Cola

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4. Aproximadamente 2000: Ambiente festival » Edimburgo, Escocia: 8.26 de la mañana

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«¿Y qué?», dijo Lisa, enderezándose en la silla y mirándole fijamente.

«Que le corrompieron los ingleses. Escocia no tuvo nada que ver.»

«No sé cómo puedes decir eso cuando el tío se crió en Aberdeen», dijo Johnny sacudiendo la cabeza y tragando unos mocos. La perica le estaba jodiendo la tocha de mala manera. Parecía escurrirse por la parte de delante y bloquearse por la parte de atrás. ¿Cómo era posible? Puta nariz.

«De todos modos, Aberdeen», se mofó Terry. «¿Qué otra cosa se puede esperar de esos capullos? Allí se follan al ganado, así que mucho respeto por las personas no van a tener, ¿o no es así?»

Johnny luchaba por respirar y por seguir el hilo argumental de Terry. «¿Qué quieres decir con eso?»

«Piénsalo: un capullo de ésos llega a una gran ciudad y no encuentra ovejas de las que abusar, así que se vuelve contra la gente y empieza a abusar de ella. Es la sociedad moderna», argumentó Terry, «dejar viajar a esos capullos, sacarles de su hábitat natural; eso les confunde», dijo encogiéndose de hombros, interrumpiéndose y haciéndole un gesto con la cabeza a Lisa. «De todas formas, esta conversación se está poniendo un poco deprimente. Así que me parece que va siendo hora de meterse otro tirito», dijo, sacando una papelina de cocaína del bolsillo.

Rab y Johnny empezaron a tararear el riff de

The Eye of The Tiger mientras Terry empezaba a preparar más rayas de coca. En ese momento oyeron ruidos en el buzón de la puerta y se miraron los unos a los otros, sobrecogidos de paranoia, sobre todo Alec. «¡Guarda esa mierda! ¡No quiero drogas en mi casa!», cuchicheó con apremio.

Terry sacudió la cabeza y se pasó la mano por los rizos. Los llevaba bien sudados. «No es más que el correo, tonto del culo. Tú tendrías que saberlo. Esto», hizo notar, mientras miraba las rayas de cocaína, «no es más que un poquito de relaciones públicas. ¡Ponte al día, Alec, no seas tan dinosaurio!»

Era efectivamente el correo, y Alec fue a recogerlo, mientras gruñía. «Pues no esperes que yo toque esa mierda; os matará», resolló, levantándose entre las risas de los demás, que se daban codazos unos a otros, indicando con gestos de la cabeza las latas y las botellas desperdigadas por toda la cocina. Se callaron como unos niños traviesos en presencia del maestro cuando Alec regresó con unas gafas de montura negra puestas, escrutando el recibo del teléfono. «Tengo que terminar ese trabajo para Norrie, Terry», gimió.

«Enseguida, Alec, enseguida.»

Se echaron otra raya de blanca; todos menos Alec. La cocaína parecía cambiar las dimensiones de la cocina. Al principio parecía íntima y acogedora, a pesar de su aspecto miserable, pero ahora parecía como si las paredes avanzaran lentamente mientras ellos se dilataban cada vez más. Todo el mundo levantaba la voz por encima de los demás en medio de una cacofonía estrepitosa. Los platos sucios, sin fregar, los olores de fritos rancios, todo ello se tornó molesto y les distraía. Decidieron bajar al Fly’s a tomar unas cuantas cervezas.

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