China

China


Henry Kissinger

Página 21 de 31

En una insólita práctica de política exterior independiente, el presidente Carter reafirmó al principio de su mandato todos los compromisos sobre Taiwan que había aceptado Nixon ante Zhou en febrero de 1972. En 1978 expuso una fórmula específica de normalización que permitía a ambas partes mantener sus principios establecidos: reafirmación de los principios aceptados por Nixon y Ford; declaración de Estados Unidos en la que se hiciera hincapié en el compromiso del país respecto a un cambio pacífico; beneplácito chino frente a ciertas ventas de armamento estadounidense a Taiwan. Carter avanzó personalmente estas ideas en una conversación con el embajador chino, Chai Zemin, en la que advirtió de que, si no se producían las ventas de armas estadounidenses, Taiwan se vería obligado a recurrir al armamento nuclear, como si Estados Unidos no tuviera influencia sobre los planes y las actuaciones de Taiwan.²²

La normalización surgió por fin cuando Carter presentó una fecha límite al invitar a Deng a visitar Washington. Deng aceptó unas ventas de armas no especificadas a Taiwan y no contradijo la declaración estadounidense de que Washington esperaba que la solución definitiva sobre la cuestión de Taiwan se llevara a cabo pacíficamente, a pesar de que China había dejado claro que no iba a adoptar un compromiso formal en ese sentido. La posición de Pekín, tal como recalcó Deng a Brzezinski, establecía: «La liberación de Taiwan es un asunto interno de China, en el que ningún país tiene derecho a interferir».²³

La normalización implicaba que la embajada estadounidense se trasladaría de Taipei a Pekín; un diplomático de Pekín sustituiría al representante de Taipei en Washington. Como respuesta, en abril de 1979, el Congreso de Estados Unidos aprobó la Ley de Relaciones con Taiwan, que expresaba la preocupación de este país sobre el futuro como ley vinculante para los estadounidenses; no así, evidentemente, para China.

Este equilibrio entre los principios estadounidenses y chinos demuestra que a veces la ambigüedad constituye la esencia de la diplomacia. Hacía falta habilidad política por una y otra parte para avanzar en el proceso.

LOS VIAJES DE DENG

Mientras Deng pasaba de la exhortación a la práctica, se encargó de que China no tuviera que esperar de forma pasiva las decisiones estadounidenses. Siempre que pudo creó —sobre todo en el sudeste asiático— el marco político que defendía.

Mao había llamado a los dirigentes extranjeros a su residencia como lo habría hecho un emperador y Deng adoptó la vía opuesta: viajó por el sudeste asiático, por Estados Unidos y Japón y puso en práctica una diplomacia con sello propio, clara y directa y en ocasiones arrolladora. En 1978 y 1979 emprendió una serie de viajes que cambiaron la imagen de China en el exterior: pasó de ser el contrincante revolucionario a la víctima de los designios geopolíticos de soviéticos y vietnamitas. Durante la guerra de Vietnam, China se había situado en el otro lado. En Tailandia y Malaisia, China había fomentado antes la revolución entre las poblaciones de fuera formadas por compatriotas y entre las minoritarias.24 Todo ello quedaba entonces subordinado a encarar el peligro inmediato.

En una entrevista concedida a la revista Time en febrero de 1979, Deng anunciaba el plan estratégico chino a un público más amplio: «Si de verdad queremos poner freno al oso polar, la única opción realista es la unidad. No nos basta con depender exclusivamente de la fuerza de Estados Unidos. No nos basta con depender exclusivamente de la fuerza de Europa. Somos un país insignificante y pobre, pero si nos unimos, tendremos peso».25

En todos sus desplazamientos, Deng subrayó el relativo atraso que vivía China y su deseo de conseguir tecnología y conocimientos de los países industrializados más avanzados. Insistía, sin embargo, en que la falta de desarrollo no cambiaba su determinación de oponerse a la expansión soviética y vietnamita, si hacía falta por la fuerza y en solitario.

Los viajes al extranjero de Deng —y sus repetidas alusiones a la pobreza de China— constituían claras desviaciones respecto al tradicional arte de gobernar el país. Muy pocos gobernantes chinos habían salido del país. (Evidentemente, ya que en su concepción clásica gobernaban todo lo que se encontraba bajo la capa del cielo, estrictamente hablando, no tenían un «extranjero» adonde ir.) La voluntad de Deng de subrayar abiertamente el atraso de China y la necesidad de aprender de los demás contrastaba de manera muy marcada con la actitud distante de los emperadores chinos y la burocracia con la que trataban a los extranjeros. Nunca un dirigente chino había hablado ante un extranjero de la necesidad de conseguir productos de fuera. La corte Qing había aceptado en raras ocasiones innovaciones procedentes del exterior (por ejemplo, en su actitud acogedora con los astrónomos y matemáticos jesuitas), pero siempre había insistido en que el comercio con el exterior era una expresión de buena voluntad por parte de los chinos y no una necesidad del país. Mao también había hecho hincapié en la autonomía, aunque el precio que pagó fuera el de la depauperación y el aislamiento.

Deng empezó sus viajes en Japón y lo hizo con ocasión de la ratificación del tratado mediante el cual se había negociado la normalización de las relaciones diplomáticas entre Japón y China. El plan estratégico de Deng exigía reconciliación, y no simple normalización, a fin de que el país nipón pudiera aislar a la Unión Soviética y a Vietnam.

Con este objetivo en mente, Deng se preparó para poner fin al medio siglo de sufrimiento infligido por Japón a China. Deng, eufórico, declaró: «Mi corazón estalla de júbilo». Acto seguido abrazó a su homólogo japonés, un gesto del que sus anfitriones habrían encontrado pocos precedentes en su sociedad, o, en realidad, en la china. Deng no intentó disimular el atraso económico que vivía su país: «Quien tiene un rostro desagradable es inútil que intente pasar por atractivo». Cuando le pidieron que firmara en el libro de visitas, escribió un reconocimiento insólito de los logros japoneses: «Presentamos nuestros respetos al pueblo japonés y aprendemos de él, un pueblo extraordinario, diligente, valeroso e inteligente».26

En noviembre de 1978, Deng se desplazó al sudeste asiático y viajó por Malaisia, Singapur y Tailandia. Bautizó Vietnam como «la Cuba oriental» y habló del tratado soviético-vietnamita recién firmado, tachándolo de amenaza contra la paz mundial.27 En Tailandia, el 8 de noviembre de 1978, insistió: «La seguridad y la paz de Asia, del Pacífico y del mundo entero están en peligro», a causa del tratado soviético-vietnamita: «Este tratado no solo va dirigido contra China. [...] Es un importante plan soviético de alcance mundial. Uno puede creer que el tratado tiene como objetivo cercar a China. He comentado a los países amigos que China no teme el cerco. Tiene un significado más importante para Asia y el Pacífico. Están amenazadas la seguridad y la paz de Asia, del Pacífico y del mundo entero».28

En su visita a Singapur, Deng se encontró con un alma gemela —el extraordinario primer ministro Lee Kuan Yew— y pudo entrever el posible futuro de China: una sociedad con mayoría china que prosperaba bajo lo que Deng describía, admirado, como «administración estricta» y «orden público perfectamente organizado».29 En aquellos momentos, China seguía siendo un país sumamente pobre, con un «orden público» que había sobrevivido a duras penas a la Revolución Cultural. Lee Kuan Yew describió el memorable intercambio:

Me invitó a visitar de nuevo China. Dije que lo haría cuando su país se hubiera repuesto de la Revolución Cultural. Eso, dijo, llevará mucho tiempo. Comenté que no tendrían muchos problemas en tomar la delantera y sacar mejores resultados que Singapur, pues nosotros éramos los descendientes de los campesinos analfabetos y sin tierra de Fujian y Cantón, mientras que ellos procedían de eruditos, mandarines y personas cultas que se habían quedado en su país. Él permaneció en silencio.30

Lee rindió homenaje al pragmatismo de Deng y a su voluntad de aprender a partir de la experiencia; también aprovechó la oportunidad para expresar algunas de las inquietudes del sudeste asiático que tal vez no se filtrarían a través de la criba burocrática y diplomática de China:

China pretendía que los países del sudeste asiático se unieran a su país para aislar al «oso ruso»; en realidad, nuestros vecinos querían que nos uniéramos para poder aislar al «dragón chino». No existían «rusos extranjeros» en el sudeste asiático que dirigieran insurrecciones comunistas con el apoyo de la Unión Soviética y, en cambio, sí había «chinos extranjeros» alentados y apoyados por el Partido Comunista de China y por su gobierno que representaban una amenaza para Tailandia, Malaisia, Filipinas y, en menor medida, para Indonesia. Por otro lado, China declaraba abiertamente su relación especial con los chinos extranjeros por razón de vínculos de sangre y apelaba directamente a su patriotismo por encima de los gobernantes de los países de los que eran ciudadanos. [...] Le sugerí que habláramos de cómo resolver este problema.³¹

Resultó que Lee tenía razón. Los países del sudeste asiático, a excepción de Singapur, se comportaron con gran precaución a la hora de enfrentarse a la Unión Soviética o a Vietnam. No obstante, Deng consiguió sus objetivos básicos: sus múltiples declaraciones públicas constituyeron una advertencia sobre una posible iniciativa china para poner remedio a la situación. Algo pensado para que no pasara desapercibido a Estados Unidos, la pieza básica del plan de Deng. Esta estrategia exigía una definición mejor perfilada de la relación con Estados Unidos.

LA VISITA DE DENG A ESTADOS UNIDOS Y LA NUEVA DEFINICIÓN DE LA ALIANZA

Se anunció la visita de Deng a Estados Unidos como la celebración de la normalización de relaciones entre ambos países y para inaugurar una estrategia común que, partiendo del comunicado de Shanghai, afectaba básicamente a la Unión Soviética.

Demostró asimismo la habilidad especial de la diplomacia china: la de crear la impresión de apoyo por parte de unos países que en realidad no habían aceptado ese papel o ni siquiera se les había pedido que lo representaran. El modelo había surgido veinte años antes, durante la crisis de las islas costeras. Mao empezó a bombardear Quemoy y Mazu en 1958, tres semanas después de la tensa visita de Jruschov a Pekín, con lo que creó la impresión de que Moscú había aceptado de antemano la actuación de Pekín, y no era así. Eisenhower había llegado al punto de acusar a Jruschov de colaborar en el fomento de la crisis.

Siguiendo la misma táctica, antes de iniciar la guerra con Vietnam, Deng efectuó una importante visita a Estados Unidos. Ni en un caso ni en otro, China pidió colaboración para su inminente esfuerzo militar. Al parecer, no se había informado a Jruschov sobre la operación de 1958 y el dirigente soviético se irritó al encontrarse ante el peligro de una guerra nuclear; Washington recibió información sobre la invasión de 1979 después de la llegada de Deng a Estados Unidos, pero no le proporcionó apoyo explícito y limitó su función a la de compartir tareas de inteligencia y coordinación diplomática. En las dos ocasiones, Pekín consiguió crear la impresión de que sus iniciativas contaban con el beneplácito de una de las superpotencias, lo que frenaba la intervención de la otra. En el marco de esta sutil y audaz estrategia, en 1958 la Unión Soviética se había visto incapaz de evitar el ataque chino en las islas de la costa; en cuanto a Vietnam, no sabía lo que se había acordado durante la visita de Deng y probablemente daba por sentado lo peor.

En este sentido, la visita de Deng a Estados Unidos fue una especie de espectáculo de sombras chinescas, uno de cuyos objetivos fue intimidar a la Unión Soviética. La semana que pasó el mandatario chino en Estados Unidos constituyó una cumbre diplomática, combinada con un viaje de negocios, la gira de una campaña política y la guerra psicológica de cara a la tercera guerra de Vietnam. En aquellos días estuvo en Washington, Atlanta, Houston y Seattle y se produjeron escenas inimaginables en la época de Mao. En una cena oficial en la Casa Blanca, el 29 de enero, el mandatario de la «China Roja» compartió mantel con los dirigentes de Coca-Cola, PepsiCo y General Motors. En una gala organizada en el Centro John F. Kennedy, el menudo viceprimer ministro estrechó la mano a los miembros del equipo de baloncesto de los Harlem Globetrotters.³² Deng, tocado con un Stetson y a bordo de una diligencia, se exhibió ante los asistentes a un rodeo y una barbacoa en Simonton, Texas.

Durante toda la visita, Deng insistió en la necesidad de conseguir tecnología extranjera y desarrollar la economía del país. A petición de él, sus anfitriones le organizaron un recorrido por fábricas e instalaciones tecnológicas, entre las que destacaba la planta de montaje de la Ford en Hapeville, Georgia, la Hughes Tool Company, de Houston (donde Deng inspeccionó las barrenas de perforación para prospecciones petrolíferas cerca del litoral) y la planta de fabricación de Boeing en Seattle. Al llegar a Houston, Deng manifestó su deseo de «aprender de la avanzada experiencia del país en el sector del petróleo y otros».³³ Deng hizo unas declaraciones optimistas respecto a las relaciones chino-estadounidenses. Insistió: «Quiero conocerlo todo sobre la vida de Estados Unidos» y «absorber todo lo que pueda beneficiarnos».34 En el Centro Espacial Lyndon B. Johnson de Houston, Deng pasó mucho tiempo en el simulador de vuelo de una lanzadera espacial. Uno de los informativos difundió las imágenes.

Deng Xiaoping, que utiliza su viaje a Estados Unidos para exagerar el entusiasmo de su país respecto al avance de la tecnología, hoy ha montado en la cabina de un simulador de vuelo para descubrir la sensación de aterrizar en la nave espacial estadounidense más avanzada desde una altura de 30.000 metros.

El viceprimer ministro chino [Deng] parecía tan fascinado con la experiencia que hizo un segundo aterrizaje y ni siquiera entonces parecía dispuesto a abandonar el simulador.35

Aquello quedaba a miles de leguas de la estudiada indiferencia del emperador de la dinastía Qing ante los regalos y las promesas comerciales de Macartney o de la estricta insistencia de Mao sobre la autarquía económica. En la reunión que mantuvo con el presidente Carter el 29 de enero, Deng explicó la política de las cuatro modernizaciones de China, presentada por Zhou en su última aparición en público, en la que prometía poner al día los sectores agrícola, industrial, científico y tecnológico y de defensa nacional. Todo aquello quedaba subordinado al objetivo primordial de la visita de Deng: crear una alianza de facto entre Estados Unidos y China. Este fue su resumen:

Señor presidente, usted nos pidió que esbozáramos nuestra estrategia. Para llevar adelante nuestras cuatro modernizaciones necesitamos un largo período de paz en nuestro entorno. Pero ahora mismo estamos convencidos de que la Unión Soviética iniciará una guerra. Ahora bien, si actuamos de forma correcta y adecuada, tal vez podamos posponerla. China espera postergar la guerra por un espacio de veintidós años.36

Partiendo de esta base, no recomendamos la creación de una alianza formal; al contrario, cada cual debe actuar desde su punto de vista, coordinar las actividades y adoptar las medidas necesarias. Es una meta que puede alcanzarse. Si resulta que nuestros esfuerzos son inútiles, la situación será cada vez más vacía de contenido.37

Aquello de actuar como aliados sin constituir una alianza era empujar el realismo al extremo. Si todos los dirigentes eran estrategas competentes y reflexionaban de manera profunda y sistemática sobre logística, iban a llegar a las mismas conclusiones. No hacían falta las alianzas; la lógica de sus análisis conduciría a direcciones semejantes.

Pero dejando a un lado las diferencias sobre historia y geografía, ni siquiera los dirigentes que defienden posturas similares llegan necesariamente a unas conclusiones idénticas, sobre todo si se encuentran bajo tensión. El análisis depende de la interpretación; existen diferencias de criterio sobre lo que constituye un hecho, y mucho más sobre su significado. Así pues, los países han establecido alianzas, instrumentos formales que protegen los intereses comunes en la medida de lo posible, respecto a circunstancias externas o presiones internas; con ello crean una obligación adicional de llevar a cabo cálculos sobre el interés nacional. Al mismo tiempo proporcionan la obligación legal de justificar la defensa común, a la que puede apelarse en un momento de crisis. Por fin, las alianzas reducen —siempre que se aborden con seriedad— el peligro del error de cálculo por parte del posible adversario y, por consiguiente, añaden un elemento de cuantificación en la gestión de la política exterior.

Deng —así como la mayoría de los dirigentes chinos— consideraba que no hacía falta una alianza formal en las relaciones entre Estados Unidos y China y que, en definitiva, no iba a suponer ventaja alguna para su política exterior. Estaban preparados para confiar en los acuerdos tácitos. De todas formas, en la última frase de Deng insinuaba un aviso. Si no podían definirse ni convertirse en realidad unos intereses similares, la relación se convertiría en algo «vacío», es decir, se iría marchitando, y probablemente China volvería a la idea de los tres mundos de Mao —que seguía siendo la política oficial— a fin de que el país pudiera moverse entre las superpotencias.

Los intereses similares, en la perspectiva de Deng, iban a expresarse en un acuerdo informal a escala mundial en el que la Unión Soviética entraría en Asia mediante la colaboración político-militar con objetivos análogos a los de la OTAN en Europa. Sería algo menos estructurado, que dependería en buena parte de la relación bilateral entre China y Estados Unidos. También se basaría en una doctrina geopolítica distinta. La OTAN pretendía unir a sus asociados, sobre todo en la resistencia contra la agresión soviética; evitaba claramente cualquier alusión a la anticipación militar. La doctrina estratégica de la OTAN, centrada en evitar la confrontación diplomática, era exclusivamente defensiva.

Lo que proponía Deng era en definitiva una política de prevención; se trataba de un aspecto de la doctrina disuasoria ofensiva de China. Había que ejercer presión contra la Unión Soviética en toda su periferia y en especial en las regiones en las que últimamente había extendido su presencia, en particular el sudeste asiático e incluso África. Si hacía falta, China estaba preparada para poner en marcha la acción militar encaminada a frustrar los designios soviéticos, sobre todo en el sudeste asiático.

La Unión Soviética, advirtió Deng, nunca se comprometerá con acuerdos; su país, según él, solo entendía el lenguaje de la fuerza compensatoria. El estadista romano Catón el Viejo se hizo famoso por acabar siempre sus discursos con un claro llamamiento: Carthago delenda est («Hay que destruir Cartago»). Deng tenía su propia exhortación: Hay que oponer resistencia a la Unión Soviética. En todas sus alocuciones se encontraba siempre alguna variación de la admonición en la que especificaba que la naturaleza inalterable de Moscú llevaría a esta potencia a «intentar meterse donde encontrara una brecha».38 Como dijo Deng al presidente Carter: «En cuanto la Unión Soviética introduzca un dedo en ella, hay que cortárselo de raíz».39

El análisis de Deng sobre la situación estratégica incluía una declaración dirigida a la Casa Blanca en la que se precisaba que China pretendía entrar en guerra con Vietnam porque había deducido que este país no iba a detenerse en Camboya. «La denominada federación indochina ha de incluir más de tres estados —advirtió Deng—. Es una idea que acariciaba Ho Chi Minh. Los tres estados no son más que el primer paso. Después habrá que incorporar Tailandia.»40 Deng declaró que China tenía la obligación de pasar a la acción. No podía quedarse esperando los acontecimientos; en cuanto se hubieran producido ya sería demasiado tarde.

Deng dijo a Carter que se había planteado la «peor posibilidad», una intervención soviética masiva, como parecía exigir el nuevo tratado de defensa entre Moscú y Hanoi. En efecto, los informes indicaban que Pekín había evacuado unos 300.000 civiles de sus territorios fronterizos septentrionales y había situado sus fuerzas a lo largo de la línea divisoria chino-soviética en estado de máxima alerta.41 Pero, siguió contando Deng a Carter, Pekín consideraba que una guerra breve y limitada no proporcionaría a Moscú tiempo para «una reacción de envergadura» y que las condiciones del invierno dificultarían un ataque soviético a gran escala en el norte de China. Deng insistió en que China «no tenía miedo», pero necesitaba «el apoyo moral de Washington»,42 y eso añadía una ambigüedad suficiente sobre los planes estadounidenses para proporcionar tiempo de reflexión a la Unión Soviética.

Un mes después de la guerra, Hua Guofeng me explicaba el minucioso análisis estratégico que la había precedido:

Nos planteamos incluso la posibilidad de una reacción soviética. La primera era la de un importante ataque contra nosotros. La consideramos una posibilidad mínima. A lo largo de la frontera hay un millón de soldados, pero no es una cantidad suficiente para un ataque importante contra China. Si hubieran retirado una parte de las tropas de Europa, habría transcurrido un tiempo y Europa les inquietaría. Saben que una batalla contra China sería una cuestión de envergadura, que no podría resolverse en un corto período de tiempo.

Deng planteó a Carter un reto tanto respecto a los principios como a la actitud pública. De entrada, Carter no aprobaba las estrategias preventivas, sobre todo porque implicaban movimientos militares a través de fronteras de estados soberanos. Por otra parte, se tomaba en serio, a pesar de no compartirlo del todo, el punto de vista de Zbigniew Brzezinski, asesor de Seguridad Nacional, sobre las implicaciones estratégicas de la ocupación vietnamita de Camboya, análogo al de Deng. Carter resolvió el dilema invocando los principios, pero dejando margen para el ajuste a las circunstancias. Un cierto desacuerdo dio paso a un vago respaldo tácito. Puso de relieve la posición moral favorable que iba a perder Pekín si atacaba Vietnam. China, considerada a la sazón un país pacífico, correría el peligro de verse acusada por agresión:

Es una cuestión grave. Aparte de enfrentarse a una amenaza militar del Norte, deberán sufrir un cambio en la actitud internacional. Actualmente, China se considera un país pacífico, contrario a la agresión. Los países de la ASEAN, así como la ONU, han condenado a la Unión Soviética, a Vietnam y a Cuba. No hace falta saber qué acción punitiva tienen en mente, pero podría producirse un aumento de la violencia y un cambio en la postura de los demás países: en lugar de ir contra Vietnam, apoyarían parcialmente a este país.

Para nosotros sería complicado alentar la violencia. Podemos proporcionarles información en el ámbito de los servicios secretos. No tenemos noticias sobre movimientos recientes de las tropas soviéticas hacia sus fronteras.

No tengo más respuesta que darle. Nos hemos unido a la condena de Vietnam, pero la invasión de este país podría convertirse en una grave acción desestabilizadora.43

Lo de rechazar la aprobación de la violencia pero ofrecer información sobre los movimientos de las tropas soviéticas era añadir una nueva dimensión a la ambigüedad. Podía significar que Carter no compartía la opinión de Deng sobre una amenaza soviética subyacente. O bien, si se reducía el temor chino sobre una posible reacción soviética, había la interpretación de que se fomentaba la invasión.

Al día siguiente, Carter y Deng se reunieron en privado, y aquel entregó a este una nota (hasta hoy inédita) en la que resumía la postura estadounidense. Según Brzezinski: «El propio presidente escribió a mano una carta a Deng, en tono moderado, de contenido grave, en la que subrayaba la importancia de la contención y resumía las posibles consecuencias adversas a escala internacional. Consideré que aquel era el planteamiento correcto, pues no podíamos actuar formalmente en connivencia con los chinos patrocinando algo que iba a suponer una clara agresión militar».44 El acuerdo informal era otra cuestión.

Según un informe en el que se recogía la conversación de los dos mandatarios (a la que solo había asistido un intérprete), Deng insistió en que el análisis estratégico invalidaba el comentario de Carter respecto a la opinión mundial. Lo más importante era que no se considerara a China como un país acomodaticio: «China aún tiene que dar una lección a Vietnam. La Unión Soviética puede utilizar a Cuba, a Vietnam y, posteriormente, Afganistán puede convertirse en agente suyo [de la Unión Soviética]. La República Popular de China aborda la cuestión desde una posición de fuerza. La acción será muy limitada. Si Vietnam viera cierta debilidad en la República Popular de China, la situación empeoraría».45

Deng abandonó Estados Unidos el 4 de febrero de 1979. En su viaje de regreso, colocó la última pieza en el tablero de wei qi. Se detuvo en Tokio por segunda vez en seis meses para afianzar el apoyo japonés a la inminente actuación militar y aislar un poco más a la Unión Soviética. Ante el primer ministro nipón, Masayoshi Ohira, Deng reiteró la opinión china de que había que «castigar» a Vietnam por la invasión de Camboya y expresó su compromiso: «Mantendremos las perspectivas de paz y estabilidad internacional a largo plazo... [El pueblo chino] cumplirá con firmeza sus obligaciones en el ámbito internacional y no dudará en, llegado el momento, hacer los sacrificios que sean necesarios».46

Tras visitar Birmania, Nepal, Tailandia, Malaisia, Singapur, dos veces Japón y Estados Unidos, Deng había cumplido con su objetivo de situar a China en el mundo y de aislar a Hanoi. No volvió a salir de su país, y en sus últimos años mostró el aire distante e inaccesible de los dirigentes históricos chinos.

LA TERCERA GUERRA DE VIETNAM

El 17 de febrero, China organizó una invasión con distintos frentes contra Vietnam del Norte desde las provincias meridionales chinas de Guangxi y Yunnan. El volumen de los efectivos chinos reflejaba la importancia que daba el país a la operación; se ha calculado que destinó a ella más de 200.000 soldados del Ejército Popular de Liberación, y es probable que el número ascendiera a 400.000.47 Un historiador determinaba que las fuerzas invasoras, en las que se incluían «las de tierra, las milicias y unidades navales y aéreas [...] tenían una envergadura similar a las que asignó China a la guerra de Corea, en noviembre de 1950, de consecuencias tan importantes».48 La prensa oficial china dio a la operación el nombre de «Contraataque autodefensivo frente a Vietnam» o bien «Contraataque de autodefensa en la frontera chino-vietnamita». Representaba la versión china de la disuasión, una invasión anunciada de antemano para impedir la siguiente iniciativa por parte de Vietnam.

El objetivo militar de China era un país comunista, correligionario, aliado hasta hacía poco, que se había beneficiado mucho tiempo de su apoyo económico y militar. Desde la perspectiva china, había que mantener el equilibrio estratégico en Asia. China emprendió la campaña con el respaldo moral, la ayuda diplomática y la colaboración de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, la «potencia imperialista» que Pekín había ayudado a expulsar de Indochina cinco años antes.

China declaraba que la iniciativa estaba encaminada a «frenar las disparatadas ambiciones de los vietnamitas y darles una oportuna y limitada lección».49 «Oportuna» implicaba infligir suficiente daño al país para afectar a sus opciones y perspectivas de cara al futuro; «limitada» suponía que finalizaría antes de que la intervención exterior u otros factores pudieran hacerle perder el control. Constituía además un desafío directo a la Unión Soviética.

Se confirmó la predicción de Deng de que la Unión Soviética no iba a atacar a China. El día que los chinos se lanzaron al ataque, el gobierno soviético publicó un escéptico comunicado que, a la vez que condenaba el «criminal» asalto chino, subrayaba: «El heroico pueblo vietnamita [...] es capaz de ponerse de pie otra vez».50

Los soviéticos, a modo de respuesta militar, se limitaron a enviar un destacamento naval al mar de la China meridional, se encargaron de un puente aéreo de armamento limitado hacia Hanoi y reforzaron las patrullas aéreas a lo largo de la frontera chino-soviética. El puente aéreo estuvo limitado por la cuestión geográfica, pero también por vacilaciones internas. Por fin, la Unión Soviética ofreció en 1979 a su nuevo aliado, Vietnam, el mismo apoyo que había brindado veinte años antes a su antiguo aliado, China, en las crisis del estrecho de Taiwan. En ambos casos, los soviéticos no quisieron correr el riesgo de participar en una guerra de mayor envergadura.

Poco después de la guerra, Hua Guofeng resumió las consecuencias en una sucinta frase desdeñosa en alusión a los dirigentes soviéticos: «Como amenaza, llevaron a cabo maniobras cerca de la frontera y enviaron barcos al mar de la China meridional. Pero no se atrevieron a avanzar. De modo que, en definitiva, pudimos seguir tocando el trasero del tigre».

Deng rechazó con sarcasmo el consejo estadounidense de actuar con prudencia. En una visita que hizo a Pekín a finales de febrero de 1979, el secretario del Tesoro, Michael Blumenthal, pidió que se retiraran «cuanto antes» de Vietnam las tropas chinas, puesto que Pekín, dijo textualmente: «corre un peligro injustificado».51 Deng puso objeciones a ello. En una conversación con periodistas estadounidenses poco antes de reunirse con Blumenthal, el dirigente chino mostró su menosprecio por la indeterminación, mofándose de «algunos» que tenían «miedo de ofender» a la «Cuba de Oriente».52

Al igual que en la guerra chino-india, China llevó a cabo un ataque limitado, «punitivo», y pasó inmediatamente a la retirada. La cuestión se liquidó en veintinueve días. Poco después de que el Ejército Popular de Liberación capturara (y afirmara haber arrasado) las capitales de las tres provincias vietnamitas situadas a lo largo de la frontera, Pekín admitió que los efectivos chinos se retirarían de Vietnam, salvo en alguna parte del territorio en liza. Pekín no hizo intento alguno de derrocar el gobierno de Hanoi, ni de entrar en Camboya de forma manifiesta.

Un mes después de que se hubieran retirado las tropas chinas, en una visita que efectué a Pekín, Deng me explicó la estrategia china:

DENG: Cuando volví [de Estados Unidos], pasamos inmediatamente a librar una guerra. Pero antes queríamos saber su opinión. Hablé de ello con el presidente Carter y él me respondió de un modo formal y solemne. Me leyó un texto. Yo le dije: China se ocupará por su cuenta de la cuestión y, si surge algún riesgo, China lo afrontará en solitario. Viéndolo en retrospectiva, pensamos que incluso habría sido mejor penetrar más hacia el interior de Vietnam en nuestra acción punitiva.

KISSINGER: Tal vez.

DENG: Porque contábamos con fuerzas suficientes para llegar hasta Hanoi. Pero no habría sido aconsejable llegar tan lejos.

KISSINGER: No, probablemente habría sido ir más allá de los límites del cálculo.

DENG: Es cierto. Pero podíamos haber penetrado treinta kilómetros más. Ocupamos todas las zonas de fortificación defensivas. No quedó ni una sola línea de defensa en el camino hacia Hanoi.

Entre los historiadores existe la idea preconcebida de que la guerra fue un fracaso que costó muy caro a China.53 Durante la campaña se hicieron evidentes los efectos de la politización del Ejército Popular de Liberación durante la Revolución Cultural: las fuerzas chinas, con los problemas que implicaba contar con un equipo anticuado, las dificultades logísticas, la escasez de personal y las tácticas inflexibles, avanzaron con mucha lentitud y el coste fue extraordinario. Según estimaciones de algunos analistas, el Ejército Popular de Liberación registró en un mes tantas víctimas mortales en la tercera guerra de Vietnam como el de Estados Unidos en los años más duros de la segunda.54

Sin embargo, la idea preconcebida se basa en un malentendido sobre la estrategia china. Independientemente de los defectos en su ejecución, la campaña china reflejó un serio análisis estratégico a largo plazo. En las explicaciones que dieron los dirigentes de Pekín a sus homólogos de Washington, hablaron de la consolidación del poder vietnamita respaldado por los soviéticos en Indochina como de un paso crucial en el «despliegue estratégico» de la Unión Soviética en todo el mundo. Los soviéticos ya habían concentrado tropas en Europa oriental y a lo largo de la frontera septentrional china. En aquellos momentos, advertían los chinos, Moscú «empezaba a conseguir bases» en Indochina, en África y en Oriente Próximo.55 Si llegaba a consolidar su posición en estas zonas, controlaría unos recursos energéticos vitales y sería capaz de bloquear las rutas marítimas, en particular el estrecho de Malaca, que conecta el océano Pacífico con el Índico. Con ello, en un conflicto futuro, Moscú contaría con la iniciativa estratégica. En un sentido más amplio, la guerra fue el resultado del análisis por parte de Pekín de la idea del shi de Sun Tzu: la tendencia y la «energía potencial» del panorama estratégico. Deng tenía como objetivo poner freno y, a ser posible, cambiar radicalmente lo que consideraba una dinámica inaceptable en la estrategia soviética.

China alcanzó la meta en parte por su audacia militar, pero también por haber llevado a Estados Unidos a una estrecha colaboración inaudita hasta entonces. Los líderes chinos habían dirigido la tercera guerra de Vietnam llevando a cabo un meticuloso análisis de sus opciones estratégicas, una ejecución audaz y con una hábil diplomacia. A pesar de contar con todo ello, China, de no haber sido por la colaboración de Estados Unidos, no habría sido capaz de «tocar el trasero del tigre».

La tercera guerra de Vietnam marcó el inicio de la colaboración más estrecha entre China y Estados Unidos durante la guerra fría. Dos desplazamientos a China de emisarios estadounidenses marcaron el extraordinario nivel de actuación conjunta. El vicepresidente Walter «Fritz» Mondale se desplazó a China en agosto de 1979 con el objetivo de establecer la diplomacia posterior a la visita de Deng, en especial con respecto a Indochina. Se trataba de un problema complejo en el que entraban en serio conflicto las consideraciones estratégicas y morales. Estados Unidos y China coincidían en que por el interés de sus países debían evitar la creación de una federación indochina controlada por Hanoi. Ahora bien, la única parte de Indochina que seguía en disputa era Camboya, que había sido gobernada por el abominable Pol Pot, quien había asesinado a millones de compatriotas. Los jemeres rojos constituían la parte mejor organizada de la resistencia antivietnamita de Camboya.

Carter y Mondale demostraron un gran respeto por los derechos humanos en su mandato; en efecto, en su campaña el presidente atacó a Ford por no haber prestado suficiente atención al citado tema.

Deng había hablado de la ayuda a la guerrilla camboyana contra el invasor vietnamita durante una conversación privada que mantuvo con Carter sobre el ataque a Vietnam. Según el informe oficial: «El presidente preguntó si los tailandeses aceptarían transmitir la información a los camboyanos. Deng respondió afirmativamente y dijo que estaba pensando en armamento ligero. Los tailandeses iban a enviar a un alto cargo a la frontera entre Tailandia y Camboya para mantener más seguridad en las comunicaciones».56 La colaboración de facto entre Washington y Pekín respecto a la ayuda a Camboya a través de Tailandia tuvo el efecto práctico de echar una mano de forma indirecta a lo que quedaba de los jemeres rojos. Las autoridades estadounidenses procuraron insistir ante Pekín sobre el hecho de que Estados Unidos «no podía apoyar a Pol Pot» y se tranquilizaron ante la corroboración de que Pol Pot ya no controlaba a los jemeres rojos. Esta forma de acallar la conciencia no cambió la realidad de que Washington proporcionaba apoyo material y diplomático a la «resistencia camboyana» de tal forma que la administración tenía que estar al corriente de que beneficiaba a los jemeres rojos. Los sucesores de Carter de la administración de Reagan siguieron la misma estrategia. Sin duda, los dirigentes estadounidenses contaban que si se imponía la resistencia camboyana, ellos o sus sucesores se opondrían luego a los jemeres rojos que seguían en su interior: en efecto, lo que sucedió tras la retirada de Vietnam diez años más tarde.

Los ideales de Estados Unidos tropezaron con los imperativos de la realidad geopolítica. No fue el cinismo, ni mucho menos la hipocresía, lo que fraguó esta actitud: la administración de Carter tuvo que escoger entre necesidades estratégicas y convicción moral. Decidieron que para llevar adelante finalmente las convicciones morales primero tenían que imponerse en la lucha geopolítica. Los dirigentes de Washington se enfrentaron al dilema del arte de gobernar. Los líderes no pueden escoger las opciones que les ofrece la historia, y mucho menos decidir que sean inequívocas.

La visita del secretario de Defensa Harold Brown marcó un nuevo hito en la colaboración entre China y Estados Unidos, algo inimaginable unos años antes. Deng le dio la bienvenida con estas palabras: «Su llegada tiene en sí una importancia extraordinaria por el hecho de ser usted el secretario de Defensa».57 Unos cuantos veteranos de la administración de Ford captaron la insinuación sobre la invitación al secretario Schlesinger, que se malogró cuando Ford le destituyó.

El punto principal de la agenda era la definición de las relaciones militares de Estados Unidos con China. La administración de Carter había llegado a la conclusión de que para el equilibrio mundial y la seguridad nacional de Estados Unidos era importante aumentar la capacidad tecnológica y militar de China. El secretario Brown dijo: «Washington distingue entre la Unión Soviética y China». Y explicó que estaban dispuestos a transferir a China una tecnología militar que no pondrían a disposición de los soviéticos.58 Por otra parte, Estados Unidos estaba dispuesto a vender «equipo militar» a China (como material de vigilancia y vehículos), no así «armas». Tampoco iba a interferir en las decisiones de los aliados de la OTAN sobre la venta de armamento a China. Como explicó el presidente Carter en sus instrucciones a Brzezinski:

Estados Unidos no se opone a la actitud más abierta que adoptan nuestros aliados respecto al comercio con China en campos tecnológicos delicados. Nos interesa una China fuerte y segura y reconocemos y respetamos este interés.59

China finalmente no fue capaz de salvar a los jemeres rojos ni de obligar a Hanoi a retirar sus tropas de Camboya durante diez años más. Tal vez al darse cuenta de ello, Pekín se marcó los objetivos de guerra en unos términos mucho más limitados. A pesar de todo, consiguió que Vietnam lo pagara muy caro. La diplomática China en el sudeste asiático trabajó con gran determinación y habilidad para aislar a Hanoi antes, durante y después de la guerra. China mantuvo una importante presencia militar a lo largo de la frontera, conservó una serie de territorios en pugna y siguió con la amenaza de dar «una segunda lección» a Hanoi. Vietnam se vio obligado durante años a mantener unas fuerzas considerables en la frontera septentrional para defenderse de otro posible ataque de China.60 Tal como dijo Deng a Mondale en agosto de 1979:

¿Dónde va a encontrar suficiente fuerza de trabajo un país de estas dimensiones para mantener una fuerza de intervención permanente de más de un millón? Una fuerza de intervención permanente de un millón requiere mucho apoyo logístico. Actualmente dependen de la Unión Soviética. Según determinadas estimaciones, consiguen dos millones de dólares al día de la Unión Soviética, otras cifran la ayuda en dos millones y medio de dólares. [...] Con ello van a aumentar los problemas y conseguir que la carga de la Unión Soviética se haga cada vez más pesada. Las cosas se irán complicando. Con el tiempo, los vietnamitas se darán cuenta de que la Unión Soviética no puede satisfacer todas sus peticiones. Entonces quizá surja una nueva situación.61

En efecto, esta situación se produjo diez años después, cuando el desmoronamiento de la Unión Soviética y el fin del apoyo económico de este país llevó a la reducción del despliegue vietnamita en Camboya. Por fin, en un período de gran dificultad para las sociedades democráticas, China logró buena parte de sus objetivos estratégicos en el sudeste asiático. Deng tuvo suficiente capacidad de maniobra para frustrar el dominio soviético en esta región y en la del estrecho de Malaca.

La administración de Carter llevó a cabo un número de equilibrismo con el que mantuvo una opción sobre la Unión Soviética a través de las negociaciones sobre limitaciones de armas estratégicas, al mismo tiempo que basaba su política asiática en la afirmación de que Moscú seguía siendo el principal adversario estratégico.

Quien perdió definitivamente en el conflicto fue la Unión Soviética, cuyas ambiciones en el ámbito mundial habían causado alarma en todo el planeta. Un aliado soviético había sido atacado por el enemigo más claro y estratégicamente más definido de esta superpotencia y el agresor estaba orquestando la agitación de cara a una alianza de contención contra Moscú: todo ello al cabo de un mes de haberse establecido la alianza soviético-vietnamita. Visto en retrospectiva, se comprende que la relativa pasividad de Moscú respecto a la tercera guerra de Vietnam podía interpretarse como un síntoma de la decadencia de la Unión Soviética. Uno se pregunta si la decisión que tomó un año después esta superpotencia, la de intervenir en Afganistán, no fue impulsada en parte por un intento de compensar su falta de efectividad en el apoyo a Vietnam contra la ofensiva china. Sea como sea, en las dos situaciones, los soviéticos no fallaron en el cálculo porque no se dieron cuenta de hasta qué punto había cambiado la correlación de fuerzas contra ellos. Así pues, la tercera guerra de Vietnam puede considerarse otro ejemplo en el que los estadistas chinos consiguieron unos objetivos estratégicos generales a largo plazo sin contar con un estamento militar comparable al de sus adversarios. Si bien no puede contarse como victoria moral el respiro proporcionado a lo que quedaba de los jemeres rojos, China logró sus objetivos geopolíticos más amplios respecto a la Unión Soviética y a Vietnam, que contaban con ejércitos mejor preparados y equipados que el de China.

La ecuanimidad frente a unas fuerzas materialmente superiores es una idea arraigada en el pensamiento estratégico chino, como se demuestra en la decisión de Pekín de intervenir en la guerra de Corea. En uno y otro caso, las decisiones chinas apuntaban a lo que sus dirigentes percibían como un peligro reciente: la consolidación de las bases de una potencia hostil en distintos puntos de la periferia del país. Tanto en el caso de Corea como en el de Vietnam, en Pekín estaban convencidos de que la potencia hostil llevaría a cabo su plan, de que China quedaría cercada y en un estado de desprotección permanente. De esta forma, el adversario podría emprender la guerra en el momento que decidiera, y la conciencia de la ventaja le permitiría actuar, como dijo Hua Guofeng al presidente Carter en su reunión en Tokio, «sin escrúpulos».62 Por consiguiente, una cuestión aparentemente regional —en el primer caso, el rechazo de Estados Unidos por parte de Corea del Norte; en el segundo, la ocupación vietnamita de Camboya— se consideró «el foco de las luchas del mundo» (como Zhou describió Corea).63

Ambas intervenciones situaron a China contra una potencia más fuerte que puso en peligro su seguridad; cada una de ellas, no obstante, lo hizo en el terreno y en el momento que decidió Pekín. El viceprimer ministro Geng Biao dijo posteriormente a Brzezinski: «El apoyo de la Unión Soviética a Vietnam es un elemento de su estrategia mundial. No va dirigido tan solo a Tailandia, sino también a Malaisia, Singapur, Indonesia y a los estrechos de Malaca. Si triunfaran, la ASEAN recibiría un golpe mortal e incluso se destruirían las vías de Japón y Estados Unidos. Nosotros tenemos la obligación de hacer algo en este sentido. Puede que no contemos con suficiente capacidad para hacer frente a la Unión Soviética, pero sí a Vietnam».64

No eran cuestiones sencillas: China lanzaba sus tropas hacia una de las batallas más costosas y sufría un número de bajas que no habría podido soportar el mundo occidental. En la guerra chino-vietnamita, el Ejército Popular de Liberación parece que llevó adelante sus tareas con muchas deficiencias, lo que incrementó el número de víctimas en su bando. Así y todo, en ambas intervenciones se consiguieron notables metas estratégicas. En dos momentos cruciales de la guerra fría, Pekín supo aplicar con éxito la doctrina de prevención disuasiva. En Vietnam consiguió poner al descubierto los límites del compromiso soviético de defensa con Hanoi y, lo más importante, todo su alcance estratégico. China estaba dispuesta a arriesgarse a librar una guerra con la Unión Soviética para demostrar que no le intimidaba la presencia de este país en su flanco meridional.

Lee Kuan Yew, primer ministro de Singapur, resumió el resultado de la guerra: «La prensa occidental consideró un fracaso la acción punitiva de los chinos. Yo considero que cambió la historia de Asia oriental».65

14

Reagan y la llegada de la normalidad

Ir a la siguiente página

Report Page