China

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Henry Kissinger

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Me atrevo a formular una insólita afirmación: algún día, la reforma del pueblo chino será más profunda que la de cualquier otro pueblo y nuestra sociedad será más dichosa que la de cualquier otro. Se conseguirá antes la gran unión del pueblo chino que la de cualquier otro lugar o pueblo.20

Veinte años más tarde, en plena invasión japonesa y en plena guerra civil china, Mao encomiaba los logros históricos de la nación china de una forma en la que habrían coincidido los dirigentes dinásticos:

A lo largo de la historia de la civilización china, su agricultura y artesanía han cosechado fama por su alto nivel de desarrollo; China ha tenido grandes pensadores, científicos, inventores, estadistas, soldados, hombres de letras y artistas, y cuenta con una apreciable base de obras clásicas. La brújula se inventó en China hace muchísimo tiempo. El arte de fabricar papel se descubrió en este país hace 1.800 años, la impresión con planchas de madera hace 1.300 años, y por tipos móviles hace 800 años. En China se utilizó la pólvora antes que en Europa. Por consiguiente, China cuenta con una de las civilizaciones más antiguas del mundo; su historia documentada se remonta a cerca de 4.000 años.²¹

Mao volvió sobre un dilema tan antiguo como el propio país. La tecnología moderna, intrínsecamente universal, representa un peligro para la reivindicación de singularidad de cualquier país. La singularidad, en efecto, ha sido siempre un punto distintivo de la sociedad china. Para conservarla, el país se negó a imitar a Occidente durante el siglo XIX, se arriesgó a la colonización y a caer en la humillación. Un siglo después, Mao se planteó como objetivo de la Revolución Cultural —de la que, en efecto, provenía su nombre— justamente la erradicación de los elementos de la modernización que amenazaban con implicar a China en una cultura universal.

En 1968, Mao había vuelto al punto de partida. Impulsado por una mezcla de fervor ideológico y de cierto presentimiento de su muerte, recurrió a la juventud para depurar el estamento militar y el Partido Comunista y ceder la responsabilidad a una nueva generación de comunistas ideológicamente puros. No obstante, la realidad decepcionó al envejecido presidente. Se demostró que era imposible llevar el timón de un país por medio de la exaltación ideológica. Los jóvenes que habían seguido las instrucciones de Mao habían creado el caos en lugar de asumir los compromisos, y en aquellos momentos fueron mandados también a lugares remotos del campo; algunos de los dirigentes a los que en un principio se había seleccionado para el proceso de purificación tuvieron que volver para restablecer el orden, sobre todo entre los militares. En abril de 1969, casi la mitad del Comité Central —un 45 por ciento— pertenecía al estamento militar, cuando en 1956, la proporción era del 19 por ciento; la media de edad de los nuevos miembros era de sesenta años.²²

En la primera conversación entre Mao y el presidente Nixon, que tuvo lugar en febrero de 1972, surgió con contundencia este dilema. Nixon felicitó a Mao por haber transformado una civilización antigua y Mao respondió: «No he sido capaz de cambiarla. Solo lo he conseguido en unos cuantos lugares de los alrededores de Pekín».²³

Después de toda una vida de lucha titánica por desarraigar a la sociedad china, había cierta angustia en las palabras de Mao, en el resignado reconocimiento de la omnipresencia de la cultura china y del pueblo chino. Uno de los dirigentes chinos con más peso en la historia se había topado con aquella masa paradójica, obediente y al mismo tiempo independiente, sumisa y autónoma, que no imponía tanto los límites mediante desafíos directos como mediante la duda a la hora de ejecutar órdenes que consideraba incompatibles con el futuro de su familia.

Por tanto, al final, Mao recurrió más a los aspectos materiales de su revolución marxista que al credo de esta. Una de las narraciones preferidas de Mao, extraída de la tradición china clásica, era la historia del «viejo insensato» que se creía capaz de mover montañas con las manos. Mao contó así la historia en un congreso del Partido Comunista:

Existe una antigua fábula china que se titula «El anciano insensato que eliminó las montañas». Habla de un hombre que vivió hace mucho, mucho tiempo en el norte de China, al que llamaban el anciano insensato de la montaña del norte. Su casa daba al mediodía y desde la puerta veía dos grandes cimas, Taihang y Wangwu, que le tapaban las vistas. Un día llamó a sus hijos y, azada en ristre, empezaron a cavar en las montañas con gran decisión. En esto se encontraban cuando pasó otro hombre de barba gris, conocido como el anciano sabio, y les dijo en tono burlón: «¡Qué estupidez lo que estás haciendo! Es prácticamente imposible derribar dos montañas tan grandes». El anciano insensato respondió: «Cuando yo me muera, mis hijos seguirán con la tarea; cuando mueran ellos, estarán mis nietos y después sus hijos y nietos, y así hasta el infinito. Son muy altas, pero no crecerán más y con cada trozo que les vayamos sacando se irán reduciendo. ¿Por qué no podemos eliminarlas?». Tras rechazar la opinión del anciano sabio, siguió impertérrito todos los días con la azada. Dios se sintió conmovido ante aquella determinación y le mandó a dos ángeles, que cargaron las montañas a sus espaldas y se las llevaron. Hoy dos grandes montañas permanecen como un peso muerto sobre el pueblo chino. Una es el imperialismo; la otra el feudalismo. El Partido Comunista de China hace mucho que ha decidido eliminarlas. Hay que perseverar, trabajar sin cesar y nosotros también conmoveremos a Dios.24

Una mezcla ambivalente de fe en el pueblo chino y de menosprecio por sus tradiciones permitió a Mao echar un extraordinario pulso: una sociedad empobrecida, que acababa de ganar una guerra civil, se fue desmembrando a intervalos cada vez más cortos y, durante el proceso, libró batallas contra Estados Unidos y la India; desafió a la Unión Soviética, y restableció las fronteras del Estado chino hasta prácticamente su máxima extensión histórica.

El país despuntó en un mundo dominado por dos superpotencias nucleares y, a pesar de su insistente propaganda comunista, consiguió situarse como elemento geopolítico «libre» en la guerra fría. Pese a su relativa debilidad, desempeñó una función totalmente independiente y de gran influencia. China pasó de las relaciones hostiles a establecer casi una alianza con Estados Unidos y en sentido contrario con la Unión Soviética: de la alianza a la confrontación. Tal vez lo más destacable sea que China finalmente rompió con la Unión Soviética y se sumó al bando «ganador» de la guerra fría.

Aun así, con todos sus éxitos, la insistencia de Mao en dar la vuelta al antiguo sistema no pudo dejar atrás el ritmo eterno de la vida china. Cuarenta años después de su muerte, tras una travesía impetuosa, violenta y dramática, sus sucesores describieron de nuevo como confuciana su sociedad cada vez más acomodada. En 2011 se colocó una estatua de Confucio en la plaza de Tiananmen, visible desde el mausoleo de Mao, la otra personalidad también venerada. Solo un pueblo con el aguante y la paciencia del chino podía salir unificado y con más dinamismo después de tantos altibajos en su historia.

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La diplomacia triangular y la guerra de Corea

En su primer cometido importante en política exterior, Mao Zedong viajó a Moscú el 16 de diciembre de 1949, apenas dos meses después de haberse proclamado la República Popular de China. Era el primer viaje que emprendía fuera de su país. Tenía la intención de crear una alianza con la Unión Soviética, la superpotencia comunista. Sin embargo, el encuentro fue el inicio de una serie de pasos que iban a culminar en la transformación de la ansiada alianza en una diplomacia triangular en la que participarían Estados Unidos, China y la Unión Soviética, en una dinámica de maniobra y enfrentamiento cíclicos.

En su primera reunión con Stalin, que tuvo lugar el día de su llegada, Mao insistió en que China necesitaba «un período de entre tres y cinco años de paz, que serviría para situar de nuevo la economía en los niveles registrados antes de la guerra y para estabilizar en general el país».¹ Sin embargo, no había pasado aún un año del viaje de Mao y Estados Unidos y China estaban en guerra.

El conflicto surgió a raíz de las maquinaciones de un actor al parecer secundario: Kim Il-sung, el ambicioso dirigente que la Unión Soviética había instalado en el poder en Corea del Norte, Estado creado dos años antes mediante un acuerdo entre Estados Unidos y la Unión Soviética, basado en las zonas liberadas de Corea que habían ocupado cada uno al final de la guerra contra Japón.

Casualmente, Stalin estaba poco interesado en colaborar en la recuperación de China. Tenía muy presente la deserción de Josip Broz Tito, el dirigente de Yugoslavia y único líder comunista europeo que había llegado al poder por sus propios medios y no como consecuencia de la ocupación soviética. Tito había roto con la Unión Soviética el año anterior. Stalin decidió evitar que ocurriera algo similar en Asia. Comprendía la importancia geopolítica de la victoria comunista en China; se marcó el objetivo estratégico de aprovechar sus consecuencias y sacar partido del impacto.

A buen seguro, Stalin sabía que Mao era un personaje de primer orden. Los comunistas chinos se habían impuesto en la guerra civil de su país contra toda expectativa de los soviéticos e ignorando sus consejos. A pesar de que Mao había anunciado que China tenía intención de «inclinarse hacia un lado» —el de Moscú— en asuntos internacionales, de todos los dirigentes comunistas, los chinos eran los que menos estaban en deuda con Moscú, y además en aquellos momentos gobernaban en el país comunista más populoso del mundo. Así pues, el encuentro entre los dos gigantes comunistas se convirtió en un intrincado minué que culminó, seis meses después, con la guerra de Corea, que implicó a China y a Estados Unidos de forma directa y a la Unión Soviética de manera subsidiaria.

Mao, convencido de que el virulento debate estadounidense sobre quién «había perdido» China auguraba un intento final de invertir el resultado por parte de Estados Unidos —una perspectiva a la que le llevaba, en todo caso, la ideología comunista—, se afanó en conseguir el máximo material y apoyo militar de la Unión Soviética. Tenía como objetivo una alianza formal.

Pero la colaboración entre los dos autócratas comunistas no estaba destinada a ir como una seda. Por aquel entonces, Stalin llevaba casi treinta años en el poder. Había vencido a la oposición interna y llevado a su país a la victoria contra el invasor nazi pagando un elevado precio en vidas humanas. Quien había organizado purgas periódicas con millones de víctimas e iniciaba nuevos procesos en este sentido ya estaba por encima de toda ideología. Su liderazgo había quedado marcado por un implacable y cínico maquiavelismo basado en su brutal interpretación de la historia nacional rusa.

Durante las largas luchas con Japón en las décadas de 1930 y 1940, Stalin subestimó el potencial de las fuerzas comunistas y menospreció la estrategia rural de Mao basada en el campesinado. Moscú había mantenido desde el principio vínculos con el gobierno nacionalista. Al final de la guerra contra Japón, en 1945, Stalin obligó a Chiang Kai-shek a conceder a la Unión Soviética unos privilegios sobre Manchuria y Xinjiang comparables a los alcanzados por el gobierno zarista y a reconocer a Mongolia Exterior teóricamente como república popular independiente bajo control soviético. Stalin alentaba activamente a las fuerzas separatistas de Xinjiang.

Aquel mismo año, en Yalta, el dirigente soviético insistió en que sus aliados, Franklin D. Roosevelt y Winston Churchill, reconocieran internacionalmente los derechos especiales soviéticos sobre Manchuria, incluyendo la base naval de Lushun (antiguo Port Arthur) y el puerto de Dalian, como condición previa para intervenir en la guerra contra Japón. En agosto de 1945, Moscú y las autoridades nacionalistas firmaron un tratado en el que se ratificaban los acuerdos de Yalta.

En estas circunstancias, era imposible que los dos titanes comunistas que se encontraban en Moscú pudieran darse el firme abrazo que exigía la ideología que compartían. Como recordaba más tarde Nikita Jruschov, por aquel entonces miembro del Politburó:

A Stalin le encantaba hacer alarde de hospitalidad con los invitados a los que apreciaba, y sabía hacerlo a la perfección. Pero durante la estancia de Mao, pasó días sin hacerle caso, y puesto que ni se acercaba a él, ni mandaba a nadie que lo hiciera, nadie se atrevía a ir a verle. [...] Mao hizo saber que si la situación seguía como hasta entonces, abandonaría el país. Creo que cuando Stalin se enteró de las quejas de Mao organizó otra cena en su honor.²

Desde el principio quedó claro que Stalin no consideraba que la victoria comunista fuera una razón suficiente para abandonar lo conseguido por la Unión Soviética por haber entrado en guerra contra Japón. Mao inició la conversación poniendo énfasis en la necesidad de la paz y dijo a Stalin: «Las decisiones sobre las cuestiones más importantes de China giran alrededor de la perspectiva de un futuro en paz. Teniendo esto muy presente, el Comité Central del Partido Comunista de China me ha encomendado la misión de esclarecer, camarada Stalin, de qué forma y cuánto tiempo se protegerá la paz internacional».³

Stalin lo tranquilizó sobre las perspectivas de paz, tal vez para evitar peticiones de ayuda de urgencia y reducir el apremio de conseguir rápidamente una alianza:

La cuestión de la paz ocupa también un lugar destacado para la Unión Soviética, si bien hemos disfrutado de ella durante los cuatro últimos años. En cuanto a China, no corre ahora mismo peligro alguno: Japón aún no ha conseguido poder valerse por sí mismo, de modo que no está preparado para la guerra; Estados Unidos, aunque vaya clamando guerra, la teme más que otra cosa en el mundo; Europa siente horror por la guerra; en esencia, nadie va a luchar contra China, a menos que Kim Il-sung decida invadirla. La paz dependerá de nuestro trabajo. Si seguimos con las relaciones amistosas, la paz no solo durará entre cinco y diez años, sino entre veinte y veinticinco, y tal vez más.4

En tal caso, no hacía falta una alianza militar. Stalin expresó sus reservas cuando Mao abordó la cuestión de manera formal. Afirmó con contundencia que era innecesario un nuevo tratado de alianza; bastaba con el existente, el que había firmado con Chiang Kai-shek en circunstancias muy distintas. Stalin respaldó su propuesta precisando la posición de la Unión Soviética: «Evitar que Estados Unidos e Inglaterra tengan razones legales para plantear la modificación de los acuerdos de Yalta».5

En efecto, Stalin mantenía que el comunismo chino tenía una mayor protección con el acuerdo con Rusia firmado con el gobierno que Mao acababa de derrocar. Stalin estaba tan convencido de este argumento que también lo aplicó a las concesiones que había arrancado la Unión Soviética a Chiang Kai-shek sobre Xinjiang y Manchuria, que, en su opinión, tenían que seguir, y así se lo precisó. El dirigente chino, ferviente nacionalista, rechazó aquellas ideas replanteando la petición. Adujo que los acuerdos vigentes en la zona del ferrocarril de Manchuria correspondían a «intereses chinos» en la medida en que proporcionaban «centros de preparación para los cuadros chinos en los sectores del ferrocarril y la industria».6 El personal chino tenía que asumir el control en cuanto hubiera superado el tiempo de formación. Los asesores soviéticos podían permanecer allí hasta que se hubiera completado el adiestramiento.

Entre declaraciones de amistad y afirmaciones de solidaridad ideológica, los dos maquiavélicos dirigentes maniobraban por la supremacía definitiva (y por unas considerables zonas de territorio situadas en la periferia china). Stalin era el veterano y, por el momento, el más poderoso; Mao, el más seguro de sí mismo en un sentido geopolítico. Ambos eran grandes estrategas y, por consiguiente, veían que en el futuro que estaban trazando sus intereses habían de entrar indefectiblemente en conflicto.

Después de un mes de negociaciones, Stalin cedió y aceptó un tratado de alianza. Así y todo, insistió en que Dalian y Lushun tenían que seguir como bases soviéticas hasta que se firmara un tratado de paz con Japón. Moscú y Pekín acordaron finalmente un Tratado de Amistad, Alianza y Asistencia Mutua el 14 de febrero de 1950. En él se estipulaba lo que buscaba Mao y lo que Stalin había querido evitar: un compromiso de asistencia mutua en caso de conflicto con una tercera potencia. En teoría, el pacto obligaba a China a ayudar globalmente a la Unión Soviética. En la práctica, proporcionaba a Mao protección en caso de que se agravaran una serie de problemas en ciernes.

China tenía que pagar un precio muy alto: la minería, el ferrocarril y otras concesiones en Manchuria y en Xinjiang; el reconocimiento de la independencia de Mongolia Exterior; la utilización por parte de la Unión Soviética del puerto de Dalian y el uso, hasta 1952, de la base naval de Lushun. Unos años después, Mao seguía quejándose con amargura a Jruschov sobre el intento de Stalin de establecer «semicolonias» en China a través de estas concesiones.7

Por lo que se refiere a Stalin, la aparición de un vecino con cierto poder en Oriente representaba una pesadilla en el ámbito geopolítico. Ningún dirigente ruso podía ignorar la extraordinaria disparidad demográfica entre China y Rusia a lo largo de una frontera de más de tres mil kilómetros: se sumaba una población china de más de quinientos millones de habitantes a un total ruso que en Siberia no llegaba a los cuarenta millones. ¿En qué momento del desarrollo de China empezarían a contar las estadísticas? Un aparente consenso ideológico, en lugar de tranquilizar, generaba más inquietud. Stalin era demasiado cínico para no tener en cuenta que cuando los poderosos empiezan a descollar, gracias a lo que ellos consideran sus propios esfuerzos, se oponen a la reivindicación de una ortodoxia superior de un aliado, por más próximo que pueda ser este. Stalin, que conocía bien a Mao, tenía que saber que el dirigente chino nunca le reconocería una preeminencia doctrinal.

ACHESON Y EL CEBO DEL TITISMO CHINO

Un hecho que ocurrió durante la estancia de Mao en Moscú ilustra las incómodas relaciones del mundo comunista y también la posible función que ejercería poco después Estados Unidos en este emergente triángulo. La ocasión se produjo en el intento del secretario de Estado Dean Acheson de responder al sinfín de críticas que surgían en el país sobre quién había «perdido» China. Siguiendo sus instrucciones, en agosto de 1949 el Departamento de Estado publicó un informe en el que se hablaba del fracaso de los nacionalistas. Aunque Estados Unidos seguía reconociendo a los nacionalistas como gobierno legítimo de China, el informe los calificaba de gobierno «corrupto, reaccionario e ineficaz».8 Acheson llegó a sus propias conclusiones y, en la carta que acompañaba el informe, dio los siguientes consejos a Truman:

Lo desafortunado e ineludible es que el gobierno de Estados Unidos no pudo controlar las nefastas consecuencias de la guerra civil en China. Nuestro país no hizo ni pudo hacer nada en los razonables límites de su capacidad para cambiar aquel resultado. [...] Se produjo a causa de las fuerzas internas chinas, unas fuerzas sobre las que intentamos influir, pero no lo conseguimos.9

En su alocución ante el National Press Club el 12 de enero de 1950, Acheson insistió en el mensaje del informe y propuso una nueva política radical en Asia. Su discurso contenía tres puntos fundamentales. En primer lugar, que Washington se lavaba las manos en cuanto a la guerra civil china. Los nacionalistas, afirmaba Acheson, por un lado, habían demostrado poca capacidad política y, por otro, «la mayor incompetencia jamás vista en un mando militar». Los comunistas, según Acheson, «no crearon esta situación», pero explotaron con la máxima habilidad la apertura que les proporcionaba. Chiang Kai-shek era entonces «un refugiado en una pequeña isla frente a la costa de China con lo que quedaba de sus fuerzas».10

Después de haber dejado el control del continente en manos de los comunistas, con las consecuencias geopolíticas que podían derivarse de ello, ya no tenía lógica oponer resistencia a los intentos de la República Popular de ocupar Taiwan. En efecto, esta era la conclusión del NSC-48/2, un documento que reflejaba la política nacional, preparado por el personal del Consejo de Seguridad Nacional y ratificado por el presidente, que entró en vigor el 30 de diciembre de 1949 y concluía: «La importancia estratégica de Formosa [Taiwan] no justifica una actuación militar abierta». Truman había señalado algo parecido en una rueda de prensa el 5 de enero: «El gobierno de Estados Unidos no proporcionará ayuda o asesoramiento militar a las fuerzas chinas de Formosa».¹¹

En segundo lugar y como punto incluso más significativo, Acheson dejó claro quién ponía en peligro a la larga la independencia de China:

Este criterio y estas técnicas comunistas han dotado al imperialismo ruso con una nueva arma de penetración más malévola si cabe. A raíz de estos nuevos poderes, la Unión Soviética desvincula de China las provincias [zonas] septentrionales de este país y las vincula al suyo. Este proceso se ha llevado ya a cabo en Mongolia Exterior, prácticamente ha finalizado en Manchuria y estoy convencido de que en Mongolia Interior y en Xinjiang los agentes soviéticos de Moscú transmiten informes optimistas. Así están las cosas.¹²

El último punto de la disertación de Acheson era incluso más profundo en sus implicaciones respecto al futuro. De hecho, apuntaba hacia una opción explícitamente titista para China. Acheson proponía basar las relaciones con China en el interés nacional y afirmaba que, independientemente de la ideología imperante en China, la integridad de este país constituía una cuestión de interés nacional para Estados Unidos: «Tenemos que adoptar la postura de siempre: quien viole la integridad de China es enemigo de China y actúa contra nuestros intereses».¹³

Acheson planteaba una perspectiva de nuevas relaciones chino-estadounidenses basadas en los intereses nacionales y no en la ideología:

Hoy es un día en el que han desaparecido las antiguas relaciones entre Oriente y Occidente, unas relaciones que en sus peores manifestaciones eran de explotación y en las mejores, de paternalismo. Esta relación ha terminado y las que se establezcan entre Oriente y Occidente en Extremo Oriente deben basarse en el respeto y la ayuda mutuos.14

Tendrían que pasar veinte años hasta que una autoridad estadounidense expusiera una perspectiva como esta sobre la China comunista, y quien se encargó de ello fue Richard Nixon dirigiéndose a su gobierno.

El discurso de Acheson se redactó cuidando hasta el último detalle para tocar la fibra a Stalin. En efecto, el dirigente comunista se vio impulsado a hacer algo al respecto. Envió a su ministro de Asuntos Exteriores, Andréi Vishinski, y a su veterano ministro, Viacheslav Molótov, a hablar con Mao, que seguía en Moscú por las negociaciones de la alianza, a advertirle sobre la «difamación» que difundía Acheson y a transmitirle, en efecto, tranquilidad. Fue un gesto algo irreflexivo, que no concuerda con la habitual perspicacia de Stalin. La propia llamada a la tranquilidad indica la posible poca fiabilidad de quien la formula. ¿Cómo puede resultar creíble la llamada a la tranquilidad si el asociado es sospechoso de deserción? Y, en caso contrario, ¿por qué iba a ser necesaria? Por otra parte, Mao y Stalin sabían que la «difamación» de Acheson era una descripción precisa de la relación chino-soviética de aquellos momentos.15

Los dos soviéticos pidieron a Mao que desmintiera las acusaciones de Acheson, según las cuales la Unión Soviética intentaría segregar partes de China, o buscar una posición dominante en ellas, y le recomendaron que lo considerara como una ofensa a su país. Mao no hizo ningún comentario a los emisarios de Stalin: se limitó a pedir una copia del discurso y a preguntar sobre los posibles motivos de Acheson. Unos días después, Mao dio el visto bueno a una declaración en la que se atacaba con sarcasmo a Acheson, pero contrariamente a la respuesta de Moscú, que se hizo pública en nombre del ministro de Asuntos Exteriores soviético, Pekín responsabilizó del rechazo a los intentos de acercamiento de Acheson al buró de información oficial de la República Popular de China.16 En el texto de la declaración se censuraba la «difamación» de Washington, pero con un tono más bien poco protocolario mantenía abiertas las opciones de China. En un intento de proteger a su todavía aislado país, Mao optó por no abordar las implicaciones globales de su perspectiva mientras permanecía en Moscú.

El dirigente chino reveló lo que pensaba sobre la posibilidad de apartarse de Moscú más tarde, en diciembre de 1956, con una característica complejidad, bajo forma de nuevo rechazo de la opción, si bien en términos más vagos:

China y la Unión Soviética se mantienen unidas. [...] Algunos siguen albergando dudas sobre esta política. [...] Creen que China tendría que adoptar una vía intermedia y hacer de puente entre la Unión Soviética y Estados Unidos. [...] Si China se sitúa entre la Unión Soviética y Estados Unidos, parece estar en una posición favorable, y gozar de independencia, pero en la actualidad no puede ser independiente. Estados Unidos no es de confianza: puede ofrecer algo pero no gran cosa. ¿Cómo podría ofrecer un convite el imperialismo? Imposible.17

Pero ¿y si Estados Unidos estaba dispuesto a ofrecer aquello a lo que Mao denominaba «convite»? La pregunta no tuvo respuesta hasta 1972, cuando el presidente Nixon inició la apertura hacia China.

KIM IL-SUNG Y EL ESTALLIDO DE LA GUERRA

La situación podía haber seguido como una especie de lucha velada durante unos años, tal vez muchos, mientras los dos dirigentes absolutos, patológicamente suspicaces, se medían atribuyendo sus propias motivaciones a su homólogo. En cambio, Kim Il-sung, el líder norcoreano al que Stalin había ridiculizado en su primera reunión con Mao en diciembre de 1949, entró en la refriega política y obtuvo de ella unos resultados sorprendentes. En la reunión de Moscú, Stalin había evitado una alianza militar entre China y la Unión Soviética sugiriendo irónicamente que el único peligro contra la paz podía proceder de Corea del Norte. Si «Kim Il-sung decide invadir China», puntualizó.18

Aquello no fue lo que decidió Kim Il-sung. En lugar de ello, optó por invadir Corea del Sur y, mientras tanto, llevó a los principales países al borde de una guerra mundial y a China y Estados Unidos a una confrontación militar.

Antes de que Corea del Norte invadiera Corea del Sur, habría parecido inconcebible que China, que acababa de salir de una guerra civil, se enfrentara a Estados Unidos, país con armamento nuclear. La guerra se desencadenó por la desconfianza mutua entre los dos gigantes comunistas y por la capacidad que demostró Kim Il-sung de manipular tales recelos, a pesar de depender del todo de sus aliados, que poseían un poder incomparable al suyo.

Corea se había incorporado al Japón imperial en 1910 y no tardó en convertirse en un trampolín para las incursiones japonesas en China. En 1945, tras la derrota de Japón, los ejércitos soviéticos ocuparon el norte y las fuerzas estadounidenses, el sur. La línea divisoria que se estableció en Corea, el paralelo 38, era arbitraria: simplemente reflejaba los límites a los que habían llegado los ejércitos al final de la guerra.19

Cuando en 1949 se retiraron las potencias ocupantes y las zonas ocupadas pasaron a ser estados soberanos, nadie se sintió cómodo en el interior de sus fronteras. Sus gobernantes, Kim Il-sung en el Norte y Syngman Rhee en el Sur, se habían pasado la vida luchando por sus respectivas causas nacionales. Comoquiera que no veían razón para abandonarlas entonces, los dos reivindicaron el gobierno del país entero. Los choques a lo largo de la línea divisoria eran constantes.

A partir de la retirada de las fuerzas estadounidenses de Corea del Sur en junio de 1949, Kim Il-sung intentó durante 1949 y 1950 convencer a Stalin y a Mao para que dieran su aprobación a una invasión de gran envergadura del Sur. Ambos rechazaron de entrada la propuesta. Durante la visita de Mao a Moscú, Stalin le pidió al dirigente chino su opinión sobre una invasión de este orden, y Mao, aunque favorable al objetivo, consideró que el riesgo de la intervención estadounidense era excesivamente elevado.20 Creía que debía aplazarse cualquier plan de conquista de Corea del Sur hasta que hubiera concluido la guerra civil china con la toma de Taiwan.

Fue precisamente este objetivo chino el que proporcionó uno de los incentivos al proyecto de Kim Il-sung. Por más ambiguas que fueran las declaraciones de Estados Unidos, Kim Il-sung estaba convencido de que este país no aceptaría dos conquistas militares comunistas. Así pues, quiso lograr su meta en Corea del Sur antes de que Washington se lo pensara mejor en caso de que China lograra la ocupación de Taiwan.

Unos meses después, en abril de 1950, Stalin cambió de postura. En una visita que hizo Kim Il-sung a Moscú, el dirigente soviético dio luz verde a su petición. Stalin siguió convencido de que Estados Unidos no intervendría. Un documento diplomático soviético explicaba:

El camarada Stalin ha confirmado a Kim Il-sung que el contexto internacional ha cambiado lo suficiente como para permitir una postura más activa en cuanto a la unificación de Corea. [...] Ahora que China ha firmado el tratado de alianza con la Unión Soviética, los estadounidenses no estarán tan dispuestos a desafiar a los comunistas en Asia. Según las informaciones procedentes de Estados Unidos, esta es la situación. La corriente predominante es la de no interferir, y lo acaba de corroborar el hecho de que la Unión Soviética posee la bomba atómica y que se han solidificado nuestras posiciones en Pyongyang.²¹

A partir de aquí, no existe documentación sobre un diálogo directo entre chinos y soviéticos referente a esta cuestión. El vehículo a través del cual los dos gigantes comunistas se comunicaron entre sí en Corea fue Kim Il-sung y sus enviados. Stalin y Mao maniobraban para conseguir una influencia dominante en Corea, o, como mínimo, para impedir que el adversario se hiciera con ella. Durante el proceso, Mao aceptó trasladar hasta cincuenta mil soldados coreanos que habían servido en el Ejército Popular de Liberación en Corea del Norte con su armamento. ¿Se hizo para alentar el plan de Kin Il-sung o para demostrar su apoyo ideológico, al mismo tiempo que se limitaba un compromiso militar chino definitivo? Independientemente de las intenciones finales de Mao, el resultado práctico era el de dejar Pyongyang en una posición militar más sólida.

En un debate interno de Estados Unidos sobre la guerra de Corea, se criticó mucho la conferencia de Dean Acheson de enero de 1950 sobre política asiática, por haber situado a Corea fuera del «perímetro de defensa» estadounidense en el Pacífico y dado con ello «luz verde» a la invasión norcoreana. El parlamento de Acheson no precisó nada nuevo en su exposición sobre los compromisos estadounidenses en el Pacífico. El general Douglas MacArthur, comandante en jefe del mando estadounidense en Extremo Oriente, también había situado Corea fuera del perímetro de defensa de Estados Unidos en una entrevista realizada en Tokio en marzo de 1949:

El Pacífico se ha convertido en un lago anglosajón y nuestra línea de defensa se extiende a través de la cadena de islas que bordean la costa de Asia.

Empieza en Filipinas y sigue por el archipiélago Ryukyu, en el que se encuentra su principal baluarte, Okinawa. A partir de aquí da la vuelta a Japón y a las islas Aleutianas en dirección a Alaska.²²

A partir de ahí, Estados Unidos retiró la mayor parte de sus fuerzas de Corea. Se había presentado al Congreso un proyecto de ley de ayuda a este país, que topó con una considerable resistencia. Acheson tuvo que repetir el esquema de MacArthur y afirmar: «La seguridad militar de la zona del Pacífico implica un perímetro defensivo que sigue la línea de las Aleutianas hasta Japón, pasa por Ryukyu... [y] de Ryukyu sigue hasta las islas Filipinas».²³

Sobre la cuestión específica de Corea, Acheson presentó una ambigua explicación que reflejaba el estado de indecisión que se respiraba entonces en Estados Unidos. Ya que Corea del Sur era «un estado independiente y soberano reconocido por casi todo el mundo», Acheson puntualizaba: «Nuestras responsabilidades son más directas y nuestras oportunidades más claras» (lo que no precisaba era a qué responsabilidades y oportunidades se refería, sobre todo si englobaban defensa contra invasión). Suponiendo que se produjera un asalto armado en una zona del Pacífico no situada explícitamente al sur o al este del perímetro de defensa estadounidense, Acheson apuntaba: «La confianza inicial ha de depositarse en las personas que han sufrido el ataque, para que puedan resistirlo, y en segundo lugar en los compromisos de todo el mundo civilizado incluidos en la Carta de las Naciones Unidas».24 Dado que la disuasión exige claridad sobre las intenciones del país, el discurso de Acheson no hizo mella.

No existen referencias específicas a este aspecto de la conferencia de Acheson en documentos chinos o soviéticos. Los papeles diplomáticos que han podido consultarse recientemente apuntan, no obstante, a que Stalin basó su cambio en parte en el acceso al NSC48/2, que había descubierto su red de espionaje, probablemente a través de Donald Maclean, tránsfuga británico. El informe situaba específicamente Corea fuera del perímetro de defensa de Estados Unidos. Puesto que el documento era altamente secreto, a los analistas soviéticos debió de parecerles especialmente digno de crédito.25

Otro elemento que tuvo que pesar en el cambio de Stalin podía ser la decepción que le había producido Mao en las negociaciones que llevaron al Tratado de Amistad con la Unión Soviética, del que se ha hablado antes. Mao dejó muy claro que los privilegios especiales rusos en China iban a durar poco. El control de Rusia sobre el puerto de aguas cálidas de Dalian sería temporal. A buen seguro, Stalin concluyó que una Corea comunista unificada se adaptaría más a las necesidades navales soviéticas.

Retorcido y complicado, Stalin apremió a Kim para que planteara el tema a Mao, observando que poseía «una correcta información sobre la cuestiones orientales».26 En realidad, lo que hacía Stalin era cargar la máxima responsabilidad sobre los chinos. Dijo a Kim: «No esperes mucha ayuda y apoyo de la Unión Soviética», explicándole que Moscú sentía interés y preocupación por la «situación en Occidente».27 Y advirtió a Kim: «Si te dan en la cara, yo no voy a mover un dedo. Tendrás que pedir ayuda a Mao».28 Era el verdadero Stalin: el hombre arrogante, distante, manipulador, precavido y grosero que, a la búsqueda de unos beneficios geopolíticos para la Unión Soviética, pasaba el riesgo de la tarea a China.

El dirigente soviético que había alentado el estallido de la Segunda Guerra Mundial al liberar la retaguardia de Hitler con el pacto nazi-soviético aplicaba su habilidad para cubrirse las espaldas. Si intervenía Estados Unidos, aumentaría el peligro para China, así como su dependencia respecto a la Unión Soviética. Suponiendo que China respondiera al desafío estadounidense, necesitaría una gran ayuda soviética y conseguiría el mismo resultado. Si, por el contrario, China se mantenía al margen, aumentaría la influencia de Moscú en una Corea del Norte bastante desengañada.

Kim se desplazó de nuevo a Pekín para reunirse en secreto con Mao entre el 13 y el 16 de mayo de 1950. En un primer contacto la noche de su llegada, Kim contó a Mao que Stalin había aprobado el plan de invasión y le pidió su apoyo.

Para minimizar más los riesgos, poco antes del ataque que él mismo había promovido, Stalin quiso aumentar la seguridad retirando a todos los asesores soviéticos de las unidades norcoreanas. Cuando se demostró que esta medida paralizaba la actividad del ejército norcoreano, situó de nuevo a los asesores soviéticos, si bien bajo la cobertura de corresponsales de la TASS, la agencia de prensa soviética.

El traductor de Mao, Shi Zhe, en una conversación con el historiador Chen Jian, resumió el contenido de la conversación entre Mao y Kim Il-sung sobre las principales consecuencias a escala mundial de una guerra desencadenada por un aliado secundario de los dos gigantes comunistas:

Kim explicó a Mao que Stalin había aprobado sus planes de ataque al Sur. Mao pidió a Kim su opinión sobre una posible respuesta estadounidense en caso de que Corea del Norte atacara al Sur, haciendo hincapié en que había sido Estados Unidos el que había apuntalado el régimen de Syngman Rhee y en que, al encontrarse Corea cerca de Japón, no podía excluirse del todo una intervención estadounidense. Sin embargo, Kim parecía estar seguro de que los estadounidenses no iban a comprometer a sus tropas, o, como mínimo no tendrían tiempo de enviarlas, puesto que los norcoreanos podían resolver la contienda en dos o tres semanas. Mao preguntó a Kim si Corea del Norte precisaba ayuda militar china y se ofreció para el despliegue de tres cuerpos de ejército de su país a lo largo de la frontera entre China y Corea. Kim respondió «con arrogancia» (palabras textuales de Mao, según Shi Zhe) que con las propias fuerzas norcoreanas y la colaboración de las guerrillas comunistas en el Sur podían resolver el problema por su cuenta y que, por consiguiente, era innecesaria la participación militar china.29

Al parecer, la exposición de Kim conmocionó tanto a Mao que la reunión acabó antes de tiempo y ordenó a Zhou Enlai que telegrafiara a Moscú pidiendo una «respuesta urgente» y una «clarificación personal» de Stalin.30 Al día siguiente llegó la respuesta de Moscú, en la que Stalin volvía a achacar la responsabilidad a Mao. Según el telegrama:

En sus conversaciones con los camaradas coreanos, Stalin y sus amigos [...] estaban de acuerdo con los coreanos sobre el plan de avanzar hacia la reunificación. En este sentido, se coincidió en que la cuestión debían decidirla de manera definitiva los camaradas chinos y coreanos conjuntamente, y en caso de desacuerdo por parte de los camaradas chinos, habría que posponerla para después de haber celebrado reuniones posteriores.³¹

Evidentemente, con ello la responsabilidad de vetar el proyecto recaía totalmente en Mao. Stalin se desmarcó del resultado (proporcionó a Kim la oportunidad de exagerar y distorsionar la cuestión) y se adelantó al telegrama de respuesta de Pekín explicando: «Los camaradas coreanos contarán los detalles de la conversación».³²

No existe constancia de otras conversaciones posteriores entre Mao y Kim. Este volvió a Pyongyang el 16 de mayo con la aprobación por parte de Mao de la invasión de Corea del Sur, al menos así lo contó a Moscú. Es probable que Mao hubiera pensado que la conformidad en la conquista de Corea del Sur podría constituir un requisito básico para obtener ayuda militar soviética en el siguiente ataque chino a Taiwan. De ser así, cometió un lamentable error de cálculo, pues a pesar de que Estados Unidos se hubiera mantenido al margen de la conquista de Corea del Sur, la opinión pública estadounidense no habría permitido a la administración de Truman pasar por alto otra acometida militar comunista en el estrecho de Taiwan.

Diez años después, Moscú y Pekín seguían sin ponerse de acuerdo sobre cuál de los dos había dado finalmente luz verde a Kim para emprender la invasión. En una reunión celebrada en Bucarest en junio del 1960, Jruschov, entonces secretario general soviético, insistió frente a Peng Zhen, miembro del Politburó chino: «De no haber dado Mao Zedong su consentimiento, Stalin no habría hecho lo que hizo». Peng replicó que aquello era «completamente erróneo». «Mao Zedong estaba contra la guerra. [...] Quien lo decidió fue Stalin», abundó.³³

Así, los dos gigantes comunistas se metieron en una guerra sin abordar las implicaciones a escala mundial que habría acarreado si se hubiera demostrado que las previsiones optimistas de Kim Il-sung y de Stalin eran erróneas. En cuanto Estados Unidos hubo entrado en la guerra, se vieron obligados a planteárselas.

INTERVENCIÓN ESTADOUNIDENSE: LA RESISTENCIA A LA AGRESIÓN

La planificación política tiene el inconveniente de que sus análisis no pueden anticipar el estado de ánimo del momento en el que hay que tomar una decisión. Las distintas declaraciones de Truman, de Acheson y de MacArthur reflejaban perfectamente el pensamiento estadounidense de cuando se hicieron públicas. La naturaleza del compromiso de Estados Unidos con la seguridad internacional fue un tema de controversia interna y nunca se planteó la defensa de Corea. La OTAN se encontraba en proceso de creación. Ahora bien, cuando los dirigentes políticos estadounidenses se encontraron cara a cara con la invasión comunista, no hicieron ningún caso de sus informes políticos.

Estados Unidos sorprendió a los dirigentes comunistas tras el ataque de Kim Il-sung del 25 de junio, no solo con su intervención, sino con la relación de la guerra de Corea con la guerra civil china. Estados Unidos envió fuerzas terrestres a Corea para establecer un perímetro de defensa alrededor de Pusan, la ciudad portuaria del sur. Esta decisión tuvo el apoyo de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU y se consiguió gracias a que la Unión Soviética se ausentó a la hora de la votación en protesta porque Taipei ocupaba el puesto de China en este Consejo de Seguridad. Dos días después, el presidente Truman mandó a la Flota Estadounidense del Pacífico a «neutralizar» el estrecho de Taiwan, con lo que se impidieron ataques militares en ambas direcciones. Su objetivo era el de obtener el máximo apoyo del Congreso y de la ciudadanía respecto a la guerra de Corea; no existía prueba alguna que demostrara que Washington se planteaba, de hecho, llevar la guerra hacia una confrontación con China.

Hasta el momento de esta decisión, Mao se había planteado como próximo paso militar el ataque a Taiwan, y a tal fin había reunido las principales fuerzas en la provincia de Fujian, en el sudeste de China. Estados Unidos había insistido en una serie de declaraciones —entre ellas, una rueda de prensa de Truman el 5 de enero— en que no iba a bloquear aquella operación.

Truman tomó la decisión de mandar la Séptima Flota al estrecho de Taiwan para apaciguar la opinión pública y limitar el riesgo para los estadounidenses en Corea. Al anunciar el envío de la flota, Truman habló de la importancia de la defensa de Taiwan, aunque también insistió: «El gobierno chino de Formosa debe poner fin a todas las operaciones por aire y por mar contra el continente». Y advirtió además: «La Séptima Flota se ocupará de que esto se cumpla».34

Mao consideró que era inconcebible un gesto de imparcialidad e interpretó como gestos hipócritas las ofertas de seguridad. Según el dirigente chino, Estados Unidos intervenía de nuevo en la guerra civil china. El día después del comunicado de Truman, el 28 de junio de 1950, Mao se dirigió a la octava sesión del Comité Central de Gobierno Popular para describir la iniciativa estadounidense como un paso adelante en la invasión de Asia:

La invasión de Asia por parte de Estados Unidos solo puede provocar la firme resistencia del pueblo asiático. Truman afirmó el 5 de enero que Estados Unidos no intervendría en Taiwan. Él mismo ha demostrado ahora que mentía. Ha roto asimismo todos los acuerdos internacionales que garantizaban que su país no iba a interferir en los asuntos internos chinos.35

En China se pusieron en marcha de inmediato todos los mecanismos del wei qi. Según los chinos, Estados Unidos había enviado soldados a Corea y la flota al estrecho de Taiwan, con lo que colocaba dos piedras en el tablero del wei qi, y ambas amenazaban a China con el temido cerco.

Cuando se inició la guerra, Estados Unidos aún no había trazado un plan militar para Corea. Declaró que su objetivo en aquella guerra era el de vencer «la agresión», un concepto legal que llevaba implícito el uso no autorizado de la fuerza contra un ente soberano. ¿Cómo iba a definirse el triunfo? ¿Como un retorno al statu quo anterior a lo largo del paralelo 38, en cuyo caso el agresor iba a enterarse de que lo peor era no haber vencido, lo que tal vez alentaría otro intento? ¿O tal vez para abordar la agresión hacía falta destruir la capacidad militar de Corea del Norte? No existe constancia de que se planteara tal pregunta en los primeros estadios del compromiso militar de Estados Unidos, en parte porque hacía falta toda la atención gubernamental para defender el perímetro de alrededor de Pusan. Se dejó que fueran las operaciones militares las que determinaran las decisiones políticas.

Después de la aplastante victoria de MacArthur en septiembre de 1950 en Inchon —donde un aterrizaje anfibio sorpresa lejos del frente de Pusan detuvo el avance de los norcoreanos y abrió una vía para la reconquista de Seúl, la capital surcoreana—, la administración de Truman decidió seguir con sus operaciones militares hasta la reunificación de Corea. Dio por supuesto que Pekín aceptaría la presencia del ejército estadounidense a lo largo de la tradicional vía de invasión a China.

Una resolución de la ONU del 7 de octubre autorizó la continuación de las operaciones en territorio norcoreano, aunque esta vez lo hizo la Asamblea General sirviéndose de un órgano parlamentario creado recientemente, la Unión por el Mantenimiento de la Paz, que permitía a dicha Asamblea tomar decisiones sobre seguridad internacional con el voto de dos terceras partes de esta. Autorizó todos «los actos constitutivos» para instaurar «un gobierno unificado, independiente y democrático en el Estado soberano de Corea».36 Se creía que la intervención china contra las fuerzas estadounidenses estaba por encima de la capacidad de este país.

Ninguna de estas perspectivas coincidía remotamente con la forma en que Pekín se planteaba los asuntos internacionales. Después de que las tropas de Estados Unidos hubieron intervenido en el estrecho de Taiwan, Mao calificó de «invasión» de Asia el despliegue de la Séptima Flota. China y Estados Unidos estaban al borde del enfrentamiento a raíz de la interpretación errónea de sus estrategias mutuas. Los estadounidenses hacían todo lo posible por conseguir que China aceptara su idea de orden internacional, basado en organizaciones internacionales como la ONU, de la que era incapaz de imaginar una alternativa. Desde el comienzo, Mao nunca tuvo intención de aceptar un sistema internacional en el que su país no tuviera voz. Así pues, la estrategia militar estadounidense podía conseguir como mucho un armisticio siguiendo la línea divisoria que surgiera a lo largo del río Yalu, que señalaba el límite entre Corea del Norte y China, en caso de que primara el plan de Estados Unidos; y siguiendo alguna otra línea pactada si China intervenía o Estados Unidos se detuviera en seco de forma unilateral antes de la frontera de Corea del Norte (por ejemplo, en el paralelo 38 o en una línea, de Pyongyang a Wonsan, que surgió más tarde en un mensaje de Mao a Zhou).

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