Cola

Cola


2. Los 80: La última cena (de fish and chips) » Andrew Galloway

Página 16 de 53

La chavala guay del pelo negro y las gafas me mira y sonríe. El corazón me hace bum. Parece majísima, distinta de algunas de las de por aquí. Entonces Terry también se vuelve y me mira, y luego se ríe con la chica, a la que empuja, agarra y hace cosquillas. Ella no para de reír y de decirle que pare. No debería hacerle eso a una chica así, una chica maja. Vale que uno enrede así con guarras, pero no con una chica como ésa. A Maggie tampoco le gusta; Terry se da cuenta, así que se acerca a ella y empieza a hacerle cosquillas, a levantarla. Ella se pone a gritar: «¡TERRY!», y le vemos las bragas; entonces él la baja. Se ha puesto colorada. Se marchan calle abajo y la chica alta maja se ríe, pero Maggie está roja como una remolacha y tiene los ojos llorosos. Aunque también se ríe un poquitín. Terry vuelve esprintando a donde estamos nosotros.

«Locas por follar, las dos», se ríe, mientras ellas desaparecen. Ve que le miro. «Eh», me dice, «a Gail, la alta, le molas, Gally. Me ha dicho: “¿Quién es ése tan mono de los ojazos?”»

Tendrá jeta el cabrón; vacilarme así. Carl y Billy se ríen de mí y Billy me da un pellizco en la mejilla. Hago caso omiso del gilipollas de Terry, de todos ellos. «Sí, ya, claro», le suelto yo.

Billy vuelve a abrir el Sunday Mail. A Terry, el puto amo, le encanta todo esto. Armaron un revuelo que te cagas con toda la mierda que hubo en el partido. Esos putos periódicos de Glasgow: nunca se molestan cuando esos piojosos se desmandan por aquí. La estúpida cara de Terry y su estúpido pelo. En pleno periódico. El capullo se cree una puta estrella. Todo eso no es más que un montón de mierda.

IDENTIFICAMOS AL GAMBERRO DE LOS HIBS

El sonriente gamberro impenitente que llevó el terror y la vergüenza a Easter Road el sábado es el vendedor de refrescos a domicilio Terence Lawson (17). Millones de aficionados vieron el popular programa Sportscene en el que unos Hibs inspirados por George Best lograron arrancar una victoria frente a los Rangers. Sin embargo, el partido se vio ensombrecido por serios disturbios en el terreno y en sus alrededores. «Estos individuos no son verdaderos aficionados al fútbol», dijo el inspector Robert Toal, de la policía de Lothian. «Los auténticos fans deberían denunciarlos. Están totalmente empeñados en acabar con el fútbol.» El rostro insolente de Lawson mientras lo sacaban de una reyerta que él había instigado resultó excesivo para muchos genuinos seguidores. Bill McLean (41) de Penicuik dijo: «Éste es el primer partido al que asisto en años y será el último. Hay demasiado hooliganismo últimamente.»

MAFIA

Lawson es el presunto cabecilla de una conocida banda de hooligans futbolísticos de Edimburgo conocida como La Mafia Esmeralda a causa de su afiliación al Hibs Football Club y su extrema crueldad.

VIOLENCIA

La relación de Lawson con la violencia no es cosa de ayer. El año pasado este fornido gamberro con permanente fue condenado por una brutal agresión a otro joven a las puertas de una céntrica tienda de fish’n chips. También podemos desvelar que fue condenado por destrozar una cabina telefónica y por rayar alevosamente la carrocería de un coche de lujo con un manojo de llaves. El coche pertenecía al hombre de negocios edimburgués Arthur Rennie.

HASTA LA CORONILLA

Anoche, la madre de Lawson, la señora Alice Ulrich (38), defendió a su hijo. «Mi Terry puede ser un poco bobo a ratos, pero no es un gamberro. Lo que pasa es que últimamente anda con malas compañías. Ya empiezo a estar harta de todo esto.» Lawson fue detenido junto a otros dos jóvenes, de dieciséis y quince años respectivamente, cuyos nombres no podemos facilitar por motivos legales. El juicio tendrá lugar dentro de quince días ante el Tribunal de Distrito de Edimburgo.

«No es una puta permanente», suelta Terry, pasándose la mano por el pelo. «No me he hecho la puta permanente.»

Éste se piensa que su mierda no huele. Gilipollas escaqueado repartidor de refrescos. «Es porque tu viejo era un puto negro, no es más que eso», suelto yo.

Ojalá no hubiese dicho eso. Terry no se lleva bien con su viejo. Por un momento pienso que va a saltar, pero no se enfada. «Pues por lo menos tenía buena piel», me contesta mientras me señala la cara. «Tener una piel como ésa y meterla son cosas que no pegan, colega», dice con un guiño, y todo dios está que se mea de la risa. «No me extraña que seas T. V.»

Pone cara de póquer mientras yo me pregunto de qué cojones va eso…

Billy mira a Terry sin comprender.

«Todavía virgen», suelta Terry.

Todos se ríen de mí que te cagas; espasmódicamente, sosteniéndose unos a otros. Cuando creo que han terminado, sobreviene otra oleada que empieza justo cuando mis ojos se encuentran con los de Terry y por un instante veo algo que es casi como una disculpa antes de ser barrida por unos enormes rebuznos. Mi mano sale disparada hacia el grano que tengo en la cara. No pude remediarlo. Ahora tengo otro. Sí, y se ríen más todavía. Carl, que se escabulló con aquella puta carabota pelirroja y se cree el último de los amantes ardorosos porque alguna vaca a la que nadie más quiso le dejó hacérselo con ella. Birrell, que ni siquiera consiguió echar un muerdo…

«Vete a tomar por culo, cabrón», me escucho decir a mí mismo, pero estoy tan furioso que el aliento se me queda atrapado en el pecho.

Terry.

Cabrones.

Que les den por culo a todos. Esto no son colegas… «¡VETE A TOMAR POR CULO, LAWSON, SO MARICÓN!»

«¿Vas a obligarme tú?», suelta Terry, mirándome fijamente.

Me vuelvo, y me da la impresión de que él sabe más o menos qué es porque me da miedo lo que pueda hacer yo más que lo que pueda hacer él. «No te mosquees como si fueras un crío, Gally. Fuiste tú el que empezó con toda la mierda esa de los negros», suelta él.

«Sólo bromeaba, cacho cabrón.»

Juice Terry. El puto amo. Pregonando putas botellas de refresco por las barriadas…

«Pues yo sólo bromeaba sobre tus putos granos», suelta él; Ewart y Birrell vuelven a troncharse.

Gilipollas…

Doy un paso al frente y me planto delante de Terry. A mí no me da miedo ese cabrón. Nunca me lo ha dado. Ya sé que ahora se creen todos que es un tipo duro que te cagas, pero yo sé lo que hay. El capullo olvida que crecimos juntos, joder. Él se mantiene firme, por supuesto, pero se le nota cierta preocupación.

Billy se coloca entre los dos. «Dejad de sobraros el uno con el otro, ¿vale? Se supone que sois colegas. Sois alucinantes.»

Seguimos frente a frente, echándonos miradas encendidas por encima del hombro de Billy.

«He dicho que dejéis de sobraros. ¿Vale?», suelta Birrell, empujándome en el pecho con la palma. Ese cabrón empieza a tocarme las pelotas tanto como Terry. Vale que me pasé de la raya cuando dije aquello, pero el cabrón tendría que habérselo tomado a broma. Noto como hago fuerza contra la mano de Birrell, de manera que tiene que empujarme de verdad o relajar la presión. Me hace un gesto con la cabeza y relaja la presión. «Venga, Gally», dice, firme pero razonable.

«Sí, venga chicos, calmaos», suelta Carl, pasándole un brazo alrededor a Terry y tirando de él, obligándole a dejar de mirarme fijamente. Terry protesta, pero Carl se pelea con él en broma, obligándole a tomar parte. «Vete a la mierda, Ewart, capullo platino-albino…»

Entonces voy y digo: «Lo dije en broma. No vayas por ahí creyéndote que puedes sobrarte que te cagas porque te trincaron en el fútbol, Terry. No vayas por ahí creyéndotelo», le digo al cabrón.

Terry aparta a Carl y me mira. «Y tú no vayas por ahí creyéndote que puedes sobrarte que te cagas porque andas por ahí con una navaja.»

La navaja. La cara del chaval.

Me entra frío. Me siento solo, siento que todos me odian.

Birrell también apoya al cabrón de Terry. «Eso, tú guárdate esa mierda, te vas a meter en un fregado enorme, te lo digo en serio, Gally.

Y te lo digo porque eres mi colega. Últimamente tienes una actitud muy chunga.»

Me lo dices a mí, joder

Todo dios me lo dice a mí

La cara del chaval. Ese cabrón de Polmont. No lanzó un solo puñetazo en el fútbol, el puto cagao. Lloraba solo, como una nenita, en casa de Spencer. No dio la cara por Dozo cuando los tíos esos de Clerie estaban a punto de meterse hasta que me vieron a mí con la navaja. Y lo que le hizo al chaval fue una auténtica pasada. Dozo le estaba inflando. No había ninguna necesidad. Y yo me quedé ahí parado y dejé que me devolviera la navaja. La cogí, la cogí como un puto gilipollas. Me estoy cagando de miedo. Me vuelvo hacia Carl. «¿De qué va todo esto?»

«Que te has pasado, Gally», suelta Carl, señalándome. «Nada de putos pinchos.»

Ewart, el puto seguidor de los Hearts, me dice a mí que me paso. Sí, ya. Sí, claro.

Billy me mira fijamente. «La policía apareció anoche, después de que te dieras el piro. Le preguntaron a todo el mundo lo que había pasado.»

Los miro a todos ellos. Ellos me miran de la misma manera en que lo hacen Blackie y todos esos cabrones del cole. Se supone que son tus putos colegas. «Vale, ¿y vosotros qué cojones les dijisteis? ¡Seguro que me vendisteis!»

«Sí, claro, sí…, haz el favor», suelta Billy. Terry se limita a mirarme como si me odiara. Carl se aparta un poco, meneando la cabeza.

«No sabéis nada», suelto yo; me vuelvo y empiezo a marcharme.

Carl grita: «¡Venga, Gally!»

Billy dice: «Déjale.»

Oigo gritar al cabrón de Lawson con un acento americano superagudo, «Ca-ri-ñooo… hasta luego ca-ri-ñooo…» y la sangre me hierve que te cagas.

Ese cabrón se va a enterar.

Bajo por la calle, pasando por delante de la iglesia y la escalera de los Birrell hasta llegar a nuestra urbanización. Veo al viejo señor Pender bajando por la colina que lleva al pub Busy Bee, y grito: «Hola», pero no me hace caso, y aparta rápidamente la mirada. ¿Qué mosca le habrá picado ahora? Yo nunca le he hecho nada.

Cuando paso por delante del patio donde vive Terry, echo un vistazo hacia su casa para ver si están por ahí Yvonne o alguna de sus amigas. Me pregunto cómo puede ser que Terry sea tan cabrón e Yvonne tan maja.

Yvonne es encantadora.

Pero no hay nadie por ahí, así que me acerco a mi propio patio y subo las escaleras. Justo a tiempo, porque veo a un montón de tíos de los Hearts, Topsy y cía, dirigiéndose hacia aquí. Topsy es legal, y es amigo de Carl, pero algunos de los que estaban allí se sobrarían seguro si vieran que iba solo. Ahora mismo no estoy de humor para que se sobre nadie. Ahí está el grafiti ese de la pared de la escalera en rotulador rojo:

LEANNE HALCROW

AMA A

TERRY LAWSON

Atestiguado por ambos

Seguro que el cabrón lo escribió él solo. Le lanzo un japo, observando cómo el color se escurre por la pared. Tinta barata. El puto Terry se cree muy chulo con su puto pelo de negro y, mientras, su puta madre está follando con un puto nazi. Puto gilipollas gordo de mierda y sobrao. Se supone que se ha tirado a todas las putas tías y zurrado a todos los putos tíos del barrio. Y una mierda. Un tipo duro. Y una mierda. Y el puto Birrell y el puto Ewart… apoyándole…, cabrones.

Me voy a mi habitación y pongo el primer LP que me compré, el This is the Modern World de los Jam. Cropley entra y le acaricio la cabeza con una mano temblorosa mientras mis lágrimas caen sobre su cabeza. Lágrimas que nadie verá, jamás.

Nunca terminaré los estudios. Nunca conseguiré un empleo. Nunca conseguiré echar un polvo.

Me van a encerrar.

«LOS CASOS DE ROCKFORD» CONTRA «LOS PROFESIONALES»

Los domingos por la noche son aburridos que te cagas. Tiro del anillo de goma amarillo que Cropley lleva en la boca. Gruñe a través de las fosas nasales. Con qué fuerza lo agarra. El anillo está todo lleno de babas.

«¡Ya está bien, Andrew!», suelta mi madre, «¡vas a sacarle los dientes al pobre animal! No puedo pagar facturas de veterinario para que le pongan una dentadura o lo que sea», dice riéndose, y Sheena y yo también lo hacemos ante la idea de Cropley con unos dientes falsos.

Así que suelto el anillo. Lo tiene y no hace más que traérmelo de nuevo para que vuelva a forcejear con él. «Es tuyo, Cropley, venga, largo de aquí», le digo. En realidad los perros no son tan listos. Eso no es más que un montón de mierda: cosa de la Barbara Woodhouse esa, la de la tele. Ella no podría entrenar a un perro como Cropley o uno de esos perros descarriados que te atacan cuando intentas cruzar el parque para llegar al colegio. La semana pasada Birrell le pegó a uno una patada en la garganta; se marchó entre gemidos. Dice que los perros son como las personas: algunos son menos chulos de lo que ellos se creen. Carl dice que va a empezar a llevar la escopeta de perdigones al colegio para protegerse. Le dije que más le valía no pegarle un tiro a mi puto perro o yo se lo pegaría a él, amigos o no.

Cropley se aburre o se olvida, y deja el anillo. Pero mi madre tiene que zurrarle cuando intenta follarse la pierna de Sheena al levantarse para ir al retrete. Ella se ríe y dice: «¡Fuera, Cropley! ¡Fuera!» Sheena probablemente ni siquiera sabe lo que el perro está haciendo, o quizá sí. Pero mi madre sí lo sabe, y le está sacudiendo con la zapatilla y pasan siglos antes de que la suelte.

Yo me río que te cagas así que también me llevo una leche, con la mano, justo en un lado de la cabeza. Vaya torta; sentí cómo me zumbaban los oídos. «No tiene puñetera la gracia», me chilla.

Me escuece donde me sacudió y yo sigo riéndome, a pesar de sentirme marcadísimo y sordo de un oído. «¿Y eso a qué ha venido?»

«Eso es lo que pasa por provocar tanto al perro, Andrew Galloway. Volverás loco al pobre animal», dice.

Sí, claro. Me froto la cabeza y abro el periódico por la página de la programación televisiva. Noto cómo el tímpano deja de zumbarme y vuelvo a poder oír con normalidad. Lo que más odio de los domingos por la noche es que dan Los Casos de Rockford en la BBC y Los profesionales en STV, justo a la misma hora. Estos cabrones no hacen más que tocarte los huevos; cualquiera diría que podrían planear mejor las cosas.

Noto cómo mi madre se sienta a mi lado en el sofá rodeándome con el brazo, dándome un achuchón y frotándome la cabeza; es como si estuviera a punto de llorar. «Lo siento cariño…, lo siento, cariñín», dice.

«No pasa nada, mamá, no me ha dolido, ¡compórtate!», me río, pero yo también estoy a punto de llorar. Es como si cuando ella hace eso, me convirtiera en un criajo otra vez.

«A veces no me resulta fácil, hijo», dice mirándome, «¿me entiendes?»

Tengo un nudo en la garganta y no puedo decir nada, así que me limito a asentir.

«Eres un buen chico, Andrew, siempre lo has sido. No me has dado problemas de ninguna clase. Te quiero, hijo», dice sollozando otra vez.

«Venga, mamá.» Le doy otro achuchón.

Sheena sale del retrete y mamá y yo nos separamos el uno del otro como si fuéramos una pareja joven dándose un morreo disimulado y hubiésemos tenido que ponernos derechos rápidamente. «¿Qué pasa?», dice Sheena, toda asustada.

«No pasa nada, cariño», dice ella. «Sólo estábamos de charla. Ven y siéntate en el sofá con nosotros», dice dándole una palmada al cojín, pero Sheena se sienta en el suelo a sus pies y mamá me rodea a mí con un brazo y a Sheena con el otro, acariciándole el pelo y diciendo bobadas como: «Mis niñitos…» y es agradable pero me da vergüenza al mismo tiempo, porque ya soy un poco mayor para esto, pero bueno, está alterada así que no digo nada; Sheena coge una de sus manos y la sostiene entre las suyas, y yo me alegro de que mis amigos no puedan verme en este momento.

Nos acomodamos delante de la tele y después de un rato suena el timbre y es Carl. «¿Te apetece venirte a mi casa a ver Los profesionales?», pregunta, con los ojos llenos de ansiedad.

Le miro, como vacilando durante un segundillo. Se da cuenta de que no quiero ir. Pero no quiero que piense que es porque no quiero dejar sola a mi madre en este momento. Así que saco el tema de Terry y esta tarde. «Terry es un sobrao. Le voy a partir la boca.»

«Ya», dice Carl con desgana. Sabe que Terry y yo somos muy amigos, aunque cada uno se suba a la chepa del otro de vez en cuando. «Ven a mi casa a ver Los profesionales».

«Vale», suelto yo. Quería ver Los casos de Rockford con mi madre y Sheena pero a la mierda, me vendrá bien salir de casa.

Le digo a mi madre que me voy a casa de Carl, sintiéndome un poquito culpable por dejarlas solas a ella y a Sheena, un poco violento por no quedarme. ¡Pero estará bien! Así son las mujeres, como dice mi tío Donald. Pero mi madre se lo toma bien, nunca le importa que sea a casa de Carl o de Billy, pero no le gusta que vaya a casa de Terry. A veces cuando vamos a casa de Terry a esnifar pegamento o a echar unos tragos le digo a mi madre que hemos estado en casa de Carl o de Billy y que no era más que sidra. Pero me parece que mi madre, la señora Birell y la señora Ewart saben que estamos en casa de Terry.

Así que vamos a casa de Carl. Se está bien en casa de Carl porque siempre parece que haga más calor que en la nuestra, pero creo que sólo es por la moqueta. Te da la sensación de que es todo más hermético. En nuestra casa sólo tenemos las alfombras viejas que tenía mi tío, y no llegan hasta la pared. También hay muebles nuevos, unas sillas grandes y cómodas que tienen un marco ligero de madera en las que te hundes. Carl dice que las traen de Suecia.

«¡Eh, eh, aquí está el otro hooligan!», dice el viejo de Carl, pero sólo bromea. Eso es lo que tiene el viejo de Carl, siempre bromea contigo y no se pone de morros como otros viejos.

«Nosotros no, señor Ewart, sólo Terry, ¿eh, Carl?», suelto yo; no lo pude resistir.

«Ese chico se va a meter en un lío gordo un día de éstos, y si no, al tiempo», suelta la señora Ewart.

Carl la mira y dice: «Ya te lo dije antes, mamá. No fue culpa de Terry. En realidad no tuvo nada que ver con él.»

Ésa es una de las cosas que tiene Carl: siempre da la cara por todo el mundo.

«Le vi en la televisión, caminando por el campo con una gran sonrisa de bobo en la cara. ¡Vaya una afrenta para la pobre Alice!», dice la señora Ewart, marchándose a la cocina.

El señor Ewart grita detrás de ella: «Fue todo bastante estúpido, pero el chaval no hacía más que reírse. Cuando haya una ley que prohíba reírse, entonces sí que la habremos cagado», dice, pero la señora Ewart no contesta.

Yo bajo la voz y le miro. «¿Tuvo usted algún follón en el fútbol, señor Ewart?», suelto yo. Al padre de Carl puedes decirle ese tipo de cosas, a pesar de que espero que diga: «No te pases de listo, esas cosas no pasaban en mis tiempos.»

Se limita a sonreírme y guiñar un ojo. «Pues claro, eso ha pasado siempre», dice, «vosotros os creéis que lo habéis inventado todo y no sabéis de la misa la mitad.»

«¿Los del Kilmarnock se pegan con los del Ayr United?», le pregunto.

Sacude la cabeza y se ríe. «Bueno, el Ayr y el Killie son rivales, sí, pero no juegan en la misma división tan a menudo. Así que la mayor parte de los follones gordos que tenían lugar allá abajo tenían lugar durante los grandes partidos de los júnior. Yo era del Darvel y en los partidos de copa contra los del Kilwhinning o el Cumnock siempre había follones antes, durante y después del partido. Y a veces las cosas se ponían muy, muy feas. ¡Si hubieran tenido una afición lo bastante numerosa, nunca habríais oído hablar de los Rangers contra el Celtic!»

La señora Ewart ha hecho té y lo trae en una bandeja. «¡Cállate, Duncan, no deberías animar a los chicos!» Pero se ríe.

El señor Ewart sonríe como si le tomara el pelo. «No es más que historia social, eso es todo. A ver, no sé cómo será ahora, pero aquello eran todo pueblos mineros. El trabajo era duro y había mucha miseria.

La gente necesitaba desahogarse. Era una cuestión de enorgullecerse de la ciudad o el pueblo del que procedías, de quién eras, de dónde venías.»

«Pues ellos no necesitan desahogarse. Irán a la puñetera cárcel, así es como acabarán», advirtió ella.

Carl me sonríe e intento no mirarle para no enojar a la señora Ewart. Ya sé que uno no debe decir estas cosas de la madre de un amigo, pero la señora Ewart me mola cantidad. Tiene unas tetas guays. Me siento realmente avergonzado, pero me he hecho pajas pensando en ella.

Empezó Los profesionales y nos acomodamos para verlo. Yo no paraba de mirar las piernas de la señora Ewart, la manera que tenía de quitarse las zapatillas. Ella me pilla y sonríe y yo me pongo colorado y vuelvo a mirar la pantalla. Los profesionales es guay. Yo sería Doyle y Carl sería Bodie, aunque Doyle lleve el pelo como Terry.

Doyle.

Polmont.

La navaja.

El tío de Clerie.

Vuelvo a mirar la pantalla. Aunque estuvo estupendo, aún podía notar aquella nauseabunda y aterradora sensación de domingo por la noche echando raíces, peor que nunca.

NINGÚN HOMBRE EN CASA

Me levanté un poco más contento, sin embargo; de hecho, es la primera vez en siglos que me apetece ir al cole en lunes. Lo odio que te cagas, y apenas puedo esperar a que llegue el verano para cumplir los dieciséis y poder mandarlo a tomar por culo. Dicen que debería quedarme, que podría ser bueno si fuera más aplicado. Pero lo único que me gusta es el francés. Si me dejaran hacer francés todo el rato, o a lo mejor otra lengua, como alemán o español, nunca dejaría el colegio. Lo demás es una mierda. Algún día me gustaría ir a vivir a Francia y tener una novia francesa, porque las chavalas de allí son preciosas.

Quiero tener noticias de lo del partido pero no de lo que pasó en la puerta del Clouds. Aunque ahora ya será agua pasada.

¡El Clouds![23] ¡Agua pasada!

Pero me preocupa cuando lo pienso. A veces siento que las cosas marchan bien y entonces me entra un estremecimiento que casi hace que se me pare el corazón. Mi madre sabe que algo me pasa. Me resulta difícil mirarla a los ojos. Me levanto de inmediato y salgo temprano, y soy el primero que pasa a buscar a Billy y a Carl, cosa que casi nunca sucedía.

Llegamos al colegio y tenemos reunión general del lunes en la sala del gimnasio. McDonald, el dire, está allí, sentado en la plataforma con expresión grave y seria. Hay mucho parloteo, que finaliza en cuanto se pone en pie. «Es una verdadera lástima que tengamos que empezar la semana con tan mal pie. Señor Black», dice, haciéndole un gesto a Blackie, quien se levanta a su vez, provocando otra salva de cuchicheos por toda la sala.

El capullo parece verdaderamente enfadado. Por ambos lados de la cara le suben unas franjas de color. Se aclara la garganta y todos volvemos a callarnos. «En todos mis años de experiencia docente, nunca jamás me he avergonzado de decir que era miembro de este colegio…»

«El mamón nunca fue a este colegio, ¿de qué va?», me cuchichea Billy.

«… hasta que fui testigo de una conducta repugnante durante el partido de fútbol del sábado en Easter Road. Había un grupo de jóvenes, evidentemente empeñados en causar problemas, que arrastraron el nombre de… esta ciudad, de toda esta ciudad», dice barriendo el espacio con el brazo, «por el lodo», gimotea. Como de costumbre, el capullo hace una pausa para crear efecto. Todo el mundo inclina la cabeza, pero sólo unos pocos capullines lameculos y trepas y una o dos chavalas las han bajado por vergüenza; casi todos los demás lo hacen para que no vea que estamos todos a punto de estallar en carcajadas. «Y me duele decir esto», continúa, «pero algunos de los implicados fueron alumnos de este colegio. A uno de ellos muchos de vosotros le conocéis. Se marchó el verano pasado. Un muchacho imbécil llamado Terence Lawson.»

Hubo un montón de risitas ahogadas.

Deseé que Terry estuviese allí para oírle. ¡Un muchacho imbécil! ¡Ése es Terry!

«Al otro joven idiota no lo conocía. ¡Pero había un gamberro que se pavoneaba con el mayor descaro mientras la policía le conducía por la fuerza alrededor del campo para que las cámaras y el mundo entero le viesen! ¡Un chico de este colegio!» Ahora Blackie tiembla de ira. «¡Un paso al frente, Martin Gentleman! ¿Qué tienes que decir?»

Al principio no pude ver a Marty Gentleman. Sí vi a Dozo Doyle sonriendo disimuladamente, con la cabeza recién afeitada y ojos de pirao. Entonces vi a Hillier, el de educación física, indicarle a Gentleman que saliese de la fila, y entonces pude verle. Resultaba difícil no hacerlo.

«¡Métete tu puto colegio por el ojete, so mamón!», dijo Gentleman, mientras salía de la fila. Hubo un montón de risas y de oooohhs procedentes de las filas. De hecho, era exactamente igual que cuando mi tío Donald nos llevaba a la función del Kings en Tollcross a ver a Stanley Baxter y Ronnie Corbett en Cenicienta y tal. Hillier intentó agarrarle del brazo, pero Marty le apartó y le miró fijamente. El capullo se cagó.

«¡Ésta es la mentalidad!… ¡Lo veis! ¡Lo veis!» Blackie barre con la mano hacia Gent, que camina hacia la puerta mientras le hace al capullo el signo del gilipollas. «Ésa es la mentalidad…, ¡a esto es a lo que nos enfrentamos! ¡Intentamos educar! Intentamos educaaar…», graznó Blackie desde la tarima.

Gentleman se volvió hacia la tarima y gritó con tal fuerza que casi se cae, balanceándose sobre las puntas de los pies. «¡VETE A TOMAR POR CULO, SO MAMÓN! ¡MÉTETE AL PUTO JESUCRISTO POR EL CULO!»

«¡JAMÁS VOLVERÁS A PONER LOS PIES EN ESTE COLEGIO!», aulló Blackie.

Más ooohs y más risas. La mejor función que nadie de aquí ha visto nunca, eso es seguro.

«¡Por eso no te preocupes, so cabrón! ¡Ya lo creo que no!», rugió Gentleman, volviendo la espalda a continuación y largándose para siempre.

A una chavala llamada Marjory Phillips empezó a darle un ataque de risa y se mordió un dedo para contenerse. Billy y Carl estaban al borde de las lágrimas. Yo me descolgué con «Será un caballero, pero no un erudito. En cualquier caso, ya no», y los capullos empiezan a reírse y a contagiar la risa por toda la fila.

¡Guapo!

Blackie está venga a largar, pero se va de la puta olla y McDonald le dice al capullo que tome asiento. Entonces manda romper filas. La historia circula por todo el colegio, y todo dios se mea de la risa. Gentleman tuvo razón al hacer lo que hizo, aquel cabrón de Blackie se había pasado de la raya. Aquello había ocurrido fuera del horario escolar; no tenía una puta mierda que ver con él. Tal como yo lo veo, tendrían que habernos puesto una puta medalla por dar la cara ante aquellos cabrones. Pero Gentleman habría dejado el colegio en un mes o así de todas formas, así que daba exactamente igual expulsarle que no. El cabrón tuvo suerte de que lo detuvieran porque así se ha librado de una vez por todas. Ahí estaría lo cojonudo de ponerse a trabajar; no van a liarte la brasa sólo por pegarte en el puto fútbol. Aquí te tratan como a un crío.

Cuando vuelvo a casa le hago a mi madre el recado de bajar al fish and chips. Esta noche me quedo a ver la tele. Siempre vamos al fish and chips los lunes porque mi madre no termina su trabajo de limpiadora hasta tarde y no tiene tiempo de preparar nada. Compro una de pescado con patatas fritas, dos cebollas en vinagre, un huevo escabechado, un bollo y una lata de Coca-Cola y me siento a ver el telediario. Acabo de terminar de comer cuando llaman a la puerta. Contesta mamá y oigo las voces. Son voces de hombre. La suya es aguda, la de ellos grave.

Es la policía. Lo sé.

Debe de tratarse de algo que tiene que ver con el viejo. Tiene que ser eso. La última vez que se supo algo de él estaba en Inglaterra. En Birmingham o algún sitio cercano.

Entonces entran. Mi madre me mira, con la cara pálida de espanto. Los polis también me miran, pero sus caretos parecen tallados en piedra.

Es para mí.

No puedo decir nada. Si es para mí, no puedo decir nada.

Mi madre llora, suplica, pero dicen que tienen que llevarme a comisaría. «Es un error, mamá, todo se arreglará. Estaré de vuelta enseguida», le digo. Me mira y sacude la cabeza. Está sufriendo de verdad. «En serio, mamá», le suplico. No sirve de nada, porque ella se acuerda de la navaja. Estuvo encima de mí constantemente para que me deshiciera de ella, y se lo dije, le prometí que la había tirado.

«Venga, Andrew, hijo», me dice uno de los polis.

Me levanto. No puedo mirar a mi madre. Sheena está acariciando a Cropley. Intento guiñarle el ojo pero mantiene la mirada gacha. Lo hace por vergüenza, como los chavales lameculos del cole.

Uno de los polis parece todo un cabrón, pero el otro parece legal, habla del fútbol y tal mientras subimos al coche. Intento no decir demasiado, en caso de que estén intentando hacerme hablar para que delate a alguien por error. El señor Ewart viene por la calle en mono con la bolsa de deporte con la ropa. Me ve en el coche, y se acerca pero no puedo mirarle. Me siento como si hubiera decepcionado a todo el mundo.

Me alegro cuando arrancamos a toda prisa y nos alejamos, para que no pudiera entrometerse. Intentaría ayudar, sé que lo haría, y sólo conseguiría avergonzarme más. No creo que los polis le hayan visto siquiera.

Parece el fin del mundo.

En comisaría me llevan a una habitación y me dejan allí. Hay dos sillas de plástico de color naranja con patas metálicas negras, como en el colegio, y una mesa con cubierta verde de fórmica y paredes de color crema. No sé cuánto tiempo llevaré aquí. Parece que pasen horas. Lo único que puedo hacer es pensar en el sábado por la noche, en la cara del chaval, en Polmont; en lo bobo que fui al sacar la navaja, lo estúpido que fui al dársela y lo chalado que fui al volver a cogerla.

¿En qué cojones estaría pensando? Tres veces estúpido en el espacio de aproximadamente tres segundos.

Los dos polis vuelven a entrar en la habitación con otro tío vestido de paisano. Lleva un traje gris, y una cara más larga que la de un caballo. Tiene una verruga en la nariz y no puedo dejar de mirarla. Me recuerda mi grano y que no debí ir al Clouds con él. Mis pensamientos se interrumpen y se me hielan dentro de la cabeza cuando el tío saca mi navaja de una bolsa.

«¿Es tuya esta navaja?», me pregunta.

Me encojo de hombros, pero por dentro estoy temblando.

«Te tomaremos las huellas dentro de un minuto, Andrew», me dice el poli majo. «También tenemos testigos que dicen que llevabas una como ésta.»

Hay una mosca subiendo por la pared detrás de él.

«Y tenemos testigos que declararán que saliste corriendo del lugar de la agresión y otros que declararán que te vieron echar algo dentro de la papelera donde encontramos la navaja», dice el poli cabrón, tamborileando con los dedos sobre la mesa.

«Lo que intentamos decirte, Andrew», dice el tío de paisano, «es que te facilitarás las cosas diciéndonos la verdad. Sabemos que la navaja es tuya. ¿Se la diste a alguien aquella noche?»

Fue Polmont. Ni siquiera sé cómo se llama. Polmont. Es como si fuera un fantasma. Lo hizo Polmont. Lo averiguarán. Se darán cuenta.

«No», digo yo.

El tío de paisano con la verruga empieza otra vez. «Conozco a tu padre, Andrew. Vale, ha hecho algunas tonterías en su vida, pero no es una mala persona. Nunca se vería envuelto en algo así. No tiene malicia y creo que tú tampoco. Vi al chico al que rajaron con la navaja. Le desgarró todos los nervios de la cara; ese lado de la cara lo tendrá paralizado para el resto de sus días. Creo que quienquiera que hizo eso es un malvado. Piensa en lo que pensaría de eso tu padre. Piensa en tu madre, hijo, ¿cómo va a sentirse ella?»

Mi madre.

«Una vez más, Andrew, ¿le diste la navaja a alguien aquella noche?»

No chotar jamás.

La mosca sigue allí; vuelve a subir.

«¿Andrew?», dice el poli duro.

«No.»

El tío de la verruga me mira y resopla un poco. «Sea, tú lo has querido.»

Soy un pringao, me van a enchironar pero no puedo hacer nada. No te chivas de nadie. Pero seguro que alguien les dirá que fue Polmont. No dejarán que pase tiempo a la sombra, Doyle y ésos no, ni los demás tíos. Se lo dirán claro a Polmont, lo arreglarán.

La mosca sale volando de la pared.

Ya no voy a ser el hombre de la casa. Ahora ya no hay un hombre en casa.

Mi madre.

Ay, joder, ¿qué va a hacer mi madre?

Ir a la siguiente página

Report Page