Cola

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3. Debió de ser en 1990: El local de Hitler » Carl Ewart

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Graeme Souness era de por donde nosotros, y sigue siendo el héroe de Terry a pesar de que ahora es el mánager de los hunos. Cuando Souness llevaba permanente y bigote, Terry llegó incluso a dejarse crecer un poco de pelusilla para emularle. Cuando quiere animar a alguien o intentar apuntarle al chanchullo de turno, siempre dice: «¡Acuérdate de Souness!» Cuando éramos críos solíamos encontrarnos con Souness cuando volvía de entrenar. Una vez le dio a Terry cincuenta peniques para comprar chuches. Uno siempre recuerda ese tipo de cosas. Terry le perdonó incluso aquella espeluznante entrada sobre George McCluskey en Easter Road hace unos años. «McCluskey era un puto esquivajabones; un weedgie no tendría que estar jugando para los Hibs para empezar», dice completamente en serio. Todo el mundo sabe que Souness era un Jambo, pero no, Terry no quería ni oír hablar de ello. «Souness es un puto Hibby», afirmaba. «Si ahora estuviera en activo, iría por el centro con los chicos del CCS[38] vestido de diseño, y no escondiéndose en el barrio como vosotros, capullos de Jambos pelotilleros.»

¿Por qué cojones hablará él de ropa de diseño? Terry es a la moda lo que Sydney Devine[39] es al Acid House. De todos modos, acordándonos de Souness, ascendemos resueltamente los escalones de piedra y entramos en el edificio. Hay dos enormes porteros cerrándonos el paso. Ahora ya no me acuerdo tanto de Souness. Afortunadamente, aparece un tío de traje detrás de ellos que les indica que se hagan a un lado. Pude ver a Birrell, incitado por Terry, a punto de montarla. El tío, un tipo de barbas con un aire a Rolf Harris, vestido con un traje de etiqueta y con unos papeles en la mano, nos sonríe. «Yo soy Horst. ¿Ustedes son el contingente de Edimburgo?»

«Ésos somos nosotros, jefe», le suelta Gally, «los Young Mental Amsterdam Shotgun Squad para los amigos.»

El tal Horst se acaricia la barba. «Amsterdam no vale, queremos gente de Edimburgo.»

«Te está tomando el pelo, colega, somos chicos de la capital de cabo a rabo», explicó Terry. «Tres Hibbes y un Jambo. Ni un solo triste impostor weedgie entre nosotros.»

Horst nos mira de uno en uno, después a su papel, y de nuevo a nosotros. «Bien. Recibimos el mensaje de que habían retrasado el vuelo. Habéis tenido suerte de llegar tan pronto del aeropuerto. ¿Cuál de vosotros es el campeón de squash, Murdo Campbell-Lewis, de Barnton?»

«Eh, es ése», dice Terry señalando a Billy, porque parece el más en forma. Horst saca una acreditación de delegado y se la da a Birrell, que se la coloca tímidamente.

A continuación Horst mira a Hedra, quien le escudriña el rostro con la mayor serenidad. Mola esta chavala. «¿Dónde están las demás chicas?»

Gally se frota el pendiente. «Buena pregunta, colega. Desde que llegamos aquí no hemos tenido demasiada suerte en eso de comerse un torrao.»

Billy interrumpe para silenciar nuestras risas. «Vienen detrás.»

Nos hacen pasar a un salón con enormes arañas colgando del techo y unas mesas puestas llenas de delegados, que están sentados comiendo y bebiendo mientras les atienden camareros y camareras. Horst nos entrega unos pases; Gally agarra uno y dice: «Ése soy yo, Christian Knox, inventor adolescente del Stewart’s-Melville College.»

«¿Quién es Robert Jones, el violinista… de la CFS…, la Craigmillar Festival Society…?», pregunta Horst.

«El barriobajero simbólico que hay que incluir para salvar las apariencias», me cuchichea Terry.

De ése me ocupo yo. «Soy yo, colega. Y se dice CSF, no CFS.»

El tío, Horst, me echa una mirada de perplejidad y me entrega la acreditación. Me la prendo en el extremo de mi chaqueta de gamuza.

Nos sentamos a tomarnos un papeíto que te cagas. Hay mogollón de vino, y Gally se pone un poco susceptible cuando una de las camareras le pregunta si tiene edad para beber. «Tengo una hija de tu edad», se burla. Nosotros soltamos un pequeño ¡Ohhhhhh! que le toca los huevos. El papeo está por su sitio: ensalada de marisco para empezar y después pollo asado, patatas y verdura.

Al cabo de un rato me doy cuenta de que se ha producido una pequeña conmoción y se levantan voces; alzo la vista y veo a un par de viejos estirados que me suenan vagamente de algo. La mujer es una vieja bruja de cuidado, estridente y con ojos indignados que escrutan el mundo en permanencia en busca de algo que desaprobar. El otro es un capullo trajeado con aire pagado de sí mismo, con cara de estar bien alimentado y una expresión que transmite el siguiente mensaje: «Vivo a lo grande que te cagas, y quiero que lo sepa todo dios.» Hay mogollón de capullos jóvenes acompañándoles; chavales y chavalas, aseados y con aire de gente decente, de mirada entusiasta y vivaz, poco acostumbrados a observar con indiferencia la aspereza de la vida. Se parecen a la gente apocada que conocíamos en el barrio, los bichos raros que solían ayudar a los viejos cabrones con la compra. ¡Como Birrell, el asistente social metido a boxeador, supongo!

«Oh-oh…», suelta Terry, apurando el vino y sacando una botella entera del cubo de hielo; se la guarda debajo de la chaqueta. «Parece que se acabó la fiesta…»

«Ésa es la concejala de Edimburgo, la guarra que siempre sale en el News quejándose de la suciedad durante el Festival», dice Birrell, refrescándome la memoria. Sabía que la conocía de alguna parte. «Denegó la beca que nuestro club de boxeo solicitó al Comité de Ocio y Tiempo Libre.»

Ahora nos miran a nosotros, y parecen tan contentos de ver a sus conciudadanos de la capital como lo estaría uno de encontrarse un lavabo con el pestillo echado en un día de mala resaca. Horst se acerca corriendo con los dos tipos de la puerta.

«¡No deberíais estar aquí! ¡Tenéis que marcharos!», nos grita.

«¡Eh, que aún no hemos tomado el postre!», se ríe Gally. «¡Qué tal, jefes!», les grita a los de la expedición municipal, levantando los pulgares. La cara del tío pagado de sí ha cambiado por completo, ya lo creo. No hay duda, ese barniz de relaciones públicas ha desaparecido por completo.

«¡Márchense o llamaremos inmediatamente a la policía!», ordena Horst.

Pues bien, a uno no le gusta que le hablen de ese modo y es imperdonable mostrarse grosero con los desconocidos, sobre todo cuando parece haber suficiente espacio y manduca para todos, pero en fin, estos cabrones llevan todas las de ganar. «Sí, de acuerdo, cabrón», suelto yo. «Venga, chicos.»

Nos ponemos en pie; Gally se mete un gran trozo de pan en la boca mientras nos vamos. Terry mira a uno de los gorilas fijamente con una risa sorda y sin aliento que hace que se le dilaten los ojos. «Venga, pues, capullo», se cachondea, meneando las caderas y frunciendo los labios. «Tú y yo, Fritzy. Ahí fuera. ¡Venga!»

Yo le cojo por el brazo y le empujo hacia la puerta, riéndome que te cagas ante su pantomima. «Venga, Terry, ¡déjalo ya, tonto del culo!»

Los alemanes parecen un poco confusos; se nota que no quieren armar ningún follón aquí, pero a mí me preocupa que llamen a la policía. A la carabota vengativa esa de concejala le produciría un enorme placer ver encerrados en comisaría a unos arrabaleros, pero por otro lado sería mala publicidad para la ciudad si saliera en la prensa, así que quizá dispongamos aún de cierto margen. Siempre y cuando algún capullo no abra las hostilidades, claro.

Vamos saliendo; Terry camina de forma lenta y provocativa, como desafiando a los alemanes a pegarse con él. Echa una mirada alrededor del salón y grita: «¡CCS!»

Es sólo por motivos efectistas, porque Terry ya no va nunca al fútbol, no digamos con las peñas futboleras. Pero no saben de qué coño va y no van a animarse. Él mira a su alrededor y, satisfecho de que no haya candidatos, se acerca a la puerta.

Mientras salimos, la vieja bruja a la que llaman concejala Morag Bannon-Stewart nos suelta: «¡Sois la vergüenza de Edimburgo!»

«Súbete aquí y chúpame el puto rabo, jefa», le dice ásperamente Gally para horror y escándalo de ella, y ya estamos en la calle, sintiéndonos muy complacidos pero indignados al mismo tiempo.

LA FIESTA DE LA CERVEZA DE MUNICH

Aquí se está guay; hileras de mesas abarrotadas de bebedores completamente entregados y el sonido de la banda de música. Si no consigues embolingarte en este ambiente no lo lograrás jamás. Además, no es sólo cosa de gachos, hay mogollón de tías aquí, todas por la labor. Esto sí que es vida, ¡la carpa Hacker-Psychor en el Oktoberfest, y las Steiners cayendo enseguida a un ritmo que te cagas! A mí ya no me iba tanto el alcohol como antes, pero nunca había bebido tan a gusto. Al principio estuvimos todos juntos sentados ante las grandes mesas de madera esas, pero al cabo de un rato empezamos a diseminarnos. Creo que Birrell es el que más ganas de circular tiene, porque Gally le ha estado poniendo la cabeza como un bombo con lo del choriceo. «Para un momento, Birrell», suplica mientras Billy se levanta, «¡un poquito de puta Gemeinschaft!»[40]

Billy puede ser un tipo curioso; un tío estupendo, pero un poco puritano en algunos aspectos y tal. Así que se levanta y se pone a hablar con unos ingleses. Terry controla a los chochos pese a estar con la tal Hedra. Así es Terry; le adoro, pero es un capullo total. A menudo pienso que si no fuese mi colega y acabase de conocerle, la segunda vez que le viera me cambiaría de acera. Ansioso por estirar las piernas, me reúno con Billy. Los ingleses estos parecen bastante legales; hablamos de montones de chorradas de borrachos con ellos: historias de pedos, de raves, de peñas futboleras, de drogas, de polvos; toda la mierda habitual que hace que la vida valga la pena.

En determinado momento, una gorda, creo que alemana, se sube a una de las mesas y se quita el top, meneando las tetas por todas partes. Todos la aclamamos y yo me doy cuenta de que estoy encebollado, bueno, borracho; la percusión de la banda de música me retumba en la cabeza y los timbales restallan en mis oídos. Me levanto, sólo para demostrar que puedo hacerlo, y después recorro la carpa.

Gally me invita a otra enorme cerveza y dice algo acerca de que si la Gemeinschaft somos nosotros, pero paso de su rollo de borracho porque le está saliendo esa vena físicamente pegajosa que tiene cuando está follao; se te agarra y te arrastra por ahí. Le doy esquinazo y acabo sentado junto a unas chavalas de Dorset o Devon o algo así. Estamos entrechocando las Steiner y hablando de música y clubs y pastillas y lo de siempre. Hay una de ellas que me mola tope, es legal; Sue, se llama. No tiene mal aspecto, pero en realidad es porque su voz se parece a la de la coneja esa del anuncio de Cadbury’s Caramel, la que le dice a la liebre que vaya más despacio, que se tome las cosas con calma.

Y los ojos de la liebre están por todas partes, un poco como los de Gally cuando va de éxtasis. Puede que ahora yo lleve los ojos igual, porque tengo una visión de mí y de esta tía haciendo perezosamente el amor bajo el sol durante todo el día en una granja de Somerset y pronto le paso el brazo alrededor y me deja morrearme con ella un rato, pero después se aparta; quizá esté demasiado ansioso, demasiada presión labial… El señor Liebre, ése soy yo, es todo ese tecno, el hardcore ese que me va tanto últimamente, siempre con demasiada prisa, así que relájese, señor Liebre…

¡Totalmente pasado de alcohol! Me acerco a la barra y saco una ronda para esta chavala y sus colegas con algunos schnapps como entrantes. Nos los tomamos y después Sue y yo nos levantamos a bailar delante de la banda de música. En realidad no hacemos más que gesticular ciegamente, y un inglés, un tío de Manchester, me pasa el brazo alrededor del cuello y me suelta: «¿Qué tal, colega, de dónde eres?», y yo le digo «Edimburgo» y este tío también es legal y menos mal, porque veo por encima del hombro que Birrell acaba de pegarle un puñetazo a un capullo que quizá sea uno de sus colegas. No parece un golpe muy potente, pero ha sido unos de esos puñetazos cortos y económicos de boxeador, y el tío cae de culo. El ambiente cambia de un modo extraño, y uno se percata de ello incluso a través de los estratos acumulados de intoxicación sorda. Me aparto del tío de Manchester, que parece un poco horrorizado, y me lanzo como una catapulta hacia Sue; salimos beodamente y a toda velocidad de la carpa y vamos dando tumbos hasta acabar detrás de una caravana desde la que se escucha el ruido del generador.

Ella ya tiene las manos en mi bragueta mientras yo intento aflojarle los vaqueros, están un poco ceñidos, joder, pero al final lo consigo. Encuentro su raja bajo las bragas; deslizo dentro un dedo y está húmedo, no habrá ningún problema para metérsela por el coño, porque yo también estoy duro, aunque siempre me preocupe el alcohol en esas situaciones. A veces puedes tener la polla dura, pero la erección puede abandonarte. Durante un ratito no logramos configurar correctamente, pero la siento encima del generador, que vibra que te cagas, y ella se saca una de las perneras del pantalón; sus bragas son de esas de algodón blanco bastante holgado que puedes hacer a un lado sin necesidad de quitárselas; al principio va un poco justo pero desde luego entra. Estamos follando, pero no de la forma lenta, lánguida, a lo Cadbury’s Caramel que yo quería; es un polvo asqueroso, espasmódico y tenso, en el que ella se apoya con las manos sobre el generador reverberante impulsándose contra mí. Yo empujo y observo el sudor sobre su cara y estamos mucho más enajenados el uno del otro follando de lo que lo hemos estado nunca bailando. Se ven sombras que pasan tambaleándose delante de nosotros y se oyen voces diversas agitadas y fuertes; inglés, alemán, Birrell y quién coño sabe qué más.

Pienso en llevármela a casa de Wolfgang y Marcia, a follar despacio en la cama esa, a follar a lo Cadbury’s Caramel; todo lánguido y sensual, cuando una chavala se acerca corriendo a nosotros pero sin vernos en realidad porque está echando las tripas; intenta apartarse el pelo de la cara pero no lo consigue. Ahora mis horizontes se han encogido y ya sólo quiero soltarle el chorromoco dentro a Sue. Siento cómo ella me aparta y me salgo; ella se pone los vaqueros, se sube la cremallera y se abrocha y yo intento guardarme la polla en los calzoncillos y los pantalones como si fuera un imbécil intentando resolver un rompecabezas.

«¿Estás bien, Lynsey?», reconforta Sue a su amiga, a quien sencillamente le da otra arcada. Después me lanza una mirada como si yo fuera responsable del estado de la tonta del culo esta. Claro está que yo compré aquella ronda de schnapps, pero no obligué a nadie a tomarla.

De la expresión facial y el lenguaje corporal de Sue, que ahora me da la espalda, se desprende de forma bastante evidente que lamenta todo esto. La escucho decirse a sí misma con voz bebida: «Ni siquiera tenía un puto condón…, pero qué idiota…»

Y supongo que así es. Entonces empiezo a tener remordimientos. «Voy adentro a buscar a los chicos… os veo por aquí», digo, pero no me escucha, le importa un carajo y ninguno de los dos se corrió así que ni con la mejor voluntad e imaginación podría considerarse un polvo logrado. Es lo que pasa con lo de follar: no es algo por lo que haya que preocuparse. De vez en cuando hay que echar un polvo de mierda, aunque no sea más que para darle perspectiva a las folladas guapas. Si todos los polvos fueran porno de manual, entonces resultaría insignificante, porque no habría verdadero punto de referencia. Así es como hay que mirarlo.

Yo sigo adelante, tropezando y casi cayéndome por culpa de una de las cuerdas de la carpa; paso dando tumbos por delante de un tío con la nariz reventada. Su colega le ayuda manteniéndole la cabeza en alto. Hay una chavala siguiéndoles que va diciendo: «¿Está bien?», con un acento del norte de Inglaterra, «¿Está bien?»

Ellos no le hacen caso y entonces a ella se le arruga la cara, me mira a mí y suelta: «¡Pues entonces que os follen!» Pero de todos modos les sigue.

De vuelta en la carpa, deambulo un poco antes de ver a Billy, que parece verdaderamente bolinga. Se mira los nudillos concienzudamente al mismo tiempo que se los frota. «Billy, ¿dónde está Gally?», le pregunto, pensando que Terry estaría con Hedra, pero que Gally estaba solo.

Birrell me mira con expresión dura y desafiante, con los ojos entrecerrados; entonces se da cuenta de que soy yo y se relaja un poco. Se estira los dedos de la mano. «No puedo andar por ahí sacudiendo a los mamones, Carl, tengo un combate importante en ciernes. Como este nudillo esté roto, Ronnie se volverá loco. Pero se estaban sobrando, Carl. ¿Qué podía hacer? Se estaban sobrando. Qué fuerte. ¡Terry tendría que haber estado aquí para arreglar las cosas!»

«Sí, claro. ¿Dónde está Gally?», vuelvo a preguntarle. Me juego lo que sea a que el mutante empanao se ha metido en algún follón en alguna parte. Sin embargo, me sorprende un poco lo de Billy, se supone que él es el capullo sensato.

«Le entraron ganas de vomitar. Le potó por la espalda a una chavala. Estaba bailando con ella. ¿Dónde está Terry? Tuve que tumbar a tres mamones yo solo. ¿Dónde estabais?»

«No sé, Billy. Les encontraré. Tú espera aquí», le digo.

Terry estaba con Gally, quien desde luego no tenía aspecto de encontrarse demasiado bien. Llevaba vómitos en la parte delantera de su camiseta negra, tenía los pelos en punta a causa del sudor y resollaba. Terry estaba venga a sonreír, tronchándose de la risa. «Material de segunda división», ruge, volviéndose hacia Hedra y un alemán. «Qué pobre embajador. Eh, Galloway, compórtate como si fueras de los Hibs, hostias.» Señala a Gally mientras canta: «¿Sois Jam Tarts disfrazados?… Oh, mierdero, mierdero, mierdero Galloway.» Entonces me hace un repentino gesto con la cabeza: «¿Dónde está Secret Squirrel? Le vi lanzando unos cuantos puñetazos ahí al fondo. El capullo ha perdido los papeles. Aquellos tíos ni siquiera le estaban molestando. Ya no es capaz de controlar la priva. Creo que escuchó la campana dentro de su cabeza», se rió Terry. «¡Segundos fuera! ¡Ding-dong!» Empezó a cantar el tema de la banda sonora de Secret Squirrel: «Tiene trucos en la manga que la mayoría de malos encuentran increíbles…, un chaleco antibalas.»

¿Que qué pequeño es el mundo? Del tamaño de una bola del mundo de la escuela primaria; unos alemanes se acercan al tío que está con Terry, y uno de ellos es Rolf. Nos reconocemos de inmediato y nos estrechamos la mano. «Vamos a una fiesta», dice, lanzando una mirada de desaprobación al espectáculo cervecero y a la banda de música, que sigue tocando, «habrá mejor música.»

Por mí perfecto. «Guay», digo. Puede que los tíos no conozcan esa palabra, pero es imposible no captar la onda. Dicen que el lenguaje corporal constituye al menos un cincuenta por ciento de la comunicación. Eso no lo sé seguro, pero sí sé que el discurso y las palabras están sobrevalorados. El baile no miente, la música no miente.

«Yo estoy por la labor», sale Terry, «esto se está poniendo demasiado revuelto, eh.» Entonces empieza a hablar como el tipillo de las gafas y el fez, ese que es el coleguita de Secret Squirrel: «Le echaremos una pastilla por el gaznate a Secret antes de que mate a algún capullo» (pronunciado con el acento del topo ayudante de Secret Squirrel). Después vuelve a poner su propia voz: «Para devolverle al rollo amoroso. ¡El cabrón se piensa que estamos en el puto Gauntlet y que van a cerrar!»

Cogemos a Billy y constituyendo una turba indisciplinada, nos dirigimos a trancas y barrancas hacia las salidas del recinto, tropezando con los cables de las carpas. La gente nos mira con expresión preocupada; parecemos unos salmones agotados que intentan remontar el curso del río para desovar. A medida que abandonamos el recinto, empiezo a orientarme. Nos dirigimos al centro, y mis reflexiones giran en torno a la tal Sue y lo bien que me lo podría haber pasado, y cómo fue una debilidad emborracharme tanto y volverme tan lento y tan estúpido por culpa de esa droga de viejo pedorro. Parece que caminemos durante siglos. Billy va detrás de mí, frotándose aún la mano. Le grita a Terry, que va delante: «¿Dónde cojones estabas, Lawson? ¿Dónde estabais?»

Terry no hace más que reírse y sacudírselo: «Sí, ya, claro, vale, Birrell, vale. Claro, claro, claro…» Pero a mí me preocupa, porque Billy rara vez jura, si es que alguna vez lo hace. En ese aspecto es como su viejo. Su hermano jura como un carretero, y los demás también lo hacemos.

«¡VENGA, PUES, QUIEN SEA!», grita Birrell venenosamente en mitad de la calle oscurecida, y todo el mundo mira para otro lado. Terry entorna los ojos, frunce los labios y hace: «¡Oooooh!» Rolf me suelta a mí: «No nos dejarán entrar en la fiesta tal como está él ahora. Es posible que en lugar de eso nos arresten.»

«Es más que posible, colega», se ríe Terry. Lleva el brazo alrededor de Hedra; le importa un carajo.

Yo retrocedo y calmo a Billy, rodeándole los hombros con el brazo. «Tranquilo, Billy, queremos que nos dejen entrar en el festorro este, ¡hostias!»

Billy se detiene y se queda totalmente rígido; después me guiña el ojo y pone cara de que no ha pasado nada. «Estoy tranquilo», suelta, añadiendo, «totalmente tranquilo.» Entonces me abraza y me dice que soy su mejor amigo y que siempre lo he sido. «Terry y Gally son grandes amigos, pero tú eres el mejor. Acuérdate. A veces soy más duro contigo que con los demás, pero eso es porque tú eres especial. Tienes lo que hay que tener», dice, casi amenazando. Hace años que no veía a Birrell así. La priva se le ha subido directamente a la cabeza y en su mirada se percibe una horda de demonios. «Tienes lo que hay que tener», repite. Entonces se dice a sí mismo: «… pasote», entre dientes.

No sé lo que querrá decir, aunque agradezca el sentimiento. Bueno, supongo que el Fluid va bien, pero no supone más que una noche estupenda y unas risas y un poco de pasta en el bolsillo. Le doy una palmada en la espalda mientras atravesamos a pie un erial que hay junto a las vías muertas del ferrocarril y llegamos a un enorme polígono industrial. Hay luces encendidas y camiones; es como si aún hubiera gente trabajando. El club o rave o party, como lo llaman los alemanes, se celebra en un enorme y cavernoso edificio viejo que evidentemente ha sido ilegalmente ocupado. Está rodeado por lo que parecen unidades fabriles y oficinas aún activas. Me vuelvo hacia Gally: «Si antes de veinte minutos no ha aparecido la poli, le lameré el prepucio a Juice Terry», me río, pero el pobre gachó excelente aún está demasiado bolinga para responder. Pasamos al interior. Gally ha rascado la mayor parte de las potas de su camiseta y se ha abrochado la bomber. Cuando entramos estoy encantado, porque mientras íbamos por la calle empezaba a hacer verdadero frío.

No hay más que un sistema de sonido sin adornos apilado en torno a un improvisado espacio de disc-jockey, pero esta plataforma tiene aspecto de poder resistir bastante ruido. Empieza a llenarse y pienso que me encantaría tocar aquí.

Efectivamente, el latido de los bajos surca el espacio, rebotando contra las paredes y haciendo eco mientras comienza el primer tema y todo el sitio se inflama y esa emoción explosiva que sólo puede obtenerse formando parte de una multitud.

Birrell parece relajarse en el garito, incluso antes de que le pongamos hasta arriba de pastillas. Es como si asociara las vibraciones y la música con la paz. Estos alemanes son legales. Rolf está allí con Gretchen; Gudrun y Elsa también están presentes, y estoy encantado a tope de que Gretchen tenga amigas, y bastantes, además. Tienen todas aspecto de chochos Bundesliga, pero en mi estado ese aspecto lo tienen todas, pues pronto la pastilla empieza a incidir, atravesando las capas sedimentadas de alcohol y restableciendo cierta agudeza y claridad. Me topo con Wolfgang y Marcia. «¿Tocarás unos discos, sí?»

«Ojalá hubiera traído una bolsa, colega, de verdad. Incluso los que se quedaron en tu casa.»

«Siempre hay un mañana», suelta él.

En ese momento interviene Marcia. «Tu amigo el del pelo es muy raro y ruidoso. Por la noche estaba de pie en nuestra habitación junto a nuestra cama…, le vi en la oscuridad con todo ese pelo…, no había ropa en él…, no sabía quién era…»

Wolfgang se ríe con eso, y ahora yo también lo hago. «Sí, antes tuve que levantarme para dejarle entrar en casa. Le mostré la cama en tu habitación, pero tú estabas dormido. Volví a mi cama esperando que le abrumara el sueño…, que estaría haciendo el sueño. Entonces oí los gritos de Marcia, y le veo allí de pie, inclinándose sobre nosotros. Así que me levanto y vuelvo a llevarle a la cama. Pero él dice que quiere bajar abajo por más cerveza. Así que le consigo un poco y él no me deja ir a dormir. Está por hablarme toda la noche. Apenas podía entenderle. No para de hablar de una furgoneta de refrescos. Yo no entiendo. ¿Por qué siempre estáis por hablar tanto en Escocia?»

«Todos no», protesto. «¿Y Billy?»

Marcia se relaja un poco y sonríe. «Es muy agradable.»

«Quizá sea alemán», sonríe Wolfgang.

Aquello me hace reír y los estrecho en un abrazo, ansioso por tener mejor rollo con la Marcia esta. Wolfgang está en plan: «Ohhh… ohhh… Carl, amigo mío», pero Marcia sigue estando un poco tensa. Dudo que se haya metido una pastilla. Los éxtasis estos que ha pillado Rolf son bastante buenos, desde luego. Siempre puedes saber si un éxtasis es bueno por la velocidad con que se pasa la noche, pero cuando la música se acaba, provocando ruidosos jadeos de exasperación, pienso que esto es ridículo, que tan buenos no eran. A pesar de los éxtasis, mis pensamientos van despacio (probablemente se deba a la priva) y me lleva un momento darme cuenta de que mis propias palabras han resultado ser un poco más proféticas de lo deseable, puesto que se ven unos uniformes pululando entre el gentío danzante y dirigiéndose hacia las torres. Los polis son bastante numerosos y quieren que nos dispersemos. Terry grita algo, con el único efecto de que todos los alemanes se vuelven y le miran atónitos. Rolf me dice: «Deberías decirle a tu amigo que en este país hay poco que ganar haciendo enfadar a la policía.»

Estaba a punto de decirle que lo mismo pasa en el nuestro, pero que eso no nos detiene, cuando me cosco de que estos tíos están tranquilos porque hay un Plan B en la lista de proyectos. Sin lugar a dudas, todos queremos proseguir la fiesta. Además, los polis de aquí llevan pipa, y no sé lo que pensará Terry o cualquier otro, pero en lo que se refiere a mi actitud, eso supone una diferencia del cagarse. Mis labios han segregado misteriosamente una capa de velero y me muero de ganas de estar lo más lejos posible de aquí. Es cierto que si le tocas los huevos a la policía, dondequiera que sea, por lo general sólo suele haber un ganador.

Rolf y sus colegas nos estaban contando que iba a haber otra fiesta, pero que le han perdido la pista al local que habían marcado. Mientras todos pensamos en adonde ir, están cargando el equipo en una serie de furgonas grandes y la fiesta parece disiparse con la misma rapidez con que comenzó. Eficiencia alemana; el mismo proceso llevaría meses allá en el Reino Unido: todo dios andaría por ahí hecho un vegetal. Empieza a notarse la difusión de una leve sensación de pánico ante la posibilidad de que esto pudiera ser el final de la noche, sobre todo entre los no alemanes. Hay un tío inglés con una voz aguda y pija diciendo: «¿Ahora adónde vamos, pues?»

Birrell le sonríe fríamente. «A bailar. A bailar, cojones», dice, meneando la cabeza como un juguete de cuerda. El tío parece un poco nervioso ante aquella respuesta y le tiende tímidamente la mano a Birrell, quien, a pesar de ir hasta arriba de éxtasis, se la estrecha de un modo que a mí me parece innecesariamente descortés.

Terry ha estado escuchando todo el debate e interviene, diciéndole a Wolfgang: «Venga, Wolfie, volvamos a tu casa, colega.»

A Wolfgang no se le ve tan contento. «Hay demasiada gente y mañana hay que trabajar.»

«Compórtate, colega», dice Terry, rodeándole con un brazo a él y con el otro a una Marcia rígida y tensa. «Somos amiguetes, os cuidaremos cuando vayáis a Schottland. Colegas», dice guiñando un ojo. A continuación le anuncia a todo el mundo: «En cuanto vi a estos capullos, pensé: Colegas. Eso fue, una palabra que me saltó directamente a la cabeza: colegas.»

Billy mira a Terry y enarca las cejas. «Ni siquiera estabas allí», le suelta. «Ni siquiera estaba allí», exclama ante el pijo inglés. Ahora ha decidido que el tío es legal y le ha pasado el brazo alrededor de los hombros a su nuevo mejor amigo. «Éste es Guy», me dice. «Es todo un tío.»[41] Se ríe, y el tío se suma nerviosamente.

Yo estoy pensando: me pregunto cuántas veces habrá oído ésa el pobre cabrón.

«Si hubiera estado allí, también habría ayudado, Birrell», protesta Terry.

«Habrías ayudado a vaciarle la casa al tío, so mamón», suelta Billy. «Hasta se le meó en uno de los colchones. Eres de lo que no hay, Lawson.»

Terry sonríe; le importa una puta mierda. Lleva puesta esa mirada, como la de un perro que ha estado lamiéndose los huevos y al que el sabor le parece tan bueno que no hay nada que pueda dar la misma talla. «Vete a la mierda, Birrell. Venga, una fiestecilla…»

Creo que Wolfgang empieza a captar lo del colchón. «¿Qué quieres decir?… ¿Qué está diciendo?», pregunta el tío, todavía un poco confundido.

Terry vuelve a pasarle el brazo alrededor del hombro. «Sólo te estoy tomando el pelo, colega. Pero hay espacio en abundancia en tu casa, así que vámonos.» Grita de pronto: «¡Celebra una puta fiesta! ¡Difunde un poco de amor! ¡Venga! Diles a los chicos estos que acerquen el equipo.»

Rolf hace un gesto de asentimiento, convirtiéndose en el títere involuntario del Svengali de Saughton Mains. «La casa de Wolfgang es buen sitio para una fiesta.»

Yo pienso en los discos que tengo allí, y en probarlos con las torres esas, para mostrarles a los alemanes un poco de estilo jock.[42] Estilo jock…, vaya risa; como Gally, soltándole chorradas sin parar a Elsa y Gudrun. Se ha quitado la camiseta y la ha tirado por ahí. Ellas son todo ojos, dientes y sonrisas. Él no para de decirles lo hermoso que es su cabello y cómo los alemanes no son tan románticos como los escoceses y yo me parto de la risa, aunque supongo que no hay nadie tan romántico como Gally cuando va de éxtasis. Salvo yo.

«Sería un sitio estupendo además, Gally», le suelto, interrumpiendo su chorreo de vaciles.

«A la mierda», dice Terry.

«Pero la policía…», protesta Wolfgang.

«Que les den por culo. Lo único que pueden hacer es volver a interrumpirla. ¡Hagámoslo por la disco-music!»

Terry acostumbra a tener la última palabra, de modo que nos metemos apresuradamente en una serie de furgonas y de carros y el convoy sale en dirección a casa de Wolfgang, que está cagado. La furia silenciosa de Marcia casi la hace incandescente. Rolf lía un porro, al que yo le doy una calada y se lo devuelvo, pasando de Birrell, que de todos modos hace gesto de que se lo aparte. Gally se ha acomodado entre las dos chavalas esas y descansa la cabeza sobre el hombro de una de ellas.

LUCHANDO POR EL DERECHO A LA MARCHA

Regresamos a casa de Wolfgang y preparamos las cosas. Todos los demás esperan en el jardín de la entrada. El balcón constituye un espacio guay para el DJ. Los chicos tienen cable suficiente para los altavoces y yo he subido el ampli y el mixer. Lleva unos veinte minutos instalarlo todo.

Empiezan ellos, con un chaval llamado Luther en las torres. No lo hace nada mal. Yo me muero por subir, para enseñarles a estos cabrones de jerrys[43] de lo que soy capaz.

Marcia sigue deprimida, y las chorradas que suelta Lawson no hacen más que aumentar su angustia. «No pasa nada, muñeca, sólo es una fiesta, eh», suelta Terry. «Mira», le explica, «tenemos que luchar para poder divertirnos. La diferencia», le amplía a ella y a los otros alemanes desconcertados que hay alrededor, «es que nosotros somos Hibs de la parte oeste de Edimburgo. Hemos tenido que luchar contra los Jambos durante años…» Se vuelve y me mira a mí: «No estoy diciendo nada en contra de la gente como Carl, pero nosotros no lo hemos tenido tan fácil como esos cabrones de Leith. Ellos no saben lo que es ser de los Hibs de verdad».

Ese vacile no impresiona a nadie, a la chavala mucho menos. Se coloca las manos en los oídos. «¡Está tan alta!»

Wolfgang menea la cabeza al ritmo de la música, conectando con el rollo. Le mola el tecno a tope. «Nuestros amigos de Escocia deben celebrar su fiesta», dice, ante los vítores de Terry y míos.

Gally está metido en un salvaje y sensual abrazo de éxtasis con los dos chochos Bundesliga esos; me cuesta un rato darme cuenta de que se trata de Elsa y Gudrun. Los tres se están morreando lentamente y por turno. Gally para un poco y me grita: «Carl, ven aquí. Ponte aquí. Elsa. Gudrun.»

«Os diré una cosa», suelto, «vosotras dos sois las tías más hermosas que he visto en toda mi vida.»

«No te equivocas», confirma Gally.

Elsa se ríe, pero de una forma comprometida y suelta: «Creo que eso se lo dices a todas las chicas que conoces cuando tomas éxtasis.»

«Desde luego», le digo, «pero siempre lo digo de corazón.» Es así. Elsa y Gudrun, vaya lote. Sí, eso es lo que es tan estupendo de estas movidas. Puedes admirar la belleza de una mujer, pero cuando ves a un montón de ellas juntas, el puro efecto abrumador te deja hecho polvo.

Gally me coloca cerca de ellas. «Venga, prueba esto.»

Las chavalas son todo sonrisas así que sigo adelante, morreándome con una y después con la otra. Entonces Gally vuelve a morrearse otra vez con ambas. Entonces las dos tías empiezan a morrearse entre ellas. Mi corazón hace bum-bum-bum y Gally enarca las cejas. Las mujeres son tan bellas y los hombres tan feos, si yo fuera tía sería bollera seguro. Cuando se separan la una de la otra, una de ellas suelta: «Ahora vosotros tenéis que hacer lo mismo.»

Gally y yo nos limitamos a mirarnos el uno al otro y reírnos. «Ni de coña», suelto yo.

«Abrazaré a este capullo, eso es todo», dice él, «porque quiero a este hijo de puta pese a ser un Jambo cabrón.»

Yo también quiero a ese capullín, fue muy majo de su parte incluirme en la movidiila que se había montado. Eso es un colega. Le estrujo en un abrazo, cuchicheándole «CSF» dulcemente al oído.

«Vete a tomar por culo», se ríe, separándose y empujándome el pecho.

Vuelvo a las torres para comprobar la situación musical. Me alegro de haber comprado unos discos, y después de pedirle alguno prestado a Rolf tengo suficientes para unos buenos cuarenta y cinco minutos de mixing de calidad. Me preparo para ponerme en las torres. El mixer no parece demasiado familiar; quizá sólo sean las pastillas, pero a tomar por culo, allá voy.

Terry está ahí a mi lado dando botes. «Venga, Carl. ¡Destroza a estos capullos alemanes! N-SIGN Ewart. Venga, machote», dice, zarandeando a un alemán mientras me señala con el dedo, «N-SIGN. Ese nombre se lo puse yo. ¡N-SIGN Ewart!»

No sé qué hace Terry hablando de capullos alemanes, porque su propia madre estuvo tirándose a uno durante bastante tiempo. Pero subo y preparo el Energy Flash de Beltram. ¡Explosión inmediata en la pista! Enseguida pongo a la peña a bailar, la música fluye a través de mí, a través del vinilo, por los altavoces y entre la multitud. Incluso a pesar de que algunos temas sólo los escucho a trozos por los cascos antes de ponerlos, todo sale muy bien. Es un revoltijo de cuidado además; mezclo temas de acid house UK como Beat This y We Call It Acieed con viejos himnos de Chicago house como Love Can’t Turn Around y de ahí me remonto hasta el hardcore belga, como el tema este, Inssomniak.

Pero todo funciona; estos culos inquietos y el espacio de la pista a tope me envían un mensaje;

Me lo estoy haciendo que te cagas.

Algún capullo ha debido de llamar por teléfono porque llegan más coches y tengo a todos los asistentes a la fiesta en el césped de la entrada, debajo de mí con las manos en el aire; nunca me he sentido tan a gusto. Ésta es la mejor de todas. Al final, se acerca todo el mundo, me estrechan la mano, me abrazan, me colman de alabanzas. Y son alabanzas sinceras, no chorradas. Llegas a un punto en que sabes distinguir una cosa de la otra. Me avergüenza que te cagas cuando voy normal, pero cuando vas de éxtasis, lo aceptas sin más.

Gally se me acerca. Lleva de la mano a una de las chavalas esas y señala a Wolfgang, que baila despacio, sacudiendo la cabeza y abrazando a todo aquel que se cruza en su camino. «Ese Wolfgang, ¡todo un gachó!»

Gally saca los éxtasis e intenta darme uno. «Me lo tomo enseguida», le suelto, guardándomelo en el bolsillo superior de la camisa. La pastilla que me he tomado antes empieza a bajar pero ahora mismo quiero seguir experimentando este subidón de adrenalina. Está de colegueo con Rolf, hablando de pastillas, de la calidad y todo eso. Miro a Rolf; un Gally más prístino, más alemán, menos maniático y menos jodido. Como podría haber sido Gally si las circunstancias hubieran sido distintas. Claro está que en realidad no conozco a Rolf, es sólo que parece que lo tenga caladísimo.

Galloway: ¿de qué va ese capullín? El tío va hasta el culo, hablando de querer a todo el mundo y de que si ésta es la mejor noche de su vida. Hay un momento en que se pone de pie sobre la barandilla del balcón y, en medio de grandes vítores, saluda con el puño en alto. Rolf se limita a sonreír, agarrando la pierna de Gally y ayudándole a bajar.

Sale el sol e intentamos ayudar a recoger los desperdicios sin dejar por ello de seguir con la fiesta. No hay demasiado desorden, la peña ha respetado la casa. Pese al calor del sol, ahora se notan más la niebla y el frío. Empieza a parecer octubre; se avecina el invierno. Gally sigue de pie, más volado que una cometa, con Gudrun sentada en su rodilla y diciendo chorradas. Estoy sentado en el sofá al lado de ellos, preguntándome dónde se habrá metido Elsa. Me trago la otra pastilla y espero a que me suba. Todavía queda alguna gente, aunque los principales responsables del equipo ya han recogido. Volvemos a utilizar los altavoces, el mixer y el amplificador más pequeño de Wolfgang. Rolf está haciendo una serie tranquila, lo cual suena bien. Gally me dice: «Tengo que reconocerlo, Carl, has estado impresionante. Tienes algo, tío. Como Billy con el boxeo. Sabes mezclar. Yo no tengo una puta mierda. Tú eres Business Birrell», le dice a Billy, que está sentado en el suelo en cuclillas, y después me dice a mí: «Y tú eres N-SIGN.»

Miro efímeramente a Billy a los ojos; nos encogemos de hombros. Gally nunca había hablado así antes, poniéndonos por las nubes, y el tío lo dice en serio, además. Después miro a Terry, sentado en un puf con Hedra. No ha trabajado en siglos. Se nota que no está contento con lo que ha dicho Gally. «Eh, Gudrun, ése es N-SIGN Ewart», dice señalándome; ya van al menos cien veces que lo dice en lo que va de noche, lo cual sigue siendo menos veces que Terry, pero está meneando a la chavala para que me mire mientras suelta: «N-SIGN. Salió en la revista aquella, DJ, aquí puede que no la distribuyan…, salía un artículo sobre los disc-jockeys más prometedores de los noventa…»

Pero no creo que a Terry le importe demasiado. Siempre irá tirando con diversos trapicheos ilícitos. La cabra siempre tira al monte.

La chavala esa, Gudrun, se levanta y se va a los servicios. Es un cielito, y la observo mientras se marcha, apreciando la naturalidad y la elegancia de sus movimientos. Pero no parece que Gally se haya fijado, porque me mira y después se queda observando al tendido. «¿Te contaron que vi a la cría, con ella y con él, antes de que viniéramos aquí?»

Tanto Terry como Billy me lo comentaron. El asunto no tenía muy buena pinta. Rechiné los dientes. Ahora mismo no tengo demasiadas ganas de que me hablen una vez más del show de Gally, Gail y Polmont, con los invitados especiales Alexander «Dozo» Doyle y Billy «Business» Birrell. Aquí no. Ahora no. Pero el tío está alterado. «¿Cómo está?», pregunto.

Gally sigue mirando al tendido. No quiere encontrarse con mi mirada. Baja la voz. «En realidad no me conoce. Le llama papá. A él.»

Terry lo ha oído, y le da una calada a un porro antes de volverse y encogerse de hombros frente a Gally. «Así son las cosas. El mío también llama papá a ese cabrón. Un gilipollas enorme y torpe que te cagas, y le llama papá. Pero así son las cosas, eh. Él es el cabrón que le da de comer y punto.»

«¡Eso no lo justifica!», dice Gally, y le sale como en un alarido primario y cargado de pánico. Y ahora lo siento por él, realmente lo siento por Gally, porque para él es lo peor del mundo.

«Se acordará de ti, Gally, sólo hay que darle tiempo», digo yo. No sé por qué he abierto la boca, no tengo ni idea, sólo parecía la cosa más indicada que decir.

Gally ha entrado en un estado de ánimo realmente malo. Es como si tuviera una nube sobre su cabeza y ésta se volviese más negra de un minuto a otro. «Nah, la cría estará mejor sin mí. Tienes razón, Terry. No se trata más que de un chocho de lefa, nunca valí más que eso», dice, con la cara retorcida. «No se trataba más que de mi primer polvo. Con Gail. Dieciocho tacos. Encantado de haberme estrenado. ¿Se puede tener más mala suerte?… Quiero decir… no quiero decir que…»

Le lanzo una mirada a Terry, que enarca las cejas. Nunca he oído hablar así a Gally antes. Eso sí, en los viejos tiempos nunca pensé que el tipo hubiera echado un polvo. Siempre se decían cosas pero la mayor parte eran bobadas. En el recreo, la cantina, el pub. No siempre, pero a menudo.

Además, me siento estupendamente. No quiero esto, quiero que Gally se sienta como yo. «Oye, esta conversación se está poniendo un poco deprimente. ¡Esto es una fiesta! ¡Hostia puta, Gally! ¡Eres un tío joven y con buena pinta!»

«¡Soy un puto perdido, un jodido drogota!», se burla con autoaborrecimiento.

Miro su carita de bebé y le pellizco la mejilla entre el pulgar y el dedo índice. «Te diré una cosa, todavía pareces estar en bastante buen estado, Gally, a pesar de toda la caña que te das.»

Pero él sigue sin querer saber nada. «Es que la procesión va por dentro, colega», dice riéndose de una forma apagada y hueca que me hace estremecer. A continuación dice, con expresión pensativa: «Puedes sacar una mierda de perro de la alcantarilla y meterla en una bonita caja de regalo con un lazo resplandeciente, pero dentro de la caja sigue habiendo un pedazo de mierda de perro», dice con aspereza. «Me quedan dos afeitados», se lamenta.

«Venga, Gally», le digo, «he dicho que tenías buen aspecto, no voy a llegar al extremo de compararte con una bonita caja de regalo con un lazo resplandeciente. ¡No pierdas la puta cabeza, chaval!». Después de todo eso, me levanto y me lanzo a imitar al viejo Blackie, el del colegio: «Hay quienes dicen que no hay lugar para la educación social y la formación religiosa en un sistema educativo moderno e integral. Yo discrepo de este punto de vista tan de moda. Pues ¿cómo podría ser verdaderamente integral un sistema educativo si carece de educación SOCIAL y formación RELIGIOSA?»

Por fin el capullo empieza a reírse. Billy lo ha estado escuchando todo y se pone en pie. «Venga, Gally, vamos a dar un paseíllo», dice, y Gally se levanta. La tal Gudrun está regresando; Billy da un paso atrás y le hace un gesto con la cabeza a Gally. Éste se anima más aún y se marchan juntos al jardín.

Ahora Wolfgang está en las torres y vuelve a darle marcha a la situación. Rolf sacude la cabeza y se ríe. De todos modos, el grandullón ha puesto un tema cojonudo, y siento el hormigueo de la náusea de la pastilla que me sube y si no me levanto ahora mismo, me quedaré aquí traspuesto. La gente se levanta de los pufs y de las sillas, se pone en pie y sale a la pista. Tengo que hacerme con una copia de ese tema, averiguar qué es. La pista está llena de alemanes bailando, todos menos Marcia, a quien, como suele decirse, no le hace gracia. Los alemanes son legales, la mierda nazi esa podría ocurrir en cualquier parte. Nos cuentan que los nazis son retorcidos, pero probablemente no sean más retorcidos ni más pervertidos que los liberales. Es sólo que cambiaron los tiempos y todo quisque cambió de chaqueta. Podría suceder en cualquier momento, en cualquier parte. A mí me parece que tal como van las cosas, el capitalismo siempre será volátil. Los ricos apostarán por cualquier cabrón que restablezca el orden pero les deje conservar lo que tienen. Volverá a suceder antes de que pasen otros treinta años.

Eso es lo que a mí me jodía. Los nazis no son algún otro. Todo dios, todas las naciones tienen capacidad para hacer el mal, como la tienen todas las personas. Y generalmente lo hacen porque están asustados o porque todos los demás les desprecian. El mundo sólo va a mejorar con amor y yo voy a ayudar a difundirlo a través de la música. Ésa es mi misión, por eso soy N-SIGN. Carl Ewart: aquel tío nunca les gustó, porque era el tontolculo que hizo el saludo nazi delante del fotógrafo sensacionalista para vacilarles cuando estaba con sus colegas del fútbol. Un tontolculo; ni siquiera sabía lo que era un nazi, únicamente que siempre le habían enseñado a detestarlos. Lo único que él sabía era que a todos los pijos cabrones del curro que le miraban, oían su voz barriobajera y pensaban que era basura blanca, les jodía.

Carl Ewart, basura blanca barriobajera, no les gustaba. Pero sí les gustaba N-SIGN. N-SIGN tocaba en fiestas en almacenes abandonados de Londres, recaudaba fondos para grupos antirracistas y todo tipo de organizaciones comunitarias que lo merecieran. Les encanta N-SIGN. Nunca en la vida serán capaces de comprender que la única diferencia entre Carl Ewart y N-SIGN es que el uno trabajaba cargando cajas en los almacenes por una mierda de pelas mientras que el otro ponía discos en ellos a cambio de mogollón de pasta. Pero a la mierda con todo eso, a partir de ahora seré listo y honrado. Ser tocado por el amor verdadero exige tener mucha suerte; no está en tu mano. Lo mejor que puedes hacer, lo que está en tus manos, es alcanzar la gracia.

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