City Life

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City Life

1.

Elsa y Ramona se instalaron en la complicada ciudad. Encontraron sin mucho problema un apartamento de varias habitaciones en Porter Street. Colgaron cortinas. Lo decoraron con adornos de papel brillante de una tienda japonesa.

—Sería mejor que le dijeras a Charles que no puede venir a vernos hasta que todo esté listo.

Ramona pensó: No tengo gana ninguna de que venga. Se meterá en una habitación con Elsa y cerrarán la puerta. Y yo me quedaré fuera leyendo las noticias financieras. Restricciones Económicas en La Gran Bretaña. Fluctuación de Valores. Pasará el tiempo. Después, aparecerán. Actuando como si no hubiera pasado nada.

Elsa preparará café. Charles se servirá, en el café, brandy de su botellita plateada. Todos tomaremos café con brandy. ¡Puaf!

—¿Dónde vamos a colocar las guías de teléfonos?

—Ponlas ahí encima, junto al teléfono.

Elsa y Ramona fueron a la tienda de plantas de precio único (2 dólares). Fuera había un hombre vendiendo plumas de pavo real. Elsa y Ramona compraron varias plantas trepadoras en tiestos blancos de plástico. El propietario colocó las plantas en bolsas de papel marrón.

—Riéguenlas todos los días, muchachas. Consérvelas húmedas.

—Así lo haremos.

Elsa emitió una melancólica reflexión sobre la vida ¡cada vez pasa más deprisa! Ramona dijo: ¡Todo es tan complicado!

Charles aceptó un cargo de mayor responsabilidad en otra ciudad.

—Podré venir algún que otro fin de semana.

—¿Se trata de verdad de un trabajo?

—Por supuesto, Elsa, ¿Es que crees que iba a engañarte?

Llevaba un traje gris extremadamente oscuro, casi negro; se había afeitado el bigote.

—Claro, con esa ropa no te va bien el bigote.

Ramona oyó a Elsa sollozar en su dormitorio. Supongo que debería simpatizar con ella, pero no es así.

2.

Ramona recibió la siguiente carta de Charles:

Querida Ramona:

Gracias, Ramona, por tu interesante y curiosa carta. Desde luego que me daba cuenta de que estabas allí, en el cuarto de estar, cuando visitaba a Elsa. Muchas veces te he observado, y no te considero en ningún sentido inferior a la propia Elsa. Tu gusto para vestir me causaba una agradable vibración, también. No me pasaron desapercibidas tus piernas, más esbeltas que las suyas. Pero el problema es que, cuando dos muchachas viven juntas, uno ha de elegir. En nuestra sociedad, uno no puede tenerlas a las dos. Esta prohibición la imponéis las muchachas, principalmente, junto con las señoras de más edad que si fueran sinceras, probablemente no se preocuparían, pero creen, sin embargo, que han de mantenerse las normas. Yo tengo a Elsa, por lo tanto no puedo tenerte a ti. (Sé que existe un problema filosófico respecto al «ser» y al «tener», pero no puedo analizarlo ahora porque apenas tengo tiempo, debido a mi nueva ocupación). Esto es todo por el momento, admirable Ramona. Ésta es la situación. Por supuesto, el futuro puede ser diferente. A menudo lo es.

Apresuradamente.

Charles.

—¿Qué estás leyendo?

—Oh, sólo una carta.

—¿De quién?

—Oh, de un conocido.

—¿Quién?

—Oh, nadie.

—Oh.

La madre y el padre de Ramona vinieron a la ciudad desde Montana. El flaco padre de Ramona se hallaba en la acera de Porter Street con un traje de oficinista y un sombrero blanco de vaquero. Observaba su coche. Miró desde las escaleras de la casa y luego miró desde la acera por un momento, y después miró desde los escalones de nuevo. La madre de Ramona hurgaba en las maletas buscando el regalo que había traído.

—¡Madre! ¡No debisteis traerme un regalo tan caro!

—¡Oh! No es caro en absoluto. Queríamos comprarte algo para el nuevo apartamento.

—¡Un grabado original de René Magritte!

—Bueno, no es muy grande. Es uno de los pequeños.

Siempre que Ramona recibía una carta dirigida a ella, desde su casa de Montana, le llegaba abierta, con las palabras «Perdón. ¡Abierta por error!» escritas en el sobre. Pero ella lo olvidó contemplando el maravilloso grabado de Magritte, un dibujo de un árbol con una luna creciente recortada en un ángulo.

—¡Es fantásticamente bello! ¿Dónde lo colgaremos?

3.

Las dos muchachas se matricularon en la universidad, en la facultad de derecho.

—Tengo entendido que en la facultad de derecho exigen mucho, dijo Elsa, pero eso es lo que queremos, un auténtico desafío.

—Sois las primeras chicas admitidas en nuestra facultad, observó el decano. Aquí vienen principalmente hombres. Algunos, extranjeros. Ahora voy a deciros tres cosas en las que habéis de ser sumamente cuidadosas: 1) No intentar ir demasiado lejos con demasiada rapidez. 2) Usar vestidos sencillos. Y 3) Tomar las notas claramente. Y si yo oigo las palabras «Yiu ju» resonar por el patio, seréis expulsadas de inmediato. En esta facultad no se usan tales palabras.

—Me agrada lo que voy viendo, dijo Ramona en voz baja.

Satisfechas con su inscripción, las dos muchachas deambularon por Pascin Street para saborear su animado ambiente. Estaban entonces más unidas que nunca. Por supuesto no querían llegar a estar demasiado unidas. Temían llegar a estar demasiado unidas.

Elsa conoció a Jacques. Estaba muy comprometido en la lucha.

—¿Por qué se lucha exactamente, Jacques?

—¡Dios mío, Elsa, tus ojos! Jamás he visto ese oscuro matiz en los ojos de nadie. Jamás.

Jacques llevó a Elsa a un restaurante mejicano. Elsa atacó su cabrito con queso[7].

—¡Pensar que este guiso fue una vez un cabritillo!

Elsa, Ramona y Jacques contemplaban el amanecer que iba filtrándose entre las enredaderas. Formas de plateada luz y todo lo demás.

—¿No tienes miedo de que se presente Charles inesperadamente y nos encuentre?

—Charles está en Cleveland. Además, le diría que tú estabas con Ramona. Elsa sonreía entre dientes.

Ramona se deshacía en lágrimas.

Elsa y Jacques intentaron consolar a Ramona.

—¿Por qué no haces una de esas excursiones programadas de 21 días a un «parque natural»?

—¡Si yo fuera a un «parque natural», resultaría no ser más que un horrible pantano!

Ramona pensaba: entrará en la habitación con Elsa y cerrarán la puerta. Pasará un rato. Después saldrán y actuarán como si nada hubiese pasado. Después el café. ¡Puaf!

4.

Charles en Cleveland.

«Blancura».

«Escepticismo vital».

Charles escalaba muy rápidamente en la jerarquía de Cleveland. No se dio en su caso esa situación que se produce a veces en la que los directores se sienten amenazados por subordinados muy dotados y no les asignan responsabilidades realmente importantes sino que los marginan a lugares en los que se desperdicia su potencial. El ferviente corazón de Charles le llevó a los más altos niveles. Fue Charles quien indicó que ciertas operaciones se habían llevado a cabo más eficientemente «cuando las catedrales eran blancas», y con el tiempo, toda la estructura de Cleveland se organizó alrededor de estas ideas clave «blancura» y «escepticismo vital».

Dos hombres sujetaron a Charles en el suelo, y un tercero deslizó una aguja en su cadera.

Despertó en una habitación vagamente familiar.

—¿Dónde estoy?, preguntó a una persona con aspecto de enfermera que apareció respondiendo al timbre que él había tocado.

—Porter Street, dijo aquella criatura, Mlle. Ramona le verá enseguida. Entretanto, beba un poco de este zumo de naranja.

Bueno, se dijo Charles. No puedo sino admirar los arrestos y la maña de esta brava muchacha que me quiere tanto que ha maquinado todo —mi secuestro en Cleveland y mi traslado a estas habitaciones queridas donde en otro tiempo fui agasajado por la bella Elsa. Y ahora he de ver si mis ideas clave me sacan de este «aprieto», pues de un «aprieto» se trata. Yo no debía haber escrito aquella carta. ¿Y si escribiera otra carta, una continuación?

Charles dio forma en su mente a esta carta para Ramona.

Querida Ramona:

Ahora que estoy de vuelta en tu casa, atado a esta cama, con estas bandas de acero alrededor de mis tobillos, comprendo que quizás mi carta anterior fue mal interpretada, etc., etc.

Elsa entró en la habitación y vio a Charles atado a la cama.

—¡Esto va contra la ley!

—Siéntate, Elsa. Como eres estudiante de derecho, quieres imponer el dominio de la ley en todas partes. Pero hay cosas que no tienen nada que ver con la ley. Algunas cosas tienen que ver con el corazón. El corazón, que era nuestro gran emblema y nuestra enseña, cuando las catedrales eran blancas.

—Estoy preocupada por Ramona, dijo Elsa. Ha estado faltando a clase, y se entrega a la hilaridad, a expensas del derecho.

—¿Chistes?

—Burlas. Y ahora esto. Tu secuestro.

Charles y Elsa contemplaron por la ventana, el magnífico día.

—Mira el azul del cielo. Qué maravilloso. Después de todos estos días grises que hemos tenido.

5.

Elsa y Ramona, en pijama, contemplaban el televisor Motorola.

—¿Qué otras cosas hay? preguntó Elsa.

Ramona miró el periódico.

—En el 7 «Johnny Allegro» con George Raft y Nina Foch. En el 9, «Johnny Angel» con George Raft y Claire Trevor. En el 11, «Johnny Apolo», con Tyrone Power y Dorothy Lamour. En el 13 «Johnny Concho», con Frank Sinatra y Phyllis Kirk. En el 2 «Johnny el Obsceno», con Tony Cuttis y Piper Laurie. En el 4, «Johnny el Ansioso», con Robert Taylor y Lana Turner. En el 5, «Johnny Reloj», con Dick Powell y Evelyn Keyes. En el 31, «Johnny Problemas», con Stuart Whitman y Ethel Barrymore.

—¿Cuál es el que estamos viendo?

—¿Qué hora es?

—Las once treinta y cinco.

—«Johnny Guitar», con Joan Crawford y Sterling Hayden.

6.

Jacques, Elsa, Charles y Ramona, sentados en fila contemplando la danza del sol. Jacques estaba sentado junto a Elsa, y Charles junto a Ramona. Por supuesto, Charles estaba también sentado junto a Elsa, pero se inclinaba hacia Ramona casi todo el rato. Sería difícil decir cuáles eran sus intenciones. Tenía las manos en los bolsillos.

—¿Qué tal la lucha, Jacques?

—Bastante bien, realmente. Desde el Manifiesto del Whiskey se han incorporado cientos de nuevos miembros.

Elsa se inclinó por delante de Charles para decirle algo a Ramona.

—¿Regaste las plantas?

Los danzarines del sol golpeaban el suelo con espigas de trigo.

—¿Se espera que eso haga salir el sol o qué? preguntó Ramona.

—Oh, yo creo que es simplemente una forma de… honrar al sol. No creo que se espere lograr nada.

Elsa se levantó.

—¡Eso va contra la ley!

—Siéntate, Elsa.

Elsa quedó preñada.

7.

«Este joven, un hombre ya aunque sólo tenga dieciocho años…».

Gran escena de boda

Charles observa detenidamente la iglesia

Charles y Jacques bombardeados con flores

Padres y madres tomando el tranvía

El sacerdote elevando las manos

Evacuación de la sacristía: amenaza de bomba

Lujosos coches negros con cintas en las ruedas

En los balcones hay hombres que parecen estar haciendo señas o aplaudiendo

Luces de tráfico

Trozos de pastel azul

Champagne

8.

—Bueno, Ramona, estoy contenta de que viniéramos a la ciudad. A pesar de todo.

—Sí, Elsa, a ti te ha salido bien. Ahora eres la señora de Jacques Tope. Y pronto tendrás un pequeño.

—No tan pronto. Faltan ocho meses. Hay algo que me entristece, sin embargo. No me agrada en absoluto dejar la facultad.

—No te preocupes. La ley necesita ciudadanos informados tanto como profesionales. Tu formación no se desperdiciará.

—Eres muy amable. Bueno, adiós.

Elsa y Jacques y Charles se fueron al dormitorio posterior. Ramona se quedó fuera, con el periódico.

—Bueno, supongo que también tengo que preparar café, se dijo. ¡Traidores!

9.

Sonrientes aristócratas paseando arriba y abajo por las calles de la ciudad.

Elsa, Jacques, Ramona y Charles se dirigían en coche hacia el lugar donde se hallaban las pista de catreras y la galería de arte. Ramona tenía Heineken y todos los demás también. Las galerías estaban llenas de sonrientes aristócratas que llegaban en sus carruajes tirados por danzarinas parejas. Algunos procedían de Flushing y Sao Paulo. Se hablaba de la deuda consolidada; se comentaba la conducta de la Reina. Todos los caballos iban muy bien; y también los cuadros iban muy bien. Los sonrientes aristócratas chupaban las empuñaduras doradas de sus bastones un poco más.

Jacques esgrimía sus notas del New Yorker Theatre, en el que se había empapado en los clásicos cuando tenía doce años.

—Recuerdo los espléndidos desperdicios bajo los asientos, dijo, y recuerdo que odiaba ya entonces tanto como ahora a los sonrientes aristócratas.

Los aristócratas oyeron hablar a Jacques. Todos levantaron sus bastones, airados. Un centenar de bastones golpeando al sol, como un fardo de antihistamínicos cayendo de un aeroplano. Llegaron más aristócratas sonrientes en faetones y carruajes.

Como consecuencia de haberse ausentado de Cleveland durante ocho meses, Charles perdió su puesto allí.

—Es cierto que soy parte de la estructura aristocrática, dijo Charles, sonriente. No quiero decir que sea uno de ellos. Quiero decir que soy su creación. Ellos me mantienen esclavo.

Sonrientes aristócratas que inventaron el contrato de trabajos por administración…

Sonrientes aristócratas que inventaron el corredor de fincas…

Sonrientes aristócratas que inventaron la formica…

Sonrientes aristócratas enjugando sus rostros con un paño húmedo…

Charles se sirvió otro Heineken verde brillante.

—¡A la lucha!

10.

¡Los pintores puertorriqueños han venido, como hacen siempre cada tres años, a pintar el apartamento!

Los pintores, Emmanuel y Curtis subieron cubos, rodillos, escaleras y ropas de faena hasta el apartamento.

—¿Con qué tono de blanco quieren que pintemos el apartamento?

Una consulta.

—¿Qué tal un blanco sencillo?

—Bien, dijo Emmanuel. ¡Qué magnífico aparato de televisión Motorola tiene ustedes! ¿Podrían cambiarlo al canal 47, por favor[8]? Hay una película que nos gustaría ver. Podemos pintar y mirar al mismo tiempo.

—¿Qué película es?

Víctimas del Pecado[9], de Pedro Vargas y Ninón Sevilla.

Elsa hablaba con su marido, Jacques.

—Ramona me ha asustado.

—¿Por qué?

—Dijo que no se podía dormir con otra persona más de cuatrocientas veces sin aburrirse.

—¿Cómo lo sabe?

—Lo leyó en un libro.

—Bueno, dijo Jacques, sólo podemos hacer lo que realmente queremos un 11 por ciento de las veces. Durante toda la vida.

—¡Un once por ciento!

En los Jardines Ingres, el gran cantante Vientredeluna cantaba una canción de protesta.

11.

Vercingetórix, jefe de los bomberos, cogió su teléfono rojo.

—Hola, ¿eres Ramona?

—No. Elsa. Ramona no está en casa.

—¿Puedes decirle que el jefe de todos los bomberos la ha llamado?

Ramona salió de la ciudad un fin de semana con Vercingetórix. Fueron a la granja de éste, a unas ochenta millas de distancia. En la cocina de la granja, les atacaron los murciélagos. Vercingetórix no podía encontrar la escoba.

—Cúbrelos con una bolsa de papel. ¿Dónde hay una bolsa de papel?

—Los comestibles, dijo Vercingetórix.

Ramona tiró los comestibles al suelo. Los murciélagos revoloteaban por la habitación lanzando sonoros chillidos. Con la gran bolsa de papel en sus manos, Vercingetórix hacía débiles ademanes de captura dirigidos a los murciélagos.

—Oh Dios, como se me enrede uno en el pelo, dijo Ramona.

—No quieren meterse en la bolsa, dijo Vercingetórix.

—Trae acá la bolsa, si se me enreda uno en el pelo, me moriré aquí mismo ante tus narices.

Ramona metió la cabeza en la bolsa de papel justo cuando un murciélago se lanzaba hacia ella.

—¿Qué fue eso?

—Un murciélago, dijo Vercingetórix, pero ni siquiera te tocó el pelo.

—Condenado, dijo Ramona dentro de la bolsa, ¿por qué no puedes quedarte en la ciudad como los otros hombres?

Vientredeluna emergió de los arbustos y cubrió de besos los brazos de Ramona.

12.

Jacques convenció a Vientredeluna de que actuara en una función a beneficio de los firmantes del Manifiesto del Whiskey que tenían un pequeño problema legal. Trescientos jovencitos sentados en la iglesia. Se pasaron bandejas de papel entre los asistentes. Se recogió bastante.

Vientredeluna interpretó una nueva canción titulada «El Sistema no Puede Resistir un Minucioso Análisis».

El sistema no puede resistir un minucioso análisis.

El sistema no puede resistir un minucioso análisis.

El sistema no puede resistir un minucioso análisis.

El sistema no puede resistir un minucioso análisis.

El sistema no puede resistir un minucioso análisis.

Etc.

Jacques habló poco y bien. Cayeron algunas monedas más en el escenario.

En la fiesta que siguió a la función benéfica, Ramona habló con Jacques, porque estaba guapo y respiraba triunfo.

—Dime algo.

—De acuerdo, Ramona, ¿qué quieres saber?

—¿Me prometes decirme la verdad?

—Por supuesto. No lo dudes.

—¿Puede fecundarse a una mujer con una canción?

—Creo que no. Yo diría que no.

—¿Posiblemente mientras duerme?

—No creo que sea muy probable.

—¿Qué tipo de mujeres tienen embarazos histéricos?

—Bueno, tú ya sabes, las muchachas nerviosas.

—Si un embarazo histérico acaba en nacimiento ¿sigue considerándose histérico?

—No.

—¡Cuernos!

13.

Jacques y Charles estaban intentando mover un Volkswagen. Cuando un Volkswagen tiene el freno echado se necesitan normalmente tres personas para moverlo.

Una tercera persona se acercaba calle abajo.

—Oiga, amigo, ¿podría echarnos una mano?

—Cómo no, dijo la tercera persona.

Charles, Jacques y la tercera persona agarraron con firmeza el VW y lo empujaron. Se movió hacia adelante dejando un espacio libre para aparcar donde antes sólo había medio espacio.

—Gracias, dijo Jacques. ¿Querría ayudarnos ahora a descargar esta furgoneta? Contiene materiales de imprenta pertenecientes al movimiento universal de lucha para liberarnos de las ideas pasadas que nos esclavizan.

—Desde luego.

Charles, Jacques y Hector transportaron los paquetes de impresos escaleras arriba hasta el apartamento de Porter Street.

—¿Qué es lo que dicen estos impresos, Jacques?

—Dicen que el gobierno ha prometido devolvernos parte de nuestro dinero si pierde la guerra.

—¿Es verdad eso?

—No. Y ahora, ¿qué os parece un trago?

Mientras bebían repararon en la funda negra del trombón bajo el abrigo de Hector.

—¿Es una funda de trombón?

Los ojos de Hector brillaban.

Vientredeluna sentado en el canapé, con su gran vientre cubierto de plantas y animales.

—Es bueno ser lo que uno es, dijo.

14.

Ramona dio a luz un viernes. Fue un varón.

—¡Pero Ramona! ¿Quién es el responsable? ¿Charles? ¿Jacques? ¿Vientredeluna? ¿Vercingetórix?

—Por desgracia fue un nacimiento virginal, dijo Ramona.

—Pero ¿qué significa eso respecto al niño?

—Nada, dijo Ramona. Simplemente que fue un nacimiento virginal. No atormentes tu linda cabecita con el asunto, querida Elsa.

Pese a los esfuerzos de Ramona por minimizar el nacimiento virginal, la gente insistió en preocuparse por el caso. Se dejaron caer por allí unos cardenales de la Sagrada Rota.

—¿Qué es lo que andas proclamando, mujer alocada?

—Yo no proclamo nada, Eminencia. Simplemente informo.

—¡Danos el nombre del que te ha comprometido!

—Fue un nacimiento virginal, señor.

El cardenal Maranto frunció el ceño.

—¡No puede haber otro Nacimiento Virginal!

Ramona bajó modestamente los ojos. El niño, Sam, estaba envuelto en una toquilla, sus pies sobresalían.

—Será mejor que le tapes los pies.

—Gracias, Cardenal. Lo haré.

15.

Ramona fue a clase a la facultad de derecho llevando a Sam en una mochila.

—¿Qué es eso?

—Mi hijo.

—No sabía que estuvieras casada.

—No lo estoy.

—¡Pero eso va contra la ley!, creo yo.

—¿Contra qué ley?

Toda la clase miraba al profesor.

—Bueno, existe una ley contra la fornicación, pero por supuesto no se cumple muy a menudo, ja ja. Es bastante difícil de cumplir, ja ja.

—He de decirle, repuso Ramona, que este niño no fue engendrado por varón. Fue un nacimiento virginal. Por desgracia.

Oleadas de burlas se alzaron en la clase.

Un estudiante llamado Harold se puso de pie.

—¡Basta ya! ¡Basta! ¿Qué es lo que estamos haciendo? ¡Burlarnos de esta excelente muchacha! ¡No lo permitiré! ¿No somos unos caballeros? ¿No se trata de una compañera? ¿O es que somos bestias salvajes? Esta Ramona, esta ramera… No, no es eso lo que quiero decir. Lo que quiero decir es que no debemos pensar en sus faltas sino en las nuestras. Pues, como Agustín nos dice, si por algún error o pecado nuestro nos embarga la tristeza, tengamos presente no sólo que la aflicción del espíritu puede ofrendarse a Dios, sino también las palabras: como el agua extingue las llamas, así la caridad extingue el pecado; y yo deseo, dice el Señor, misericordia más que sacrificio. Y por tanto, así como cuando se produce la amenaza de fuego debemos enseguida correr por agua para apagarlo, y debemos quedar agradecidos si alguien nos muestra un arroyo próximo, así si alguna llama de pecado se alza entre la hojarasca de nuestras pasiones, debemos regocijarnos pues nos proporciona la ocasión de realizar una obra de gran misericordia. Por tanto…

Harold se desplomó, abrasado por el fuego de su imaginación.

Un estudiante que se sentaba al lado de Ramona miraba fijamente los ojos de Sam.

—Son marrones.

16.

Vientredeluna estaba tocando su instrumento.

—¿Un himno en honor del nacimiento? ¿Deseo realmente escribir un himno en honor del nacimiento?

—¿Qué pienso yo realmente de este condenado nacimiento?

—Por supuesto está dentro de la tradición.

—¿Es ésta la auténtica finalidad de las ciudades? ¿Es éste el motivo de que todos estos individuos se hayan unido bajo el rojo, el blanco y el azul?

—Las ciudades son eróticas, de un modo deprimente. ¿Será esa mi línea?

—Por supuesto, suelo hacerlo mejor con algo en la línea de protesta. Sin embargo…

—Do… Fa… Do… Fa… Do… Fa… Sol…

Vientredeluna escribió «Las Ciudades Son Centros de Copulación».

El representante de la empresa discográfica entregó a Vientredeluna un disco de oro tras la venta de un millón de ejemplares de «Las Ciudades Son Centros de Copulación».

17.

Charles y Jacques estaban aún hablando con Hector Guimard, el antiguo virtuoso del trombón.

—El tuyo no es un problema moderno, decía Jacques. El problema hoy día no es la angustia sino la falta de angustia.

—Espera un minuto, Jacques. Aunque también yo creo que no hay nada malo en tocar el trombón, puedo comprender el sentimiento de Hector. Conozco un pintor que siente exactamente lo mismo respecto a su trabajo. Cada mañana se levanta, se lava los dientes y se coloca ante la tela vacía. Un terrible sentimiento de estar de trop se apodera de él. Sale a la calle y compra el Times, en el quiosco de la esquina. Vuelve y lee el Times. Mientras está entregado al Times se encuentra perfectamente. Pero el Times se termina pronto. Y la tela vacía sigue allí. Y entonces (por lo general) hace un trazo en la tela, cualquier tipo de signo que no es lo que él desea expresar. Es decir, cualquier vieja señal, sólo por tener algo en la tela. Entonces se siente terriblemente deprimido porque lo que hay allí no es lo que él sentía. Y llega la hora de la comida. Sale y se compra un bocadillo de pastrami. Vuelve y se come el bocadillo mientras observa con el rabillo del ojo la tela con aquel trazo inexacto sobre ella. Por la tarde, borra el trazo de la mañana, lo que le proporciona cierta satisfacción. El resto de la tarde se pasa en decidir sí aventurar o no otro trazo. El nuevo trazo, si es que se aventura alguno, será también, inevitablemente, inexacto. Lo aventura. Es inexacto. Es, realmente, la peor de las vulgaridades. Borra el segundo trazo. La angustia se va acumulando. Sin embargo, ahora la tela, debido a los trazos equivocados y a los borrones, ha adquirido un aspecto interesante. Va hasta A. and P. y compra comida mejicana y varias botellas de Carta Blanca. Regresa al estudio, toma la comida mejicana y bebe un par de botellas de Carta Blanca, sentado frente al lienzo. La tela, en primer lugar, ya no está vacía. Llegan amigos y le felicitan por tener un lienzo que no está vacío. Comienza a sentirse mejor. Ha arrebatado algo a la nada. El carácter de ese algo aún sigue indefinido —él no se siente en absoluto liberado. Y por supuesto, toda la pintura —todo el arte— camina por otro lugar, no está donde está su mente, y él lo sabe, pero sin embargo…

—¿Cómo se aplica esto al trombón? preguntó Hector.

—Tenía una idea clara de la relación cuando empecé a hablar, dijo Charles.

—Como dijo Goethe, la teoría es gris, pero el árbol dorado de la vida es verde.

18.

Todos en la ciudad veían una película sobre una aldea india amenazada por un tigre. Solo, Wendell Corey, se alzaba entre la aldea y el tigre. Y Wendell Corey había perdido su rifle. O más bien el tigre lo había hecho saltar de sus manos y le había dejado sólo con el cuchillo. Y además el tigre tenía el brazo izquierdo de Wendell Corey atrapado en su boca, hasta el hombro.

Ramona pensaba en la ciudad.

—He de admitir que estamos atrapados dentro del más exquisito y misterioso estiércol. Este estiércol se alza y palpita. Es multidireccional y tiene un rector. Describirlo exigiría cientos de miles de palabras. Nuestro muladar es sólo parte de uno mucho mayor —la nación-estado— que es a su vez creación de ese muladar de muladores, la conciencia humana. Por supuesto en todo esto hay también huellas de lo sublime —como cuando Vientredeluna canta, por ejemplo, o cuando se apagan todas las luces. ¡Qué época dichosa aquélla en que no había electricidad! ¡Si pudiéramos recrear aquel paraíso! Por ejemplo, olvidándonos todos a la vez de pagar los recibos de la luz. Los nueve millones. Recibiríamos más tarde esos pequeños avisos que indican que si no se paga en el plazo de cinco días, cortarán el suministro. Nos levantamos todos de nuestros asientos con el aviso en la mano. La misma idea penetrando en los nueve millones de cerebros. Nos guiñamos un ojo.

En la Compañía Eléctrica se produjo cierta inquietud cuando un espacio parapsicológico lanzó la idea de Ramona.

Ramona ordenó los nombres de diversas formas.

Vercingetórix

Vientredeluna

Charles

Vientredeluna

Charles

Vercingetórix

Charles

Vercingetórix

Vientredeluna

—Sobre mi han caído sus miradas. La fuerza fecundadora quizás fuera la de las miradas de todos ellos fundidas. De los millones de individuos que serpentean por la superficie de la ciudad, esa ondulante mirada deseosa me eligió a mí. La pupila se dilató para admitir más luz: más yo. Comenzaron a bailar pequeñas danzas de sugestión y miedo. Estas danzas constituyen una invitación de significado inconfundible. Una invitación que, si se acepta, arrastra a muchos caminos cenagosos. Yo acepté. ¿Había alternativa?

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