Cian

Cian


VEINTE

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VEINTE

Ya habían llegado todos: los Cuatro Legendarios, Killian, Fenton, Cian y Devan. Kirby Richards había tenido que marcharse antes de tiempo porque ya no podía posponer durante más tiempo su vuelta a Cork. Decía que le había llegado un mensaje preocupante de su segundo al mando, pero Killian pensaba que Kristel Hamilton había tenido algo que ver en su decisión de marcharse tan precipitadamente.

—Sé que estáis todos muy ocupados, como siempre, pero esto nos ocupará poco tiempo. —Burke Kavannagh, el naviero, se atusó el bigote pelirrojo, algo que solía hacer cuando estaba especialmente preocupado y contestó, después de pasear su mirada felina por todos.

—Estoy seguro de que ninguno vamos a meterte prisa, Killian. Di lo que tengas que decir —los demás asintieron con un murmullo. Todos estaban deseando conocer las últimas noticias.

—Gracias. Primero, quiero informaros que la policía humana ha cerrado el caso del asesinato de Wilson Cox. El informe oficial es que unos malhechores entraron a robar y que, cuando se dieron cuenta de que la familia estaba dentro, los asesinaron a todos. En el caso de Lorna Khan han dictaminado algo parecido: asesinada por persona o personas desconocidas. —James Mackenna se removió inquieto en la silla y Killian le lanzó una mirada inquisitiva.

—No creí que diría algo así jamás, pero, en este caso, estoy de acuerdo en que no se diga la verdad a la gente. No provocaría más que pánico y graves enfrentamientos entre las diferentes especies de la población.

—Exacto, por eso se ha decidido hacerlo así. Por supuesto, hemos estado informados en todo momento.

Stuart, el coronel, preguntó:

—¿Estáis seguros de que los responsables son…?

—No tenemos ninguna duda de que fueron algunos miembros de La Hermandad. Todo formaba parte de una repugnante estrategia de completar el plan de asesinar a toda la familia de Amélie. Hace doce años mataron a sus padres y ahora querían terminar con ella. Afortunadamente, Cian llegó a tiempo de salvarla, aunque no pudimos salvar a Wilson Cox, a su mujer Annabelle, ni a su hija de doce años, Maggie, a los que nunca olvidaremos. —Siguiendo su ejemplo, todos permanecieron unos segundos en silencio. Killian le hizo una señal a Fenton que se levantó y dejó un par de cápsulas en el centro de la mesa, donde todos pudieran verlas, y se explicó:

—Cuidado, no son tan inofensivas como parecen. Son cápsulas venenosas y muy sofisticadas, nunca habíamos visto algo parecido. Los tres vampiros que apresamos, se las tomaron en cuanto pudieron para no hablar y murieron en segundos.

El coronel fue el primero que cogió una de ellas y se la pasó a su amigo el conde, antes de preguntar:

—Es muy difícil conseguir ese nivel de compromiso en los que te siguen, os lo aseguro. Casi imposible, diría yo. ¿Qué vampiro se suicidaría por no desvelar un secreto?

—No lo sé, coronel, pero eso nos demuestra el control tan absoluto que su maestro ejerce sobre ellos y, por eso, debemos prepararnos para lo peor. ¿Contamos con vosotros?

Todos aceptaron inmediatamente.

—Kristel Hamilton, la bibliotecaria del club ha accedido a ayudarnos investigando en los escritos de los Eruditos de Baddlevam. Tanto Kirby como yo recordamos haber leído referencias a una antigua leyenda que hablaba de un grupo secreto llamado así, La Hermandad. Cuanta más información tengamos sobre ellos, mejor. Los agentes de La Brigada tienen una orden que prevalece sobre todas las demás: localizar a cualquier miembro de La Hermandad, detenerlo y traerlo ante mí. —Su cara reflejó la dureza que había en su naturaleza y que utilizaba cuando era necesario—. Las instrucciones son que no los maten, siempre que sea posible, para conseguir información, pero estoy seguro de que son culpables de alguno de los atroces crímenes de los que hemos hablado, lo pagarán con su vida. —Fue mirando a la cara a todos, que asintieron uno tras otro, hasta llegar a Cian, después, dio la reunión por terminada, pero Niall Collins lo miró con sus ojos dorado-rojizos y le dijo:

—Hemos hablado entre nosotros. Sabemos la gran responsabilidad con la que has cargado tú solo estos años y te lo agradecemos, pero ha llegado la hora de que te ayuden —Killian no sabía a qué se referían.

—¿Habéis pensado en alguien en concreto?

—Queremos rehabilitar de una vez a los Eruditos de Baddlevam, con todo lo que eso implica. Estamos de acuerdo en crear un fondo para hacerlo, y que tú lo gestiones hasta que encuentres a la persona adecuada para hacerlo. Se avecinan tiempos muy duros para nuestra especie, y necesitamos científicos y sabios que nos aconsejen en todas las materias. —Killian estaba muy sorprendido, era un proyecto que él tenía desde hacía décadas, pero nunca terminaba de ponerse en marcha.

—Me parece estupendo, como sabéis, es algo que quiero hacer desde hace años —James Mackenna le contestó con algo de socarronería.

—Pues parece que al final nos has hecho entrar en razón.

—Dejadme algo de tiempo para que prepare todo. Aunque me temo que tardaremos semanas, puede que meses, en encontrar a las personas adecuadas. —Todos estuvieron de acuerdo.

—Entonces, creo que eso es todo. Muchas gracias, amigos.

Se retiraron guiados por Devan, preguntándose unos a otros quién había traído carruaje y quién no, dejando solos a Cian y Killian.

El magistrado se volvió hacia su amigo y sus palabras lo dejaron conmocionado:

—Quiero que transformes a Amélie cuanto antes. Temo que vuelvan a ir a por ella. —Cian no quiso decirle que ya habían decidido hacerlo, porque era algo privado entre los dos y Amélie prefería no contarlo hasta que ya estuviera hecho. Pero no podía dejar de tranquilizarlo un poco.

—Sí, yo también. Ya lo hemos hablado, aunque estoy preocupado por el riesgo que supone para ella —Killian asintió.

—No te voy a mentir, lo vas a pasar muy mal, pero no hay otro remedio. Si yo hubiese podido, lo habría pasado en lugar de Gabrielle, pero esto no funciona así. Solo puedes quedarte a su lado y ayudarla en lo que puedas. —Se pasó la mano por la cara—. Me voy a casa, estoy cansado. Recuerda que venís a comer el domingo.

—Claro, te acompaño —salieron de la sala de reuniones en silencio.

Habían leído los documentos de la biblioteca que les había buscado Kristel, que aconsejaban que la pareja se diese un largo baño antes de la ceremonia. Cian se había duchado, mientras ella permanecía en la bañera que había llenado con agua caliente, pétalos de rosas rojas y un aceite fragante que despedía un olor misterioso y sensual. Cuando Cian salió de la ducha cogió el jabón y la enjabonó desde el pelo, hasta la punta de los pies con el mayor esmero. Luego, la ayudó a salir de la bañera y la envolvió en la toalla; en la habitación, delante de la chimenea, la secó lentamente mirándola de tal manera, que ella sintió que se le ponía la piel de gallina. Luego la abrazó y ella apoyó la cabeza en su pecho, escuchando el ritmo vigoroso de su corazón.

—Eres toda mi vida, velisha, ¿lo sabes? —Tragó saliva, impresionada, pero en el fondo lo sabía—. Antes no conocía el miedo porque no había nada que me importara de verdad —la apartó de él para que pudiera ver la adoración en sus ojos, rojos y apasionados— hasta que te conocí. Ahora no soportaría perderte. —Ella le puso la mano en la mejilla y sonrió valientemente.

—No va a pasarme nada, ya lo verás. —Él correspondió a su sonrisa y la besó.

—Si ocurriera, te seguiría a donde fueras. —Lo abrazó por el cuello obligándose a no llorar.— No llores, mi amor. No te digo esto para que sufras, al contrario. Estoy de acuerdo con transformarte, pero quiero que sepas que, ocurra lo que ocurra, nunca más estarás sola.

—Pero si todavía no nos hemos casado —bromeó.

Él se había puesto muy pesado los dos últimos días insistiendo en que tenían que casarse cuanto antes, pero ella se había dado cuenta, sorprendida, de que quería una gran boda y le había contestado que tendrían que esperar unas semanas, por eso él entrecerró los ojos al escuchar su contestación. Le gustaba la faceta bromista que Amélie había empezado a mostrar recientemente.

—¿Quieres hablar ahora sobre eso? —Ella hizo un mohín travieso que recompensó con un beso.

—Era una broma, vuelve a besarme. —Obedeció, encantado, y cuando se separaron los dos respiraban agitadamente, sintiendo el mismo deseo. Cian alargó la mano hacia ella.

—Vamos.

Se sentó en el sillón que había frente a la chimenea y ayudó a Amélie a hacerlo sobre él, tal y como explicaba el ritual. Ella se movió buscando una postura cómoda para los dos, aunque parecía difícil, ya que el miembro de Cian estaba muy rígido.

—¿Te duele?

—Según el documento, es la mejor postura —contestó entre dientes—, menos mal que es solo la primera vez.

No había querido hablar con Killian sobre esto, ya que sabía que no se encontrarían a gusto porque su velisha era Amélie, pero había leído suficientes documentos para saber lo que tenían que hacer. Para que se completara el cambio, era imprescindible que hicieran el amor tres veces durante la noche y que ambos bebieran de la sangre del otro en cada ocasión. Después de esa noche, Amélie tendría que beber de él habitualmente.

Cian lamió su cuello con los colmillos acrecentados por el deseo de volver a saborear el elixir que corría por las venas de su amada. Jamás había probado ni probaría nada comparable porque era su velisha, y estaban hechos el uno para el otro. Sus lametones provocaron el primer gemido de placer en Amélie, que se restregó provocativa sobre él y Cian adelantó las caderas para aumentar el roce de su pubis.

Ella levantó los brazos y se recogió el pelo para colocárselo sobre el hombro izquierdo y le ofreció su cuello en silencio. Cian se relamió al observar el latido de la sangre de Amélie abultando rítmicamente su piel, y abrió la boca enseñándole los colmillos estirados al máximo por la necesidad que sentía de su esencia, a la vez que rugía suavemente proclamando su anhelo. Ella sonrió, sintiéndose poderosa por el efecto que provocaba en él, e inclinándose, lamió uno de los colmillos y luego el otro, después lo agarró por el cuello para besarlo apasionadamente. Sus lenguas se enredaron haciéndose el amor y, cuando se separaron, Amélie sentía un vacío que solo él podía llenar, pero, por lo que vio en él, estaba congestionado y sus ojos se habían teñido de rojo sangre, estaba peor que ella. Por eso, lo apremió:

—Vamos, hazlo —él asintió con la boca formando una firme línea de la que sobresalían, largos y puntiagudos, los colmillos.

Amélie se levantó sobre las rodillas para que él pudiera colocar su miembro en la entrada de su vagina. Esta era la primera posición que tenían que adoptar según el ritual, ya que demostraba la aceptación libre y total de la transformación por parte de la velisha. Apoyada en sus hombros, comenzó a descender sobre el pene provocando que Cian reclinara la cabeza en el respaldo, con los ojos cerrados y un gemido de placer. Amélie siguió bajando, aceptándolo dentro de ella, hasta que estuvo sentada totalmente.

Inclinó la cabeza para ofrecerle el cuello y él la mordió con furia, más sediento que nunca y comenzó a beber de su vena, mientras que ella lo acunaba por la nuca, sintiéndolo latir dentro de la vagina. Poco después, se apartó de ella saboreando su esencia, aunque sus ojos seguían hambrientos, y la besó para que ella probara su propio sabor.

Amélie lo paladeó sabiendo que dentro de poco el sabor metálico de la sangre le parecería la mejor de las ambrosías y comenzó a moverse arriba y abajo, cada vez más deprisa, alentada por él, mientras le acariciaba los pechos hasta que, repentinamente, tuvo su primer orgasmo. Entonces, Cian dejó que creciera la uña de su índice y se hizo un pequeño corte cerca del esternón, después la obligó a acercar la boca al reguero de sangre que caía por su pecho. Al principio se resistió, pero él insistió.

—Bebe, amor mío —su voz era hipnótica y le hizo pensar en placeres inimaginables.

—Espera —susurró, pero él sabía que no tenían tiempo.

Era primordial que comenzara a beber cuanto antes; apretó su boca contra la herida y no cejó hasta que Amélie se mojó los labios; inconscientemente se los chupó y Cian se lo volvió a ordenar:

—Bebe. —Y ella obedeció.

Cuando tragó su sangre y la saboreó, entendió por qué a él le gustaba tanto beber de ella y comenzó a lamer el líquido, denso y dulce. Se relajó bebiendo sobre él y, solo entonces, Cian movió sus caderas varias veces, entrando y saliendo de ella, hasta que se liberó en su interior. Después, se echó hacia atrás en el sillón, abrazándola, esperando a que terminara de beber. Cuando lo hizo, se levantó sin salirse de ella, y anduvo hacia la cama.

Allí todo volvió a empezar, pero en esta ocasión la sobresaltó con su desenfreno. Había estado controlándose demasiado en el sillón y, después de tumbarse, sintió la necesidad implacable de volver a estar dentro de ella; arrodillándose entre sus piernas las empujó para que las abriera del todo. Entonces, impulsó la cabeza de su sexo y la penetró con firmeza, apoyándose en los codos para no dañarla y, hociqueando en su cuello, volvió a morderla haciéndola gritar de placer.

Bebió de ella succionando como un glotón, sujetando sus caderas para que no se moviera, pero ella tenía sus propias ideas y se arqueó hacia arriba con fuerza, tomándolo por sorpresa e interrumpiendo su acto de gula. Cian relamió la última gota de sangre observándola con admiración, se inclinó un momento para lamer los pinchazos y obedeció a su muda petición, volviendo a mover las caderas sin dejar de mirarla a los ojos. Se inclinó para besarla de nuevo, antes de decir:

—Tienes que beber otra vez —ella asintió y él rio satisfecho viendo, por primera vez, la sed de sangre en su mirada. Se abrió la herida, deteniéndose durante unos instantes mientras ella se pegaba a su pecho y comenzaba a chupar—. Sí, eso es… muy bien, mi amor. —Sentirla beber de él le dio tanto placer, que la penetró de nuevo para poder culminar dentro de ella.

Esta vez Amélie bebió durante más tiempo y, después, solo podía pensar en dormir. Estaba agotada, tanto, que él tuvo que usar toda su habilidad para volver a excitarla, atormentándola, succionando sus pechos y acariciando suavemente su clítoris, hasta que volvió a pedirle que la penetrara y él lo hizo. Entonces, volvieron a beber el uno del otro por tercera vez esa noche y la dejó descansar entre sus brazos. Ella levantó la cabeza un momento del hueco de su brazo y lo miró, somnolienta. El cuerpo le temblaba de agotamiento:

—¿Ya está? ¿Hemos terminado? —Ojalá, pensó él, pero contestó:

—Duérmete, querida. Descansa. —Cerró los ojos obedeciendo a la orden subliminal y se quedó dormida.

Pero él no. Habían consumado los tres intercambios de sangre, según mandaba el ritual y sabía lo que venía a continuación. Por eso esperó a que ocurriera muy preocupado, sin dejar de abrazarla, como si así pudiera protegerla. Transcurrieron un par de horas antes de notar que empezaba a sudar, aunque su piel estaba helada y que su respiración era superficial. La llamó varias veces, pero no respondió. Parecía estar en otro lugar; ni siquiera podía contactar con ella mentalmente.

—Amélie, despierta. —Estaba tan fría que la tapó bien y volvió a abrazarla frotando sus brazos y sus piernas. Poco después comenzó a respirar con dificultad, otro síntoma de que sus órganos internos se estaban transformando. Separándose de ella, se sentó y la sentó a ella sobre su regazo, porque, cuando se llegaba a este punto, tenía que volver a beber y esa era la posición más adecuada. Seguía inconsciente, su cuerpo estaba flácido entre sus brazos y su cabeza caía hacia atrás, ajena a sus ruegos de que despertara, y cada vez respiraba peor. Su corazón, que habitualmente latía a la vez que el suyo, comenzó a ralentizarse como si no tuviera fuerzas para seguir latiendo. Volvió a abrirse la herida y frotó con suavidad sus labios sobre la sangre esperando que bebiera, pero no lo hizo. Entonces, mojándose los dedos en la herida, se los metió en la boca y estuvo haciéndolo varias veces, hasta que la vio tragar por primera vez.

—¡Eso es, cariño! ¡Traga! —Siguió metiendo sangre en su boca un par de veces más, luego, volvió a pegarla a su pecho y, milagrosamente, empezó a chupar; Cian sintió que se le saltaban las lágrimas y las palabras rituales acudieron involuntariamente a su mente:

—Bebe, amor mío. Deja que tu luz ilumine mi oscuridad y caminemos juntos todo el tiempo que el destino nos conceda. —Acarició su largo cabello saciándose con su belleza. Sabía que aún le faltaba sufrir la expulsión de su anterior esencia, pero el peligro había pasado. Ella permanecía con los ojos cerrados y siguió bebiendo hasta que se durmió.

Se despertó sin saber dónde estaba, tenía la sensación de que acababa de volver de un lugar lejano y frío, pero, todos sus pensamientos se vieron ofuscados por un dolor que le desgarró las entrañas y que le hizo desear estar muerta. Gritó tan fuerte que ella misma se asustó y alguien la levantó y la tumbó cuidadosamente en el suelo. Ella lo agradeció con un murmullo porque el suelo estaba frío y ella estaba ardiendo, pero no tuvo tiempo de disfrutarlo porque su estómago empezó a contraerse al sentir unas fuertes arcadas. Se puso a cuatro patas como pudo y vomitó, luego descansó, pero enseguida, una segunda oleada de arcadas la obligó a vomitar de nuevo. Cuando terminó, se tumbó sobre el suelo, agotada y disfrutando del frescor unos minutos. No supo cuánto tiempo había pasado cuando sintió que Cian le limpiaba la cara y le retiraba el pelo hacia atrás, cariñoso.

—¿Te sientes mejor? —ella asintió, sin mirarlo—. ¿Quieres volver a la cama? —Ella abrió un ojo para ver dónde estaba y se dio cuenta de que se encontraba en el suelo, y de que a él le había dado tiempo a limpiar.

—Creía que estábamos en la cama.

—Me has pedido a gritos que te bajara. —Se tranquilizó un poco al ver que volvía a tener algo de color.

—No lo recuerdo.

—Me lo imagino. Te voy a acostar para que descanses. —Ella se sentía incapaz de moverse, pero cuando la levantó, le rodeó el cuello con un brazo y miró alrededor.

—Siento haberte asustado. —Él acalló su preocupación con un murmullo y un beso en la frente, demasiado impresionado por lo que había sentido como para hablar. Solo la apretó más entre sus brazos y la llevó a la cama. Sentándose a su lado, le dio un poco de agua para que se enjuagara la boca y la arropó.

—¿Necesitas algo más? —Alargó los brazos hacia él.

—Que te acuestes conmigo.

La obedeció, abrazándola contra su corazón y disfrutando al escuchar su suspiro, y lo sorprendió abriendo los ojos repentinamente y ordenando:

—Duérmete, pareces cansado.

Acto seguido se durmió, y él apoyó la barbilla en su cabeza e hizo lo mismo.

FIN

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