Cola

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2. Los 80: La última cena (de fish and chips) » Carl Ewart

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Terry se da golpes de pecho. «¡Soy yo el que está siempre cediendo, y ahora encima me vienes con esto! ¡Se supone que me he enrollado con una chica a la que no he visto en mi vida!»

«Te estoy intentando decir que…» Lucy intenta meter baza, pero a estas alturas debería saber que nunca podrá detener a Terry cuando va a toda máquina.

Al muy cabrón le asoma en el ojo un destello demencial. «Ya que van a echarme la culpa por algo que no he hecho, a lo mejor debería enrollarme con otras chicas. Ya puestos, ¿por qué no hacerlo?», dice, poniéndose todo tieso. Entonces me mira a mí. «Ya puestos, ¿por qué no hacerlo, eh Carl?»

Modula el «no» de modo insinuante.

Yo no digo nada, pero ahora Lucy le suplica. «Lo siento, Terry, lo siento…»

Terry se para en seco. «Pero no lo haré. ¿Sabes por qué?»

Lucy echa chispas por la mirada, con los ojos como platos y boquiabierta de espanto y prevención.

«¿Sabes por qué? ¿Lo sabes? ¿Sabes por qué?»

Lucy intenta adivinar de qué habla el cabrón.

«¿Lo quieres saber? ¿Quieres saber por qué? ¿Eh? ¿Eh? ¿Quieres?»

Ella asiente despacio con la cabeza. Pasan al lado un par de tíos riéndose entre ellos. Uno de ellos me mira y no puedo evitar que se me escape una pequeña sonrisa.

«Te diré por qué. Porque soy un pringao. Porque te quiero. ¡A ti!» La señala con un dedo acusador. «A nadie más. ¡A ti!»

Se quedan de pie mirándose el uno al otro en medio de la calle. Yo me aparto un par de metros por si pasa alguien por ahí. Hay un tío en mono, como si acabara de salir del matadero, y mira hacia acá. A Lucy le tiembla el labio y juro por Dios que parece que los ojos de Terry se humedezcan.

Se funden en un abrazo, justo en mitad de la calle, enfrente del matadero. Pasa una furgoneta tocando la bocina insistentemente. Se asoma un tío por la ventana y grita: «¡YA HAY UNO QUE LA METE ESTA NOCHE!»

Terry me mira por encima del hombro de Lucy, y espero un guiño, pero es como si estuviese tan absorto en su interpretación que no quiere romper el ritmo. Lucy y él intercambian miradas profundas y significativas, como dirían en el libro de Catherine Cookson que mi tía Avril le dio a leer a mi madre. Ya he tenido suficiente, me doy la vuelta y empiezo a bajar por la calle.

«¡Carl! ¡Espera un momento!», ruge Terry.

Les veo besarse a lo lejos. Cuando se separan, intercambian unas palabras. Lucy echa mano al bolso. Saca el monedero. Extrae un billete, un billete azul. Se lo entrega a Terry. Otra mirada profunda. Algunas palabras más. Un besito en la mejilla. Se alejan caminando el uno del otro, volviéndose para despedirse con la mano al mismo tiempo. Terry lanza un beso. Entonces viene hacia mí dando brincos. Lucy vuelve a echar un vistazo, pero Terry ya me tiene agarrado y forcejeamos y nos damos empujones mientras emprendemos el camino.

«¡Eres una estrella, Ewart! Te mereces una copa. ¡Acabas de salvarme el pellejo! ¡Venga, las birras corren de mi cuenta!» Agita el billete de cinco libras. «Bueno, en realidad, invita Lucy, pero ya me entiendes», dice entre risas.

«Me basta con que no me vuelvas a montar ese número, Terry», digo yo, pero no puedo evitar reírme, mientras le cojo por el cuello de la chaqueta Levi’s y le empujo contra una farola. Entonces intento ponerme serio. «No pienso mentirle a ella para cubrirte a ti las espaldas.»

«Venga, colega, ya conoces las reglas», dice, rompiendo mi agarre y arreglándose la ropa. «Hay que apoyar a los colegas. Fuiste tú el que me lo enseñó», me suelta. Es todo mierda pura, claro está, y se está haciendo el listo para volver a quedar bien conmigo. Por supuesto, ambos sabemos que le está dando resultado y que no hay nada que hacer. Somos colegas. «Así que no te mosquees. Ahora que lo pienso, hablando de tías, oí que te largaste discretamente del Clouds con una pelirrojita», dice, poniendo voz de tiparraco, como hablando por la nariz.

No digo nada. Es lo mejor. Deja que el cabrón lea en mi rostro lo que quiera.

«¡Ya! ¡Ahora la cosa cambia!» Asiente con la cabeza de forma maliciosa. «Así que pronto serás tú el que necesite coartadas, amigo.»

«¿Por qué?»

«A Maggie Orr todavía le pones cachonda», me guiña el ojo, con expresión absolutamente seria.

«Y una mierda», le digo. Sería bonito creérselo, pero no se le vacila a un vacileta, como diría el viejo. «¿Entonces por qué me dio calabazas y se enrolló contigo?»

Terry se hinca los codos en los costados y enseña las palmas de las manos. «Labia que tiene uno, colega», me explica, «pero estás aprendiendo rápido. Menuda interpretación que te has marcado ahí con Lucy. Sí, pronto te tirarás a Maggie. Fijo. A mí me va más su amiga, una tal Gail. Esa gafotillas, la has visto por ahí. Espera a ver qué culo tiene. Cuando la pones en bolas… fuaa, cabrón», suelta, relamiéndose lentamente. «Nah, el mejor arreglo para todas las partes es éste; tú y tu tía del Clouds y yo y Lucy saliendo como está mandado, y después tú y yo tirándonos a Maggie y Gail de extranjis. ¡A mí me suena de rechupete!»

Puede que no sea más que la sonrisa de este cabronazo, el entusiasmo que tiene por todo, o el hecho de que estoy completamente desesperado por echar un polvo, pero en este momento se me ocurren arreglos peores.

Ante mi vista aparece el campanario de la iglesia, y volvemos a estar en el barrio. Terry insiste en que vayamos al Busy Bee. La verdad es que no he estado en pubs demasiadas veces y nunca he intentado que me sirvieran en el Busy. «Venga, Masturbator, en cuanto seas un parroquiano habitual del Busy, eso impresionará a todas las chiquillas. No se puede ser un colegial toda la vida», me dice con una sonrisa. A continuación acusa: «Me han dicho que piensas seguir estudiando y todo.»

«No lo sé, depende de…»

No tuve oportunidad de explicarme. «Entonces irás a la universidad, que es un colegio, después te harás profesor y volverás al colegio. Así que terminarás por no dejar la escuela jamás. No tendrás un chavo», dice bajando la voz mientras subimos por la colina, donde están las tiendas y la cajita que es el Busy enfrente. Se detiene y me pone las manos en los hombros. «Y te diré una cosa, amigo, una pequeña fórmula que en el colegio nunca se molestaron en enseñarme

a mí. Una pequeña suma matemática que me podría haber ahorrado un montón de tiempo y de molestias. Es ésta:

cero pasta igual a

cero chochos.» Da un paso atrás, con aspecto complacido, dejando que me empape bien. Después me pasa el billete de cinco libras que le sacó a Lucy. «Vete hasta la barra y pide dos pintas de lager. O sea, “dos pintas de lager”», dice con voz grave, «no “dos pintas de lager”», esta vez en tono agudo y chillón. «No me dejes en evidencia como hizo el gilipollas de Gally cuando le traje aquí. Se acerca a la barra y dice: Dos pintas de cerveza, por favor, señor, como si estuviera pidiendo caramelos.»

He estado en pubs y he ido al Tartan Club montones de veces. «Sé como pedir, puto gilipollas.»

Así que entro con él dando grandes zancadas hasta llegar a la barra. El camino parece largo y todo quisque me mira como diciendo «ése no tiene dieciocho ni de coña». Para cuando llego el camarero ya me está preguntando qué quiero y siento como si se me fuera a quebrar la voz.

«Dos pintas de lager, por favor, amigo», le suelto, con voz ronca.

«¿Te duele la garganta, amigo?», se ríe el camarero. Terry y un par de tíos que hay en la barra también.

«No, sólo es…», suelto con tono agudo y todo dios se mea de risa.

De todos modos, el tío nos sirve y Terry se sienta en la esquina. Las manos me tiemblan y antes de llegar al asiento ya he derramado media pinta.

«Salud, Carl, buen trabajo, colega», brinda, echando un gran trago. Después sacude la cabeza. «Esa puta cabrona de Pamela; mira que irle a Lucy con toda esa mierda.»

«Lo único que hace es apoyar a su colega, Terry. Para las chicas también vale.»

Terry menea la cabeza. «No, no, no, las tías son distintas. No entiendes el juego de esa guarra, Carl. Está que se muere de ganas y nadie se la tira. De forma que se pone toda rencorosa sólo porque Lucy tiene compromiso. Pero es mi puta culpa, debí ajustarle las cuentas.»

«¿Cómo?»

«Debí haberle metido el rabo de tapadillo, sólo para cerrarle la boca. Necesita que se la follen, ése es su puto problema. Ésa es la diferencia entre los hombres y las mujeres. Cualquier tía a la que no se estén tirando se pone rencorosa y celosa. Nosotros no somos así», suelta echando otro gran trago de su lager. «Dame las vueltas, caradura, que ya voy yo a por otra.»

Le entrego los billetes y las monedas y se va brincando hasta la barra. Tragando con fuerza, intento terminar la pinta, o al menos hacer progresos razonables antes de que vuelva con más. Cuando reaparece con las cervezas, es evidente que se le ha ocurrido una idea. «Así que estaba pensando, Carl, o bien le tengo que echar un casquete a Pamela o conseguir que lo haga algún otro. Tú ya tienes faena, así que a lo mejor debería echar mano de Birrell. Aunque no sirva para otra cosa, le mantendrá alejado de Yvonne un poco. Aunque imagínate cómo se lo montará ese gilipollas para ligar», suelta Terry, haciendo una magnífica imitación exagerada de Birrell, hablando de forma abrupta y concisa. «Me llamo Billy. Vivo en Stenhouse. Juego al fútbol y hago boxeo. Tengo que entrenar muy duro. Es alucinante. Hace buen día. ¿Te gustaría tener relaciones sexuales conmigo?»

Estamos ahí sentados meándonos de risa y lo hacemos una y otra vez durante siglos. Cuando nos ponemos así yo y Terry podríamos escribir guiones de humor para los Monty Python.

Tras la tercera pinta llamo a casa y le digo a mi madre que me guarde la cena, que ya me la comeré más tarde. Le digo que me he comido unas patatas fritas en el Star’s. No dice nada, pero se nota que no está muy contenta. Cuando vuelvo a sentarme, entra un tío mayor. Terry consigue ponerme colorado diciendo que es el tío de Maggie Orr y presentándome como un «amigo íntimo» de su sobrina. «Ya me entiendes, ¡no se diga más!», suelta, imitando al tío de los Monty Python. Vaya jeta la de Terry: ¡es él el que se la folló y trata de que me echen la culpa a mí! Aunque el gachó este, Alec, pasa bastante. Parece un poco bebido.

No paran de caer cervezas y a mí se me enrojece el rostro. La siguiente vez que voy a la barra, el camarero está venga a sonreír, como si supiera que voy realmente borracho. Al salir del pub me quedo un rato jodido cuando me da el aire. Me acuerdo de haber bajado por la calle cantándole

Glorious Hearts a Terry mientras él me cantaba a mí

Glory to the Hibees, y de nada más.

Es por la mañana y me despierto sobre la cama de Terry, sin haber quitado el cubrecamas y completamente vestido, gracias al copón, en casa de su madre.

Escuché un sonido como el de un taladro, y es Terry roncando a pleno pulmón. Levanto la vista y veo aquella mata de rizos ensortijados. Está en la cama pero en el extremo opuesto al mío. Tiene los pies junto a mi cabeza, y aunque no huelen, la habitación apesta, está llena de sus gases pedorreicos. Me desperté empalmado, lo cual puede deberse a que necesite mear o a que tuve un extraño sueño acerca de Sabrina y Lucy y Maggie por la noche. ¡En cualquier caso no se debe a estar en la misma cama de mierda que Terry!

Oigo pasos en las escaleras y entra la madre de Terry con una taza de té en cada mano. Yo hago como que sigo dormido pero puedo oír un ruido como de asfixia y arcada y el repiqueteo enloquecido e incontrolado de la taza contra el plato. «Dios mío, ¿qué habréis comido…?»

La madre de Terry deja las tazas en la mesilla de noche. «He tenido que limpiar el cuarto de baño porque lo habéis dejado hecho una guarrería. Esto no puede ser Terry. Esto no puede ser.»

«Déjame en paz», se quejó Terry.

Abro los ojos y veo a la madre de Terry de pie, junto a la puerta, abanicándose con la mano mientras arruga la cara. «Hola, señora Laws…, quiero decir señora Ulrich.»

«Tu padre y tu madre estaban preocupados por ti, Carl Ewart. Les llamé desde el piso de al lado y les dije que estabas aquí. Les dije que me aseguraría de que desayunaras algo y te marcharas al colegio. En cuanto a éste», dijo mirando a Terry, «tienes que levantarte para ir al trabajo. ¡Llegas tarde! Perderás el autobús.»

«Vale, vale, vale…», gime Terry mientras la señora Ulrich abandona la habitación.

Me rasco un poco los huevos. Me levanto y doy un salto hasta el cuarto de baño, tapándome la polla erecta con las manos, vestido pero preocupado todavía por si alguien me sorprende en el pasillo. En el cagadero echo una larga meada; me tengo que doblar la polla cosa mala para no mearme en el suelo, que huele a vómitos y desinfectante. Vuelvo a la habitación y Terry ya está dormido otra vez, el vago cabrón. Anda que no le gusta clapar a ese cabrón.

Bajo las escaleras hacia el cuarto de estar. La madre de Terry está allí, sentada en una silla y fumando un pitillo. «¿Todo bien, señora Ulrich?», le suelto yo.

«¿Otra nochecita de juerrga?», suelta una voz. Me sobresalto; no había visto a Walter, el padrastro de Terry, sentado en un rincón leyendo el

Daily Record. Terry no se lleva bien con él, pero a mí me parece legal. Nos mosquea su forma de hablar, con ese acento alemán, en una mezcla de escocés de andar por casa e inglés pijo y formal. Pero Terry odia al pobre cabrón.

«Vaya que sí, señor Ulrich…»

Aparece Terry, probablemente preocupado de que empezáramos a hablar de él a sus espaldas, lo cual, supongo, es lo que seguramente habría ocurrido si no hubiera hecho acto de presencia. Pasa por delante de su madre y se mete en la cocina, donde abre la puerta de la nevera, saca un litro de leche y empieza a bebérselo.

«¡Terry!», suelta su madre. «¡Usa un vaso!» Sacude la cabeza con gesto disgustado y a continuación le pregunta si quiere un bollo con huevo frito y salchicha.

«Sí», dice Terry.

«¿Tú también, Carl?», me pregunta.

«Perfecto, señora Ulrich», digo yo, sonriéndole levemente, de lo más alegre y tal, pero ella no me corresponde.

«Tú ve a casa a ver a tu madre antes de ir al colegio», me reprende.

Me río un poquito, porque todavía voy pedo de la noche anterior. ¡Bebiendo en el

Busy! ¡Yo y Terry! ¡Pedos!

Me doy cuenta de que la madre de Terry no está demasiado contenta y que está preparando el terreno para decir algo. Está supertensa. Se nota en el puto ambiente a un kilómetro de distancia. En efecto, la cosa se desata justo cuando creías que te ibas a librar. Todas las madres hacen eso, a la mía se le da de miedo. Crees que vas a largarte sin que te hinchen la cabeza, y entonces ¡bum! ¡El puto golpe del K. O.! Date por jodido. Aunque tu madre sea la mejor amiga que tendrás en toda la vida. Yo nunca podría decir a quién de los dos quiero más, a mi madre o a mi padre. Debe de ser bastante horrible para Terry tener a otro tío sentado donde debería estar su verdadero padre. A mí me mataría. «Menudo follón que armasteis anoche», le dice la señora Ulrich a Terry.

«Ya», dijo Terry.

«¡El señor Jeavons, el de al lado, estuvo aporreando la pared!»

«A ese cabrón le van a inflar a hostias», suelta Terry por lo bajini.

«¿Qué?» La madre de Terry volvía a asomarse por la puerta de la cocina como un muñeco de resorte.

«Nada.»

«¡Sencillamente no puede ser, Terry!», suelta la señora Ulrich, regresando a la cocina.

«¡Vale, de acuerdo!», salta Terry. A Terry no le gusta que le hinchen la cabeza, y le entiendo porque en este momento tengo mal cuerpo. Pero hay que tomárselo con calma un ratito. Ella se está pasando poniendo a Terry en evidencia cuando tiene a sus amigos en casa. Las manos de Terry palidecen por la fuerza con que se aferra a los brazos de la silla.

Su madre vuelve a salir. «¡Esto no es un albergue nocturno, Terry! ¡Es un hogar!»

Terry echa una mirada a su alrededor, con expresión de hartazgo, como si no se lo creyera. «Ya, vaya un puto hogar.»

La señora Ulrich sale con las manos en las caderas. Eso Terry lo debe haber sacado de ella, porque él también lo hace mucho. Sí, sigo muy pedo todavía. Es curioso; las cosas en que se fija uno cuando va pedo, no cuando estás bebiendo, sino cuando te estás recuperando de beber. «Lo único que queremos tu padrastro y yo es un poco de tranquilidad…» Se vuelve hacia el Fritz… «Walter…»

«Ah, déjalos, Alice, sólo son unos puñeteros bobos», dice él.

«¡Entonces cierra el pico y déjanos un poco tranquilos a nosotros!», grita Terry, levantando la mirada del periódico, «¡tengo la cabeza a punto de estallar!»

Ella se vuelve contra él chillando: «¡Es tu madre la que te habla!», dice señalándose a sí misma. «¡Tu madre, Terry!», viene a suplicar, como si quisiera que él supiera de qué habla, y en cierto modo lo sabe, pero ella se está pasando de la raya avergonzando así a Terry delante de un amigo. Yo le miro y la indico a ella con un gesto de la cabeza, como diciendo, no tienes por qué tragar con esa mierda.

Para ser justo con Terry, hay que reconocer que no traga. «Cállate de una puta vez. Venga y venga sin parar…»

La madre de Terry se queda toda tiesa, allí de pie, como si estuviese conmocionada. Rígida por completo. Vuelvo a estar medio empalmado. Miro a Walter y me pregunto si le da lo suyo a la madre de Terry. Pienso para mí, ¿me tiraría a la madre de Terry? Puede que sí y puede que no, pero me gustaría ver cómo se lo hace, sólo para ver cómo se comportaba. Vuelve a desaparecer por la puerta de la cocina.

El padrastro de Terry hace su contribución, porque siente que tiene que apoyar a la señora Ulrich, pero se nota que le importa un carajo. Terry le podría en una pelea limpia. Fácil. Walter sabe que Terry se está haciendo más grande y más fuerte y que él se está volviendo más viejo y más débil, así que no es cuestión de que intente nada. «No es que estemos en contra de que bebas, Terry», suelta el señor Ulrich, «a ver, que a mí también me gusta tomar una copa. Es esta forma excesiva de beber continuamente la que no logro entender.»

«Sólo bebo para olvidar, eh», suelta Terry, lanzándome una sonrisa de satisfacción y yo también empiezo a sonreír.

La madre de Terry acaba de volver a salir con unos bollos en un plato. Tienen buena pinta. Va y dice: «No me seas tan idiota, Terry. ¿Qué es eso de olvidar? ¡Qué demonios tendrás

que olvidar!»

«Yo qué cojones sé, no logro recordarlo. Eh, ¡será que funciona!», suelta Terry, y yo le muestro los pulgares apuntando al techo. ¡Toma ya! ¡Ésa se la comió de lleno! Ojalá estuviera aquí Gally para verlo. Un puto clásico: el mejor de todos los tiempos.

«Ríete, Terry, pero te acabará pesando», suelta su padrastro.

«Tampoco es que estemos siempre bebiendo», se ríe Terry, «a veces también nos drogamos, eh.»

Yo empiezo a soltar unas risillas de baja intensidad, vibrando como la maquinilla de afeitar que le regalaron a mi viejo por Navidad. La Remington, como la anunciaba Victor Kiam, el tipo que compró la puta compañía.

«Espero que no estés haciendo ninguna tontería; seguro que tienes más conocimiento que todo eso», dice la madre de Terry, sacudiendo la cabeza y dejando los bollos delante de nosotros. «¿Has oído eso, Walter? ¿Lo oyes? Esto es lo que va a tener que aguantar Lucy. ¡Esto!» Señala a Terry.

Walter le echa una mirada de lo más severa. «Esa muchacha no tolerrarrá esa clase de tonterías si os casáis. Si crees lo contrrario, vives en Babia.»

«A ella no la metas en esto», dice mostrando los dientes despectivamente, «no tiene nada que ver contigo.»

Walter mira para otro lado. La madre de Terry sacude la cabeza. «La pobre Lucy. Debe de estar mal de la cabeza. Si no fueses carne de mi carne…»

«Ah, ¿quieres callarte de una puta vez?», suelta Terry, echando la cabeza atrás en un gesto de asco.

Su vieja se estremece, como si le estuviera dando un infarto. «¿Has oído eso? ¿Has oído eso? ¡Walter!»

El tío se limita a asentir con la cabeza desde detrás de su periódico, utilizándolo como escudo, para resguardarse de la escenita que hay montada en la habitación.

La señora Ulrich se vuelve hacia Terry. «¡Te está hablando tu madre! ¡Tu madre!» Después se vuelve hacia mí. «¿Tú le hablas así a tu madre, Carl?» Entonces, antes de que yo pueda decir algo, dice: «No, apuesto a que no.» Mira a Terry. «Y te diré por qué. Porque le tiene un poco de respeto, por eso. ¡Por eso!»

Terry se limita a sacudir la cabeza. Le da un mordisco a su bollo, del que sale un chorro de yema que va a parar a la alfombra.

«¡Mira lo que has hecho! ¡Walter!» Su madre está furiosa.

Walter echa una mirada y suelta un «psche» lamentable, pero lleva en la cara una expresión que dice «qué cojones esperas que haga yo».

«Tendrías que haberlos hecho mejor», dice desdeñosamente Terry. «A mí me ha caído un poco en los pantalones de pana nuevos. No es culpa mía que no sepas ni hacer un huevo.»

«¡Prueba a hacértelos tú!»

«Sí, ya te gustaría verlo.»

Walter se asoma. «Sí, estaba pensando que hacerte a la mar sería lo tuyo, Terry. Al menos allí aprenderrías a cocinar. Te harías un hombre y te proporcionaría la disciplina que necesitas.»

«Yo no pienso hacerme marinero, que le den. Eso es cosa de maricones. ¿Metido en un puto barco con todo tíos? Sí, ya», se mofó Terry, untando parte de la yema que había en su plato con el bollo.

Tratando de mantener la cosa liviana y amistosa, Walter soltó: «Nah, no es así. ¿No conoces el dicho “estamos por tener una novia en cada puerrto”?»

Terry se limita a sonreír despectivamente y a mirar ásperamente a Walter y después a su vieja, como diciendo, «ya, y mira con qué has acabado tú». Me alegro de no haber dicho nada, porque es su madre, y sí hay que mostrar un poco de respeto.

Aparece Yvonne, vestida con una bata de color rosa. Sin maquillaje parece soñolienta y jovencísima, pero se la ve extrañamente más hermosa, como nunca la había visto antes. Noto un tirón en el pecho y por primera vez sentí auténtica envidia de Birrell por habérsela tirado. «¿Tienes algún pitillo?», le pregunta a Terry.

Terry saca su paquete de Regal. Le lanza uno a Yvonne, otro a mí y otro a su madre, que le rebota en la teta. Ella le mira y lo recoge del suelo.

«¿Vas al cole, Carl?», pregunta Yvonne.

«Sí.»

«¿Qué tenéis esta mañana?»

«Dos horas de arte. Es el único motivo por el que voy», le digo.

La señora Ulrich sacude la cabeza y dice algo acerca de cómo nos creemos que en estos tiempos podemos escoger lo que nos parezca, aunque en realidad nadie le haga caso.

«Ya», asiente Yvonne. «Nosotros tenemos hogar y después inglés, así que no está mal.» Se ciñe la bata por si acaso le veía un poco las telas. Aunque Yvonne no tiene mucho pecho. Pero tiene unas piernas guays. «Te acompaño, espera que me arregle.»

«Vale, pero tendremos que estar atentos a ver quién nos ve saliendo juntos de tu casa», suelto yo, riéndome, «no vaya a ser que alguien se haga la idea equivocada.» Noto que esto pone incómodo a Terry, y yo disfruto con cada segundo.

Yvonne sonríe y se saca el flequillo de los ojos. «Puedes llevarme los libros, como en las películas americanas», dice antes de salir al pasillo.

Por supuesto, sé que lo único que le sacaré a ella por el camino al cole es Birrell esto y Birrell lo otro, pero parece una idea agradable.

La madre de Terry sigue descontenta. «Acaba de cumplir los quince y ya fuma como un carretero. No deberías incitarla dándole tabaco», le suelta a Terry.

«Calla», suelta Terry entre dientes. «¿Quién incita a quién? Tú eres la que nunca anda sin un puto truja en la boca. ¿Quién es la gran influencia ahí, pues?»

La señora Ulrich respira hondo y mira a Walter. Es como si estuviera más allá del enojo y la decepción y ahora se hubiera resignado a su suerte. «Antes pensaba que me hablaba del mismo modo que a sus amigos en el pub. Realmente lo creí. Pero estaba equivocada. Ahora me doy cuenta de que a ellos nunca les faltaría tanto al respeto. Me habla como si fuera su enemiga, Walter.» Se dejó caer pesadamente en la silla, totalmente aturdida y desanimada. «No sé dónde me equivoqué», se dice a sí misma.

Calo al señor Ulrich mirándola y me doy cuenta de que odia a la madre de Terry. La odia por colocarle en la situación de tener que ir contra Terry.

A nosotros nos importa un carajo, nos limitamos a meternos los bollos entre pecho y espalda. Te deja listo para el resto del día. Hay que papear después de una noche de tragos.

Terry se inclina hacia Walter y chasquea los dedos: «Déjame echarle un vistazo a la prensa, pues. Nos largamos dentro de un minuto.»

El señor Ulrich le mira durante uno o dos segundos, pero se lo pasa.

Terry echa la cabeza hacia atrás y deja escapar una risotada estrepitosa, gutural y malvada que nunca antes le había escuchado. Caigo en que su casa es como una zona de guerra y que estos pobres viejos no pueden con él. Ahora mismo adoro al muy hijo de puta, me encanta el poder que tiene y me encanta ser su amigo. Pero realmente no creo que quisiera nunca ser como él.

Bueno, menos en lo de follar, claro está.

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