Cola

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4. Aproximadamente 2000: Ambiente festival » Edimburgo, Escocia: Miércoles, 8.07 de la mañana

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«No. Éste sale a la calle conmigo. Se va a enterar.»

«Si alguien va a salir a la calle, seremos tú y yo. Estoy harto de tu actitud.»

«Sólo quería tomar una copa», suplicó Franklin.

«Vale», dijo Larry, soltando a Franklin. Señaló al americano por encima del hombro de Franco. «Tú te vas a llevar lo tuyo», gruñó, antes de salir por la puerta. Franco le siguió, volviéndose rápidamente hacia el visitante y diciendo: «Tú espera aquí.»

Franklin no tenía intención de ir a ninguna parte. Aquellos tíos eran unos animales. Se fijó en la forma con que aquel tipo, a lo pistolero y con malas intenciones, salía por la puerta de detrás de su examigo.

El camarero entornó los ojos.

«¿Quiénes eran esos tíos?», preguntó Franklin.

El camarero sacudió la cabeza. «No sé. No son de la parroquia. Daban mal rollo, así que pensé que lo mejor sería seguirles la corriente.»

«Me tomaré otro scotch; doble», dijo Franklin con nerviosismo. Lo necesitaba para dejar de temblar.

El camarero regresó con un whisky doble. Franklin echó mano al bolsillo en busca de su cartera. Había desaparecido.

Salió fuera a la carrera donde estarían peleando los dos bronquistas, pero no estaban peleando. Habían desaparecido. Miró de un lado a otro de la vía pública a oscuras. Le habían dejado sin todas sus tarjetas y sus billetes grandes. Comprobó el dinero que llevaba en los bolsillos del pantalón. Treinta y siete libras.

El camarero apareció en el umbral de la puerta. «¿Me vas a pagar esa copa o qué?», le dijo agriamente.

STONE ISLAND

Davie Creed se había abastecido de pastillas y polvos para el fin de semana, pero aquella noche parecía que todo el mundo quería. Así era el festival. La tal Lisa molaba. Su amiga también tenía un polvo, aunque tenía cara de pocos amigos. Creedo intentó que se quedaran pero estaban ansiosas por marcharse. Habría intentado localizarlas más tarde, pero el teléfono no paraba de sonar. Más tarde aparecieron Rab Birrell y Johnny Catarrh con un gordo cabrón de pelo rizado y una bruja delgaducha con acento americano. Parecía una versión envejecida, más a lo Belsen, de Ally McBeal, esa de la tele. Quizá tuviera un polvo si ibas bolinga.

El capullo de los rizos tenía una pinta de lo más dudosa. A Creedo no le gustó la forma con la que miraba las torres y la tele. Si ése no era mangui, no lo era nadie… Vaya tirado. ¡Y Rab Birrell con una camiseta de los Hibs! Creedo acarició la etiqueta desabrochable de Stone Island de su camisa; su reconfortante presencia le aseguraba que el mundo no había enloquecido, o si lo había hecho, él había logrado quedar al margen de su locura.

Terry había oído hablar de Davie Creed. No se había dado cuenta de las cicatrices tan evidentes que tenía. Lo cierto es que era una impronta de lo peorcito. Catarrh había dicho que alguien le tumbó, le colocó una caja de botellas de leche en la cara y le saltó encima. Normalmente, uno se tomaba las historias de Catarrh con un grano de sal, pero en este caso parecía que eso fuera exactamente lo que había sucedido.

Por más que lo intentara, Terry no podía dejar de mirar las cicatrices de Creedo. Creedo se dio cuenta y lo único que pudo hacer Terry fue sonreír y decir: «Gracias por el suministro, colega.»

«A estos chicos les suministraré siempre», dijo, tomando buen cuidado de dejar a Terry fuera de juego del modo más frío posible.

Rab Birrell miraba a Davie. No había engordado, y tenía la misma mata de pelo rubio, pero la cara se le había hinchado y enrojecido de forma incongruente, probablemente debido al alcohol y la perica. A alguna gente le hacía ese efecto. Captando las tensas vibraciones que había en la habitación, Rab dijo lo primero que se le vino a la cabeza. «La otra noche vi a Lexo…», pero perdió la convicción con que lo decía al recordar que Creedo y Lexo habían reñido hacía mucho tiempo y nunca volvieron a llevarse bien, «en el Fringe Club».

Terry dijo algo así como: «¡Así que ahí es donde beben ahora todos los chicos elegantes!»

Creedo contuvo su rabia silenciosa. Birrell y Catarrh habían traído a su puta casa a un borrachín callejero sobradillo y ahora iban mentando al puto Lexo Setterington. «Bien, tengo cosas que hacer, ya nos veremos.» Creedo indicó la puerta con la cabeza y Rab y Johnny estuvieron encantados de marcharse.

Al final de la escalera, Terry dijo: «No me digáis que no estaba picajoso ese cabrón…»

«Tenemos las drogas, Terry, eso es lo único que queríamos.»

«No cuesta nada tener modales, ¿qué clase de impresión de los escoceses es ésa para darle a una visitante americana?»

Rab se encogió de hombros y abrió la puerta. Vio un taxi por el rabillo del ojo y se metió en la calzada de un salto, parándolo.

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