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Esa historia del

western, por otra parte, era cierta. Shatzy trabajaba en ella desde hacía años. Al principio había acumulado ideas, después se había puesto a llenar cuadernos de notas. Ahora utilizaba la grabadora. De vez en cuando la encendía y decía cosas. No tenía un método preciso, pero seguía adelante, sin detenerse. Y el

western crecía. Empezaba con una nube de arena y de crepúsculo.

La típica nube de arena y de crepúsculo, como cada tarde, esparcida por el viento sobre el suelo y dentro del cielo, mientras Melissa Dolphin barre la calle delante de su casa, envuelta por el río de aire circular, con irracional dedicación, e inútil, barre. Pero llevando sus años, sesenta y tres, con calma y gratitud. Hermana gemela de Julie Dolphin, que está mirándola ahora, balanceándose bajo el porche, protegida del viento más fuerte: a través del polvo, mirándola, ella sola, la comprende.

A la derecha, alineado a ambos lados de la calle central, se extiende el pueblo. A la izquierda, nada. No hay frontera más allá de su empalizada, sino sólo una tierra decretada inútil, y abolida de los pensamientos. Guijarros y nada. Cuando muere alguien, en aquella tierra, dicen: las hermanas Dolphin lo han visto pasar. No hay casa más apartada, allí, que su casa. Ni más allá, dicen.

Así que es con estupefacta sorpresa como Melissa Dolphin levanta la vista hacia aquella nada y ve la figura de un hombre, difuminada en la nube de arena y de crepúsculo, aproximándose lentamente. Aunque había visto algunas veces desaparecer algo en aquella dirección —zarzas, animales, un viejo, miradas inútiles—,

aparecer algo, nunca. Alguien.

—Julie… —dice en voz baja, y se vuelve hacia la hermana.

Julie Dolphin está de pie, en el porche, y sujeta con fuerza en la mano derecha un Winchester modelo 1873, de cañón octogonal, calibre 44-40. Mira a aquel hombre —lentamente camina con el sombrero calado hasta los ojos, con un guardapolvo que le llega a los pies, arrastra algo, un caballo, algo, un caballo y algo, un pañuelo le protege la cara del polvo. Julie Dolphin levanta el rifle, apoya la culata de madera en el hombro derecho, inclina la cabeza para alinear ojo, punto de mira, hombre.

—Sí, Melissa —dice en voz baja.

Apunta en mitad del pecho, y dispara.

El hombre se detiene.

Levanta la mirada.

Se baja el pañuelo que escondía su cara.

Julie Dolphin lo mira. Vuelve a cargar. Después inclina la cabeza para alinear ojo, punto de mira, hombre.

Apunta a la cabeza, y dispara.

El eco del disparo se lo traga el polvo. Julie Dolphin hace saltar el cartucho de la recámara: Morgan rojo, calibre 44-40. Permanece en pie, mirando.

El hombre tarda un poco en llegar hasta Melissa Dolphin, en mitad de la calle, inmóvil. Se quita el sombrero.

—¿Closingtown?

—Depende —responde Melissa Dolphin.

Exactamente así empezaba el

western de Shatzy Shell.

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