City Life

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Frase

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O una larga frase avanzando a un cierto ritmo página abajo en busca del final —si no el final de esta página el de alguna otra página— donde poder descansar, o detenerse un momento para pensar en los interrogantes que plantea su propia existencia (temporal), que concluye cuando se vuelve la página, o la frase desaparece de la mente que la rodea en una especie de abrazo, no necesariamente un abrazo ardiente, sino quizás más bien el tipo de abrazo disfrutado (o soportado) por la mujer que acaba de despertar por la mañana y va hacia el cuarto de baño para lavarse el cabello y tropieza con su marido que estaba en la mesa del desayuno leyendo tranquilamente el periódico, y no la vio salir del dormitorio, pero, al tropezar con ella, o ella con él, alza sus manos para abrazarla suavemente, de pasada, porque sabe que si le da un auténtico abrazo a tan tempranas horas, antes de que ella se haya sacudido los sueños, y se haya colocado sus trapos, no corresponderá, y hasta puede que se enfade un poco y diga algo ofensivo, y así el marido no pone en este abrazo toda la intensidad física o emocional de que es capaz pues no desea desperdiciar nada, de forma semejante, pues, cruza la frase por la mente más o menos, habiendo también otra forma de describir la situación, que es decir que la frase relampaguea en la mente como algo que alguien te dice mientras estás oyendo la radio a toda potencia, algún conjunto de rock, por ejemplo, con su sonido estremecedor, y así, con tu atención, o la mayor parte de ella al menos, ya ocupada, no queda mucho espacio en la mente para atender a nadie teniendo en cuenta especialmente que es muy probable que acabes de reñir con esa persona, la que hace la observación, porque la radio está muy alta, o algo por el estilo, y la idea que tú captas de la observación es que apenas si la has oído, pero que si tienes que oírla querrías que fuera durante el menor espacio de tiempo posible, y durante una guía comercial, pues inmediatamente después de la guía comercial pondrán una nueva canción rock de tu conjunto favorito, una grabación que jamás ha sido radiada y tú deseas oírla y reaccionar de una forma nueva, conforme a lo que estés sintiendo o puedas sentir en ese momento, si la amenaza de la nueva experiencia pudiese ser compensada temporalmente por la promesa de posibles beneficios, o lo que la mente hace ver como tales, teniendo en cuenta que éstos a menudo son realmente, frustraciones enmascaradas (no es que las frustraciones no sean, a veces, buenas para formar el carácter, enseñando que no sólo con el éxito corona uno su vida, sino que también las contrariedades contribuyen a ese moldeamiento de la personalidad que, procurando un firme temple para afrontar la vida, capacita para dejar ligeras huellas o marcas sobre la faz de la historia humana, la huella personal) y después de todo, buscar siempre el beneficio tiene algo de simple vanidad, como si buscaras adornar tu propia frente con laureles o lucir tus medallas en una merienda campestre cuando la invitación nada tenía que ver con ellas, y aunque el ego está siempre hambriento (según se dice) bien está recordar que lograr el éxito es casi tan insustancial como conseguir no lograrlo, que puede afectar a tu salud, y que bueno es dejar algunas migas sobre la mesa para el resto de tus hermanos, no barrerlo todo hacia la linda bolsita de tu alma, sino permitir también a los demás participar del festín, y si compartes de este modo con los demás, verás que las nubes te sonríen y que el cartero te trae cartas, y que hay bicicletas disponibles cuando quieres alquilar una, y muchos otros signos, aunque ocultos y limitados, de la aprobación (temporal) de la comunidad, o al menos de su deseo de permitirte creer (temporalmente) que no te considera tan falto de loables virtudes como te había dejado creer anteriormente, tal como podía interpretarse por su menosprecio de tus méritos, o de cualquier forma su firme negativa a reconocer tu básica humanidad y su secreto voto en contra del proyecto de que sigas vivo, emitido en sesión ejecutiva de sus organismos dirigentes, que como todo el mundo sabe, elaboran programas secretos de recompensa y castigo, causando ligeras alteraciones del

status quo, a tus espaldas, en varios puntos de la periferia de la vida de la comunidad, junto con otras empresas de condición no muy distinta, tales como producir películas que poseen cualidades o atributos especiales, como una película en la que toda la segunda parte sea un misterio sagrado y no se permita a las muchachas ni a las mujeres verla, o escribir novelas en las que el último capítulo sea una bolsa de plástico llena de agua, que puedes tocar pero no beber: de este modo, o modos, la vida mental subterránea de la colectividad se tergiversa, se niega, o se convierte en algo nunca imaginado por los planificadores que de vuelta del último seminario sobre la crisis de la dirección empresarial al preguntárseles lo que han aprendido responden que han aprendido a resignarse; la frase mientras tanto, aunque no insensible a estas consideraciones, tiene una ulcerante conciencia de sí misma que la induce a seguir su destino y a moverse con decidida rapidez de un lugar a otro sin perder ninguno de los «jinetes» que puede haber recogido sólo por hallarse allí, en la página, y girando a izquierda y derecha por ver qué hay allí, bajo aquel árbol de forma singular o más allá reflejado en el barril de lluvia de la imaginación, aunque sea verdad que en nuestra juventud nos enseñaron que las frases cortas, eran mejores (pero ¿qué quiere decir, no alude corta a cortedad? creo que probablemente quería decir «frases punzantes y

cortantes»; queriendo indicar frases que te hieran, que hagan sangrar tu cerebro si es posible y buscando la palabra se abre el diccionario por la p y me topo con «

Puntkach» que es un gran abanico indio que se cuelga del techo y es activado por un sirviente que tira de la soga ¡eso es lo que yo deseo para mi frase para mantenerla fresca!) somos lo bastante maduros ahora para superar el choque que significa saber que mucho de lo que nos enseñaron en nuestra juventud era erróneo o aquellos que lo estaban enseñando no lo entendían correctamente, o quizás lo matizaban un poco, debido a sus necesidades personales ya que los profesores, como seres humanos solían introducir ideas de su propia cosecha en su trabajo y a veces puede que estas ideas ni siquiera fueran de primera mano y aunque creyesen que estaban modernizando el «conocimiento» como había ordenado el Ministerio de Educación, podían haberse dado cuenta de que sus frases no poseían la fuerza arrolladora de las armas modernas cuyos proyectiles lo arrasan todo de punta a cabo (aunque bien es verdad que en aquel tiempo no disponíamos de tales armas) y podían haber tenido presente la incertidumbre básica de su proyecto (pues todos los proyectos inteligentemente concebidos ya se han echado a perder, como la luna y las estrellas) dejándonos, con nuestras mejores galas, hacer únicamente cosas como dirigir enérgicas guerras de desgaste contra nuestras esposas, que ahora ya se han despertado del todo y con sus faldas a rayas y sus jerseys ajustados se niegan tercamente a llevar prenda alguna bajo el suéter, explicando con todo detalle el significado político de su negativa a todo el que esté dispuesto a escucharlas, o a mirarlas, pero sin tocar, porque eso no

tiene nada que ver con el asunto, según dicen; dejándonos, a la postre, hacer únicamente cosas como lanzar hojas de papel por la habitación, intentando averiguar cuántas podemos mantener a la vez en el aire, lo cual nos da al fin un sentido de participación como si fuéramos el Buda, contemplando el misterio de su sonrisa, que necesita analizarse, y yo creo que lo haré bien ahora, mientras aún hay bastante luz, y te sientas ahí, en la mejor silla, y te desnudas completamente y colocas los pies en esa horma eléctrica —que evita la pneumonía— y te colocas esa bata blanca de hospital para cubrir tu desnudez —pues si haces todo eso estaremos listos para empezar— después me lavo las manos pues uno pesca gran cantidad de microbios en esta ciudad sólo con pasear por ahí al aire libre, y saludar a los conocidos, y hablar con los amigos, y copular con nuestras amantes, del modo normal (¡y muerte a nuestros enemigos! de paso), pero me estoy haciendo un pequeño lío, sólo por lo de lavarme las manos, porque no puedo encontrar el jabón, que alguien ha usado y no ha vuelto a dejar en la jabonera, todo lo cual es en extremo irritante, si tienes una bella paciente sentada en la sala de reconocimiento, sin más prenda que su bata, y atisbando sus lunares en el espejo con sus inmensos ojos marrones siguiendo todos tus movimientos (cuando no están mirando sus lunares, esperando que, como en una película de Disney, se exfolien) y su inmensa cabeza oscura preguntando qué irás a hacerle, con esa pregunta pintada en la cara, mientras el terapeuta decide lavarse las manos sólo con agua, y olvidar el jabón, y así lo hace, y luego mira a un lado y a otro buscando una toalla pero el servicio de toallas las ha recogido todas, y no hay toallas, así que seca las manos en los pantalones, en la parte trasera (para evitar manchas sospechosas en la parte delantera) pensando: ¿qué pensará de mí? y, ¡todo esto es muy poco profesional y tiene un aire desconcertante! intentando visualizar las contradicciones del punto de vista de ella si es que lo tiene (pero ¿cómo puede ella? ella no está en el baño) y entonces detenerse, porque en definitiva es su propio punto de vista el que le preocupa y no el de ella, y teniendo en cuenta esto con ligero y seguro paso, tal como puede verse en las obras de Bulwer-Lytton, llega al lugar que ella tan graciosamente ocupa y, tomándola por la mano, empieza a rasgar la resistente bata blanca de hospital (pero no, no podemos incluir ese tipo de

merde pornográfica en esta frase inteligente y majestuosa, que seguramente acabará en la Biblioteca del Congreso) (eso era sólo algo que pasó por su consciencia, cuando la miró, ya que sabemos que consciencia es siempre consciencia de

algo; ella no carecía totalmente de responsabilidad en el asunto) así pues, tomándola por la mano, se sumergió en el estupendo puré blanco de su pecho, no, quiero decir que le preguntó cuánto tiempo hacía de la última visita y ella dijo que una quincena, y él se estremeció y le dijo que con una situación como la suya (ella es un soldado inmensamente popular, y sus tropas ganan todas las batallas simulando ser un bosque, descubriendo el enemigo, a última hora, que aquellos árboles bajo los que han comido tienen ojos y espadas) (esto me recuerda el número que en 1845 representaba Robert-Houdin llamado

El Naranjo Fantástico, en que Robert-Houdin pedía prestado un pañuelo de señora, lo arrugaba entre las manos, lo introducía en un huevo, metía el huevo en un limón, metía el limón en una naranja, luego apretaba la naranja entre sus manos haciéndola cada vez más pequeña hasta que quedaba reducida a polvo, y entonces pedía un pequeño naranjo y esparcía el polvillo sobre él, tras lo cual el árbol explotaba en capullos, los capullos se convertían en naranjas, las naranjas se convertían en mariposas, y las mariposas se convertían en bellas jovencitas que se casaban con los espectadores), una situación tan poco propicia al intercambio social en directo de cualquier tipo, lo mejor que puede hacer es desistir y bajar los brazos y él se arrojará en ellos y juntos se permitirán un poco del tradicional magreo y manoseo, llevando ella únicamente su medalla del Sr. Cristóbal, con su cadena de plata, y él (pues tal es la libertad concedida a las clases profesionales) preocupándose por la frase, por sus finos hilos de tensión dramática que se han omitido, por si debiéramos describir algunos fenómenos naturales que se producen en el cielo (el vuelo de los pájaros, los rayos luminosos), y por un posible golpe de estado dentro de la frase misma, por dónde debe estar su verbo principal —pero en este momento un mensajero se lanza a la frase sangrando, pues lleva un sombrero de espinas, y grita: «¡No sabes lo que estás haciendo! ¡Deja esa frase y comienza a hacer cócteles Moholy-Nagy, que es lo que realmente necesitamos en las fronteras de la protesta!» y entonces cae al suelo y se abre bajo él una trampilla, por donde cae un lóbrego pozo donde espera un unicornio azul, con el cuerno envenenado, (pero quizás el peso del mensajero cayendo desde una altura tal, rompa el cuerno) así, considerando todo cuidadosamente, a la dulce luz de los hachones ceremoniales en la disparatada carrera del mal de información, hemos de decidir si seguir o retroceder, en este último caso disfrutando la emoción del desarraigo, en el primero leyendo un anuncio erótico que empieza

Cómo Hacer de Su Boca una Antorcha de Pasión pero (¿No sería eso exigir demasiado a nuestros dentífricos?) intentando, durante la pausa, mientras untamos nuestras bocas abrasadas con manteca, imaginar una frase mejor, más digna, más significativa, como las de la Declaración de Independencia, o un informe del banco que te comunica que tienes 7000 coronas más de lo que creías —una declaración resumiendo las irracionales exigencias que planteas a la vida, y una que plantea también que si puedes imaginar tales exigencias, ¿por qué no son satisfechas habitualmente, gran idiota? pero por supuesto ésa no es la pregunta que esta infecta frase ha planteado (y ¡hola! a nuestra novia, Rosseta Stone que se nos ha ido pegando poco a poco) sino alguna otra pregunta cuya naturaleza descubriremos algún día, y aquí llega Ludwig, el experto en la construcción de frases que hemos pedido prestado a la Bauhaus, que probablemente —«Guten Tag, Ludwig!»— encontrará un modo de remediar el desparramamiento de la frase, utilizando medios perfeccionados de pensamiento desarrollados en Weimar —«siento informarle que la Bauhaus ya no existe, que todos los grandes maestros que había antes están muertos o retirados, y que yo mismo me veo reducido a fabricar libros sobre cómo aprobar el examen de sargento de policía»— y Ludwig cae por la Tugenddhat House a la historia de los objetos fabricados por el hombre; un contratiempo sin duda, pero que nos recuerda que la misma frase es un objeto hecho por el hombre, no el tipo de objeto que queríamos, por supuesto, sino sólo una construcción del hombre, una estructura para ser atesorada por su debilidad, tan opuesta a la dureza de las piedras.

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