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Poreda no quería creerlo. Era la primera vez que le pagaban un dinero extra por ganar.

—Mondini, dejémonos de historias, ese Gorman es una joya, pero sabes que, si quiero, puedo encontrar una manera de joderlo.

—Lo sé. Por eso estoy aquí.

—Te arriesgas a perder tu dinero.

—Lo sé.

—Mondini…

—¿Sí?

—¿Qué hay detrás de todo esto?

—Nada. Quiero saber si ese chico es capaz de seguir bailando aun con la mierda hasta el cuello. Y tú eres la mierda.

Poreda sonrió. Tenía una exmujer que le chupaba la sangre con la pensión, una amante quince años más joven que él, y un asesor fiscal que cobraba mil dólares al mes para olvidarse de que existía. De manera que sonrió. Luego escupió al suelo. Era, desde siempre, su forma de firmar un contrato.

—Ha tosido.

—¿Qué?

—Shatzy… ha tosido.

—Esto marcha.

—Está loco por ella, se la venderá, seguro que se la venderá.

—¿El botón se ha desabrochado?

—Desde aquí no se ve.

—Seguro que sí.

—Para mí que eso no será suficiente.

—Apuesto diez a que lo logra —nodijo Poomerang, y sacó un billete pringoso del bolsillo.

—Los veo. Y otros veinte por Poreda.

—Nada de apuestas por Poreda, chicos, Mondini se lo ha jurado.

—¿Eso qué tiene que ver? Nosotros siempre hemos apostado.

—Esta vez no. Esta vez es un asunto serio.

—¿Y las otras veces no lo era?

—Ésta va más en serio.

—Vale, pero sigue siendo boxeo, ¿no?

—Mondini se lo ha jurado.

—Mondini, pero yo no, yo nunca le juré que no haría apuestas…

—Es lo mismo.

—No es lo mismo.

Fue en ese momento cuando el profesor Bandini le dijo a Shatzy:

—¿Le apetece cenar conmigo esta noche?

Shatzy sonrió.

—En otra ocasión, profesor.

Le dio la mano y el profesor Bandini se la estrechó.

—Pues, entonces, en otra ocasión.

—Sí.

Shatzy se dio la vuelta y recorrió el sendero empedrado. Poco antes de llegar al garaje, se abrochó el botón, el de encima de las tetas. Cuando llegó ante Gould tenía una cara muy seria.

—Su esposa lo abandonó por otra. Otra mujer.

—Fantástico.

—Podías habérmelo dicho.

—No lo sabía.

—¿No es profesor tuyo?

—Pero no enseña historia de su matrimonio.

—¿No?

—No.

—Ah.

Se dio la vuelta. El profesor seguía allí. La saludó con la mano. Ella respondió.

—Es buena persona.

—Ya.

—No se merecía una roulotte amarilla. A veces la gente se castiga por algo que ni siquiera conoce, así, sólo por el gusto de castigarse…, decide castigarse…

—Shatzy…

—¿Sí?

—QUIERES HACER EL FAVOR DE DECIRME SI TE HAS AGENCIADO ESA MIERDA DE ROULOTTE, ¿SÍ O NO?

—¿Gould?

—Sí.

—No grites.

—Okay.

—¿Quieres saber si he conseguido comprar una roulotte modelo Pagode del 71 pagando por ella una miseria?

—Sí.

—HOSTIA PUTA, PUES CLARO QUE SÍ.

Gritó tan fuerte que se le desabrochó el botón de las tetas. Gould, Diesel y Poomerang se quedaron pasmados, con los ojos como platos. No por las tetas, sino por la roulotte. Ni se les había pasado por la cabeza que de verdad pudiera ocurrir. Miraban a Shatzy como si fuera la reencarnación de Mami Jane, que hubiera regresado para cortarle las pelotas a Franz Forte, director financiero de CRB. Hostia puta, lo había conseguido.

Dos días después, una grúa llevó la roulotte a casa de Gould. La colocaron en el jardín. La limpiaron a fondo, incluidas las ruedas, los cristales, todo. Era muy amarilla. Parecía una casita de juguete, algo construido expresamente para los niños. Los vecinos pasaban por delante y se paraban para mirarla. Un día uno de ellos le dijo a Shatzy que no quedaría mal una veranda, en la parte delantera, una veranda de esas de plástico, como las que vendían en los supermercados. Las había incluso de color amarillo.

—Nada de verandas —dijo Shatzy.

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