Cian

Cian


DIECISÉIS

Página 18 de 22

DIECISÉIS

Cian esperaba impaciente en la biblioteca de Killian, mirando sin ver, por la ventana que daba a la calle Coleraine. Hacía tres días que no veía a Amélie y aún no entendía cómo lo habían convencido para que, mientras él hacía los arreglos necesarios para la fiesta, ella permaneciera en casa de Killian. Cuando accedió, no imaginó que sería tan difícil estar sin ella; se había acostumbrado a su presencia asombrosamente rápido. Se volvió hacia la puerta al escucharla bajar por las escaleras sintiéndose algo inseguro, pero se relajó al ver su sonrisa.

—¡Cian, estás aquí! Ese malvado de Killian solo me ha dicho que había alguien esperándome. Le he preguntado si eras tú y me ha dicho que no. Todavía debe de estar riéndose. —Cerró la puerta para tener intimidad y voló a sus brazos; se colgó de su cuello y le hizo inclinar la cabeza para besarlo, ante la sorpresa de él que se alegró al constatar que ella también lo había echado de menos.

El beso fue muy fogoso y los dejó con ganas de más. Cuando se miraron a los ojos de nuevo, los dos sonreían íntimamente recordando los momentos pasados juntos. Él la mantenía tan pegada a su cuerpo que Amélie se ruborizó al notar su excitación.

—Te he extrañado mucho. Demasiado. —Ella suspiró, feliz; aunque estaba segura de que ella había sentido mucho más la separación.

—Ya te dije que no hacía falta que nos separáramos, podía haberte ayudado con los preparativos.

—No. He estado casi todo el día fuera del club arreglándolo todo y buscando información para Killian, y no quería que te quedaras tanto tiempo sola.

—¿Sola? —Lo miró como si estuviera loco—. Si aquello es como una fortaleza… —Se quedó callado observándola.

Sabía que lo quería, que su amor era recíproco, pero al estar tan íntimamente unidos conocía el deseo que seguía teniendo de trabajar en La Brigada, y no quería ser ningún obstáculo para ella, aunque no sabía si soportaría que trabajara en algo tan peligroso. Quería que fuera completamente feliz y también que estuviera segura. Y estaba dispuesto a hacer todo lo que estuviera a su alcance para conseguir las dos cosas.

—Sentémonos un momento —ella asintió, preocupada al ver lo serio que estaba. Creía que había venido para hablar sobre la fiesta, pero esa no parecía ser la razón de su visita.

—Cian, ¿pasa algo? —Se sentaron muy juntos y él cogió sus dos manos entre las suyas y la miró.

—Quiero que hablemos un momento. Cuando Killian me dijo que quería que vinieras a su casa hasta que se celebrara la fiesta, le costó convencerme, pero ha sido lo mejor.

—Dice que te pusiste como una fiera y que ya habías perdido los papeles antes durante la reunión. Que tienes muy mal carácter, pero yo le he contestado que ya lo sabía —bromeó.

Le avergonzaba un poco recordar que casi ataca al magistrado Richards; afortunadamente, gracias a Killian, se contuvo a tiempo. Respiró hondo y se sacó la dichosa caja del bolsillo esperando que no le temblara la mano y, volviendo la palma derecha de ella hacia arriba, se la puso encima. Ella observó la cajita, adornada con un elegante lazo dorado, y lo miró a los ojos; en ellos vio algo que hizo que su corazón se acelerara.

—Killian dice que lo quieres todo y estoy de acuerdo. Eres mi velisha, Amélie. Ya te lo he dicho más veces y quiero, no… necesito que unamos nuestras vidas. Si quieres, haremos una boda tradicional, no me importa. En cuanto a la conversión, esperaremos un poco, hasta que te acostumbres a la idea, pero creo que debemos hacerlo. Te haría más fuerte y junto con tu habilidad para la lucha, serías capaz de defenderte de cualquier vampiro. —Amélie, aterrorizada, mantenía la mirada baja, ocultándole lo que pensaba—. ¡Eh!, ¿qué te pasa? —Acababa de ver una lágrima resbalando por su mejilla y le levantó la barbilla para poder verla bien. Ella le sonreía entre lágrimas.

—Nada, que soy idiota. Tenía mi vida totalmente planificada, hasta que te conocí y ahora… Ahora no sé qué hacer… —Se encogió de hombros. Era demasiado. Estaba a punto de ponerse a llorar y lo peor era que no sabía si era de felicidad o no. Estaba hecha un lío, pero la expresión de decepción de él, la destrozó.

—Entiendo —Cian mintió para que no se sintiera mal y observó la pequeña caja donde había puesto todas sus esperanzas, y que ella mantenía en su mano como si estuviera deseando devolvérsela—. Bueno, lo importante es que lo lleves esta noche, para que los de La Hermandad crean que estamos prometidos y que se vean obligados a actuar —aparentó indiferencia, como si no sintiera que le acababan de clavar un puñal en el corazón—, después, ya veremos. —Se levantó enseguida y ella lo imitó, aturdida—. Me voy. Todavía tengo algunas cosas que organizar para que todo salga bien. Nos vemos en la fiesta.

—¡Cian, espera! —Lo siguió, pero él no hizo caso a sus llamadas y se marchó sin que pudiera hablar con él. Antes de verlo traspasar la puerta de la calle, ya se había dado cuenta del grave error que había cometido.

Gabrielle estaba sentada en la sala de mañana mientras se tomaba un té. Estaba supervisando los gastos de la casa, cuando Amélie entró corriendo:

—¡Gabrielle! —Se levantó al verla tan disgustada.

—¡Querida! —La abrazó y acarició su cabeza suavemente, como si fuera una niña—. ¿Qué ha pasado?

—¡Cian acaba de pedirme en matrimonio! —Le enseñó una cajita de terciopelo verde de las típicas de joyería, abierta, donde refulgía un anillo. Tenía un gran brillante central rodeado de otros más pequeños formando una caracola.

—Es precioso, ¿no te gusta? —Sabía que ese no era el problema, pero prefirió dejar que ella se explicara.

—Sí, es el anillo más bonito que he visto en mi vida, pero —Gabrielle esperó paciente— le he dado a entender que no quiero casarme con él. —Su amiga no entendía nada; sabía cuánto quería Amélie a Cian.

—¿Por qué has hecho algo así?

—No me lo esperaba y —se frotó los ojos— me he puesto nerviosa…, pero se ha marchado antes de que pudiera explicárselo.

—No pasa nada, es un malentendido. Esta noche vais a veros y podrás arreglarlo.

—Sé que no he actuado bien, pero podía haber tenido un poco de paciencia. —Gabrielle la miró seriamente.

—Cariño, imagínate si hubieras sido tú la que le hubieras pedido en matrimonio y que él te hubiera contestado así. No quiero saber qué os habéis dicho exactamente —le avisó—, eso es cosa vuestra, pero dime, ¿cómo te habría sentado si hubiera actuado así?

—Fatal, no le hablaría en varios días, puede que semanas. Me hubiera dolido mucho.

—Pues exactamente eso es lo que le ha pasado a él. —Movió la cabeza comprensiva—. Después de estar dos años casada con Killian, se han derrumbado mucho de los mitos que yo misma tenía. Como el que las mujeres queremos más y mejor que los hombres. —Amélie la escuchaba atentamente, algo más tranquila—. Hay hombres que no son sensibles, eso está claro, pero otros —suspiró, feliz—, otros no, como yo he podido comprobar en mi matrimonio. Killian es mi compañero perfecto, ningún otro me haría tan feliz, estoy segura.

—Cian también me hace muy feliz. Pero yo quería hacer tantas cosas…

—Solo tienes que preguntarte si todo eso que quieres hacer es más importante, para ti, que él.

—No, lo dejaría todo sin dudarlo por él, pero si me caso, no podré ser agente de La Brigada y llevo casi toda mi vida preparándome para ese momento. ¡He luchado tanto! —Gabrielle apretó su mano cariñosamente, sabiendo cuánto le costaba hacer esa afirmación.

—Tenías tan planificada tu vida, querida, que ahora te es difícil cambiar algunos de esos propósitos. Pero es posible que no tengas que hacerlo, al menos, no del todo. Puede que, aunque te unas a Cian, puedas trabajar para La Brigada, aunque no como agente. Seguro que Killian te encuentra algún trabajo con el que seas igual de útil.

—No sé cómo voy a conseguir que Cian me perdone.

—¡Cariño! —En cuanto la abrazó, Amélie percibió el tranquilizador olor a lilas que siempre desprendía—. Ninguno de nosotros podríamos estar mucho tiempo enfadados contigo. Te queremos demasiado. Y estoy segura de que él te perdonará en cuanto se lo expliques. Ahora sírvete un té, tómatelo conmigo y cuéntame cómo vas a ir vestida esta noche.

Esa noche se dio un largo baño con agua caliente y después, con el pelo mojado y vestida solo con una bata, estuvo secándoselo sentada frente a la ventana de su habitación que daba al parque. Había hecho caso a Gabrielle, se había acostado un poco después de comer y ahora se sentía mejor. Estaba empezando a pensar que su comportamiento al hablar con Cian había sido provocado por el cansancio más que por otra cosa, porque desde que había vuelto a casa de Killian había dormido muy poco; pasaba las noches dando vueltas interminables en la cama echando de menos sus brazos.

Cuando se secó el pelo, se recogió unos mechones en la coronilla con unas horquillas y el resto lo dejó suelto. Luego llamó a la doncella, que le ayudó a ponerse un vestido de seda dorado muy favorecedor. Antes de bajar, cogió un chal a juego esperando poder llevar a Cian al jardín para hablar con él.

Se sorprendió al ver su palidez en el espejo y se pellizcó las mejillas para tener un poco de color. Killian le había explicado que en la fiesta habría varios miembros de La Brigada y también de la policía, haciéndose pasar por invitados normales y no estaba asustada, pero no estaría tranquila del todo hasta no haber hablado con Cian y que la hubiera perdonado. Con una última mirada al espejo salió del dormitorio y bajó las escaleras. Encontró a Killian paseándose, insólitamente nervioso, de un lado a otro de la entrada. Al escuchar sus pasos, se irguió.

—¡Ah! ¡Ya estás lista! —Se acercó a ella.

—¿Gabrielle todavía no está vestida?

—No, pero no tardará. —Cogió la mano de su pupila y sonrió, aunque Amélie notó que no estaba tan tranquilo como intentaba aparentar—. Estás preciosa, querida. —Le dio un beso en la mejilla.

—No sé cómo es posible, pero estás más nervioso que yo. —Él pareció arrepentido.

—Creía que te había engañado.

—Ni por un momento, pero no te preocupes. Tú mismo has dicho que es imposible que entre alguien desconocido en la fiesta sin que os enteréis.

—Cierto.

—Pues entonces —se encogió de hombros—, y teniendo en cuenta que no me voy a separar de vosotros, no hay problema.

—Ya, pero me preocupa que todavía no nos hayan enviado el dibujo del periódico.

—¿Por qué ha tardado tanto?

—Ha sido una casualidad, pero el tren en el que tenía que volver el dibujante a la ciudad, descarriló; no le pasó nada, pero su llegada se retrasó unas horas. Mientras tanto, uno de los contactos de Cian lo avisó de que algunos vampiros estaban buscando a Mary, la prostituta, y la sacó de la ciudad; cuando el dibujante llegó a Dublín tuvo que llevarlo hasta donde estaba ella. Esta tarde iban a hacer algunas copias para repartir entre los hombres, durante la fiesta. La llegada de Gabrielle los interrumpió y salieron antes de que se hiciera más tarde.

Amélie estaba tan nerviosa que no era capaz de escuchar la conversación que Gabrielle y Killian mantenían para distraerla. Se había puesto el brillante y esperaba que, después de que lo hablaran, ese gesto tuviera un significado real, que no fuera solo un ardid. Solo podía pensar en lo que le diría en cuanto estuviera a solas con él.

La mansión de Cian estaba lo suficientemente cerca del centro para poder llegar en pocos minutos a todos los lugares de interés que ofrecía la ciudad, pero, a la vez se encontraba ubicada un entorno paradisíaco, con el río a pocos metros y en una finca con una extensión de varias hectáreas. El carruaje fue aminorando la marcha hasta que se paró detrás de los vehículos que habían llegado antes que ellos, entonces se bajaron. Primero lo hizo Killian, que saltó ágilmente a la acera para volverse enseguida a ayudarlas. El suelo estaba mojado por la lluvia, con la dificultad añadida para ellas de los voluminosos vestidos que llevaban cubiertos, además, por unas largas y pesadas capas.

Killian maldijo al ver la cantidad de invitados que había esa noche y se unieron a las decenas de personas que caminaban deprisa, intentando mojarse lo menos posible, hacia las escaleras de la entrada. Cian los estaba esperando y se acercó a ellos.

—Buenas noches, señoras, están muy guapas. —Las acompañó hasta que entraron en la casa y entonces Killian le hizo un gesto. Quería hablar con él a solas.

—¿Te has vuelto loco? ¿Cómo has invitado a tanta gente? Esto es incontrolable —Cian gruñó, enfadado.

—Estoy empezando a pensar en anular la fiesta con alguna excusa. Hay mucha gente que no conozco y que ha venido sin invitación, por supuesto.

—Pero ¿quién los ha dejado pasar? —Cian se pasó la mano por el pelo, mirando por el rabillo del ojo a Amélie, que se estaba acercando a ellos.

—En la entrada de la finca debería haber dos agentes de la policía comprobando las invitaciones, pero han desaparecido. Devan ha ido a ver si descubre qué les ha pasado; espero que sigan vivos. —Killian tenía la misma cara de preocupación que él y eso lo terminó por decidir—. Voy a anunciar ahora mismo que suspendo la fiesta.

—No la vais a suspender —la voz de Amélie fue apenas un murmullo, pero al estar junto a ellos la escucharon perfectamente—. No pienso estar esperando quién sabe cuántos días encerrada en casa, por miedo a que vuelvan a atacarme. —Cian la miró furioso, pero ella estaba decidida—. Te lo juro, no me separaré de ti. Al fin y al cabo, estamos prometidos. —Levantó la mano y le enseñó la sortija.

La cálida sonrisa de ella le dijo todo lo que necesitaba saber. Tenían que aclarar algunas cosas, pero seguían estando juntos.

—En ese caso, déjame presumir de ti como es debido. Vamos a bailar.

Killian y Gabrielle los acompañaron para disfrutar del siguiente vals, mientras los invitados los seguían con la mirada, intentando atisbar si Amélie lucía un anillo de compromiso, tal y como se rumoreaba.

Nadie se fijó en los tres jóvenes que se habían colocado estratégicamente en el salón, esperando órdenes. Todos tenían una serpiente blanca y negra tatuada en la muñeca.

Ir a la siguiente página

Report Page