Cobra

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COBRA II » BLANCO

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BLANCO

La habitación es blanca, la ventana cuadrada.

En el marco de un muro vacío —El pensamiento: hilos incandescentes—, limitado por la cal, luz gris compacta, de lluvia fina —bifurcándose, entretejiéndose: los flagelos de un pez:— un cuadrado se dibuja, avanza; vibran los bordes.

Más lejos huye hacia el fondo, oscila —red sin orden, zafadas cifras de fuego—, va a caer un cuadrado negro.

muro

ventana abierta lluvia

a lo lejos un postigo cerrado

un cuadrado blanco que contiene

un cuadrado gris que contiene

un cuadrado negro.

Del pene brotan dos ríos —tu piel es un mapa:—: uno, impetuoso, asciende por el lado derecho del cuerpo, ronco, arrastrando arena —te cubro de yeso, con tinta negra y un pincel finísimo te dibujo, ascendiendo por el lado derecho, en un torrente que con mi respiración crece, engarzadas unas en las otras, las consonantes;— ; el otro, manso, claro, sube por el costado izquierdo, lentas espirales verdes, algas en los meandros, rumor de polen cayendo, transparencia —te dibujo las vocales.

El centro de tu cuerpo:

seis corolas,

seis nudos,

seis parejas templando.

El semen retenido:

sílabas que se anudan:

ajorcas los tobillos,

letras las rodillas,

sonidos las muñecas,

mantras el cuello.

El semen retenido:

serpiente que se enrosca y asciende: cascabeles entre las bisagras de las vértebras: alrededor de los huesos aros de escama y piel luciente: aceitados cartílagos se deslizan, ciñen la médula.

Loto que estalla en lo alto del cráneo. Pensamiento en blanco.

Una línea negra limita la figura

tres canales la surcan

que interrumpen flores

el cuerpo

tres ejes

letras los pétalos.

Regresaron al sótano por las cantinas del puerto, bebiendo cerveza y dando manotazos en las vitrinas —chillaban las tejedoras—. Con la venta del jacket del difunto se pagaron varias rondas, un baño de vapor, té y mariguana.

Escogieron a dos indonesias recién llegadas que rociaban la cama con agua de jazmín, masturbaban con la punta de los dedos empapados en alheña y alcanzaban las dilataciones caudales gracias?. un método respiratorio que escandían samsáricos suspiros.

Con toqueteos y risotadas atravesaron las hileras de Budas y otros liberados de cabeza hueca. Bajaron por los peldaños incompletos. Cerraron la escotilla.

En un cráneo —en el fondo, ante un óvalo azul, un niño rojo, brillante y pulido, como de pórfido, los pies unidos por los talones; a su alrededor, entre nubes moradas, los bodisatvas— reunieron los alimentos, los mezclaron y amasaron: tripas malolientes, que del vellón interior rezumaban una grasa negra, cerdas y párpados que recorrían hilillos de sangre fresca, riñones y testículos, pezuñas, hígados. Chafarrinón verdoso, chorreaban sobre el hueso hiel y suero.

Se desnudaron entre carcajadas.

Se hartaron del cráneo. Fornicaron sobre uñas y coágulos.

Se ornaron con groseros atavíos de hueso.

Con exceso de condimentos

y voluntaria brutalidad

comieron carne de hombre

de vaca

de elefante

de caballo

de perro.

Molido y disuelto en leche y jugo de almendras, en una copa de estaño bebieron bange.

Coronaron el banquete las cinco ambrosías:

sangre de Cobra

orine de Tigre

excremento de Tundra

saliva de Escorpión

semen de Totem.

A Cobra

A Tigre

Círculos (colores), anagramas ígneos: viste el cráneo al revés, rebosante: respirando aún las visceras, sin ritmo palpitaban los tejidos. Transparencia amarilla: se empozaban los humores en los alvéolos vacíos, chorreaban por los maxilares, por las cuencas de los ojos perforadas al fondo, hasta el cono occipital, dejando en la frente sus fracturas, hasta el suelo, lento licor de almeja. Densidad del pus, hilo hialino de baba, linfa que gotea —por la boca— del —por los pies— colgado, almíbar, veta de miel, orine.

Del vacío surgió la sílaba yam y de ésta el círculo azul del aíre.

RAM círculo rojo

del fuego

a tres cabezas

de hombre que pestañeaban, te miraban burlones de reojo, abrían la boca, te hacían guiños, te sacaban la lengua: risillas ¿qué susurraban? Se les iba cuarteando la piel enharinada.

Sobre ese trípode, el cráneo, custodia de oro, inmenso como el espacio.

Sobre el cráneo:

OM blanco

A rojo

HUM azul

De las sílabas parten rayos.

(La poción en el cráneo hierve.)

Te reías solo.

—¿Con qué la ligaste? —te preguntó el último de los yerbaditos de la Rembrandt.

El mismo disco. La puerta que se abre. El pie fluorescente.

Estaban derrumbando el bar.

A Tundra

Acuéstate del lado derecho, la cabeza apoyada sobre la mano abierta. Que caigan, vertical a tu cuerpo, fijos en la furia del sueño, de león, tus cabellos. En tu corazón un vaso octogonal de vidrio. Un loto fuerte. Colores asignados a los pétalos. Una A en ese trono, fiera de piel luciente. De otra blanca, segura, en lo alto de la testa, emergen en torrente innumerables a hacia la A del vaso: caída de rápidos signos, minúsculos pájaros blancos, piedrecillas de leche, rocío que regresa a la cúspide.

Una A roja sobre tu sexo. Brasas, resplandor que asciende hasta la A del vaso, colibríes trizados; descenso de flechas sangrando.

Rápidos aros de escarcha, átomos de granate circunscriben tu cuerpo.

Cuando sitie el sueño —mandala de animales mudos, lento oleaje de lava— absorbe todas las letras en la letra del centro.

Cierre el loto.

El muro blanco, la ciudad que va borrando la lluvia, el postigo a lo lejos.

Lo demás y tu yo: cero.

A Escorpión

A un elefante jíbaro enloquece un adarme disuelto en leche. Lo sabías cuando los viajeros quietos, acurrucados entre los escombros del bar, te pasaron la piedrecita negra. Da patadas, muge el paquidermo, sangra la trompa, vomita un quintal de yerba. Lo sujetan diez camaroneros paquistanos cuando Ganecha, echando chispas, llega al estuario. Se hunde en el lodo buscando fresco.

Con una gillete raspaste la textura que trufaban granos amarillos, con las uñas desprendiste las escamas opacas. Papel dulzón. Las disimulaste entre la picadura.

Nada.

Sí. El estómago lleno de hielo. Calambre en los pies. Una cuerda que vibra. Por la nariz un soplo fétido, azogue por las orejas. Corriste al MEN. Habían arrancado el lavabo.

Hierros arrastrados. Al de címbalos sacudidos entre llamas sucede el chasquido de granadas que revientan contra el suelo. Vidrios sobre gastadas losetas negras. Sobre pies desnudos gotas de sangre. Estiletes-cobra. Lenguas perforadas.

Te rodeaban los posesos desnudos, con garfios enterrados en la espalda arrastrando templetes de hojalata, carros chorreando miel con pasteles de hojaldre que ocultaban las moscas, ungidos falos de pórfido.

Familias de macacos tocaban flautines entre bandejas de higos, flores, dioses recién nacidos agitando marugas, los labios carcomidos, risita de sarcoma.

El pelo negro y lacio cayendo hasta los pies sobre un manto color grosella, la frente pintarrajeada de signos negros —chillan los ratones devorando trigo—, el oficiante se acercaba.

Al fuego, bruñidos con aceite, relucientes un instante en el aire lleno de pétalos, caían los cadáveres.

Alacranes les anidaban en las orejas.

Cuervos les cubrían los pies helados.

Hongos les brotaban en las órbitas.

Serpientes les entraban por el ano.

Con una cucharita

les raspaban los ojos,

ostras empecinadas

que engullían los monos.

A Totem

Por el suelo, con una de las indonesias enlazado, rodabas.

El oficiante penetraba la otra ante un dios de cien manos y en ellas cien pupilas desorbitadas.

Con el olor de sus cabellos unidos en una trenza, untuosos, te llegaba el de las visceras quemadas.

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