Cian

Cian


TRES

Página 5 de 22

TRES

Era un hombre impresionante, tanto por su altura como por el musculoso físico que abultaba su traje de etiqueta. Tenía la piel atezada, el cabello y los ojos negros, y si Ravisham parecía un ángel, él era el demonio. No era tan guapo como el sinvergüenza de su amigo, pero había algo en Cian que la fascinaba, aunque nunca lo reconocería ante él.

Quizás su atracción tuviera que ver con el color de su piel; mientras que la mayoría de los irlandeses gozaban exhibiendo una piel pálida y lechosa, la de Cian Connolly era mucho más oscura, como si acabara de volver de vacaciones de algún lugar exótico donde hubiera tomado mucho el sol. Su impactante físico y sus intensos ojos negros habían fascinado a Amélie desde que lo conoció y, a pesar de todo, no podía dejar de sentir su atracción. Esa noche estaba muy elegante vestido con levita y pantalones negros, además de un chaleco de brocado color crema que se adaptaba perfectamente a su figura.

Killian le había confesado meses atrás, después de insistirle muchas veces para que le contara todo lo que supiera acerca de él, que nadie conocía con exactitud la procedencia de Cian, aunque él creía que provenía de los bajos fondos, pero aquella circunstancia a su tutor no le importaba absolutamente nada. Killian siempre le había insistido en que debía juzgar a los demás únicamente por su comportamiento, lo demás no debía importarle. Y ella estaba de acuerdo, el problema que tenía con Cian no era su procedencia, sino que con ella se había comportado como un auténtico cerdo.

Él, harto de esperar, arrojó el cigarro lejos y salió de la sombra protectora del árbol acercándose a Amélie, acariciándola con la mirada.

—¿Cómo te atreves, Cian? Creía que te había dejado claro la última vez que… —Enmudeció cuando él la tocó.

Su mano acariciante resbaló suavemente desde su cuello hasta el hombro y después a la frágil clavícula que acarició con la yema de los dedos. Sus músculos se tensaron de deseo cuando llegó hasta su nariz el aroma dulce y apetecible de ella. Se quedó observando fijamente el contraste entre su piel, mucho más oscura que la pálida de Amélie e inspiró profundamente, intentando controlar su pasión, mientras un oscuro rubor cubría sus pómulos. Levantó la mirada y contestó a su pregunta, sin ninguna intención de apartarse de ella.

—No me dejas otro remedio. No contestas mis notas. —Por fin, Amélie se sacudió la sensación de aturdimiento y se apartó de él dos pasos, dándose la vuelta. Estaba segura de que esa conversación sería más fácil si no lo miraba.

—¡Porque no tenemos nada que decirnos! —susurró, tensa. Por un momento pensó en salir corriendo hacia la casa, pero sabía que no tenía ninguna oportunidad de llegar antes de que él la detuviera. Como si hubiera leído sus pensamientos, lo que seguramente había hecho, el brazo de Cian rodeó su cintura robándole el aliento, para pegarla a su musculoso cuerpo y susurrar junto a su oído:

—¿Crees que no? Date la vuelta y te demostraré que sí. —Indignada, forcejeó intentando soltarse, pero él no se lo permitió. La sujetaba con firmeza, aunque no le hacía daño.

—¡Deja que me vaya! ¡Ningún caballero trataría así a una mujer! —Cian la giró bruscamente hacia él y durante un instante pareció realmente enfadado, pero vio algo en ella que hizo que el enojo desapareciera de su semblante, suavizándolo.

—¿Por qué estás tan asustada? —Ella volvió a forcejear intentando soltarse, decidida a marcharse y a no volver a hablar con él nunca más; pero Cian continuó hablándola mientras la observaba con la cabeza inclinada—. No lo entiendo. Sabes que jamás te haría daño, que antes me lo haría a mí mismo, entonces, ¿a qué tienes tanto miedo, cariño? —su tono, tierno y cariñoso, hizo que algo se rompiera en el interior de la muchacha y que un sollozo inesperado subiera por su garganta. Se tapó la boca, para no mostrar su debilidad, pero era tarde y él cogió su mano y la besó con adoración, luego, se inclinó hacia ella y sus labios cubrieron los de la muchacha.

Amélie se quedó inmóvil, paralizada por la sensación de anticipación que se apoderó de ella. Intentó recordar los motivos por los que no tenía que responderle, pero él la besó con el ardor que recordaba, como si ellos dos fueran los únicos seres vivos sobre la Tierra.

La cabeza oscura de Cian se acopló con la suya y su lengua buceó en su boca profunda y apasionadamente. Amélie sintió un traicionero calor extenderse por todo su cuerpo hasta que necesitó más de él. Inconscientemente, metió las manos por debajo de su chaqueta, acariciando su espalda. Minutos después, excitada y mareada, separó sus labios de los suyos y hundió la cara en su pecho, abrazándose a su cintura, mientras intentaba recuperar la respiración, sin poder pensar en nada más que en el deseo que sentía.

—Amélie —el susurro de su nombre sonó como una plegaria. Después, acarició su cabeza tiernamente intentando consolarla y dejó que su mano resbalara hasta la nuca que apretó con suavidad, provocando un estremecimiento en el cuerpo femenino—, tenemos que hablar. No quería que ocurriera esto, pero te deseo más que a nada en la vida. —Con la palma de la mano en su barbilla hizo que levantara la cabeza y volvió a besarla. Amélie se puso de puntillas en su afán por acercarse más a sus labios y él la cogió por la cintura, alzándola en vilo y se retiró unos pasos para que nadie pudiera verlos desde la casa. Con la preciosa carga entre sus brazos, caminó en la oscuridad hasta un banco de piedra en el que había estado sentado, esperándola, un rato antes. Se sentó con ella en el regazo y Amélie apoyó la cabeza en su pecho, conmocionada por el sentimiento que llenaba su corazón.

—Aunque haría lo que fuera por hacerte mía, antes quiero que aclaremos las cosas. —Su mirada apasionada recorría su rostro posesivamente.

—Ahora no puedo, Cian, por favor —musitó, enderezándose y mirándolo. Después de lo que acababa de ocurrir no podía negar que sus brazos parecían hechos para confortarla, y que se sentía como si ese fuera el lugar al que perteneciera.

—No importa. Hablaré yo, pequeña —su voz la arrullaba, tranquilizándola—. Antes de nada, déjame que te pida perdón por lo que ocurrió aquella noche… —Ella abrió la boca, pero él puso un dedo sobre sus labios para que no lo interrumpiera— No, espera que hable y luego di lo que quieras. Lorna me había dicho días antes que quería asistir y, por entonces, estábamos juntos. —Se encogió de hombros con una sonrisa traviesa—. Al principio le dije que no, pero después me pareció divertido juntarla con los hipócritas estirados de nuestra sociedad, que criticaban nuestra relación en público y en privado acudían a su establecimiento a visitar a las chicas.

La aventura que Cian, el conocido director del club Enigma, había mantenido con la dueña del prostíbulo más lujoso de Dublín, El Columpio Rojo, había sido la comidilla de toda la ciudad. Amélie pestañeó, muy interesada, al darse cuenta de que iba a enterarse de algunas cosas por las que sentía curiosidad desde hacía tiempo, pero, de repente, se levantó un aire frío que hizo que se frotara los brazos, helada.

—Espera. —Se quitó la chaqueta apartándose un poco para poder hacerlo, poniéndosela por encima de los hombros y ella se envolvió con ella agradeciéndoselo con un murmullo. Cian miró hacia el cielo del que habían desaparecido las estrellas, tapadas por una nube gigantesca y soltó una maldición por lo bajo—: ¡Maldita sea! Va a llover en pocos minutos. No podemos seguir aquí, te empaparás.

—Está bien, hablaremos otro día. —Estaba más tranquila y sabía que era mejor que se separaran; así podría pensar en lo ocurrido y decidir qué hacer. Comenzó a levantarse de su regazo.

—No, espera. —La sujetó con facilidad y, gentilmente, hizo que lo mirara de nuevo—. Antes de que te vayas, déjame que termine de explicártelo. No fue mi intención besar a Lorna aquella noche, lo que te conté la última vez que nos vimos es cierto. Me besó de repente, sin que yo lo esperara, pero cuando la acompañé hasta la puerta solo quería asegurarme de que se fuera. —Ella siguió mirándolo—. ¿Me crees? —El problema era que lo hacía, por lo que la barrera que tenía para defenderse de su encanto acababa de desaparecer.

—Sí.

—Bien. Entonces, supongo que puedo invitarte a comer, al teatro, a dar un paseo por el parque o a lo que creas más conveniente. —Después de escucharlo, sintió la necesidad de besarlo. Y lo hizo.

Cian respondió inmediatamente devorando su boca y Amélie se quitó los guantes dejándolos caer al suelo porque necesitaba tocarlo. Hundió la mano en su fuerte pelo y lo acarició bajando hasta su nuca, notando cómo se le iban tensando los músculos al paso de sus caricias.

Interrumpiendo el beso, él se inclinó sobre su cuello y lamió golosamente el pulso que latía regularmente bajo su oreja derecha y ella gimió al sentir su necesidad. El placer que sintió al imaginarlo bebiendo de su vena, la hizo temblar. Cian se demoró besando y lamiendo el pulso femenino que había comenzado a latir con rapidez, y sus colmillos emergieron ávidos de sangre.

—Daría lo que fuera por beber de ti.

—Hazlo. —Él la miró con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados, como si pensara que le tomaba el pelo, pero ella atrajo suavemente la cabeza del vampiro hacia su cuello, necesitando hacer realidad lo que durante tantas noches solo se había atrevido a soñar. En ese momento, el resto del mundo dejó de existir—. Vamos, quiero que lo hagas —él gruñó, disgustado consigo mismo por aceptar y sujetó la cabeza de ella para colocarla en la posición adecuada; desnudó sus colmillos que parecían dos pequeños cuchillos de marfil, curvados y afilados mortalmente, y Amélie cerró los ojos y esperó. Entonces, la mordió.

Cuando los colmillos de Cian se hundieron con fuerza en su carne y él comenzó a beber, un relámpago de placer atravesó el cuerpo de Amélie; aturdida, abrió los ojos y lo vio, su nuca estaba al alcance de su mano y la acarició, experimentando un profundo sentimiento al que no pudo poner nombre. Solo sabía que necesitaba darle de beber y que se sintiera bien.

Cian levantó la mano derecha, ya que la izquierda la mantenía en la cabeza de ella para que no se moviera, y la metió dentro de su corpiño. Amélie se mordió el labio inferior al notar las caricias en sus pechos y los suaves tirones en los pezones durante largos minutos, hasta que consiguió que el placer que se arremolinaba desde hacía minutos en el vientre femenino explotara en un orgasmo que la dejó desmadejada en sus brazos. Poco después, él lamía los pinchazos que habían dejado los colmillos en su cuello, para que se cerraran y levantó la cara relamiéndose. Después, la miró con adoración.

—Gracias. Lo necesitaba.

Amélie sonrió. Llevaba el vestido desarreglado y el corpiño se le había resbalado hasta apenas cubrirle los pezones. Al darse cuenta, recobró el sentido con un murmullo de alarma, bajándose de sus piernas y arreglándose el vestido. Aunque no creía demasiado en las convenciones, no quería causar problemas a Killian.

—Seguro que Sarah está buscándome —él asintió, mirándola de pie, repentinamente serio.

—Antes de que te vayas, quiero tu palabra de que accederás a que nos veamos. Hay algo muy importante que tengo que decirte. Es lo primero que debía haber hecho, pero me he dejado llevar… —Parecía arrepentido, lo que la sorprendió.

—Cian… —No quería discutir con él después de lo que le había hecho sentir.

—Solo quiero hablar. —Ella arqueó una ceja.

—Creo que tú y yo no damos el mismo significado a esa palabra —bromeó y él soltó una carcajada íntima. Se acercó hasta rozar con sus pies el vestido azul de ella y cogió sus manos, las besó, y ella se derritió cambiando su decisión. Movió la cabeza reprochándoselo a sí misma, pero no podía luchar contra él cuando se portaba así.

—Está bien, mándame un recado y, a menos que se te ocurra algún plan imposible, iré. —Él levantó la mano como si hiciera un juramento, pero sus ojos prometían todo lo contrario.

—Todo será de lo más tradicional.

—Lo dudo, pero está bien. —Miró hacia atrás extrañada de que todavía no hubieran ido a buscarla—. Me voy.

—Espera. —La besó por última vez y dejó que se fuera.

Amélie volvió a la fiesta como si acabara de salir de un sueño. Su loco corazón seguía cantando una alegre melodía que hacía que no pudiera dejar de sonreír, hasta que entró en el salón, momento en el que consiguió ponerse seria de nuevo.

Encontró a Sarah junto a la entrada, esperándola:

—¡Menos mal, Amélie! Estaba muy preocupada. ¿Te encuentras bien? —Los ojos tranquilos e inteligentes de la atractiva viuda veían más de lo que parecía, y le puso una mano en el brazo notando su nerviosismo—. Ven, siéntate aquí —señaló un sillón que había junto a ellas y que casi no se veía desde el resto del salón, oculto por un tiesto gigantesco— y te traeré un poco de ponche.

—No —apretó su mano tranquilizadoramente—, no es necesario, gracias, Sarah —la mujer asintió, aunque no parecía demasiado convencida—. Será mejor que nos movamos hacia el centro para no llamar demasiado la atención. No podemos quedarnos aquí toda la noche, ¿verdad?

—Sí, querida.

Estuvieron paseando un rato, hasta que se dieron de bruces con Archer.

—¿Dónde estabas? ¡Nadie sabía dónde te habías metido desde hace más de una hora!

—Te equivocas, Archer, hemos estado juntas un buen rato paseando por el jardín. Hacía demasiado calor dentro de la casa —Sarah mintió tan calmadamente que Amélie agradeció que alguien tan compresivo fuera su acompañante esa noche. Sabía que, si algo así hubiera ocurrido estando Killian o Gabrielle, hubiera tenido que dar muchas más explicaciones.

A Archer se le borró la sonrisa como si fuera un niño al que hubieran regañado y se volvió absurdamente solícito. Buscó un par de sofás donde pudieran sentarse los tres y trajo bebidas a las damas. Ellas dejaron que Archer, que era un gran chismoso, las pusiera al día de los cotilleos más escandalosos de los invitados. Como siempre, estaba consiguiendo hacer reír a las dos, cuando los interrumpió una voz educada:

—¿Puedo unirme a esta encantadora reunión? —Su anfitrión acababa de hacer acto de presencia de manera inesperada.

No conocía a nadie a quien Joel Dixon no le cayera bien. Era un vampiro a la antigua usanza, caballeroso y amable; incluso su aspecto era como debía ser: alto, delgado y canoso, el prototipo de la distinción y la elegancia. Pero, al contrario de lo que hacían la mayoría de los caballeros de su edad (las malas lenguas decían que rondaba los ciento cincuenta años, aunque no aparentaba más de cuarenta), seguía trabajando como profesor. Durante su larga carrera, había llegado a ser catedrático de la famosa universidad de Dublín donde impartía la asignatura de gaélico, y lo hacía tan bien que tenía fama de ser el mejor en su campo de toda Irlanda. Amélie daba fe de ello, porque acudía a sus clases desde hacía unas semanas y había conseguido que ella empezara a entender el extraño idioma después de tantos años. Además, el profesor también tenía a su favor que era de los pocos profesores, daba igual que fueran hombres o vampiros puesto que en eso generalmente eran igual de machistas, que admitían mujeres en sus clases y se mostraba muy sorprendido de que el resto del claustro no hiciera lo mismo.

La orquesta volvía a tocar un vals y él se inclinó hacia ella, sonriente, interrumpiendo sus pensamientos:

—Querida Amélie, ¿me haría el honor…?

Alargó una mano incitadora hacia ella, que aceptó poniendo su palma sobre la de él. Lo acompañó hasta el perímetro redondo que formaba la pista de baile y se colocó frente a él y, cuando comenzó la melodía, dejó que la guiara al compás de las románticas notas.

Ir a la siguiente página

Report Page