City Life

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Kierkegaard es injusto con Schlegel

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R: Utilizo mucho lo de la muchacha en el tren. Estoy en un tren, un tren europeo, con compartimentos. Entra una muchacha joven y se sienta frente a mí. Es rubia, viste un suéter de manga corta, una falda corta. El suéter es de listas azules y blancas, la falda es azul oscuro. La muchacha tiene un libro,

Introducción al francés, o algo por el estilo. Estamos en Francia, pero ella no es francesa. Tiene un libro y un lápiz. Parece muy concienzuda. Abre el libro y adopta un aire de gran concentración, ya sabes, haciendo señales con el lápiz en diversos puntos. Mientras tanto, yo me dedico a mirar por la ventanilla, observando el paisaje. Intento evitar mirarle las piernas. La falda se ha alzado un poco, ya sabes, hay mucha pierna para mirar. Intento, también, evitar mirarle los pechos. Parecen estar libres bajo el suéter azul y blanco. Hay un pequeño broche dorado prendido en su suéter, en el lado izquierdo. Lleva una inscripción. No puedo descifrarla. La muchacha cambia de postura, se arrellana en el asiento, buscando una posición cómoda. Es muy creída. Todos sus movimientos tienen un matiz de exceso. El libro descansa en su regazo. Sus piernas están bastante separadas, muy tostadas, el color de

P: Ésa es una fantasía muy común.

R: Todas mis fantasías son extremadamente vulgares.

P: ¿Y eso te proporciona placer?

R: Poco… Bastante insatisfactorio…

P: ¿Cuál es la frecuencia?

R: Oh Dios, quién sabe. De cuando en cuando. A veces.

P: No estás cooperando.

R: Es que no me interesa.

P: Puedo hacer un artículo.

R: No me agrada que me fotografíen.

P: Solipsismo más triunfalismo.

R: Es posible.

P: ¿No eres político?

R: Soy extremadamente político de un modo que no es bueno para nadie.

P: ¿No participas?

R: Participo. Hago peticiones, contribuyo con mi firma a las campañas de los periódicos, voto. Apoyo la campaña de mi candidato preferido y uso mi ironía contra los demás. Pero no logro nada. Participo en manifestaciones. Es ridículo. En la última manifestación participaron ochenta mil personas, calculando por lo bajo, y yo en medio de ellos, manifestándome con ellos… Quería ir en el grupo de los ingenieros, marchar bajo su bandera, pero dos polizontes me lo impidieron, dijeron que no podía entrar allí, que tenía que regresar al principio. Así que volví al principio y desfilé con los de los Alimentos para la Paz y la Libertad.

P: ¿Qué clase de gente eran?

R: Parecían gente normal. Es posible que no fueran realmente del grupo de la alimentación. Quizás sólo lo fueran los dos que llevaban la pancarta. No sé. Había muchas muchachas con pijamas negros y sombreros de paja de campesino, estudiantes muy jóvenes, de enseñanza media, corriendo, con las manos unidas formando una larga cadena, riendo…

P: Has sido muy duro con respecto a nuestras máquinas. Has reprimido tu entusiasmo. Eso es perjudicial…

R: Lo siento.

P: ¿Crees que tu ironía podría servir para cambiar el gobierno?

R: Creo que el gobierno mantiene muy a menudo una relación irónica consigo mismo. Y eso es útil. Por ejemplo: estamos gastando una gran cantidad de dinero en este ejército que tenemos, un gran ejército, maravillosamente equipado. Estamos gastando, aproximadamente, veinte mil millones anuales en él. Ahora bien, el verdadero objetivo de un ejército es —cuál es la palabra— la disuasión. Y la esencia de la disuasión es la credibilidad. Entonces, así, ¿qué es lo que hace el gobierno? Va y vende todo el superávit de uniformes. Y los chicos empiezan a llevarlos, uniformes o piezas de uniformes, porque son baratos y tiene un cierto estilo. E inmediatamente te encuentras con ese inmenso ejército de payasos en las calles, parodiando al verdadero ejército. Y además mezclan períodos, ya sabes, puedes ver una parodia de los granaderos británicos, otra de tipos de la I Guerra Mundial, otra de los de Sierra Maestra. Y así tenemos a todos estos chicos vistiendo esos mugrientos uniformes con galones, distinciones, Estrellas de Plata, pero también con plumas de avestruz, chalecos a cuadros, amuletos conteniendo polvos de cuerno de rinoceronte… Tienes este espléndido ejército de payasos en las calles frente al verdadero ejército. Y por supuesto el ejército de payasos constituye un ataque realmente serio a todas las ideas en que se basa el ejército real, incluyendo la idea misma de tener un ejército. El propio gobierno ha permitido todo esto, esta corrosión de su propia credibilidad, sólo porque desea recaudar unos cuantos dólares liquidando viejos uniformes…

P: ¿Cómo es mi coche?

P: ¿Cómo es mi uña?

P: ¿Qué sabor tiene mi patata?

P: ¿Cómo es el cocinero de mi patata?

P: ¿Cómo es mi traje?

P: ¿Cómo es mi botón?

P: ¿Cómo es el baño de flores?

P: ¿Cómo es la vergüenza?

P: ¿Cómo es el plan?

P: ¿Cómo es el fuego?

P: ¿Cómo es el cañón?

P: ¿Cómo es mi loca madre?

P: ¿Cómo es el aforismo que te he confiado?

P: Eres irónico.

R: Es útil.

P: ¿En qué sentido?

R: Déjame que te cuente una historia. Hace años, yo estaba viviendo en una casa alquilada en Colorado. La casa era lo que se llama un rancho —tres o cuatro dormitorios, pino nudoso o algo parecido en el interior, listones de cedro o algo semejante en el exterior, El propietario era un instructor de esquí que vivía allí con su familia en el invierno. Tenía lo que parecían ser cientos de armarios, y pronto descubrimos que estos armarios estaban llenos hasta los topes de todo de equipos de juegos. Nunca en mi vida había visto tal cantidad de juegos en un solo lugar, es decir salvo en Abercrombie. Había arcos y flechas, y fichas para jugar al tejo y útiles de

croquet y trampolines, y cosas que te atabas a los pies para saltar, tenis de mesa y cestas de pelota vasca y cartas de póquer, y ruletas caseras, ajedrez y damas, y damas chinas, y pelotas de todo tipo y aros y redes y cestos y raquetas y libros y un millar de juegos de sociedad y un

jazz-band para acompañar el piano. El más simple cajón de una mesilla de noche estaba atiborrado de cartas marcadas y dinero de palé.

Ahora supongamos que yo me hubiera sentido con ánimo irónico y quisiera hacer un chiste sobre todo esto, algún tipo de chiste que transmitiera que yo había notado el grado sorprendente de aburrimiento que la presencia de toda esta impedimenta significaba y que sirviera a la vez para explicar el modo particular de luchar contra el aburrimiento que había elegido aquella gente. Habría dicho, por ejemplo, que el remedio es peor que la enfermedad. O citado a Nietzsche al efecto de que la idea del suicidio es un gran consuelo y le habría ayudado a superar muchas pesadillas. Cualquiera de estos chistes sería muy útil para eliminar la sensación de sentirse incómodo en aquella casa. Las fichas del tejo, las barras de pesas, las pelotas de todos los tipos —se desvanecerían al conjuro de mi ironía. ¡Un terrible poder mágico!

Supongamos ahora que siento de pronto curiosidad respecto a este terrible poder mágico. Supongamos que siento curiosidad por saber cómo actúa realmente mi ironía, cómo funciona. Tomo un ejemplar del

Concepto de la ironía de Kierkegaard (el instructor de esquí es también un estudioso de Kierkegaard) e inmediatamente me veo rodeado de dificultades. La situación está saturada de dificultades. Para empezar, Kierkegaard dice que el riesgo sobresaliente de la ironía es conferir a quien ironiza una libertad subjetiva. El sujeto, el que habla, es negativamente libre. Si lo que dice el que ironiza no es lo que quiere decir, o es precisamente lo contrario, él es libre tanto respecto a los demás como respecto a sí mismo. No está atado por lo que ha dicho. La ironía es un medio de privar al objeto de su realidad para que el sujeto pueda sentirse libre.

La ironía priva al objeto de su realidad cuando el que ironiza dice algo sobre el objeto que no es lo que quiere decir. Kierkegaard distingue entre el fenómeno (la palabra) y la esencia (la idea o significado). La verdad exige una identidad de esencia y fenómeno. Pero con la ironía, comillas, el fenómeno no es la esencia sino lo opuesto a la esencia, final de comillas página 264. El objeto queda privado de su realidad como ya he dicho. A la luz de la ironía, el objeto se tambalea, se quiebra, desaparece. La ironía es así destructiva, y lo que preocupa mucho a Kierkegaard es que la ironía no aporta nada que sustituya lo que ha destruido. La nueva realidad —lo que el que ironiza ha dicho sobre el objeto— es peculiar por constituir una explicación sobre una realidad anterior más que una nueva realidad.

Esta descripción de la descripción que Kierkegaard hace de la ironía está en extremo simplificada. Consideremos ahora una ironía dirigida no contra un objeto dado sino contra el total de la existencia. Una ironía dirigida contra toda la existencia produce, según Kierkegaard, enajenación y poesía. El que ironiza, disponiendo hábilmente los diversos instrumentos de su ironía, llega a emborracharse de libertad. Se hace, con palabras de Kierkegaard, cada vez más libre. La ironía se convierte en una absoluta e infinita negatividad. Comillas, la ironía no se dirige ya contra este o aquel fenómeno particular, contra una cosa particular, fin de comillas. Comillas, todo lo existente llega a alienarse para el que ironiza, fin de comillas. Página 276. Para Kierkegaard, la realidad de la ironía es la poesía. Esto puede aclararse por referencia al enfoque que Kierkegaard hace de Schlegel.

Schlegel había escrito un libro, una novela,

Lucinde. Kierkegaard es muy duro con Schlegel y

Lucinde. Kierkegaard califica esta novela de Schlegel de comillas, poética, comillas página 308. Con lo cual quiere decir que Schlegel ha construido una realidad que es superior a la realidad histórica y que la sustituye. Negando la realidad histórica, la poesía, comillas, descubre una realidad más elevada, amplía y transforma lo imperfecto en perfecto y, por tanto, suaviza y mitiga ese profundo dolor que nublaría y oscurecería todas las cosas, comillas página 312. Eso es bello. Esto podría parecer una victoria para Schlegel, y realmente Kierkegaard dice que la poesía es una victoria sobre el mundo. Pero sin embargo

Lucinde no es una victoria para Schlegel. Lo que se pretende, dice Kierkegaard, no es una victoria sobre el mundo sino una reconciliación con el mundo. Y pronto se descubre que aunque la poesía es una especie de reconciliación, la distancia entre la nueva realidad superior y más perfecta que la realidad histórica, y la realidad histórica, inferior y más imperfecta que la nueva realidad, no produce reconciliación sino animosidad. Comillas, así que a menudo no se produce reconciliación en absoluto sino animosidad, comillas la misma página. Lo que empezó con victoria acaba siendo animosidad. La tarea real es la reconciliación con la realidad, y la verdadera reconciliación, dice Kierkegaard, es la religión. Sin discutir si la auténtica reconciliación es o no la religión (yo tengo serios prejuicios contra la religión que me impiden discutir el problema objetivamente), permíteme decir que creo que aquí Kierkegaard es injusto con Schlegel. Considero difícil convencerme a mí mismo de que la relación de la novela de Schlegel con la realidad sea lo que Kierkegaard dice que es. Tengo mis razones para esto (creo, por ejemplo, que Kierkegaard se limita a analizar el aspecto prescriptivo de la novela de Schlegel y por tanto lo presenta como un texto que nos dice cómo hemos de vivir y omite otros aspectos) pero mis razones no interesan tanto. Lo interesante es dejar bien claro que yo creo que Kierkegaard es injusto con Schlegel. ¡Y que todo este asunto es una cochina vergüenza y un verdadero crimen!

Porque eso no es en absoluto lo que yo creo. Nos enfrentamos aquí de nuevo con mi propia ironía. Porque por supuesto, Kierkegaard fue «justo» con Schlegel. Mediante la exposición de lo contrario yo intento… Puedo tener diversos propósitos —sencillamente provocar, por ejemplo. Pero estoy intentando principalmente aniquilar a Kierkegaard para combatir su desaprobación.

P: ¿La de Schlegel?

R: La mía.

P: ¿Qué está ella haciendo ahora?

R: Parece estar…

P: ¿Qué aspecto tiene?

R: Parece absorta.

P: Eso no es bastante. No puedes decir sólo, «parece absorta». Tienes que dar más… Has hecho una especie de promesa que…

R:

P: ¿Tiene los ojos cerrados?

R: No, abiertos. Está mirando fijamente.

P: ¿Qué es lo que está mirando fijamente?

R: Nada que yo pueda ver.

P: ¿Y?

R: Está acariciándose los pechos.

P: ¿Tiene aún puesta la blusa?

R: Sí.

P: ¿Una blusa amarilla?

R: Azul.

R: Domingo. Llevamos a la niña al Central Park. En el Zoo infantil quería montar un

poney de Shetland que parecía haber nacido hacía diez minutos. Berreó cuando le dijimos que no podía hacerlo. Después estuvimos en un prado (no un verdadero prado sino una imitación) para jugar a la pelota. Yo había dormido la noche anterior en el canapé más que en la cama. El canapé es más duro y cuando no puedo dormir necesito algo así de duro. Soñé que mi padre me decía que mi obra era una porquería. Señor Porquería, me llamaba en el sueño. Después, al amanecer, la niña me despertó de nuevo. Se había quitado el camisón y se había metido en una funda de almohada. Se colocaba junto al canapé con la funda de la almohada, como si se tratara de la línea de salida de una carrera de sacos. Cuando regresamos del parque terminé de leer el libro de Hitchcock-Truffaut. En el libro de Hitchcock-Truffaut hay un pasaje en el que Truffaut hace comentarios sobre

Psycho. «No me equivoco al decir que de sus cincuenta obras, éste es el único film que muestra a…». Janet Leight en sostén y Hitchcock dice: «Pero la escena hubiese sido mucho más interesante si los pechos desnudos de la muchacha hubiesen rozado el pecho desnudo del hombre».

Eso es verdad. H. y S. vinieron a cenar escalopes de ternera al Marsala y muy bien hechos, con tallarines al pesto y ensalada. Barreños de vodka antes y barreños de

brandy después. El

brandy me deprimió. Una breve charla sobre los nuevos apartamentos para artistas que se han construido en un antiguo almacén. H. dijo: «He oído decir que son muy sofisticados. Me dijeron que tendrían ratas blancas». H. habló de su primera mujer y de los cepillos de dientes: «Siempre estaba con ese asunto, siempre andaba con eso, a todas las horas, día y noche». No sé si esto es útil…

P: Yo no soy tu médico.

R: Lástima.

R: Pero yo amo mi ironía.

P: ¿Te proporciona placer?

R: Poco… Bastante insatisfactorio…

P: La inevitable tendencia de toda cosa particular a subrayar su propia particularidad.

R: Sí

P: Podrías interesarte en estas interesantes máquinas. Es difícil entenderlas. Llevo tiempo.

R: No me agradas.

P: Ya lo he notado.

R: Estas preguntas imbéciles…

P: Inadecuadamente respondidas…

R:…Preguntas imbéciles que no llevan a ninguna parte…

P: El abuso personal continúa.

R:…Ese tono presuntuoso y chillón…

P (aparte): Ha abandonado su alegría, y ahora nada tiene.

P: Pero considera el momento en que Pasteur, turbado, avergonzado, visitó a Mme. Boucicault, viuda del propietario de los grandes almacenes. Pasteur tartamudea, suda; es evidente que ha ido allí a pedir dinero, dinero para su instituto. De pronto se siente más seguro, se domina, habla con firmeza, aunque no sabe con seguridad si ella se ha dado cuenta de quién es, de que él es Pasteur «La última contribución», dice finalmente. «No se preocupe», replica ella, igualmente turbada. Extiende un cheque. Él contempla el cheque. Un millón de francos. Ambos rompen a llorar.

R (amargamente): Sí, eso lo arregla todo, el que tú conozcas esta historia…

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