City

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—No, es algo completamente distinto.

¿Crees que es una cuestión de experiencia, o… de sabiduría, si puede utilizarse este término?

—¿De sabiduría?… No sé, creo que es más bien…, digamos que es distinto el modo en que sientes el dolor.

¿En qué sentido?

—Quiero decir que… cuando eres joven el dolor te golpea y es como si te hubieran disparado…, es el fin, te parece que es el fin…, el dolor es como un disparo, te hace saltar por el aire, es como una explosión…, te parece que no hay remedio, que es algo irremediable, definitivo…, el problema es que no te lo esperas, ése es el meollo de la cuestión, que cuando eres joven el dolor no te lo esperas, y te sorprende, y es el estupor lo que te jode, el estupor. El estupor, ¿comprendes?

.

—Cuando eres viejo…, es decir, cuando envejeces… ya no existe ese estupor, ya no te coge por sorpresa…, lo sientes, claro está, pero es sólo cansancio que se añade al cansancio, ya no estalla nada, ¿comprendes?, es como si te cargaran algún kilo más sobre los hombros…, es como caminar y tener los zapatos cada vez más mojados, llenos de barro, pesados. En un momento dado te paras, y se acabó. Pero ya no saltas por el aire, como cuando eras joven, ya no es lo mismo de antes. Por eso el boxeo lo puedes practicar mientras vivas, si quieres. Ya no te hace daño, en mi opinión, después de un tiempo ya no te hace daño. Un día estás demasiado cansado y te marchas, eso es todo.

¿Tú te retiraste por cansancio?

—Pensé que estaba cansado, eso es todo.

¿Cansado de golpes?

—No… los golpes todavía me gustaban, darlos y encajarlos, boxear me gustaba…, no me apetecía perder, claro, pero hubiera podido seguir un tiempo ganando…, no sé…, en cierto momento pensé que ya no tenía ganas de seguir ahí arriba…, ahí arriba todos te están mirando, no hay forma de escapar, estás en los ojos de todo el mundo, incluso si te cagas encima te ven, no puedes hacer nada sin que te vean, y yo estaba cansado de todo aquello…, creo que de repente me entraron ganas de estar en un sitio en el que nadie pudiera verme. Así que me bajé. Eso es todo.

Te bajaste, de todos modos, de una forma sonada, en mitad de un combate por el título mundial

—Cuarto asalto, con Butler, sí…

Bien, fue algo muy impresionante, son imágenes que se han hecho famosas: de repente tú dejas de pelear, te vuelves

—Odio esas imágenes, en ellas aparezco como un estúpido, o como un cobarde, y en cambio era algo completamente distinto…, es que no puedes escoger el momento en que te das cuenta de las cosas importantes, yo me di cuenta ahí arriba, en mitad de aquel combate, de repente me pareció todo tan maravillosamente claro, y era tan evidente que tenía que bajarme de allí, y encontrar un sitio en que no estuviera ante los ojos de todo el mundo, no importaba que estuviera en mitad de la pelea, no tenía ninguna importancia…

—… era un combate del que se había hablado durante meses y meses

—… sí…

—… era un campeonato del mundo

—Sí, vale, pero… okay, era un campeonato del mundo, ¿qué quieres que te diga?, sabía lo que era un campeonato del mundo, no era un estúpido… Yo tenía el campeonato del mundo metido en la cabeza desde el primer día que entré en el gimnasio… Da risa decirlo, pero el boxeo no me importaba mucho, me importaba llegar hasta la cima, hasta la misma cima, campeón del mundo. Luego las cosas cambiaron, pero al principio…, Jesús, qué ambición, cuando eres un crío puedes soñar con las cosas más raras…, te lo crees de verdad, a lo mejor la gente te odia porque eres presuntuoso, o pareces un loco megalómano, y todo es verdad, pero por dentro…, Jesús, qué fuerza hay ahí adentro, una hermosa fuerza, vida en estado puro, no como esos que siempre están haciendo cálculos, y escondiendo en el colchón sus esperanzas, ¿sabes?, la gente nunca se da cuenta de nada, esos que disimulan para joderte en el último asalto, a lo mejor con un golpe bajo…, oh, yo era insoportable, pero… Mondini me detestaba por eso, siempre me detestó… pero… fue en esos años cuando aprendí a estar vivo. Luego es una enfermedad que ya nunca se te cura.

Hablando de Mondini, ¿qué significó para ti?

—No es una bonita historia.

¿Te apetece hablar de ella?

—No sé. Acabó mal, y quizá no había manera de que acabara bien.

Os separasteis tras el combate contra Poreda.

—¿Te acuerdas de ese combate, Dan?

Claro.

—Okay, pues voy a contarte una cosa. Antes del cuarto asalto, ¿lo recuerdas?

El último

—Sí, antes del último, en el rincón, durante el minuto de descanso, pues bien, Mondini ya no estaba allí, se había marchado…

¿No fue a tu rincón?

—No, no se trata de eso, estaba en el rincón, hizo lo que tenía que hacer, el agua, las sales, y esas chorradas…, pero ya no estaba allí, ya no era Mondini, ya no era mi Maestro, era alguien que me había abandonado, ¿me explico?

Poreda ha contado repetidas veces que Mondini le pagó para que ganara ese combate.

—Olvídate de lo que diga Poreda.

Pero él

—Lo que diga Poreda no vale una mierda.

Hubo hasta una investigación

—Gilipolleces. Me levanté de mi taburete y estaba solo, es lo único que importa.

Fue uno de los asaltos más violentos que he presenciado en mi vida.

—No lo sé, no lo recuerdo bien, ya no era boxeo, en aquel momento, era odio y violencia, no era yo allí arriba, era algo que peleaba en mi lugar…

Mondini lanzó la toalla a veintidós segundos del final del asalto.

—No tenía que haberlo hecho.

Luego dijo que no le gustaba ver a sus pupilos destrozados.

—Chorradas. Escúchame bien, yo podía seguir, hubiera podido seguir de esa manera durante toda la semana, era joven y Poreda era viejo, y escúchame bien, quizás no recuerde lo que pasó en aquel asalto, pero hay algo que recuerdo y es la cara de Poreda, era alguien que estaba tocado hasta el agujero del culo, era alguien que ya no podía más, hubiera muerto antes que yo, como que existe Dios, cuando vi que el árbitro interrumpía el combate y esa toalla volando hacia la lona, creí que la habían lanzado desde la esquina de Poreda, te lo juro, pensé que finalmente lo habían comprendido, y creo que hasta levanté los brazos, porque pensé que había ganado. Y en cambio la toalla era la mía. Absurdo.

Los golpes de Poreda eran muy duros, Mondini lo sabía.

—Mondini no debió lanzar la toalla.

¿Por qué lo hizo?

—Pregúntaselo a él, Dan.

Siempre ha dicho que lo hizo para salvarte.

—¿De qué?

Decía que

—¿Para salvarme de qué?

Él decía

—Cambiemos de tema, venga.

—…

—Jesús…, han pasado tantos años y esa historia todavía me saca de mis casillas…, lo siento, Dan, mejor cortemos esta parte, ¿vale?, ¿se puede hacer?

No te preocupes, no hay problema…, luego podemos montar la entrevista como queramos

—… es que es una historia…, no sé, nunca la entendí, bueno, la entendí, pero más tarde…, bah, chorradas.

Luego te uniste al clan de los hermanos Battista.

—En algún sitio tenía que meterme, ellos tenían los medios para llevarme hasta el mundial…

Corrían muchas historias sobre ese clan, algunos decían que

—¿Sabes que te digo de Mondini? Hay algo sobre Mondini que quiero decirte, nunca se lo he contado a nadie, pero quiero contártelo a ti, en esta transmisión…, bien, cuatro años después de aquel combate…, no habíamos vuelto a vernos ni hablarnos ni nada…, yo estaba con Battista, ¿no?, era cuando me estaba preparando para pelear contra Miller, quien ganara retaría a Butler para el mundial, era en esa época, bueno…, un día me dan un periódico para que lo lea y hay una entrevista con Mondini. No era la primera vez, de vez en cuando tenía ocasión de leer algo sobre él, y casi siempre conseguía decir algo contra mí, alguna broma, o sólo una frase, pero parecía empeñado, siempre, en darme algún aguijonazo. Pues bien, aquella vez me puse a leer, y el entrevistador preguntaba a Mondini si yo tenía alguna posibilidad contra Miller. Y él decía: Ahora que está con Battista claro que tiene alguna posibilidad. Entonces el entrevistador se lo hacía repetir, porque quería entenderlo correctamente. Y él decía en la entrevista: Lawyer es un bluf, boxeaba bien, cuando era joven, pero el dinero le ha hecho perder la cabeza, ahora es un pelele en las manos de los Battista, y ésos lo llevarán por donde quieran, a lo mejor hasta el mundial. Luego decía también alguna chorrada sobre mi coche y sobre las mujeres que llevaba conmigo, no sé, él no sabía nada, no nos veíamos desde hacía años, qué sabía él de las mujeres que iban conmigo…, coño, había sido mi Maestro, él sabía que yo era uno de los grandes, sabía de qué pasta estoy hecho, no podía olvidarlo todo por una fotografía en un periódico, o cualquier chorrada leída en cualquier parte, él había visto mis combates, sabía que podía prescindir de todos los Battista de este mundo, él sabía de boxeo, vaya si sabía, sólo era maldad, y rencor. Por eso hice algo absurdo, fui directamente a su gimnasio, y antes de que alguien pudiera detenerme me planté delante de él y le dije Que te den por culo, Mondini, y empecé a pegarle, sé que es horrible, pero en fin, él también había sido boxeador, podía defenderse, y lo hizo, y le pegué, sin guantes, pero le pegué hasta que lo vi en el suelo, y después le dije otra vez Que te den por culo, otra vez, y ésa es la última imagen que guardo de él, en el suelo, pasándose una mano por la cara y mirándola luego, manchada de sangre, es la última vez que lo vi. No volví a leer sus entrevistas, no quise saber nada más de él. Horrible, ¿no?

¿Nunca más hablaste con él?

—Era mi Maestro, coño. ¿Tú has tenido alguna vez un Maestro, Dan?

¿Yo?

—Sí, tú.

Quizás…, sí, quizás, alguno

—Debe de ser difícil ejercer de Maestro, nadie consigue hacerlo bien del todo, ¿sabes?

Quizás

—Debe de ser difícil.

—…

—…

¿Has tenido alguno más? Me refiero a Maestro.

—No, después de Mondini, no. En el rincón, con los Battista, era como tener un fontanero, o un agente de seguros, hubiera sido lo mismo. En esos años, peleé solo. Solo.

¿No te enseñaron nada?

—A no recocer la pasta. Es lo único.

¿Y el combate contra Miller?

—¿Miller?

.

—Miller tenía hambre. Le hubiera gustado a Mondini. Venía de no sé qué suburbio, y siempre te salía con eso de que él había conocido la calle, y que por tanto nada podía asustarlo. Chorradas. Todos tienen miedo.

¿Todos?

—Pues claro, todos…

¿Tú tenías miedo?

—Yo…, es algo raro…, al principio, no, no tenía miedo, de verdad, luego la cosa cambió…, ¿sabes?, algo que te puede hacer entenderlo…, antes de cada combate… se sube ahí arriba, ¿no?, y en esos pocos instantes antes de que empiece tienes a tu rival en el otro rincón, se dan saltos, se lanzan algunos golpes al aire… justo antes del encuentro, ¿no?…, pues bien, allí muchos Maestros, si te fijas, están delante de su púgil, se interponen adrede entre él y el adversario, para que no vean al enemigo, ¿comprendes?, se interponen, miran fijamente a los ojos de su pupilo y le gritan cosas a la cara, y todo eso es para que no mire a su rival, no debe mirarlo, no debe tener tiempo de pensar, y de tener miedo, ¿comprendes?… Bueno, Mondini hacía lo contrario. Se colocaba a tu lado y miraba al adversario como quien mira un paisaje desde el balcón de su casa. Seráfico. Hacía comentarios, bromeaba. Con Sobilo, por ejemplo… Sobilo llevaba el cráneo rapado al cero, y una calavera tatuada justo encima de la pelada…, recuerdo que Mondini iba todo el rato repitiendo Dime, Larry, ¿se le han cagado en la cabeza?, y yo le decía Es un tatuaje, Maestro, y él No me digas y buscaba las gafas para ver mejor, pero no las encontraba y… en fin, no es que resultara fácil tener miedo de esa forma. Luego las cosas cambiaron. Eran también púgiles distintos…, daban miedo de verdad… Miller ya había matado a dos, para que veas, cuando me enfrenté a él, seguramente había sido sólo mala suerte, pero de todos modos la habían palmado…, aquél era boxeo del duro, Mondini me lo había dicho siempre, eran golpes distintos, había esa cosa extraña de que incluso podías morir…, extraño…, morir…, ¿sabes qué me dijo Pearson en cierta ocasión?, el viejo Pearson, ¿te acuerdas?, el campeón de los semi…

¿Bill Pearson?

—El mismo. Me dijo algo inteligente. Me dijo que tenías que tener miedo a tu adversario: así no tenías tiempo de tener miedo a la muerte. Eso dijo.

Hermoso.

—Sí, es hermoso. Y tenía razón. A partir de cierto momento, aprendí a tener un poco de miedo a los adversarios. Me mantenía la cabeza ocupada. Sacaba lo mejor de ti mismo. Era un buen sistema.

¿Miller era tan terrorífico?

—Bueno, claro, él… causaba impresión…, luego no era tan malo como parecía, pero… me acuerdo de la extraña sensación que tuve las dos o tres veces que me vi acorralado en el rincón, me había dejado sorprender, con él no debías hacerlo, nunca, y en cambio había caído en la trampa y me encontré allí, ocurrió un par de veces, o tres, pero me acuerdo perfectamente, por un instante te sentías como… acabado, despachado, en algún rincón de la mente pensabas que si no te dabas prisa en encontrar la manera de salir de allí ibas a palmarla, no era sólo cuestión de ganar o perder, la palmabas… Dios, se te ocurrían un montón de ideas para salir de allí, te lo garantizo, te convertías en una anguila, lo juro…

Pero al final el que se fue a la lona fue él.

—Era potente pero lento. En el boxeo no puedes permitirte ser lento. Él era normal hasta el cuarto, el quinto asalto…, luego se le hacían pesadas las piernas, todo se le ralentizaba…, el problema era aguantarle los primeros asaltos, luego venía lo fácil…, si se le puede llamar fácil…

Fue a la lona cuatro veces, antes de que el árbitro detuviera el combate.

—Sí, tenía corazón, y era orgulloso…, a lo mejor tiene algo que ver con lo del hambre, era un individuo que venía desde el hambre…, era buen tipo… o sea…, era justamente lo que te imaginas que ha de ser un boxeador, en todo y por todo, hambriento, feroz, marrullero y… niño, un poco niño…, una vez, hace unos años, entro en un bar y me lo encuentro allí, bebiendo, sentado en la barra, vestido con empaque, una chaqueta de color plateado, y corbata azul, o algo parecido, era para partirse de risa, pero él pensaba que iba muy elegante…, me invitó a beber y se puso a hablar sin parar, decía que tenía pensado volver, tenía una buena oferta de un casino de Reno, todavía estaba en forma, y aunque hablara con algo de lentitud…, ¿sabes, no?, arrastrando un poco las palabras, bueno… parecía estar bastante en forma, decía que su único problema era la mano izquierda, tenía una mano izquierda que se rompía sólo con girar un tirador, y entonces yo le dije que pasara de todo, que con la mano derecha tenía suficiente, que yo me acordaba todavía de esa derecha, la recordaba cada vez que me levantaba de la cama… y él estaba satisfecho, se reía, y bebía, y se reía…, en cierto momento me dijo algo que se me quedó grabado, me dijo que él, antes de un combate, tenía que tocar con la mano la cabeza de un niño, así, como una caricia, algo semejante, sobre la cabeza de un niño, eso le daba suerte, y me dijo que aquel día, contra mí, había salido de los vestuarios y luego, como siempre, había ido hacia el ring pasando entre la muchedumbre, y había mirado a su alrededor todo el rato, y no había ningún chico que pudiera hacerle ese favor, y cuando llegó al ring, y todos aplaudían y gritaban, él seguía pensando sólo en eso, en que no había encontrado a un niño al que tocarle la cabeza, y todavía allí, de pie sobre el ring, los últimos instantes antes del gong, todavía buscaba a un niño en las primeras filas. Y dijo que en cambio sólo había adultos. Y viejos. Y dijo que es mal asunto buscar a un niño y no encontrarlo. Dijo exactamente eso. Es mal asunto buscar a un niño y no encontrarlo.

Y efectivamente volvió al ring, diez asaltos contra Bradford, un espectáculo bastante triste.

—Vosotros, los que estáis abajo, lo llamáis triste…, vosotros…, pero no es triste…, ¿qué pinta la tristeza en todo esto?…, no es así, ¿sabes, Dan?…, no es triste, es hermoso…, a lo mejor boxean de pena, y tú los recuerdas menos gordos y más rápidos, y entonces dices Qué triste, pero… piénsalo bien…, están tratando sólo de robar todavía un poco de gloria a su existencia…, tienen derecho a ello, es como dos que se quieren y después de años y años de vivir juntos, pon que hace treinta años que viven y duermen juntos, y cualquier noche, en la cama… a lo mejor apagan la luz, a lo mejor ni siquiera se meten desnudos del todo, pero sigue existiendo esa noche para volver a hacer el amor…, ¿y eso qué es, entonces?, ¿triste?, sólo porque son viejos y…, a mí me parece hermoso, si has boxeado te parece hermoso, y yo vi ese combate…, el de Miller, Dios, estaba gordo como…, pero pensé, okay, así está bien, los golpes eran de verdad, no tenían nada de que avergonzarse, si querían hacerlo hacían bien en hacerlo, espero que les pagaran bien, se lo merecían…

Pero tú no volviste al ring.

—No, yo no.

¿No sentiste nunca la tentación?

—Hombre, nunca, nunca…, no puede decirse…, pero… no, nunca pensé de verdad en volver.

Tras tu victoria contra Miller… después de cinco años como boxeador profesional, con un récord de treinta y cinco victorias y una sola derrota, te convertiste en el aspirante oficial al título de Butler, el mundial. ¿Qué recuerdas de aquellos momentos?

—Qué tiempos aquéllos: se comía bien y las horas pasaban veloces. ¿Sabes quién decía eso?, Drink, el ayudante de Mondini…, había peleado dos años, sólo dos años, cuando era joven, pero para él aquello había sido el paraíso…, creo que lo habían zurrado en todas sus peleas, pero era joven y… no sé nada más, pero, de todos modos, parecía que ésos habían sido los dos únicos años dignos de recordar de toda su vida, y por eso la gente siempre le preguntaba Eh, Drink, ¿cómo eran aquellos años? Y él: Qué tiempos aquéllos: se comía bien y las horas pasaban veloces. Qué tío.

Siempre has dicho que sentías una gran admiración por Butler. ¿Le tenías miedo, antes de enfrentarte a él, la primera vez, en Cincinnati?

—Butler era inteligente. Era un tipo de púgil muy particular. Habrías dicho que estaba hecho más bien para… el billar o algo por el estilo…, algo de temple, precisión, calma…, sin violencia…, ¿sabes qué decía de él Mondini, cuando veíamos sus combates? Decía: Aprende: las cartas las escribe con la cabeza, los puños sólo reparten el correo, nada más. Yo miraba y aprendía. Recuerdo que muchos, en aquel tiempo, decían que practicaba un boxeo aburrido, decían que con él el boxeo se convertía en algo aburrido, era tan aburrido como mirar a alguien que está leyendo un libro, decían. Pero la verdad es que él daba clases, cada vez que boxeaba, daba clases. Era el único más fuerte que yo.

En Cincinnati, aquel día, le arrebataste la corona de campeón del mundo, enviándolo a la lona a treinta y dos segundos del final del combate.

—El asalto más hermoso de mi vida, ni un respiro, una maravilla.

Butler dijo que en cierto momento le hubiera gustado bajarse a la platea para disfrutar del espectáculo.

—Era un señor, Butler era un auténtico señor. ¿Sabes?, el otro año, en el Madison, antes de Kostner contra Avoriaz, él y yo nos encontramos, y otros viejos campeones, el típico desfile de excampeones antes del combate, ¿no?, sobre el ring, con todo el mundo aplaudiendo, bueno, en fin, se estaba haciendo largo, no se acababa nunca, siempre quedaba otro más, otro excampeón, y en cierto momento Butler, que estaba a mi lado, se vuelve hacia mí y me dice ¿Sabes cuál es el terror de todos los boxeadores? Y yo le digo No, no lo sé…, pensaba que era un chiste, así que dije No, no lo sé… y en cambio estaba hablando en serio. Me dijo: Morir sin dinero para su funeral.

No estaba bromeando. Estaba serio. Morir sin dinero para su funeral. Luego se volvió del otro lado, y no dijo nada más. Bueno, ahora te parecerá una tontería, pero lo pensé y ¿sabes que esa historia es cierta?, si pienso en todos los púgiles con los que he hablado, antes o después salía ese tema de dónde ser enterrados, y del funeral, parece una chorrada, pero es así, como dice Butler y… es algo que me hizo pensar, porque… yo, por ejemplo, a mí no se me ha pasado nunca por la cabeza ese tema, no creo haber pensado nunca en qué ocurriría con mi funeral, no sé, no es el tipo de cosas que se me pasan por la cabeza…, ¿comprendes?, no…, también en este tema parece que tengo poco que ver con…, es como si no fuera mi mundo, el ring y todo el resto…, creo que es la idea que Mondini tenía en la cabeza, que yo no tenía nada que ver con ese mundo, con el boxeo, y que no importaba si yo tenía talento o lo que fuera, no tenía nada que ver y punto, creo que es ésta la razón por la cual nunca creyó en mí, nunca creyó de verdad, al final era ésta la razón, él pensaba que no era mi mundo, nunca quiso cambiar de idea sobre eso, y…, nunca…, así.

Ocho meses después del combate de Cincinnati, le ofreciste la revancha a Butler. Y fuiste hacia la segunda derrota de tu carrera.

—Sí.

Muchos dijeron que no estabas preparado para ese combate, alguien habló incluso de tongo, decían que los Battista tenían ya pensado un tercer combate y un montón de pasta…, decían que te obligaron a perder

—No sé…, era todo tan raro en aquel tiempo…, ellos no me pidieron nunca nada, te lo juro…, los Battista nunca me dijeron nada, pero… no sé, era como si todos tuviéramos en la cabeza hacer un desempate, al final, y decidir quién era el más fuerte…, creo que incluso yo, en el fondo, deseaba algo parecido, no por el dinero, eso no tenía tanta importancia, era que… parecía lo más justo, que así era como tenían que ser las cosas. De manera que subí al ring sin saber muy bien lo que quería…, creo que quería boxear…, dar espectáculo… y mira, si él hubiera tenido miedo, o si hubiera pensado un solo instante que podía perder…, pues bien, hubiera perdido, para él todo habría acabado para siempre…, seguro que yo no me habría rendido…, pero… el hecho es que él subió con una única idea, remachada en la cabeza a martillazos, una única y precisa idea, y esa idea era la de barrerme de allí. Y lo hizo. Comprendía todo un instante antes que yo, sabía lo que iba a hacer, y adónde iría, parecía que fuera él quien pensara mis golpes antes de que yo los pensara. Y, mientras tanto, me soltaba martillazos. En cierto momento me di cuenta de que había perdido. Y entonces me juré a mí mismo que aguantaría en pie hasta el final, me lo juré, mientras estaba sentado en mi rincón, y Battista me decía alguna chorrada que ni siquiera escuchaba, me dije Que te den por culo, Larry, saldrás de este combate en pie, aunque sea la última cosa que hagas. Luego sonó la campana, faltaban cuatro asaltos para el final, decidí poner todo el corazón que me quedaba en las piernas y ejecutar la danza más bella de cuantas Butler hubiera visto en su vida. De lanzar golpes ya ni me acordaba, pero de revolotear a su alrededor, sí. Podía salirme con la mía, quedaban cuatro asaltos y podía lograrlo. Así que me puse a bailar y empecé a tomarle el pelo a Butler. Cayó en mi trampa durante un minuto, poco más de un minuto. Luego vi que sonreía y sacudía la cabeza. Se plantó en el centro del ring y dejó que hiciera mi numerito. De vez en cuando amagaba un golpe, pero en realidad esperaba y basta. Cuando me soltó un jab, ni lo vi venir, sólo noté que mis piernas se habían marchado, y sin piernas no hay baile que valga…

¿Sabes que muchos dijeron que aquél fue un golpe fantasma, que te habías tirado tú solo?

—La gente ve lo que quiere ver. Ya estaban convencidos de que había vendido el combate, y así que…, pero aquel golpe fue de verdad, te lo digo yo…

¿Vendiste algún combate alguna vez, Larry?

—Pero ¿qué pregunta es ésa, Dan?…, estamos en la radio…, no se hacen preguntas de ese tipo…

Sólo me preguntaba si alguna vez habías vendido algún combate…, ahora que han pasado tantos años

—Y dale…, qué preguntas…, ¿por qué tendría que haber vendido algún combate?…, ¿a qué viene esto ahora…?

Okay, como si no lo hubiera dicho.

—Ya sabes cómo funcionan las cosas…, precisamente tú…, venga…

Okay, escucha, ahora que ya estás retirado y… haces otro tipo de vida…, querría saber si echas de menos el ring, y el público, y los titulares de los periódicos, o el gimnasio, ese mundo, esa gente.

—¿Si lo echo de menos?…, por Dios, es…, es un poco difícil decirlo, son cosas distintas, ésa es una historia ya terminada…, no es que piense en ello cada día…, lo echo de menos, sí, algunas cosas las echo de menos, es normal que lo eches de menos…, había cosas muy hermosas, ¿sabes?, el boxeo te permite vivir experiencias verdaderamente únicas, no hay nada como… en fin, es algo especial, de verdad, muchas veces yo fui… era feliz, me dio mucha felicidad, a veces también de una forma extraña, no es fácil de explicar, pero…, cómo lo diría…, era…, hacía de ti un hombre feliz, eso es; por ejemplo, recuerdo un día, en San Sebastiano, ya no recuerdo siquiera contra quién tenía que pelear, pues bien, tenía problemas de peso, me sucedía de vez en cuando, así que, para entrar otra vez en mi categoría, Mondini me despertó, a las cinco de la mañana, cuando todavía estaba oscuro…, me puse un chándal grueso, y encima la bata, con la capucha en la cabeza, y la idea era la de saltar a la comba durante una buena hora y sudar como un animal y, en resumen, así era como se hacía, era la única forma de perder peso en poco tiempo… sólo que… el problema es que estábamos en un hotel, y Mondini dijo que no quería que saltara en la habitación, que despertaría a todo el mundo, así que nos fuimos abajo a buscar un sitio cualquiera, y no había nadie en todo el hotel a esa hora, por lo que fuimos abriendo algunas puertas al azar y acabamos en un gran salón, ¿sabes de qué te hablo?, de esos para banquetes de boda, para celebraciones, así, había una mesa interminable y un pequeño escenario para la orquesta, y grandes ventanales que daban a la ciudad. Recuerdo que todas las sillas estaban del revés sobre la mesa y había incluso una batería sobre el escenario, ¿no?, pero recubierta con una sábana, una sábana rosa, fíjate. Mondini apagó la luz y me dijo Salta, y no pares hasta que distingas el color de los coches en la carretera. Luego se marchó. De modo que allí me quedé, solo, completamente arropado y con la capucha en la cabeza, y empecé a saltar a la comba, solo, en la oscuridad, rodeado por una ciudad que dormía, y yo siguiendo el ritmo de aquella cuerda, y con el ruido de mis pies, sobre la madera, sólo eso, y la capucha en la cabeza, y los ojos mirando delante de mí y… el calor encima, y luego el alba, poco a poco, por los ventanales, pero lentamente, delicadamente, Jesús, era como estar…, yo que sé…, era bellísimo, recuerdo que saltaba, y los pensamientos iban al ritmo de mis pies, y lo que pensaba era soy invencible, estoy a salvo, exactamente eso, estoy a salvo, estoy a salvo, mientras saltaba, y pensaba, estoy a salvo…, eso es.

—…

—Supongo que eso es ser feliz.

Ya.

—Ya.

—…

—…

Y, ahora, ¿cómo es la vida, Larry?

—¿La vida?

Sí, me explico, ¿cómo te va la vida?

—Eso es algo privado, Dan, no son preguntas que se hagan por la radio.

No, sinceramente, es una curiosidad mía, me gustaría saber cómo te va

—Okay, pero entonces apaga esa grabadora, al público no le interesa…

A lo mejor a ellos también les gustaría saber

—Anda ya, no digas chorradas, apaga ese trasto…

Okay, okay

—Luego vuelves a encenderlo, ¿vale?

Okay, si quieres lo

Clic.

Gould apagó la luz de los lavabos. Levantó la mirada hacia el reloj. Las siete menos tres minutos. Abrió la taquilla, se sacó la bata blanca y la colgó de la percha de plástico. Cogió de la mesa el cartelito que rezaba Gracias y lo dejó sobre la parte superior del mostrador. Luego miró el recipiente de cristal con las propinas. Había ideado un sistema para calcular la suma antes de contar el dinero: era un sistema que cruzaba los datos de distintas variables, incluyendo algunas como el tiempo atmosférico, el día de la semana o el porcentaje de niños que habían utilizado los servicios. De manera que también esa vez se puso a calcular y al final formó una cifra en su mente. Generalmente tenía un porcentaje de error que no superaba el dieciocho por ciento. Ese día estuvo muy cerca de acertar la cantidad exacta. Siete por ciento de más. Iba mejorando. Recogió las monedas y las metió en una bolsita de nylon. La cerró y la metió en la cartera. Echó una ojeada a su alrededor, para comprobar si todo estaba en orden. Luego cogió su abrigo de la taquilla, y se lo puso. En la taquilla había un par de botas de goma, un atlas y algunas cosas más. Había también tres fotos, colgadas de la puerta. Había una de Walt Disney y otra de Eva Braun. Luego había una tercera.

Gould cerró la taquilla. Colocó en su sitio la silla, empujándola debajo de la mesa, cogió la cartera, fue hacia la puerta, se volvió, dio un último vistazo, luego apagó la luz. Salió, se cerró la puerta a sus espaldas y subió las escaleras. El supermercado, arriba, también estaba cerrando. Cajas medio vacías, y empleados que empujaban trenes de carritos. Fue a dejar las llaves a Bart, en la garita de vigilancia.

—¿Todo bien, Gould?

—Divinamente.

—Cuídate, ¿vale?

—Hasta mañana.

Salió del supermercado. Estaba oscuro y soplaba un viento gélido. Pero el aire era limpio, de vidrio pulido. Se levantó el cuello del abrigo y cruzó la calle. Diesel y Poomerang estaban esperándolo, apoyados en un contenedor de basura.

—¿Qué tal la mierda?

—Abundante.

—Es la temporada: en invierno, cagan que da gusto —nodijo Poomerang.

Los tres llevaban las manos metidas en los bolsillos. Odiaban los guantes. Si te fijas, de todas las cosas hermosas que se pueden hacer con las manos, no hay ni una que se pueda hacer si llevas los guantes puestos.

—¿Nos vamos?

—Nos vamos.

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