Cola

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4. Aproximadamente 2000: Ambiente festival » Montañas Azules, NGS, Australia: Miércoles, 7.12 de la mañana

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MONTAÑAS AZULES, NGS, AUSTRALIA
Miércoles, 7.12 de la mañana

Me han llevado a la tienda otra vez. Helena me ayuda a mantenerme en pie. Lleva el pelo recogido en dos coletas y los ojos enrojecidos, como si hubiese estado llorando. «Estás tan hecho polvo que no logras entender lo que te digo, ¿verdad?»

No puedo hablar. Le paso un brazo alrededor de los hombros e intento disculparme pero estoy demasiado hecho polvo para hablar. Quiero decirle que es la mejor novia que he tenido jamás, la mejor que haya tenido jamás nadie.

Toma mi cabeza entre las palmas de sus manos.

«ESCUCHA. ¿ME OYES, CARL?»

¿Qué es esto? ¿Una recriminación o una reconciliación?… «Te oigo…», digo en voz baja; después, sorprendido de poder escuchar mi propia voz, repito con más confianza: «¡Te oigo!»

«No hay otra forma de poder decírtelo… joder. Llamó tu madre. Tu padre está muy enfermo. Le ha dado un infarto.»

Qué…

No.

No digas bobadas, mi viejo no, está perfectamente, más sano que una manzana, está mejor que yo…

Pero no está de broma. Joder, no está de broma.

HOSTIAS… NO… MI VIEJO NO… MI PADRE NO…

El pánico hace que el corazón me golpee contra el pecho, y estoy en pie y tratando de encontrarle, buscándole como si estuviera en la tienda. «Aeropuerto», me oigo decir a mí mismo. Una voz procedente de mi interior. «El aeropuerto… casas y tiendas…»

«¿Qué?», suelta Celeste Parlour.

«Dice que quiere ir al aeropuerto», dice Helena, acostumbrada a mi acento, incluso cuando voy hasta el culo.

«Ni hablar. Hoy no puede viajar. Tú no vas a ninguna parte, colega», me informa Reedy.

«Metedme en ese avión», digo yo. «Por favor. Os lo suplico.»

Saben que hablo en serio. Hasta Reedy. «No hay problema, colega. ¿Necesitas cambiarte?»

«Metedme en ese avión», repito. Disco rayado. Metedme en ese avión.

Dios mío…, tengo que llegar al puto aeropuerto. Quiero verle; no, no quiero.

NO

NO, NO HAY DERECHO, NO PIENSO TOLERARLO

No.

Quiero recordarle tal como era. Como siempre será para mí. Un infarto…, cómo cojones podría darle un infarto a él…

Reedy menea la cabeza. «Carl, hueles como un chucho asqueroso. No te dejarán subir a ningún avión en ese estado.»

Un momento de…, no precisamente de claridad, sino de control. El ejercicio de la voluntad. Qué horrible debe de ser estar siempre sereno, apechugar siempre con la carga de la voluntad, no ser capaz de librarse nunca de ella. Pero yo me he librado de ella en el momento equivocado. Una larga exhalación. Un intento de abrir los ojos y concentrar la vista a través del ruido y el barullo y levantar esas cansadas persianas que son los párpados. «¿Qué crees que te estoy diciendo?»

«Sí, Carl, te oigo, quieres que te meta en ese avión», dice Helena.

Asiento.

Helena empieza a parecerse a mi madre y a hablar como ella. «Simplemente no me parece que en estos momentos sea una opción viable, pero tú mandas. Aquí está tu bolsa. Tengo tu pasaporte y he reservado un billete con mi tarjeta. Podrás recogerlo en el mostrador de British Airways. Tengo aquí el número del vuelo. Ahora te llevaré al aeropuerto.»

Lo ha hecho todo por mí. Inclino humildemente la cabeza. Es la mejor. «Gracias por hacerme este favor. Te resarciré…, me pondré las pilas, me aclararé.»

«Hay un asunto realmente importante sobre la mesa, cabronazo egoísta. ¡Intentaste matarte!»

Me río orgullosamente. Qué chorrada. Si hubiera intentado matarme no lo habría hecho con drogas. Saltaría desde… desde una colina o algo. Sólo buscaba a alguien.

«¡No intentes reírte de mí!», grita ella. «Te metiste todas esas pastillas y te internaste en la maleza.»

«Simplemente me metí demasiadas drogas. Quería mantenerme despierto. Ahora tengo que ver a mi padre, ay Dios mío, mi pobre padre…» Celeste me rodea con sus brazos.

«¿Cuánto rato lleva levantado?», le pregunta Helena a Reedy.

Lo siento, Helena…, soy débil. Vuelvo a huir. A resistir y huir de algo bueno: Elsa, Alison, Candice y finalmente tú. Y todas las otras a las que no les permití acercarse tanto ni de lejos.

«Cuatro días.»

Me siento como si hubiera vuelto a convertirme en súbdito. Pienso en voz alta: «Aeropuerto. Por favor. ¡Hacedlo por mí, por favor!», y espero que me salga a voz en grito.

Está muriéndose.

Y yo aquí tirado, hecho polvo, en el bosque, en la otra punta del mundo.

Ahora estamos en el jeep, y tropezamos con las piedras colocadas para impedir que desapareciera la vieja pista de tierra. Traquetea y va a toda velocidad mientras yo me estremezco en el asiento trasero. Veo la nuca de Helena, sus cabellos recogidos en trenzas. En el dorso de su cuello se ve un reguero de sudor y siento un impulso casi abrumador de lamerlo, besarlo, sorberlo, de devorarla como si fuera un puto vampiro, cosa que probablemente soy, aunque de tipo social.

Me resisto mientras la carretera se bifurca y las montañas proyectan sombras alargadas y pienso por un segundo, lleno de pánico, que nos hemos equivocado de desvío, pero qué cojones sabré yo. Los demás parecen bastante tranquilos. Celeste Parlour se percata de mi ansiedad y pregunta: «¿Estás bien, Carl?»

Le pregunto si es seguidora del Arsenal y ella me mira como si estuviera loco y me suelta: «Nah, del Brighton, colega.»

«Los Seagulls», sonrío. «¿Aún existen? La última vez que estuve en el Reino Unido tenían problemas…»

Celeste sonríe benévolamente. Miro a Reedy; su piel cobriza y curtida, resistente y pulida como el cuero de calidad. «Tú eres del Leeds, ¿no, Reedy?»

«Que le den por culo al Leeds, soy del Sheffield United.»

«Claro», digo mientras entramos en otra pista de gravilla, y después en una carretera asfaltada. Lucky Reed es legal; me merecía un tarrazo por un paso en falso como ése. En sus tiempos fue un tipo de cuidado. De los casuals del Sheffield, el Blade Business Crewe.

Es coser y cantar durante todo el camino; Helena conduce sumida en un silencio que me resulta violento, pero me siento demasiado débil como para romperlo, y Parlour y Reedy parecen encontrarse bastante cómodos con él.

Me quedo dormido, o me deslizo hacia una zona extraña y me despierto con un sobresalto, notando cómo mi energía vital regresa al jeep desde muy lejos. Estamos en la autopista que conduce al aeropuerto. Una pesadilla de viaje y otra aún mayor en perspectiva. Pero tengo que hacerlo.

Mi padre está muriéndose; puede que incluso esté muerto. A la mierda. ¿Qué es lo que dijo Gally cuando me contó que estaba infectado? No nos molestemos en celebrar funerales de mierda hasta que no haya un capullo al que enterrar.

Por favor, que no sea mi padre. Duncan Ewart de Kilmarnock. ¿Cuáles eran sus diez reglas?

NUNCA PEGUES A UNA MUJER

DA LA CARA SIEMPRE POR TUS COLEGAS

NUNCA SEAS ESQUIROL

NUNCA ATRAVIESES LA LÍNEA DE UN PIQUETE

NO CHOTES A NADIE, AMIGO O ENEMIGO

NO LES DIGAS NADA (A LA POLI, LOS DEL PARO, LOS ASISTENTES SOCIALES, PERIODISTAS, LOS DEL AYUNTAMIENTO, LOS DEL CENSO, ETC.)

NUNCA DEJES QUE PASE UNA SEMANA SIN INVERTIR EN UN VINILO NUEVO

DA CUANDO PUEDAS, TOMA SÓLO CUANDO TENGAS QUE HACERLO

SI TE SIENTES BIEN O MAL, RECUERDA QUE NADA DURA ETERNAMENTE Y QUE HOY ES EL COMIENZO DEL RESTO DE TU VIDA

AMA CON GENEROSIDAD, PERO SÉ MÁS ESTRICTO CON LA CONFIANZA

A mí se me ha pillado en falta, especialmente en las reglas 2 y 8. En lo demás probablemente no lo he hecho mal.

Pero Reedy tiene razón. Huelo como un chucho asqueroso y así es como me siento. Recuerdo el cadáver de un dingo en putrefacción, junto a la carretera, en Queensland. Ni un coche a la vista, un horizonte despejado en kilómetros a la redonda. Aquel puto animal debía de ser verdaderamente estúpido para que lo atropellaran. ¡Lo más probable es que se tratara de un intento de suicidio! ¿Podría un perro, en su medio ambiente, salvaje que te cagas, tener auténticas tendencias suicidas? Ja ja ja.

Desfiladeros, acantilados, árboles del caucho…, la aureola azulada de los eucaliptos que da nombre a estas montañas.

Perdí el contacto con el hogar familiar durante las Navidades.

De pronto nos engullen los suburbios. Volvemos a estar en la Western Motorway.

Recuerdo cuando nos fuimos a vivir a Sydney por primera vez. Me parecía increíble que la playa de Bondi, como la de Copacabana en Río, estuviera más o menos a la misma distancia que Portobello del centro de Edimburgo. Pero tenía más arena. Alquilamos un apartamento allí. Yo y Helena. Ella sacaba fotos. Yo ponía discos.

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