Cola

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3. Debió de ser en 1990: El local de Hitler » Carl Ewart

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Pensaba que el sitio este sería un cuchitril. Resulta que es un enorme y laberíntico chalet suburbano, con solar propio y todo. Mejor aún, hay una habitación con dos torres, un mixer y un montón de discos. «Vaya garito tan guapo, colega.»

«Sí», explica Wolfgang, «mi padre y mi madre, ellos estar divorciando. Mi padre vive en Suiza y mi madre en Hamburgo. Así que estoy vendiendo la casa para ellos. Sólo que me tomo mi tiempo, ¿sí?», dice sonriendo maliciosamente.

«Apuesto a que sí, colega», dice Birrell, mirando alrededor, muy impresionado, mientras nos tiramos por el suelo de la gran habitación de las torres, sentados en unos puffs, asomados a un patio con plantas y que da a un enorme jardín trasero.

Yo me lanzo directamente hacia las torres y pongo unos cuantos temas. Aquí hay una buena selección; la mayor parte de rollo eurotecno que no conozco, pero hay un par de cosas de Chicago House e incluso algunos viejos clásicos de Donna Summer. Puse algo de Kraftwerk, un tema estrafalario del

Trans-Euro Express.

Wolfgang observa con expresión de aprobación. Hace un bailecito de lo más gili, del que Gally, sentado sobre un puff blanco, se cachondea. Birrell también sonríe. Aunque a Wolfgang se la machaca. «Esto es bueno. Tú eres disc-jockey, allí en Escocia, ¿sí?»

«El mejor», corta Gally, «N-SIGN.»

Wolfgang sonríe. «También a mí me gusta tocar, pero no soy tan bueno. Tengo que tocar más…, las prácticas…, entonces», dice señalándose a sí mismo, «bien».

Me juego algo a que eso son chorradas y el cabrón es cojonudo. No parece que el cabrón rico y mimado necesite dinero, así que me apuesto a que nunca deja las torres en paz. Pero nos ha traído aquí, así que por mí de puta madre. Ahora estamos haciendo un pequeño tour por la casa. Es un bulín guapo, lleno de habitaciones sobreras. Nos cuenta que tiene dos hermanitas y dos hermanitos, y que están todos en Hamburgo con su madre.

Suena el timbre de la puerta, y Wolfgang baja a abrir, dejándonos a nosotros arriba.

«¿Aceptable, señor Ewart?», pregunta Gally.

«Harto palaciego, señor Galloway. Sólo pensaba que es un alivio que te cagas que no esté aquí Juice Terry; a estas alturas el cabrón ya lo habría limpiado todo.»

Gally se ríe. «¡Habría hecho venir a Alec Connolly con la furgona desde Dalry!»

El cuarto de estar es cojonudo, con paneles de roble y amueblado al estilo pintoresco. Es como una de esas habitaciones en la que ves sentado a uno de esos payasos con voz de pijo, cuando les está entrevistando la BBC 2 o Channel 4, justo cuando tú entras tambaleándote por la puerta, bolinga perdido. Por lo general te cuentan lo escorias que somos o lo cojonudos que son sus colegas. «En algunos aspectos, podríamos calificar a Hitler como el primer posmodernista. Deberíamos reivindicarle como tal, como ya se empieza a hacer con Benny Hill.»

Hitler.

Heil Hitler.

Pero qué estúpido fui. Borracho y haciendo el chorras con los tíos del antiguo autobús Last Furlong, haciendo un viajecito nostálgico en el tiempo. Algún gilipollas con una cámara que trabajaba como freelance me reconoció de un artículo en la prensa musical sobre el club. Nos preguntó si éramos fascistas y un par de nosotros hicimos el numerito de John Cleese para tomarle el pelo.

Fui estúpido. Estúpido por no darme cuenta de que por mucha «ironía» que quieran echarle, a los arrabaleros no se les permite ser iguales. Incluso si es aquello con lo que crecimos todos, sólo que nosotros lo llamábamos una tomadura de pelo.

Pero a la mierda; esta habitación es más grande que la vieja vivienda municipal de mis viejos y su nueva caja de zapatos de Baberton Mains juntos. Rolf acaba de entrar con su novia, Gretchen y otras tres chavalas: Elsa, Gudrun y Marcia. Gally es de lo más descarado cuando le mola una tía, es como si los ojos se le salieran de las órbitas, y se nota que la tal Gudrun le vuelve loco. Pero todas estas chavalas tienen un aspecto estupendo, no hay manera de elegir entre ninguna de ellas. Es ese efecto de pared a pared de los chochos con clase en masa que te destroza. Me siento como si luchara por permanecer tranqui, pero por lo menos Birrell se comporta con cierta dignidad, levantándose y estrechándole la mano a todo el mundo.

Circulan algunos porros de hierba y hachís, y todos les echamos unas buenas caladas menos Birrell, que rehúsa educadamente. Por extraño que parezca, eso impresiona a las chavalas. Explico que Billy tiene un combate en perspectiva.

«El boxeo… ¿no es muy peligroso?»

Billy tiene su respuesta para estas ocasiones. «Lo es… para cualquiera lo bastante bobo como para subir al cuadrilátero conmigo.»

Nos reímos todos y Gally hace la señal del gilipollas. Billy hace una reverencia burlona y autorreprobatoria.

Yo intento adivinar quién folla con quién para no meter la pata por accidente. Como si me hubiera leído el pensamiento, la tal Marcia dice: «Yo soy la novia de Wolfgang. Vivo aquí con él.»

Me alegra oír eso porque, viendo las cosas más de cerca, esta chavala parece un poco más convencional y severa que las otras. Sé que la que se llama Gretchen es la tía de Rolf, me la presentó antes. Eso deja a Gudrun y a Elsa.

Conforme transcurre la noche me llegan ciertas ondas de Marcia; no creo que le gustemos del todo. Para ser exactos, no le gusta Galloway, que está un poco voceras. «Munich es estupendo, no es como Edimburgo», despotrica, «¿y sabéis por qué? Es porque los viejos, eh, la gente mayor y tal, son mucho más agradables.» Entonces empieza a hablar en alemán, y al muy cabroncete le entienden, encima.

«¡Chorradas!», grito yo.

«Nah, Carl», suelta él. «Aquí no se ven esos hijos de puta cincuentones con jerséis de golfista que ves en los pubs de Leith, esos que siempre quieren machacar a los tíos jóvenes hasta convertirlos en puré de tomate sólo porque los muy cabrones ya no tienen veinte años.» Me coge el porro y cierra el pico para darle una calada. «Claro está que nosotros tampoco los tenemos. Un cuarto de siglo tenemos ahora. Viejos que te cagas.»

Tiene razón, y sólo de pensar en ello me estremezco. Eso sí, mi viejo dice que «en cuanto cumples los veintiocho, estás acabado», así que eso aún me deja un poquito de tiempo. Últimamente las cosas han cambiado mucho; cada uno va más a su bola. Gally y Terry todavía salen mucho juntos por eso de seguir viviendo en el barrio. Bueno, Gally soba en un piso que hay en Gorgie, pero se trata fundamentalmente de una dirección por la que puede cobrar subsidio y el cheque del alquiler y nunca anda lejos del viejo barrio. Yo y Billy nos vemos bastante, generalmente por los clubs. En la actualidad somos chicos del centro, así que tiendo a salir más con Billy. Nuestros viejos son colegas; trabajaron juntos, así que es como si nuestra amistad estuviese predestinada. En realidad a quien más adoro es a Gally, aunque me acabe mosqueando cuando viene al club. Trafica con pastillas, cosa que no me molesta, pero a veces la calidad no es muy alta, y eso echa a perder la noche. Y a veces no es muy discreto. Terry es un chorizo; ése es otro mundo, tiene sus propias redes. Pero seguimos estando unidos, aunque puede que no tanto como antes.

Sí, el paso del tiempo y la forma en que cambian las cosas. Pero a la mierda con todo eso; ahora es el momento de festejar y regocijarse y desflorar hermosas doncellas…, espero.

Dios, la Elsa y la Gudrun esas…, aunque la tía de Rolf, Gretchen…, sí, no sería fácil escoger entre ellas. Eso es lo que pasa cuando ves juntas a un montón de chavalas que están en forma, es el efecto cumulativo. Te lleva un rato captar las diferencias. Intento mantenerme tranqui, porque odio hacer el capullo delante de las tías, y eso es fácil cuando vas mamao. Pienso que éste sería el lugar idóneo para ponerse a follar seriamente con un chocho en condiciones, ya lo creo. Podría refugiarme aquí unos cuantos días con una de estas muñequitas alemanas y alejarme de las exigencias de mis colegas un rato, sobre todo del señor Galloway, que parece estar subiendo y bajando como un yoyó.

Un enorme gato negro ha entrado en la habitación. Gally ha estado acariciándolo un ratito; ahora está sentado en el brazo de una silla, mirando fijamente a Birrell. Él le echa a su vez una mirada de púgil.

Marcia se acerca al gato, gritando algo en alemán, y el animal se larga corriendo, saltando por la ventana. Después ella se vuelve hacia nosotros y dice: «Un cochino gato callejero.»

«Ésa no es forma de hablar de Gally», suelto yo, y algunos de ellos lo captan y se ríen. Wolfgang suelta: «Sí, no debería darle comida. Se hace pis cuando entra.»

«Ahora estoy cansada», dice la Marcia esta de repente, poniendo los ojos en blanco.

«Tenéis que quedaros todos aquí», dice Wolfgang arrastrando la voz, y con los párpados caídos. Este capullo está fumado que te cagas. Marcia le lanza una mirada pero él no la capta. «Quedaos toda la semana si queréis. Hay mucho espacio», suelta, agitando el porro.

¡De cine!

La tal Marcia le dice algo en alemán, y a continuación pone una sonrisa falsa a tope y se vuelve hacia nosotros. «Estáis de vacaciones, no querréis estar atados a nosotros», suelta ella.

«Nah», suelto yo. «Ha estado estupendo, de verdad. Sois la gente más agradable que hemos conocido», digo, totalmente fumado. «¿Eh, Gally?»

«Sí, y no sólo aquí. Dondequiera que hayamos estado», susurra, mirando con arrobo a Gudrun y Elsa. «Y ésa es la verdad.»

Yo miro a Birrell, que no dice nada, como de costumbre. «Si para vosotros no es un problema, sería estupendo», suelto yo.

«Entonces está decidido», suelta Wolfgang, mirando de forma cortante a Marcia, como diciendo: Éste es el garito de

mis viejos, ¿recuerdas?

«Guapo», dice Gally, pensando sin duda en la guita que va a ahorrarse.

Pero a Billy se le ve mala cara. «Acabamos de instalarnos. Y hay que pensar en Terry.»

«Vale…, intentaba olvidar a ese cabrón…» Me vuelvo hacia Wolfgang y Marcia. «Es realmente amable por vuestra parte, y nos encantaría quedarnos con vosotros. Pero hay una persona más», explico.

«Uno más no es problema», dice Wolfgang.

Marcia no hace esfuerzo alguno por ocultar su exasperación. Resopla y se marcha, gesticulando y hablando en alemán, y dando un portazo al salir. Wolfgang nos echa una mirada que dice a-mí-qué acompañada por un encogimiento de hombros de fumado. «Sólo está un poco tensa hoy.»

Gretchen mira pícaramente a Wolfgang. «Wolfgang, tienes que darle más sexo.»

Wolfgang, completamente tranqui, le suelta: «Lo intento, pero quizá esté fumando demasiado costo para que se me dé muy bien el follar.»

Todo el mundo empieza a soltar enormes risotadas de fumados; bueno, casi todo el mundo. Birrell consigue esbozar una leve sonrisa durante unos segundos. Vaya una impresión que darle a la gente de los escoceses. Con todo, eso sólo hace que yo y Gally lo intentemos con más ganas.

«¡Cojonudo!

Deutschland Über Alies», suelto yo, levantando mi botella. Todo el mundo brinda salvo Birrell, y él me lanza la mirada del púgil esa, que es inútil en medio de esta neblina de fumetas.

Pero estamos todos follados y listos para largarnos. Rolf y las chavalas se marchan y Gally les guiña el ojo mientras parten. «Nos vemos por la mañana, chicas», dice arrastrando las palabras. Birrell parece tenso, probablemente por el combate, pero se levanta y vuelve a cumplir con su rutina de estrechar manos.

Nos retiramos a nuestros aposentos. Birrell y Gally entran en una habitación. Es una habitación de chicos con dos camas. Yo estoy en la habitación de al lado, la de las chiquillas; parece que voy a compartirla con Terry, ya que hay dos camas individuales. Habrá que sacar la máscara antigás. Elijo la cama que está más próxima a la ventana, me despojo de la ropa y me deslizo entre las sábanas. Están tan frescas y tan limpias que daría miedo hasta cascársela entre ellas. Puedo imaginarme a Marcia igual que ellas: tiesa y fría. Incluso me preocupa sudar, hostias. Recuerdo haber pensado en los hoteles esos que hacía mucho tiempo que no dormía en una cama con sábanas y manta en vez de edredón. Ahora estoy en otra. Con la suerte que tengo, llenaré las sábanas de lefa con un sueño mojado en tecnicolor.

Aunque me siento un poco como uno de esos capullos que salen en las películas de terror sobre casas encantadas, estoy totalmente follado y caigo en un profundo sueño.

Y aquí estoy, de pie, en el estrado; allí están todos, acusándome, señalándome con el dedo. Juice Terry está de pie, mirando al fiscal, que se parece a McLaren, el mánager que tenía cuando trabajaba en el almacén de la fábrica de muebles. El cabrón que me acusó de ser un fascista a causa del saludo idiota ese que apareció en el Record cuando le vacilamos al fotógrafo en la puerta del Tree, imitando a

John Cleese en Fawlty Towers.[37]

Terry les pondrá las cosas claras a estos cabrones.

«Carl Ewart… no puedo defender su conducta», dice encogiéndose de hombros. «Todos hemos cometido errores en el pasado, pero que Ewart tomase partido públicamente por un régimen que practicó el genocidio en forma sistemática… es francamente imperdonable.»

Birrell se pone en pie. «Solicito que se someta a este Jambo cabrón a la máxima pena prevista por esta comisión de crímenes de guerra», dice desdeñosamente, antes de volverse hacia mí y cuchichear: «Lo siento, Carl.»

Se escucha un leve rumor procedente de la tribuna…

Entonces el juez empieza a perfilarse. Es el puto Blackie encima, el jefe de estudios en el colegio…

Pero el rumor va aumentando de volumen. Blackie golpea la mesa con su mazo.

Entonces Gally se levanta y se sitúa en el estrado, a mi lado. «¡Que os den por culo a todos, cabrones!», grita, «¡Carl es un tío legal que te cagas! ¿Quién cojones sois vosotros para juzgar a nadie? ¡¿QUIÉN COJONES SOIS VOSOTROS?!»

Y ahora veo que Terry y Billy cambian de opinión, y empieza a escucharse el alirón; estamos todos juntos y en pie. Se ve una multitud de rostros entre el público, Hibs y Hearts, Rangers y Aberdeen y todos cantándole QUIÉN COJONES SOIS VOSOTROS al tribunal; al principio tienen aspecto furioso, después preocupado y a continuación retroceden; los jueces, los profesores, los jefes, los concejales, los políticos, los empresarios…, salen todos corriendo del juzgado… Blackie es el último en salir… «¿Se dan cuenta de la mentalidad de esta escoria?», grita, pero queda ahogado por nuestras risas…

… vaya sueño más cojonudo…, el mejor que haya tenido. Pero me levanto, reventando de ganas de mear.

Me levanto y salgo al pasillo. Está oscuro que te cagas. Tengo la vejiga a punto de reventar y no encuentro un meadero. Ni siquiera encuentro un puto interruptor de la luz, no consigo averiguar dónde voy. Recorro una pared con la mano hasta dar con el marco de una puerta, y la puerta está un poco atrancada, así que me deslizo por el hueco hasta introducirme en la habitación. Pero no es un meadero, hasta allí llego, aunque apenas logre distinguir nada…

Aaaaahhhmecagüenlaputa voy a perder el conocimiento y mearme encima…

Entonces casi tropiezo con algo que hay en el suelo y pienso que ahora sí que voy a reventar, pero aprieto los dientes, me agacho y veo que es alguna clase de bolsa. Me aparto los calzoncillos de la polla, los cojones y mi dolorida vejiga y me meo sin más en el interior de la misma; espero que no se salga, pero la bolsa parece impermeable. No sé lo que habrá dentro, pero a la mierda… ah… a la mierda los cuelgues de los orgasmos y de las drogas, ¡la mejor sensación en el mundo es que te libren de este dolor!

Termino con una sensación de alivio agradecido mientras el dolor remite y la habitación empieza a definirse más. Hay dos camas con un par de capullos dormidos dentro. No me quedo a averiguar quiénes son; me escaqueo de forma rauda y sigilosa y vuelvo a mi propia habitación, me meto bajo las sábanas y en un santiamén vuelvo a estar en el país de los sueños.

MEDIDAS PARA IMPREVISTOS

Me levanto por la mañana y guipo de inmediato que el meadero estaba justamente en la puerta de al lado, en el lado contrario, pero que se me escapó. Bueno, ¿y qué?, a menos que te pillen con las manos en la masa y los dedos en la caja, tú no sabes nada. La ducha es excelente y de alta tecnología para un garito tan antiguo y me quedo largo rato bajo el agua, dejando que los chorros del agua me espabilen; después me seco, me visto y bajo las escaleras. Gally ya está levantado, sentado en el patio que da al jardín. Sin embargo, hace una mañana nublada y no vemos gran cosa. Aún no hay señales de Birrell. «Buenos días, señor Galloway», suelto yo, al estilo de las confiterías-salones de té del elegante barrio edimburgués de Morningside.

«¡Señor Ewart!», me responde con idéntico tono; el capullo parece estar de subidón otra vez, «¿cómo le va, mi querido amigo? ¿Cómo se encuentra esta mañana nuestro gachó de primera?»

«Excelente, señor G. ¿Dónde está Secret Squirrel? ¿Qué le ha sucedido, pues, a ese grande y fornido deportista? No seguirá mosqueado conmigo por encontrarnos unos alojamientos gratuitos, ¿verdad?», me río. «Pensaba que estaría subido a los árboles buscando nueces.»

«Estará jugando con sus bolas en la puta piltra, me juego algo, el vago cabrón», se ríe Gally. «Al muy cabrón no lo pude despertar. ¡Menudo deportista!»

Empiezo a contarle a Gally mi sueño.

Los sueños son rarísimos, de eso no hay duda. He leído mucho al respecto, desde la psicología pop hasta Freud, pero nadie sabe con certeza. Eso es lo que más odio del mundo. Demasiados gilipollas diciendo que las cosas son así o asá. Serán así

para ellos, querrán decir. ¿Dónde está la puta duda? ¿Dónde está la puta humildad ante la extraordinaria complejidad de este gran universo cósmico?

«A mí me parece un montón de chorradas», se ríe, pero creo que está contento de ser él quien salió mejor parado.

«Pero tú también debes tener unos sueños de lo más raro, cabrón», le digo mientras Billy aparece en el balcón.

Gally sacude la cabeza. «Nah, yo nunca tengo sueños», suelta. Billy parece realmente enfadado y sostiene un chándal empapado.

Decido ignorar tácticamente a Billy un ratito. Gally aún no le ha visto. A mí me parece un montón de chorradas lo que dice él. Todo quisque sueña. «Tienes que soñar, Gally, simplemente no te acuerdas, puede que porque duermas profundamente», le digo.

«Nah. Jamás he soñado», dice sacudiendo la cabeza. El capullo no quiere saber nada.

«¿Ni siquiera de chavalín?»

«No desde que era un crío.»

«¿Con qué soñabas entonces?»

«No me acuerdo, tonterías», suelta, asomándose al jardín mientras comienza a disiparse la niebla.

Billy sostiene el chándal empapado y las zapatillas con las puntas de los dedos, manteniéndolos alejados de él. Ha puesto la bolsa de deporte del revés. Los escurre un poco. Se le ve mosqueado a tope mientras cuelga el chándal en el balcón. Siento cómo me encojo en mi asiento.

«Galloway, ¿te measte en mi chándal anoche?»

«¿Qué me dices, Billy?», pregunta Gally.

Billy vuelve a escurrir las perneras del chándal otra vez. «He tenido que lavar toda la ropa de deporte que llevaba en la bolsa. Estaba empapada y apestosa, como si algún cabrón se hubiera meado dentro», dice, bajando la voz. «Habrá sido ese gato; asqueroso saco de mierda. Qué fuerte. Como se me acerque, le voy a inflar, eso os lo digo gratis.»

«Estamos disfrutando de la hospitalidad de esta gente», suelta Gally. «No empieces a sobrarte con la gente, Billy.»

«No me estoy sobrando con nadie. Si me estuviera sobrando ya te habrías enterado. Mi puto chándal…, esto es una pasada.»

«Y tendremos que devolverles el favor cuando vengan a Edimburgo», salgo yo.

Gally va y dice: «Sí, los llevaremos al barrio. Eso les encantará, ya lo creo.»

«Nah», suelto yo. «Yo tengo mi queo, Billy tiene el suyo. Sobrará sitio.»

«Ah, sí, tú y Billy tenéis vuestros agradables refugios en el centro. ¿Cómo habré podido olvidarme?», dice con sorna. «Y no me he meado en tu precioso chándal de mierda», añade volviéndose hacia Billy. Yo me limito a levantar la vista, y Billy también. Gally no suele ser así.

«Hostia puta», suelto yo, «vosotros dos os habéis levantado con el pie izquierdo esta mañana. Casi me dan ganas de volver a ver a Juice Terry.»

Aparecen Wolfgang y Marcia. Han preparado algo de desayuno en la cocina. «Buenos días, amigos míos…, ¿cómo estáis?», suelta Wolfgang.

«Tú mantén a ese gato lejos de mí», dice Billy.

«Lo siento…, ¿qué ha ocurrido?»

Gally le cuenta la historia.

«Lo siento», repite.

«Ya puedes sentirlo», suelta Birrell. Gally le da con el codo. «Bueno, mi chándal…, tengo que seguir entrenando, Gally. Tengo que correr al menos ocho kilómetros diarios.»

Tomamos el desayuno y acordamos que nos quedaremos toda la semana. A decir verdad, a Gally y a mí nos avergonzaba la actitud quejica de Birrell, pensando que él sería el último en fallarle a los demás. Volvemos al hotel para recuperar nuestro equipaje. Gally y yo abrimos la puerta de la habitación de Terry; está tumbado sobre la cama haciendo zapping, pero parece mostrarse furtivo hasta ver que somos nosotros.

«¿No te habremos interrumpido mientras te la pelabas, eh, Tezzo?», pregunto.

Al cabrón se le dibuja una sonrisa exquisita en los labios mientras enarca las cejas. «Algunos no necesitamos meneárnosla para corrernos, hijo mío. Algunos somos capaces de conseguir que otros lo hagan por nosotros.»

«¿Quién es el infeliz al que pagaste, y cuánto te costó?», preguntó Gally.

Nuestro querido señor Lawson le dedica a Gally la clase de mirada que recibiría un borrachín a cargo de los servicios comunitarios si tuviera intención de colarse en una fiesta de postín. «Sí, pues era una hembra y la conoceréis luego. Pero hablando de putos maricones, ¿dónde habéis estado vosotros? ¿Montando un trío íntimo y acogedor?»

Le contamos lo del queo y nos preguntamos si se mostraría partidario. Al principio no andaba demasiado seguro; había ligado con una tía y se suponía que la vería más tarde. Además, el padrastro de Terry era alemán y lo odiaba, así que por extensión odiaba a todos los alemanes salvo los que tenían coño. Así es como tendía a funcionar la mente de aquel cabrón. Sin embargo, cuando mentamos las palabras «casa enorme» y «alquiler gratuito» el hijo de puta cambió de actitud bastante rapidito. «No suena mal, más guita para gastar en priva y eso, eh. Mientras no esté demasiado lejos del centro. Algunos tenemos obligaciones fornicadoras que atender.»

Birrell empieza a picarse con tanto hablar de maricones. Debe estar pendiente del combate. Nunca pareció molestarle en el pasado. Siempre se mostraba flemático del todo. Pero ahora no. «Dijiste que te gustaba este hotel, Terry. Yo ya me había instalado», gimotea, prorrumpiendo en un bostezo.

«No te preocupes, Vilhelm», suelta Terry, que nunca deja pasar una buena ocasión. «Venga, vamos a recoger y salimos de este albergue.»

«Tengo que reservar algo de dinero, Billy», alega Gally, enfocando a Birrell con esos enormes focos.

«Vale, pues, venga», transige él, levantándose de la cama. El pobre Billy parece hecho polvo. Este cambio de rutina parece haberle trastornado de veras. Mientras empaquetamos nuestras cosas (de nuevo), hace un aparte conmigo. «Tendremos que hablar con Lawson acerca de la forma de comportarse en el queo del tío este. No quiero pasar la vergüenza de tener que registrar a ese mamón en busca de cubiertos de plata cada vez que salgamos.»

Yo también lo había pensado. «Seguro que no se pasa, la hospitalidad del tío y tal», medito cautelosamente, «pero tienes razón, tendremos que controlar la situación.»

Los capullos del hotel no estuvieron nada contentos cuando les dijimos que nos íbamos una semana antes de lo previsto. «Reservaron ustedes para dos semanas», suelta el director. «Dos semanas», repite, levantando dos dedos.

«Ya, pero ha habido un cambio de planes, eh. Joder, hay que ser flexible, colega», le dice Terry con un guiño, mientras se coloca la mochila en el hombro. «Que sea una pequeña lección para vosotros, capullos, así fue como la cagasteis durante la guerra. A veces hay que cambiar de planes para aprovechar la nueva situación que surge. Medidas para putos imprevistos, eh.»

Al director no le hace ninguna gracia. Es un capullo grande, gordo, rubicundo, con cabellos engominados y plateados y gafas. Lleva una chaqueta y una corbata elegantes. Se parece más a uno de los colegas de mi viejo del BMC Club de Gorgie un viernes por la noche que a

ein Municher. «Pero ¿cómo voy a encontrar a alguien para reservar las habitaciones con tan poca antelación?», se queja.

Terry sacude la cabeza en un gesto entre cansado y enojado. «Ése es tu problema, colega. Yo no sé llevar un hotel, de eso te encargas tú. Si me preguntas acerca de vender refrescos desde la parte trasera de una furgoneta te diré todo lo que necesitas saber. ¿Gestión hotelera? No es lo mío», le dice al tío. Lawson es increíble: ahí lo tienes, comportándose como si el director de un hotel alemán debiera conocer automáticamente la biografía de un arrabalero escocés.

De todas formas, el capullo ya puede refunfuñar todo lo que quiera, su culo es historia y nosotros nos najamos calle abajo.

Después de vagar por el centro un rato nos dirigimos a la zona de marcha a tomar una cerveza. Mientras hacemos cola para comprar pintas y

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