China

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Henry Kissinger

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En una conferencia que dio casi simultáneamente el 11 de septiembre de 1958, Eisenhower justificó en términos generales la implicación estadounidense en las islas costeras. El bombardeo de Quemoy y Mazu, advirtió, podía compararse a la ocupación de Renania por parte de Hitler y a la de Etiopía por parte de Mussolini o (en una semejanza que a buen seguro ofendía especialmente a los chinos) a la conquista de Manchuria en los años treinta por parte de Japón.

Gromiko no salió mejor parado en Pekín. Mao respondió a la carta hablando abiertamente de la posibilidad de una guerra nuclear y de las condiciones bajo las que responderían los soviéticos con armamento nuclear contra Estados Unidos. Las amenazas podían lanzarse tranquilamente, pues Mao sabía que el peligro de guerra ya había terminado. En sus memorias, Gromiko cuenta que quedó «atónito» ante la bravata de Mao y deja constancia de lo que le dijo el dirigente chino:

Imagino que los estadounidenses llegarán hasta el punto de desencadenar la guerra contra China. Este país tiene que enfrentarse a tal posibilidad, y en realidad lo está haciendo. ¡Pero no tenemos intención de capitular! Si Estados Unidos ataca a China con armas nucleares, los ejércitos chinos deben replegarse de las regiones fronterizas hacia el interior del país. Tienen que atraer al enemigo hacia la parte más profunda del país para agarrar a las fuerzas estadounidenses en un movimiento de tenaza en el interior de China. [...] En cuanto estas se encuentren en las provincias centrales, se arremeterá contra ellas con lo que se tenga a mano.46

Mao no iba a pedir ayuda a los soviéticos hasta que las fuerzas estadounidenses no se encontraran en el interior de China, lo que sabía que no iba a suceder. Al parecer, el informe de Gromiko sobre Pekín impresionó a Jruschov. Si bien ya se habían acordado las conversaciones entre embajadores de Washington y Pekín, Jruschov dio un par de pasos más para evitar la guerra nuclear. A fin de calmar el miedo que creyó que sentía Pekín respecto a la invasión estadounidense, se ofreció para enviar unidades antiaéreas a Fujian.47 Pekín retrasó la respuesta y aceptó cuando la crisis estaba ya resuelta, con la condición de que las tropas soviéticas se colocaran bajo mando chino, algo muy improbable.48 El dirigente soviético demostró más su nerviosismo el 19 de septiembre en la carta que envió a Eisenhower pidiéndole contención y al mismo tiempo amenazándole con la inminencia de una guerra nuclear.49 Pero China y Estados Unidos en realidad habían solucionado la cuestión antes de que llegara esta segunda carta de Jruschov.

En la reunión que celebraron el 3 de octubre de 1959, Jruschov resumió a Mao la actitud soviética durante la crisis de Taiwan:

Entre nosotros, confidencialmente, no vamos a luchar por Taiwan, pero de puertas afuera, por así decir, afirmamos lo contrario, es decir, que en caso de que se agrave la situación por culpa de Taiwan, la Unión Soviética defenderá la República Popular de China. Estados Unidos declara por su cuenta que defenderá Taiwan. Así pues, surge una especie de situación previa a la guerra.50

Jruschov se había dejado tentar por Mao hacia una vía inútil al intentar actuar con habilidad y cinismo al mismo tiempo. Sobre todo en las decisiones fundamentales sobre la guerra y la paz, un estratega debe tener en cuenta que pueden ponerle en evidencia y debe sopesar las consecuencias de una amenaza vana sobre su futura credibilidad. En Taiwan, Mao aprovechó la ambigüedad de Jruschov para plantearle la amenaza nuclear que él mismo había admitido no tener intención de llevar adelante, poniendo a prueba las relaciones entre Moscú y Estados Unidos en pro de una cuestión que para el dirigente soviético no tenía importancia y de un dirigente aliado al que menospreciaba.

Es fácil imaginar el desconcierto de Mao: había incitado a Moscú y a Washington a amenazarse mutuamente con una guerra nuclear a raíz de un territorio geopolítico de última fila en una representación política china que tenía muy poco de militar. Por otra parte, Mao había actuado así en el momento en el que había decidido él, mientras China seguía siendo mucho más débil que Estados Unidos o la Unión Soviética, y de una forma que le permitía participar en la propaganda de la victoria y reincorporarse a las conversaciones chino-estadounidenses entre embajadores desde una posición de fuerza, como pensaba proclamar.

Tras haber desencadenado la crisis y haberle dado fin, Mao afirmó que había cumplido con sus objetivos:

Hemos librado esta campaña, con la que Estados Unidos ha estado dispuesto a hablar. Washington ha abierto la puerta. La situación no parece la mejor para ellos y su nerviosismo irá en aumento si no acceden a reanudar las conversaciones con nosotros. Vamos a hablar, pues. Es mejor para la situación global resolver las discrepancias con Estados Unidos mediante las conversaciones, es decir, por medios pacíficos, pues nosotros somos un pueblo amante de la paz.51

Zhou Enlai hizo una valoración incluso más complicada. Consideró la segunda crisis del estrecho de Taiwan como una demostración de la capacidad de las dos partes de China de iniciar unas negociaciones tácitas desde las barreras de dos ideologías opuestas, incluso cuando las potencias nucleares se planteaban la guerra nuclear. Al cabo de unos quince años, Zhou contaba la estrategia de Pekín a Richard Nixon en una visita que hizo el mandatario estadounidense a la capital de la China Popular en 1972:

En 1958, el entonces secretario Dulles quería que Chiang Kai-shek abandonara las islas de Quemoy y Mazu para cortar del todo las relaciones entre Taiwan y el continente y establecer una línea en aquel punto. Chiang Kai-shek no estaba dispuesto a ello.52 Nosotros también le aconsejamos que no se retirara de Quemoy y Mazu. Le advertimos de que no se replegara lanzándoles proyectiles: es decir, en días impares atacar, en días pares no atacar y en días festivos dejar también de atacar. De forma que vieron nuestras intenciones y no se retiraron. No hicieron falta otros medios ni otros mensajes; con el método del bombardeo lo comprendieron.53

De todas formas, hay que contrastar estos importantes logros con las consecuencias globales de la crisis. Las conversaciones entre embajadores se estancaron con la misma rapidez con la que se habían reanudado. Las ambiguas maniobras de Mao en realidad paralizaron las relaciones chino-estadounidenses y las convirtieron en unos contactos hostiles que siguieron así durante más de diez años. La idea de que China estaba dispuesta a echar a Estados Unidos del Pacífico occidental pasó a ser artículo de fe en Washington, y a partir de ahí ninguno de los dos bandos fue capaz de aplicar una diplomacia más flexible.

Las consecuencias del liderazgo soviético fueron las opuestas a lo que Mao pretendía. Lejos de abandonar la política de coexistencia pacífica, Moscú se atemorizó ante la retórica de Mao y se inquietó ante su arriesgada política nuclear, la repetición de los posibles efectos nucleares de una guerra nuclear de cara al socialismo mundial y el hecho de no haber establecido consultas con Moscú. Una vez finalizada la crisis, Moscú cortó la cooperación nuclear con Pekín y en junio de 1959 se desdijo de su compromiso de proporcionar a China un prototipo de bomba atómica. En 1960, Jruschov retiró los técnicos rusos de China y suprimió todos los planes de ayuda comentando: «No podíamos quedarnos allí sin más, permitiendo que nuestros mejores especialistas —personas que han recibido formación en nuestros sectores agrícolas e industriales— se sintieran acosados cuando en realidad estaban colaborando».54

En el ámbito internacional, Mao obtuvo otra demostración de la respuesta impulsiva de China ante las amenazas contra su seguridad nacional y su integridad territorial. Aquello frenaría cualquier intento de los países vecinos de China de explotar la agitación interior en la que Mao iba a sumir a su sociedad. Pero se inició al mismo tiempo un proceso de aislamiento progresivo que llevaría a Mao a replantearse diez años después su política exterior.

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Diez años de crisis

Durante los diez primeros años de la existencia de la República Popular de China, sus inflexibles mandatarios dirigieron el deteriorado imperio que habían conquistado y lo convirtieron en una importante potencia internacional. La segunda década se caracterizó por el intento de Mao de acelerar en el país la revolución permanente. El motor de dicha revolución era la máxima maoísta de que la fuerza moral e ideológica llevaba a superar las limitaciones físicas. La década empezó y terminó en medio de la agitación interior creada por los propios líderes chinos. Tan amplia fue la crisis que China se aisló del resto del mundo; todos sus diplomáticos fueron llamados a Pekín. La estructura del país sufrió dos revisiones completas: en primer lugar, la economía, con el Gran Salto Adelante a comienzos de la década; y en segundo lugar, el orden social, con la Revolución Cultural al final. Cuando Mao notó que se desafiaban los intereses nacionales, en medio de las tribulaciones autoimpuestas, China volvió a ponerse de pie para iniciar la guerra en su frontera occidental más remota, en el inhóspito país del Himalaya.

EL GRAN SALTO ADELANTE

El discurso secreto de Jruschov obligó a los dirigentes chinos, que ya no reivindicaban la infalibilidad divina del presidente del Partido, a plantearse qué era lo que constituía la legitimidad política comunista. Durante los meses que siguieron al discurso de febrero de 1956, parecieron avanzar a tientas hacia un gobierno más transparente, probablemente para evitar la necesidad de las sacudidas periódicas de la rectificación. Se borraron de la constitución del Partido Comunista las referencias de veneración a Mao Zedong. El Partido aprobó unas resoluciones en las que se advertía contra «el avance precipitado» en el campo económico y se apuntaba que la importante fase de la «lucha de clases» tocaba a su fin.¹

Ahora bien, un planteamiento tan prosaico no tardó en entrar en pugna con la perspectiva de la revolución permanente de Mao. En unos meses, el dirigente chino propuso una vía alternativa a la rectificación política: el Partido Comunista de China iba a fomentar el debate y la crítica de sus métodos y a abrir la vida intelectual y artística de China para que, como rezaba el lema, «florezcan cien flores y compitan cien ideas». Siguen debatiéndose aún los motivos que pudieron llevar a Mao a hacer esta llamada. La Campaña de las Cien Flores se ha explicado o bien como una llamada a que el Partido acabara con el aislamiento burocrático y escuchara directamente al pueblo, o como una estratagema pensada para que los enemigos se identificaran por sí solos. Fuera cual fuese el motivo, la crítica popular pasó rápidamente de las sugerencias sobre ajustes tácticos a la reprobación del sistema comunista. Los estudiantes levantaron un «muro de la democracia» en Pekín. Los críticos protestaban contra los abusos de los funcionarios de cada lugar y contra las privaciones impuestas por la política económica de estilo soviético; algunos comparaban desfavorablemente la primera década de gobierno comunista con la época nacionalista que la había precedido.²

Independientemente de la intención original, Mao nunca admitió durante mucho tiempo que se cuestionara su autoridad. Llevó a cabo un cambio radical y brusco y lo justificó como un aspecto de su planteamiento dialéctico. La Campaña de las Cien Flores se transformó en una «Campaña Antiderechista» para ocuparse de aquellos que no habían comprendido bien los límites de la invitación anterior al diálogo. Una purga masiva llevó a miles de intelectuales al encarcelamiento, a la reeducación o al exilio interno. Al final del proceso, Mao se erigió de nuevo como líder indiscutible, una vez despejado el terreno de críticos. Se sirvió de su preeminencia para acelerar la revolución permanente y llevarla hacia el Gran Salto Adelante.

Mientras en 1957 se celebraba en Moscú la conferencia de partidos socialistas, Mao hacía pública una funesta reivindicación sobre desarrollo económico en China. En respuesta a las previsiones de Jruschov de que la Unión Soviética superaría económicamente a Estados Unidos en quince años, Mao improvisó un discurso en el que afirmó que, en el mismo período de tiempo, China superaría a Gran Bretaña en producción de acero.³

El comentario adquirió en poco tiempo la categoría de directriz. El objetivo de los quince años en el acero —que se redujo posteriormente, en una serie de observaciones hechas sobre la marcha, a tres años—4 coincidió con una cadena de objetivos agrícolas igual de ambiciosos. Mao se preparaba para lanzar la revolución permanente de China hacia una fase más activa y para enfrentar al pueblo chino a un reto más formidable si cabe.

Al igual que la mayor parte de las empresas capitaneadas por Mao, el Gran Salto Adelante combinó aspectos de política económica, de exaltación ideológica y de estrategia exterior. Para el dirigente chino, estos no era ámbitos de trabajo diferenciados, sino unos ejes que estaban interrelacionados dentro del extraordinario proyecto de la revolución china.5

En su sentido más literal, el Gran Salto Adelante estaba destinado a hacer realidad las ideas globales del desarrollo industrial y agrícola. Se eliminó buena parte de la propiedad privada que quedaba en China y también los incentivos individuales en el proceso de reorganización del país en «comunas populares» en las que se compartían bienes, alimentos y trabajo. Se alistaba a los campesinos en brigadas cuasimilitares para llevar a cabo obras públicas de gran envergadura, muchas de ellas improvisadas.

Estos proyectos tuvieron implicaciones internacionales e internas, sobre todo en relación con el conflicto con Moscú. Si triunfaba el Gran Salto Adelante podría dejar atrás las consignas de trabajo gradual y situar de nuevo de forma efectiva el centro ideológico del mundo comunista en China. Cuando Jruschov visitó Pekín en 1958, Mao insistió en que su país llegaría a la plenitud del comunismo antes de que lo hiciera la Unión Soviética, que había optado por una vía de desarrollo más lenta, más burocrática y menos inspiradora. Los soviéticos consideraron aquello una herejía ideológica.

Por una vez, sin embargo, Mao había situado el reto tan lejos del dominio de la realidad objetiva que el mismo pueblo quedó rezagado en su consecución. Los objetivos de producción del Gran Salto Adelante eran desorbitados y las perspectivas de disentimiento o fracaso se veían con tanto terror que los cuadros de cada lugar empezaron a falsificar cifras de producción y a hinchar resultados en sus cuentas a Pekín. Allí, que se tomaban informes al pie de la letra, siguieron exportando cereales a la Unión Soviética a cambio de industria pesada y armamento. Y por si aquello hubiera sido poco, se habían llevado a cabo los objetivos de Mao en el sector del acero de una forma tan mecánica que se fomentó la fundición de instrumentos como si fuera chatarra para poder cumplir con los cupos. Pero, en definitiva, nadie puede derogar las leyes de la naturaleza ni las de la economía, y los resultados del Gran Salto Adelante fueron desastrosos. Entre 1959 y 1962, en China se vivió una de las peores hambrunas de la historia de la humanidad, en la que murieron más de veinte millones de personas.6 Mao volvió a pedir al pueblo chino que moviera montañas, pero en esa ocasión las montañas se quedaron en su sitio.

EL CONFLICTO DE LA FRONTERA DEL HIMALAYA Y LA GUERRA ENTRE CHINA Y LA INDIA DE 1962

En 1962, apenas diez años después del establecimiento de la República Popular de China, el país libró una guerra con Estados Unidos y Corea y participó en dos confrontaciones militares en las que estuvo implicado Estados Unidos con motivo de las islas situadas frente a Taiwan. Había restablecido la autoridad china en las fronteras históricas del imperio (a excepción de Mongolia y Taiwan) por medio de la nueva ocupación de Xinjiang y del Tíbet. Aún no se había superado la hambruna desencadenada por el Gran Salto Adelante. Pero, a pesar de todo, Mao no rehuyó otro conflicto militar cuando vio que la India ponía en cuestión la definición de las fronteras históricas de China.

La crisis de la frontera chino-india incumbió a dos territorios situados en los altos del Himalaya, en una región inexplorada y casi inhabitada de las mesetas situadas en medio de imponentes montañas entre el Tíbet y la India. La cuestión surgió fundamentalmente a raíz de la interpretación de la historia colonial.

China reivindicaba las fronteras imperiales de la parte meridional de las estribaciones del Himalaya, que abarcaban lo que ellos denominaban «el Tíbet Sur», pero que la India administraba como estado de Arunachal Pradesh. Para la India era un estado relativamente reciente. Había sufrido una evolución a partir de la iniciativa británica de marcar una línea divisoria con el Imperio ruso en avance hacia el Tíbet. El documento definitivo se firmó entre Gran Bretaña y el Tíbet en 1914 y delineaba frente al principal negociador británico la frontera por la parte occidental, denominada línea McMahon.

China tenía relaciones con el Tíbet desde hacía mucho tiempo. Los mongoles se habían hecho con el Tíbet y el centro agrícola chino durante la misma oleada de conquistas en el siglo XIII, por lo que estuvieron en estrecho contacto. Posteriormente, la dinastía Qing intervino con regularidad en el Tíbet para expulsar las fuerzas de otros pueblos de origen no han que hacían incursiones en el Tíbet desde el norte y desde el oeste. Con el tiempo, Pekín estableció una especie de señorío dirigido por «residentes imperiales» en Lhasa. Desde la dinastía Qing, Pekín consideró el Tíbet como parte del Todo bajo el Cielo gobernado por el emperador chino y se reservó el derecho de echar a los intrusos que se mostraran hostiles. No obstante, la distancia y la cultura nómada de los tibetanos imposibilitaron la sinización total. Así, los tibetanos consiguieron un importante grado de autonomía en su día a día.

En las postrimerías de la dinastía Qing, en 1912, con las dificultades que atravesaba el gobierno de China, su presencia en el Tíbet se vio muy reducida. Poco después del fin de la dinastía, las autoridades británicas convocaron una conferencia en la India, en la ciudad de Simla, situada en las montañas, con representantes chinos y tibetanos a fin de establecer la demarcación de las fronteras entre la India y el Tíbet. Comoquiera que el gobierno chino no contaba con fuerza para rechazar estas iniciativas, en principio presentó objeciones a la cesión de cualquier territorio sobre el que China tuviera algún derecho histórico. La actitud de Pekín en la conferencia quedó reflejada por su representante en Calcuta —a la sazón sede de la administración india de Gran Bretaña—, Lu Hsing-chi: «Actualmente, nuestro país se encuentra debilitado; nuestras relaciones exteriores se han complicado y nuestra economía pasa por un mal momento. A pesar de todo, el Tíbet tiene una importancia primordial para las dos [las provincias chinas del sudoeste, Sichuan y Yunnan] y tenemos que hacer un gran esfuerzo durante esta conferencia».7

El delegado chino en la conferencia resolvió el dilema dando el visto bueno con las iniciales, aunque sin firmar, al documento resultante. Los delegados tibetano y británico firmaron el documento. En la práctica diplomática, las iniciales paralizan un texto: implican que se han concluido las negociaciones. La firma lo pone en vigor. China mantuvo que a los representantes tibetanos les faltaba categoría legal para estampar su firma en un acuerdo sobre fronteras, ya que el Tíbet formaba parte de China y no tenía derecho a ejercer soberanía. No quiso reconocer la validez de la administración india del territorio situado al sur de la línea McMahon, si bien al principio no hizo ningún intento claro de impugnarlo.

En la zona occidental, el territorio en litigio se conocía con el nombre de Aksai Chin, una zona prácticamente inaccesible desde la India, razón que explica por qué la India tardó unos meses en darse cuenta —se enteró en 1955— de que China construía una carretera en su interior que iba a unir Xinjiang y el Tíbet. Era también una fuente de problemas la procedencia de la región. Gran Bretaña se la apropiaba en la mayor parte de los mapas oficiales, a pesar de que por los datos que se poseen nunca la había administrado. Cuando la India declaró su independencia de Gran Bretaña, no proclamó la independencia de las reivindicaciones territoriales británicas. En esta se incluía el territorio de Aksai Chin, así como la línea de demarcación de McMahon que figuraba en todos los mapas.

Ambas líneas de demarcación tenían una importancia estratégica. Durante la década de 1950 existió un cierto equilibrio entre las posiciones de las dos partes. China veía la línea McMahon como un símbolo de los planes británicos para que China relajara el control sobre el Tíbet o tal vez para asumir su dominio. El primer ministro indio Jawaharlal Nehru reivindicaba el interés cultural y sentimental del Tíbet basándose en los lazos históricos existentes entre la cultura clásica budista india y el budismo tibetano. Estaba preparado, sin embargo, para reconocer la soberanía china en el Tíbet siempre que se mantuviera una autonomía importante. Con esto en mente, Nehru no quiso apoyar las peticiones de posponer la cuestión de la situación política del Tíbet ante la ONU.

Pero cuando en 1959 el Dalai Lama huyó y se le concedió asilo en la India, China empezó a ver la cuestión de las líneas de demarcación como algo cada vez más estratégico. Zhou presentó la oferta de negociar las reivindicaciones chinas de la parte oriental de la línea con las indias de la parte occidental, es decir, la aceptación de la línea McMahon como base para la negociación a cambio del reconocimiento del derecho chino sobre Aksai Chin.

Prácticamente todos los países poscoloniales insistían en mantener las fronteras dentro de las que habían conseguido la independencia. Su apertura a la negociación creaba interminables controversias y tensiones internas. Nehru rechazó la propuesta china no respondiendo a ella sobre la base de que no había sido elegido para regalar un territorio que él consideraba indiscutiblemente indio.

En 1961, la India aplicó la denominada Política Adelante. A fin de contrarrestar la impresión de que no impugnaba el territorio en litigio, la India situó sus puestos de avanzada cerca de los chinos establecidos anteriormente en la línea de demarcación existente. Se autorizó a los mandos indios para disparar a discreción contra las fuerzas chinas, amparándose en la idea de que los chinos eran intrusos en los territorios indios. Reafirmaron dicha estrategia tras los primeros choques de 1959, cuando Mao, para evitar una crisis, ordenó a las fuerzas chinas que se retiraran unos veinte kilómetros. Las autoridades indias llegaron a la conclusión de que las fuerzas chinas no resistirían un avance de su país; al contrario, lo utilizarían como excusa para retirarse. Según consta en la historia oficial india de la guerra, las fuerzas indias recibieron las siguientes órdenes: «Hay que patrullar lo más lejos posible de nuestra posición actual [la de la India] hacia la frontera internacional que hemos reconocido... [y] evitar que los chinos se adelanten más, a la vez que dominamos los puestos de avanzada establecidos ya en nuestro territorio».8

Se demostró que había sido un cálculo erróneo. Mao canceló las órdenes anteriores de retirada. De todas formas, siguió con una actitud prudente y en la reunión de la Comisión Militar Central de Pekín comentó: «La falta de paciencia en los detalles desbarata los grandes planes. Tenemos que estar atentos a la situación».9 No era todavía una orden para la confrontación militar; se trataba de una especie de alerta para preparar un plan estratégico. Como tal, activó el habitual estilo chino de abordar las decisiones estratégicas: por medio del análisis, la preparación minuciosa; la atención a los factores psicológicos y políticos; la búsqueda de la sorpresa, y la conclusión rápida.

En alguna reunión de la Comisión Militar Central y los principales dirigentes, Mao habló de la Política Adelante de Nehru citando uno de sus dichos: «A una persona que duerme en una cama cómoda no la despierta así como así alguien que ronca».10 Dicho de otra forma: las fuerzas chinas del Himalaya se habían mostrado excesivamente pasivas a la hora de responder a la Política Adelante india, que, bajo la perspectiva china, se estaba aplicando en suelo chino. (Naturalmente, esta era la base de la disputa: un bando y otro aducían que su adversario se había introducido en su territorio.)

La Comisión Militar Central ordenó el fin de la retirada china y estipuló que había que oponer resistencia a los nuevos puestos de avanzada indios creando otros chinos cerca que los rodearan. Mao lo resumió en estas palabras: «Tú blandes un arma, yo blandiré un arma. Nos mantendremos frente a frente, cada cual con su valor». Mao dio a esta estrategia el nombre de «coexistencia armada».¹¹ Fue, en efecto, la puesta en práctica del wei qi en el Himalaya.

Se publicaron instrucciones precisas. El objetivo seguía siendo el de evitar un conflicto más amplio. Los soldados chinos no podían abrir fuego excepto si los indios se acercaban a menos de cincuenta metros de sus posiciones. A partir de aquí, podían iniciarse las acciones militares, aunque solo siguiendo órdenes de las autoridades superiores.

Las autoridades indias se percataron de que China había interrumpido la retirada y también de que moderaban el fuego. Decidieron que iban a resolver el problema con otra maniobra. En lugar de disputar un territorio vacío, el objetivo fue «hacer retroceder los puestos chinos que ya ocupaban».¹²

Ya que no se habían satisfecho los dos objetivos estratégicos establecidos por China —evitar más avances indios y ahorrar derramamiento de sangre—, los dirigentes chinos empezaron a plantearse la posibilidad de que un golpe súbito pudiera llevar a la India a la mesa de negociaciones y poner punto final a la ley del talión.

Con este objetivo en mente, los dirigentes chinos tenían la preocupación de que Estados Unidos pudiera utilizar el conflicto chino-indio en ciernas para lanzar Taiwan contra el continente. Por otra parte, existía la preocupación de que la diplomacia estadounidense, que intentaba impedir que Hanoi convirtiera Laos en base de operaciones para la guerra de Vietnam, fuera pionera de un ataque al sur de China a través de Laos. Los mandatarios chinos no creían que Estados Unidos se implicara hasta el punto que lo había hecho en Indochina (ni en aquellos momentos, antes de que se hubiera iniciado la principal escalada) por intereses estratégicos de la zona.

Los dirigentes chinos consiguieron seguridad en los dos puntos y en el proceso demostraron la forma global en que se planificaba la política en su país. Las conversaciones de Varsovia habían sido el punto elegido para determinar las intenciones de los estadounidenses en el estrecho de Taiwan. El embajador chino asignado a esta tarea fue reclamado de su lugar de descanso y se le ordenó que convocara una reunión. En ella afirmó que Pekín estaba al corriente de los preparativos que se llevaban a cabo en Taiwan para un desembarco en el continente. El embajador estadounidense, que no tenía noticia de tales preparativos —porque en realidad no se estaban llevando a cabo—, recibió instrucciones de responder que Estados Unidos deseaba la paz y «en las circunstancias presentes» no apoyaría una ofensiva nacionalista. El embajador chino que participó en estas conversaciones, Wang Bingnan, anotó en sus memorias que aquella información había desempeñado «un papel fundamental» en la decisión de Pekín de seguir con las operaciones en el Himalaya.¹³ No existe constancia de que el gobierno de Estados Unidos se preguntara qué estrategia podía haber llevado a la convocatoria de una reunión especial. Así se demostraba la diferencia entre un planteamiento político fragmentado y otro global.

El problema de Laos se resolvió por sí solo. En la Conferencia de Ginebra de 1962, la neutralización de Laos y la retirada de las fuerzas estadounidenses de este país aliviaron las preocupaciones de China.

Con todos estos elementos tranquilizadores, Mao reunió a los dirigentes chinos a principios de octubre de 1962 para anunciarles la decisión final, la opción de la guerra:

Libramos una guerra con el viejo Chiang [Kai-shek]. Libramos una guerra con Japón y con Estados Unidos. Con ninguno de ellos tuvimos miedo. Y en todos los casos vencimos. Ahora, los indios quieren entrar en guerra con nosotros. Por supuesto, no nos dan miedo. No podemos ceder terreno; en cuanto cedamos lo más mínimo, veremos cómo se hacen con una extensión de terreno equivalente a la provincia de Fujian. [...] Dado que Nehru da la cara e insiste en que nos enfrentemos a él, sería de mala educación negarse a ello. La cortesía invita a la reciprocidad.14

El 6 de octubre se tomó una primera decisión. El plan estratégico para un asalto masivo encaminado a crear un impacto que llevara a la negociación o al menos pusiera fin a la investigación militar india en un futuro previsible.

Antes de la decisión final de ordenar la ofensiva, llegó la comunicación de Jruschov que especificaba que, en caso de guerra, la Unión Soviética apoyaría a China según las estipulaciones del Tratado de Amistad y Alianza de 1950. Era una decisión que no se ajustaba en absoluto a lo corriente en las relaciones soviético-chinas y a la neutralidad que había caracterizado al Kremlin en la cuestión de las relaciones de la India con China. Tal vez lo explicara el hecho de que Jruschov, consciente de la inminencia de una confrontación a raíz del despliegue de armamento nuclear soviético en Cuba, quisiera asegurar el apoyo chino en la crisis antillana.15 En cuanto finalizó la crisis cubana, no reiteró la oferta.

El ataque chino se produjo en dos fases: una ofensiva preliminar, que se inició el 20 de octubre, y duró cuatro días, seguida por un asalto masivo a mediados de noviembre, que llegó a la zona próxima al Himalaya, a los alrededores de la línea de demarcación imperial tradicional. En este momento, el Ejército Popular de Liberación se detuvo y volvió al punto de partida, detrás de la línea que reclamaba. El territorio en litigio sigue aún hoy disputándose, aunque ni un bando ni otro ha pretendido en ningún momento imponer sus reivindicaciones más allá de las líneas de control existentes.

La estrategia china fue similar a la aplicada en las crisis de las islas costeras. En la guerra entre China y la India del año 1962, China no dio ningún paso por conquistar más territorio, si bien siguió reclamando los situados al sur de la línea McMahon. Puede que esto reflejara un criterio político o un reconocimiento de determinadas realidades logísticas. El territorio del sector oriental conquistado solo podía mantenerse a base de unas líneas de abastecimiento de gran extensión que cruzaran territorios inexplorados.

Al final de la guerra, Mao había resistido —y, en este caso, se había impuesto— en otra importante crisis, a pesar de que la hambruna todavía no había acabado en China. En cierto modo, se repetía la experiencia estadounidense en la guerra de Corea: una subestimación de China por parte del adversario; unas estimaciones de los servicios de inteligencia incontestables sobre la capacidad de China; todo ello unido a unos graves errores de comprensión de la forma en que China interpreta su entorno de seguridad y en que reacciona ante las amenazas militares.

Por otra parte, la guerra de 1962 sumó otro adversario considerable a China en un momento en que las relaciones de este país con la Unión Soviética habían llegado a un punto sin retorno. En realidad, la oferta de apoyo soviética fue tan fugaz como la presencia nuclear soviética en Cuba.

Al intensificarse los conflictos militares en el Himalaya, Moscú optó por la neutralidad, y para hurgar en la herida, Jruschov se justificó diciendo que fomentaba el odiado principio de la coexistencia pacífica. Un editorial de diciembre de 1962 del Diario del Pueblo, el periódico oficial del Partido Comunista de China, comentaba con enojo que era la primera vez que un Estado comunista no apoyaba a otro Estado comunista contra un país «burgués»: «Un comunista tiene la obligación de establecer una diferencia clara entre el enemigo y nosotros mismos, tiene que mostrarse despiadado frente al enemigo y amistoso con sus camaradas».16 El editorial hacía un llamamiento no exento de queja a los aliados de China a «hacer examen de conciencia y a preguntarse qué había sido de su marxismo-leninismo y de su internacionalismo proletario».17

En 1964, los soviéticos abandonaron incluso la pretensión de neutralidad. Mijaíl Suslov, miembro del Politburó e ideólogo del partido, refiriéndose a la crisis de los misiles en Cuba acusó a los chinos de agredir a la India en un momento de grandes dificultades para la Unión Soviética:

En efecto, precisamente en el momento álgido de la crisis en las Antillas, la República Popular de China extendió el conflicto armado en la frontera chino-india. Por más que los dirigentes chinos intentaran entonces justificar su conducta, no pueden eludir la responsabilidad de que con sus actos sirvieron de ayuda a los círculos más reaccionarios del imperialismo.18

China, que aún no había superado del todo la hambruna, declaró que tenía adversarios en todas las fronteras.

LA REVOLUCIÓN CULTURAL

En un momento de posible emergencia nacional, Mao decidió pulverizar el Estado chino y el Partido Comunista. Lanzó lo que él mismo consideró que iba a ser el ataque final contra los obstinados restos de la cultura tradicional, de cuyos escombros, profetizó, emergería una nueva generación ideológicamente pura, capaz de salvaguardar la causa revolucionaria contra los enemigos internos y externos. Impulsó el país hacia una década de frenesí ideológico, de política marcada por un atroz fraccionamiento y lo llevó al borde de una guerra civil que se denominó la Gran Revolución Cultural Proletaria.

Ninguna institución se salvó de las continuas oleadas de agitación que desencadenó. En todo el país se disolvieron gobiernos locales en confrontaciones violentas con «las masas», impulsadas por la propaganda de Pekín. Se purgó a destacados miembros del Partido Comunista y a dirigentes del Ejército Popular de Liberación, entre los que se contaban algunos que habían estado al mando de las guerras revolucionarias. El sistema educativo chino —hasta entonces columna vertebral del orden social del país— quedó paralizado, se suspendieron indefinidamente las clases y la joven generación se dedicó a recorrer el país siguiendo la exhortación de Mao de «aprender la revolución haciendo la revolución».19

Muchos de esos jóvenes que de pronto recuperaron la espontaneidad se alistaron en las facciones de la Guardia Roja, en las milicias juveniles, llenos de fervor ideológico, actuando por encima de la ley y fuera (a menudo en explícita oposición) de las estructuras institucionales corrientes. Mao refrendó tales acciones con consignas imprecisas aunque incendiarias, como: «La rebeldía está justificada» y «Bombardeemos los cuarteles generales».20 Aprobó los ataques violentos a la burocracia del Partido Comunista y a las convenciones sociales tradicionales, a la vez que estimulaba a los jóvenes a no temer el «descontrol» en su lucha por erradicar los temibles «cuatro viejos» —viejas ideas, vieja cultura, viejas costumbres y viejos hábitos—, que, según el maoísmo, habían mantenido débil a China.²¹ El Diario del Pueblo avivaba el fuego publicando editoriales como «En elogio del desorden», una dura crítica, apoyada por el gobierno, a la tradición milenaria china de armonía y orden.²²

Todo ello tuvo como consecuencia una carnicería humana e institucional, a medida que los órganos de poder y autoridad —incluyendo los estamentos superiores del Partido Comunista— fueron sucumbiendo uno a uno a los ataques de las tropas de asalto ideológicas formadas por adolescentes. China —una civilización conocida hasta entonces por su respeto al aprendizaje y a la erudición— se convirtió en un mundo patas arriba, en el que los hijos se volvían contra los padres, los estudiantes maltrataban a los profesores y quemaban libros, y se mandaba a profesionales y funcionarios de alto rango al campo y a las fábricas a aprender la práctica revolucionaria de los campesinos analfabetos. Las escenas de crueldad se multiplicaron por el país mientras la Guardia Roja y los ciudadanos que se aliaron a ella —algunos escogiendo una facción al azar con la idea de sobrevivir a la tormenta— dirigían su furia contra cualquier objetivo que incluso podía devolver a China el antiguo orden «feudal».

El hecho de que a veces el blanco fueran personas que llevaban siglos muertas no frenaba las iras de los exaltados. Los estudiantes y profesores revolucionarios de Pekín se desplazaron al pueblo natal de Confucio con la promesa de acabar de una vez por todas con la influencia del viejo sabio mandando quemar libros antiguos, y allí destrozaron tablillas conmemorativas y arrasaron las tumbas de Confucio y sus descendientes. En Pekín, en los asaltos de la Guardia Roja se destruyeron 4.922 «lugares de interés cultural o histórico de los 6.843 que poseía la capital». Se informó de que se había salvado la Ciudad Prohibida gracias a la intervención personal de Zhou Enlai.²³

Una sociedad gobernada tradicionalmente por una élite de intelectuales confucianos buscaba en aquellos momentos la fuente de la sabiduría en los campesinos sin cultura. Se cerraron las universidades. Cualquier persona considerada «experta» pasó a ser sospechosa, la competencia profesional se convirtió en un concepto peligrosamente burgués.

La posición diplomática del país cambió de manera radical. El mundo se veía desde la perspectiva prácticamente incomprensible de una China que lanzaba su furia contra el bloque soviético, las potencias occidentales y la propia historia y cultura del país. Los diplomáticos chinos y el personal de apoyo en el extranjero arengaban a los ciudadanos de los países que los acogían con llamadas a la revolución y conferencias sobre «el Pensamiento de Mao Zedong». En escenas que recordaban el alzamiento de los bóxers setenta años antes, las multitudes de la Guardia Roja asaltaron las embajadas extranjeras de Pekín y saquearon incluso la misión británica, no sin antes apalear y acosar al personal que huía de ella. El secretario de Asuntos Exteriores británico escribió al ministro de Asuntos Exteriores chino, el mariscal Chen Yi, en estos términos: «Si bien nuestros países mantienen relaciones diplomáticas [...] por el momento retiramos la misión y el personal de las dos capitales». Obtuvo el silencio por respuesta: el ministro de Asuntos Exteriores chino también había sido «atacado» y no pudo responder.24 Finalmente, todos los embajadores que había en China salvo uno —el hábil e ideológicamente intachable Huang Hua en El Cairo— y aproximadamente dos terceras partes del personal de las embajadas fueron reclamados para que volvieran al país a reeducarse en el campo o a participar en actividades revolucionarias.25 En esa época China estaba inmersa en conflictos con los gobiernos de cerca de una docena de países. Únicamente mantenía buenas relaciones con uno: la República Popular de Albania.

El Pequeño Libro Rojo fue un elemento emblemático de la Revolución Cultural. La obra contenía citas de Mao recopiladas en 1964 por Lin Biao, designado posteriormente sucesor de Mao y muerto cuando salía del país en un oscuro accidente de aviación, según se dijo tras intentar un golpe de Estado. Todos los chinos tenían que llevar encima un ejemplar del Pequeño Libro Rojo. La Guardia Roja los blandía mientras llevaba a cabo «asaltos» en los edificios públicos de todo el país bajo autorización —o al menos, tolerancia— de Pekín, desafiando de forma violenta a las burocracias provinciales.

De todas formas, la Guardia Roja no era más inmune al dilema de las revoluciones que se vuelven contra sí mismas que al de los cuadros que se suponía que tenían que depurar. Más protegidos por la ideología que por la formación, los integrantes de la Guardia Roja se convirtieron en facciones que optaban por sus propias preferencias ideológicas y personales. Las contradicciones entre ellos se exacerbaron tanto que en 1968 Mao disolvió oficialmente la Guardia Roja y asignó a los militantes leales del Partido y a los dirigentes militares la tarea de restablecer los gobiernos provinciales.

Se hizo pública la nueva política de «enviar» a una generación de jóvenes a los lugares más recónditos del país para aprender de los campesinos. Llegados a este punto, los militares eran la última institución china importante que mantenía la estructura y asumía funciones muy alejadas de sus competencias ordinarias. El personal militar organizó los ministerios gubernamentales destrozados, se ocupó de los campos y administró las fábricas, todo ello además de llevar a cabo su función primordial de defender el país contra ataques exteriores.

Las consecuencias inmediatas de la Revolución Cultural fueron catastróficas. Tras la muerte de Mao, la valoración hecha por la segunda y la tercera generación de dirigentes —casi todos víctimas en un momento u otro— fue de condena. Deng Xiaoping, principal dirigente del país entre 1979 y 1991, afirmaba que la Revolución Cultural había estado a punto de destruir el Partido Comunista como institución y que había destruido su credibilidad, como mínimo de forma temporal.26

En los últimos años, al irse desdibujando los recuerdos personales, empieza a surgir con alguna vacilación otra perspectiva en China. Esta reconoce los colosales errores que se cometieron durante la Revolución Cultural, pero también se pregunta con timidez si Mao no habría formulado una pregunta importante, aunque su respuesta se demostrara catastrófica. Se plantea que Mao habría identificado la relación del Estado moderno —especialmente, el Estado comunista— con el pueblo al que gobierna. En sociedades básicamente agrícolas —incluso con una industria incipiente—, la gobernanza engloba cuestiones que el pueblo en general es capaz de comprender. Evidentemente, en las sociedades aristocráticas, la parte relevante de la sociedad es limitada. Pero, con independencia de la legitimidad formal, hace falta un consenso tácito de aquellos que tienen que llevar adelante las directrices, a menos que la gobernanza se aplique totalmente por imposición, algo que suele ser insostenible durante un largo período histórico.

En el período moderno, el problema estriba en que las cuestiones se han hecho tan complejas que cada vez es más impenetrable el marco legal. El sistema político publica directrices, pero deja la responsabilidad de su ejecución, cada vez a un nivel más amplio, a las burocracias apartadas tanto del proceso político como del pueblo, cuyo único control está en las elecciones periódicas, suponiendo que existan. Incluso en Estados Unidos, los instrumentos jurídicos principales suelen estar formados por miles de páginas que han leído en detalle como mucho un reducido grupo de legisladores. En los países comunistas, normalmente las burocracias actúan en grupos cerrados que siguen sus propias normas para llevar a cabo unos procedimientos que suelen definir para sí mismos. Se abren fisuras entre las clases políticas y burocráticas, y entre unas y otras y la población en general. Así, se corre el riesgo de que del ímpetu burocrático salga una nueva clase de mandarines. El intento de Mao por resolver el problema en un asalto de gran envergadura estuvo a punto de destruir la sociedad china. Un libro publicado recientemente por el erudito y asesor gubernamental de China, Hu Angang, mantiene que la Revolución Cultural, a pesar de que fracasó, preparó el terreno para las reformas de Deng de las décadas de 1970 y 1980. Hu propone ahora utilizar la Revolución Cultural como estudio sobre vías en las que los «sistemas de toma de decisiones» en el régimen político existente en China podrían convertirse en «más democráticos, científicos e institucionalizados».27

¿SE PERDIÓ UNA OPORTUNIDAD?

Visto en retrospectiva, nos preguntamos si Estados Unidos estaba en condiciones de iniciar el diálogo con China diez años antes de cuando lo hizo. La agitación vivida en China, ¿podía haber constituido el punto de partida para un diálogo serio? Dicho de otra forma, ¿acaso los años sesenta fueron una oportunidad perdida para el acercamiento entre chinos y estadounidenses? ¿Podía haberse producido antes la apertura de China?

En realidad, el obstáculo fundamental para una política exterior estadounidense más imaginativa fue la idea de Mao de la revolución permanente. Mao había decidido en aquellos momentos impedir que se produjera un instante de calma. Los intentos de reconciliación con el archienemigo capitalista no tenían ninguna posibilidad de prosperar mientras el enfrentamiento a muerte con Moscú era el centro del rechazo del compromiso de la coexistencia pacífica de Jruschov.

Estados Unidos dio algún paso vacilante hacia una percepción de China algo más flexible. En octubre de 1957, el senador John F. Kennedy publicó un artículo en Foreign Affairs en el que subrayaba «la fragmentación de la autoridad dentro de la órbita soviética» y afirmaba que la política estadounidense en Asia era «probablemente demasiado rígida». Defendía la continuación de la política de no reconocer a la República Popular, aunque aconsejaba estar alerta para revisar la «frágil concepción de una China totalitaria e inamovible» a medida que fueran cambiando las circunstancias. Su consejo era: «Tenemos que andar con tiento y no encorsetar nuestra política a consecuencia de la ignorancia, pues podría impedirnos detectar un cambio en la situación objetiva cuando se produjera».28

La percepción de Kennedy era sutil, pero cuando llegó a la presidencia, el cambio que se produjo en la dialéctica de Mao fue en sentido opuesto: hacia una mayor hostilidad y no menor; y también en el sentido de la eliminación violenta de los adversarios del país y del apuntalamiento de las estructuras institucionales, en lugar de inclinarse por la reforma moderada.

En los años que siguieron al artículo de Kennedy, Mao lanzó una Campaña Antiderechista en 1957, se produjo una segunda crisis en el estrecho de Taiwan en 1958 (que él mismo describió como un intento de «dar una lección a los estadounidenses»)29 y se llevó a cabo el Gran Salto Adelante. Cuando Kennedy llegó a la presidencia, China emprendió un ataque militar en la frontera contra la India, país que la administración de Kennedy había considerado una alternativa al comunismo en Asia. No eran aquellas las señales de conciliación y cambio para las que Kennedy había advertido a los estadounidenses que se mantuvieran receptivos.

El gobierno de Kennedy hizo un gesto humanitario para paliar la precaria situación agrícola de China durante la hambruna desatada por el Gran Salto Adelante. La oferta, descrita como una iniciativa para asegurar «comida para la paz», sin embargo, exigía una petición específica de China en la que reconociera su «deseo serio» de asistencia. El compromiso de Mao de autosuficiencia excluía cualquier tipo de dependencia de la ayuda extranjera. China, según respondió su representante en las conversaciones entre embajadores de Varsovia, «superaba los problemas con su propio esfuerzo».30

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