Christine

Christine


Primera parte: Dennis. Canciones de automóvil juveniles » 6. Afuera

Página 11 de 63

6. Afuera

I got me a car and I got me some gas

Told everybody they could kiss my ass…

GLEN FREY

Subimos a mi coche y arranqué. Eran ya más de las nueve. Hay que ver cómo vuela el tiempo cuando uno se divierte. Brillaba en el cielo una media luna. Eso y las luces anaranjadas del aparcamiento de Monroeville Mall anulaban la luz de cualquier estrella que hubiera podido haber.

Recorrimos en absoluto silencio las dos o tres manzanas, y, de pronto, Arnie rompió en un furioso llanto. Yo había pensado que podría echarse a llorar, pero la violencia con que lo hacía me aterró. Frené de inmediato.

—Arnie…

Desistí. No podía impedírselo. Las lágrimas y los sollozos fluían en amargo y desesperado torrente de forma incontrolable, Arnie había agotado ya su cupo de autodominio para el día. Al principio, parecía ser sólo un efecto de reacción a los acontecimientos, también yo sentía la misma clase de cosa pero a mí me había atacado a la cabeza, haciéndomela doler como una muela cariada, y el estómago, en el que notaba una especie de nudo.

Así pues, al principio pensé que se trataba sólo de una reacción, una liberación espontánea, y quizá lo fuese al principio. Pero, al cabo de unos minutos, comprendí que era algo más que eso, tenía raíces mucho más profundas. Y empecé a discernir palabras en los sonidos que estaba emitiendo, unas pocas al principio, ristras de ellas luego.

—¡Me los cargaré! —gritaba con voz pastosa por entre los sollozos—. Me cargaré a esos malditos hijos de puta, me los cargaré. Dennis, les haré arrepentirse a esos cabrones…

—Calla —dije, asustado—. Olvídalo, Arnie.

Pero él no quería olvidar. Empezó a golpear con su puños el almohadillado salpicadero de mi Duster con una fuerza tal que temí lo dejara marcado.

—¡Me los cargaré, vas a verlo!

A la débil luz de la luna y de una farola cercana, su rostro aparecía atormentado y contorsionado. Me pareció entonces un desconocido. Estaba vagando por los gélidos parajes del Universo que un Dios bromista reserva para personas como él. No le conocía. No quería conocerle. No podía hacer más que permanecer allí, desamparado, y esperar que volviera el Arnie que yo conocía. Al cabo de un rato, lo hizo.

Las palabras histéricas se fundieron de nuevo en sollozos. El odio se había esfumado, y estaba sólo llorando. Era un sonido profundo, hiriente, aturdido.

Permanecí sentado al volante de mi coche, sin saber muy bien que hacer, deseando estar en otro lugar, en cualquier otro lugar, probándome unos zapatos en la tienda de Thom McAn, rellenando una petición de tarjeta de crédito en unos grandes almacenes, de pie ante unos retretes de pago, con diarrea y sin un centavo. En cualquier lugar. No tenía que ser Montecarlo. Principalmente, me encontraba allí deseando ser más viejo. Deseando que ambos fuéramos más viejos.

Pero eso eran divagaciones. Sabía lo que debía hacer. De mala gana, sin querer hacerlo, me deslicé sobre el asiento, le rodeé con los brazos y le atraje hacia mí. Podía sentir su rostro, ardiente y enfebrecido, apretado contra mi pecho. Permanecimos así durante quizá cinco minutos, y luego, le llevé a su casa y le dejé allí. Después, me fui a la mía. Ninguno de los dos hablamos más tarde de cómo le había estado yo abrazando. Nadie pasó por la acera y nos vio aparcados junto a la cuneta. Supongo que si alguien lo hubiera hecho le habríamos parecido un par de maricas. Permanecía allí y le abracé y le amé lo mejor que podía y me pregunté cómo había llegado a ser yo el único amigo de Arnie Cunningham, porque, creedme, en aquellos momentos no quería ser su amigo.

Sin embargo —lo comprendí entonces, aunque sólo borrosamente—, quizá Christine iba a ser también su amigo ahora.

Tampoco estaba seguro de que me gustase eso, aunque por su culpa habíamos pasado por los mismos apuros durante aquel largo día.

Cuando nos detuvimos delante de su casa, dije:

—¿Estás bien?

Forzó una sonrisa.

—Estupendamente —me miró con tristeza—. ¿Sabes? Deberías buscarte alguna otra obra caritativa. Sociedad Cardiológica. Asociación de Lucha contra el Cáncer. Algo.

—Venga, largo.

—Sabes lo que quiero decir.

—Si me quieres decir que eres un blando, no me estás diciendo nada que yo no sepa.

Se encendió la luz del porche, y salieron apresuradamente Michael y Regina, probablemente para ver si éramos nosotros o la policía, para informarles que su único hijo se había estrellado en la autopista.

—¿Arnold? —llamó Regina, con voz estridente.

—Lárgate, Dennis —me pidió Arnie, sonriendo un poco más sinceramente ahora—. No necesitas pasar por esto.

Bajó del coche y dijo con sumisión:

—Hola, mamá. Hola, papá.

—¿Dónde has estado? —preguntó Michael—. ¡Tu madre estaba terriblemente preocupada!

Arnie tenía razón. Podía ahorrarme la escena. Eché un vistazo por el espejo retrovisor, y le vi allí, con aire solitario y vulnerable, y luego los dos le abrazaron y le condujeron hacia el nido de sesenta mil dólares, vertiendo, sin duda, sobre él toda la fuerza de sus últimos cursos parentales. Eran perfectamente racionales sobre el asunto, y ahí estaba la cosa. Habían desempeñado un papel muy importante en lo que él era, y se mostraban demasiado parentalmente racionales para comprenderlo.

Puse la radio en FM-104, donde continuaba el Festival Fin de Semana y sintonicé a Bob Seger y la Silver Bullet Band cantando Still the same. El descubrimiento era demasiado terriblemente perfecto, y pasé al partido de los Phillies.

Los Phillies estaban perdiendo. Muy bien. Eso equilibraba la cosa.

Ir a la siguiente página

Report Page