Cian

Cian


DIECIOCHO

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DIECIOCHO

Sabía que le quedaban pocos minutos de vida si no luchaba, y buscó cualquier cosa que pudiera utilizar para desatarse. Junto a la cama había una antigua lámpara de aceite y la empujó hacia el suelo con las manos. La pantalla de cristal se hizo pedazos y, agachándose, cogió uno de ellos con la punta de los dedos y comenzó a frotar, con la parte cortante, las cuerdas de los pies. Se detuvo unos segundos al escuchar unos ruidos procedentes de la planta de abajo que le recordaron a los que se hacían cuando se movían muebles pesados, y siguió tratando de cortarse las ligaduras.

Cansada de la postura porque no podía apoyar bien los pies, se sentó en la cama y continuó frotando el borde cortado del cristal contra las cuerdas. Estaba agotada y el sudor le caía por la frente, pero notó que podía separar un poco los pies; eso la impulsó a seguir restregando con más fuerza, hasta que consiguió soltarse. Sabía que no debía quedarse en la habitación cortando el resto de las cuerdas, ya que en cualquier momento subirían a por ella, pero, cuando lo hicieran, podía escaparse bajando por las ramas del sauce hasta el jardín y salir corriendo hacia la calle. Era una medida desesperada, pero no se le ocurría otra cosa y al menos ganaría algo de tiempo.

Dio un rápido vistazo al árbol nuevamente y vio que las ramas solo se podían alcanzar desde la ventana de la buhardilla, que estaba en el piso superior. Rápidamente, se quitó los zapatos para ir más cómoda y no hacer ruido con los tacones y salió al pasillo, girando a la izquierda, en dirección contraria a la escalera por la que se accedía a la planta baja. Pocos metros después, encontró la de la buhardilla, por donde subió lo más deprisa que pudo rezando porque la puerta no estuviera cerrada con llave. Al girar el pomo, se abrió con un leve chirrido y entró cerrándola justo a tiempo, porque empezó a escuchar sus carreras por las escaleras. Era cuestión de minutos que la encontraran, pero no podía bajar por el árbol con las manos atadas. Buscó con la mirada un posible escondite mientras se cortaba las cuerdas de las manos. La habitación estaba llena de viejos y polvorientos cachivaches de distinto tamaño: armarios, baúles y maletas viejas; montañas de ropa, libros desperdigados sobre mesas, sillas y sillones, pero no veía ningún sitio adecuado para esconderse. Finalmente, lo hizo donde el techo era más bajo, detrás de una cómoda vieja. Allí se sentó y recogió las piernas para que no pudieran verla desde la puerta, después, se miró las manos. Se las habían atado por las muñecas y eso hacía que no pudiera controlar bien la posición del cristal. Apretando los labios sin hacer caso de la sangre que empezaba a salir por los cortes que ella misma se estaba produciendo, pretendiendo liberarse, siguió frotando y, a la vez, intentó contactar con Cian.

Cian y Killian, galopaban delante, seguidos por Devan, Kirby, Fenton y otros cuatro vampiros pertenecientes a La Brigada. Ni Cian ni Killian habían aceptado a ningún humano en la misión, debido a la diferencia de fuerza que había entre las dos especies. Al y Buck se habían enfurecido cuando Cian les había dicho que tenían que quedarse en su casa por si aparecía algún miembro de La Hermandad, porque no soportaban que hubiera posibilidad de pelear y no estar presentes.

Todos seguían a Killian. En cuanto que Cian le había descrito la imagen que ella le había mostrado, había reconocido la verja y el árbol centenario, como parte del jardín de la antigua casa de Amélie. Ahora todo tenía sentido, al parecer, desde el principio el objetivo había sido ella, como si quisieran reparar el «error» de haberla dejado con vida tantos años atrás.

Cian volvió a sentirla en su mente e intentó decirle que resistiera, que iban a buscarla, pero solo le llegó la imagen de una habitación llena de trastos y, después, la conexión se esfumó. Y se asustó más todavía.

—¡Killian! —gritó sin aminorar la marcha.

—¿Qué? —él le contestó de igual manera.

—¿Queda mucho?

—No, la casa tiene que estar muy cerca. —Levantó la mano para que los de detrás fueran aminorando la marcha y todos pusieron los caballos al paso. Miró a Cian interrogativamente.

—Creo que se ha escondido, pero no estoy seguro. La conexión solo ha durado unos segundos.

—Debe de sentirse como la noche en la que asesinaron a sus padres. —Los dos tenían los ojos rojos y sus colmillos habían crecido al máximo, sobresaliendo parcialmente de la boca. Se habían transformado en dos seres primitivos capaces de cualquier cosa por proteger a sus seres queridos.

—¡Hijos de puta! ¡Los mataré a todos! —juró Cian, pero Killian no le escuchaba, acababa de reconocer la casa que había al final de la calle y levantó la mano para que todos se detuvieran. Hizo un gesto con la mano derecha y todos lo siguieron al callejón que estaba en esa dirección. Una vez allí, se apearon de los caballos y uno de los miembros de La Brigada se encargó de ellos.

Devan, Cian, Fenton, Killian y Kirby formaban un círculo susurrando entre ellos, mientras que los compañeros de Killian y Fenton vigilaban por si aparecía alguno de los de La Hermandad, pero Cian se impuso a los planes de los demás:

—Entraré yo solo, será lo más seguro. Si nos ven llegar a todos, podrían matarla.

—¿Sabes dónde está? —Killian hizo un esfuerzo titánico para aceptar que fuera Cian a buscar a su niña, y no él.

—Creo que debe ser el piso de arriba. Me ha parecido ver que el techo estaba inclinado, pero todo estaba muy oscuro y lo he visto durante muy poco tiempo. Estaba muy asustada. —Killian le dio un golpecito en el hombro por solidaridad, poniéndose en su lugar.

—¿Qué quieres hacer?

—Iré por la parte trasera, pero necesito que los distraigáis de alguna manera.

—Podríamos quemar la casa. —Todos, asombrados, se volvieron a mirar a Fenton que se encogió de hombros como si lo que hubiera dicho fuera lo más normal del mundo—. Es imposible que nadie se quede en una casa si está ardiendo. Lo importante es conseguir que entre mucho humo. Eso los hará salir y según vayan saliendo… —Cian estuvo de acuerdo.

—Desde luego, eso los distraerá, ahora tengo que encontrar un lugar por donde poder entrar sin que me vean. —Se volvió hacia Killian—. ¿Recuerdas si había una puerta en la parte trasera?

—Sí, creo que hay una en la cocina por la que se sale al jardín, pero, para poder entrar por ella, tienes que ir por la calle paralela a esta. Aquella —le señaló cuál era y, antes de que terminara la frase, Cian se había esfumado. Killian con un suspiro, se volvió hacia Fenton.

—Y tú… ¿cómo propones que quememos la casa? —Fenton señaló las tres farolas que había en la calle.

—Todavía no las han cambiado por las nuevas de gas. Podríamos descolgar los faroles, hay que hacerlo con cuidado para que no se salga el aceite de los recipientes y que no se apaguen las velas. Luego, dos de nosotros nos colamos dentro del jardín y vertemos el aceite por la fachada de la casa, que es de madera y, después, lo encendemos con las velas. —Killian tembló al pensar los problemas que tendría, si el cerebro de Fenton se hubiera dedicado al mal.

—Afortunadamente no te has decidido por ser un delincuente, si no, hubieras hecho estragos, ¿no crees, Kirby? —El otro juez sonrió, asintiendo.

—Desde luego, ahora solo queda bajar los faroles. —Entrecerró los ojos, observando las farolas y haciendo cálculos—. ¿A qué altura están del suelo?, ¿tres metros?

—En realidad tres y medio. Iré yo, ya lo he hecho más veces. —Fenton avanzó, decidido, mientras los demás especulaban cómo lo haría. Killian meneó la cabeza diciendo:

—Lo que yo decía. Sería un excelente delincuente.

Abatida, Amélie empezó a pensar que Cian no llegaría a tiempo. Estaba escuchando unas pisadas subiendo las escaleras hacia ella y sintió que le faltaba la respiración al abrirse la puerta. Desde donde estaba pudo ver a Archer en el umbral examinando la habitación, luego cerró la puerta con una sonrisa sardónica, decidido a encontrarla.

—Te he olido, Amélie. Tienes suerte de que sea yo el que esté aquí, podían haber enviado a cualquiera. —Ella miró a su alrededor buscando un arma, pero solo tenía el pequeño trozo de cristal ¡Si tuviera su bastón o una espada, le daría algo en qué pensar!—. No me extraña que Cian esté tan loco por ti… si tu sangre sabe tan bien como huele, debe de ser exquisita, pero enseguida podré confirmártelo. Imagino que te has escondido aquí convencida de que vendrá a socorrerte, pero, aunque así fuera, no llegará a tiempo para salvarte, te lo aseguro. El maestro me ha autorizado a que, antes de la ceremonia, me divierta un rato contigo.

Amélie escuchó un cántico que provenía del primer piso y que le puso los pelos de punta, distrayéndola; Archer había aprovechado para acercarse a ella sin que se diera cuenta y apartó de un golpe la cómoda tras la que se ocultaba y la levantó, agarrándola cruelmente por el pelo. Luego, la miró fijamente relamiéndose y lo que ella vio en sus ojos, la hizo desear estar muerta.

La arrastró hasta un lugar cercano a la puerta, el único donde no había muebles, y la lanzó al suelo de un fuerte puñetazo en el estómago. Amélie se quedó bocarriba con la falda levantada hasta las rodillas intentando respirar, mientras agarraba el cristal con tanta fuerza en su mano derecha que notaba la sangre goteándole por la palma. La lascivia y las ganas de hacerle daño eran visibles en el rostro de Archer mientras se tumbaba entre sus piernas. Ella se había quedado quieta ahorrando fuerzas y, cuando acercó su cara lo suficiente, lo rajó desde la sien hasta la barbilla y solo paró porque él atrapó su mano y le quitó el cristal lanzándolo lejos. La sangre le chorreaba por la cara desfigurándosela; él la esparció con la yema de los dedos y luego se los lamió con gula, mirándola con más lujuria que antes.

—Esta me la vas a pagar. En pocos minutos vas a desear no haber nacido.

—Eres un cerdo. ¡Si tuviera mi hambo, te daría una lección!

—¡Qué ilusa eres!, ¿crees que tendrías algo que hacer con tu bastoncito frente a un vampiro como yo? —Rio, divertido, y se inclinó para lamerle el lado derecho de la cara lentamente—. ¡Cuánta suavidad! ¿Sabes que cuando nuestra revolución termine, las humanas solo seréis utilizadas como esclavas sexuales? Es una lástima que el Maestro ya haya determinado tu final, porque me gustaría tenerte durante un tiempo a mi servicio. —Con la palma de la mano fue acariciando las curvas de Amélie a pesar de que ella se retorcía intentando liberarse, entonces él apretó tanto su agarre sobre sus manos, que sintió que iba a romperle la muñeca. Él disfrutaba viendo su mueca de dolor—. Al principio, habíamos pensado acabar contigo rápidamente —confesó—, pero después de pensarlo, él decidió que este castigo serviría de escarmiento a Killian Gallagher, a La Brigada y a todos los que apoyan la unión entre vampiros y humanos. Además, así premia mi buen trabajo —sus colmillos habían crecido ante la perspectiva de clavárselos a una humana tan deseable y se los enseñó, ufano, al sonreír—, aunque solo seas un trozo de carne, reconozco que eres muy apetecible. —Metió la mano por debajo de su falda y la cogió por el muslo, para separarle más las piernas. Entonces, aprovechando que solo la sujetaba con una mano, Amélie consiguió soltar las suyas y le clavó las uñas en los ojos, pero él volvió a sujetarla fácilmente y le dio un fuerte golpe en la sien provocando que ella se mareara. Aturdida, aceptó que iba a morir sin volver a ver a Cian y el dolor que sintió al saberlo le resultó insoportable, pero lucharía hasta la muerte.

Archer comenzó a desabrocharse los botones de los pantalones.

—Siento no tener más tiempo para domarte, te ibas a enterar de lo que es bueno… —Había vuelto a meter la mano bajo su falda y ahora tiraba de sus bragas intentando quitárselas. Ella gritaba desesperada, con las manos todavía sujetas por la zarpa de él.

—¡Suéltame, cerdo! ¡Cian te arrancará la cabeza, ya lo verás! —Él reía divertido al escuchar sus amenazas.

Los minutos que Cian estaba esperando a que empezara el fuego, supo lo que era la verdadera desesperación. Si no la encontraba pronto, le reventaría el corazón y si ella moría, la seguiría al otro lado; aunque antes se llevaría por delante a todos los hijos de puta que pudiera.

La casa empezó a arder y Cian se coló por la puerta que daba a la cocina justo a tiempo de ver salir corriendo al jardín a unos diez vampiros, mientras gritaban atolondradamente al ver las llamas; cuando se quedó solo, o al menos eso parecía, subió a la buhardilla rápida y silenciosamente.

La escena que vio cuando abrió la puerta hizo que se le encogieran las entrañas. Archer, al que ya habían identificado por el dibujo, aunque demasiado tarde, estaba inclinado sobre Amélie con una mano metida dentro de sus faldas. Ella parecía estar inconsciente o algo peor; desde luego, no se movía. Cian dejó de ser consciente de sus actos y, con un grito espeluznante, anunció la muerte de Archer y saltó hacia él cubriendo los metros que los separaban sin esfuerzo aparente. Iba a matarlo causándole el mayor sufrimiento posible.

Archer apenas tuvo tiempo de saber de dónde procedía ese ruido horrible, cuando algo con una fuerza indescriptible lo separó de la humana. Levantándose, vio a Cian de pie frente a él, con los colmillos a la vista y los ojos ígneos, gruñendo. Se lanzó hacia él, pero, a pesar de que empleó todas sus fuerzas, aquel vampiro no se inmutaba con sus ataques y no tuvo nada que hacer; parecía uno de los antiguos que eran invencibles, de los que hablaban las leyendas. De un puñetazo, Cian lo lanzó al otro lado de la habitación y fue a caer sobre un espejo de pie de madera, que se hizo mil pedazos con un ruido ensordecedor.

Archer, sangrando abundantemente por varias heridas, se levantó enseguida y volvió a ponerse en posición de pelea: tenía los brazos rígidos y levantados verticalmente para protegerse el rostro, las manos cerradas en puños, y las piernas semiflexionadas, tal y como había aprendido a hacer, no en vano llevaba años entrenando. Pero Cian se acercó con una sonrisa maligna y bloqueó, uno tras otro, los golpes de Archer hasta que encontró un hueco para contratacar con uno directo a su cabeza, y se lo dio con tanta fuerza que consiguió aturdirlo; entonces aprovechó para rodearle el cuello con sus enormes manos y apretó, manteniendo su sonrisa demoníaca.

—Pedazo de mierda, ni siquiera eres digno de respirar el mismo aire que ella. —Su rostro era el de un salvaje y sus siguientes palabras resultaron ininteligibles para Amélie que los observaba tumbada, llorando y tapándose la boca para no distraer a Cian con sus gritos.

Archer sí había entendido lo que Cian le había dicho en el idioma de los antiguos, y durante unos cuantos segundos su cara mostró el terror que sus palabras le habían infundido, pero enseguida se oyó un crujido desagradable y su cuerpo se quedó laxo, cayendo al suelo. Le había roto el cuello.

Antes de que el cadáver de Archer tocara el suelo, Cian ya se había arrodillado al lado de Amélie. La incorporó, abrazándola con fuerza y le recorrió el cuerpo con las manos para asegurarse de que no tenía nada roto. Después, la besó varias veces apasionadamente. Ella se abrazó a su cuello tan fuerte, que nadie hubiera podido separarlos.

—Pensé que no llegarías a tiempo. Que moriría sin verte por última vez y quería decirte —lloraba tan fuerte que casi no se le entendía— que lo siento.

—Calla —susurró—, no digas nada. —Eso no le importaba—. Creía que iba a volverme loco hasta que te he encontrado.

—Déjame que te lo diga, por favor. Fue un error contestarte así… no tengo excusa, solo que me pillaste desprevenida —se limpió las lágrimas a manotazos e intentó dejar de llorar—, pero sí que quiero casarme contigo.

—De acuerdo. —Sonrió, aunque todavía temblaba por dentro al pensar lo cerca que había estado de perderla—. Ya lo hablaremos más tarde. Salgamos de aquí. —La levantó con facilidad—. Me imagino que la zona de abajo ya estará controlada, pero por si acaso, ¿puedes andar?

—Sí, no te preocupes —al asentir, le dolió la cabeza e hizo una mueca. Cian gruñó antes de acariciarle la cara.

—Ojalá pudiera matarlo cien veces. —Miró despectivamente el cadáver de Archer, antes de cogerla en brazos para que no tuviera que bajar las escaleras.

En el piso de abajo solo quedaban dos enemigos vivos que estaban sentados en el suelo, sangrando, y eran vigilados por tres hombres de Killian. El juez estaba escuchando algo que le decía Fenton, pero se acercó a ellos en cuanto los vio y Amélie se abrazó a él, emocionada.

—¡Mi niña! Iba a subir a buscaros, pero acabamos de apagar el fuego. —Sus ojos se estrecharon al ver los golpes que tenía y su mirada algo extraviada, y miró a Cian, que movió la cabeza dándole a entender que Archer estaba muerto—. Lo siento mucho —murmuró, besándola en la cabeza—. Ahora mismo te llevaré a casa. Gabrielle y yo te cuidaremos, y en pocos días estarás bien.

Pero ella volvió la vista hacia Cian.

—No te enfades, pero quiero irme con él. —Cian, gratamente sorprendido, le dedicó una enorme sonrisa y Killian se quedó callado.

—¿Los habéis cogido a todos? —Cian señaló los tres cadáveres que se veían en el jardín.

Él había visto a muchos más salir corriendo de la casa y Killian se lo confirmó negándolo con un gesto malhumorado.

—No, el que llaman el Maestro y al menos otros cuatro, han huido. Kirby y otros dos agentes han salido detrás de ellos, pero no espero que los cojan porque cuando nos hemos dado cuenta de que habían escapado, nos llevaban mucha ventaja.

—¿Alguna pista de quiénes eran?

—No, todos estaban enmascarados. —Señaló a Amélie—. Llévatela a casa. Solo se mantiene en pie por pura tozudez. Devan te espera fuera.

—Está bien.

Esperó a que se dieran otro abrazo y la sacó de allí.

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