orden. El ambiente era veneno puro antes. Nos largamos: Billy, Carl y yo en una dirección y los demás a su aire. Joe se va con Dozo y el Polmont ese. Polmont no hizo una puta mierda, no lanzó un solo puñetazo, se quedó allí de pie con aspecto muy nervioso cuando todos los demás íbamos a saco. Me sorprendió ver a Terry lanzarse con tantas ganas, porque al cabrón nunca se le había visto muy interesado antes. Aunque así es Terry: cualquier cosa con tal de hacer unas risas y divertirse un poco.

Atravesamos la multitud hasta llegar a un sitio junto al marcador donde vemos cómo se llevan a Marty Gentleman, Juice Terry y Frank Begbie por la pista que hay junto al campo. Estalla un enorme hurra porque Terry ha conseguido sacarse la bufanda y la agita y los fans de los Hibs se ponen como locos. El policía se limita a mirarle como un capullo bobalicón, sin quitársela siquiera. Entonces aparece otro pasma y se la arrebata. El pequeño de los Begbie se contonea como un gángster, asemejándose al James Cagney ese cuando lo iban a mandar a la silla eléctrica y le importaba un carajo y Marty Gentleman tiene una expresión dura e inalterable también. Pero Terry, Terry sonríe como el cabrón ese de Bob Monkhouse en The Golden Shot.[18]

Un vejete que tengo al lado dice que son unos animales y yo le suelto: «Ya lo creo, Jimmy»,[19] con acento de Glasgow. Vemos el resto del partido en un silencio pleno de satisfacción.

Entonces George Best sortea a unos jugadores de los Rangers en medio del campo. No son los Hibs contra los Rangers, es Best contra los Rangers. No pueden quitarle el balón. ¡Best cambia de dirección, toma por asalto la portería de los hunos y estrella el balón contra la red! Estoy ahí de pie, mordiéndome la piel de las puntas de los dedos hasta que escuece y sangra. Parece que pasa un puto siglo pero suena el silbato. ¡Hemos ganado!

¡Hemos vencido a esos cabrones!

Carl no deja de echar escupitajos al terreno, carraspeando como si quisiera provocarse un vómito. Fue divertido que te cagas verle lanzarse contra el tío aquel, porque él había dicho que pasaba de todo, que sólo iba por el ambiente.

Salimos del campo y nos dirigimos hacia la estación entre un montón de hunos con caras largas. Casi no podemos mirarnos los unos a los otros. Yo estoy cagándome por si algún cabrón al que zurramos nos ve y quiero alejarme cuanto antes de esta masa de rojo, blanco y azul. Están locos que te cagas; llaman traidor a Best, diciendo que es un protestante del Ulster que juega para equipos fenianos, primero para Man United y después para los Hibs. ¿Cómo pueden decir que Man United es un equipo feniano? Putos descerebrados.

La pasma desvía a todo el mundo al llegar a Abbeyhill pero nosotros giramos por London Road, dirigiéndonos hacia Leith Walk. Al principio es un alivio que te cagas apartarnos de aquella muchedumbre de cuerpos azules, pero nos encontramos con que acabamos de meternos en un campo de batalla. La cosa está petando por todas partes a la entrada de Leith Walk, con pequeños grupos de tipos cascándose unos a otros. Algunos chicos de los Hibs atacan un par de autobuses de los hunos que han sido lo bastante bobos como para aparcar en el erial que hay junto a The Playhouse. De pronto, sube por la colina a saco un puñado de hunos con unas ganas que te cagas que acaban de bajar del autobús, sólo para verse obligados a retroceder ante las piedras y ladrillos que les lanzan. Es de locos: un tío lleva la cabeza abierta junto a un gran cartel que anuncia el espectáculo de Max Bygraves en The Playhouse. Los polis también se están volviendo majaras, entrando a saco, y nosotros decidimos qué ya vale por hoy y volvemos a bajar en dirección a Spencer’s para encontrarnos con los demás. El cuerpo entero me palpita durante todo el recorrido por el Walk. Me aterra que algún cabrón se ponga chulo con nosotros ahora, porque no me quedan energías para hacerle frente, es como si hubiera perdido todo ánimo. Lo único que noto es el ácido en las entrañas y el miedo en la espina dorsal. Afortunadamente ahora estamos en Leith y es todo territorio Hibs, pero aún te puede entrar algún cabrón de otra parte de la ciudad.

Carl sigue carraspeando y escupiendo todo el rato. «¿Qué pasa?», le suelto.

«Ese puto guarro de Glasgow me echó un japo y sentí cómo parte de él se me metió en la boca y se me deslizaba por la garganta. Era un puto japo verde, además.»

Nos reímos, pero él no bromea. «Es peligroso que te cagas, Gally, ¡puedes coger la hepatitis! Eso le pasó una vez a Joe Strummer. Estuvo en el hospital y toda la pesca. ¡Joder, casi se muere!»

Carl está realmente preocupado, pero no podemos evitar reírnos. Afortunadamente, llegamos hasta Spencer’s sin más problemas. Todo el mundo va como una moto. El capullo ese de Polmont es el único que no dice demasiado. Terry y algunos más entran al pub, el que tiene la máquina de los Space Invaders. Intento a ver si cuela, pero el tío de detrás de la barra me guipa y empieza a gritar, «¡Ya te lo he dicho antes, cabrito, vete a tomar por culo! ¡Conseguirás que me revoquen la licencia!»

Terry se ríe, pero Billy me acompaña fuera. Le doy algo de pasta y se hace con una botella de sidra.

Nos adentramos más en Leith, a la espera de que salga el Pink News. Billy y yo compartimos la botella de sidra pero no queremos embolingarnos demasiado; queda mucha noche por delante. Estamos todos merodeando por el pub este, la mitad dentro y la mitad fuera. Pillamos unas patatas fritas, lo cual ayuda a reposar las tripas. Hay mogollón de bebidas circulando, se cantan canciones de los Hibs y Su nombre es Georgie Best. Después de un rato, Carl se acerca al quiosco y vuelve con un ejemplar del Pink, y es guapo, porque en el artículo sobre el partido nos mencionan:

este fallo fue el detonante de serios alborotos en el extremo de los visitantes. Parece ser que algunos seguidores de los Hibs se hallaban en el extremo equivocado del terreno. La policía intervino con rapidez para retirar a los alborotadores.

Entonces vimos que en las noticias del cierre ponía que hubo ocho detenciones en el campo y otras cuarenta y dos fuera de él.

«Podría haber estado mejor», dice Dozo.

De todas formas, estábamos contentos. Yo hasta le di al capullo mariquita de Carl un poco de sidra.

EL CLOUDS

Cogimos el autobús de vuelta al barrio, ocupando los asientos de los sobraos, los de la parte del fondo del piso superior, lanzando miradas desafiantes a todo gachó que se subiera. Volvíamos a ir como motos, tanto más porque volvíamos a nuestro terruño. Cuando bajamos Birrell tiró por la avenida para llegar a su queo, donde están las casas viejas, pero Carl y yo tuvimos que pasar por delante de casa de Terry. Su madre debió vernos, porque salió al portal y empezó a gritarnos.

Mientras subimos por el camino para encontrarnos con ella, vemos cómo se aproxima con los brazos cruzados delante del pecho. La hermana pequeña de Terry sale y se coloca detrás. Lleva esos pantalones cortos color azul celeste tan guays, esos que llevan el babero y con los que he pensado en ella al pajearme. Si no se pareciera tanto a Terry yo me follaría a Yvonne. No parece que a Birrell le molestara mucho. «Yvonne, adentro», dice su madre y la chica se marcha al interior. «Entonces, ¿qué pasó?» Carl y yo nos miramos. Antes de que podamos hablar, coge ella y suelta: «Me han llamado de la policía. Llamaron a casa de la señora Jeavons, la de al lado. Le acusan de perturbación del orden público y agresiones. Dijo que estabais todos en el extremo equivocado. ¿Qué pasó?»

«No fue así, señora Laws…, eh, señora Ulrich», suelto yo. Siempre me olvido de que ahora es la señora Ulrich, porque fue y se casó con el gachó alemán ese.

«No fue culpa de Terry ni de los demás, se lo aseguro», dice Carl. «Llegamos tarde y sólo nos fuimos a esa punta para no perdernos el saque inicial. Nos quitamos las bufandas y ni siquiera animamos a los Hibs, ¿eh, Andrew?»

Aquélla debió de ser la primera vez que me llamaba «Andrew». Y ni siquiera es su puto equipo, se supone que él es un Jam Tart. Con todo, sólo intenta ayudar, así que le respaldo. «No, pero unos tíos se fijaron en nuestros acentos y empezaron a agobiarnos. Escupiéndonos y tal. Uno de ellos le pegó un puñetazo a Terry y Terry se lo devolvió. Entonces empezaron todos. Los demás sólo acudimos en ayuda de Terry.»

La señora Ulrich deja que se consuma el pitillo, lo deja caer y lo apaga contra el suelo con el tacón de su zapato. Enciende otro. Me doy cuenta de que Carl está pensando en pedirle uno, pero ahora mismo no creo que sea buena idea. «Se cree que no le pasará nada porque trabaja. ¿Pero a mí qué me da a cambio de mantenerle? ¿Quién va a tener que pagar esas multas? ¡Yo! ¡Siempre yo! ¿De dónde voy a sacar el dinero para pagar puñeteras multas judiciales? No puede ser…, sencillamente no puede ser…» Sacudía la cabeza, mirándonos como si esperara que dijéramos algo. «No sirve de nada», dijo, dándole una calada al pitillo y sacudiendo la cabeza. «Se suponía que todo eso de que fuera al boxeo con Billy tenía que ver con esto, con ponerle fin a todas esas idioteces. Se suponía que le inculcaría algo de disciplina. Eso fue lo que me dijeron. ¡Un cuerno disciplina!», dijo mirándonos fijamente y riéndose de modo muy desagradable. «Apuesto a que no trincaron a Billy, ¿eh?»

«No», suelta Carl.

«No, a él no», dice ella, con gesto malicioso y amargo.

Lo cierto es que resultaba muy curioso que Terry fuera a boxear con Billy, y que él fuera el único al que trincaran. Parece que es eso lo que a su madre le saca de quicio. Yvonne vuelve a aparecer a sus espaldas. Tiene una punta de sus cabellos en la boca y no hace más que chuparla y jugar con ella. «A Billy no le detuvieron, ¿eh, Carl?», pregunta.

«No, se ha ido a casa; acabamos de dejarle.»

La señora Ulrich se vuelve hacia Yvonne: «Te lo he dicho, Yvonne, ¡adentro!»

«Puedo quedarme aquí si quiero», suelta Yvonne.

«¡Preguntando por ese puñetero Billy Birrell cuando tu propio hermano está en la maldita cárcel, por Dios!», suelta la madre de Terry. Entonces sale el señor Ulrich. «Entra, Alice, esto no solucionarrá nada», suelta él. «No sirve de nada. No serrá logrado nada. Yvonne. Ven adentrro. ¡Ven!»

Yvonne entra; a continuación la madre de Terry se estremece y entra también, dando un portazo. Carl y yo nos miramos el uno al otro, estirando al máximo las comisuras de los labios.

Cuando entro en casa, mi madre ha preparado la cena. Fish and chips, guay. Cojo los extremos de las rebanadas de pan y las unto con mantequilla, comiéndome la mayor parte de la cena entre ellas y rezumando brown sauce.[20] Mi madre siempre me echa la bronca por coger la última rebanada del paquete de pan, pero tienes que hacerlo si quieres hacer un bocata como está mandado. La rebanada normal se queda tan empapada de mantequilla fundida que se deshace. Sheena ya ha cenado, está sentada en el sofá viendo la tele con su amiga Tessa.

«¿No hubo follones en el partido?», pregunta mi madre mientras echa un poco de té de la tetera.

Estuve a punto de decir lo que suelo decir, que es «Yo no vi nada». Siempre se dice eso, tanto si hubo un amotinamiento en toda regla como si no pasó una puta mierda. ¡Entonces recuerdo que a lo mejor Terry sale en la tele y en la prensa! Así que le cuento que perdí a Terry pero que él acabó por error en el extremo equivocado y le detuvieron.

«Tendrías que mantenerte alejado de él, es un alborotador», dijo ella, «igualito que su padre. No valen nada ninguno. Alan ha llamado», añadió. «Estuvo en el fútbol con Lisa y los hooligans esos andaban desbocados por todo el centro…»

Ay, joder…

Me mira y sacude la cabeza; después empieza a recoger los platos. «Sí», suelta ella. «Alan decía que ahora en el fútbol son todos unos animales y que no pensaba ir más. A Raymond no le deja ir.»

¡Hostia puta, no me vio! Pensé que sólo había dicho aquello para sonsacarme.

Que les den por culo a Alan, a Raymond y a la enana gruñona de Lisa. Pandilla de esnobs hijos de puta.

En la tele está la Thatcher esa, la que llegó al poder porque la votaron los ingleses. Joder, no la aguanto, no aguanto esa puta voz. ¿Quién coño podría votar a una cabrona como ésa? No se puede votar a nadie con una puta voz como ésa. Con todo, el señor Ewart dice que los mineros pronto nos librarán de ella. Así que me quedo sentado un rato, poniéndome cómodo para ver la tele. Echan Starsky y Hutch y empiezo a pillar el punto ese en que en realidad me da igual salir que no, cuando suena el timbre: son Billy y Carl. Entran, pero quieren que salga para ir al Clouds. Justamente empezaba a enrollarme Starsky y Hutch y ni siquiera me ha dado tiempo a cambiarme de ropa. Sheena y Tessa empezaron a ponerse tímidas porque a las dos les gusta Billy y yo me pongo ansioso por salir todos de casa antes de que me dejen en evidencia. Subí corriendo las escaleras, me cambié a toda pastilla y me puse el pendiente. Me estaba saliendo un grano en la barbilla y no me dio tiempo de mirarlo de cerca. Los granos no interesan nunca, pero menos aún en el Clouds. Cuando salimos por la puerta, el cabrón de Carl me suelta un capirotazo en el pendiente y me dice: «¡Hola, marinero!»

En el autobús me doy cuenta de que aún llevo la navaja encima. No tenía intención de llevarla conmigo. A la mierda, esta noche no habrá ningún follón. Me alegré un montón de no haberla sacado en el fútbol. El caso es que me encontré tan absorto con los puñetazos y las patadas que ni lo pensé.

Así que esa noche subimos al Clouds, o a lo que antes se llamaba Clouds. Ahora lo llaman el Cavendish pero todo dios sigue conociéndolo por el Clouds. Es curioso, pero mi padre y mi tío Donald solían tocarme los huevos cuando llamaban a sitios como los pubs y tal por sus nombres antiguos. Ahora aquí me tenéis, haciendo lo mismo. De todos modos, lo llames como lo llames, es un sitio guay, porque en la cola nos tratan como héroes. Había un grupo de esos chulos cabrones de Clerie pero no decían palabra. Yo y Carl nos habíamos bebido otra botella de sidra a medias y estábamos un poco pasados para cuando llegamos. Hay que controlar cuando vas a entrar, porque los seguratas no te dejan entrar si vas mamao y me preocupa que se den cuenta de que llevo la navaja, pero pasamos por la puerta sin problemas. Dentro hay una peña enorme, Dozo y su panda; volvemos a repetir las historias. Después entran Terry y Marty Gentleman; Dozo, Polmont y algunos tíos más sueltan grandes hurras. Todo el mundo les pregunta una y otra vez qué pasó con la poli. Les tratan como a unos putos héroes. Guapo.

Terry no parece demasiado jodido, lo tengo que reconocer. Es como si hubiera pasado ya la hora del fútbol y ahora tocara la hora de las tías. «¿Hoy no toca Lucy?», le pregunta Carl.

«Nah, se mosqueó que te cagas por lo de que me trincaran. De todos modos no quería que subiera aquí esta noche. El sábado noche es mi noche, a ella prefiero verla entre semana y el domingo», explica él. Menuda vida lleva ese cabrón. Terry puede entrar en Annabel’s y en el Pipers también, el hijo de puta. Hasta va al Bandwagon a veces. Por lo único que va es por los chochos, como de costumbre. Primero le veo bailando con la tía esa, Viv McKenzie, después les veo morreándose en la esquina. Después está con una de las tías del Wimpy y se da el lote con ella, pero no es la grandota de los dientes blancos, es la pequeñaja de la chaqueta de cuero. A Viv no le importa, ha ligado con el colega de Tommy, un tío de Leith llamado Simón Williamson.

Yo, Billy y Carl bajamos las escaleras porque allí está el tío ese, Nicky, que vende anfetas y le pillamos una cada uno. Empiezan a hacer efecto cuando estoy jugando a la Galaxian con Billy, que vale, no será tan buena como la de los Space Invaders o incluso la de los Asteroides, pero es todo lo que tienen. De todos modos, muy pronto nos empiezan a dar un puntazo las anfetas esas, así que después de un rato mandamos a la Galaxian a tomar por saco y la pregunta es ¿dónde están los chochos? Los chochos están escaleras arriba, por supuesto, y allá que vamos. Ahora lo que me apetece es bailar.

Estamos al borde de la pista, mirando a las chavalas bailar bajo la bola de espejos alrededor de pilas de bolsos. Empiezan a salir la nieve carbónica y las luces estroboscópicas. Billy dice que una vez vio cómo al piojoso ese de Leith, el Spud Murphy ese, lo trincaron por chorrar bolsos al creerse que ni dios podría verle con la máquina de humo encendida. Pero no son los bolsos que hay por el suelo lo que a mí me interesa, porque aquí hay unos polvos totales, de eso no hay duda. Todos esos culos guays envueltos en unas faldas que parecen plástico de envolver. Se te acelera el pulso cuando vas de speed. Una de las chavalas esas que iban con los tíos de Clerie me mira desde el otro lado, pero no me apetece la clase de agobio que va incluido en el lote. Algunos de los tíos de Clerie también me han calado. A los muy cabrones no les gusta la atención que estamos recibiendo. Sólo porque a ellos nunca se les ocurrió montar un número como ése en el partido. Cabrones envidiosos. Estos gilipollas no tendrían el seso suficiente para pensarlo ni los huevos para hacerlo. De todas formas, la mitad de esos capullos son Jam Tarts. Veo al tío ese del fútbol, Renton, pasar de largo. Hago un gesto con la cabeza. «Buen resultado hoy, ¿eh?», me suelta el cabrón.

«Qué más da el puto resultado, ¿dónde os metisteis tu colega y tú?», le suelto yo.

Carl se ríe y Billy le lanza una mirada llena de intención al chaval.

Hay que reconocer que si el cabrón este está descompuesto lo sabe disimular. «La poli vio la puta bufanda asomándome por debajo del jersey y me mandaron de vuelta. Casi mejor, porque yo no la había visto y los hunos sí lo habrían hecho. Spud no hizo más que acompañarme», nos explica.

Billy se ríe, poniendo cara de que en realidad no cree al Renton este, pero concediéndole el beneficio de la duda. A mí me parece pura mierda y me doy cuenta por la manera que tiene Carl de mirarle de que él piensa lo mismo. Aun así, a mí me da igual. Es cosa de Frank Begbie decirle algo a Renton, fue él el que lo trajo. «Nos vemos», suelta él, largándose.

«Eso», le respondo.

Mientras Renton se aleja, Carl hace el signo del soplapollas a sus espaldas.

Estoy de palique con Billy y Carl cuando la veo entrar. Es ella. Es tan preciosa que no puedo mirar. Caroline Urquhart. Pasa por delante de nosotros con un grupo de chavalas. Yo no sabía que venía por aquí, pensaba que iba a sitios de gente mayor como Annabel’s y tal. Me vuelvo de espaldas e intento ir de tranqui. Estoy un poco follao, pero de buen rollo, sacando energía de la anfeta. Carl está lanzado, diciendo chorradas como de costumbre. «Escuchad… Billy, Gally, escuchad un momento. ¿Verdad que no se pueden coger enfermedades venéreas de las tetas de una tía? Tocándolas, quiero decir.»

Yo me empiezo a reír y Billy también. «Eres un zumbao, Ewart.»

«No, lo que quería decir…»

«No has echado un polvo en la vida, ¿a que no?», acusa Billy.

Carl se está poniendo un poco pálido, pero permanece muy tranquilo. «Claro que sí, sólo leí en algún sitio que un tío pilló una enfermedad venérea después de tocarle las tetas a una tía», dice. Es curioso, pero algunos tipos se ponen coloraos cuando les avergüenzan; otros, como Carl, se ponen blancos.

«Vete al peo. ¿Nunca se la tiró?», se mofa Billy.

«No, sólo le tocó la teta.»

«Eso es bazofia. ¡A tomar por culo, mamón! Escúchale, Gally», me dice Billy meneando la cabeza. A Carl le gusta hacerse el supermacho pero dudo que haya echado un polvo en la vida. Ha enredado por ahí con bastantes chavalas y salió un tiempo con Alison Lewis, pero dudo que sacara nada a ésa. Nah, no ha echado un polvo. Yo tampoco, eh, y ya va siendo hora de que lo haga. He tocado tetas, metido el dedo, me la han cascado y me la han chupado, así que estoy que me muero por hacerlo como está mandado. Pero la chavala con la que salía, Karen Moore, no quería llegar hasta el final. Así que a la mierda, la mandé a hacer puñetas; no puedes dejar que te calienten la polla más allá de cierto tiempo. Era una tía maja, eso sí, y a mi madre le caía bien; a decir verdad, se puso negra cuando le dije que la había mandado a paseo. Me entraron ganas de decirle, ¿por qué no sales tú con ella, pues? ¡Probablemente tienes más posibilidades de hacértela que yo!

De todos modos, esta noche estoy por la labor. Han puesto un tema de los Odyssey, el Use it Up’n Wear it Out ese, y guipo a Caroline Urquhart bailando en la pista con su amiga. Lleva un vestido rojo guay con medias negras. Su colega no está mal, tiene un buen par de tetas. Hostia puta, ¡si es Amy Connor! Parece otra con esa camiseta verde y el maquillaje, con el pelo levantado. Mayor. Billy también las ha visto. «Qué polvos», me suelta. Después me mira y dice: «¿Te apetece que les entremos?»

Me siento un poco raro. Un poco nervioso. Me froto donde noté que iba a salirme el grano aquel. ¡Incluso parece haberse convertido en un grano pajero! ¡Un grano bajo las luces estroboscópicas con Caroline Urquhart! Si hago el capullo y me da calabazas, tendré que enfrentarme todos los días a ella en el colegio. «No quiero enrollarme con una tía del colegio», balbuceo de modo un pelín apresurado. Billy lo deja estar pero Terry no lo habría hecho. Claro que ahora está con sus colegas nuevos, sus colegas duros y chuletas. «Quiero decir, eso es una mierda», añado.

«Chorradas», dice Birrell.

«No, pero escucha, Billy, aquí hay chochos a mansalva», digo señalando con el dedo a otras dos tías que están bailando solas. Una tiene el pelo rubio y lacio. Tiene un polvo. La otra tiene el pelo largo y oscuro; su culo tiene buen aspecto enfundado en esa falda de tubo. «Mira ésas, sin embargo.»

«Están buenas», reconoce Billy, y entramos, venga a bailar delante de ellas. Le hago un gesto con la cabeza a la rubia y ella también me lo hace a mí. Me gustaría sonreírle pero mis colegas podrían pensar que soy maricón. Hoy les hemos dado a esos putos hunos, así que no puedes andar por ahí comportándote como un maricón con las tías y dejando a todo dios en evidencia. Los tipos como Terry pueden hacerlo y salirse con la suya porque tienen esa clase de personalidad. Suena el Atomic ese de Blondie, así que aprovecho la excusa para entrarle a la tía. «Ésa eres tú, eh, Blondie, por lo del pelo rubio y tal», le suelto, acariciándole el pelo un momento. Ella se limita a sonreír de una forma que me hace sentirme gilipollas. Si el cabrón de Terry dice lo mismo, se ponen todas en plan uuu… uuu.

«Hoy he estado en el fútbol. En Easter Road. Les hemos metido a los putos hunos, ¿eh?», le grito al oído. Huele de puta madre.

«No me gusta el fútbol», suelta ella.

«No serás una Jam Tart de mierda, ¿eh?»

«No me gusta el fútbol. Mi padre es seguidor del Motherwell.»

«El Motherwell es una puta mierda», le suelto yo. A lo mejor no debí picarme tanto, pero son un cero a la izquierda y hay que decírselo.

Dejamos la pista y ella vuelve a donde están sentadas sus amigas. «Nos vemos», le suelto.

«Vale», dice ella, marchándose y sentándose con sus amigas.

Billy se acerca. «¿Has ligado?»

«La tengo en el puto bote», le suelto yo. «Tiene unas ganas que te cagas.» Él no ha ligado con la otra, de todas formas. Me corta el rollo. Entonces suena el Start! de los Jam, el que desbancó del número uno al Ashes to Ashes de Bowie. A mí me gusta y lo cantamos, pero es como si cantáramos acerca de los hunos… «if I never ever see you… it will be a start».[21] Du du du du… Guapo que te cagas.

Vaya anfetas…

… antes de que me haya dado cuenta ponen la última lenta, el disc-jockey dice a todos los tíos que se levanten y vayan a por ellas y nadie necesita que le insistan. Vuelvo a entrarle a la rubita. Pero es una canción vieja, Olivia Newton-John interpretando el Hopelessly Devoted to You de Grease. Morreamos un poquito, pero me empalmo y noto como ella se tensa. Me siento como Cropley, el perro.

Cuando la música termina nos separamos y ella me sonríe. Me aprieta la mano y me mira, pero yo me quedo como helado, sin saber qué decir. «Eh, ahora nos vemos», suelta ella, volviendo a marcharse de la pista, donde veo a Billy hablando con el tal Renton y un tío de Leith llamado Matty. No veo a Carl. La rubia está con sus amigas.

Encienden las luces, apagan la música y nos echan. Intentamos ver dónde está todo el mundo. Carl parece haber ligado con una gorda pelirroja; Billy dice que le vio escabullirse con ella. Tiene que ser un callo monstruoso para que se lo haya montado tan malamente. Yo intento permanecer tranqui, pero la busco a ella, a Caroline Urquhart no, a la rubita.

La veo después, mientras salimos al vestíbulo. La rubita. Su amiga se me acerca, hace un gesto con la cabeza hacia ella y me suelta: «Le gustas.»

Yo la miro y veo su expresión, dura, seria y engreída, y quisiera que sonriera como antes en vez de poner cara de proponerme una pelea limpia, pero yo tampoco puedo sonreír, porque alrededor hay demasiados capullos que se cachondearían. Así que indico la puerta con la cabeza y salimos a la esquina, al callejón que hay detrás del Clouds, justo detrás de Tollcross, y allá vamos. Me morreo con ella e intento tocarle las tetas, pero me aparta la mano y ni la teta me va a dejar tocarle y eso no me vale joder…

… tengo que ligar de verdad…

… no quiero ser virgen…

«No me seas una puta lesbiana, ¿vale?», le suelto.

«¡No soy una puta lesbiana! ¡Entérate, chaval!»

«Entonces, ¿qué coño te pasa?»

Me aparta y empieza a caminar hacia donde están sus amigas. Empiezo a decir algo; se vuelve y me suelta: «Tú vete a tomar por culo, ¿vale?»

Su amiga la del pelo oscuro parece una tía sobrada y dura que te cagas. De esa clase de tías que tienen hermanos majarones; se nota. Me mira y me suelta: «Lárgate, chaval, ¿vale? ¡Lárgate, pero ya!»

Justamente entonces Caroline Urquhart y su amiga Amy salen con Terry y el tío ese, Simón Williamson, el gachó ese de Leith. Parece ser que es colega del tal Renton y de Tommy y Matty además del hermano de Joe Begbie. Terry se ríe; lleva el brazo alrededor de Caroline y ella me mira como si…, como si yo fuera una puta mierda…

Entonces oigo gritos y todo el mundo mira hacia donde está montándose la bulla y eso me da la excusa para irme a tomar por culo y allá que voy. Billy me coge de la muñeca y me suelta: «Déjalo, Gally, esto es cosa de Dozo Doyle con los capullos esos de Clerie. No tiene nada que ver con nosotros.»

«¡Vete a la mierda!» Le aparto, saco la puta navaja y me acerco. Después me paro y pienso: ¿Qué cojones hago yo aquí? Me quedo ahí parado. Dozo está forrando al tío de Clerie; los amigos del chaval guipan la navaja y salen pitando. ¡La navaja dio resultado! El tal Polmont está ahí de pie sin hacer nada. El tío de Clerie ha caído al suelo y Dozo le patea. Entonces Polmont me hace un gesto y me coge el pincho; yo se lo doy sin más, se agacha y le abre la cara al otro gachó. El corazón me hace bum al ver cómo se abre la piel del tío y no se ve nada por un instante y después la raja y la sangre saliendo a chorros. Doyle mira al chaval desde arriba. «¡Puto gilipollas de Clerie!»

El tío se sujeta la cara como puede y dice algo, tonterías que no significan nada y yo mirándole mientras tanto. Se suponía que era una pelea limpia… entre Dozo y él…

Me quedo clavado en el sitio mientras Polmont me devuelve la navaja. La cojo, no sé por qué. Porque es mía, supongo. Polmont me mira y hace una mueca y Dozo menea la cabeza. Se ríen y se largan.

Se acercan un par de tíos, que me ven a mí, ven al chaval y ven la sangre. Después desaparecen. Uno de ellos dice algo pero no puedo oírle. El tío todavía tiene las manos en un lado de la cara y levanta la vista y me ve con la navaja. Me lanza una mirada de asco, como si fuera un animal.

Me vuelvo y cruzo corriendo el aparcamiento que hay a la salida del callejón hasta llegar a la carretera principal. Corro durante siglos, deteniéndome sólo al quedarme sin aliento. Después me deshago de la navaja, arrojándola a uno de esos contenedores grandes. Me lleva un rato darme cuenta de dónde estoy. Me he equivocado de dirección. Vuelvo sobre mis pasos pero dando un rodeo, cogiendo las calles tranquilas para llegar a casa y evitando las principales.

Empieza a llover. Las luces de las farolas se reflejan sobre el asfaltado negro azulado, haciéndome sentir náuseas y mareos; me subo la cremallera de la Harrington y me abrocho el botón del cuello. Las tripas me arden a cada paso que doy. Cada vez que oigo una sirena de policía o veo un coche de la pasma, creo que vienen por mí. El corazón se me sube a la boca y la sangre se me hiela. Veo cómo va cambiando la ciudad; las tiendas dan paso a las casas pijas del centro, a continuación llegan las casas de vecinos, después nada durante siglos, después la doble calzada y las luces del barrio.

LA CANCIÓN DEL SOLDADO (VIRGEN)

Estábamos merodeando por las tiendas de Stenhouse Cross el domingo por la mañana. Los domingos son una mierda y cuanto más duran más mierdas son. No se puede hacer nada más que hablar del fin de semana y sentir cómo te acechan el miedo y la depresión hasta que llega el lunes por la mañana. Una vez le dije a mi tío Donald, que trabaja en el polígono de Rentokil: «¿Mejora la cosa cuando dejas el colegio y te pones a trabajar?» Se limitó a sacudir la cabeza y a reírse como diciendo: Sí, exacto, eso es.

Pero todavía es por la mañana y todos los éxitos del fin de semana siguen frescos. Sobre todo para el chulo cabrón de Terry que va y dice: «Llevo en el puto capullo un mordisquito de mi pequeña colegiala de anoche. Qué polvo más lento», dice, extendiendo las manos y moviendo despacio las caderas. A ella no le sacó nada, a Caroline Urquhart no.

Este cabrón no dice más que putas chorradas.

«¿Qué pasó con toda esa basura de que “ni la tocaría” que soltabas antes?», le suelto yo.

«Bueno», sonríe Terry, «pensé que ahora que trabajo no está mal tener a una chavalita del cole a la que tirarse de vez en cuando.»

Billy parece muy impresionado por el capullo embustero y se nota lo mucho que le gusta eso a Terry. Billy se lanzó a toda máquina en el fútbol y fue él el protagonista en realidad, bueno, él y Gent, aunque fue a Terry al que trincaron. Y nunca le hace la pelota a Doyle y demás como hace Terry. Creo que a Billy le mola un montón Caroline Urquhart y Amy Connor también. Le molan a todo dios, aunque mientan al respecto, como Terry. «Salía con ese tío mayor, ¿no?», le pregunto.

«Nah, el tío la dejó. Ahora sale con otra tía. Así que yo estaba a mano para ofrecerle un oído comprensivo…», sonríe maliciosamente…, «y un rabo comprensivo también.» Se ríe, volviendo a mover las caderas. «Tendría que darle las gracias a ese tío por enseñarle el oficio, vaya que sí. Pensé que estaría nerviosa y rígida como una virgencita», dice, escupiendo la palabra «virgen» como si dijera «leprosa», «pero qué va, el cabronazo debió sacarle todo eso a polvos, dejándomela bien desbastada. La muy guarra sabía cómo comérsela también. ¡Vaya que si sabía! ¡Casi me deja sin polla!»

Mierda pura.

Ella no le chuparía a ese capullo sudoroso su asqueroso rabo.

«¿Quién era el tío que se largó con su amiga?», pregunta Billy.

Terry le echa un trago a su lata de Irn Bru.[22] «Simón se llama el tío. Buen chaval. Amy Connor le hizo una paja con las tetas. Es amigo del hermano de Joe Begbie, el cabrón ese de Franco al que pillaron a la vez que a mí. Espero que la pequeña Caroline no me haya pegado nada, porque me voy esta tarde a casa de Lucy a cenar, ¡y sé lo que hay de postre!»

«Creí que estaba mosqueada contigo por lo de la detención», dice Carl.

«Sí, el cabrón de su padre intenta ponerla en mi contra. El caso es que es inútil. En cuanto una tía ha estado con Terence Henry Lawson, ya está viciada y sólo quiere lo mejor. ¡Nunca tienen suficiente! ¡Fijo!»

El capullo engreído me pasa la lata de refresco.

Yo hago un gesto con la cabeza para que la aparte y él se la pasa a Carl, que echa un trago. Parece muy satisfecho consigo mismo. A lo mejor consiguió mojar el churro con la gorda pelirroja. Espero que no, joder, porque eso supondría que ahora yo sería el único de aquí que no lo ha hecho. Billy se lo ha hecho con Kathleen Murray y también con la hermana de Terry, Yvonne.

Maggie Orr, esa que vive en la escalera de Billy, baja por la calle con una chavala que lleva gafas, pero que parece muy maja. Paran delante de la tienda de fish and chips. «Terry, ven un momento», le dice ella, haciéndole un gesto con la mano para que se acerque.

Pero Terry se mantiene en sus trece. «De eso nada, vosotras venid aquí», suelta él, todo chulo.

«Nah», dice la chavala de las gafas, señalando a Maggie con la cabeza y arrugando la cara, dando así a entender que Maggie no quiere ver ni a Carl ni a Billy. A Billy no le importa, está leyendo el periódico; Carl mira para otro lado, con las manos en las caderas. Billy enrolla el periódico y le golpea con él en la cabeza. Carl dice algo así como «Gilipollas». Terry se encoge de hombros y se acerca a donde están las chicas.

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