Cian

Cian


ONCE

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ONCE

Devan había llevado a los visitantes a la sala de reuniones que había en la biblioteca porque era el lugar más tranquilo del club y, cuando Cian y Amélie bajaron, se marchó dejándolos solos. Ella andaba algo más despacio de lo normal e iba apoyada en el brazo de Cian, aunque se negaba a reconocer que estaba empezando a dolerle el costado. Al menos la herida estaba cerrando bien, pero todavía no podía aguantar el roce del corsé. Por eso solamente llevaba su ropa interior y un vestido ligero de lana beige y marrón.

Cuando vio a Fenton, no esperaba emocionarse, pero lo hizo. No se puso a llorar ni nada parecido, pero se acercó a abrazarlo. Él siempre era muy cariñoso con ella y correspondió a su abrazo, a pesar de la mueca de Cian.

—¿Cómo estás, cariño? Dice ese grandullón que te encuentras mejor.

—Sí, sí, no te preocupes. —Dio un respingo en medio del abrazo y Fenton se disculpó.

—Lo siento, ¿tienes la herida en las costillas? —Cian aprovechó para separarlos.

—Podías tener cuidado, Fenton.

—Cian, no le digas nada. Él no lo sabía. —Cian se calló, a pesar de que estaba deseando llevársela al piso de arriba y echar a los otros a la calle. Fenton aprovechó para presentarla al magistrado.

—No sé si recuerdas a Kirby. —La sonrisa de Amélie se volvió algo temblorosa.

Solo lo había visto una vez, en la peor época de su vida. Fue en casa de Killian, días después de que asesinaran a sus padres. El magistrado, entendiendo lo que debía estar pasando por su cabeza, se adelantó y le dio un beso en la mejilla.

—Hace muchos años, pero ya entonces eras muy inteligente. —Ella siguió callada y Kirby se adelantó para estrechar la mano de Cian, intentando aligerar la tensión del momento.

—Killian me ha hablado mucho de ti.

—Espero que no todo haya sido malo. —Estaba deseando acabar con aquello. Se había dado cuenta de que Amélie se había quedado muy callada y su cuerpo se había puesto rígido—. Sentaos, por favor. ¿Queréis desayunar?

—No, ya lo hemos hecho —Fenton contestó por los dos e inició la conversación—: Imagino que no conoces las noticias. —Cian se quedó desconcertado.

—¿Algo nuevo sobre el ataque de ayer?

—No. —Fenton miró a Cian fijamente a los ojos, seguro de que Kirby estaba haciendo lo mismo—. Lorna fue asesinada anoche y de la misma forma que Wilson Cox y su familia. —Instantáneamente, Cian se sintió culpable al recordar su última discusión con ella. Sentía no haber sabido separarse de otra manera.

—¡No puede ser! —murmuró y su cara reflejaba su incredulidad—. Era muy cuidadosa, nunca se quedaba sola. De vez en cuando recibía cartas amenazantes, pero tenía un ejército de hombres para protegerla. —Intentó imaginar quién podía haber sido—. ¿La asesinaron en El Columpio Rojo o en otro lugar? —Amélie entrelazó su mano con la de él, apoyándolo, a pesar de que Lorna fue el motivo por el que se enfadó tanto con él, nada más conocerlo. Cian apretó su mano y, casi sin darse cuenta, se las llevó a la boca para besar la de ella. Amélie encontró la mirada pícara de Fenton en su horizonte visual y él sonrió. Acababa de darse cuenta de que Cian estaba realmente enamorado. Al menos Killian no lo mataría, era muy posible que le pegara una paliza, pero no creía que lo matara.

—Ha sido en El Columpio Rojo. Sus empleados dicen que anoche les ordenó que se marcharan; al parecer, estaba esperando a alguien que se quedaría toda la noche y quería estar sola.

Amélie sintió emanar una ráfaga de tristeza de Cian, pero nada más y, a pesar de sentirse mal por ello, se alegró de no percibir ningún sentimiento en él por su antigua amante.

Kirby Richards intercambió una mirada con Fenton y se dirigió a Cian:

—Cian, ¿dónde has pasado la noche? —El aludido irguió la cabeza, indignado, y sus ojos brillaron, furiosos. Estuvo a punto de no contestar, pero tenía que pensar en Amélie. Si lo detenían, la dejaría sola.

—Arriba, en mi casa, durmiendo.

—¿Solo? —el magistrado se lo preguntó sin dudar. Aunque nadie miró a Amélie todos entendieron que se refería a ella.

—Sí. En la habitación de invitados. Amélie ha dormido en la mía.

Kirby Richards afinó su mirada leonada, su larga experiencia le decía que estaba mintiendo. A pesar de que no creía que fuera el asesino, no tendría más remedio que detenerlo si no le decía la verdad.

Amélie había agrandado los ojos al escuchar a Cian y abrió la boca decidida a contradecirlo, pero entonces, le ocurrió lo más sorprendente que le había pasado nunca: escuchó su voz dentro de la cabeza prohibiéndole que dijera nada. Rápidamente, se volvió hacia él y le contestó en voz alta:

—Ya te he dicho antes que yo tomo mis propias decisiones. —Luego, se giró hacia el magistrado—: Señor Richards…

—Kirby, por favor —la interrumpió.

—Claro, Kirby. Él no pudo ser. Hemos dormido juntos.

—Comprendo.

—¡Amélie! —Cian estaba furioso. Pero el magistrado continuó hablando con ella como si él no estuviera delante.

—¿Puedes asegurarme que no pudo abandonar la cama en ningún momento?

—Sí —decidió aclarar más su respuesta para que no quedaran dudas—, quiero decir, que no pudo irse sin que yo me diera cuenta.

—De acuerdo. Gracias por tu sinceridad. Ahora, me temo que tengo que tocar un tema muy desagradable. —La miró fijamente y su voz bajó un tono—. Necesito saber si has vuelto a tener noticias de La Hermandad. —El sobresalto de Amélie fue visible y se puso tan pálida que Cian temió que se desmayaría, se acercó a ella protectoramente y miró con cara de odio al magistrado. Pero Kirby parecía algo avergonzado.

—Perdona, Amélie. Puede que haya sido demasiado brusco, pero no tenemos tiempo para ser más cuidadosos. —Cian estaba a punto de saltar, pero al escuchar la voz de Amélie se detuvo.

—No te preocupes, estoy bien —aunque todos se dieron cuenta de que no era cierto, ella continuó hablando—, y no he vuelto a saber nada sobre ellos. Nunca.

—¿Qué es eso de La Hermandad? ¿Y qué tiene que ver contigo? —Amélie se pasó la mano por la frente para limpiarse el sudor, de repente la herida la estaba matando. No sabía cómo iba a soportar explicarlo todo, pero Kirby le echó una mano. No necesitaba tener una conexión privada con la muchacha para notar que no se encontraba bien.

—Creo que hemos abusado de tu buena voluntad. —Cian lo miró con ganas de asesinarlo. Ya se estaba poniendo en pie, decidido a llevarla a la cama sin importarle lo que dijera el juez. Fenton y Kirby también se levantaron—. Volveremos a vernos en otro momento. Creo que lo mejor ahora es que descanses. —Cian se colocó a su lado, esperando a que se levantara.

—Sí. Ven, cariño.

Ella se detuvo un momento para hablar con Fenton.

—Lo siento, si queréis puedo hablar con vosotros un poco más tarde. —Se sentía culpable. Por Killian conocía la importancia de los interrogatorios. Pero, tanto Fenton como Kirby le aseguraron que volverían a verla cuando estuviera mejor y le desearon que se mejorara. Cuando salieron de la biblioteca, Cian la cogió en brazos.

—¿Qué haces? —su voz sonaba sin fuerzas.

—No tenía que haber dejado que te molestaran, no estás bien. Y no te has tomado la pastilla. —Ella frunció el ceño.

—¿Cómo lo sabes?

—Siento tu dolor. Estamos unidos y siento lo que tú sientes. Cuando estés mejor, tendrás que hablarme sobre eso. —Sabiendo a qué se refería inclinó la cabeza en silencio, aferrada a su cuello, mientras ascendían los escalones. Evitó su mirada durante unos instantes, pero, lo que él pedía era justo y aceptó con un murmullo:

—Luego te lo contaré todo.

Devan, tan eficiente como siempre, esperaba a Fenton y Kirby en el pasillo para acompañarlos a la salida. Los tres caminaron en silencio hasta que el magistrado emitió un sonido extraño, parecido a un jadeo y los otros dos vampiros se volvieron hacia él, para saber qué ocurría. Entonces, siguiendo su mirada, vieron a la humana que había provocado su fascinación. Se trataba de Kristel Hamilton, la bibliotecaria, que siguiendo instrucciones de Devan estaba en la cafetería tomando un té, haciendo tiempo hasta que ellos abandonaran su lugar de trabajo. Se había sentado en una mesa, sola, y leía un libro totalmente abstraída de lo que la rodeaba. Su pelo rubio, sujeto por un moño bajo, estaba empezando a liberarse de las horquillas como si tuviera vida propia y algunos mechones rozaban sus mejillas; era algo que le solía ocurrir, pero que no parecía molestarla. Fenton lanzó una mirada significativa a Devan y este carraspeó, antes de declarar:

—Se trata de Kristel Hamilton, nuestra bibliotecaria. —Kirby volvió la cara hacia Devan repentinamente, al escuchar su nombre.

—¿Hamilton? —Devan estaba sorprendido por su reacción porque era un apellido bastante común.

—Sí, ¿te gustaría conocerla?

—Sí. —Kirby comenzó a andar hacia ella sin esperarlos. Devan aceleró el paso para poder llegar a la vez que él a la mesa de Kristel y así poder presentársela. Además, no la dejaría en manos del magistrado sin saber qué quería de ella. No lo conocía suficiente y todos los empleados del club gozaban de su protección y de la de Cian.

—Kristel. —Ella reaccionó con lentitud, como si le costara abandonar el libro y levantó hacia ellos unos enormes ojos color miel veteados con estrías verde oliva, que se agrandaron al ver a Kirby. Un suave rubor rosado se extendió por sus pómulos al percatarse de la manera en que la miraba el magistrado—. Este es el juez Kirby Richards. —El rubor del rostro femenino aumentó y sus ojos transmitieron el placer que sentía.

Fenton y Devan se miraron, atónitos, presenciando la efusión de la pareja al saludarse. Fenton, que ya la conocía, la saludó con la mano para no interrumpirlos, aunque le hubiera dado igual no hacerlo porque estaba absorta en el juez.

—¡Encantada, señoría! Admiro mucho sus escritos sobre el Tratado de Manwë y la jurisprudencia de la Primera Edad.

—Creía que nadie, además del editor, los había leído. A menos que sea para echar una cabezadita. —A menudo, algunos de sus conocidos criticaban sus libros diciendo que su forma de escribir incitaba al sueño, pero Kristel se sintió ofendida al escucharlo.

—¡No es así, yo leo todo lo que escribe! Precisamente gracias a sus libros entiendo mejor las leyes vampíricas. —Al ver que había sido demasiado efusiva, se calló bruscamente.

—Muchas gracias, señorita Hamilton.

—Kristel —rectificó.

—Kristel. —Kirby saboreó su nombre observándola como si fuera una fruta dulce y jugosa y ella volvió a enrojecer—. Dígame, Kristel, ¿es usted familia de Alexander Hamilton? —Ella enmudeció y se quedó mirándolo fijamente. Hacía muchos años que nadie le hacía esa pregunta, pero nunca renegaría del nombre de su padre.

—Sí, era mi padre —Kirby asintió, entristecido.

—Lo conocía, ¿sabe? Siempre que podía acudía a sus conferencias, aunque solía darlas en Dublín. Siento mucho lo que le pasó.

—Gracias. Tengo curiosidad por saber por qué me ha preguntado si éramos familia. —Kirby se encogió de hombros.

—En realidad no tiene ningún mérito. He recordado que una de las veces que hablé con él, me contó que tenía una hija, una preciosa niña llamada Kristel. —Ella sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas al recordar el cariño de su padre y parpadeó para ocultarlas. Nadie había vuelto a quererla de esa manera, sin condiciones, y aceptándola como era. Kirby, consciente de sus sentimientos, alargó la mano y rozó la suya con una ligera caricia que le transmitió mucho más de lo que hubiera podido hacer cualquier palabra.

—Siento interrumpir, pero tenemos que marcharnos. Hemos quedado con el inspector que lleva el caso y ya llegamos tarde. —El juez lanzó una mirada molesta a Fenton, pero tenía razón.

—Kristel, espero que volvamos a vernos —ella se despidió con un murmullo estrechando su mano y observó cómo se marchaban.

Fenton esperó a estar fuera del club para aclarar algo:

—Devan, ¿tú lo sabías?

—¿El qué?

—Que Kristel es hija de uno de los eruditos asesinados por La Hermandad.

—No tenía ni idea. Y no creo que Cian lo sepa.

Cuando se marcharon, Devan se quedó fumando un cigarro junto a la entrada, reflexionando.

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