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El Viejo era tan grande que al entrar en él parecía que se entraba en una casa. Se abría una puerta, se subían unos escalones, y se llegaba directamente a la caja del reloj. En cierto sentido, era como ser una pulga y entrar en un reloj de bolsillo. Phil Wittacher se quedó aturdido por aquella maravilla. Todos los engranajes eran de madera, cuerda y cera. El mecanismo de cuerda funcionaba con agua, utilizando el depósito montado sobre el reloj. De hierro eran sólo las agujas. Los números, sobre la esfera de madera blanca lacada, estaban pintados de colores, pero no eran números normales. Eran naipes. Todos de diamantes. Desde el as hasta la dama, que señalaba mediodía. El rey estaba en medio de la esfera, donde suele estar la marca del relojero.

Pueblo de locos, piensa Phil Wittacher.

Sube y baja por esa red incomprensible de ruedas dentadas, vías, ganchos, cables, pesos y balancines.

Todo parado.

Ojalá no se oyera este viento silbando entre los tablones de las paredes, piensa Phil Wittacher.

Se pasa tres días allí dentro, colgando lámparas por todas partes y haciendo mil dibujos. Luego se encierra en su habitación para estudiarlos. Una tarde se acerca hasta la casa de las Dolphin.

—¿Qué oficio tenía su hermano? —pregunta.

—No te pagamos para que hagas preguntas, muchacho —dice Melissa Dolphin

—¿Quiere decir antes de venir al Oeste? —pregunta Julie Dolphin.

—Antes de construir el Viejo.

—Jodía a los ladrones —dice Melissa Dolphin.

—Inventaba cajas fuertes —dice Julie Dolphin.

—Ah, claro —dice Phil Wittacher.

Luego regresa a su habitación del primer piso del

saloon. Y vuelve a estudiar sus dibujos.

Una noche llaman a la puerta. Abre y ve a un viejo vestido como un pistolero. Pistolas incluidas. Dos, colocadas en su funda, al revés, con las culatas hacia fuera.

—¿Tú eres el hombre del reloj? —dice Bird.

—El mismo.

—¿Me permites?

—Como quiera.

Bird entra. Dibujos por todas partes.

—Siéntese —dice Phil Wittacher.

—Tengo que decirte sólo una cosa y puedo decirla de pie.

—Le escucho.

—Meo sangre, el dolor me roba las noches, doy asco hasta a las putas y no veo ni un carajo. Date prisa en arreglar ese reloj. Necesito morir.

Phil Wittacher levanta la vista al cielo.

—No creerá usted también en esa historia…

—En este lugar, no hay muchas cosas más en que creer.

—Pues entonces coja la primera diligencia, bájese donde ya no sople el viento y espere: si de verdad cree en eso, bastará con que espere un poco y encuentre a alguien que lo mate.

¿Cómo es que Bird ahora le está apuntando en el pecho con dos pistolas? Hace sólo un instante estaban en sus fundas.

—Cuidado, muchacho. A esta distancia no me hacen falta los ojos.

Phil Wittacher levanta las manos.

¿Cómo es que las dos pistolas están de nuevo en sus fundas? Hace un instante estaban apuntándole.

—Baja esas manos, idiota. No puedo matarte, si quiero morir.

Phil Wittacher se deja caer sobre una silla. Bird saca del bolsillo un fajo de dólares.

—Es todo mi dinero. Lo guardaba para un mariachi, pero lo espero desde hace años y ese tipo no aparece. Ya no hay poesía en este mundo. Arregla ese reloj y será tuyo.

Bird se mete de nuevo el dinero en el bolsillo.

Phil Wittacher sacude la cabeza.

—No quiero dinero, no necesito dinero, cometí el error de aceptar este trabajo y, está bien, lo acabaré, pero dejadme en paz, sólo quiero marcharme cuanto antes de este pueblo de locos, es más, ¿sabe que le digo?, me pregunto por qué no me he marchado todavía, ésa es la verdad, ¿sabe usted por qué demonios estoy aquí todavía?

—Muy simple: no se puede dejar un duelo a la mitad.

—No es un duelo.

—Pues claro que lo es.

Dice Bird. Luego se lleva dos dedos al ala del sombrero, se da la vuelta y se acerca a la puerta. Antes de abrirla, se detiene. Se vuelve nuevamente hacia Phil Wittacher.

—Muchacho, ¿sabes dónde mira, durante un duelo, un pistolero?

—No soy un pistolero.

—Yo sí. Mira a los ojos de su adversario. A los ojos, muchacho.

Bird hace un gesto con la cabeza, hacia los dibujos que llenan la mesa y la habitación.

—Mirar Fijamente a las pistolas no sirve de nada. Cuando ves algo, ya es demasiado tarde.

Phil Wittacher se vuelve para mirar sus dibujos. La última frase de Bird que escucha es:

—Míralo a los ojos, muchacho, si quieres ganar.

Decía Shatzy que al día siguiente Phil Wittacher hizo arrancar todos los tablones clavados delante de la esfera del Viejo. Las agujas marcaban las 12.37. Tenían razón las hermanas Dolphin: parecía un ojo ciego que no dejara de mirarte. Él y sus doce cartas de diamantes. Desde su habitación, Wittacher empezó a estudiarlo hora tras hora. Había colocado la mesa delante de la ventana: trabajaba en sus dibujos, luego levantaba la vista y miraba fijamente el Viejo. De vez en cuando bajaba a la calle, la cruzaba y subía hasta el corazón del reloj. Controlaba, medía. Cuando regresaba a su habitación, se sentaba a la mesa y empezaba de nuevo a estudiar. A través del viento, miraba fijamente el ojo ciego del Viejo. A la mañana del cuarto día, se despertó al alba. Abrió los ojos y se dijo:

—Qué idiota.

Se vistió, bajó donde estaba Carver y le preguntó quién era el más viejo de Closingtown. Carver señaló un indio mestizo que dormitaba sentado en el suelo, con una botella medio llena de aguardiente.

—¿No queda nadie que no haya perdido la cabeza?

—Están las hermanas Dolphin.

—No, ellas no.

—Entonces, el juez.

—¿Dónde puedo encontrarlo?

—En su cama. Su casa está detrás del almacén de Patterson.

—¿Por qué está en la cama?

—Dice que el mundo le da asco.

—¿Y qué?

—Lo dijo hace unos diez años. Desde entonces, sólo se baja de la cama para mear y cagar. Dice que nada vale la pena.

—Gracias.

Phil Wittacher sale del

saloon, llega a la casa del juez, llama a la puerta, la abre, entra en la penumbra, ve una gran cama y sobre la misma, medio vestido, a un hombre enorme.

—Me llamo Phil Wittacher —dice.

—Que te den por culo.

—Soy el que está arreglando el Viejo.

—Felicidades.

Coge una silla, la acerca a la cama, se sienta.

—¿Cómo era el hombre que lo construyó?

—¿Qué quieres saber de él?

—Todo.

—¿Por qué?

—Porque he de mirarle a los ojos.

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