Chris

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Emma Lasko entreabrió la puerta del cuarto de duchas y observó a la jovencita temblorosa que terminaba de vestirse, de pie sobre los azulejos. Era casi una niña y tironeaba con torpeza su pequeño vestido de algodón floreado, que se le pegaba al cuerpo húmedo. Lasko llevaba media vida como celadora, pero de vez en cuando aún se conmovía al ver ingresar a una novata. Y ésta tenía todo el tipo desvalido e infantil que hacía que Lasko maldijera su oficio. Menuda, morena, con grandes ojos verdes asustados, contrastando con el pelo lacio y renegrido. Y esa condenada expresión de desamparo en cada gesto. Unos minutos antes la celadora la había hecho desvestirse y la había sometido a la inspección de rigor. Luego tuvo que repetirle tres veces que se duchara y se lavara la cabeza con el champú desinfectante. La chica parecía a punto de desmayarse de terror. Lasko la dejó un tiempo a solas y esperó en el pasillo, escuchando el ruido del agua al caer, entremezclado con ahogados sollozos. Ahora la joven la miraba con ojos enrojecidos, inmóvil, como sorprendida en falta.

—Si has terminado te acompañaré al dormitorio —dijo Lasko con voz neutra—. Podrás dejar tus cosas y descansar un poco antes de la cena.

La chica asintió, calzándose con torpeza el mocasín. La celadora dio media vuelta y comenzó a caminar por el pasillo. La jovencita trotó hasta ponerse a su lado. Salieron a un patio ajardinado y cruzaron en dirección a los dormitorios. Durante todo el recorrido la muchacha no levantó la cabeza.

La mayoría de las internas estaban a esa hora descansando o conversando en sus cuartos, pero un grupo de tres o cuatro asomó a la galería al oír los pasos inconfundibles de la celadora.

—Carne fresca, ¿eh, Lasko? —zumbó una de ellas.

—¿Qué ha hecho esa cría? —preguntó otra—. ¿Se ha escapado del parvulario?

—La han encerrado por hacerse pis encima —explicó una tercera.

Todas se echaron a reír, y algunas nuevas cabezas asomaron curiosas por las esquinas de la galería.

—A ver si os calláis —dijo Lasko, sin detenerse—. ¿O es que habéis olvidado cómo os sentíais en vuestro primer día aquí?

Una rubia alta y fornida, de rostro anguloso, se plantó frente a la celadora cerrándole el paso. La pequeña novata dio un respingo y se ocultó aterrada tras el cuerpo de la mujer.

—Déjame pasar, Moco —dijo Lasko con voz calma.

La rubia levantó el mentón, desafiante, y sonrió poniendo los brazos en jarras. Hubo algunas risitas expectantes entre las demás.

—¿Con quién vas a ponerla, Lasko? —preguntó Moco.

—No contigo, por cierto.

La celadora estiró su mano hasta el hombro de Moco y la apartó suave, pero firmemente, hacia la pared. Hizo un gesto a la novata y siguió su camino.

—Eres injusta —gritó Moco a sus espaldas—. Yo soy la que lleva más tiempo sola. ¡Desde que se fue Crash no has puesto a nadie conmigo!

—Tú sabes muy bien por qué —respondió Lasko, sin volverse.

Las risas volvieron a sonar escandalosamente, esta vez tomando como blanco a Moco, que sacó su larga y agresiva lengua y la exhibió en redondo a las demás. Luego se encogió de hombros y regresó a su habitación. Lasko guió a la novata hasta el final de la galería y torcieron por el último pasillo, a la derecha. Había varias puertas enfrentadas; la celadora se detuvo frente a una de ellas, que estaba entornada.

—Bien, bienvenida al hogar —dijo Lasko con torpe jovialidad. Y abrió la puerta.

Una joven de unos quince años, vestida sólo con un sostén color carne y unos gastados tejanos, yacía absorta sobre una de las dos camas. Su rostro, quizá demasiado redondo, enmarcaba facciones pequeñas y armónicas, de una precoz adultez. Las puntas del largo pelo castaño le rozaban los pechos llenos y bien formados. Dejó pasar unos instantes antes de darse por enterada de que había alguien en la puerta. Luego puso las manos bajo la nuca y miró a Lasko como quien mira un mueble. Su mirada se detuvo un instante en la jovencita que la acompañaba; luego cerró los ojos lanzando un largo y expresivo suspiro.

—Chris —dijo Lasko—, ésta es Carrie Watts. Desde hoy compartirá el cuarto contigo.

Carrie esbozó una tímida sonrisa esperanzada. Chris la observó impasible, con los labios apenas fruncidos, y luego elevó la vista al techo, sin responder. Lasko se volvió hacia la novata:

—Ella es Chris Parker —explicó—. Le gusta parecer indiferente, pero es buena persona. Ahora está en el cuarto grado y es posible que pronto salga de aquí. Mientras tanto, será una buena introductora para ti. Ya verás que os llevaréis muy bien. —Carrie asintió y Lasko le indicó la cama vacía—. Puedes poner tus cosas allí. Te corresponde la mitad del armario. El lavabo está al fondo de la galería. No se permiten vi…

—… sitas en los dormitorios, ni fumar, ni hablar en la oscuridad, ni demostrar afecto —concluyó Chris, girando sobre sí misma y poniéndose de cara a la pared.

—Es el reglamento —dijo Lasko, ligeramente amoscada.

—Y no lo has escrito tú, ya lo sabemos —suspiró Chris.

Carrie pareció despertar súbitamente. Arrojó su deshilachada bolsa marinera sobre la cama y luego se sentó ella misma, encorvando el cuerpo y dejando caer las manos laxas entre los muslos abiertos.

—La puta que me parió —exclamó con su voz aniñada.

Chris y Lasko estallaron en una incontenible carcajada.

Antes de la cena, las internas podían disponer de algo más de media hora en el salón-comedor, para escuchar música, ver televisión, fumar y hacer sociedad. Una fugaz y regulada válvula de escape antes que los fantasmas de la noche invadieran el reformatorio. Chris derramó medio frasco de agua de colonia sobre el pelo de Carrie, para disipar el penetrante olor del jabón matapiojos. Fue su primer gesto de amistad y Carrie lo aceptó con un agradecimiento mudo y excesivo. Luego le explicó las verdaderas normas del pabellón, que no eran las del reglamento de Lasko. Solidaridad, respeto a las veteranas, no intimar con las celadoras, no comprometer a las demás y, si había problemas, cerrar el pico: las líderes ya sabían muy bien cómo manejar el asunto.

—¿Quiénes son las líderes? —preguntó Carrie.

—Moco y yo —dijo Chris con naturalidad—. Y Josie en su pasillo.

—No te imaginaba amiga de Moco —comentó la novata.

—No somos amigas —respondió Chris, guiándola hacia el comedor.

La entrada de Carrie produjo un súbito y tenso silencio que cortó abruptamente las charlas y risas del comedor. Mientras todas las miradas se clavaban en la pequeña y armónica figura de la novata, desde los raídos mocasines hasta el engrasado cabello negro, sólo se oía la voz escéptica del comentarista de la NBC, evaluando las posibilidades del cacahuetero Jimmy Carter para ser consagrado candidato demócrata en las próximas elecciones. Luego, alguien bajó el volumen del televisor. Chris y Carrie avanzaron hacia una de las mesas, como en una especie de ceremonia ritual. Hubo murmullos y alguna risita aislada, pero no pullas ni intencionadas preguntas en falsete. Asombrada, Carrie comprobó que la escolta de Chris producía más respeto entre las internas que la de la propia Emma Lasko.

Una vez sentadas, se aproximó una mulata cimbreante y expansiva, que Chris presentó como su amiga Josie. También otra joven taciturna, llamada Ria, y la inevitable Moco. Betty Ramos, la celadora auxiliar, iba de un grupo a otro encendiendo cigarrillos, ya que a las internas no se les permitía tener cerillas ni encendedores. Chris extrajo un cigarrillo del bolsillo de Ria y se lo colocó entre los labios. Luego chasqueó los dedos, haciendo un gesto a Betty para que le diera fuego.

—Si tú no fumas, Chris —adujo Betty, visiblemente molesta.

—Quiero ofrecer un cigarrillo a mi nueva compañera de cuarto —dijo Chris.

Carrie, obediente, aceptó el obsequio y aspiró una larga bocanada. Su rostro se puso rojo y estalló, lagrimeante, en un intenso acceso de tos. Josie, Ria y Chris rieron divertidas, mientras Betty meneaba la cabeza.

—Sólo queríais burlaros —dijo, ofendida, yendo hacia el otro extremo del salón.

Mientras comían, Josie hizo a Carrie un pormenorizado y novelesco relato de la rebelión que había encabezado Chris unos meses antes, y que terminara en un verdadero motín. La novata escuchaba con ojos desorbitados, mirando alternativamente a Josie y a Chris.

—Y todo fue porque Lasko no le quiso dar el champú para lavarse el cabello —observó Ria.

Chris chupó lentamente un espárrago y luego dejó el tronco sobre el plato.

—No es cierto —dijo—. Ella me abofeteó.

Josie y Ria cruzaron una mirada cómplice. Josie se mordió los labios y luego comenzó a jugar con el tenedor, hundiéndolo en el mantel de plástico.

—Eso le dijiste al Comité —afirmó sin mirar a Chris—, pero nosotras estábamos allí. La vieja Lasko se portó como una estúpida, pero no te tocó un pelo. Tú en cambio sí le atizaste una buena en la nariz.

Chris se puso pálida y por un instante sus ojos echaron chispas, como si fuera a saltar sobre Josie. Luego bajó la vista y se encogió de hombros.

—Tuve que mentir —admitió—. Estaban dispuestos a crucificarme. No quiero pasarme la vida enterrada aquí, así que mentiré y fingiré cuantas veces sea necesario. —Levantó la vista y miró a las otras con intensidad—. Es el único camino, niñas. Cuando entré aquí era tan ingenua y sumisa como esta pequeña Carrie. Tuve que aprender a sobrevivir. Pero tampoco voy a darles el gusto de cavarme la fosa, como hace Moco con sus desplantes de macho.

—Cálmate, Chris —dijo Ria con acento conciliador—. Sólo queríamos contarle a Carrie una historia divertida…

—No fue divertido para mí —afirmó Chris, categórica.

Más tarde, mientras oía a la joven novata dar vueltas, nerviosa, en la cama contigua, Chris repasó su situación. Hacía ya dos meses que la habían ascendido al cuarto y último grado, previo a la libertad condicional. Le había costado muchas genuflexiones y argucias lograr que las autoridades olvidaran aquel motín, amén de un anterior intento de fuga. Pero ahora hasta Lasko parecía haber borrado de su mente aquel puñetazo y la insidiosa acusación de Chris. La celadora la trataba con consideración, casi con respeto, y Chris estaba segura que había dado buenas referencias de ella al Comité. Bárbara, la maestra, ya no era su confidente, desde que había adivinado que ella mintió sobre aquella famosa bofetada, pero últimamente su frialdad se había entibiado, gracias a los esfuerzos de Chris en los estudios. Restaba Cynthia, la directora adjunta, una burócrata que necesitaba lugar para las nuevas reclusas y no quería recargarse de trabajo. Chris sonrió con tristeza pensando que cada una de ellas era sólo una ficha para aquella mujer. No se opondría a retirar la ficha de Christine Parker, si el resto del Comité estaba de acuerdo. La propia Lasko se lo había dicho a Carrie esa misma tarde: «Chris está ahora en el cuarto grado y es posible que pronto salga de aquí». Y es posible que pronto salga de aquí. Chris se adormeció acunándose con esas palabras, imaginando que ya era libre y podía ir de un lado a otro, tener un trabajo y dinero propio, visitar a su hermano Tom y ayudarle a cuidar de su pequeño hijo, lograr que sus padres se llevaran bien y, sobre todo, hacer lo que le viniera en gana, sin tener que ocultarse o mirar por encima del hombro. Como si todo ese largo año hubiera sido sólo una torpe pesadilla, soñada por una mente enferma…

El domingo, durante la hora de visita, Chris se buscó un lugar tranquilo en el patio y se dejó caer sobre el césped, solitaria y ausente como un lagarto al sol. Hasta ella llegaban las risas y gritos de un grupo de internas que estaban jugando a balonvolea, apagados por la distancia y el aire denso de la tarde. De vez en cuando, oía retazos de conversación, cuando alguna interna y sus visitantes pasaban cerca de ella. El tema era siempre el mismo: la buena conducta y las posibilidades de salir en libertad. Chris no quiso recordar que su propio padre había pedido que la encerrasen. Dejó que su piel se entregara al sol, con los ojos cerrados y la mente en blanco.

Una hora después, unas pequeñas gotas de sudor perlaban la frente de Chris, y su vejiga ardía, repleta, incitándola a incorporarse. Durante unos minutos, los deseos de orinar lucharon con la placidez y lasitud física del resto del cuerpo, sin que ella pareciera intervenir. Finalmente decidió ir hasta el lavabo, porque además tenía sed y la piel le escocía en los brazos y las mejillas. Al entrar en el edificio, la sombra y la diferencia de temperatura le produjeron un agradable escalofrío. Cruzó el dormitorio desierto, y de pronto oyó un tenso cuchicheo en el pasillo que daba a las duchas.

Moco y dos de sus compinches rodeaban a otra de las chicas, acorralándola contra la pared. Chris reconoció el vestido floreado de Carrie y luego vio sus grandes ojos implorantes, asomando sobre la gran mano de Moco, que le cubría la nariz y la boca. Otra de las muchachas aferraba ahora a la novata por detrás, y la tercera intentaba levantarle la falda, pese a los pataleos de Carrie.

—Será mejor que te quedes quieta, muñeca —susurró Moco entre dientes, con la voz entrecortada por el esfuerzo y la excitación—. «Johnny» puede hacerte daño si te resistes.

Sólo entonces Chris advirtió que la mano libre de Moco enarbolaba la ventosa de desatrancar lavabos, empuñándola con el mango hacia adelante. Una feroz oleada de ira estremeció el cuerpo de Chris y estalló en su cabeza. En un segundo, rememoró el dolor, la humillación y la vergüenza que había sufrido meses atrás, siendo también una novata, cuando la sádica y tortuosa Denny la había violado brutalmente con ese mismo instrumento. Aquella vejación terrible y gratuita la había marcado para siempre. Recordó también que Moco formaba parte del grupo, y había sido ella quien le sujetaba los brazos mientras Denny laceraba una y otra vez sus entrañas, con morboso frenesí.

Se abalanzó hacia el grupo con un salto felino, lanzando un alarido que era a la vez angustioso quejido y grito de guerra. Aferró el brazo de Moco y le arrebató fácilmente el palo, alzándolo dispuesta a partir el cráneo de su rival. Moco, tomada por sorpresa, atinó a girar sobre sí misma, agachándose y cubriéndose la cabeza con el otro brazo. Chris cambió la dirección de su ataque y descargó con saña su arma sobre el prieto trasero de Moco, que aulló de dolor.

—¡Degenerada! ¡Monstruo! ¡Tortillera! —gritaba Chris fuera de sí, sin dejar de apalear las nalgas de su víctima—. ¡Te debía esta paliza desde hace tiempo!

Las otras dos, estupefactas ante la intervención de Chris, habían soltado a Carrie y miraban la escena sin atinar a intervenir. Carrie, desfalleciente, se deslizó contra la pared hasta quedar sentada en el suelo. Chris liberó finalmente a Moco y fue hasta la ventana. Con todas sus fuerzas, arrojó al nefasto «Johnny». El madero dio varias vueltas en el aire antes de caer sobre la tierra gris, levantando una leve nube de polvo.

—Te has vuelto loca, Chris —gruñó Moco, frotándose la parte castigada—. Vas a pagar esto.

Chris, sin volverse, lanzó un profundo suspiro y aspiró largamente el aire de la tarde. Luego giró y se enfrentó a las otras.

—Mientras yo esté aquí, Moco —dijo con voz casi calma—, no habrá más agresiones a las novatas. Lo digo en serio; si lo intentas de nuevo, irás a parar al hospital.

Moco frunció los labios y vaciló. No era la primera vez que Chris desafiaba su liderazgo, pero ésta parecía ser la definitiva. Sus dos secuaces y Carrie las miraban absortas, expectantes por la premonición del enfrentamiento. Optó por un ataque lateral, buscando minar el creciente prestigio de su rival.

—Parece que Lasko se ha conseguido una nueva ayudante —dijo torciendo la boca con un gesto despectivo.

—No se trata de Lasko —replicó Chris—. Puedes meterle el palo a ella, si te atreves. Pero no vuelvas a tocar a ninguna de las chicas, ¿entiendes?

Moco había entendido. Se encogió de hombros y sonrió sin ganas.

—No pensaba hacerlo, realmente —dijo—. Sólo queríamos darle un susto a la pequeña. Tú ya sabes que ésas eran cosas de Denny.

Resonaron unos pasos en la galería, y Betty Ramos apareció trotando hacia ellas, con gesto preocupado.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó—. ¿Quién estaba gritando?

Las reclusas se miraron entre sí, mientras Carrie se ponía de pie, tratando de pasar inadvertida. Moco se arregló el pelo y tomó la palabra:

—Yo fui la que gritó —dijo—. Tuvimos una discusión con Chris y creo que me puse algo histérica. —Y agregó con discreta humildad—: Lo siento, Betty.

La aludida hizo un leve gesto de escepticismo con las cejas y escrutó a las demás.

—Y tú —dijo señalando a Carrie—, ¿por qué has estado llorando?

—Porque se siente triste —respondió velozmente Chris—. ¿Cómo te sentirías tú en su lugar?

Betty Ramos se rascó una oreja, pensativa. Sabía que le estaban mintiendo descaradamente, pero no podía advertir ningún indicio de lo ocurrido, como no fuera su propia intuición. Después de todo, ella era sólo una celadora auxiliar y no quería meterse en una polémica en la que estarían envueltas nada menos que Moco y Chris. Hasta la propia Lasko, se dijo, solía ser prudente y distraída en estos casos, no habiendo sangre o destrozos de por medio.

—Está bien —suspiró por fin—, supongamos que me lo creo. En realidad te he estado buscando, Chris. Tienes visita.

Chris inclinó la cabeza y entrecerró los ojos, en un gesto de desconfianza.

—¿Visitas…? —musitó.

—Tu hermano está aquí desde hace media hora. Estuvo hablando con la señorita Cynthia y luego me pidió verte.

El corazón de Chris dio un brinco y luego comenzó a latir intensamente, como si buscara un sitio por donde salir. Tom había venido. Estaba allí, en el reformatorio, esperándola. Arrepentido sin duda de haberla entregado a la policía cuando ella fue a pedirle ayuda. Dispuesto a llevársela con él a su casa; por eso había estado hablando con la directora. Tom. La única persona que había ofrecido a la pequeña Chris protección y cariño. Que la había rescatado de innumerables palizas del padre, que la había acunado entre sus brazos fraternos mientras la madre dormía sus borracheras solitarias. Tom, su hermano.

Chris apresuró el paso detrás de Betty Ramos, mientras ambas cruzaban el patio hacia el edificio principal, deslumbradas por el sol intenso de la tarde.

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