Cola

Cola


2. Los 80: La última cena (de fish and chips) » Andrew Galloway

Página 16 de 73

Mientras decía eso, guipé a un grupo de hunos, puede que de nuestra edad o un poco mayores, entrando al Wimpy. Nos quedamos callados. Entonces ellos nos vieron, y también se quedaron callados. Me di cuenta de que miraban la bandera de la Mano Roja del Ulster y la bufanda de Birrell y que intentaban situarse. Birrell les sostuvo la mirada. A Terry le daba igual, él seguía mirando a las chavalas. «¿Tienes novio?», gritó.

La tía del pelo largo marrón y los dientes le dio un repaso. «Puede. ¿Y a ti qué?»

«No, es que estoy seguro de haberte visto con un tío en Annabel’s una vez.»

«No voy por Annabel’s», dijo ella, pero ella le devuelve la mirada con expresión satisfecha y ganas de polvo; el cabrón ya la tiene en el bote.

«Pues era alguien que se te parecía…» Terry se levanta y se hace sitio junto a ella. Ese cabrón no se corta.

Un par de hunos empiezan a cantar

The Sash. Estos cabrones estarán susceptibles que te cagas, porque el otro día dijeron en la tele que el Papa iba a venir a Escocia. No es que a mí me importe un carajo. Sí me importa que esos gilipollas vengan por aquí sobrándose. De todos modos, Birrell está contento porque no le miran a él. «Cabrones…, a estos cabrones los jodemos vivos», me dice. Hay un tío con un corte de pelo mohicano y una erupción de granos en un lateral de la cara, y un gordo cabrón con rizos rubios.

Palpé la navaja que llevaba en el bolsillo. Una vez pinché a un capullo del colegio, aunque en realidad no fue un pinchazo serio. Glen Henderson. Me pasé de la raya, el tío no se estaba sobrando tanto. Recuerdo que el cabrón me retorció el brazo por la espalda durante el primer curso, cuando estaba con los capullos aquellos con los que había ido a la primaria, así que se la tenía guardada, pero en realidad aquella vez fui yo el que se estaba exhibiendo. No pretendía que la cosa saliera como salió. Fue en la mano, se lo clavé en la mano. Estuve cagado durante días por si la cosa acababa en manos de la poli, los profes o mi madre. De todos modos, el tío, Glen, no dijo palabra. En cierto modo fue guay porque después de eso fue la primera vez que Dozo Doyle o Marty Gentleman o cualquiera de los de esa peña me dirigió la palabra. Pero seguí estando cagado por lo que había hecho. Aquí, sin embargo, sería distinto. No habría que preocuparse, sólo sería algún capullo de Glasgow al que nunca más verías. No me gusta la idea de llevar navaja, en realidad no, pero todo quisque sabe que estos gilipollas barriobajeros los llevan. Conste que la mitad de estos cabrones sedientos de gloria no son de Glasgow de verdad, son de Perth o Dumfries y sitios así, y hablan con una acento

weedgie[15] postizo. Quieren que les vean como que son de Glasgow para que todo quisque se piense que son muy duros. Quieren que todos pensemos que son todos como el tío aquel de la Unidad Especial o algo así. Y una puta mierda. Nah, no me gusta llevar navaja, pero te tranquiliza tener ese respaldo extra. Sólo para asustar a la peña y tal. «Tú quítate la bufanda y yo me apunto, te sigo y vamos a por ellos», le dije a Birrell.

Birrell no me hace caso; coge un plato de papel y le pega fuego con el mechero, sujetándolo con sumo cuidado, dejando que se consuma por completo. Hay una chica vestida con el uniforme del Wimpy recogiendo, y le ha visto, pero no parece que le importe.

Billy se está sobrando que te cagas. Está considerado como el tercer tipo más duro del colegio, después de Dozo y Gent, desde que le dio una somanta a Topsy durante el segundo año. Pero yo creo que podría con Dozo en una pelea limpia, con eso de que Billy está metido en el boxeo y tal, pero nunca hay una pelea limpia con los de la calaña de Doyle. A Carl le jodió mucho cuando Birrell y Topsy tuvieron la tangana aquella en el parque, porque es muy amigo de ambos.

«Billy, vete a la mierda, conseguirás que nos echen», gimoteó Carl, volviéndose después hacia mí. «Ves lo de este cabrón con el fuego…»

Billy deja que se consuma, haciéndolo girar para no quemarse la mano, y después los deja caer en la taza. «Que ardan esos hijos de puta anaranjaos», dijo en voz baja.

Una vieja maruja de cabellos plateados y con gafas, sombrero y un abrigo amarillo, vuelve la vista hacia nosotros. Sencillamente se queda mirando. La pobre mujer parece un poco tocada. Tiene que ser una mierda ser viejo. No pienso envejecer jamás; yo no.

Entonces entraron Dozo Doyle y su cuadrilla; Marty Gentleman, Joe Begbie, Ally Jamieson y el capullo ese con pinta de majara que tiene el pelo engominado y peinado hacia atrás y las cejas pobladas. El capullo al que expulsaron de Auggie’s y después vino a nuestro colegio. Sólo estuvo unas semanas antes de que también le expulsaran. Iba un curso por encima de mí. Le metieron una temporada en Polmont. Jamieson y Begbie son de Leith, pero conocen a Dozo y Gent del centro.

Se acercaron a nosotros. Fue guapo, porque los cabrones de los hunos dejaron de cantar todos menos uno. Empezaron a separarse un poco unos de otros y a ocuparse de otras cosas, como pedir hamburguesas.

Dándose cuenta del efecto que producían, los muchachos de Dozo empezaron a pavonearse a tope, y a refrotarles de forma clara a los chavales de los Rangers el hecho de que no iban a comerse una mierda. Dozo suelta: «Billy, Gally…, ¿esto qué es?» Miraba la bandera de la Mano Roja de Carl. Carl se cagó. Me adelanté. «Eh… se la quitamos a un huno tontolculo en la estación. Como disfraz, como tú decías. Nada de colores, Billy, quítatela», dije codeando a Birrell, y el capullo lo hizo, aunque no parecía muy contento.

Siempre doy la cara por Carl, porque fue con él con quien empecé a ir al fútbol hace siglos. Su viejo solía llevarnos a ver a los Hibs una semana y a los Hearts la otra. Entonces fue cuando yo elegí a los Hibs y él eligió a los Hearts. Era curioso, porque el señor Ewart es de Ayrshire y era seguidor del Kilmarnock. Solía avergonzarnos a Carl y a mí poniéndose la bufanda del Killie cuando jugaban en Easter Road o en Tynie.

A mi padre nunca le interesó el fútbol. Decía que era seguidor de los Hibs, pero nunca iba a los partidos. Sólo era porque una vez ganó el concurso

Spot the Ball del

Evening News la semana aquella que puso la cruz ganadora en la foto de Easter Road en lugar de la de Tynie. Me acuerdo de todo el mundo diciendo que nos compraríamos una casa grande, pero a mi madre le tocó una lavadora nueva y a mí me tocó Cropley, el perro. Mi padre solía decir: «Por lo menos de los Hibees obtuve algo a cambio. Yo apoyo al equipo que me apoya a mí.»

Pero él no apoyaba a nadie.

El señor y la señora Ewart siempre me cuidaban cuando mi padre estaba fuera. Los Birrell también lo hacían, y mi tío Donald me llevaba de viaje y tal; Kinghorn, Peebles, North Berwick, Ullapool, Blackpool y todo eso. Pero sobre todo los Ewart, y nunca le dieron importancia, nunca parecía que le estuvieran haciéndole a uno un favor.

Así que yo siempre intento cuidar de Carl en compensación. A veces hay que cuidar de él, porque va muy a la suya y a veces la gente se equivoca con él. No es que vaya de sobrado, es que no intenta arrastrarse ante todos los tipos duros. Siempre tiene que mostrarse diferente, el capullo este.

De todas formas, Dozo no parecía tener problema, ¡lo cual me quitó un peso de encima! Probablemente a Carl también, porque ese cabrón es el que manda en el barrio. «¿Dónde está Juice?», suelta. Así era como llamábamos a Terry, porque trabajaba en las furgonetas de refrescos. Indiqué con la cabeza el cubículo de al lado. Terry le miraba la palma a la chica y hacía como que se la leía. «Ahí está», suelto yo. «El adivino. ¡Siempre pensé que el cabrón era un puto taño!»

Dozo se rió con aquello, cosa que me hizo sentir bien, porque junto con Gentleman, era el tipo más duro del colegio, y en realidad no había hablado tanto con él. Ahí estaba yo, codeándome con los jefes del cotarro, tanto como Billy y Terry, puede que más aún.

Dozo va y dice: «¿Qué tal, Terry?»

Terry estaba tan enfrascado con las tías que no les había visto entrar, o había hecho como que no les había visto entrar. «¡Doz-oh! ¡Gent! ¡Ally! ¡Qué tal, tíos! Vamos a darle la del pulpo a algún huno que otro hoy, ¿eh?», dijo ruidosamente, y los hunos que se habían mostrado tan bulliciosos al entrar en el garito empezaron a escabullirse discretamente. Cuando estaba en el colegio, a Terry le gustaba imaginar que era el cuarto tipo más duro. Por el culo.

Dozo Doyle le respondió a Terry con una carcajada, como si ambos supiesen de qué iba el percal, y después le sonrió a las tías. «¿Tu novia, eh?», le pregunta a Terry.

«Estoy en ello, colega, estoy en ello», dijo Terry, volviéndose hacia la tía que tenía al lado. «Entonces, ¿sales conmigo?»

«Puede», dijo ella. La chica está un poco ruborizada. Intenta hacer como que no, pero lo está.

Ese cabrón de Terry no pierde el tiempo, porque a lo siguiente está morreándose con ella, y un par de los chicos empiezan a dar vítores.

Pero Dozo no parece tan contento. Tiene planes y no quiere que haya tías de por medio. «Tendríamos que najar», dice.

Nos levantamos todos, y hasta el guarro de Terry rompe su abrazo. Ese cabrón es un sobrado que te cagas. Oí cómo le decía: «Debajo del reloj de Fraser’s a las ocho.»

«Sí, en tus sueños», le contesta la chica.

«Pues a lo mejor te veo en el Clouds», insiste Terry.

«Vale, a lo mejor», suelta ella, pero el muy guarro se la tirará esta noche, de eso no hay duda.

A veces quisiera ser como Terry; siempre sabe lo que hay que decir y cómo comportarse. A veces me preocupa que con el aspecto tan joven que tengo, no hago más que coartarle a él y a Billy, e incluso a Carl. Pero sólo hace que me empeñe más todavía en demostrarles a ellos, y a gente como Dozo y Gentleman, que no me voy a contener cuando nos topemos con unos cuantos capullos de Glasgow.

Salimos del Wimpy, sintiendo la fuerza que te da formar parte de una multitud. Siempre ha habido tipos que se pegan en el fútbol que son capaces de hacerlo en grupo, pero que se cagan en una pelea de hombre a hombre. No se puede tener demasiados de ésos. De todos modos, uno se siente a gusto con estos cabrones, porque aquí están algunos de los tipos más duros del colegio y del barrio. Sabes que no se rajarán, ni siquiera contra los cabrones más echaos palante de los Gorbals o de donde sea que salgan estos ladrones zarrapastrosos y navajeros. Incluso frente a hombres, tipos que andan por los veintiuno y tal. Me alegro de no haberme puesto el pendiente. Si alguno le echa la mano encima, ya la jodiste.

¡Nos vamos!

El corazón me hace bum-bum-bum, pero intento que no se me note.

Veo a Doyle pasarle algo de extranjis a Billy, y parecen billetes. Dice algo acerca de cobre y de palos, así que ¡a lo mejor es para las multas si nos trincan! Eso es previsión. ¡Auténticos gangsters, nosotros y los Doyle!

Pero se ve que a Carl todo eso le mosquea, se nota que quiere saber qué está pasando. De todos modos, es lo suficientemente inteligente como para no preguntarlo delante de Doyle.

Primero bajamos por Rose Street. Vamos caminando en grupitos de tres o cuatro. Yo voy con Dozo y Terry y Martin Gentleman. Yo le llamo Marty porque sólo sus colegas de verdad le llaman Gent. Me asomo a un pub y veo que tienen una máquina de Asteroides. «Así que te han dado calabazas, ¿eh, Terry?», le tomo el pelo.

«Y un cojón. Ésa tenía ganas de bombeo, la de los dientes. Si esta noche está por el Clouds le voy a meter el rabo, eso te lo digo gratis», suelta él, y todos nos reímos.

«Esa Caroline Urquhart tiene un buen polvo. Llevaba un par de botones de la blusa desabrochados y se le veía un poco de teta», suelto yo.

Echo un vistazo al siguiente pub; tienen la de Space Invaders, que es guay. Aunque a mí nunca me servirían ahí dentro. Algunos tipos mayores con bufandas de los Hibs salen del pub, sacudiendo la cabeza con gesto de asco. En la barra hay unos cuantos hunos canturreando, y uno de ellos, un tipo flaco con pelo largo, de unos treinta tacos, sale a la calle y les grita a los abuelos, que no se vuelven.

Miro a ver si a los chicos les interesa pero no, vamos detrás de tipos de nuestra edad.

«Caroline Urquhart…, ésa es una zorrilla creída», me dice Terry.

«Te la follarías si tuvieras la oportunidad», le digo.

«No, no lo haría», suelta Terry, y lo dice como si fuera en serio.

«Yo me la follaba ahora mismo», suelta Marty Gentleman. «Pero primero me follaría a Amy Connor.»

Gentleman podría probablemente enrollarse con Amy Connor, porque parece mayor y es un tipo duro. Pero con Caroline Urquhart no, es más esnob, bueno, yo no diría esnob, pero como con más clase. Pero le doy vueltas al tema, al tema de cuál de las dos tiene mejor polvo. Pero Dozo está muy irritado. Señala con la cabeza a un grupo de capullos que cantan

The Sash. Apretamos el paso y nos colocamos a su espalda. Serán unos cinco, envueltos en la Union Jack. Uno lleva escrito en ella ARDROSSAN LOYAL en letras blancas. Lleva unas Docs de 25 centímetros. Dozo le da una patada en el talón, con lo que se le enreda una pierna con la otra y cae de bruces sobre los adoquines. Gent le patea mientras está en el suelo y grita con acento de Glasgow: «¡Briktin Terry! ¡Nadie inicia

The Sash salvo nosotros!»

¡Funcionó de maravilla! Retroceden, y uno de ellos sale de naja hacia el otro lado de la calle. Los demás enmudecen. Todos los demás grupos de hunos parecen confundidos pero no dan el primer paso. Si llevásemos los colores nos harían papilla. Despedazan cualquier cosa que vaya de verde, pero creen que esto es una historia de hunos contra hunos, una guerra civil. ¡Ahora son los otros los que no quieren saber nada! ¡Funciona, el plan que acordamos funciona! Aislarlos, disminuir la importancia del factor numérico mediante el procedimiento de convertirlo en cuestión personal, nosotros contra ellos en lugar de fútbol: Hibs contra Rangers.

Nos dejamos llevar un poco por el entusiasmo en la estación de autobuses. Es como si ahora cualquier capullo de nuestra edad tuviera que cobrar. Joe Begbie curra a un tío que no es huno ni iba al fútbol siquiera, simplemente era un punk con cresta. «¡Arriba los skins!», dice mientras el tío, horrorizado, se queda ahí sujetándose la nariz rota. De todos modos a mí me parece bien, porque los punks no me gustan. A ver si me explico, en aquel entonces estaba bien para echar unas risas, escandalizar a todo quisque y tal, como en primer curso, pero en realidad los únicos que quieren ir de piojosos son los pijos. Ésos son los juegos que les van. Los punks merodean por los Jardines de Princes Street, pegándose con los mods los sábados. Si queda alguno por ahí después, también le curraremos.

Me cago…, mi corazón se salta un latido. Veo a un gachó que nos mira a nosotros y a los punks a los que curramos. Lleva consigo a una chiquilla que se limita a mirar. Es mi tío Alan con mi primita, Lisa. Recuerdo que le dijo a mi madre que iba a llevarse a Lisa al centro para comprarle un regalo de cumpleaños. Me escondo detrás de un autobús. De todos modos, no creo que me haya visto.

«¿Ese de antes no era tu tío, Gally?», se burla Terry. «¡Vuelve y salúdale!»

«Vete a tomar por culo», le contesto. Pero me alegro de largarme de la estación.

Cuando llegamos a Leith Street, aquello parece un hormiguero; hay grupos de hunos por todas partes. Salen de la parte trasera de la estación en Calton Road y confluyen con las cuadrillas de antes, que han estado azotando los pubs de Rose Street. Algunos grupos de Hibs les provocan desde el otro lado de la calle. Nos hemos camuflado entre el grueso de la hinchada de los Rangers, pero hay demasiados polis para intentar empezar algo y será la misma historia hasta que lleguemos al campo, así que seguimos bajando por Leith Walk mientras esos cabrones se van por London Road a las gradas de visitantes. Todavía es muy temprano, así que va a haber un lleno total.

Nos dirigimos Walk abajo, hacia Pilrig; vemos a unos tíos de los Hibs allí parados; chavales de nuestra edad. Son el hermano de Begbie —Frank me parece que se llama— y un par de colegas suyos. Uno es el Tommy ese, al que conozco de los boy scouts desde hace siglos. Es un tío majo. El otro tío se llama Renton y el otro es un capullo zarrapastroso y delgaducho al que no conozco.

Carl se queda con la bufanda Hibs de Renton. «Pensaba que eras un puto hincha de los Hearts, colega.»

«Sí, y una mierda, también.»

«Pues tu hermano es fan de los Hearts. Le he visto en Tynie.»

Renton se limita a asentir mientras Joe Begbie coge y dice: «Sólo porque el cabrón de su hermano sea una puta escoria, eso no le convierte a él en un Jam Tart, ¿no es así, Mark? El chaval puede ser seguidor del equipo que quiera.»

Renton se limita a encogerse de hombros, pero eso le cierra el pico a Carl. De todos modos, eso es secundario, porque Dozo está dando las órdenes. «Quitaos las putas bufandas; metéoslas bajo la chupa y venid con nosotros. Vamos a la parte donde están los hunos a montar una bulla. También les pillaremos a la salida», sonríe, pasándose un dedo por la cara para simular una cicatriz imaginaria. Hace un bailecito. «Historia, tío, historia. Esos cabrones son historia.»

El hermano de Begbie y Tommy lo hacen, seguidos por Renton y el otro tío, Murphy creo que se llama. El tío ya lleva algo debajo de la chupa.

«¿Qué es eso que lleva allí ese capullo?», pregunta Carl. Carl está empezando a ir de sobradillo porque va con la peña de Dozo y Gent, los tíos duros del barrio. Se cree que ya empieza a cotizarse. Más le valdría recordar que es un seguidor de los Hearts y colega del cabrón de Topsy, y que sólo está aquí porque nosotros respondemos por él.

El capullo zarrapastroso se saca algo de debajo del jersey. Un paquete de guisantes congelados y otro de palitos de pescado. «Eh, los mangué de una tienda y tal…»

«Tíralos, Spud, hostia puta», le dice Tommy. Frank Begbie le quita los guisantes congelados de la mano, lanza el paquete por los aires y lo revienta de un patadón al caer. Todo quisque se ríe mientras los guisantes se desperdigan por la calle. «¡A la mierda!», grita Franco.

Spud se echa atrás de un salto y dice: «Los palitos de pescado me los guardo, y eso.»

Frank Begbie mira al tal Spud como si el capullo fuera su colega y le estuviera haciendo quedar mal. «Puto piojoso. Eso es lo único que papean estos cabrones. Toca a un palito de pescado por cada puto tano cabrón», suelta, y después se ríe de Tommy y Renton. «¡Así son los putos Murphy!»

Joe Begbie es legal, pero su hermanito se lo tiene bastante creído desde que le dio una somanta a uno de los Sutherland. Todo el mundo se enteró. Lo que podríamos denominar un resultado totalmente inesperado.

«Déjale en paz», dice Joe, «al menos el chaval ha venido. No como muchos de esos capullos que dijeron que vendrían y después no aparecen. Nelly, Larry, y esa cuadrilla. ¿Dónde cojones están esos capullos?» Después mira a su hermano. «¿Dónde se junta la peña de Leith antes del partido?»

«Peasbo dijo que estarían en Middleton’s», suelta Frank Begbie.

Los Leith boys, los de verdad, no andarían por ahí con muchachitos atontolinaos. Tendrían todo el día planeado y no nos lo contarían a gente como nosotros. Aquí no estamos haciendo más que fardar, dejando caer nombres y tal.

«No necesitamos a ningún capullo que no quiera estar aquí», dice Dozo. «Todos los que están aquí están por la labor», suelta, mirándonos a todos uno tras otro, como si se tratara de un desafío.

«Tampoco conviene que seamos demasiados, la poli se coscaría y se vendría todo abajo», añade Jamieson.

«Sólo unos cuantos que estén por la labor», repite Doyle en voz baja, dándonos un repaso a todos, asintiendo lentamente y sonriendo sin parar. A veces ese cabrón te da escalofríos.

Nosotros nos mirábamos los unos a los otros. Yo no me siento tan por la labor, creedme. Me entran ganas de decir: nos ha ido bien por el centro, dejémoslo aprovechando la circunstancia y disfrutemos del partido. Después de todo, George Best está en el equipo, suponiendo que el cabrón no se haya quedado pegado a la barra de un bar. Que le den por culo a darse de leches con un montón de cabrones de Glasgow medio bolingas y lo bastante viejos como para ser tu padre.

Pero Dozo, Joe Begbie y Marty Gentleman ya lo habían arreglado todo. Y, a decir verdad, preferiría emprenderla con una horda de hunos y llevarme una mala tangana que cagarme y tener que enfrentarme a esos zumbaos a las puertas del cole el lunes por la mañana. Así que nos fuimos a casa de Dougie Spencer con una bolsa llena de priva. Que le den por el culo a pasarse una hora en las gradas antes de empezar el partido. Eso está bien cuando se trata de ocupar o de tomar uno de los fondos, pero ahora la poli tiene bien organizado lo de la segregación. Así que fuimos a un

paki a por cerveza y vino barato. Somos todos menores, pero Terry y Gent aparentan veinticinco tacos así que no hubo problema para que les sirvieran. Por mí perfecto, porque a mí nunca me sirven en ningún pub. No queríamos emborracharnos demasiado, pero a mí me hacía falta un poco de valentía inducida, de eso no tenía duda.

Dougie Spencer no se alegraba demasiado de vernos al principio. Era mucho mayor que nosotros, andaba ya por la veintena. Andaba por ahí con Dozo y Gent y Polmont y los Leith boys, pero se notaba que le tenían por un gilipollas y que simplemente le utilizaban porque tenía piso propio. No estaba muy contento de que subiéramos todos, pero yo, Carl y Billy le caímos simpáticos enseguida, porque nos sentamos y escuchamos sus historias acerca de las bullas con los Hearts a fines de los sesenta y principios de los setenta, en tanto que la panda de Doyle sencillamente se le quedó mirando como si fuera un capullo. Se notaba que Carl se moría de ganas de decir algo porque es un Jambo y porque a veces anda con una cuadrilla de por donde vivimos nosotros. Puede que los Hearts sean la peña número uno ahora, pero yo calculo que con alguna de la gente joven que está respaldando a los Hibs, eso podría cambiar otra vez muy pronto.

Fui a mear, y cuando salí al pasillo, vi que Polmont estaba allí solo. Se volvió al verme, como si estuviera dolido por algo. Como si hubiera estado llorando o algo. «¿Todo bien, colega?», le suelto. Pero el tío no dijo ni pío, así que me metí al tigre.

Aunque se notaba que muchas de las historias de Spencer eran mierda pura, junto con el vino y la cerveza nos habían entusiasmado para cuando salimos a la calle en dirección al campo. Íbamos deambulando entre los seguidores de los Hibs, pero cuando llegamos a Albion Road, fuimos hasta donde la calle daba la vuelta a la tribuna y cruzamos las vallas donde estaba la policía montada. «¿Sois de los Rangers, chicos?», nos preguntó un poli grandote.

«Claro que sí, chavalote», dijo Dozo con acento de

esquivajabones,[16] y atravesamos los cincuenta metros de tierra de nadie pasando por el otro cordón para mimetizarnos con la muchedumbre de hunos y meternos en el fondo Dunbar. Carl había sacado la bandera de la Mano Roja del Ulster y se la había colocado alrededor de los hombros. Desde luego llamábamos la atención; por un lado, estamos una peña de gente sin colores y, por el otro, todos los hunos vestidos como si fueran a asistir a la función navideña del cole: banderas, bufandas, insignias, gorros de lana y camisetas. Pero se veía que en el peor de los casos pensaban que éramos peña de los Hearts que estábamos de su parte.

Dozo entró con una botella de vodka medio llena escondida. La pasa a su alrededor mientras hacemos cola. Me llega a mí y le doy un lingotazo. Está fría, fuerte y sabe a alcohol de quemar, pero cuando me llega a las tripas casi me hace vomitar la hamburguesa del Wimpy’s. Que le den a beber vodka a palo seco. Se la paso a Tommy mientras continuamos calibrando a los capullos que tenemos alrededor, intentando calcular edades, grado de dureza, quién va con una cuadrilla y todo ese tipo de cosas.

Algunos tenían un aspecto apestoso que te cagas; por la ropa y todo eso. Jerséis de los Bay City Rollers y toda esa puta mierda que aquí no lleva ni dios desde el punk. Nada de Fred Perry, ni Adidas casi ni una puta mierda. Lo acojonante era que los muy cabrones parecían todos mogollón de viejos. Resulta curioso, porque todo el mundo dice que la gente de Glasgow se arregla a tope para ir al centro por la noche y tal. Bueno, pues de día no lo hacen ni de coña, a juzgar por la pinta de estos cabrones. Supongo que ellos también nos miraban a nosotros, sólo porque íbamos mucho mejor vestidos que ellos, la mayoría con camisetas de manga ranglán y pantalones de pinzas o Levi’s. Aunque la mayoría de nosotros fuéramos de arrabales o casas de vecinos, seguíamos teniendo más categoría que aquellos putos guarros. La mitad de los capullos allí presentes nunca habían visto el agua ni el jabón, eso fijo. Supongo que en realidad no tenía gracia, de hecho para ellos tenía que ser una vergüenza vivir en barriadas sin agua caliente ni tele y tal, pero eso no es nuestra puta culpa y no deberían venir por aquí a pagarlo con nosotros.

Mientras entramos, Dozo encabezó un coro de «somos los Briktin Derry, que les den al Papa y a la Virgen María» y muchos de aquellos capullos de hunos se sumaron. Nos reímos de lo fácil que era ponerlos en danza; igual que darle cuerda a un puto juguete de relojería. De todos modos, se nota que algunos de estos capullos no las tienen todas consigo en lo que a nosotros se refiere y les alivia unirse a nosotros en una canción protestante mientras atravesamos los torniquetes para llegar al fondo Dunbar y subir a las gradas superiores. Habíamos perdido a Renton, el hermano del Jam Tart, y al capullo de Spud. Se habían escabullido; probablemente se habían largado a la zona de los Hibs como unos putos cagaos. No recuerdo que atravesaran el punto de control con nosotros. Y no es que me importe. Ese capullo de Spud Murphy es tan piojoso como cualquier cabrón de Glasgow. Es un corte que te cagas, todo sea dicho. Así que estamos yo, Birrell, Carl, Terry, Dozo, Marty Gentleman, Ally, Joe Begbie, el hermano de Begbie y Tommy y el capullo raro ese que no dice palabra, el de Polmont. McMurray creo que le llaman. Es un año mayor que yo, pero también parece joven. No acabo de entender a ese tío. Se le ve mirar a Dozo Doyle todo el rato; parece que el tío prácticamente no habla con nadie más. Tomamos posición a la derecha de la portería, por la mitad del graderío. La botella de vodka vuelve a llegar hasta mí; meto la lengua por el gollete, haciendo como que bebo. Aun así casi me dan arcadas, sólo por el puto tufo a alcohol de quemar. Se la paso a Gent.

Ir a la siguiente página

Report Page