Cian

Cian


DIECINUEVE

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DIECINUEVE

Devan los acompañó en el viaje de vuelta y, en cuanto llegaron al club, Cian la llevó al piso de arriba después de decirle algo a Devan que ella no escuchó. Se sentó con ella en el sofá y le sirvió un poco de coñac que le hizo beber despacio. Cuando Amélie lo probó, apartó la cara con una mueca de asco.

—No me obligues, está malísimo. —Él hizo una mueca al recordar el precio de la botella.

—Un poco más, cariño. Ya que no quieres comer, bébete esto, al menos se te quitarán los temblores. —Ella ya le había dicho que no podía tragar nada, pero lo miró extrañada. No quiso decirle que ni siquiera se había dado cuenta de que estaba temblando. Cuando apuró el último trago se lo agradeció porque notó un calor reconfortante extendiéndose por todo su cuerpo, que le hizo sentirse algo mejor. Calladamente, Cian se levantó y cogió el tarro de ungüento que había dejado Aidan pocos días antes. Con un rictus amargo, volvió a sentarse junto a ella y lo abrió.

—¿Qué vas a hacer? —Él la miró con una ceja arqueada.

—Yo creo que está claro, te voy a dar ungüento en los golpes.

—No, antes quiero ducharme. —Le pareció que él iba a discutir y se explicó—: Necesito limpiarme. —Cada vez que recordaba dónde habían estado las manos de aquel ser tan repugnante y cómo le había lamido la cara, tenía ganas de vomitar.

—Claro, tenía que haberlo pensado…, pero no te dejaste ropa aquí.

—No importa, déjame la parte de arriba de un pijama tuyo, me servirá de camisón. —Él tomó uno de la cómoda y la cogió de la mano.

—Vamos.

Cuando Amélie puso la cabeza bajo el chorro caliente de la ducha, suspiró, sintiéndose un poco mejor. Cian lavó el cuerpo femenino con sumo cuidado, respetando los lugares enrojecidos o amoratados, y maldiciendo por lo bajo cada vez que encontraba otro golpe. Después, la envolvió en una toalla grande y, cuando tuvo la piel seca, le aplicó el ungüento que había traído de la habitación.

Volvieron al dormitorio, ella con la parte de arriba del pijama de Cian y él con los pantalones. Amélie, sentada en la cama, se remangó la chaqueta para que se le vieran las manos, y después lo observó encender el fuego, sabiendo que lo hacía para que estuviera más cómoda.

—¿Quieres acostarte? —Pero ella seguía teniendo esa mirada y Cian alargó la mano para que se acercara a él—. Ven, vamos a sentarnos un rato junto al fuego.

Se sentaron ante la chimenea, Cian detrás de ella para que se pudiera apoyar en él y, como no tenía un cepillo, cogió su peine y comenzó a desenredarle el pelo intentando no darle demasiados tirones. Ella aún tenía los nervios de punta, pero poco a poco se fue relajando hasta sentir que se le cerraban los ojos. Cuando Cian notó que su cuerpo se había aflojado, dejó el peine a un lado y tiró de ella para que se levantara; luego, la llevó a la cama.

Se acurrucó sobre las sábanas con un suspiro de felicidad mientras observaba, entre pestañeos, a Cian apagando las luces y colocando la rejilla de la chimenea para evitar que una chispa pudiera saltar a la alfombra mientras dormían. La invadió una sensación de plenitud al ser consciente de que se pertenecían el uno al otro y de que, a pesar de todo y aunque no entendía por qué, realmente la quería. Cuando él se acostó, se acurrucó junto a su cuerpo deseando decirle tantas cosas…, pero estaba demasiado cansada y se durmió.

Habían pasado cinco días y todas las noches Amélie tenía unas terribles pesadillas en las se entremezclaban lo ocurrido en la buhardilla, con el asesinato de sus padres. En cuanto Cian la escuchaba, la despertaba acunándola entre sus brazos y murmurando palabras consoladoras en su oído; la acariciaba dulcemente hasta que se tranquilizaba y se volvía a dormir. Pero ella no quería vivir así. Deseaba sentirse segura de nuevo y sabía cuál era la forma de conseguirlo. Esa mañana, cuando él se vistió para acudir a trabajar, se metió en la ducha y abrió la maleta que Gabrielle le había traído tres días antes cuando vino a verla, y se vistió para salir. No pensaba irse sin avisarlo, así que fue a buscarlo al despacho y le dijo:

—Tengo hambre. ¿Vamos a la cafetería?

Entraron en uno de los reservados después de esquivar a varios camareros que preparaban las mesas para los desayunos, rodeados por el olor de los bollos y del café recién hecho. Después de pedir lo que querían, se volvió hacia él.

—Quiero hablar con Gabrielle. Hay algunas cosas que… quiero preguntarle antes de tomar una decisión. —Él entendió lo que quería y se puso pálido. Su reacción la sorprendió.

—¿Qué te pasa?

—¿Es por la transformación? ¿Tienes dudas? Si es así, prefiero que esperemos. —Cian no era dado a parlotear, pero lo estaba haciendo en ese momento. Por eso lo miró fijamente.

—Cian, ¿me ocultas algo?

—Estuve hablando acerca de la conversión con Killian y va a ser muy duro para ti. No quiero que pases por eso.

—Eres un encanto, pero ya lo sabía. Como es algo que me asustaba, se lo pregunté a Gabrielle hace tiempo y me explicó lo que sintió, aunque también reconoce que, con el paso del tiempo, los recuerdos se han atenuado. No es algo agradable, pero según lo que ella me contó, puede que sea peor verlo que sentirlo. Al menos ella dice que cree que la peor parte se la llevó Killian. Gabrielle recuerda muy poco del proceso —Cian asintió con gravedad y cubrió con su mano la de ella, que estaba sobre la mesa.

—No podría soportar que te pasara algo por mi culpa.

—Cian, sé que esta mañana tienes una reunión con los Cuatro Legendarios y con los miembros de La Brigada, a pesar de que has evitado contármelo. Y me imagino que la reunión es para decidir qué hacéis con La Hermandad porque cada vez supone una amenaza mayor, ¿es así?

—Eres una bruja, no sé cómo has podido enterarte de todo eso.

—Te conozco bastante bien y tengo orejas, aunque tú y Devan a veces no os deis cuenta.

—Ya lo sé y son muy bonitas, por cierto. —Esta vez la sonrió con picardía, como a ella le gustaba.

—Eres tonto —bromeó—. Pero, aparte de eso —les interrumpió un camarero con el desayuno y ella esperó a que lo dejara sobre la mesa y se fuera— lo que intento decirte es que no estaré a salvo si sigo siendo humana, aunque me entrene y me esfuerce al máximo, jamás podré ganar contra ellos. Y tú y yo sabemos que no dejarán de intentar asesinarme.

—Jamás lo permitiré. —La furia protectora que había en sus ojos la maravillaba, pero desgraciadamente no era suficiente.

—Lo sé, pero no quiero darles esa oportunidad. Me gusta ser humana y todo lo que implica, pero te quiero. Te lo dije esa noche, Cian, y lo dije de verdad, y haré lo que sea por tener una vida lo más larga y feliz posible junto a ti. —Él besó sus nudillos en silencio y luego recorrió su rostro con admiración.

—No sé qué habré hecho para merecerte, pero te juro que te haré feliz. —Ella separó su mano y cogió el tenedor.

—Lo sé, cariño. ¡Ahora, a comer!

Tuvo que dejar que Al y Buck la acompañaran cabalgando a ambos lados del carruaje, además del conductor y otro hombre que iba a su lado, para que Cian estuviera tranquilo. Asegurándole que volvería enseguida, se marchó a casa de Killian.

James abrió la puerta y la abrazó nada más verla.

—¡Amélie! ¡Qué alegría! Gabrielle nos dijo que estabas bien, pero hasta que no te he visto… —Se sintió mal por no haber pensado que estarían preocupados por ella. Era normal, todos la conocían desde que era una niña.

—Hola, James. —Arrepentida, lo besó en la mejilla provocando que se ruborizara—. Estoy muy bien, muchas gracias. Quería ver a Gabrielle.

—Lo siento, pero acaba de salir. —Se inclinó hacia ella para confiarle un secreto—. Aprovechando que Killian iba a la reunión, ha ido a buscarle un regalo de cumpleaños.

—Es verdad, es dentro diez días, ¿no?

—Sí. —Ella se quitó el sombrerito de lana y los guantes.

—¿Y Lee está en casa?

—Sí, abajo, como siempre.

—Entonces bajaré a verlo.

Al llegar a la puerta de detuvo con los ojos cerrados. Intentó escuchar el sonido del hambo surcando el aire o golpeando el saco de cuero que Lee solía utilizar para sus entrenamientos, pero no oyó nada. Cuando llamó a la puerta, se abrió sola, como si solo hubiera estado entornada. Lee estaba de pie, erguido, con las manos escondidas dentro de las mangas de la chaqueta y la mesa puesta para el té. Incluso había acercado los dos únicos taburetes que tenía, como si la esperara. Cerró la puerta y se inclinó ante él y, cuando él hizo lo mismo, se acercó.

—Buenos días, maestro.

—Hola, Amélie —siempre pronunciaba su nombre como si fuera parte de una canción—. Tú, ya mejor, ¿no? —ella asintió lentamente, sabiendo que a él no podía engañarlo—. Siéntate, pequeña ardilla. —Que la llamara así en ese momento hizo que le entraran ganas de llorar, pero se reprimió a tiempo. No quería avergonzarlo.

—Llorar no es malo, pero tetera y vasos calientes, tienes que hacer té. —Lo miró boquiabierta. Jamás, en todos esos años, la había dejado participar en la ceremonia del té.

—Decías que todavía no estaba preparada para hacerlo.

—Sí. Pero ahora sí lo estás. ¿Recuerdas lo que hay que hacer? —Le había visto hacerlo cientos de veces.

Cuando terminaban los entrenamientos, Lee siempre preparaba té delante de ella. Jamás le había dicho cómo se hacía, pero no era necesario después de verlo tantas veces. Emocionada, se levantó, acercándose a las tres teteras que eran necesarias para el ritual: la primera sirve para calentar el agua y, como él había dicho ya estaba caliente, aunque sin llegar a hervir. En la segunda se echan las hojas del té y el agua caliente de la primera tetera y, en la tercera se sirve la infusión cuando ya está hecha, colándola previamente, y de esta tercera tetera se sirve directamente a las tazas.

Lee jamás permitiría que el agua que utilizaba para el té no fuera agua de un manantial, aunque no sabía cómo conseguiría tal cosa. Mientras las hojas terminaban de soltar su esencia en el agua, ella calentó la última tetera y las tazas con agua caliente para que la infusión se mantuviera a la temperatura ideal durante más tiempo. A punto de servir el té, Amélie inclinó la cabeza y dijo algo que la sorprendió a ella misma:

—Ofrezco esta ceremonia en recuerdo de mis queridos padres —Lee la miraba fijamente sin ocultar la satisfacción que sentía—, esperando que estén orgullosos de mí. —Con un movimiento elegante y delicado, como había visto hacer a Lee tantas veces, llenó las dos tazas hasta un poco más de la mitad y dejó la tetera sobre la mesa; luego, cogió una de ellas usando solo las yemas del dedo pulgar y el índice, aunque para sujetarla bien se ayudó poniendo debajo el dedo corazón y se la ofreció—: Maestro, permite que no llene la taza hasta el borde; si lo hiciera, no cabría en ella mi admiración por ti. —Ella había leído mucho sobre de la ceremonia del té y, aunque sabía que esa no era la fórmula que se debía utilizar, esas palabras surgieron de su corazón y, por primera vez, vio aparecer dos lágrimas en los ojos de Lee.

—¡Ah! —suspiró—. La pequeña ardilla es muy sabia, aunque yo ya lo sabía. —Aceptó la taza y esperó a que ella se sentara junto a él y cogiera la suya; después, los dos disfrutaron del aroma del té, fuerte y dulce, y lo bebieron en silencio.

Cuando terminaron, Amélie permaneció sentada con los ojos cerrados y la cabeza inclinada, intentando no pensar, hasta que abrió los ojos y giró la cara hacia el anciano.

—Voy a transformarme. Ahora estoy segura. —Le extrañó que él no contestara—. ¿No te parece bien? —Lee se encogió de hombros.

—No bien, no mal. Tú debes decidir. Solo quiero que seas fuerte y que elijas bien tu camino.

—Yo también.

—El viaje es largo y habrá tinieblas, siempre las hay, pero recuerda siempre lo que te he enseñado. Tu futuro marido te ayudará. También es fuerte y te quiere.

—Suena como si te estuvieras despidiendo. —Se asustó.

—No, pequeña ardilla, pero tu vida va a cambiar; ahora vas a coger una curva que te llevará a otro lugar. —Levantó una mano al ver su expresión afligida—. No preocupes. No soltaré tu mano; mientras este anciano pueda respirar, seguirá a tu lado.

—Gracias, maestro.

—No, yo doy las gracias a ti, pequeña ardilla. Eres la nieta que nunca tuve. Mi viaje ha sido largo y a veces oscuro, pero al final la vida ha sido generosa conmigo.

Ella se echó en sus brazos sin pensarlo y Lee la abrazó por primera vez.

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