Cian

Cian


DIEZ

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DIEZ

Igual que había hecho la otra vez, acarició su nuca mientras bebía de ella, manteniendo los ojos cerrados y disfrutando al máximo de la sensación tan maravillosa que se había apoderado de ella. Los apagados sonidos que hacía él al chupar de su vena, eran lo más erótico que había escuchado nunca, pero se retiró demasiado pronto después de lamer la herida para que se cerrara.

—No has bebido suficiente. —Él se estaba relamiendo cuando la miró. Un mechón de pelo negro le caía sobre la frente dándole un aspecto de malvado que le hacía más atractivo. Pero su expresión era de arrepentimiento.

—Estás herida, no tenía que haberlo hecho, pero no he podido evitarlo —se lamentó—. Contigo no puedo controlarme.

Ella estaba tumbada bocarriba y él estaba entre sus piernas, y movió sus caderas provocativamente para frotar su miembro contra el pubis femenino.

—Bueno, ¿por dónde íbamos? —Con el dedo índice rozó el pezón derecho que se puso rígido al instante y se inclinó para lamerlo, fascinado. Ella simuló pensar su respuesta.

—Creo que nos ha faltado algo, pero… —negó con la cabeza como si no lo supiera— no consigo recordar qué es.

—Bueno, ahora mismo te lo recuerdo. No te preocupes. —Ella soltó una carcajada, agradecida por no haberse dormido con la pastilla y ese fue su último pensamiento racional.

Desde ese momento, solo pudo pensar en la piel de Cian, en el vello áspero de su pecho y en la sabiduría de sus manos. La tocaba por todas partes, delicadamente, con el único propósito de darle placer. Jamás había pensado que pudiera ser un hombre tierno en la cama, pero lo era. Al menos con ella.

Él estaba asombrado por todo el tiempo que había podido controlarse, pero hacerle el amor ahora era una cuestión de supervivencia; estaba convencido de que, si no lo hacía, moriría. Cogió la mano de Amélie y la llevó hasta su miembro.

—Tócame, por favor. —No le importaba lo suplicante que había sonado su petición. La necesitaba.

Ella obedeció deseando darle el mismo placer que él le había procurado a ella y cerró la mano sobre su pene. Al principio, lo acarició con timidez, notando cómo crecía y provocando que él volviera a besarla hundiendo su lengua dentro de ella, al tiempo que le hacía separar más los muslos. Entonces, se cogió el miembro y lo situó en la entrada de su vagina y empujó. Ella sintió un ligero ardor, aunque no demasiado doloroso, pero se puso rígida involuntariamente.

—¿Te duele mucho? —Se quedó quieto, esperando, a pesar de que su expresión era de agonía y algunas gotas de sudor recorrían sus mejillas para caer sobre los pechos de Amélie.

—No, puedo aguantarlo —aseguró. Le acarició la mejilla y se irguió para besarle en los labios rápidamente.

—De acuerdo.

Antes de que tuviera tiempo de pensárselo la penetró totalmente con una única embestida, provocando un gemido ahogado de Amélie, aunque enseguida volvió a sonreír.

Cian se quedó quieto durante unos segundos para que se acostumbrara a tenerlo dentro de sí, mientras murmuraba palabras tiernas junto a su oído, diciéndole que la amaba y que el dolor se pasaría enseguida. Poco a poco, sus palabras se hicieron ciertas y se sintió menos incómoda. A la vez, él buscó su clítoris con el dedo y lo acarició suavemente hasta que ella volvió a excitarse y sus caderas se elevaron ofreciéndose a él. Solo entonces, él continuó moviéndose dentro de ella lentamente, intentando alargar el placer lo máximo posible. Todos sus sentidos estaban concentrados en incrementar el deleite de ambos, pero ella volvió a tener otro orgasmo y los músculos de su vagina se ciñeron alrededor de su pene, desencadenando que Cian la siguiera en la culminación más intensa de toda su vida. Agotado y feliz, hundió la cara en el cuello de Amélie con un gruñido de satisfacción, mientras su miembro palpitaba en el interior de ella.

Cuando tuvo fuerzas para levantar la cabeza deseando saber cómo estaba ella, Amélie se había quedado dormida. Se tumbó de costado y subió las sábanas para tapar sus cuerpos, luego rodeó su cintura con el brazo y se durmió al instante con una sonrisa en los labios.

Kirby Richards había viajado lo más rápido que había podido desde Cork, donde vivía, cuando su amigo Burke le contó lo ocurrido en Dublín, pero, a pesar de sus prisas, había tardado tres días en llegar. Se dirigió al hotel que solía frecuentar cuando venía a la capital y lo primero que hizo, en la misma recepción, fue enviar un mensaje a Fenton Stronbow para avisarle de que había llegado. Luego, subió a su habitación a lavarse, decidiendo que después bajaría a comer algo.

Fenton lo encontró en el restaurante del hotel terminando de desayunar. Se levantó para saludarlo cuando se presentó y Fenton se quedó sorprendido al ver sus ojos; eran grandes, de un dorado intenso y levemente rasgados; sus pestañas eran densas y muy rubias al igual que el pelo, que llevaba largo, rozándole los hombros y que recordaba a la melena de un león. De hecho, todo en él le recordaba al rey de la sabana africana, sin embargo, su actitud era tranquila y educada.

—Me alegro de conocerte. He oído hablar mucho de vuestra familia. Siéntate, por favor. —Fenton, agotado, accedió—. ¿Quieres desayunar?

—Te lo agradecería, todavía no he podido tomar ni un café.

—¿Tenéis ya alguna idea acerca de quiénes fueron los asesinos? —Fenton suspiró.

—Desgraciadamente, desde entonces han ocurrido más cosas. —El magistrado dejó el café que estaba bebiendo sobre la mesa y lo miró, esperando que lo informara—. Tres vampiros, dos días después de los asesinatos, atacaron a la pupila de Killian cuando iba a la universidad. —La expresión de Kirby no varió.

—¿Amélie está bien? —No había vuelto a tener relación con ella desde lo ocurrido con sus padres, pero Killian le había hablado tanto de ella que le parecía conocerla perfectamente.

—La hirieron, pero se pondrá bien —el juez asintió, pensativo—, pero aún hay más. Anoche asesinaron a Lorna Khan, era la dueña de un prostíbulo, El Columpio Rojo.

—Estoy algo desconcertado, ¿esos hechos están relacionados entre sí?

—Creo que sí, déjame que te explique. —Kirby apoyó la barbilla en su mano, acariciándosela de vez en cuando pensativamente, mientras escuchaba lo que Fenton le decía—. No sé si conoces al director del Enigma en Dublín.

—No, pero sé que es amigo de Killian. Se llama Cian Connolly, ¿no?

—Sí. Es amigo de Killian, de mi hermano Gale y de muchos de los antiguos.

—¿Tuyo también?

—No, entre mi hermano y yo hay mucha diferencia de edad y no tenemos los mismos amigos, pero admiro a Cian por lo que ha conseguido partiendo de la nada y todo lo que he escuchado sobre él, siempre ha sido bueno.

—Imagino que ahora viene la objeción. —Fenton sonrió, aunque la seriedad de Kirby no le incitaba a hacerlo.

—Bueno, no sé si yo lo habría dicho así, pero es verdad. El caso es que Cian está interesado desde hace tiempo en Amélie. —La mirada leonada de Kirby se afinó, concentrándose en él. Si Fenton hubiera sido otro tipo de vampiro le hubiera inquietado ser el receptor de esa mirada—. Y fue gracias a él que los atacantes no consiguieron matarla. Llegó justo a tiempo para salvarla.

—¿Iba con ella?

—No.

—¿Entonces?

—Al parecer, Cian estaba preocupado por su seguridad y había ordenado a dos de sus hombres que la vigilaran. Cuando los atacaron, uno de ellos fue a avisar a Cian y el otro se quedó protegiendo a Amélie y a sus acompañantes. Con ella en el carruaje, viajaban dos sirvientes de Killian.

—Comprendo. ¿Qué sabes sobre los atacantes?

—Poco de momento, pero creemos que pueden pertenecer a una antigua sociedad secreta, La Hermandad. —Ese nombre provocó un cambio en el magistrado, su rictus se endureció y se inclinó ligeramente hacia delante en la silla, como si de esa manera pudiera inducir a Fenton a que le dijera lo que supiera cuanto antes—. Los tres vampiros atacantes, a los que mataron Cian y sus hombres en la pelea, tenían tatuada una pequeña serpiente en la muñeca —Kirby asintió y se reclinó en la silla con los ojos entornados.

—¿Las serpientes son blancas y negras?

—Sí, y tienen los ojos rojos. Los cadáveres están a tu disposición por si quieres examinarlos.

—Por supuesto. Cuéntame lo que sepas del otro caso —ordenó.

—La vampira asesinada, Lorna Khan, fue la amante de Cian durante algún tiempo.

—Ya veo.

—Él la había dejado públicamente hacía dos años; más o menos cuando conoció a Amélie. Pero, hace unos días ella volvió al Enigma y tuvo una discusión con él, que presenciaron varios testigos. Por lo que he oído, solía montarle ese tipo de numeritos de vez en cuando.

—¿Lo crees capaz de asesinarla?

—No —Fenton intentaba ser objetivo, pero no lo creía—, sobre todo no le creo capaz de asesinar a nadie, y menos a una antigua amante, de esa manera. La han desangrado, igual que hicieron con el ministro y su familia. —Kirby se quedó muy quieto.

—¿Desangrados?

—Desangrados puede que no sea la expresión adecuada… estaban secos, ya me entiendes. Se dieron un festín con los cuerpos .

Kirby musitó algo en voz tan baja que Fenton no lo entendió.

—¿Qué has dicho?

—Que así es como asesinaron a los padres de Amélie. Ella se salvó porque se escondió debajo de su cama y no la encontraron. En aquella época mataron a muchos así, tanto humanos como vampiros, era una especie de ritual para ellos. Parece que esos cabrones han vuelto.

—No sabía que sus padres habían muerto de esa manera, ni siquiera sabía que había sido La Hermandad. —Los hipnóticos ojos del magistrado no se separaron de los suyos.

—¿Sabes cuánto hacía que La Hermandad no actuaba?

—No.

—Desde que dejaron huérfana a Amélie.

Fenton lo miró con incredulidad y Kirby se explicó:

—Killian y yo decidimos ocultar que los asesinos eran de La Hermandad. Ya habían conseguido que cundiera el pánico entre los vampiros, si dejábamos que se supiera que también estaban asesinando a los humanos… el miedo se hubiera extendido entre toda la sociedad, haciendo imposible la convivencia entre nuestras especies. Recuerda lo que esos monstruos habían estado haciendo durante años…

—Sí, acabaron con todos los eruditos. —Había escuchado muchas veces la historia, pero era algo tan lejano que casi no parecía real.

—Sí, entre otras salvajadas —murmuró—. Killian y yo nos prometimos que acabaríamos con ellos. Y lo hicimos, los fuimos cazando uno tras otro hasta que creímos que los habíamos exterminado, pero parece que nos equivocamos. O, quizás… —Se quedó pensativo. Fenton no necesitó entrar en su mente para saber qué estaba pensando.

—O quizás durante estos años alguien ha estado reconstruyendo la organización.

—Es posible. En cualquier caso, ya que estoy aquí y mientras llega Killian, será mejor que aprovechemos el tiempo. Llévame a ver esos cadáveres y luego quiero hablar con el famoso señor Connolly.

—Claro. Vamos.

Ninguno de los dos se percató cuando se levantaron del camarero que estaba sirviendo en la mesa de al lado, que dejó su bandeja y salió tras ellos discretamente. En la entrada le hizo un gesto a un hombre elegantemente vestido que aparentaba leer un periódico. Este inclinó ligeramente la cabeza y, doblando su periódico con toda la parsimonia del mundo lo dejó sobre la mesa junto a su café, y los siguió balanceando un curioso bastón que llevaba en la mano derecha mientras caminaba.

Solo hacía un día que la habían atacado y que estaba en casa de Cian, pero se dio cuenta de que le gustaba estar allí, aunque le parecía mentira haber hecho el amor con él la noche anterior. La única explicación que encontraba era que debió volverse loca por la pesadilla y por la pastilla que le había dado Aidan. Pero lo importante era que le había encantado cómo la había tratado Cian y lo que le había hecho sentir. Después, no había vuelto a tener pesadillas y, cuando se despertó, ni siquiera recordaba lo que había soñado, lo que era una bendición.

Hacía un rato que Cian la había acompañado al baño donde se había duchado con mucho cuidado y luego se había vestido muy despacio. Ahora estaba sentada ante su desayuno mirando por la ventana. No sabía qué hora era, pero la calle estaba llena de personas de todo tipo que caminaban muy deprisa, carros cargados hasta los topes tirados por caballos y obreros que corrían a sus trabajos. Esa parte de la ciudad estaba cerca de una fábrica y del mercado más importante de Dublín, y era muy entretenido mirar por la ventana para ver pasar a la gente. La casa de Killian estaba en una zona más residencial y solo se veía a gente paseando de vez en cuando.

La distrajo el ruido de la puerta. Era Cian y parecía preocupado, pero sonrió al ver que ya estaba vestida. Se acercó y levantó su rostro para darle un beso largo y ardiente.

—Buenos días, preciosa. ¿Cómo te encuentras?

—Mejor, la ducha me ha sentado muy bien.

—Tienes una carta.

La esperaba, sería de su casa. Cogió el sobre y le dio las gracias. La letra era de Sarah y, mientras la leía, Cian se sirvió un café y la observó tomando un sorbo. Por su expresión, dedujo lo que decía la carta y se preparó.

—Es de Sarah.

—Me lo imaginaba.

—Dice que tengo que volver, que Killian está a punto de llegar y que no entenderá que no esté allí.

—Cuando vuelva, hablaré con él. —Lo miró arqueando una ceja. A pesar de que no quería discutir con él, la sacaba de sus casillas.

—Cian, yo soy la que decido.

—No quiero que discutamos porque todavía estás mal, pero… —Ella lo señaló con el índice y negó con la cabeza, como advertencia para que no siguiera.

—¡Ni se te ocurra decirlo! —Pero él continuó. Tenía claro qué era lo más importante para él.

—No vas a marcharte mientras no esté seguro de que allí estás a salvo. Ahora mismo, estás más protegida aquí que en cualquier otro sitio. —Ella abrió la boca indignada.

—¡No puedes impedir que me marche! —Él dio un golpe sobre la mesa provocando que las tazas saltaran sobre los platos.

—¡Por supuesto que sí!

—Cuando venga Killian… —amenazó.

—No le tengo miedo, que venga.

—¡Cian, sois amigos! —No se lo podía creer—. ¿Es que quieres pelear con él? Lo conoces, sabes que no dejará que me quede. Si quieres que tengamos una posibilidad, tendrás que dejar que me vaya. —Él se levantó, furioso porque estuviera cuestionando su derecho a protegerla.

—¡No!, antes que nada, está tu seguridad. Lo demás me importa una mierda. —Ella entrecerró los ojos, desconfiada.

—¿Hay algo que no me has contado, Cian? —Él lo negó, convencido.

—Nada.

Amélie se levantó de golpe, lo que le provocó un fuerte pinchazo en el costado, pero evitó hacer cualquier muestra de dolor. Se encaró con él y volvió a preguntárselo:

—¿Has averiguado algo sobre los vampiros que me atacaron? —Antes de que pudiera contestar los interrumpió una llamada en la puerta y él se acercó a abrir. Ella esperó con los brazos cruzados, pero notó su gesto de preocupación cuando volvió.

—Kirby Richards y Fenton acaban de llegar y quieren hablar conmigo. —Ella se preguntó qué querría el amigo de Killian y, además, magistrado de la zona sur.

—Te acompaño.

—No.

—Cian, o bajo contigo y así te aseguras de que no me haga daño bajando por las escaleras o lo hago sola, y es posible que, en ese caso, se me abra la herida. —Él se pasó la mano por el pelo, agitado.

—Está bien, maldita sea.

Ella intuía que esa no era una visita de cortesía y no iba a dejarlo solo, dijera lo que dijese.

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