Cola

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3. Debió de ser en 1990: El local de Hitler » Carl Ewart

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Me levanto y me meneo un rato en la pista con Rolf y Gretchen. Entonces oí a Terry hablando con Billy en el pasillo grande y me fui a investigar. Billy está en las escaleras, al lado de una chavala de aspecto imponente. Es una amazona que te cagas, y va vestida para matar, con un vestido ceñido a rayas diagonales blancas y negras, lleva el pelo rubio recogido en un moño y con un porte de arrogancia total y obsesión consigo misma que te indican que seguro que tiene un polvo cojonudo pero nada más. En el estado de ánimo de Billy eso será más que suficiente. Hedra también está allí, creo que la chavalota esa es amiga suya. Los muy capullos ni me ven. «Gally está ido del bolo; a veces ese tío me preocupa», suelta Terry. «Todo el rollo ese de mi prepucio. ¿De qué iba eso? ¡Ya me contarás!»

«Sólo te estaba tomando el pelo. Echando unas risas, eh», dice Billy, incomodado porque Terry le haya distraído de la tía con la que evidentemente estaba ligando. Lawson probablemente esté intentando meterse por medio, incluso a pesar de estar con Hedra.

«Ya, pero hay maneras y maneras de echar unas risas. No sé qué le pasaría en el talego. Probablemente se lo follara algún enorme boqueras esquivajabones de mierda. Por eso le obsesionan las pollas de los demás.»

«¿A tu amigo le van tanto las chicas como los chicos?», sonríe Hedra.

«Y una mierda», dice Billy, pero mirando a Terry, y después a mí para que le apoye.

Pero Terry siente que tiene algo que demostrar. «Nunca habla de ello. Algo le pasó ahí dentro. ¿Os dais cuenta de cómo está desde el momento en que vinimos aquí? Va de un lado a otro, como una puta veleta.»

Meto baza, todavía un poco deslumbrado por la pastilla esta: «Dale un poco de cuartel al chaval, Tez. Su viejo nunca está fuera de la cárcel y Gally se comió dos años por la cara, y todos sabemos lo que pasó después. No tiene nada que ver con lo que fuera que pasara dentro del talego.»

Terry me mira con expresión lúgubre. Va un poco bolinga, aunque resiste bien la bebida. En realidad a Terry nunca le molaron demasiado las pastillas. «Sé que lo ha pasado mal. Le adoro. A mí no me hace falta que me pongas a Gally por las nubes, Carl. Es mi mejor amigo…, bueno, vosotros dos también, y eso no lo digo porque vaya pedo. Se pone supercompetitivo contigo por nada, y a continuación empieza a poner por las nubes a todo dios y a ponerse a parir a sí mismo.»

«Pero lo que pasa con Gally», suelto yo, «es que tiene un sentido de la injusticia muy arraigado.

Con eso de que fuera a la cárcel y demás.»

Billy me mira con frialdad. «Puede que su cría también tenga un sentido de la injusticia muy arraigado», me suelta.

Siento como por un momento se me hiela la sangre, incluso a pesar de la pastilla. Terry me mira a mí, y después a Birrell: «Eso fue un puto accidente, Billy, ahí te estás pasando.»

Billy levanta la vista y parpadea brevemente.

«Aquello fue un accidente, Billy, tú lo sabes», asiento.

Billy asiente: «Lo sé, pero lo que estoy diciendo es que los accidentes suelen ocurrir cuando uno se comporta como un gilipollas.»

Terry rechina los dientes. «Todo empezó con el puto capullo de Mamonazo, el tal Polmont. A él y a su colega, Doyle, hay que volver a dejarles las cosas claras.»

Dejamos aquello flotando en el aire un rato, meditando acerca de nuestra impotencia, experimentando su alcance y nuestras limitaciones. Terry no dice más que chorradas, y yo levanto la vista y miro a Billy, y me doy cuenta de que él piensa lo mismo. Polmont es un gilipollas, pero está bien relacionado y no hay forma alguna de que Terry le vaya a decir nada a la banda de Doyle. Billy lo intentó, pero es porque está relacionado con alguna gente de lo más villano por medio de lo suyo. Pero tratándose de gente como yo y Terry, uno no se pone a malas con esos cabrones a menos que quieras consagrarle tu vida entera. Una vida que podría ser muy corta. Porque con estos cabrones la cosa no termina nunca; nunca jamás. A la mierda, tengo otras cosas que hacer con mi vida. No importa lo duros que creas que son los de tu propia peña, tienes que saber el lugar que ocupas en la jerarquía. El cementerio está lleno de cabrones que nunca llegaron a aprenderlo. Hay ciertos extremos a los que es mejor no llegar nunca. Y punto.

Terry no quiere dejarlo. Mira a Billy como si se tratara de un desafío. «Doyle y ese capullo de Polmont. Se van a llevar lo suyo.»

Billy se encoge de hombros como si no quisiera comprometerse. Terry es un espabilado, sabe cómo trabajarse a la gente, sabe cuándo empujar y qué botones pulsar.

Pero yo estoy al loro de su juego. «Pues no seré yo quien se lo dé», le digo. «Pasa de tener una vendetta con esos cabrones, Terry. Nunca les vencerás, porque ellos viven de eso. Tenemos otras cosas que hacer.»

«No son tan duros como se piensan», me suelta Terry. «Como aquella vez en Lothian Road. Doyle iba armado y Gent estaba allí, pero aun así Billy les curró a los dos. A Polmont le patearon el culo, además», dice el gallo Claudio de Saughton Mains. «Eso es lo único que estoy diciendo, Carl.»

Pero todos sabemos que no es más que palabrería. Palabrería de borrachos, la más aburrida que hay cuando vas de éxtasis. «A la mierda», le digo, volviéndome a continuación hacia Billy. «Hay que enfocarlo como tú: si tienes que pelear, hazlo en el cuadrilátero, por dinero», suelto yo. Intento mantener a Billy en un estado de ánimo positivo, pero miro la gran cicatriz que Doyle le hizo en la barbilla con el cuchillo ballenero. Pones a dormir a un zumbado con unos pocos golpes, después de que él te haya marcado de por vida. Después tienes que preocuparte por el desenlace porque todo dios dice que le curraste. ¿Quién ha ganado? Nadie, me parece a mí. Así sucede a menudo con la violencia; todo dios sufre una derrota en la puntuación:

BIRRELL-3, DOYLE-3

«Ya…», suelta él con indiferencia, y a continuación lo piensa y dice: «Tuve unas palabras con mi hermano acerca del rollo este de los casuals, después de que le arrestaran en Dundee.»

Siempre me ha caído bien el hermano de Billy, Rab. Es un tío legal. «Son cosas que pasan», digo.

Terry pone expresión despectiva. Billy se percata y hace una observación. «Menos mal que la noche aquella que tuvimos el encontronazo con Doyle estaban allí todos los Hibs boys. Fueron Lexo y demás los que lo resolvieron todo», le dice a Terry.

«Pero fuiste tú el que tumbó al gigantón de Gent, Billy», sonríe Terry.

Billy pone una expresión que parece tallada en piedra. «Pero se levantó de inmediato, Terry. Y hubiese seguido haciéndolo hasta haberme puesto encima aquellas manazas. Doyle también. Yo me alegré de que Lexo y compañía se interpusieran.»

«Pues ellos también son unos putos zumbaos», suelta Terry.

Empiezo a descojonarme ante el descaro de Lawson. «Eso no lo decías cuando te detuvieron a ti en el partido aquel de los Hibs contra los Rangers en Easter Road. ¿Te acuerdas de eso? ¡El gamberro en jefe de los Hibs, Terence Lawson, de la Mafia Esmeralda!»

Era una buena oportunidad para romper el hielo y empezamos todos a reírnos.

«Eso fue hace siglos. No era más que un chavalín empanao», dice Terry.

«Las cosas han cambiado muchísimo desde entonces, anda que no», digo yo, sonriendo con sarcasmo.

«Vaya morro tienes, cabrón», se ríe Terry. Este capullo lleva un as en la manga, lo sé. Alguien se va a llevar un repasito al estilo Lawson, porque al hijo de puta todavía le escuece que Gally le diera mil vueltas con lo del prepucio.

Billy mira a Terry. «Con Rab pasa lo mismo. Todavía es joven.»

«Tiene veinte años, Billy, a estas alturas debería tener más seso», dice Terry.

Billy pone expresión de incredulidad. «Tú tenías diecisiete, Terry, no hay tanto trecho entre los diecisiete y los veinte.»

«En años no, pero en experiencia sí.»

Esto va a ponerse de un pedante que te cagas. Miro a Billy. «Rab no es un tipo duro, Billy, sólo lo hace para tratar de impresionarte a ti. Adoro a Rab, pero no es un peleador.»

Billy vuelve a encogerse de hombros, pero sabe que es cierto. Rab siempre admiró a Billy. Pero a Billy no le interesa, porque su mirada ha vuelto a cruzarse con la de la gran amazona esa, sentada con su otra amiga unos escalones más arriba, hablando y fumando costo. Es curioso, pero si yo fuera bolinga, le miraría por debajo del vestido, pero yendo de éxtasis nunca piensa uno en comportarse de ese modo. Me fijo en dónde están los ojos de Terry y, efectivamente, están justamente ahí mismo. Sigue con el brazo alrededor de Hedra y todo, y con la botella de cerveza pegada a los labios.

Me levanto y me estiro. «No pienso quedarme en Escocia mucho tiempo más. Escocia, Gran Bretaña, es un montón de mierda», despotrico. «Quiero decir, la tele de los sábados, reposiciones de Only Fools and Horses[44] que datan de 1981. A la mierda», les digo.

Eso les anima. Billy empieza con que si Escocia es el mejor sitio del mundo, mientras que Terry empieza a decir algo acerca de que si Tales of the Unexpected es lo único bueno que echan en la caja tonta en la actualidad.

A mí me la suda. Estoy follao, pero pienso meterme más pastillas luego. «Me juego algo a que el capullín de Gally se ha comido todas las pastillas», especulo, conociendo la respuesta.

Terry tiene la mano en el muslo de Hedra y lo acaricia lentamente y de forma relajada. Resulta raro verle así, pues uno nunca piensa en Terry como alguien capaz de hacer el amor de forma sensual y exploratoria. Claro que el muy cabrón probablemente piensa exactamente lo mismo de mí, que soy un metesaca sudoroso. Es extraño observar ese movimiento; parece sugerir otras posibilidades para Terry. O puede que no, puesto que el cabrón de él empieza a pontificar: «Galloway debe de estar bien jodido a estas alturas. La idea que tiene de una noche de marcha ese mamoncete es aguantar todo lo que se pueda a base de meterse más pastillas y más speed. Aunque estemos de vacaciones y todo seguirá allí por la mañana, no es capaz de relajarse y echarse a dormir. Tiene una muñequita del brazo a la que se le cae la baba por irse al catre con él, ¡y aun así tiene que quedarse levantado!»

Estamos todos cascando sin parar y Rolf se acerca con un par de sus amigos. Gally y Gudrun vuelven y nos vamos hasta el sofá y los pufs, dejando a Birrell en las escaleras con la chavalota del vestido a rayas y su colega. La cosa empieza a tranquilizarse, de modo que uno puede escucharse a sí mismo pensar. Menciono a Sue, la chavala Cadbury Caramel del recinto ferial, lo cual es un error, porque a Terry se le iluminan los ojos. «Puede que tuviera una voz como la de una coneja, pero desde luego no tuvo oportunidad de follar como tal», se rió estrepitosamente.

Gally empieza a sonreír. Noto que se me afloja la mandíbula. ¿Qué cojones pasa aquí?

«Verás», explica Terry, «lo vimos todo, colega. Teníamos butacas de primera fila. Hasta que ya no pudimos soportarlo más.»

Galloway suelta: «Te diré una cosa, ¡tuviste suerte de que estuviera sentada sobre el generador ese, porque ésa es la única forma de que sintiera que el mundo se movía!»

Terry sonríe como un pederasta que hubiese conseguido un empleo de Papá Noel en unos grandes almacenes. «Sí, guipamos el culo blanco, sudoroso y lleno de granos del bueno de Pelopaja subiendo y bajando como una bala y a la chavala con una cara de aburrimiento que te cagas», les explica a Hedra, Rolf, Gretchen, Gudrun y los demás alemanes. «¡No parecía demasiado contenta cuando miró por encima de su hombro y nos vio mirando a nosotros! Entonces apareció su amiga. A ella sí que le impresionó. Le puso tope cachonda…» Terry se estremece tanto de la risa que apenas puede seguir. Pero todos estamos que nos partimos. «¡Vomitó!»

Gally se ríe: «¡A mí también me hizo vomitar! ¡Reacción retardada!»

Es evidente que Terry ha asaltado la nevera, porque tiene unas botellas de cerveza escondidas debajo de uno de los pufs. Abre una con los dientes, y tomando nota de la ausencia de Birrell, suelta: «Y ahí estaba nuestro buen amigo Business Birrell por en medio, hostiando a todo dios», y a continuación pone voz de maestro: «No resultaba un espectáculo agradable precisamente, señor Ewart, ¡pero un tanto menos feo que observarle a usted echar un polvo!»

Cuando a uno le seleccionan para ponerle a parir de esta forma, no queda más remedio que encajar, no se puede hacer otra cosa. Esquivo los puñetazos psicológicos hasta que se hartan. Después, pasado un intervalo de tiempo respetable, de modo que no se interprete como un mosqueo, me largo a los jardines a dar un paseo. Terry me sigue; dice que tiene que ir a mear. Pero se nota que en realidad ha ido a espiar a Birrell.

Mientras salimos, vemos a Billy pasar por delante nuestro, subiendo las escaleras hacia los dormitorios acompañado por una chavala alta con pinta de supermodelo. Escucho la voz de Terry a mis espaldas: «¡Parece que Secret Squirrel va a mojar!»

Billy sacude la cabeza y me sonríe mientras salgo al patio. A Terry nunca le cuesta demasiado tiempo encontrar un nuevo blanco para sus pullas.

Salgo fuera, al jardín. Todavía hay luz, pero hay unas nubes macarras y moteadas avanzando hacia nosotros desde las montañas, portadoras de oscuridad, justo a tiempo para la bajada. Siempre hay que pagar el precio de la diversión en algún momento y yo diría que por lo general, cuanto más festejas, más pagas. Las luces de la casa están encendidas, y todavía hay mucha gente sentada por ahí, abrigada, pero disfrutando del aire. Se me acerca el inglés ese, Guy.

«Brillante actuación la tuya», me suelta.

«Gracias», suelto yo, un poco avergonzado. «Improvisé un poco a partir de esto y aquello.»

«Sí, pero funcionó. Lo conseguiste. Escucha», me dice, «llevo un club nocturno en el sudeste de Londres. Se llama Implode.»

«He oído hablar de él.»

«Sí, y yo he oído hablar de Fluid.»

«¿Sí?»

«Sí, desde luego. Goza de mucho respeto», me cuenta.

Uno tiene que quedarse ahí asintiendo con la cabeza, y ni siquiera puedes empezar a decir cómo le sienta a un barriobajero de Edimburgo oír que alguien que lleva un club de renombre en Londres ha oído hablar de él, no digamos ya que le respeta. «Gracias.»

«Escucha, ¿qué te parecería bajar a Londres a pinchar? Por supuesto, a cambio de un caché decente y con todos los gastos pagados», me explica Guy. «Y cuidaremos de ti y nos ocuparemos de que te lo pases bien.»

¿Que si me apetece?

Se me ocurren cosas mucho peores. Intercambiamos números de teléfono y abrazos amistosos y nos estrechamos empresarialmente la mano. Este tío es legal. Al principio no estaba demasiado seguro, porque soy un poco susceptible en lo que se refiere a los pijos. Pero es legal. Es la pastilla, te libra de toda esa mierda. Facturas el equipaje y vuelta a empezar.

Entonces veo algo más que sin duda me apetece, la tía que estuvo morreándose conmigo antes, con Gudrun y Gally. Elsa se llama, y está hablando con un par de amigas. Me acerco a ella y me recibe con un abrazo, envolviéndome los hombros con los brazos. «Hola, nee-nee…», sonríe generosamente. Sigue de pastillas hasta las tetas; me cuenta que se ha metido una segunda y que ahora mismo empieza a subirle. Mis manos van a parar alrededor de su cintura, fascinadas por igual por la textura del tejido del que está hecho su top como por los contornos de su cuerpo.

Este ambiente hace que la vida, las relaciones humanas, resulten de lo más simples y fáciles. ¿Cómo de mierdoso, asqueroso y largo habría resultado todo esto en un pub, o en una fiesta, lleno de alcohol? Nos largamos a pasear juntos, con mi brazo alrededor de su cintura y mi mano acariciándole los vaqueros a la altura de la cadera. Desde el extremo del jardín, por encima de las copas de los árboles, se ve el lago con las montañas al fondo. «Vaya vista, ¿eh? Esta es una parte bellísima del mundo. La mejor de todas. Me encanta estar aquí.»

Ella me mira detenidamente y enciende su pitillo, sonriendo de forma lánguida y distraída. «Yo soy de Berlín. Muy distinto», dice. Nos sentamos y nos miramos el uno al otro sin decir nada, pero yo pienso en la noche y sé que querría estar aquí para siempre: la música, el palique, los viajes, las drogas y un par de ojos y de labios como éstos en mi careto. Me gusta esto, y en realidad no bromeo cuando digo lo de Gran Bretaña; es un montón de puta mierda. Allí nadie que no haya nacido en una cuna de oro o no esté dispuesto a ser un gilipollas lameculos puede vivir dentro de los márgenes de la ley. Ni de coña. Me voy a Londres. Y Rolf y sus colegas quieren que toque en un night-club en el aeropuerto en noviembre. Incluso estoy pensando en mandarlo todo a tomar por culo y quedarme por aquí hasta entonces; aprender algo del idioma y disfrutar de la diferencia.

Elsa y yo nos morreamos un rato y después damos un paseo. Pronto nos iremos a esa gran cama que hay en la habitación de las chiquitas, en cuanto me asegure de que Terry haya vuelto a casa con Hedra. O mejor aún, le dejo eso a él y yo me voy con Elsa cuando ella esté lista para marcharse. Lo que no voy a hacer es perderla de vista, eso seguro. A veces das con los mejores momentos de tu vida cuando buscas un poquitín más que sólo echar un polvo.

Cuando volvemos a la casa, hay una gran conmoción. Gally se ha subido al tejado y está haciendo equilibrios sobre las tejas a unos trece metros de altura.

«¡BAJA DE AHÍ, GALLOWAY, SO CHALAO!», ruge Billy.

Gally tiene una mirada extraña que hace que todos nos caguemos; es como si estuviera ido. Me voy corriendo adentro y subo las escaleras a toda prisa hasta arriba. Hay un par de piernas colgando del tragaluz. Durante un instante pienso que es Gally que baja, pero Rolf me dice que es Terry, que se ha quedado atascado intentando subir a por él. Gudrun parece muy tensa y muy preocupada. «Me dio un beso y se subió allí corriendo», dice, toda llena de tensión. «¿Es que pasa algo?»

«Que va hasta el culo. Siempre fue un escalador», le cuento, pero esto me preocupa.

Toda la movida esta es surreal que te cagas. Lo único que veo de Terry es su barriga y sus piernas pero le oigo gritarle a Gally: «Bájate de ahí, Andy, venga, joder, colega», suplica.

Bajo corriendo otra vez hasta fuera. Ahora resulta visible la parte superior de Terry, agitando los brazos como un puto molino. Gally está cerca de él, en cuclillas, con una pierna a cada lado del tejado.

«Por favor…, por favor…, vendrá la policía, la llamarán los vecinos…», implora Wolfgang. Mientras tanto, Marcia le grita en alemán, y no hace falta intérprete para adivinar lo que dice.

«Sólo dijo que iba al servicio y entonces se subió allí arriba», le dice Gudrun a Elsa, que me ha seguido abajo. «Se ha puesto enfermo de la cabeza.»

«Romperás las tejas», suplica Wolfgang.

Grito a todo pulmón: «¡Venga, Galloway, gilipollitas, que sólo lo haces para llamar la atención! ¡Ten un poco de compasión! Esta gente ha estado enrollándose con nosotros. ¡Estamos de vacaciones! ¡No necesitan toda esta mierda!»

Gally dice algo; pero no lo oigo. Después se acerca a donde está un Terry que intenta persuadirle. De repente Lawson le agarra y lo introduce en la casa bruscamente; resulta extraño ver a esa gran bestia depredadora sin piernas metiendo al capullín en un agujero y desapareciendo. Es puro teatro y todo el mundo que está en el jardín lanza vítores. Vuelvo a subir las escaleras.

Cuando llego allí, Gally está descojonándose de la risa, pero es una risa extraña. Lleva un corte en la cabeza y otro en el brazo, donde se dio cuando Terry le metió tirando de él por la trampilla. Billy está realmente enojado, pero vuelve con la amazona del vestido a rayas. «Si no destroza una buena noche no está contento», dice Terry con ira, llevándose a Hedra. Se esfuman y se meten en nuestra habitación.

A Gudrun parece que sigue molándole Gally, la muy tonta. Él está sentado en su regazo mientras ella le acaricia la cabeza. «¿De qué sirve, eh, muñeca?», le pregunta alegremente. «¿De qué sirve?»

No hay nada que yo pueda decirle a ese capullo estúpido y me mantengo al margen. Al pequeño hijo de puta parece que le siente de maravilla crear dramas idiotas. Tras eso, cosa que nada tiene de sorprendente, la noche decae. Nadie puede culpar realmente a Wolfgang y a Marcia cuando dicen basta. A mí me alivia alejarme de Gally, y cuando Elsa me pregunta si quiero volver con ella a casa de Rolf y Gretchen, no tiene que hacer nada en absoluto para convencerme.

El piso de Rolf está a muy poca distancia. Apenas hemos atravesado la puerta cuando Rolf levanta la mano y suelta: «Me voy a la cama», secundado por Gretchen, dejándonos así a Elsa y a mí en el cuarto de estar.

«¿Quieres que nos vayamos a la cama?», pregunto, indicando con la cabeza el sitio donde Rolf me dijo que había una habitación para los invitados.

«Primero tienes que poner algo», dice ella.

Ahora no me apetece poner más música. «Eh… prefiero irme a la cama ya. Además, me dejé todos mis discos en casa de Wolfgang.»

«No, poner algo en el pene para el sexo. La goma», me explica, mientras yo me río y me siento idiota.

Siento que me deprimo. «Me los he dejado en casa de Wolfgang», le digo. Ella me explica que Rolf tiene algunos. Llamo a la puerta: «Rolf, siento molestarte, colega, pero eh, necesito unos condones…»

«Aquí… dentro…», jadea Rolf.

Entro tímidamente; los dos están follando encima de la cama, ni siquiera bajo el edredón, y aparto la mirada.

«Encima del armario», resuella.

No parece que les moleste, así que me acerco y cojo dos, y después otro por si acaso. Miro alrededor y capto un vistazo de Gretchen, que me lanza una sonrisa malévola y abombada mientras Rolf empuja; su única concesión es ponerse una mano sobre un pequeño pecho. Yo miro para otro lado y me retiro con rapidez.

Resultó que aquella noche sólo necesité un condón, y aun así no pude correrme. Eran las pastillas, a veces me ponían así. Nos llevó un rato hasta quedar agotados, pero no estuvo mal intentarlo. Finalmente, me aparté de ella. «Abrázame», dijo ella. Lo hice, y nos quedamos dormidos.

Después de dormir de forma un tanto extraña nos despertó Gretchen. Como está vestida, supongo que debe de ser bastante tarde. Ella y Elsa se ponen a hablar en alemán. No entiendo pero capto la idea de que alguien llama a Elsa por teléfono. Ella se levanta y se pone mi camiseta.

Cuando vuelve, estoy deseando que se meta otra vez en la cama. Hay pocas cosas tan sexys como una tía desconocida que lleva puesta tu camiseta. Levanto el edredón.

«Tengo que marcharme, tengo que asistir a un seminario», explica ella. Estudia arquitectura, recuerdo que me lo dijo.

«¿Quién llamaba?»

«Gudrun, desde casa de Wolfgang.»

«¿Qué tal está Gally?»

«Es raro tu amigo, el pequeño. Gudrun dijo que ella quería estar con él, pero que no tuvieron relaciones sexuales. Dijo que él no quería mantener relaciones sexuales con ella. Eso no es habitual, ella es muy bonita. La mayoría de hombres querrían tener relaciones sexuales con ella.»

«Desde luego», digo yo, cosa que, por su reacción, me doy cuenta de que no es lo que ella quería oír en realidad. Tendría que haberle dicho: sí, pero no tanto como contigo, pero ahora quedaría fatal. Además, habíamos estado follando la mayor parte de la noche, y ahora me empezaba a deslizar hacia ese estado de ánimo depresivo. La parte sexual de mi cerebro estaba saciada y separada del resto. Lo que me apetecía era tomarme unas cuantas cervezas con los chicos.

Ella se marcha a la universidad dejándome su número de teléfono. No logro sentirme cómodo sin ella; la cama parece grande y fría. Me levanto sólo para descubrir que Rolf y Gretchen también han desaparecido. Rolf ha dejado una nota con un mapa cuidadosamente trazado de cómo volver a casa de Wolfgang.

Al salir a la calle, decido caminar un rato, y salgo desde una calle menor a una gran avenida. Vuelve a hacer bastante calor; el veranillo de San Martín este no piensa abandonar así como así. Llego a un gran centro comercial suburbano y encuentro una pastelería. Me tomo un café y un plátano. Como necesito azúcar, me doy el gusto de comerme una gran tarta de chocolate, que no logro terminar, ya que resulta excesivamente empalagosa.

Tras decidir que estoy demasiado follao para seguir caminando, localizo un taxi y le muestro la dirección al conductor. Él señala al otro lado de la calle e instantáneamente reconozco la calle. Estoy aquí, sólo que he venido en dirección contraria. Siempre odié la geografía cuando iba al colegio.

Gally está de solateras. Wolfgang y Marcia han salido, y Billy y Terry han ido al centro. Me imagino que habrán quedado con Hedra y ese pedazo de hembra del vestido tras la que andaba Billy.

Nos marchamos, caminando en silencio hasta el bar de la esquina. Vuelve a hacer un poco de frío, así que me pongo la chaqueta de borrego que llevaba anudada alrededor de la cintura. Gally lleva puesto una con la capucha en la cabeza. Estoy temblando, aunque no haga mucho frío. Me acerco a la barra y saco dos pintas. Las llevamos hasta una mesa junto a un gran fuego. «¿Dónde está Gudrun?», le pregunto.

«Quién cojones sabe, eh.»

Miro a Gally. Sigue con la capucha puesta. Tiene círculos oscuros bajo los ojos y parece como si fueran a salirle granos por la cara, pero sólo por uno de los lados. Como una especie de sarpullido. «Era una tía de lo más sexy. Pero ¿qué pasó con la tía grande del vestido a rayas, esa detrás de la que iba Billy? ¿Crees que se la habrá tirado?»

Gally escupe un chicle al fuego. Una mujer que está detrás de la barra nos mira con cara de asco. Aquí llamamos un poco la atención; el sitio está lleno de viejos, familias y parejitas.

«Y yo qué coño sé», dice, todo picajoso, echándole un gran trago a su pinta. Después se quita la capucha.

«No te pongas así», le digo. «Tú te fuiste con una chavala majísima, a la que le ibas mogollón. Estás de vacaciones. ¿Qué cojones te pasa?»

No dice nada, y se queda con la mirada puesta en la mesa. Sólo puedo ver la parte superior de ese enmarañado cabello marrón oscuro. «No podía…, con ella… quiero decir…»

«¿Cómo que no? Ella estaba por ti.»

Gally levanta la cabeza y me mira directamente a los ojos. «Porque tengo el puto virus, por eso.»

Noto un golpe sordo en el pecho y mi mirada se traba con la suya durante lo que parece una eternidad, pero probablemente no fuera más que un par de latidos, mientras él dice, aterrado: «Tú eres el único que lo sabe. No se lo digas a Terry o a Billy, ¿vale? No se lo digas a nadie.»

«Vale…, pero…»

«¿Lo prometes? ¿Lo prometes, hostias?»

La cabeza me da vueltas de forma febril. Esto no puede ser cierto. Éste es Andrew Galloway. Mi colega. El pequeño Gally, de Saughton Mains, el hijo de Susan, el hermano de Sheena. «Sí…, sí…, pero ¿cómo?»

«Las agujas. El jaco. Sólo lo hice un par de veces. Parece que bastó. Me enteré la otra semana», dice, y echa otro trago, pero tose y escupe un poco de cerveza sobre el fuego, que chisporrotea.

Miro alrededor, pero la maruja de detrás de la barra no está. Hay un par de capullos mirándonos, pero les aguanto la mirada hasta que la apartan. El pequeño Andy Galloway. Los viajes que hicimos de críos y más tarde de jovencitos, ya por nuestra cuenta: Burntisland, Kinghorn, Ullapool, Blackpool. Yo, mi madre, mi padre y Gally. El fútbol. Las discusiones, las peleas. Cuando él escalaba de crío; siempre estaba escalando. Como no había árboles en el barrio, tenían que ser balcones de hormigón, colgarse de los pasos inferiores, toda esa mierda. Monicaco, solían llamarle. Un monicaco descarado.

Pero ahora observo su estúpida y sucia cara y su mirada ausente y es como si se hubiera convertido en algo distinto sin que yo me haya dado cuenta. Es el cochino mono que lleva justo en la chepa. Vuelvo a mirarle desde mi bajón, mi propia lente cutre, y no lo puedo remediar, pero Gally parece sucio por dentro. Ya no parece Gally.

¿De dónde proceden esas reacciones?

Doy sorbos a mi pinta, y miro un lado de su cara mientras él mira fijamente el fuego. Está roto, está destrozado. No quiero estar con él, quiero estar con Elsa, en esa cama otra vez. Mientras le miro, lo único que soy capaz de desear es que no estuvieran aquí ahora mismo: él, Terry y Billy. Porque ellos no encajan con este lugar. Yo sí. Yo encajo en todas partes.

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