Cian

Cian


DIECISIETE

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DIECISIETE

En todos los corrillos parecía repetirse la misma conversación: que ahora se entendía por qué Cian se había gastado una fortuna reformando aquella vieja mansión, ya que tenía pensado casarse. Ninguno se daba cuenta de que cuando lo hizo, años atrás, él y Amélie ni siquiera se conocían, pero lo cierto era que no había escatimado en gastos.

Los frondosos jardines que rodeaban la casa estaban repoblados por un gran número de plantas y flores exóticas traídas de todo el planeta que hacían de aquel lugar algo mágico, y que las invitaciones a las fiestas de Cian fueran las más deseadas por los dublineses.

La luz de las velas y de las lámparas de gas hacían que el salón luciera como nunca, esto se debía a que Cian había dado instrucciones para que no hubiera en toda la pieza ningún rincón oscuro. Incluso habían retirado los grandes tiestos que solían servir como escondite a las parejas, y solo se habían dejado algunos sillones y sofás de alegres colores, y también los enormes espejos y los cuadros de valor incalculable que llenaban las paredes.

En ese momento, las dos parejas bailaban ajenas a la expectación que creaban a su paso. Después de uno de los giros del vals, Cian consiguió acercar el cuerpo de Amélie al suyo, tanto, que ella sintió que su corazón aleteaba, alborozado. Mirándolo fijamente, musitó una disculpa:

—Lo siento, me puse muy nerviosa y…

—Shhh, no digas nada más. Ya hablaremos.

Pero ella no podía dejar las cosas así.

—Si no hablamos antes de que me vaya a casa, no pegaré ojo esta noche. ¿No podríamos escaparnos unos minutos a algún sitio?

—Amélie, cuando termine la fiesta, hablaremos durante el tiempo que quieras. Pero ahora, no. —Aprovechando los giros del baile, paseó su mirada por el salón—. Esto no me gusta, ni siquiera conozco a la mitad de los que están aquí. Esperaremos un rato más, pero después, terminaré con esto y los mandaré a todos a sus casas.

—No puedes hacer eso. —Él se encogió de hombros.

—Solo quiero asegurarme de que tú estás segura, lo demás me da igual.

De repente, la música se detuvo y las parejas comenzaron a tropezar unas con otras; a la vez, al fondo del salón junto a la entrada, se escucharon algunos gritos. Cian y Killian comenzaron a caminar hacia allí llevando a Amélie y Gabrielle a su lado, cuando vieron a Devan que se estaba abriendo paso a codazos entre los asistentes, intentando llegar hasta ellos. Cuando lo consiguió, susurró en el oído de Cian:

—Los gemelos han encontrado los cuerpos de los dos agentes que estaban en la entrada, tienen el cuello roto. El jefe de policía quiere que vayáis.

—¡Maldita sea! —Cian cogió a Amélie por la cintura para protegerla de la gente—. El despacho es el lugar más seguro —Killian asintió y murmuró algo a su mujer—. Devan, llévate a Gabrielle y a Amélie allí. —Antes de marcharse, dio un beso en los labios a Amélie, pero ella, muy nerviosa, lo sujetó por el brazo.

—Cian, va a pasar algo malo. Tengo una corazonada.

—Cariño, tengo que ir a hablar con la policía; pero si no te mueves del despacho, no os pasará nada. —Miró a su amigo—. Llévatelas ya, Devan. Dentro de un momento la gente va a empezar a correr y pisotearán a cualquiera que se interponga en su camino. —Después, las dejaron en manos de Devan y avanzaron a empujones hacia la salida.

El rumor de que había un asesino en la fiesta se había extendido, y estaba a punto de producirse una avalancha entre los cientos de personas que había reunidas en el salón. A Devan, a pesar de enorme fuerza, le costó mucho ponerlas a salvo, pero lo consiguió. Cuando las dejó dentro del despacho, le dio una serie de indicaciones a Amélie antes de marcharse:

—Cierra con llave en cuanto me vaya y no os mováis de aquí, pase lo que pase. Esta puerta es de acero, aunque está recubierta de madera y la del jardín tiene doble cristal.

—Está bien —Amélie asintió.

—Tengo que marcharme para intentar que los invitados no se maten entre ellos.

Cuando salió, cerró rápidamente y ella echó la llave. Se escuchaban gritos femeninos de terror y discusiones entre hombres, además de fuertes golpes en las paredes. Ellas se miraban horrorizadas imaginando el caos que había fuera. Amélie admiró lo que Devan acababa de hacer y Gabrielle pareció haberle leído el pensamiento.

—Es muy valiente —Amélie asintió y se quedó mirando por el ventanal. Decenas de personas corrían descontroladamente hacia la salida empujándose unos a otros, y los que tropezaban y se caían, eran pisoteados por los demás.

—¡Es horrible! —Gabrielle también miraba a través del cristal y las dos se sobresaltaron al ver una cara aparecer al otro lado, pero respiraron tranquilas al reconocerlo. Era Archer, que llamó con los nudillos al vidrio para que lo abriera y ella no supo qué hacer, hasta que él le gritó:

—¡Cian dice que vengas, que ya ha llegado el dibujo y quiere que lo veas! —Amélie siguió dudando y miró a Gabrielle.

—Ábrele. —Después, se pegó a ella. Desde que Killian la había convertido, se sentía mucho más fuerte; además, Lee también la había entrenado, no tanto como Amélie, pero se sentía capaz de hacer frente a cualquier vampiro.

Lo siguieron agarradas de la mano. Amélie se extrañó al ver que no se dirigían hacia la puerta principal, donde sabía que estaba Cian.

—¿Dónde vamos? —Él se volvió con rostro serio, aunque seguía siendo igual de amable.

—El dibujante está en la puerta lateral, oculto en un carruaje por seguridad. Solo tardarás un par de minutos, después, os enviarán a casa —Amélie asintió con un murmullo y se forzó a ir más deprisa para poder seguirle los pasos, ya que andaba muy rápido.

Gabrielle estaba demasiado callada y Amélie aprovechó para hablar con ella mientras Archer abría la puerta del jardín.

—¿Qué te pasa? —Se había acercado lo suficiente para que Archer no pudiera oírlas. Gabrielle movió la cabeza, indecisa.

—No lo sé, pero algo no va bien. —Amélie frunció el ceño pensando si debían volver corriendo al despacho, pero ya era tarde.

Las atacaron por detrás, separándolas de un tirón, a pesar de que lucharon con todas sus fuerzas intentando mantenerse unidas. Dos desconocidos se llevaron a rastras a Gabrielle que chillaba y pataleaba alargando un brazo hacia su amiga, y a Amélie le pusieron un trapo impregnado con un líquido en el rostro, mientras que ella gritaba pidiendo ayuda a Archer. Él se volvió hacia ella, pero lo que le dijo se perdió en la niebla que invadió su mente. Después, se desmayó.

Al y Buck iban en busca de Gabrielle y de Amélie siguiendo las órdenes de Cian, cuando encontraron a la primera luchando valientemente contra dos vampiros. La furia que sentía porque se hubieran llevado a Amélie le daba fuerzas para seguir peleando, aunque sabía que no podía ganar.

Los gemelos corrieron hasta interponerse entre ella y los vampiros. Esa noche, los dos humanos iban armados de modo que, sin mediar palabra, dispararon y los dos vampiros cayeron muertos junto a una preciosa rosaleda. Sin perder tiempo, Al se acercó a Gabrielle:

—Tranquila, ya ha pasado todo. ¿Dónde está Amélie?

—¡Se la han llevado! —Ahogó un sollozo tapándose la boca—. ¡Ha sido Archer! Tengo que ver a Killian, ¡llevadme con mi marido ahora mismo! —La acompañaron corriendo hasta la entrada donde ya habían conseguido restablecer el orden.

Cian, Killian, Fenton y Devan estaban hablando entre ellos cuando los vieron llegar. Cian se acercó a ella, pálido, imaginando lo peor, y tenía razón al hacerlo. Cuando escuchó lo que había ocurrido de labios de Gabrielle, que lloraba abrazada a su marido, se levantó un viento helado que estremeció a todos los presentes.

Devan, el que mejor lo conocía, habló con él temiendo lo que ocurriría si el genio de su amigo explotaba.

—La encontraremos. Tenemos hombres de sobra para buscarlos por toda la ciudad. Empezaré a organizar los grupos ahora mismo.

Killian miró a Fenton significativamente sin dejar de abrazar a Gabrielle y su mano derecha se esfumó calladamente. Él se encargaría de indagar si alguien había visto hacia dónde se había dirigido el carruaje o cualquier otra cosa que les pudiera ser útil. Fenton era el mejor para eso.

Cian había estado, durante unos segundos, luchando por controlarse, pero, finalmente, la capa de urbanidad que lo recubría se esfumó. Todos los presentes, sus amigos, e incluso los agentes de policía que estudiaban la escena donde, un rato antes, habían asesinado a sus compañeros, se alejaron de él, prudentemente, al escucharlo:

—¡Hijos de puta! ¡Voy a matarlos a todos y después los destriparé! —el alarido que emitió a continuación y que parecía propio de un animal salvaje, les puso los pelos de punta—. ¡Les arrancaré el corazón! —maldijo y juró obscenamente durante varios minutos frotándose el pecho, como si de esa manera pudiera reparar el enorme vacío que había dejado su ausencia, pero era inútil; el dolor no desaparecería hasta que no la recuperara.

Killian había pedido a dos policías que llevaran a su mujer a casa y lo observaba en silencio, mientras planeaba los siguientes pasos a seguir. Verlo tan furioso le hizo darse cuenta de cuánto quería a Amélie y de que era la mejor pareja posible para ella. Gracias a esa concatenación de ideas se le ocurrió algo que le hizo detenerse durante un par de segundos, antes de cubrir en dos zancadas los metros que le separaban de su amigo.

—¡Sé cómo podemos averiguar dónde está! ¡Vamos a tu despacho! —Cian, desesperado, salió corriendo en dirección a la casa y Killian lo imitó, pero giró la cabeza para gritar a los policías que iban detrás de ellos—. ¡No nos sigáis, necesita tranquilidad!

Entraron en la habitación por el ventanal que seguía abierto. La casa ya estaba vacía, excepto por los criados, que estaban comenzando a recoger siguiendo las órdenes del mayordomo.

—Siéntate, será más fácil para ti. —Cian, muy nervioso, se mordió la lengua para no discutir, aunque se sentía incapaz de quedarse sentado cuando lo que deseaba era salir corriendo a buscarla, pero Killian lo entendía mejor de lo que él creía—. Vamos, Cian. No hay tiempo que perder. —Su amigo se acomodó en un sillón orejero que había junto a las bebidas.

Killian se quedó de pie junto a él e intentó explicarle su idea claramente.

—El año pasado tuve que viajar al norte por trabajo. Una noche, estaba acostado en el hotel y estuve pensando en Gabrielle un rato y, cuando estaba a punto de dormirme, sentí su voz dentro de mí. Había sentido mi llamada desde una distancia de más de doscientos kilómetros. —Cian lo miraba, incrédulo.

—Creía que solo se podía hacer estando cerca.

—Yo también, pero, la verdad es que sabemos muy poco acerca de todo lo que relaciona a las velishas. Estoy seguro de que tú también podrás hacerlo porque la unión entre vosotros es muy fuerte.

—¿Qué tengo que hacer? Porque cuando estamos juntos, surge de forma natural.

—Sí, lo sé, no es algo consciente. Lo que recuerdo es que yo estaba muy relajado, casi dormido, pero pensaba en ella, en cuánto la echaba de menos. Intenta hacerle llegar tu preocupación por no saber dónde está, que la estamos buscando… —Cian cerró los ojos, pero los abrió enseguida porque Killian seguía hablando.

—Por lo que me ha dicho Gabrielle, es probable que la hayan dormido y puede que tarde un rato en despertarse. —Miró hacia el jardín, donde había varios policías y también miembros de La Brigada examinando cada centímetro cuadrado de la finca—. Voy a dejarte solo para que puedas relajarte, mientras, iré a hablar con Fenton.

—Está bien.

Volvió a cerrar los ojos, respiró hondo y pensó en ella. Al principio no surtió efecto, pero insistió una y otra vez, incansable.

Amélie se despertó cuando escuchó que Cian la llamaba, aunque al despertar, estaba sola; desorientada, miró a su alrededor. Estaba tumbada en una cama, amordazada, y tenía atadas las manos y los pies. El polvo y las telarañas llenaban la habitación y las paredes tenían, en muchos sitios, el papel pintado levantado, y, cuando su mirada se desvió hacia la ventana por la que entraba la luz de la luna, se vio a sí misma mirando por ella; entonces supo que Archer, o quien fuera, la había llevado a su antigua casa, donde habían asesinado a sus padres y que estaba en el dormitorio que ella ocupaba de pequeña. Horrorizada, comprendió que iban a terminar el trabajo que habían dejado a medias doce años atrás.

Superando el miedo gracias a la fuerza que le daba saber que Cian estaba buscándola, se arrastró como pudo al borde de la cama intentando no hacer ruido, hasta que consiguió ponerse de pie. Después, balanceándose porque no podía andar, se acercó a la ventana y allí confirmó lo que se temía. Estaba en la planta de arriba de su antigua casa. Incluso la valla del jardín, única por sus figuras doradas, seguía en su sitio. Precisamente junto a la valla, había varios vampiros hablando, ella contó diez, entre los que pudo ver a Archer que estaba frente a ella y al que gracias a la luz de la luna pudo reconocer.

La conversación se interrumpió por la aparición de un carruaje negro, que no llevaba ningún distintivo, del que bajó un enmascarado que hizo enmudecer a todos solo con su presencia. Amélie se separó del cristal apoyándose en la pared contigua sabiendo que se le acababa el tiempo. Perdió varios minutos intentando desatarse, pero ni siquiera podía separar las muñecas. Entonces, por pura desesperación, cerró los ojos y llamó a Cian sabiendo que era su única esperanza; no respondió, pero ella siguió llamándolo hasta que, milagrosamente, sintió su presencia en su mente. Sin perder tiempo, le dijo dónde estaba, pero él se quedó desconcertado, como si le estuviera hablando en otro idioma.

A punto de ponerse a llorar, se le ocurrió una idea y volvió a mirar por la ventana, manteniendo la comunicación y esperando que pudiera ver lo mismo que ella. Mientras lo hacía, observó que todos los vampiros ahora estaban enmascarados y que se dirigían hacia la casa. De repente se cortó la comunicación sin que supiera si Cian había visto la imagen, y rezó porque estuviera junto a Killian y pudiera describirle la verja y el gigantesco sauce llorón que había en el jardín de su vieja casa.

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