China

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Henry Kissinger

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No obstante, cuando llegó a Pekín, Jruschov hizo una propuesta mucho menos atractiva, que consistía en ofrecer a China un acceso especial a las bases de submarinos soviéticos del océano Ártico a cambio de la utilización por parte de los soviéticos de los puertos de aguas templadas del Pacífico. «No —respondió Mao—, tampoco estamos de acuerdo. Cada país tiene que mantener las fuerzas armadas en su propio territorio y no en el de otros.»29 Como recordó el presidente: «Hemos tenido durante años en nuestro territorio a británicos y a otros extranjeros y no vamos a permitir que nadie más lo vuelva a utilizar para sus objetivos».30

En una alianza normal, los desacuerdos sobre una cuestión específica suelen llevar a intensificar las tareas para solucionar diferencias en la planificación pendiente. La catastrófica visita de Jruschov a Pekín en 1958 dio pie a un cúmulo de quejas por ambas partes que parecía no tener fin.

Jruschov se situó en desventaja achacando el conflicto sobre las bases navales a su embajador por una gestión no autorizada. Mao conocía perfectamente la organización de los estados comunistas, la separación que establecían entre el canal militar y el civil, y enseguida vio que aquello era inconcebible. La enumeración de la secuencia de acontecimientos llevó a un largo diálogo en el que Mao incitó a Jruschov a que le hiciera unas propuestas aún más humillantes y absurdas, probablemente con el fin de demostrar a los cuadros chinos la falta de credibilidad del dirigente que había querido desafiar la imagen de Stalin.

También proporcionó a Mao la posibilidad de transmitir hasta qué punto le había herido la conducta arrogante de Moscú. Mao se quejó del trato condescendiente de Stalin en su visita a Moscú en el invierno de 1949-1950:

MAO: ... Después de la victoria de nuestra Revolución, Stalin tuvo sus dudas sobre el carácter de esta. Creía que China era otra Yugoslavia.

JRUSCHOV: Efectivamente, lo creyó posible.

MAO: Cuando fui a Moscú [en diciembre de 1949], no quiso firmar un tratado de amistad con nosotros, ni anular el antiguo tratado con el Kuomintang.³¹ Recuerdo que Fedorenko [Nikolái, intérprete soviético] y Kovalev [Iván, emisario de Stalin en la República Popular] me transmitieron su [de Stalin] consejo de dar una vuelta por el país y ver un poco cómo estaba. Pero yo les respondí que mis tareas se reducían a tres: comer, dormir y defecar. No había ido a Moscú únicamente para felicitar a Stalin en su cumpleaños. Por tanto, dije que si no querían firmar un tratado de amistad, lo dejaríamos así. Y yo me limitaría a las tres tareas.³²

El acoso mutuo no tardó en pasar de las cuestiones históricas a las controversias del momento. Cuando Jruschov preguntó a Mao si era cierto que los chinos consideraban a los soviéticos «imperialistas rojos», Mao dejó claro hasta qué punto le había disgustado la contrapartida de la alianza: «No es una cuestión de imperialistas rojos o blancos. Hubo un hombre llamado Stalin que se apoderó de Port Arthur y convirtió Xinjiang y Manchuria en semicolonias, y creó además cuatro empresas conjuntas. Estas fueron todas sus buenas acciones».³³

Sin embargo, a pesar de las quejas que tenía Mao en el ámbito nacional, respetó la contribución ideológica de Stalin:

JRUSCHOV: Defendiste a Stalin. Y me criticaste a mí por haberlo criticado. Y ahora viceversa.

MAO: Tú lo criticaste por razones distintas.

JRUSCHOV: También hablé de esto en el Congreso del Partido.

MAO: Siempre he dicho, ahora y entonces en Moscú, que están justificadas las críticas a Stalin. Solo estamos en desacuerdo en la falta de límites estrictos en las críticas. Considero que tres de los diez dedos de Stalin estaban podridos.34

Mao marcó la pauta de la reunión del día siguiente al recibir a Jruschov en la piscina y no en un salón de ceremonias. Jruschov, que no sabía nadar, se vio obligado a ponerse flotadores en los brazos. Los dos estadistas estuvieron conversando en el agua, mientras los intérpretes los iban siguiendo, andando junto a la piscina. Posteriormente, Jruschov se quejó diciendo: «Mao estaba acostumbrado a situarse en posición ventajosa. Yo me harté de ello. [...] Salí de la piscina y me senté en el borde, con los pies en el agua. Entonces yo estaba arriba y él nadaba abajo».35

Las relaciones se habían deteriorado todavía más al cabo de un año, cuando Jruschov hizo escala en Pekín el 3 de octubre de 1959 para dar instrucciones a su rebelde aliado, a la vuelta de su viaje a Estados Unidos, donde se había reunido con Eisenhower. Los dirigentes chinos, muy recelosos a raíz de la estancia de Jruschov en América, se pusieron más nerviosos al comprobar que este se situaba al lado de la India en los primeros enfrentamientos fronterizos que se acababan de producir en el Himalaya entre las fuerzas indias y chinas.

Jruschov, cuyo fuerte no era la diplomacia, se las ingenió para sacar a colación el espinoso tema del Dalai Lama; pocas cuestiones habrían desencadenado aquella impulsiva respuesta china. El dirigente soviético criticó a Mao por no haberse mostrado suficientemente duro un año antes durante los enfrentamientos en el Tíbet, que culminaron con la huida del Dalai Lama hacia el norte de la India: «Voy a decirte lo que no debería un invitado: lo sucedido en el Tíbet es culpa tuya. Tú mandabas en el Tíbet, deberías haber tenido tus servicios secretos allí y haber conocido los planes y las intenciones del Dalai Lama».36 Cuando Mao replicó, Jruschov insistió sobre el tema, apuntando que los chinos tenían que haber liquidado al Dalai Lama en lugar de haberlo dejado escapar:

JRUSCHOV: ...En cuanto a la huida del Dalai Lama del Tíbet, nosotros, en tu lugar, no lo habríamos dejado escapar. Mejor en un ataúd. Ahora está en la India y tal vez se vaya a Estados Unidos. ¿Acaso esto beneficia a los países socialistas?

MAO: Imposible; no pudimos detenerlo. No pudo impedirse que se fuera, pues la frontera con la India es muy extensa y podía cruzarla por cualquier punto.

JRUSCHOV: No se trata de una detención; lo que digo es que os equivocasteis al dejarlo marchar. Si le dais la oportunidad de huir hacia la India, ¿qué puede hacer Nehru? Estamos convencidos de que lo ocurrido en el Tíbet no es culpa de Nehru, sino del Partido Comunista Chino.37

Aquella fue la última reunión entre Mao y Jruschov. Lo más curioso es que, durante diez años más, el mundo siguió tratando las tensiones entre China y la Unión Soviética como una especie de pelea familiar entre los dos gigantes comunistas y no como la batalla existencial en la que se estaban convirtiendo. En plena tensión con la Unión Soviética, Mao abrió otra crisis con Estados Unidos.

LA SEGUNDA CRISIS EN EL ESTRECHO DE TAIWAN

El 23 de agosto de 1958, el Ejército Popular de Liberación inició otra campaña de bombardeo masivo a las islas de la costa, que acompañó con salvas de propaganda llamando a la liberación de Taiwan. Al cabo de quince días, detuvo la ofensiva y luego la reemprendió durante veintinueve días más. Finalmente quedó en una caprichosa pauta de bombardeos que seguía los días impares del mes, con advertencias explícitas a los habitantes de las islas y evitando en general puntos de importancia militar, maniobra que Mao describió a sus principales colaboradores más como una «batalla política» que una estrategia militar convencional.38

En la crisis destacaban unos cuantos factores conocidos de antemano. Pekín pretendía poner de nuevo a prueba los límites del compromiso estadounidense en la defensa de Taiwan. El bombardeo era en parte una reacción contra el deterioro en las conversaciones entre Estados Unidos y China, que se habían reanudado después de la última crisis de las islas de la costa. Pero, al parecer, el impulso dominante venía del deseo de afianzar el papel de China en el mundo. En una reunión de dirigentes celebrada al principio de la crisis, Mao explicó a sus camaradas que el bombardeo de Quemoy y Mazu correspondía a la reacción china frente a la intervención estadounidense en el Líbano, donde habían aterrizado aquel verano tropas de Estados Unidos y del Reino Unido:

E[l] bombardeo de Jinmen [Quemoy], dicho sea francamente, constituyó para nosotros una oportunidad de crear tensión internacional con un objetivo. Con él intentamos dar una lección a los estadounidenses. Ellos nos han intimidado durante años, de modo que ahora que contamos con posibilidades, ¿por qué no crearles problemas? [...] Estados Unidos abrió fuego en Oriente Próximo, nosotros lo hicimos en Extremo Oriente. Veremos qué hacen con ello.39

En este sentido, el bombardeo de las islas cercanas a la costa fue un ataque inesperado en medio de la disputa con Estados Unidos. Sirvió para contraponer la inactividad de los soviéticos ante una medida estratégica estadounidense en Oriente Próximo con la vigilancia ideológica y estratégica china.

Después de haber demostrado su determinación militar, explicó Mao, China iba a reemprender las conversaciones con Estados Unidos contando con un «escenario para la acción y otro para las conversaciones»,40 la aplicación del principio de coexistencia combativa de Sun Tzu en su versión moderna de disuasión ofensiva.

La dimensión más importante del bombardeo no fue tanto la provocación a la superpotencia estadounidense como el reto al aliado formal de China, la Unión Soviética. Según Mao, la política de coexistencia pacífica de Jruschov había convertido a la Unión Soviética en un aliado problemático y tal vez incluso en un posible adversario. Así pues, como pareció haber pensado Mao, si se llevaba la crisis del estrecho de Taiwan al borde de la guerra, Jruschov tendría que escoger entre su nueva política de coexistencia pacífica y su alianza con China.

En cierto sentido, triunfó Mao. Lo que proporcionaba una fuerza especial a las maniobras del dirigente chino era que, a los ojos del mundo, su país llevaba adelante su política en el estrecho con la aquiescencia de Moscú. En realidad, Jruschov había visitado Pekín tres semanas antes de la segunda crisis del estrecho de Taiwan —en los catastróficos contactos sobre las bases de submarinos—, de la misma forma que se había desplazado allí en las primeras semanas de la primera crisis, cuatro años antes. En ninguno de los dos casos, Mao había revelado sus intenciones a los soviéticos antes o durante la visita. En ambas ocasiones, Washington dio por supuesto —y Eisenhower lo afirmó en una carta a Jruschov— que Mao no solo actuaba contando con el apoyo de Moscú, sino que lo hacía a instancias de los soviéticos. Pekín había añadido al aliado soviético a su grupo diplomático contra su voluntad y, en efecto, sin que Moscú se diera cuenta de que le estaban utilizando. (Una corriente de opinión incluso mantiene que Mao se inventó la «crisis de las bases de submarinos» para llevar a Jruschov a Pekín a interpretar el papel que tenía asignado en aquel plan.)

La segunda crisis del estrecho de Taiwan tiene un gran parecido con la primera, con la única diferencia de que la Unión Soviética participó en ella con amenazas nucleares en nombre de un aliado que le estaba humillando.

Unas mil personas murieron o resultaron heridas en el bombardeo de 1958. Tal como ocurrió en la primera crisis del estrecho de Taiwan, Pekín conjugó las provocadoras evocaciones de una guerra nuclear con una estrategia operativa milimétricamente calibrada. Mao ordenó en un principio a sus mandos que llevaran a cabo el bombardeo de forma que evitaran causar bajas entre los estadounidenses. Cuando le respondieron que no podían garantizárselo, les prohibió cruzar el espacio aéreo situado por encima de las islas costeras, les ordenó abrir fuego solo contra los buques nacionalistas y que no respondieran aunque les atacaran los barcos de Estados Unidos.41 Antes de la crisis y durante esta, la propaganda de la República Popular de China lanzó a los cuatro vientos la consigna: «Hay que liberar Taiwan». Ahora bien, cuando la emisora de radio del Ejército Popular de Liberación lanzó una emisión en la que anunciaba que era «inminente» un desembarco chino e invitó a las fuerzas nacionalistas a cambiar de bando y a «unirse a la gran causa de la liberación de Taiwan», Mao anunció que aquello había sido un «grave error».42

Mao encontró en John Foster Dulles a un adversario que conocía el juego de la coexistencia combativa. El 4 de septiembre de 1958, Dulles reiteró el compromiso sobre la defensa de Taiwan, así como de las «posiciones relacionadas con la plaza, como Quemoy y Mazu». Dulles intuyó los limitados objetivos de China y, efectivamente, mostró la disposición estadounidense de mantener también limitada la crisis: «A pesar de lo que digan los comunistas chinos, y de lo que hayan hecho hasta hora, no queda claro que en realidad tengan como meta la conquista por la fuerza de Taiwan (Formosa) y de las islas costeras».43 El 5 de septiembre, Zhou Enlai confirmó los limitados objetivos de China al anunciar que Pekín se había marcado como meta en el conflicto la reanudación de las conversaciones entre Estados Unidos y China en el ámbito de los embajadores. El 6 de septiembre, la Casa Blanca publicó una declaración en la que reconocía lo afirmado por Zhou e indicaba que el embajador de su país en Varsovia estaba dispuesto a representar a Estados Unidos en la reanudación de las conversaciones.

Con aquel intercambio se podía haber solucionado la crisis. Mientras iban ensayando una obra que ya se sabían de memoria, los dos bandos repetían trasnochadas amenazas y llegaron por fin a una solución imprevista: la reanudación de las conversaciones entre embajadores.

El único bando de la relación triangular que no captó lo que ocurría fue el de Jruschov. El dirigente soviético había oído hablar a Mao, el año anterior en Moscú y hacía poco en Pekín, de que no le afectaba la guerra nuclear y se encontraba dividido entre el temor hacia una guerra de estas características y la posible pérdida de un aliado importante en caso de no mantenerse al lado de China. Su exclusivo marxismo le impedía comprender que el que antes había sido su aliado ideológico se hubiera convertido en adversario estratégico, si bien tenía suficientes conocimientos sobre armamento nuclear para incluir el tema sin problemas en una relación diplomática que se basaba en amenazar con su utilización.

Cuando un estadista algo crispado se enfrenta a un dilema, a veces se siente tentado de seguir simultáneamente distintas líneas de acción. Jruschov mandó a su ministro de Asuntos Exteriores, Andréi Gromiko, a Pekín a pedir circunspección, aunque sabía que la demanda no iba a ser bien recibida, y, como contrapeso, mostrar a los dirigentes chinos el borrador de una carta que tenía intención de mandar a Eisenhower, con la amenaza de ofrecer todo el apoyo —implicando el apoyo nuclear— a China en caso de que la crisis del estrecho se agravara. La carta subrayaba: «Un ataque contra la República Popular de China, gran amigo, aliado y vecino de nuestro país, es un ataque contra la Unión Soviética». Y advertía: «La Unión Soviética hará lo que sea [...] para defender la seguridad de ambos estados».44

La iniciativa falló por las dos partes. El 12 de septiembre, Eisenhower rechazó cortésmente la carta de Jruschov y, aplaudiendo la iniciativa china de reemprender las conversaciones entre embajadores, insistió de nuevo en que Pekín tenía que renunciar al uso de la fuerza en Taiwan y exhortó a Jruschov a recomendar comedimiento hacia Pekín. Sin tener en cuenta que Jruschov era el actor en un guión escrito por otros, Eisenhower dio a entender la connivencia entre Moscú y Pekín precisando: «Esta intensa actividad militar empezó el 23 de agosto, unas tres semanas después de su visita a Peiping».45

En una conferencia que dio casi simultáneamente el 11 de septiembre de 1958, Eisenhower justificó en términos generales la implicación estadounidense en las islas costeras. El bombardeo de Quemoy y Mazu, advirtió, podía compararse a la ocupación de Renania por parte de Hitler y a la de Etiopía por parte de Mussolini o (en una semejanza que a buen seguro ofendía especialmente a los chinos) a la conquista de Manchuria en los años treinta por parte de Japón.

Gromiko no salió mejor parado en Pekín. Mao respondió a la carta hablando abiertamente de la posibilidad de una guerra nuclear y de las condiciones bajo las que responderían los soviéticos con armamento nuclear contra Estados Unidos. Las amenazas podían lanzarse tranquilamente, pues Mao sabía que el peligro de guerra ya había terminado. En sus memorias, Gromiko cuenta que quedó «atónito» ante la bravata de Mao y deja constancia de lo que le dijo el dirigente chino:

Imagino que los estadounidenses llegarán hasta el punto de desencadenar la guerra contra China. Este país tiene que enfrentarse a tal posibilidad, y en realidad lo está haciendo. ¡Pero no tenemos intención de capitular! Si Estados Unidos ataca a China con armas nucleares, los ejércitos chinos deben replegarse de las regiones fronterizas hacia el interior del país. Tienen que atraer al enemigo hacia la parte más profunda del país para agarrar a las fuerzas estadounidenses en un movimiento de tenaza en el interior de China. [...] En cuanto estas se encuentren en las provincias centrales, se arremeterá contra ellas con lo que se tenga a mano.46

Mao no iba a pedir ayuda a los soviéticos hasta que las fuerzas estadounidenses no se encontraran en el interior de China, lo que sabía que no iba a suceder. Al parecer, el informe de Gromiko sobre Pekín impresionó a Jruschov. Si bien ya se habían acordado las conversaciones entre embajadores de Washington y Pekín, Jruschov dio un par de pasos más para evitar la guerra nuclear. A fin de calmar el miedo que creyó que sentía Pekín respecto a la invasión estadounidense, se ofreció para enviar unidades antiaéreas a Fujian.47 Pekín retrasó la respuesta y aceptó cuando la crisis estaba ya resuelta, con la condición de que las tropas soviéticas se colocaran bajo mando chino, algo muy improbable.48 El dirigente soviético demostró más su nerviosismo el 19 de septiembre en la carta que envió a Eisenhower pidiéndole contención y al mismo tiempo amenazándole con la inminencia de una guerra nuclear.49 Pero China y Estados Unidos en realidad habían solucionado la cuestión antes de que llegara esta segunda carta de Jruschov.

En la reunión que celebraron el 3 de octubre de 1959, Jruschov resumió a Mao la actitud soviética durante la crisis de Taiwan:

Entre nosotros, confidencialmente, no vamos a luchar por Taiwan, pero de puertas afuera, por así decir, afirmamos lo contrario, es decir, que en caso de que se agrave la situación por culpa de Taiwan, la Unión Soviética defenderá la República Popular de China. Estados Unidos declara por su cuenta que defenderá Taiwan. Así pues, surge una especie de situación previa a la guerra.50

Jruschov se había dejado tentar por Mao hacia una vía inútil al intentar actuar con habilidad y cinismo al mismo tiempo. Sobre todo en las decisiones fundamentales sobre la guerra y la paz, un estratega debe tener en cuenta que pueden ponerle en evidencia y debe sopesar las consecuencias de una amenaza vana sobre su futura credibilidad. En Taiwan, Mao aprovechó la ambigüedad de Jruschov para plantearle la amenaza nuclear que él mismo había admitido no tener intención de llevar adelante, poniendo a prueba las relaciones entre Moscú y Estados Unidos en pro de una cuestión que para el dirigente soviético no tenía importancia y de un dirigente aliado al que menospreciaba.

Es fácil imaginar el desconcierto de Mao: había incitado a Moscú y a Washington a amenazarse mutuamente con una guerra nuclear a raíz de un territorio geopolítico de última fila en una representación política china que tenía muy poco de militar. Por otra parte, Mao había actuado así en el momento en el que había decidido él, mientras China seguía siendo mucho más débil que Estados Unidos o la Unión Soviética, y de una forma que le permitía participar en la propaganda de la victoria y reincorporarse a las conversaciones chino-estadounidenses entre embajadores desde una posición de fuerza, como pensaba proclamar.

Tras haber desencadenado la crisis y haberle dado fin, Mao afirmó que había cumplido con sus objetivos:

Hemos librado esta campaña, con la que Estados Unidos ha estado dispuesto a hablar. Washington ha abierto la puerta. La situación no parece la mejor para ellos y su nerviosismo irá en aumento si no acceden a reanudar las conversaciones con nosotros. Vamos a hablar, pues. Es mejor para la situación global resolver las discrepancias con Estados Unidos mediante las conversaciones, es decir, por medios pacíficos, pues nosotros somos un pueblo amante de la paz.51

Zhou Enlai hizo una valoración incluso más complicada. Consideró la segunda crisis del estrecho de Taiwan como una demostración de la capacidad de las dos partes de China de iniciar unas negociaciones tácitas desde las barreras de dos ideologías opuestas, incluso cuando las potencias nucleares se planteaban la guerra nuclear. Al cabo de unos quince años, Zhou contaba la estrategia de Pekín a Richard Nixon en una visita que hizo el mandatario estadounidense a la capital de la China Popular en 1972:

En 1958, el entonces secretario Dulles quería que Chiang Kai-shek abandonara las islas de Quemoy y Mazu para cortar del todo las relaciones entre Taiwan y el continente y establecer una línea en aquel punto. Chiang Kai-shek no estaba dispuesto a ello.52 Nosotros también le aconsejamos que no se retirara de Quemoy y Mazu. Le advertimos de que no se replegara lanzándoles proyectiles: es decir, en días impares atacar, en días pares no atacar y en días festivos dejar también de atacar. De forma que vieron nuestras intenciones y no se retiraron. No hicieron falta otros medios ni otros mensajes; con el método del bombardeo lo comprendieron.53

De todas formas, hay que contrastar estos importantes logros con las consecuencias globales de la crisis. Las conversaciones entre embajadores se estancaron con la misma rapidez con la que se habían reanudado. Las ambiguas maniobras de Mao en realidad paralizaron las relaciones chino-estadounidenses y las convirtieron en unos contactos hostiles que siguieron así durante más de diez años. La idea de que China estaba dispuesta a echar a Estados Unidos del Pacífico occidental pasó a ser artículo de fe en Washington, y a partir de ahí ninguno de los dos bandos fue capaz de aplicar una diplomacia más flexible.

Las consecuencias del liderazgo soviético fueron las opuestas a lo que Mao pretendía. Lejos de abandonar la política de coexistencia pacífica, Moscú se atemorizó ante la retórica de Mao y se inquietó ante su arriesgada política nuclear, la repetición de los posibles efectos nucleares de una guerra nuclear de cara al socialismo mundial y el hecho de no haber establecido consultas con Moscú. Una vez finalizada la crisis, Moscú cortó la cooperación nuclear con Pekín y en junio de 1959 se desdijo de su compromiso de proporcionar a China un prototipo de bomba atómica. En 1960, Jruschov retiró los técnicos rusos de China y suprimió todos los planes de ayuda comentando: «No podíamos quedarnos allí sin más, permitiendo que nuestros mejores especialistas —personas que han recibido formación en nuestros sectores agrícolas e industriales— se sintieran acosados cuando en realidad estaban colaborando».54

En el ámbito internacional, Mao obtuvo otra demostración de la respuesta impulsiva de China ante las amenazas contra su seguridad nacional y su integridad territorial. Aquello frenaría cualquier intento de los países vecinos de China de explotar la agitación interior en la que Mao iba a sumir a su sociedad. Pero se inició al mismo tiempo un proceso de aislamiento progresivo que llevaría a Mao a replantearse diez años después su política exterior.

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Diez años de crisis

Durante los diez primeros años de la existencia de la República Popular de China, sus inflexibles mandatarios dirigieron el deteriorado imperio que habían conquistado y lo convirtieron en una importante potencia internacional. La segunda década se caracterizó por el intento de Mao de acelerar en el país la revolución permanente. El motor de dicha revolución era la máxima maoísta de que la fuerza moral e ideológica llevaba a superar las limitaciones físicas. La década empezó y terminó en medio de la agitación interior creada por los propios líderes chinos. Tan amplia fue la crisis que China se aisló del resto del mundo; todos sus diplomáticos fueron llamados a Pekín. La estructura del país sufrió dos revisiones completas: en primer lugar, la economía, con el Gran Salto Adelante a comienzos de la década; y en segundo lugar, el orden social, con la Revolución Cultural al final. Cuando Mao notó que se desafiaban los intereses nacionales, en medio de las tribulaciones autoimpuestas, China volvió a ponerse de pie para iniciar la guerra en su frontera occidental más remota, en el inhóspito país del Himalaya.

EL GRAN SALTO ADELANTE

El discurso secreto de Jruschov obligó a los dirigentes chinos, que ya no reivindicaban la infalibilidad divina del presidente del Partido, a plantearse qué era lo que constituía la legitimidad política comunista. Durante los meses que siguieron al discurso de febrero de 1956, parecieron avanzar a tientas hacia un gobierno más transparente, probablemente para evitar la necesidad de las sacudidas periódicas de la rectificación. Se borraron de la constitución del Partido Comunista las referencias de veneración a Mao Zedong. El Partido aprobó unas resoluciones en las que se advertía contra «el avance precipitado» en el campo económico y se apuntaba que la importante fase de la «lucha de clases» tocaba a su fin.¹

Ahora bien, un planteamiento tan prosaico no tardó en entrar en pugna con la perspectiva de la revolución permanente de Mao. En unos meses, el dirigente chino propuso una vía alternativa a la rectificación política: el Partido Comunista de China iba a fomentar el debate y la crítica de sus métodos y a abrir la vida intelectual y artística de China para que, como rezaba el lema, «florezcan cien flores y compitan cien ideas». Siguen debatiéndose aún los motivos que pudieron llevar a Mao a hacer esta llamada. La Campaña de las Cien Flores se ha explicado o bien como una llamada a que el Partido acabara con el aislamiento burocrático y escuchara directamente al pueblo, o como una estratagema pensada para que los enemigos se identificaran por sí solos. Fuera cual fuese el motivo, la crítica popular pasó rápidamente de las sugerencias sobre ajustes tácticos a la reprobación del sistema comunista. Los estudiantes levantaron un «muro de la democracia» en Pekín. Los críticos protestaban contra los abusos de los funcionarios de cada lugar y contra las privaciones impuestas por la política económica de estilo soviético; algunos comparaban desfavorablemente la primera década de gobierno comunista con la época nacionalista que la había precedido.²

Independientemente de la intención original, Mao nunca admitió durante mucho tiempo que se cuestionara su autoridad. Llevó a cabo un cambio radical y brusco y lo justificó como un aspecto de su planteamiento dialéctico. La Campaña de las Cien Flores se transformó en una «Campaña Antiderechista» para ocuparse de aquellos que no habían comprendido bien los límites de la invitación anterior al diálogo. Una purga masiva llevó a miles de intelectuales al encarcelamiento, a la reeducación o al exilio interno. Al final del proceso, Mao se erigió de nuevo como líder indiscutible, una vez despejado el terreno de críticos. Se sirvió de su preeminencia para acelerar la revolución permanente y llevarla hacia el Gran Salto Adelante.

Mientras en 1957 se celebraba en Moscú la conferencia de partidos socialistas, Mao hacía pública una funesta reivindicación sobre desarrollo económico en China. En respuesta a las previsiones de Jruschov de que la Unión Soviética superaría económicamente a Estados Unidos en quince años, Mao improvisó un discurso en el que afirmó que, en el mismo período de tiempo, China superaría a Gran Bretaña en producción de acero.³

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