Cola

Cola


3. Debió de ser en 1990: El local de Hitler » Carl Ewart

Página 38 de 73

El lago está muy picado para tratarse de un día tranquilo y despejado. ¿Cómo es posible que unas aguas sin salida al mar tengan tanto movimiento?, pienso para mis adentros. ¿Es por los barcos o quizá porque desemboquen en ellas corrientes subterráneas? A punto estoy de discutirlo pero me siento demasiado perezoso para seguir pensándolo; disfruto con el sonido de las pequeñas olas chapoteando contra las paredes del paseo marítimo a escasos metros de nuestra mesa. Es un sonido agradable, estimulante incluso, que me hace pensar en dos cuerpos desnudos (concretamente, el mío y el de una chavala follable, o quizá dos, puede que las dos gemelas Brook) entrechocando sobre una cama de matrimonio con cuatro columnas. Había pasado demasiado tiempo. Diez putos días. Hay un perrito olisqueando por ahí que me recordó a Cropley, el viejo perro de Gally. Me siento tan salido como Cropley durante los veranos antes de que al pobre cabrón lo caparan.

Terry mira al perro, que le miraba de forma fija e inquisitiva. «Hola, chico», le suelta, «es como si supiera lo que le digo.»

«A lo mejor es que le pones. No será el primero que te follas», le dice Gally.

Mientras Terry hacía una mueca, Billy dijo: «Gally, ¿sabes tu colega, el pijo ese que estudia para veterinario? También es colega de mi hermano.»

«Sí, Gareth.»

«Sí, fue a uno de esos colegios de postín, pero es seguidor de los Hibs, un tipo echao palante y tal», me dice Terry.

«De todos modos», explica Birrell, «Rab estaba venga a dar la brasa con que si los perros son capaces de entender lo que les dices y el tal Gareth le suelta: No antropomorfices a nuestros amigos cuadrúpedos, Robert; sólo sirve para envilecer a los miembros de ambas especies.»

«Ése es Gareth», se ríe Gally.

No conozco a ese tío más que de oídas, pero no digo nada. Me tienta decir que ésa es una palabra muy complicada para que la emplee un Hibby, pero cierro el pico. Aunque las apuestas están en mi contra; Placenta Ewart. Estoy a la expectativa, a ver cuándo reaparece ésa.

Ahora Terry está venga a hablar de la tía esa. Es alemana, estudia español e italiano en la Universidad de Munich, pero al parecer también habla inglés que te cagas. Estamos todos bastante celosos y es probable que todo el rollo de Gally acerca de la polla de Terry provenga de ahí. Pero el capullo sí tiene un prepucio muy largo: eso es un hecho. Con largo prepucio o sin él, dejamos al cabrón que se marche y quedamos para vernos en la carpa Hacker-Psychor del recinto ferial. Todos echamos unas risillas mientras se aleja, con sus cabellos ensortijados revoloteando por todas partes por efecto del viento procedente del lago.

Sabe muy bien lo que estamos haciendo y se vuelve, sonriendo burlonamente y mostrándonos el dedo corazón.

A ESO LE LLAMO YO CHORIZAR

Unas cuantas copas más tarde vamos caminando por el pasaje subterráneo de la estación local de la S-Bahn en dirección al centro. Hay un grupo de chicas jóvenes, en realidad unas niñas, congregadas alrededor de la salida del túnel. No deben de tener una puta mierda que hacer en un sitio como éste: una ciudad dominada por viejos y ricos que viven en los barrios periféricos.

«Se ven algunos polvetes por aquí hoy», suelta Gally.

Él también debe de encontrarse bastante desesperado. «Son unas crías», digo sin demasiada convicción.

«Y qué, joder», suelta él, yendo directamente hacia ellas. «

Enchildigung bitte, mein deutsch is neit muy bueno.

Sprekt ze Engels?»

Ellas empiezan a reírse, tapándose la boca con las manos. En realidad son unas criajas. Empiezo a sentirme incómodo y me doy cuenta de que Billy también.

«

War is la tienda de compacts?», sonríe Gally. Es un chiquitajo bastante apuesto, con esos ojazos y dientes, y cuando está tranquilo, muestra una enorme y perezosa sonrisa. Los faros esos tienen una extraña cualidad que parece hacer mella en algunas tías. Podrían arrancar la pintura de las paredes y a veces tienen el mismo efecto sobre la ropa de una tía. Gally y Terry nunca andan escasos de tías porque los cabrones tienen un poco de encanto y de confianza. A las tías eso les gusta. En casa solían salir mucho juntos a ligar, a pesar de que se toman el pelo el uno al otro y a veces acaban hinchándose mutuamente las pelotas. Así que no entiendo por qué lo está intentando con las pequeñas estas.

«Hay una tienda que los vende. Allí», dice una de las chavalas, atenta y de aspecto serio, señalando al otro lado de la calle.

Prácticamente tengo que apartar a Gally de las chavalillas a rastras. «Tranquilo, Gally. Tu hijita tendrá esa edad pronto. ¿Te apetece que intenten ligársela tíos de veinticinco años cuando tenga esa edad?»

«Sólo estaba enredando…», dice él.

Me entran ganas de decir que el ala de los pederastas en Saughton está llena de capullos que dijeron eso, pero sería una pasada, incluso tratándose de una broma, porque Gally es legal; sólo estaba enredando y puede que sea yo el que está demasiado susceptible. Pero el estupro es el estupro: en Alemania o en Escocia, da exactamente lo mismo. Y veo a Billy mirando a Gally de forma un tanto dubitativa también. No sé lo que le pasa últimamente a este capullín. Terry dice que anda por ahí con unos cuantos gilipollas, Larry Wylie y esa peña.

Puede que eso sean exageraciones de Terry. Gally estuvo saliendo con alguna gente poco recomendable hace un tiempo, pero ahora eso ya se acabó.

Billy es un poco enigmático en lo que a las chavalas se refiere. Les gusta porque está cachas y siempre va arreglado. Lo que pasa con Billy es que es imposible imaginárselo ligando con una tía, hablándole a una, pero parece que les dé palique a base de bien. Siempre que consigue a una tía nueva, nunca nos la enseña a nosotros. Simplemente lo ves en su coche, o paseando por la calle, por lo general con algún chorrete por su sitio. Nunca se para a presentártelas, y nunca jamás habla de las tías con las que ha estado salvo que sea una chavala del barrio, porque entonces lo sabe todo quisque de todas formas. A veces viene al club con la chavala con la que ha estado viviendo. Echan un baile juntos, y después cada uno se va con sus colegas el resto de la noche. En realidad yo no he hablado demasiado con ella; parece o tonta o tímida. Pero ése es Billy, Secret Squirrel, ya lo creo.

«Yo no pienso ir a mangar compacts», suelta Billy, sacudiendo la cabeza con gesto asqueado y mirando a Gally, sabiendo exactamente lo que pretende hacer ese pequeño capullo cuando entramos en la tienda de discos Muller esa.

En la tienda trabajan una maruja gorda y una tía joven aburrida. Hay montones de compacts en grandes estanterías de madera. Gally coge uno y le arranca una tira de aluminio. «Lo único que hay que hacer es arrancarles las tiras estas y esconderlos», suelta, deslizándose el compact en el bolsillo.

Billy está que echa chispas; se aleja de nosotros y sale por la puerta.

«Sí, ahí tú Birrell, gruñón de mierda; no todos somos sanos y respetables deportistas», me dice Gally. «Puto cabrón incendiario.»

«Púgil barriobajero de Stenhouse», suelto yo, con acento rapero y riéndome sin parar.

Gally adopta una expresión y un porte totalmente teatrales, y empieza a cantar la banda sonora de la serie de dibujos animados

Secret Squirrel. «Menudo agente, menuda ardilla…»

Yo me sumo, «… tiene al país en vilo, ¿cómo se llama?…»

Entonces nos llevamos el dedo a los labios y soltamos: «Sssshh… ¡Secret Squirrel!»

Yo no soy un gran chorizo y Gally, bueno, algo ha hecho, pero no tanto como el señor Terence Lawson y su viejo colega Alec allá en casa. Estos cabrones son profesionales: allanamientos, palos en las tiendas, toda la pesca. Justo antes de largarnos, Billy y yo tuvimos que tener unas palabras con ese sacomierda réprobo de Terry. Le dijimos que se suponía que esto eran unas vacaciones y que no se iba a chorizar. El capullo de pelo rizado se mosqueó y soltó: «Tengo veinticinco tacos, no quince. Sé comportarme, so cabrones. Sé cuándo trabajar y cuándo relajarme.»

Así que por nuestra parte la cosa se quedó en algo así como: Entonces discúlpanos por respirar, cabronazo.

Terry siempre llamaba trabajar a chorizar. Supongo que para él lo era; era casi lo único que había hecho desde que le dieron el finiquito en lo de las furgonetas de refrescos. Ahora, después de mi filigrana de discurso, soy yo el que está por la labor de chorizar. Creo que es por eso por lo que Birrell se ha disgustado conmigo. Pero Gally tiene razón; aquí insultan tu inteligencia. Es difícil

no chorizar. Habría que estar loco para pasar por alto una oportunidad como ésta. Además, estamos necesitados: muchos de mis viejos elepés están hechos una mierda.

Así que salgo de la tienda y me voy al lado, donde me hago con una bolsa de plástico con una botella de agua dentro para hacer de peso. A continuación vuelvo a la tienda de discos y empiezo a arrancar sistemáticamente las tiras de los compacts antes de volver y meterlos en la bolsa de plástico. Las mujeres que están detrás del mostrador no pueden ver las estanterías desde ahí. No hay cámaras ni nada de eso. Está tirado:

tienes que chorizar. Gally es distinto a mí; para él es cosa de lucro, no personal. Lleva puesto el chip «Juice Terry» y va a degüello a por los elepés más exitosos del momento. Está mirando las cosas que querrá comprar la gente del Silver Wing, el Gauntlet, el Dodger o el Busy Bee. Las cosas de las que está haciendo acopio dan un asco que te cagas;

Esto sí que es música, Volumen 10, 11, 12 y 13, Phil Collins (

But Seriously), Gloria Estefan (

Cuts Both Ways), Tina Turner (

Foreign Affair), Simply Red (

A New Flame), Kathryn Joyner (

Sincere Love), Jason Donovan (

Ten Good Reasons), Eurythmics (

We Too Are One), mogollón de cosas de Pavarotti después del Mundial; toda la mierda con la que no querrías que te vieran ni muerto; me corta el rollo. El capullo no para de enseñármelos, muy satisfecho consigo mismo, con esos ojazos iluminados como farolas bajo la gorra de béisbol esa. No entiendo cómo a alguien le puede dar marcha levantar esos discos, discos que nunca escucharías.

A mí me interesa más el

backlisting. Así es como le llaman a reemplazar los viejos elepés por compacts. Cuando lo piensas, es un camelo para conseguir que te pases del vinilo al compact, así que deberían sustituirte toda la colección de discos por compacts nuevos si recompras un aparato de compacts. Yo sustituyo la mayor parte de los Beatles, los Stones, Zeppelin, Bowie y Pink Floyd. Lo único que escucho en compact son las antiguallas; la música dance, evidentemente, hay que escucharla en vinilo:

Guapamente. Salimos caminando con dos bolsas repletas de compacts. A Secret Squirrel se le ve con cara de pocos amigos cuando bajamos por la calle hasta el queo a dejarlos allí. Él y Gally se enzarzan inmediatamente en una de esas insensatas discusiones pijo-piojoso que suelen producirse en el barrio en cuanto ya se puede hablar. Cuando volvemos, telefoneo a Rolf y Gretchen y les digo que nos vemos en el recinto del Oktoberfest si les apetece echar unos tragos. Entonces volvemos a salir inmediatamente y nos vamos a la estación para coger el S-Bahn que lleva a Munich.

Salimos y nos tomamos una copita por el centro, y ya estamos listos para ir a encontrarnos con Terry y su chica en la carpa Hacker-Psychor del recinto cuando quién aparece si no es el cabrón en persona, que se acerca a nosotros llevando de la mano a una tía. La tía de Terry, Hedra, está buena que te cagas. Al presentárnosla, sin embargo, tuve que evitar las miradas de Gally y Billy. Me daba cuenta de que lo primero en lo que también pensaron ellos fue en mamadas. Nunca entenderé lo que esta tía puede ver en Terry. Se lo estoy explicando a Birrell mientras Terry y Gally traen las bebidas; Gally presume ante él de nuestro hurto y Birrell me suelta: «Nah, es sólo porque es extranjera, te resulta exótica. La chavala no tiene mal aspecto, pero si fuera de Wester Hailes, pensarías que era una tía del montón.»

Vuelvo a mirar a la chavala, imaginándola en el centro comercial de Wester Hailes, masticando un pastel de carne de Crawford’s, y supongo que Birrell no deja de tener razón. Pero yo llevo razón en que

no estamos en Wester Hailes.

Vamos calle abajo cuando Terry guipa una señal colocada en un gran edificio público de piedra. «Mirad esto, chicos, parad un momento.»

Pone algo en alemán, pero debajo dice en inglés:

MUNICH-EDINBURGH TWIN CITIES COMMITTEE

EL AYUNTAMIENTO DE MUNICH

DA LA BIENVENIDA A LOS JÓVENES DE EDIMBURGO

«Ésos sois vosotros, la juventud de Edimburgo», se ríe Hedra.

«Joder que sí. Deberíamos entrar aquí de cabeza a echar unos tragos. Por la cara y tal. Ésos somos nosotros, la juventud de Edimburgo», dice Terry con orgullo.

«No podemos entrar ahí», dice sacudiendo la cabeza Birrell.

Gally le echa una mirada desdeñosa. Terry pone voz de mariquita: «No podemos hacer esto, no podemos hacer lo otro», dice, sacudiendo la cabeza de un lado a otro. «¿Dónde tienes los huevos, Birrell? ¿Te los dejaste en el cuadrilátero? Venga», dice, dándole un puñetazo en el brazo, desactivando así su incipiente cólera. «¡Acuérdate de Souness! Le echaremos jeta.»

Graeme Souness era de por donde nosotros, y sigue siendo el héroe de Terry a pesar de que ahora es el mánager de los hunos. Cuando Souness llevaba permanente y bigote, Terry llegó incluso a dejarse crecer un poco de pelusilla para emularle. Cuando quiere animar a alguien o intentar apuntarle al chanchullo de turno, siempre dice: «¡Acuérdate de Souness!» Cuando éramos críos solíamos encontrarnos con Souness cuando volvía de entrenar. Una vez le dio a Terry cincuenta peniques para comprar chuches. Uno siempre recuerda ese tipo de cosas. Terry le perdonó incluso aquella espeluznante entrada sobre George McCluskey en Easter Road hace unos años. «McCluskey era un puto esquivajabones; un

weedgie no tendría que estar jugando para los Hibs para empezar», dice completamente en serio. Todo el mundo sabe que Souness era un Jambo, pero no, Terry no quería ni oír hablar de ello. «Souness es un puto Hibby», afirmaba. «Si ahora estuviera en activo, iría por el centro con los chicos del CCS[38] vestido de diseño, y no escondiéndose en el barrio como vosotros, capullos de

Jambos pelotilleros.»

¿Por qué cojones hablará él de ropa de diseño? Terry es a la moda lo que Sydney Devine[39] es al Acid House. De todos modos, acordándonos de Souness, ascendemos resueltamente los escalones de piedra y entramos en el edificio. Hay dos enormes porteros cerrándonos el paso. Ahora ya no me acuerdo tanto de Souness. Afortunadamente, aparece un tío de traje detrás de ellos que les indica que se hagan a un lado. Pude ver a Birrell, incitado por Terry, a punto de montarla. El tío, un tipo de barbas con un aire a Rolf Harris, vestido con un traje de etiqueta y con unos papeles en la mano, nos sonríe. «Yo soy Horst. ¿Ustedes son el contingente de Edimburgo?»

«Ésos somos nosotros, jefe», le suelta Gally, «los Young Mental Amsterdam Shotgun Squad para los amigos.»

El tal Horst se acaricia la barba. «Amsterdam no vale, queremos gente de Edimburgo.»

«Te está tomando el pelo, colega, somos chicos de la capital de cabo a rabo», explicó Terry. «Tres Hibbes y un Jambo. Ni un solo triste impostor

weedgie entre nosotros.»

Horst nos mira de uno en uno, después a su papel, y de nuevo a nosotros. «Bien. Recibimos el mensaje de que habían retrasado el vuelo. Habéis tenido suerte de llegar tan pronto del aeropuerto. ¿Cuál de vosotros es el campeón de squash, Murdo Campbell-Lewis, de Barnton?»

«Eh, es ése», dice Terry señalando a Billy, porque parece el más en forma. Horst saca una acreditación de delegado y se la da a Birrell, que se la coloca tímidamente.

A continuación Horst mira a Hedra, quien le escudriña el rostro con la mayor serenidad. Mola esta chavala. «¿Dónde están las demás chicas?»

Gally se frota el pendiente. «Buena pregunta, colega. Desde que llegamos aquí no hemos tenido demasiada suerte en eso de comerse un torrao.»

Billy interrumpe para silenciar nuestras risas. «Vienen detrás.»

Nos hacen pasar a un salón con enormes arañas colgando del techo y unas mesas puestas llenas de delegados, que están sentados comiendo y bebiendo mientras les atienden camareros y camareras. Horst nos entrega unos pases; Gally agarra uno y dice: «Ése soy yo, Christian Knox, inventor adolescente del Stewart’s-Melville College.»

«¿Quién es Robert Jones, el violinista… de la CFS…, la Craigmillar Festival Society…?», pregunta Horst.

«El barriobajero simbólico que hay que incluir para salvar las apariencias», me cuchichea Terry.

De ése me ocupo yo. «Soy yo, colega. Y se dice CSF, no CFS.»

El tío, Horst, me echa una mirada de perplejidad y me entrega la acreditación. Me la prendo en el extremo de mi chaqueta de gamuza.

Nos sentamos a tomarnos un papeíto que te cagas. Hay mogollón de vino, y Gally se pone un poco susceptible cuando una de las camareras le pregunta si tiene edad para beber. «Tengo una hija de tu edad», se burla. Nosotros soltamos un pequeño ¡Ohhhhhh! que le toca los huevos. El papeo está por su sitio: ensalada de marisco para empezar y después pollo asado, patatas y verdura.

Al cabo de un rato me doy cuenta de que se ha producido una pequeña conmoción y se levantan voces; alzo la vista y veo a un par de viejos estirados que me suenan vagamente de algo. La mujer es una vieja bruja de cuidado, estridente y con ojos indignados que escrutan el mundo en permanencia en busca de algo que desaprobar. El otro es un capullo trajeado con aire pagado de sí mismo, con cara de estar bien alimentado y una expresión que transmite el siguiente mensaje: «Vivo a lo grande que te cagas, y quiero que lo sepa todo dios.» Hay mogollón de capullos jóvenes acompañándoles; chavales y chavalas, aseados y con aire de gente decente, de mirada entusiasta y vivaz, poco acostumbrados a observar con indiferencia la aspereza de la vida. Se parecen a la gente apocada que conocíamos en el barrio, los bichos raros que solían ayudar a los viejos cabrones con la compra. ¡Como Birrell, el asistente social metido a boxeador, supongo!

«Oh-oh…», suelta Terry, apurando el vino y sacando una botella entera del cubo de hielo; se la guarda debajo de la chaqueta. «Parece que se acabó la fiesta…»

«Ésa es la concejala de Edimburgo, la guarra que siempre sale en el

News quejándose de la suciedad durante el Festival», dice Birrell, refrescándome la memoria. Sabía que la conocía de alguna parte. «Denegó la beca que nuestro club de boxeo solicitó al Comité de Ocio y Tiempo Libre.»

Ahora nos miran a nosotros, y parecen tan contentos de ver a sus conciudadanos de la capital como lo estaría uno de encontrarse un lavabo con el pestillo echado en un día de mala resaca. Horst se acerca corriendo con los dos tipos de la puerta.

«¡No deberíais estar aquí! ¡Tenéis que marcharos!», nos grita.

«¡Eh, que aún no hemos tomado el postre!», se ríe Gally. «¡Qué tal, jefes!», les grita a los de la expedición municipal, levantando los pulgares. La cara del tío pagado de sí ha cambiado por completo, ya lo creo. No hay duda, ese barniz de relaciones públicas ha desaparecido por completo.

«¡Márchense o llamaremos inmediatamente a la policía!», ordena Horst.

Pues bien, a uno no le gusta que le hablen de ese modo y es imperdonable mostrarse grosero con los desconocidos, sobre todo cuando parece haber suficiente espacio y manduca para todos, pero en fin, estos cabrones llevan todas las de ganar. «Sí, de acuerdo, cabrón», suelto yo. «Venga, chicos.»

Nos ponemos en pie; Gally se mete un gran trozo de pan en la boca mientras nos vamos. Terry mira a uno de los gorilas fijamente con una risa sorda y sin aliento que hace que se le dilaten los ojos. «Venga, pues, capullo», se cachondea, meneando las caderas y frunciendo los labios. «Tú y yo, Fritzy. Ahí fuera. ¡Venga!»

Yo le cojo por el brazo y le empujo hacia la puerta, riéndome que te cagas ante su pantomima. «Venga, Terry, ¡déjalo ya, tonto del culo!»

Los alemanes parecen un poco confusos; se nota que no quieren armar ningún follón aquí, pero a mí me preocupa que llamen a la policía. A la carabota vengativa esa de concejala le produciría un enorme placer ver encerrados en comisaría a unos arrabaleros, pero por otro lado sería mala publicidad para la ciudad si saliera en la prensa, así que quizá dispongamos aún de cierto margen. Siempre y cuando algún capullo no abra las hostilidades, claro.

Vamos saliendo; Terry camina de forma lenta y provocativa, como desafiando a los alemanes a pegarse con él. Echa una mirada alrededor del salón y grita: «¡CCS!»

Es sólo por motivos efectistas, porque Terry ya no va nunca al fútbol, no digamos con las peñas futboleras. Pero no saben de qué coño va y no van a animarse. Él mira a su alrededor y, satisfecho de que no haya candidatos, se acerca a la puerta.

Mientras salimos, la vieja bruja a la que llaman concejala Morag Bannon-Stewart nos suelta: «¡Sois la vergüenza de Edimburgo!»

«Súbete aquí y chúpame el puto rabo, jefa», le dice ásperamente Gally para horror y escándalo de ella, y ya estamos en la calle, sintiéndonos muy complacidos pero indignados al mismo tiempo.

LA FIESTA DE LA CERVEZA DE MUNICH

Aquí se está guay; hileras de mesas abarrotadas de bebedores completamente entregados y el sonido de la banda de música. Si no consigues embolingarte en este ambiente no lo lograrás jamás. Además, no es sólo cosa de gachos, hay mogollón de tías aquí, todas por la labor. Esto sí que es vida, ¡la carpa Hacker-Psychor en el Oktoberfest, y las Steiners cayendo enseguida a un ritmo que te cagas! A mí ya no me iba tanto el alcohol como antes, pero nunca había bebido tan a gusto. Al principio estuvimos todos juntos sentados ante las grandes mesas de madera esas, pero al cabo de un rato empezamos a diseminarnos. Creo que Birrell es el que más ganas de circular tiene, porque Gally le ha estado poniendo la cabeza como un bombo con lo del choriceo. «Para un momento, Birrell», suplica mientras Billy se levanta, «¡un poquito de puta

Gemeinschaft!»[40]

Billy puede ser un tipo curioso; un tío estupendo, pero un poco puritano en algunos aspectos y tal. Así que se levanta y se pone a hablar con unos ingleses. Terry controla a los chochos pese a estar con la tal Hedra. Así es Terry; le adoro, pero es un capullo total. A menudo pienso que si no fuese mi colega y acabase de conocerle, la segunda vez que le viera me cambiaría de acera. Ansioso por estirar las piernas, me reúno con Billy. Los ingleses estos parecen bastante legales; hablamos de montones de chorradas de borrachos con ellos: historias de pedos, de

raves, de peñas futboleras, de drogas, de polvos; toda la mierda habitual que hace que la vida valga la pena.

En determinado momento, una gorda, creo que alemana, se sube a una de las mesas y se quita el top, meneando las tetas por todas partes. Todos la aclamamos y yo me doy cuenta de que estoy encebollado, bueno, borracho; la percusión de la banda de música me retumba en la cabeza y los timbales restallan en mis oídos. Me levanto, sólo para demostrar que puedo hacerlo, y después recorro la carpa.

Gally me invita a otra enorme cerveza y dice algo acerca de que si la

Gemeinschaft somos nosotros, pero paso de su rollo de borracho porque le está saliendo esa vena físicamente pegajosa que tiene cuando está follao; se te agarra y te arrastra por ahí. Le doy esquinazo y acabo sentado junto a unas chavalas de Dorset o Devon o algo así. Estamos entrechocando las Steiner y hablando de música y clubs y pastillas y lo de siempre. Hay una de ellas que me mola tope, es legal; Sue, se llama. No tiene mal aspecto, pero en realidad es porque su voz se parece a la de la coneja esa del anuncio de Cadbury’s Caramel, la que le dice a la liebre que vaya más despacio, que se tome las cosas con calma.

Y los ojos de la liebre están por todas partes, un poco como los de Gally cuando va de éxtasis. Puede que ahora yo lleve los ojos igual, porque tengo una visión de mí y de esta tía haciendo perezosamente el amor bajo el sol durante todo el día en una granja de Somerset y pronto le paso el brazo alrededor y me deja morrearme con ella un rato, pero después se aparta; quizá esté demasiado ansioso, demasiada presión labial… El señor Liebre, ése soy yo, es todo ese tecno, el hardcore ese que me va tanto últimamente, siempre con demasiada prisa, así que relájese, señor Liebre…

¡Totalmente pasado de alcohol! Me acerco a la barra y saco una ronda para esta chavala y sus colegas con algunos schnapps como entrantes. Nos los tomamos y después Sue y yo nos levantamos a bailar delante de la banda de música. En realidad no hacemos más que gesticular ciegamente, y un inglés, un tío de Manchester, me pasa el brazo alrededor del cuello y me suelta: «¿Qué tal, colega, de dónde eres?», y yo le digo «Edimburgo» y este tío también es legal y menos mal, porque veo por encima del hombro que Birrell acaba de pegarle un puñetazo a un capullo que quizá sea uno de sus colegas. No parece un golpe muy potente, pero ha sido unos de esos puñetazos cortos y económicos de boxeador, y el tío cae de culo. El ambiente cambia de un modo extraño, y uno se percata de ello incluso a través de los estratos acumulados de intoxicación sorda. Me aparto del tío de Manchester, que parece un poco horrorizado, y me lanzo como una catapulta hacia Sue; salimos beodamente y a toda velocidad de la carpa y vamos dando tumbos hasta acabar detrás de una caravana desde la que se escucha el ruido del generador.

Ir a la siguiente página

Report Page