China

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Henry Kissinger

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Ambos bandos se enfrentaron a un dilema. China no abandonaría jamás su compromiso de recuperar Taiwan, pero podía posponerlo ante unos obstáculos abrumadores, como la presencia de la Séptima Flota. En cuanto se hubo retirado esta, ya no volvió a enfrentarse a un obstáculo de tal envergadura en las islas costeras. Estados Unidos, por su parte, se había comprometido a defender Taiwan, aunque una guerra por unas islas que el secretario de Estado John Foster Dulles describía como un «puñado de piedras» era harina de otro costal.5 La confrontación se intensificó cuando la administración de Eisenhower inició las negociaciones sobre un tratado formal de defensa mutua con Taiwan, al que siguió la creación de la Organización del Tratado del Sudeste Asiático.

Cuando Mao se encontraba frente a un reto, normalmente optaba por la vía más complicada. Mientras el secretario de Estado John Dulles volaba hacia Manila para la creación de la SEATO, Mao ordenó un bombardeo masivo sobre Quemoy y Mazu: un toque de atención sobre la creciente autonomía de Taiwan y una prueba para Washington sobre su compromiso en la defensa multilateral de Asia.

En la primera cortina de fuego que cayó sobre Quemoy murieron dos militares estadounidenses y aquello llevó al despliegue inmediato de tres grupos de combate aeronaval en las cercanías del estrecho de Taiwan. Washington, que mantenía su promesa de abandonar la función de «arma defensiva» de la República Popular de China, aprobó una respuesta de represalia de las fuerzas nacionalistas con artillería y aviación contra el continente.6 Entretanto, miembros del Estado Mayor conjunto de Estados Unidos empezaron a elaborar planes para la posible utilización de armamento nuclear táctico por si se intensificaba la crisis. Eisenhower puso sus objeciones, al menos en un principio, y aprobó un plan para conseguir una resolución de alto el fuego del Consejo de Seguridad de la ONU. La crisis sobre un territorio que no interesaba a nadie alcanzó una dimensión mundial.

Pese a todo, aquella crisis no tenía un objetivo político claro. China no amenazaba directamente a Taiwan; Estados Unidos no quería cambiar el estatus del estrecho. La situación no era tanto un apremio para la confrontación —como la presentaban los medios de comunicación— como un sutil ejercicio de gestión de la crisis. Ambos bandos maniobraban para conseguir intrincadas normas que evitaran la confrontación militar que anunciaban en el ámbito político. Sun Tzu seguía vivo, en el puesto de mando de la diplomacia en el estrecho de Taiwan.

Aquello no tuvo como resultado la guerra, sino una «coexistencia combativa». A fin de impedir un ataque fruto de un malentendido sobre la decisión estadounidense —como en el caso de Corea—, el 23 de noviembre de 1954 Dulles y el embajador taiwanés en Washington autentificaron el texto del tratado de defensa planificado desde hacía tiempo entre Estados Unidos y Taiwan. No obstante, en la cuestión del territorio atacado recientemente, el compromiso estadounidense era ambiguo: el texto era de aplicación específica en Taiwan y las islas Pescadores (un grupo de islas situado a unas veinticinco millas de Taiwan). El tratado no hacía mención de Quemoy, de Mazu, ni de otros territorios cercanos a la China continental, a los que dejaba para una definición posterior, «como podría determinarse de común acuerdo».7

Por su parte, Mao prohibió a sus mandos atacar a las fuerzas estadounidenses, mientras dejaba claro que no se dejaba intimidar por el arma más temible de este país. A China, afirmó en un lugar tan poco adecuado como una reunión con el nuevo embajador de Finlandia en Pekín, no le afecta la amenaza de una guerra nuclear:

El pueblo chino no se dejará intimidar por el chantaje estadounidense sobre armas atómicas. Nuestro país cuenta con una población de 600 millones de habitantes y una extensión de 9.600.000 kilómetros cuadrados. Estados Unidos no puede aniquilar la nación china con unas cuantas bombas atómicas. Incluso en el caso de que sus bombas atómicas fueran tan potentes que al caer en China pudieran abrir un agujero que atravesara la Tierra o hacerla estallar en pedazos, el universo en sentido global no se resentiría de la acción, aunque pudiera representar un suceso de envergadura para el sistema solar [...] si Estados Unidos con sus aviones y la bomba atómica lanza una guerra contra China, nuestro país, con su mijo y sus fusiles saldrá victorioso de ella. La población del mundo entero nos apoyará.8

Ya que los dos bandos de China aplicaban las normas del wei qi, el continente fue entrando en el vacío que habían dejado las omisiones del tratado. El 18 de enero invadió las islas de Dachen y de Yijiangshan, dos pequeños grupos de islas a las que no afectaba el tratado. Unos y otros siguieron definiendo meticulosamente sus límites. Estados Unidos no movió un dedo para defender las pequeñas islas; en efecto, la Séptima Flota colaboró en la evacuación de las fuerzas nacionalistas. Se prohibió al Ejército Popular de Liberación abrir fuego contra las fuerzas armadas estadounidenses.

Lo que ocurrió, sin embargo, fue que la retórica de Mao tuvo más impacto en sus aliados soviéticos que en Estados Unidos, pues presentó a Jruschov el dilema de apoyar a su aliado en una causa que no tenía nada que ver con los intereses estratégicos rusos y en cambio implicaba un riesgo de guerra nuclear, que el dirigente soviético consideraba cada día más inaceptable. Los aliados europeos de la Unión Soviética, con sus limitadas poblaciones, estaban todavía más aterrorizados con los discursos de Mao sobre la posibilidad de que China perdiera la mitad de su población en una guerra y aun así subsistiera.

En cuanto a Estados Unidos, Eisenhower y Dulles mostraron la misma habilidad que Mao. En ningún momento se les ocurrió poner a prueba la resistencia del presidente chino con una guerra nuclear. Ahora bien, ni unos ni otros estaban dispuestos a abandonar la opción de defender los intereses nacionales. En la última semana de enero presentaron a las dos cámaras de Estados Unidos la tramitación de una resolución que autorizaba a Eisenhower a recurrir a las fuerzas estadounidenses para defender Taiwan, las islas Pescadores y «distintos territorios y posiciones» del estrecho de Taiwan.9 El arte de gestionar las crisis radica en forzar la situación hasta el punto en que el adversario no puede seguir, pero de tal forma que se evite la ley del talión. Siguiendo este principio, Dulles, en una rueda de prensa celebrada el 15 de marzo de 1955, anunció que en Estados Unidos estaban preparados para cualquier nueva e importante ofensiva comunista con armas nucleares tácticas, que China, por cierto, no poseía. Al día siguiente, Eisenhower confirmó la advertencia, puntualizando que mientras no se pusiera en peligro a la población civil, no veía razón para que Estados Unidos no pudiera utilizar armas tácticas, «de la misma forma que uno utilizaría una bala o lo que fuera».10 Era la primera vez que Estados Unidos lanzaba una amenaza nuclear específica en plena crisis.

Mao estaba más dispuesto a demostrar con dichos que con hechos que no le afectaba la guerra nuclear. Ordenó a Zhou Enlai, que a la sazón se encontraba en Indonesia, en la Conferencia de Bandung de países asiáticos y africanos no alineados, que tocara a retirada. El 23 de abril de 1955, Zhou mostró la rama de olivo: «El pueblo chino no quiere la guerra con Estados Unidos de América. El gobierno chino desea sentarse a negociar con el gobierno de Estados Unidos con el fin de relajar la tensión en Extremo Oriente y sobre todo en la zona de Taiwan».¹¹ Una semana después, China finalizó la campaña de bombardeo en el estrecho de Taiwan.

Al igual que la guerra de Corea, aquello acabó en tablas, situación en la que cada uno de los bandos alcanzó sus objetivos a corto plazo. Estados Unidos se enfrentó a una amenaza militar. Mao, consciente de que las fuerzas del continente no contaban con capacidad suficiente para ocupar Quemoy y Mazu frente a una oposición coordinada, explicó más tarde que su estrategia era mucho más compleja; contó a Jruschov que, lejos de perseguir la ocupación de las islas de la costa, había utilizado la amenaza para asegurar que Taiwan no rompiera el vínculo con el continente.

Solo pretendíamos mostrar nuestras posibilidades. No queremos a Chiang demasiado lejos de nosotros. Nos interesa tenerlo al alcance. Si él sigue ahí [en Quemoy y Mazu] podemos alcanzarlo con las baterías de costa, así como por medio de la fuerza aérea. De haber ocupado las islas, no tendríamos ya la posibilidad de incomodarlo cuando quisiéramos.¹²

Según esta versión, Pekín bombardeó Quemoy para reafirmar su reivindicación de «una sola China», pero limitó su actuación para evitar que apareciera una «solución de dos Chinas».

Moscú, con un planteamiento más rígido de la estrategia y mayores conocimientos sobre armamento nuclear, juzgó incomprensible que un dirigente se situara al borde de la guerra nuclear para establecer un principio básicamente simbólico. Como puntualizó Jruschov a Mao: «Si abres fuego, tienes que capturar las islas, y si no consideras necesario capturarlas, no tiene ningún sentido abrir fuego. No entiendo tu política».¹³ En una biografía de Mao, que tiene poco de imparcial pero mueve a la reflexión, incluso se afirma que el motivo real del dirigente comunista había sido el de crear un riesgo tan claro de guerra nuclear para obligar a Moscú a ayudar a Pekín en su programa de armamento nuclear en ciernes y así aligerar la presión respecto a la asistencia soviética.14 Entre los muchos aspectos de la crisis que desafiaban toda lógica estaba la clara decisión soviética —posteriormente anulada como consecuencia de la segunda crisis de las islas costeras— de ayuda al programa nuclear de Pekín a fin de establecer cierta distancia entre esta potencia y su problemático aliado en futuras crisis al dejar la defensa nuclear de China en manos de este país.

PARÉNTESIS DIPLOMÁTICO CON ESTADOS UNIDOS

Una de las consecuencias de la crisis fue la reanudación del diálogo formal entre Estados Unidos y China. En la Conferencia de Ginebra de 1954 destinada a resolver la primera guerra de Vietnam entre Francia y el movimiento por la independencia encabezado por los comunistas, Pekín y Washington acordaron a regañadientes mantener contactos a través de funcionarios de rango consular con sede en Ginebra.

El acuerdo proporcionó el marco adecuado para una especie de protección que evitara confrontaciones a causa de algún malentendido. No obstante, ni una parte ni otra llegó al acuerdo con mucha convicción. Mejor dicho, sus convicciones seguían caminos opuestos. La guerra de Corea había puesto punto final a las iniciativas diplomáticas de la administración de Truman respecto a China. La administración de Eisenhower —que llegó al poder cuando aún no había terminado la guerra de Corea— consideraba que China era la potencia comunista más intransigente y revolucionaria. De ahí que su primer objetivo estratégico fuera la creación de un sistema de seguridad en Asia capaz de contener una posible agresión china. Se evitaban las tentativas de acercamiento a este país por temor a poner en peligro unos sistemas de seguridad todavía frágiles como la SEATO y las incipientes alianzas con Japón y Corea del Sur. La negativa de Dulles a dar la mano a Zhou Enlai en la Conferencia de Ginebra reflejó, por un lado, el rechazo moral y, por otro, el plan estratégico.

La actitud de Mao era el reflejo de la de Dulles y de la de Eisenhower. La cuestión de Taiwan creó una confrontación permanente, sobre todo desde el momento en que Estados Unidos trató a las autoridades de Taiwan como gobierno legítimo de toda China. El estancamiento se instaló en la diplomacia chino-estadounidense, pues China se negó a tratar cualquier tema hasta que Estados Unidos decidiera retirarse de Taiwan, y Estados Unidos no estaba dispuesto a hacerlo hasta que China renunciara a utilizar la fuerza para resolver la cuestión de Taiwan.

Del mismo modo, tras la primera crisis del estrecho de Taiwan, se interrumpió el diálogo entre China y Estados Unidos, ya que mientras cada una de las partes mantuviera su postura, no había nada de que hablar. Estados Unidos reiteró que había que solucionar la situación de Taiwan mediante negociaciones entre Pekín y Taipei, en las que deberían intervenir también Estados Unidos y Japón. Pekín interpretó la propuesta como un intento de volver a la decisión tomada en la Conferencia de El Cairo, en la que, durante la Segunda Guerra Mundial, se declaró que Taiwan formaba parte de China. La China comunista tampoco quiso renunciar a la utilización de la fuerza, pues se violaba el derecho soberano de China de controlar su propio territorio nacional. El embajador Wang Bingnan, el principal negociador que tuvo China durante diez años, resumió en sus memorias el estancamiento: «Retrospectivamente, para Estados Unidos era imposible cambiar en aquellos momentos su política respecto a China. Teniendo en cuenta las circunstancias, pasamos directamente a la cuestión de Taiwan, que era la más complicada, la que tenía menos posibilidades de solución y la más delicada. Era lógico que las conversaciones no llevaran a ninguna parte».15

Tan solo dos acuerdos salieron de aquellas conversaciones. El primero, una cuestión de orden: actualizar los contactos existentes en Ginebra y pasarlos del nivel consular al de embajada. (La importancia de esta designación radica en que los embajadores técnicamente son representantes personales del jefe de Estado y en cierto modo poseen mayor libertad de acción y más influencia.) La medida solo sirvió para institucionalizar el marasmo. En un período de dieciséis años, entre 1955 y 1971, se celebraron ciento treinta y seis reuniones entre los embajadores de Estados Unidos y China (la mayor parte en Varsovia, ciudad que se convirtió en el punto de reunión de las conversaciones de 1958). El único acuerdo de peso se consiguió en septiembre de 1955, cuando China y Estados Unidos permitieron volver a sus respectivos países a los ciudadanos bloqueados en uno u otro después de la guerra civil.16

A partir de entonces, durante quince años, la política estadounidense se centró en conseguir una renuncia formal por parte de China de la utilización de la fuerza. «Año tras año —dijo Dean Rusk, secretario de Estado, ante la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara en marzo de 1966— hemos esperado algún indicio que demostrara que la China comunista estaba dispuesta a renunciar a la fuerza para resolver diferencias. Hemos esperado también para poder comprobar que estaba dispuesta a abandonar la idea de que Estados Unidos era su principal enemigo. La China comunista ha demostrado una actitud y una práctica marcadas por la hostilidad y rigidez.»17

En ningún momento la política exterior estadounidense había exigido a otro país un requisito previo tan riguroso para la negociación como la renuncia total a la utilización de la fuerza. A Rusk no le pasó por alto durante la década de 1960 la distancia existente entre la implacable retórica china y su práctica internacional relativamente moderada. Así y todo, defendió que la política de Estados Unidos tenía que basarse en las palabras: que la ideología tenía más importancia que la conducta:

Algunos mantienen que hay que ignorar lo que dicen los dirigentes comunistas chinos y juzgarlos por sus actos. Es cierto que se han mostrado más cautelosos en los hechos que en los dichos, más cautelosos en lo que han hecho por sí mismos que en lo que han instado a hacer a la Unión Soviética. [...] Pero no se deduce que tengamos que hacer caso omiso a las intenciones y a los planes para el futuro que han anunciado.18

Dadas estas actitudes y con el pretexto de que China no renunciaba a utilizar la fuerza contra Taiwan, en 1957 Estados Unidos no envió a las conversaciones de Ginebra al embajador, sino al primer secretario. China retiró su delegación y se suspendieron las conversaciones. Poco después se desencadenó la segunda crisis del estrecho de Taiwan, aunque claramente por otra razón.

MAO, JRUSCHOV Y LA RUPTURA ENTRE CHINOS Y SOVIÉTICOS

En 1953 murió Stalin después de haber permanecido treinta años en el poder. Le sucedió —tras un breve período de transición— Nikita Jruschov. El terror que sembró Stalin durante su mandato dejó huella en la generación de Jruschov. Eran los que habían escalado durante las purgas de los años treinta, época en que se acabó con toda una generación de dirigentes. Habían pasado de golpe a la situación privilegiada a costa de una inseguridad emocional permanente. Habían sido testigos de la decapitación masiva, habían participado en ella y eran conscientes de que podía esperarles el mismo destino; en efecto, Stalin estaba en proceso de iniciar otra purga cuando le sorprendió la muerte. Estos dirigentes no estaban dispuestos de entrada a modificar el sistema que había creado el terror institucionalizado. Optaron más bien por cambiar algunas de sus prácticas, al mismo tiempo que reafirmaban las creencias básicas a las que habían dedicado sus vidas, achacando los fallos al abuso de poder de Stalin.

(Esta fue la base psicológica de lo que se dio en llamar el discurso secreto de Jruschov, del que hablaré más adelante.)

A pesar de todos los alardes, en el fondo los nuevos dirigentes soviéticos eran conscientes de que la Unión Soviética en definitiva no era un país competitivo. A grandes rasgos, la política exterior de Jruschov podría describirse como una «solución rápida»: la explosión de un dispositivo termonuclear de destrucción masiva en 1961; la sucesión de ultimátums de Berlín; la crisis de los misiles de Cuba de 1962. Con la perspectiva de las décadas transcurridas, estos pasos pueden considerarse como la búsqueda de una especie de equilibrio psicológico que permitió una negociación con un país que Jruschov sabía en el fondo que contaba con una fuerza mucho más considerable.

La postura de Jruschov respecto a China fue de condescendencia con un deje de contrariedad por el hecho de que los dirigentes de este país, tan seguros de sí mismos, osaban desafiar la supremacía ideológica de Moscú. El mandatario soviético aprovechó las ventajas de la alianza china, aunque con el temor de las implicaciones que conllevaba la versión china de la ideología. Intentó impresionar a Mao, pero nunca comprendió qué era lo que podía tomarse en serio el dirigente chino. Este se aprovechó de la amenaza soviética sin prestar atención a las prioridades de la Unión Soviética. Finalmente, Jruschov abandonó su compromiso inicial de la alianza con China con una actitud hosca mientras iba aumentando gradualmente la fuerza militar en la frontera China y tentaba a su sucesor, Leonid Brézhnev, para que investigara las perspectivas de una acción preventiva contra China.

La ideología había unido a Pekín y Moscú y también la ideología las había separado. Un exceso de historia compartida formulaba los interrogantes. Los dirigentes chinos no podían olvidar las exacciones territoriales de los zares, ni la buena disposición con la que Stalin, durante la Segunda Guerra Mundial, quiso arreglar las cuentas con Chiang Kai-shek a expensas del Partido Comunista de China. La primera reunión entre Stalin y Mao no había resultado. Cuando Mao pretendió colocarse bajo el paraguas de Moscú, tardó dos meses en convencer a Stalin y tuvo que pagar la alianza con importantes concesiones económicas en Manchuria y Xinjiang a costa de la unidad de China.

La historia constituía el punto de partida, pero la experiencia del momento proporcionaba también interminables fricciones. La Unión Soviética consideraba que el mundo comunista era una única entidad estratégica, cuya dirección estaba en Moscú. Había establecido regímenes satélite en Europa oriental que dependían del apoyo militar y, hasta cierto punto, económico soviéticos. El Politburó soviético consideraba lógico que se aplicaran las mismas pautas de dominio en Asia.

Teniendo en cuenta la historia china, la perspectiva sinocéntrica de este país y su propia definición de la ideología comunista, nada podía repugnar tanto a Mao. Las diferencias culturales agudizaban las tensiones latentes, sobre todo porque los dirigentes soviéticos solían mostrarse ajenos a las susceptibilidades históricas de China. Tenemos un buen ejemplo de ello en la petición hecha por Jruschov de trabajadores para labores de tala en Siberia. Aquello tocó la fibra sensible de Mao, que en 1958 respondió:

Sabemos, camarada Jruschov, que durante años ha imperado la opinión de que China es un país subdesarrollado y superpoblado, con unos elevados índices de paro, y que por ello constituye una buena fuente de mano de obra barata. Pero nosotros, los chinos, consideramos que esta es una imagen insultante. Viniendo de ti, añadiría que produce sonrojo. Si aceptáramos tu propuesta, otros [...] podrían pensar que la Unión Soviética tiene la misma imagen de China que el Occidente capitalista.19

El apasionado sinocentrismo de Mao impidió al dirigente chino participar en las premisas básicas del imperio soviético bajo la batuta de Moscú. El punto central de las tareas de seguridad y políticas de este imperio se encontraba en Europa, lo que para Mao era una cuestión secundaria. Cuando en 1955 la Unión Soviética creó el Pacto de Varsovia de los países comunistas para contrarrestar a la OTAN, Mao se negó a entrar en él. China no iba a subordinar a una coalición la defensa de sus intereses nacionales.

Entonces se envió a Zhou Enlai a la Conferencia de Bandung de los países asiáticos y africanos. Dicha conferencia creó una agrupación novedosa y paradójica: la alineación de los no alineados. Mao había buscado el apoyo soviético como contrapeso a la posible presión estadounidense sobre China para lograr la hegemonía en Asia. Pero al mismo tiempo, China intentaba organizar a los no alineados como protección contra la hegemonía soviética. En este sentido, y casi desde el principio, los dos gigantes comunistas se encontraban enfrentados.

Las diferencias fundamentales residían en la esencia de las imágenes que tenían de sí mismas las dos sociedades. Rusia, que se había salvado de los invasores extranjeros por medio de la fuerza bruta y de la resistencia, jamás se había considerado una inspiración universal para otras sociedades. Una parte significativa de su población no era de origen ruso. Sus grandes mandatarios, como Pedro el Grande y Catalina la Grande, habían llevado a sus cortes a pensadores y expertos del exterior para aprender de los extranjeros más avanzados, algo impensable en la corte imperial china. Los gobernantes rusos se dirigían a su pueblo poniendo el énfasis en su resistencia y no en su superioridad. La diplomacia rusa confiaba, en gran medida, en su poder superior. En contadas ocasiones, Rusia tuvo aliados entre los países en los que no había destacado a sus fuerzas militares. La diplomacia rusa se orientaba hacia el poder, se agarraba con tenacidad a las posiciones fijas y transformaba la política exterior en una guerra de trincheras.

Mao representaba a una sociedad que, a lo largo de los siglos, había constituido la institución política mejor organizada y, al menos desde la perspectiva china, más benevolente del mundo. Era de dominio público que sus resultados tenían un importante impacto internacional. Cuando un mandatario chino pedía a su pueblo trabajo duro para convertirse en la sociedad más destacada del mundo, les instaba a reivindicar una superioridad que, en la interpretación china de la historia, hacía poco que se había perdido, y en realidad solo temporalmente. Era imposible que un país como este pudiera ejercer la función del joven subalterno.

En las sociedades que se basan en la ideología, el derecho a definir la legitimidad se convierte en algo crucial. Mao, que se definió a sí mismo como maestro ante el periodista Edgar Snow, y que se consideraba un importante filósofo, nunca cedió el liderazgo intelectual del mundo comunista. La exigencia de China a la hora de definir la ortodoxia ponía en peligro la cohesión del imperio moscovita y abría la puerta a otras interpretaciones del marxismo en gran parte de ámbito nacional. Lo que empezó como susceptibilidades sobre matices en la interpretación se transformó en pugnas en cuanto a práctica y teoría, y a la larga degeneró en enfrentamientos militares.

En sus inicios, la República Popular se inspiró en la política económica soviética de los años treinta y cuarenta. En 1952, Zhou incluso se desplazó a Moscú en busca de consejos sobre el primer Plan Quinquenal chino. Stalin mandó sus comentarios a principios de 1953, en los que instaba a Pekín a adoptar una perspectiva más equilibrada y a reducir el índice de crecimiento económico previsto, de modo que no superara el 13-14 por ciento anual.20

No obstante, en diciembre de 1955 Mao diferenció claramente la economía china de su homóloga soviética y enumeró los desafíos «únicos» y «extraordinarios» a los que se había enfrentado China y que, a diferencia de sus aliados soviéticos, había superado:

Hemos contado con veinte años de experiencia en las áreas básicas y nos hemos curtido en tres guerras revolucionarias; [al acceder al poder] poseíamos una experiencia sumamente rica. [...] Por tanto, pudimos levantar un Estado con gran rapidez y completar así las tareas de la revolución. (La Unión Soviética era un Estado recién fundado; en el momento de la Revolución de Octubre,²¹ no contaba con ejército, ni aparato de gobierno, y el partido tenía pocos miembros.) [...] Nuestra población es muy numerosa y estamos en una situación excelente. [Nuestro pueblo] trabaja con diligencia y soporta muchas privaciones. [...] Por consiguiente, podemos alcanzar un socialismo mejor y con más rapidez.²²

En una alocución de abril de 1956 sobre política económica, Mao transformó en filosófica una diferencia práctica. Definió la vía china hacia el socialismo como única y superior a la de la Unión Soviética:

Hemos conseguido mejores resultados que la Unión Soviética y que una serie de países de la Europa oriental. El repetido fracaso de la Unión Soviética a la hora de alcanzar los mayores niveles de producción de cereales de antes de la Revolución de Octubre, los graves problemas surgidos del flagrante desequilibrio entre el desarrollo de la industria pesada y el de la industria ligera en algunos países de la Europa oriental son problemas que no existen en nuestro país.²³

Las diferencias entre las concepciones sobre imperativos prácticos en China y la Unión Soviética se convirtieron en enfrentamientos ideológicos cuando, en febrero de 1956, Jruschov pronunció un discurso ante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, en el que denunció a Stalin por una serie de crímenes, de los que detalló alguno. Aquella alocución convulsionó el mundo comunista. Durante décadas, la experiencia se había basado en afirmaciones ritualistas sobre la infalibilidad de Stalin, incluso en China, donde, por muchos reparos que pusiera Mao a su conducta como aliado, formalmente reconocía la especial contribución ideológica del dirigente ruso. Para más agravio, no se permitió la entrada al recinto a los delegados no soviéticos; por tanto, se dejó fuera a los chinos, y Moscú se negó a proporcionar una copia autorizada del texto incluso a sus aliados fraternales. Pekín improvisó su primera respuesta basándose en unas notas incompletas de los delegados chinos hechas a partir de una versión indirecta de los comentarios de Jruschov; al final, la dirección china tuvo que conformarse con la traducción al chino de unos informes del New York Times.24

Acto seguido, Pekín atacó a Moscú por haberse «deshecho» de la «espada de Stalin». El titismo chino que había temido Stalin desde un principio levantó la cabeza bajo la forma de la defensa de la importancia ideológica del legado de Stalin. Mao calificó la iniciativa desestalinizadora de Jruschov de «revisionismo» —una nueva injuria ideológica—, lo que implicaba que la Unión Soviética se alejaba del comunismo y volvía a su pasado burgués.25

Para restablecer una cierta unidad, en 1957 Jruschov organizó en Moscú una conferencia de países comunistas, a la que asistió Mao en su segundo y último desplazamiento fuera de China. La Unión Soviética acababa de lanzar el Sputnik —el primer satélite en órbita— y la reunión estuvo marcada por la opinión generalizada, compartida entonces por muchos países occidentales, de que la tecnología y el poder soviéticos iban en alza. Mao hizo suya la idea y declaró, cáustico, que el «viento del este» se imponía al «viento del oeste». Sin embargo, de la supuesta relativa decadencia estadounidense extrajo una conclusión incómoda para sus aliados soviéticos, en concreto, que China iba afianzando cada vez más su situación para reivindicar su autonomía: «Su auténtico objetivo —dijo Mao más tarde a su médico— es el de controlarnos. Intentan atarnos de pies y manos. Se hacen ilusiones, como los idiotas que hablan de lo que sueñan».26

Mientras tanto, la conferencia de 1957 de Moscú reiteró la llamada de Jruschov al bloque socialista a luchar por «una coexistencia pacífica» con el mundo capitalista, objetivo anunciado en el mismo congreso de 1956, en el que Jruschov pronunció su discurso secreto en el que criticó a Stalin. En un sorprendente reproche a Jruschov por su política, Mao aprovechó la ocasión para llamar a las armas a sus colegas socialistas contra el imperialismo, no sin antes mencionar como siempre lo poco que podía afectarle una destrucción nuclear. «No hay que temer la guerra», dijo.

No tienen que asustarnos las bombas atómicas y los misiles. Estalle la guerra que estalle —convencional o termonuclear—, la ganaremos. En cuanto a China, si los imperialistas desencadenan la guerra contra nosotros, podemos perder más de trescientos millones de personas. ¿Qué importancia tiene? La guerra es la guerra. Pasarán los años, nos pondremos manos a la obra y engendraremos más hijos que antes.27

Jruschov consideró el discurso «profundamente inquietante» y recordó la risa tensa y nerviosa de los asistentes cuando Mao describió el apocalipsis con aquel lenguaje impulsivo y llano. Después, el dirigente comunista checoslovaco, Antonin Novotný, protestó: «¿Qué será de nosotros? Checoslovaquia solo tiene doce millones de habitantes. Morirán todos en una guerra. No quedará nadie para empezar de nuevo».28

A pesar de que formalmente seguían siendo aliados, China y la Unión Soviética no cesaban de polemizar en público. Jruschov parecía convencido de que el restablecimiento de las relaciones de amistad dependía únicamente de una nueva iniciativa soviética. No comprendía —o si lo hacía, no lo admitía— que para Mao su política de coexistencia pacífica —sobre todo cuando iba acompañada de declaraciones de temor frente a una guerra nuclear— era incompatible con la alianza chino-soviética. Mao estaba convencido de que, en una crisis, el miedo a una guerra nuclear anulaba la lealtad del aliado.

En estas circunstancias, Mao no desperdició oportunidad alguna de reivindicar la autonomía china. En 1958, Jruschov propuso, a través del embajador soviético en Pekín, la creación de una emisora de radio en China para establecer comunicación con los submarinos soviéticos y colaborar en la construcción de submarinos para China a cambio de que la armada soviética utilizara sus puertos. Dado que China era un aliado formal, y que la Unión Soviética le había proporcionado buena parte de la tecnología para mejorar su propia capacidad militar, al parecer Jruschov creyó que Mao aceptaría la oferta. Pero se demostró que se equivocaba por completo. Mao reaccionó con furia ante las primeras propuestas soviéticas, reprendió al embajador soviético en Pekín y creó tal alarma en Moscú que Jruschov tuvo que desplazarse hasta la capital china para solucionar el problema del orgullo herido de su aliado.

No obstante, cuando llegó a Pekín, Jruschov hizo una propuesta mucho menos atractiva, que consistía en ofrecer a China un acceso especial a las bases de submarinos soviéticos del océano Ártico a cambio de la utilización por parte de los soviéticos de los puertos de aguas templadas del Pacífico. «No —respondió Mao—, tampoco estamos de acuerdo. Cada país tiene que mantener las fuerzas armadas en su propio territorio y no en el de otros.»29 Como recordó el presidente: «Hemos tenido durante años en nuestro territorio a británicos y a otros extranjeros y no vamos a permitir que nadie más lo vuelva a utilizar para sus objetivos».30

En una alianza normal, los desacuerdos sobre una cuestión específica suelen llevar a intensificar las tareas para solucionar diferencias en la planificación pendiente. La catastrófica visita de Jruschov a Pekín en 1958 dio pie a un cúmulo de quejas por ambas partes que parecía no tener fin.

Jruschov se situó en desventaja achacando el conflicto sobre las bases navales a su embajador por una gestión no autorizada. Mao conocía perfectamente la organización de los estados comunistas, la separación que establecían entre el canal militar y el civil, y enseguida vio que aquello era inconcebible. La enumeración de la secuencia de acontecimientos llevó a un largo diálogo en el que Mao incitó a Jruschov a que le hiciera unas propuestas aún más humillantes y absurdas, probablemente con el fin de demostrar a los cuadros chinos la falta de credibilidad del dirigente que había querido desafiar la imagen de Stalin.

También proporcionó a Mao la posibilidad de transmitir hasta qué punto le había herido la conducta arrogante de Moscú. Mao se quejó del trato condescendiente de Stalin en su visita a Moscú en el invierno de 1949-1950:

MAO: ... Después de la victoria de nuestra Revolución, Stalin tuvo sus dudas sobre el carácter de esta. Creía que China era otra Yugoslavia.

JRUSCHOV: Efectivamente, lo creyó posible.

MAO: Cuando fui a Moscú [en diciembre de 1949], no quiso firmar un tratado de amistad con nosotros, ni anular el antiguo tratado con el Kuomintang.³¹ Recuerdo que Fedorenko [Nikolái, intérprete soviético] y Kovalev [Iván, emisario de Stalin en la República Popular] me transmitieron su [de Stalin] consejo de dar una vuelta por el país y ver un poco cómo estaba. Pero yo les respondí que mis tareas se reducían a tres: comer, dormir y defecar. No había ido a Moscú únicamente para felicitar a Stalin en su cumpleaños. Por tanto, dije que si no querían firmar un tratado de amistad, lo dejaríamos así. Y yo me limitaría a las tres tareas.³²

El acoso mutuo no tardó en pasar de las cuestiones históricas a las controversias del momento. Cuando Jruschov preguntó a Mao si era cierto que los chinos consideraban a los soviéticos «imperialistas rojos», Mao dejó claro hasta qué punto le había disgustado la contrapartida de la alianza: «No es una cuestión de imperialistas rojos o blancos. Hubo un hombre llamado Stalin que se apoderó de Port Arthur y convirtió Xinjiang y Manchuria en semicolonias, y creó además cuatro empresas conjuntas. Estas fueron todas sus buenas acciones».³³

Sin embargo, a pesar de las quejas que tenía Mao en el ámbito nacional, respetó la contribución ideológica de Stalin:

JRUSCHOV: Defendiste a Stalin. Y me criticaste a mí por haberlo criticado. Y ahora viceversa.

MAO: Tú lo criticaste por razones distintas.

JRUSCHOV: También hablé de esto en el Congreso del Partido.

MAO: Siempre he dicho, ahora y entonces en Moscú, que están justificadas las críticas a Stalin. Solo estamos en desacuerdo en la falta de límites estrictos en las críticas. Considero que tres de los diez dedos de Stalin estaban podridos.34

Mao marcó la pauta de la reunión del día siguiente al recibir a Jruschov en la piscina y no en un salón de ceremonias. Jruschov, que no sabía nadar, se vio obligado a ponerse flotadores en los brazos. Los dos estadistas estuvieron conversando en el agua, mientras los intérpretes los iban siguiendo, andando junto a la piscina. Posteriormente, Jruschov se quejó diciendo: «Mao estaba acostumbrado a situarse en posición ventajosa. Yo me harté de ello. [...] Salí de la piscina y me senté en el borde, con los pies en el agua. Entonces yo estaba arriba y él nadaba abajo».35

Las relaciones se habían deteriorado todavía más al cabo de un año, cuando Jruschov hizo escala en Pekín el 3 de octubre de 1959 para dar instrucciones a su rebelde aliado, a la vuelta de su viaje a Estados Unidos, donde se había reunido con Eisenhower. Los dirigentes chinos, muy recelosos a raíz de la estancia de Jruschov en América, se pusieron más nerviosos al comprobar que este se situaba al lado de la India en los primeros enfrentamientos fronterizos que se acababan de producir en el Himalaya entre las fuerzas indias y chinas.

Jruschov, cuyo fuerte no era la diplomacia, se las ingenió para sacar a colación el espinoso tema del Dalai Lama; pocas cuestiones habrían desencadenado aquella impulsiva respuesta china. El dirigente soviético criticó a Mao por no haberse mostrado suficientemente duro un año antes durante los enfrentamientos en el Tíbet, que culminaron con la huida del Dalai Lama hacia el norte de la India: «Voy a decirte lo que no debería un invitado: lo sucedido en el Tíbet es culpa tuya. Tú mandabas en el Tíbet, deberías haber tenido tus servicios secretos allí y haber conocido los planes y las intenciones del Dalai Lama».36 Cuando Mao replicó, Jruschov insistió sobre el tema, apuntando que los chinos tenían que haber liquidado al Dalai Lama en lugar de haberlo dejado escapar:

JRUSCHOV: ...En cuanto a la huida del Dalai Lama del Tíbet, nosotros, en tu lugar, no lo habríamos dejado escapar. Mejor en un ataúd. Ahora está en la India y tal vez se vaya a Estados Unidos. ¿Acaso esto beneficia a los países socialistas?

MAO: Imposible; no pudimos detenerlo. No pudo impedirse que se fuera, pues la frontera con la India es muy extensa y podía cruzarla por cualquier punto.

JRUSCHOV: No se trata de una detención; lo que digo es que os equivocasteis al dejarlo marchar. Si le dais la oportunidad de huir hacia la India, ¿qué puede hacer Nehru? Estamos convencidos de que lo ocurrido en el Tíbet no es culpa de Nehru, sino del Partido Comunista Chino.37

Aquella fue la última reunión entre Mao y Jruschov. Lo más curioso es que, durante diez años más, el mundo siguió tratando las tensiones entre China y la Unión Soviética como una especie de pelea familiar entre los dos gigantes comunistas y no como la batalla existencial en la que se estaban convirtiendo. En plena tensión con la Unión Soviética, Mao abrió otra crisis con Estados Unidos.

LA SEGUNDA CRISIS EN EL ESTRECHO DE TAIWAN

El 23 de agosto de 1958, el Ejército Popular de Liberación inició otra campaña de bombardeo masivo a las islas de la costa, que acompañó con salvas de propaganda llamando a la liberación de Taiwan. Al cabo de quince días, detuvo la ofensiva y luego la reemprendió durante veintinueve días más. Finalmente quedó en una caprichosa pauta de bombardeos que seguía los días impares del mes, con advertencias explícitas a los habitantes de las islas y evitando en general puntos de importancia militar, maniobra que Mao describió a sus principales colaboradores más como una «batalla política» que una estrategia militar convencional.38

En la crisis destacaban unos cuantos factores conocidos de antemano. Pekín pretendía poner de nuevo a prueba los límites del compromiso estadounidense en la defensa de Taiwan. El bombardeo era en parte una reacción contra el deterioro en las conversaciones entre Estados Unidos y China, que se habían reanudado después de la última crisis de las islas de la costa. Pero, al parecer, el impulso dominante venía del deseo de afianzar el papel de China en el mundo. En una reunión de dirigentes celebrada al principio de la crisis, Mao explicó a sus camaradas que el bombardeo de Quemoy y Mazu correspondía a la reacción china frente a la intervención estadounidense en el Líbano, donde habían aterrizado aquel verano tropas de Estados Unidos y del Reino Unido:

E[l] bombardeo de Jinmen [Quemoy], dicho sea francamente, constituyó para nosotros una oportunidad de crear tensión internacional con un objetivo. Con él intentamos dar una lección a los estadounidenses. Ellos nos han intimidado durante años, de modo que ahora que contamos con posibilidades, ¿por qué no crearles problemas? [...] Estados Unidos abrió fuego en Oriente Próximo, nosotros lo hicimos en Extremo Oriente. Veremos qué hacen con ello.39

En este sentido, el bombardeo de las islas cercanas a la costa fue un ataque inesperado en medio de la disputa con Estados Unidos. Sirvió para contraponer la inactividad de los soviéticos ante una medida estratégica estadounidense en Oriente Próximo con la vigilancia ideológica y estratégica china.

Después de haber demostrado su determinación militar, explicó Mao, China iba a reemprender las conversaciones con Estados Unidos contando con un «escenario para la acción y otro para las conversaciones»,40 la aplicación del principio de coexistencia combativa de Sun Tzu en su versión moderna de disuasión ofensiva.

La dimensión más importante del bombardeo no fue tanto la provocación a la superpotencia estadounidense como el reto al aliado formal de China, la Unión Soviética. Según Mao, la política de coexistencia pacífica de Jruschov había convertido a la Unión Soviética en un aliado problemático y tal vez incluso en un posible adversario. Así pues, como pareció haber pensado Mao, si se llevaba la crisis del estrecho de Taiwan al borde de la guerra, Jruschov tendría que escoger entre su nueva política de coexistencia pacífica y su alianza con China.

En cierto sentido, triunfó Mao. Lo que proporcionaba una fuerza especial a las maniobras del dirigente chino era que, a los ojos del mundo, su país llevaba adelante su política en el estrecho con la aquiescencia de Moscú. En realidad, Jruschov había visitado Pekín tres semanas antes de la segunda crisis del estrecho de Taiwan —en los catastróficos contactos sobre las bases de submarinos—, de la misma forma que se había desplazado allí en las primeras semanas de la primera crisis, cuatro años antes. En ninguno de los dos casos, Mao había revelado sus intenciones a los soviéticos antes o durante la visita. En ambas ocasiones, Washington dio por supuesto —y Eisenhower lo afirmó en una carta a Jruschov— que Mao no solo actuaba contando con el apoyo de Moscú, sino que lo hacía a instancias de los soviéticos. Pekín había añadido al aliado soviético a su grupo diplomático contra su voluntad y, en efecto, sin que Moscú se diera cuenta de que le estaban utilizando. (Una corriente de opinión incluso mantiene que Mao se inventó la «crisis de las bases de submarinos» para llevar a Jruschov a Pekín a interpretar el papel que tenía asignado en aquel plan.)

La segunda crisis del estrecho de Taiwan tiene un gran parecido con la primera, con la única diferencia de que la Unión Soviética participó en ella con amenazas nucleares en nombre de un aliado que le estaba humillando.

Unas mil personas murieron o resultaron heridas en el bombardeo de 1958. Tal como ocurrió en la primera crisis del estrecho de Taiwan, Pekín conjugó las provocadoras evocaciones de una guerra nuclear con una estrategia operativa milimétricamente calibrada. Mao ordenó en un principio a sus mandos que llevaran a cabo el bombardeo de forma que evitaran causar bajas entre los estadounidenses. Cuando le respondieron que no podían garantizárselo, les prohibió cruzar el espacio aéreo situado por encima de las islas costeras, les ordenó abrir fuego solo contra los buques nacionalistas y que no respondieran aunque les atacaran los barcos de Estados Unidos.41 Antes de la crisis y durante esta, la propaganda de la República Popular de China lanzó a los cuatro vientos la consigna: «Hay que liberar Taiwan». Ahora bien, cuando la emisora de radio del Ejército Popular de Liberación lanzó una emisión en la que anunciaba que era «inminente» un desembarco chino e invitó a las fuerzas nacionalistas a cambiar de bando y a «unirse a la gran causa de la liberación de Taiwan», Mao anunció que aquello había sido un «grave error».42

Mao encontró en John Foster Dulles a un adversario que conocía el juego de la coexistencia combativa. El 4 de septiembre de 1958, Dulles reiteró el compromiso sobre la defensa de Taiwan, así como de las «posiciones relacionadas con la plaza, como Quemoy y Mazu». Dulles intuyó los limitados objetivos de China y, efectivamente, mostró la disposición estadounidense de mantener también limitada la crisis: «A pesar de lo que digan los comunistas chinos, y de lo que hayan hecho hasta hora, no queda claro que en realidad tengan como meta la conquista por la fuerza de Taiwan (Formosa) y de las islas costeras».43 El 5 de septiembre, Zhou Enlai confirmó los limitados objetivos de China al anunciar que Pekín se había marcado como meta en el conflicto la reanudación de las conversaciones entre Estados Unidos y China en el ámbito de los embajadores. El 6 de septiembre, la Casa Blanca publicó una declaración en la que reconocía lo afirmado por Zhou e indicaba que el embajador de su país en Varsovia estaba dispuesto a representar a Estados Unidos en la reanudación de las conversaciones.

Con aquel intercambio se podía haber solucionado la crisis. Mientras iban ensayando una obra que ya se sabían de memoria, los dos bandos repetían trasnochadas amenazas y llegaron por fin a una solución imprevista: la reanudación de las conversaciones entre embajadores.

El único bando de la relación triangular que no captó lo que ocurría fue el de Jruschov. El dirigente soviético había oído hablar a Mao, el año anterior en Moscú y hacía poco en Pekín, de que no le afectaba la guerra nuclear y se encontraba dividido entre el temor hacia una guerra de estas características y la posible pérdida de un aliado importante en caso de no mantenerse al lado de China. Su exclusivo marxismo le impedía comprender que el que antes había sido su aliado ideológico se hubiera convertido en adversario estratégico, si bien tenía suficientes conocimientos sobre armamento nuclear para incluir el tema sin problemas en una relación diplomática que se basaba en amenazar con su utilización.

Cuando un estadista algo crispado se enfrenta a un dilema, a veces se siente tentado de seguir simultáneamente distintas líneas de acción. Jruschov mandó a su ministro de Asuntos Exteriores, Andréi Gromiko, a Pekín a pedir circunspección, aunque sabía que la demanda no iba a ser bien recibida, y, como contrapeso, mostrar a los dirigentes chinos el borrador de una carta que tenía intención de mandar a Eisenhower, con la amenaza de ofrecer todo el apoyo —implicando el apoyo nuclear— a China en caso de que la crisis del estrecho se agravara. La carta subrayaba: «Un ataque contra la República Popular de China, gran amigo, aliado y vecino de nuestro país, es un ataque contra la Unión Soviética». Y advertía: «La Unión Soviética hará lo que sea [...] para defender la seguridad de ambos estados».44

La iniciativa falló por las dos partes. El 12 de septiembre, Eisenhower rechazó cortésmente la carta de Jruschov y, aplaudiendo la iniciativa china de reemprender las conversaciones entre embajadores, insistió de nuevo en que Pekín tenía que renunciar al uso de la fuerza en Taiwan y exhortó a Jruschov a recomendar comedimiento hacia Pekín. Sin tener en cuenta que Jruschov era el actor en un guión escrito por otros, Eisenhower dio a entender la connivencia entre Moscú y Pekín precisando: «Esta intensa actividad militar empezó el 23 de agosto, unas tres semanas después de su visita a Peiping».45

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