Cobra

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COBRA I » TEATRO LÍRICO DE MUÑECAS

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wouwei. Para ello, como los antiguos soberanos chinos, adoptaron grandes sombreros de los cuales caía una cortina de perlas destinada a cubrirles los ojos. Llevaban orejeras. Obturando esas aberturas se cerraban al deseo. No tocaron más a los enfermos ni los nombraron; los exilaban con perífrasis barrocas: fueron el Nilo —por sus crecidas periódicas—, el Ocupante, el Insumergible. Imperturbables ante los nuevos síntomas, se acercaban cada vez más a la ataraxia por medio de la alquimia interior y la respiración embrionaria.

Cuando liberaban los sentidos era para entregarse al estudio de las tablas de correspondencia. Si Cobra se alimentaba de rocío y emanaciones etéreas del cosmos, si se tapaba la nariz con un algodón formolado entre el mediodía y la medianoche, fosa del aire muerto, era para desalojar al demonio cadavérico que se había apoderado de su tercer campo de cinabrio —bajo el ombligo y cerca del Mar del Aliento—, ser maléfico, apostado en los pies, que la vaciaba de esencia y médula, le desecaba los huesos y blanqueaba la sangre.

El error que habían cometido estaba previsto por la higiene taoísta: el “gusano” se alimentaba precisamente de plantas de olor fuerte.

Por la noche, mientras la Madre dormía, Cobra “paseaba al homúnculo”. Así había visualizado, siguiendo los consejos de la

Materia Médica, al soplo de los Nueve Cielos. Entraba por la nariz el enano y, conducido por la visión interior, que no sólo ve sino ilumina, recorría todo el cuerpo, deteniéndose largamente en los pies para reforzar los espíritus guardianes; luego se retiraba por el Palacio del Cerebro.

Viendo que empalidecía, la Señora la rodeó de drogas superiores. Alrededor del sofá circular en que yacía, blanca como una grulla, dispuso platillos de esmalte rojo con bermellón, oro, plata, los cinco hongos, jade, mica, perlas y oropimente. En una tableta de bambú, que luego dividieron en dos, redactaron un contrato con los dioses: prometían respetar la gimnasia, la higiene sexual y la dietética; exigían en cambio la cura y reducción inmediatas. Con esa escritura como talismán, la Señora subiría a la montaña; parado sobre una tortuga y surgiendo entre jinjoleros, un Inmortal le entregaría en un cofre de laca el producto de la novena sublimación; éste, debidamente aplicado, operaría el milagro.

Los Innombrables no fueron del todo insensibles a esa mística. Se hicieron húmedos, mansos, porosos. Sudaban un líquido incoloro, agua de lluvia que al secarse dejaba un sedimento verde. En él aparecieron islotes más densos, colonias espesas, respirantes conglomerados de algas. Los poros se dilataron. La transpiración cesó. Cobra tuvo fiebre.

Una noche, obturados los sentidos, cerrada a la distracción exterior pero alerta al espacio de su cuerpo, Cobra sintió que los pies le temblaban; unos días después, que algo se le rompía en los huesos; la piel se dilataba.

Abandonaron sombreros y orejeras.

Pasaron la noche observándolos.

Al amanecer brotaron flores.

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