Cola

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3. Debió de ser en 1990: El local de Hitler » Carl Ewart

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Ella ya tiene las manos en mi bragueta mientras yo intento aflojarle los vaqueros, están un poco ceñidos, joder, pero al final lo consigo. Encuentro su raja bajo las bragas; deslizo dentro un dedo y está húmedo, no habrá ningún problema para metérsela por el coño, porque yo también estoy duro, aunque siempre me preocupe el alcohol en esas situaciones. A veces puedes tener la polla dura, pero la erección puede abandonarte. Durante un ratito no logramos configurar correctamente, pero la siento encima del generador, que vibra que te cagas, y ella se saca una de las perneras del pantalón; sus bragas son de esas de algodón blanco bastante holgado que puedes hacer a un lado sin necesidad de quitárselas; al principio va un poco justo pero desde luego entra. Estamos follando, pero no de la forma lenta, lánguida, a lo Cadbury’s Caramel que yo quería; es un polvo asqueroso, espasmódico y tenso, en el que ella se apoya con las manos sobre el generador reverberante impulsándose contra mí. Yo empujo y observo el sudor sobre su cara y estamos mucho más enajenados el uno del otro follando de lo que lo hemos estado nunca bailando. Se ven sombras que pasan tambaleándose delante de nosotros y se oyen voces diversas agitadas y fuertes; inglés, alemán, Birrell y quién coño sabe qué más.

Pienso en llevármela a casa de Wolfgang y Marcia, a follar despacio en la cama esa, a follar a lo Cadbury’s Caramel; todo lánguido y sensual, cuando una chavala se acerca corriendo a nosotros pero sin vernos en realidad porque está echando las tripas; intenta apartarse el pelo de la cara pero no lo consigue. Ahora mis horizontes se han encogido y ya sólo quiero soltarle el chorromoco dentro a Sue. Siento cómo ella me aparta y me salgo; ella se pone los vaqueros, se sube la cremallera y se abrocha y yo intento guardarme la polla en los calzoncillos y los pantalones como si fuera un imbécil intentando resolver un rompecabezas.

«¿Estás bien, Lynsey?», reconforta Sue a su amiga, a quien sencillamente le da otra arcada. Después me lanza una mirada como si yo fuera responsable del estado de la tonta del culo esta. Claro está que yo compré aquella ronda de schnapps, pero no obligué a nadie a tomarla.

De la expresión facial y el lenguaje corporal de Sue, que ahora me da la espalda, se desprende de forma bastante evidente que lamenta todo esto. La escucho decirse a sí misma con voz bebida: «Ni siquiera tenía un puto condón…, pero qué idiota…»

Y supongo que así es. Entonces empiezo a tener remordimientos. «Voy adentro a buscar a los chicos… os veo por aquí», digo, pero no me escucha, le importa un carajo y ninguno de los dos se corrió así que ni con la mejor voluntad e imaginación podría considerarse un polvo logrado. Es lo que pasa con lo de follar: no es algo por lo que haya que preocuparse. De vez en cuando hay que echar un polvo de mierda, aunque no sea más que para darle perspectiva a las folladas guapas. Si todos los polvos fueran porno de manual, entonces resultaría insignificante, porque no habría verdadero punto de referencia. Así es como hay que mirarlo.

Yo sigo adelante, tropezando y casi cayéndome por culpa de una de las cuerdas de la carpa; paso dando tumbos por delante de un tío con la nariz reventada. Su colega le ayuda manteniéndole la cabeza en alto. Hay una chavala siguiéndoles que va diciendo: «¿Está bien?», con un acento del norte de Inglaterra, «¿Está bien?»

Ellos no le hacen caso y entonces a ella se le arruga la cara, me mira a mí y suelta: «¡Pues entonces que os follen!» Pero de todos modos les sigue.

De vuelta en la carpa, deambulo un poco antes de ver a Billy, que parece verdaderamente bolinga. Se mira los nudillos concienzudamente al mismo tiempo que se los frota. «Billy, ¿dónde está Gally?», le pregunto, pensando que Terry estaría con Hedra, pero que Gally estaba solo.

Birrell me mira con expresión dura y desafiante, con los ojos entrecerrados; entonces se da cuenta de que soy yo y se relaja un poco. Se estira los dedos de la mano. «No puedo andar por ahí sacudiendo a los mamones, Carl, tengo un combate importante en ciernes. Como este nudillo esté roto, Ronnie se volverá loco. Pero se estaban sobrando, Carl. ¿Qué podía hacer? Se estaban sobrando. Qué fuerte. ¡Terry tendría que haber estado aquí para arreglar las cosas!»

«Sí, claro. ¿Dónde está Gally?», vuelvo a preguntarle. Me juego lo que sea a que el mutante empanao se ha metido en algún follón en alguna parte. Sin embargo, me sorprende un poco lo de Billy, se supone que él es el capullo sensato.

«Le entraron ganas de vomitar. Le potó por la espalda a una chavala. Estaba bailando con ella. ¿Dónde está Terry? Tuve que tumbar a tres mamones yo solo. ¿Dónde estabais?»

«No sé, Billy. Les encontraré. Tú espera aquí», le digo.

Terry estaba con Gally, quien desde luego no tenía aspecto de encontrarse demasiado bien. Llevaba vómitos en la parte delantera de su camiseta negra, tenía los pelos en punta a causa del sudor y resollaba. Terry estaba venga a sonreír, tronchándose de la risa. «Material de segunda división», ruge, volviéndose hacia Hedra y un alemán. «Qué pobre embajador. Eh, Galloway, compórtate como si fueras de los Hibs, hostias.» Señala a Gally mientras canta: «¿Sois Jam Tarts disfrazados?… Oh, mierdero, mierdero, mierdero Galloway.» Entonces me hace un repentino gesto con la cabeza: «¿Dónde está Secret Squirrel? Le vi lanzando unos cuantos puñetazos ahí al fondo. El capullo ha perdido los papeles. Aquellos tíos ni siquiera le estaban molestando. Ya no es capaz de controlar la priva. Creo que escuchó la campana dentro de su cabeza», se rió Terry. «¡Segundos fuera! ¡Ding-dong!» Empezó a cantar el tema de la banda sonora de Secret Squirrel: «Tiene trucos en la manga que la mayoría de malos encuentran increíbles…, un chaleco antibalas.»

¿Que qué pequeño es el mundo? Del tamaño de una bola del mundo de la escuela primaria; unos alemanes se acercan al tío que está con Terry, y uno de ellos es Rolf. Nos reconocemos de inmediato y nos estrechamos la mano. «Vamos a una fiesta», dice, lanzando una mirada de desaprobación al espectáculo cervecero y a la banda de música, que sigue tocando, «habrá mejor música.»

Por mí perfecto. «Guay», digo. Puede que los tíos no conozcan esa palabra, pero es imposible no captar la onda. Dicen que el lenguaje corporal constituye al menos un cincuenta por ciento de la comunicación. Eso no lo sé seguro, pero sí sé que el discurso y las palabras están sobrevalorados. El baile no miente, la música no miente.

«Yo estoy por la labor», sale Terry, «esto se está poniendo demasiado revuelto, eh.» Entonces empieza a hablar como el tipillo de las gafas y el fez, ese que es el coleguita de Secret Squirrel: «

Le echaremos una pastilla por el gaznate a Secret antes de que mate a algún capullo» (pronunciado con el acento del topo ayudante de Secret Squirrel). Después vuelve a poner su propia voz: «Para devolverle al rollo amoroso. ¡El cabrón se piensa que estamos en el puto Gauntlet y que van a cerrar!»

Cogemos a Billy y constituyendo una turba indisciplinada, nos dirigimos a trancas y barrancas hacia las salidas del recinto, tropezando con los cables de las carpas. La gente nos mira con expresión preocupada; parecemos unos salmones agotados que intentan remontar el curso del río para desovar. A medida que abandonamos el recinto, empiezo a orientarme. Nos dirigimos al centro, y mis reflexiones giran en torno a la tal Sue y lo bien que me lo podría haber pasado, y cómo fue una debilidad emborracharme tanto y volverme tan lento y tan estúpido por culpa de esa droga de viejo pedorro. Parece que caminemos durante siglos. Billy va detrás de mí, frotándose aún la mano. Le grita a Terry, que va delante: «¿Dónde cojones estabas, Lawson? ¿Dónde estabais?»

Terry no hace más que reírse y sacudírselo: «Sí, ya, claro, vale, Birrell, vale. Claro, claro, claro…» Pero a mí me preocupa, porque Billy rara vez jura, si es que alguna vez lo hace. En ese aspecto es como su viejo. Su hermano jura como un carretero, y los demás también lo hacemos.

«¡VENGA, PUES, QUIEN SEA!», grita Birrell venenosamente en mitad de la calle oscurecida, y todo el mundo mira para otro lado. Terry entorna los ojos, frunce los labios y hace: «¡Oooooh!» Rolf me suelta a mí: «No nos dejarán entrar en la fiesta tal como está él ahora. Es posible que en lugar de eso nos arresten.»

«Es más que posible, colega», se ríe Terry. Lleva el brazo alrededor de Hedra; le importa un carajo.

Yo retrocedo y calmo a Billy, rodeándole los hombros con el brazo. «Tranquilo, Billy, queremos que nos dejen entrar en el festorro este, ¡hostias!»

Billy se detiene y se queda totalmente rígido; después me guiña el ojo y pone cara de que no ha pasado nada. «Estoy tranquilo», suelta, añadiendo, «totalmente tranquilo.» Entonces me abraza y me dice que soy su mejor amigo y que siempre lo he sido. «Terry y Gally son grandes amigos, pero tú eres el mejor. Acuérdate. A veces soy más duro contigo que con los demás, pero eso es porque tú eres especial. Tienes lo que hay que tener», dice, casi amenazando. Hace años que no veía a Birrell así. La priva se le ha subido directamente a la cabeza y en su mirada se percibe una horda de demonios. «Tienes lo que hay que tener», repite. Entonces se dice a sí mismo: «… pasote», entre dientes.

No sé lo que querrá decir, aunque agradezca el sentimiento. Bueno, supongo que el Fluid va bien, pero no supone más que una noche estupenda y unas risas y un poco de pasta en el bolsillo. Le doy una palmada en la espalda mientras atravesamos a pie un erial que hay junto a las vías muertas del ferrocarril y llegamos a un enorme polígono industrial. Hay luces encendidas y camiones; es como si aún hubiera gente trabajando. El club o

rave o party, como lo llaman los alemanes, se celebra en un enorme y cavernoso edificio viejo que evidentemente ha sido ilegalmente ocupado. Está rodeado por lo que parecen unidades fabriles y oficinas aún activas. Me vuelvo hacia Gally: «Si antes de veinte minutos no ha aparecido la poli, le lameré el prepucio a Juice Terry», me río, pero el pobre gachó excelente aún está demasiado bolinga para responder. Pasamos al interior. Gally ha rascado la mayor parte de las potas de su camiseta y se ha abrochado la bomber. Cuando entramos estoy encantado, porque mientras íbamos por la calle empezaba a hacer verdadero frío.

No hay más que un sistema de sonido sin adornos apilado en torno a un improvisado espacio de disc-jockey, pero esta plataforma tiene aspecto de poder resistir bastante ruido. Empieza a llenarse y pienso que me encantaría tocar aquí.

Efectivamente, el latido de los bajos surca el espacio, rebotando contra las paredes y haciendo eco mientras comienza el primer tema y todo el sitio se inflama y esa emoción explosiva que sólo puede obtenerse formando parte de una multitud.

Birrell parece relajarse en el garito, incluso antes de que le pongamos hasta arriba de pastillas. Es como si asociara las vibraciones y la música con la paz. Estos alemanes son legales. Rolf está allí con Gretchen; Gudrun y Elsa también están presentes, y estoy encantado a tope de que Gretchen tenga amigas, y bastantes, además. Tienen todas aspecto de chochos Bundesliga, pero en mi estado ese aspecto lo tienen todas, pues pronto la pastilla empieza a incidir, atravesando las capas sedimentadas de alcohol y restableciendo cierta agudeza y claridad. Me topo con Wolfgang y Marcia. «¿Tocarás unos discos, sí?»

«Ojalá hubiera traído una bolsa, colega, de verdad. Incluso los que se quedaron en tu casa.»

«Siempre hay un mañana», suelta él.

En ese momento interviene Marcia. «Tu amigo el del pelo es muy raro y ruidoso. Por la noche estaba de pie en nuestra habitación junto a nuestra cama…, le vi en la oscuridad con todo ese pelo…, no había ropa en él…, no sabía quién era…»

Wolfgang se ríe con eso, y ahora yo también lo hago. «Sí, antes tuve que levantarme para dejarle entrar en casa. Le mostré la cama en tu habitación, pero tú estabas dormido. Volví a mi cama esperando que le abrumara el sueño…, que estaría haciendo el sueño. Entonces oí los gritos de Marcia, y le veo allí de pie, inclinándose sobre nosotros. Así que me levanto y vuelvo a llevarle a la cama. Pero él dice que quiere bajar abajo por más cerveza. Así que le consigo un poco y él no me deja ir a dormir. Está por hablarme toda la noche. Apenas podía entenderle. No para de hablar de una furgoneta de refrescos. Yo no entiendo. ¿Por qué siempre estáis por hablar tanto en Escocia?»

«Todos no», protesto. «¿Y Billy?»

Marcia se relaja un poco y sonríe. «Es muy agradable.»

«Quizá sea alemán», sonríe Wolfgang.

Aquello me hace reír y los estrecho en un abrazo, ansioso por tener mejor rollo con la Marcia esta. Wolfgang está en plan: «Ohhh… ohhh… Carl, amigo mío», pero Marcia sigue estando un poco tensa. Dudo que se haya metido una pastilla. Los éxtasis estos que ha pillado Rolf son bastante buenos, desde luego. Siempre puedes saber si un éxtasis es bueno por la velocidad con que se pasa la noche, pero cuando la música se acaba, provocando ruidosos jadeos de exasperación, pienso que esto es ridículo, que

tan buenos no eran. A pesar de los éxtasis, mis pensamientos van despacio (probablemente se deba a la priva) y me lleva un momento darme cuenta de que mis propias palabras han resultado ser un poco más proféticas de lo deseable, puesto que se ven unos uniformes pululando entre el gentío danzante y dirigiéndose hacia las torres. Los polis son bastante numerosos y quieren que nos dispersemos. Terry grita algo, con el único efecto de que todos los alemanes se vuelven y le miran atónitos. Rolf me dice: «Deberías decirle a tu amigo que en este país hay poco que ganar haciendo enfadar a la policía.»

Estaba a punto de decirle que lo mismo pasa en el nuestro, pero que eso no nos detiene, cuando me cosco de que estos tíos están tranquilos porque hay un Plan B en la lista de proyectos. Sin lugar a dudas, todos queremos proseguir la fiesta. Además, los polis de aquí llevan pipa, y no sé lo que pensará Terry o cualquier otro, pero en lo que se refiere a

mi actitud, eso supone una diferencia del cagarse. Mis labios han segregado misteriosamente una capa de velero y me muero de ganas de estar lo más lejos posible de aquí. Es cierto que si le tocas los huevos a la policía, dondequiera que sea, por lo general sólo suele haber un ganador.

Rolf y sus colegas nos estaban contando que iba a haber otra fiesta, pero que le han perdido la pista al local que habían marcado. Mientras todos pensamos en adonde ir, están cargando el equipo en una serie de furgonas grandes y la fiesta parece disiparse con la misma rapidez con que comenzó. Eficiencia alemana; el mismo proceso llevaría meses allá en el Reino Unido: todo dios andaría por ahí hecho un vegetal. Empieza a notarse la difusión de una leve sensación de pánico ante la posibilidad de que esto pudiera ser el final de la noche, sobre todo entre los no alemanes. Hay un tío inglés con una voz aguda y pija diciendo: «¿Ahora adónde vamos, pues?»

Birrell le sonríe fríamente. «A bailar. A bailar, cojones», dice, meneando la cabeza como un juguete de cuerda. El tío parece un poco nervioso ante aquella respuesta y le tiende tímidamente la mano a Birrell, quien, a pesar de ir hasta arriba de éxtasis, se la estrecha de un modo que a mí me parece innecesariamente descortés.

Terry ha estado escuchando todo el debate e interviene, diciéndole a Wolfgang: «Venga, Wolfie, volvamos a tu casa, colega.»

A Wolfgang no se le ve tan contento. «Hay demasiada gente y mañana hay que trabajar.»

«Compórtate, colega», dice Terry, rodeándole con un brazo a él y con el otro a una Marcia rígida y tensa. «Somos amiguetes, os cuidaremos cuando vayáis a Schottland. Colegas», dice guiñando un ojo. A continuación le anuncia a todo el mundo: «En cuanto vi a estos capullos, pensé: Colegas. Eso fue, una palabra que me saltó directamente a la cabeza: colegas.»

Billy mira a Terry y enarca las cejas. «Ni siquiera estabas allí», le suelta. «Ni siquiera estaba allí», exclama ante el pijo inglés. Ahora ha decidido que el tío es legal y le ha pasado el brazo alrededor de los hombros a su nuevo mejor amigo. «Éste es Guy», me dice. «Es todo un tío.»[41] Se ríe, y el tío se suma nerviosamente.

Yo estoy pensando: me pregunto cuántas veces habrá oído ésa el pobre cabrón.

«Si hubiera estado allí, también habría ayudado, Birrell», protesta Terry.

«Habrías ayudado a vaciarle la casa al tío, so mamón», suelta Billy. «Hasta se le meó en uno de los colchones. Eres de lo que no hay, Lawson.»

Terry sonríe; le importa una puta mierda. Lleva puesta esa mirada, como la de un perro que ha estado lamiéndose los huevos y al que el sabor le parece tan bueno que no hay nada que pueda dar la misma talla. «Vete a la mierda, Birrell. Venga, una fiestecilla…»

Creo que Wolfgang empieza a captar lo del colchón. «¿Qué quieres decir?… ¿Qué está diciendo?», pregunta el tío, todavía un poco confundido.

Terry vuelve a pasarle el brazo alrededor del hombro. «Sólo te estoy tomando el pelo, colega. Pero hay espacio en abundancia en tu casa, así que vámonos.» Grita de pronto: «¡Celebra una puta fiesta! ¡Difunde un poco de amor! ¡Venga! Diles a los chicos estos que acerquen el equipo.»

Rolf hace un gesto de asentimiento, convirtiéndose en el títere involuntario del Svengali de Saughton Mains. «La casa de Wolfgang es buen sitio para una fiesta.»

Yo pienso en los discos que tengo allí, y en probarlos con las torres esas, para mostrarles a los alemanes un poco de estilo

jock.[42] Estilo

jock…, vaya risa; como Gally, soltándole chorradas sin parar a Elsa y Gudrun. Se ha quitado la camiseta y la ha tirado por ahí. Ellas son todo ojos, dientes y sonrisas. Él no para de decirles lo hermoso que es su cabello y cómo los alemanes no son tan románticos como los escoceses y yo me parto de la risa, aunque supongo que no hay nadie tan romántico como Gally cuando va de éxtasis. Salvo yo.

«Sería un sitio estupendo además, Gally», le suelto, interrumpiendo su chorreo de vaciles.

«A la mierda», dice Terry.

«Pero la policía…», protesta Wolfgang.

«Que les den por culo. Lo único que pueden hacer es volver a interrumpirla. ¡Hagámoslo por la disco-music!»

Terry acostumbra a tener la última palabra, de modo que nos metemos apresuradamente en una serie de furgonas y de carros y el convoy sale en dirección a casa de Wolfgang, que está cagado. La furia silenciosa de Marcia casi la hace incandescente. Rolf lía un porro, al que yo le doy una calada y se lo devuelvo, pasando de Birrell, que de todos modos hace gesto de que se lo aparte. Gally se ha acomodado entre las dos chavalas esas y descansa la cabeza sobre el hombro de una de ellas.

LUCHANDO POR EL DERECHO A LA MARCHA

Regresamos a casa de Wolfgang y preparamos las cosas. Todos los demás esperan en el jardín de la entrada. El balcón constituye un espacio guay para el DJ. Los chicos tienen cable suficiente para los altavoces y yo he subido el ampli y el mixer. Lleva unos veinte minutos instalarlo todo.

Empiezan ellos, con un chaval llamado Luther en las torres. No lo hace nada mal. Yo me muero por subir, para enseñarles a estos cabrones de

jerrys[43] de lo que soy capaz.

Marcia sigue deprimida, y las chorradas que suelta Lawson no hacen más que aumentar su angustia. «No pasa nada, muñeca, sólo es una fiesta, eh», suelta Terry. «Mira», le explica, «tenemos que luchar para poder divertirnos. La diferencia», le amplía a ella y a los otros alemanes desconcertados que hay alrededor, «es que nosotros somos Hibs de la parte oeste de Edimburgo. Hemos tenido que luchar contra los Jambos durante años…» Se vuelve y me mira a mí: «No estoy diciendo nada en contra de la gente como Carl, pero nosotros no lo hemos tenido tan fácil como esos cabrones de Leith. Ellos no saben lo que es ser de los Hibs

de verdad».

Ese vacile no impresiona a nadie, a la chavala mucho menos. Se coloca las manos en los oídos. «¡Está tan alta!»

Wolfgang menea la cabeza al ritmo de la música, conectando con el rollo. Le mola el tecno a tope. «Nuestros amigos de Escocia deben celebrar su fiesta», dice, ante los vítores de Terry y míos.

Gally está metido en un salvaje y sensual abrazo de éxtasis con los dos chochos Bundesliga esos; me cuesta un rato darme cuenta de que se trata de Elsa y Gudrun. Los tres se están morreando lentamente y por turno. Gally para un poco y me grita: «Carl, ven aquí. Ponte aquí. Elsa. Gudrun.»

«Os diré una cosa», suelto, «vosotras dos sois las tías más hermosas que he visto en toda mi vida.»

«No te equivocas», confirma Gally.

Elsa se ríe, pero de una forma comprometida y suelta: «Creo que eso se lo dices a todas las chicas que conoces cuando tomas éxtasis.»

«Desde luego», le digo, «pero siempre lo digo de corazón.» Es así. Elsa y Gudrun, vaya lote. Sí, eso es lo que es tan estupendo de estas movidas. Puedes admirar la belleza de una mujer, pero cuando ves a un montón de ellas juntas, el puro efecto abrumador te deja hecho polvo.

Gally me coloca cerca de ellas. «Venga, prueba esto.»

Las chavalas son todo sonrisas así que sigo adelante, morreándome con una y después con la otra. Entonces Gally vuelve a morrearse otra vez con ambas. Entonces las dos tías empiezan a morrearse entre ellas. Mi corazón hace bum-bum-bum y Gally enarca las cejas. Las mujeres son tan bellas y los hombres tan feos, si yo fuera tía sería bollera seguro. Cuando se separan la una de la otra, una de ellas suelta: «Ahora vosotros tenéis que hacer lo mismo.»

Gally y yo nos limitamos a mirarnos el uno al otro y reírnos. «Ni de coña», suelto yo.

«Abrazaré a este capullo, eso es todo», dice él, «porque quiero a este hijo de puta pese a ser un Jambo cabrón.»

Yo también quiero a ese capullín, fue muy majo de su parte incluirme en la movidiila que se había montado. Eso es un colega. Le estrujo en un abrazo, cuchicheándole «CSF» dulcemente al oído.

«Vete a tomar por culo», se ríe, separándose y empujándome el pecho.

Vuelvo a las torres para comprobar la situación musical. Me alegro de haber comprado unos discos, y después de pedirle alguno prestado a Rolf tengo suficientes para unos buenos cuarenta y cinco minutos de mixing de calidad. Me preparo para ponerme en las torres. El mixer no parece demasiado familiar; quizá sólo sean las pastillas, pero a tomar por culo, allá voy.

Terry está ahí a mi lado dando botes. «Venga, Carl. ¡Destroza a estos capullos alemanes! N-SIGN Ewart. Venga, machote», dice, zarandeando a un alemán mientras me señala con el dedo, «N-SIGN. Ese nombre se lo puse yo. ¡N-SIGN Ewart!»

No sé qué hace Terry hablando de capullos alemanes, porque su propia madre estuvo tirándose a uno durante bastante tiempo. Pero subo y preparo el

Energy Flash de Beltram. ¡Explosión inmediata en la pista! Enseguida pongo a la peña a bailar, la música fluye a través de mí, a través del vinilo, por los altavoces y entre la multitud. Incluso a pesar de que algunos temas sólo los escucho a trozos por los cascos antes de ponerlos, todo sale muy bien. Es un revoltijo de cuidado además; mezclo temas de acid house UK como

Beat This y

We Call It Acieed con viejos himnos de Chicago house como

Love Can’t Turn Around y de ahí me remonto hasta el hardcore belga, como el tema este,

Inssomniak.

Pero todo funciona; estos culos inquietos y el espacio de la pista a tope me envían un mensaje;

Me lo estoy haciendo que te cagas.

Algún capullo ha debido de llamar por teléfono porque llegan más coches y tengo a todos los asistentes a la fiesta en el césped de la entrada, debajo de mí con las manos en el aire; nunca me he sentido tan a gusto. Ésta es la mejor de todas. Al final, se acerca todo el mundo, me estrechan la mano, me abrazan, me colman de alabanzas. Y son alabanzas sinceras, no chorradas. Llegas a un punto en que sabes distinguir una cosa de la otra. Me avergüenza que te cagas cuando voy normal, pero cuando vas de éxtasis, lo aceptas sin más.

Gally se me acerca. Lleva de la mano a una de las chavalas esas y señala a Wolfgang, que baila despacio, sacudiendo la cabeza y abrazando a todo aquel que se cruza en su camino. «Ese Wolfgang, ¡todo un gachó!»

Gally saca los éxtasis e intenta darme uno. «Me lo tomo enseguida», le suelto, guardándomelo en el bolsillo superior de la camisa. La pastilla que me he tomado antes empieza a bajar pero ahora mismo quiero seguir experimentando este subidón de adrenalina. Está de colegueo con Rolf, hablando de pastillas, de la calidad y todo eso. Miro a Rolf; un Gally más prístino, más alemán, menos maniático y menos jodido. Como podría haber sido Gally si las circunstancias hubieran sido distintas. Claro está que en realidad no conozco a Rolf, es sólo que parece que lo tenga caladísimo.

Galloway: ¿de qué va ese capullín? El tío va hasta el culo, hablando de querer a todo el mundo y de que si ésta es la mejor noche de su vida. Hay un momento en que se pone de pie sobre la barandilla del balcón y, en medio de grandes vítores, saluda con el puño en alto. Rolf se limita a sonreír, agarrando la pierna de Gally y ayudándole a bajar.

Sale el sol e intentamos ayudar a recoger los desperdicios sin dejar por ello de seguir con la fiesta. No hay demasiado desorden, la peña ha respetado la casa. Pese al calor del sol, ahora se notan más la niebla y el frío. Empieza a parecer octubre; se avecina el invierno. Gally sigue de pie, más volado que una cometa, con Gudrun sentada en su rodilla y diciendo chorradas. Estoy sentado en el sofá al lado de ellos, preguntándome dónde se habrá metido Elsa. Me trago la otra pastilla y espero a que me suba. Todavía queda alguna gente, aunque los principales responsables del equipo ya han recogido. Volvemos a utilizar los altavoces, el mixer y el amplificador más pequeño de Wolfgang. Rolf está haciendo una serie tranquila, lo cual suena bien. Gally me dice: «Tengo que reconocerlo, Carl, has estado impresionante. Tienes algo, tío. Como Billy con el boxeo. Sabes mezclar. Yo no tengo una puta mierda. Tú eres Business Birrell», le dice a Billy, que está sentado en el suelo en cuclillas, y después me dice a mí: «Y tú eres N-SIGN.»

Miro efímeramente a Billy a los ojos; nos encogemos de hombros. Gally nunca había hablado así antes, poniéndonos por las nubes, y el tío lo dice en serio, además. Después miro a Terry, sentado en un puf con Hedra. No ha trabajado en siglos. Se nota que no está contento con lo que ha dicho Gally. «Eh, Gudrun, ése es N-SIGN Ewart», dice señalándome; ya van al menos cien veces que lo dice en lo que va de noche, lo cual sigue siendo menos veces que Terry, pero está meneando a la chavala para que me mire mientras suelta: «N-SIGN. Salió en la revista aquella,

DJ, aquí puede que no la distribuyan…, salía un artículo sobre los disc-jockeys más prometedores de los noventa…»

Pero no creo que a Terry le importe demasiado. Siempre irá tirando con diversos trapicheos ilícitos. La cabra siempre tira al monte.

La chavala esa, Gudrun, se levanta y se va a los servicios. Es un cielito, y la observo mientras se marcha, apreciando la naturalidad y la elegancia de sus movimientos. Pero no parece que Gally se haya fijado, porque me mira y después se queda observando al tendido. «¿Te contaron que vi a la cría, con ella y con él, antes de que viniéramos aquí?»

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