China

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Henry Kissinger

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El comentario adquirió en poco tiempo la categoría de directriz. El objetivo de los quince años en el acero —que se redujo posteriormente, en una serie de observaciones hechas sobre la marcha, a tres años—4 coincidió con una cadena de objetivos agrícolas igual de ambiciosos. Mao se preparaba para lanzar la revolución permanente de China hacia una fase más activa y para enfrentar al pueblo chino a un reto más formidable si cabe.

Al igual que la mayor parte de las empresas capitaneadas por Mao, el Gran Salto Adelante combinó aspectos de política económica, de exaltación ideológica y de estrategia exterior. Para el dirigente chino, estos no era ámbitos de trabajo diferenciados, sino unos ejes que estaban interrelacionados dentro del extraordinario proyecto de la revolución china.5

En su sentido más literal, el Gran Salto Adelante estaba destinado a hacer realidad las ideas globales del desarrollo industrial y agrícola. Se eliminó buena parte de la propiedad privada que quedaba en China y también los incentivos individuales en el proceso de reorganización del país en «comunas populares» en las que se compartían bienes, alimentos y trabajo. Se alistaba a los campesinos en brigadas cuasimilitares para llevar a cabo obras públicas de gran envergadura, muchas de ellas improvisadas.

Estos proyectos tuvieron implicaciones internacionales e internas, sobre todo en relación con el conflicto con Moscú. Si triunfaba el Gran Salto Adelante podría dejar atrás las consignas de trabajo gradual y situar de nuevo de forma efectiva el centro ideológico del mundo comunista en China. Cuando Jruschov visitó Pekín en 1958, Mao insistió en que su país llegaría a la plenitud del comunismo antes de que lo hiciera la Unión Soviética, que había optado por una vía de desarrollo más lenta, más burocrática y menos inspiradora. Los soviéticos consideraron aquello una herejía ideológica.

Por una vez, sin embargo, Mao había situado el reto tan lejos del dominio de la realidad objetiva que el mismo pueblo quedó rezagado en su consecución. Los objetivos de producción del Gran Salto Adelante eran desorbitados y las perspectivas de disentimiento o fracaso se veían con tanto terror que los cuadros de cada lugar empezaron a falsificar cifras de producción y a hinchar resultados en sus cuentas a Pekín. Allí, que se tomaban informes al pie de la letra, siguieron exportando cereales a la Unión Soviética a cambio de industria pesada y armamento. Y por si aquello hubiera sido poco, se habían llevado a cabo los objetivos de Mao en el sector del acero de una forma tan mecánica que se fomentó la fundición de instrumentos como si fuera chatarra para poder cumplir con los cupos. Pero, en definitiva, nadie puede derogar las leyes de la naturaleza ni las de la economía, y los resultados del Gran Salto Adelante fueron desastrosos. Entre 1959 y 1962, en China se vivió una de las peores hambrunas de la historia de la humanidad, en la que murieron más de veinte millones de personas.6 Mao volvió a pedir al pueblo chino que moviera montañas, pero en esa ocasión las montañas se quedaron en su sitio.

EL CONFLICTO DE LA FRONTERA DEL HIMALAYA Y LA GUERRA ENTRE CHINA Y LA INDIA DE 1962

En 1962, apenas diez años después del establecimiento de la República Popular de China, el país libró una guerra con Estados Unidos y Corea y participó en dos confrontaciones militares en las que estuvo implicado Estados Unidos con motivo de las islas situadas frente a Taiwan. Había restablecido la autoridad china en las fronteras históricas del imperio (a excepción de Mongolia y Taiwan) por medio de la nueva ocupación de Xinjiang y del Tíbet. Aún no se había superado la hambruna desencadenada por el Gran Salto Adelante. Pero, a pesar de todo, Mao no rehuyó otro conflicto militar cuando vio que la India ponía en cuestión la definición de las fronteras históricas de China.

La crisis de la frontera chino-india incumbió a dos territorios situados en los altos del Himalaya, en una región inexplorada y casi inhabitada de las mesetas situadas en medio de imponentes montañas entre el Tíbet y la India. La cuestión surgió fundamentalmente a raíz de la interpretación de la historia colonial.

China reivindicaba las fronteras imperiales de la parte meridional de las estribaciones del Himalaya, que abarcaban lo que ellos denominaban «el Tíbet Sur», pero que la India administraba como estado de Arunachal Pradesh. Para la India era un estado relativamente reciente. Había sufrido una evolución a partir de la iniciativa británica de marcar una línea divisoria con el Imperio ruso en avance hacia el Tíbet. El documento definitivo se firmó entre Gran Bretaña y el Tíbet en 1914 y delineaba frente al principal negociador británico la frontera por la parte occidental, denominada línea McMahon.

China tenía relaciones con el Tíbet desde hacía mucho tiempo. Los mongoles se habían hecho con el Tíbet y el centro agrícola chino durante la misma oleada de conquistas en el siglo XIII, por lo que estuvieron en estrecho contacto. Posteriormente, la dinastía Qing intervino con regularidad en el Tíbet para expulsar las fuerzas de otros pueblos de origen no han que hacían incursiones en el Tíbet desde el norte y desde el oeste. Con el tiempo, Pekín estableció una especie de señorío dirigido por «residentes imperiales» en Lhasa. Desde la dinastía Qing, Pekín consideró el Tíbet como parte del Todo bajo el Cielo gobernado por el emperador chino y se reservó el derecho de echar a los intrusos que se mostraran hostiles. No obstante, la distancia y la cultura nómada de los tibetanos imposibilitaron la sinización total. Así, los tibetanos consiguieron un importante grado de autonomía en su día a día.

En las postrimerías de la dinastía Qing, en 1912, con las dificultades que atravesaba el gobierno de China, su presencia en el Tíbet se vio muy reducida. Poco después del fin de la dinastía, las autoridades británicas convocaron una conferencia en la India, en la ciudad de Simla, situada en las montañas, con representantes chinos y tibetanos a fin de establecer la demarcación de las fronteras entre la India y el Tíbet. Comoquiera que el gobierno chino no contaba con fuerza para rechazar estas iniciativas, en principio presentó objeciones a la cesión de cualquier territorio sobre el que China tuviera algún derecho histórico. La actitud de Pekín en la conferencia quedó reflejada por su representante en Calcuta —a la sazón sede de la administración india de Gran Bretaña—, Lu Hsing-chi: «Actualmente, nuestro país se encuentra debilitado; nuestras relaciones exteriores se han complicado y nuestra economía pasa por un mal momento. A pesar de todo, el Tíbet tiene una importancia primordial para las dos [las provincias chinas del sudoeste, Sichuan y Yunnan] y tenemos que hacer un gran esfuerzo durante esta conferencia».7

El delegado chino en la conferencia resolvió el dilema dando el visto bueno con las iniciales, aunque sin firmar, al documento resultante. Los delegados tibetano y británico firmaron el documento. En la práctica diplomática, las iniciales paralizan un texto: implican que se han concluido las negociaciones. La firma lo pone en vigor. China mantuvo que a los representantes tibetanos les faltaba categoría legal para estampar su firma en un acuerdo sobre fronteras, ya que el Tíbet formaba parte de China y no tenía derecho a ejercer soberanía. No quiso reconocer la validez de la administración india del territorio situado al sur de la línea McMahon, si bien al principio no hizo ningún intento claro de impugnarlo.

En la zona occidental, el territorio en litigio se conocía con el nombre de Aksai Chin, una zona prácticamente inaccesible desde la India, razón que explica por qué la India tardó unos meses en darse cuenta —se enteró en 1955— de que China construía una carretera en su interior que iba a unir Xinjiang y el Tíbet. Era también una fuente de problemas la procedencia de la región. Gran Bretaña se la apropiaba en la mayor parte de los mapas oficiales, a pesar de que por los datos que se poseen nunca la había administrado. Cuando la India declaró su independencia de Gran Bretaña, no proclamó la independencia de las reivindicaciones territoriales británicas. En esta se incluía el territorio de Aksai Chin, así como la línea de demarcación de McMahon que figuraba en todos los mapas.

Ambas líneas de demarcación tenían una importancia estratégica. Durante la década de 1950 existió un cierto equilibrio entre las posiciones de las dos partes. China veía la línea McMahon como un símbolo de los planes británicos para que China relajara el control sobre el Tíbet o tal vez para asumir su dominio. El primer ministro indio Jawaharlal Nehru reivindicaba el interés cultural y sentimental del Tíbet basándose en los lazos históricos existentes entre la cultura clásica budista india y el budismo tibetano. Estaba preparado, sin embargo, para reconocer la soberanía china en el Tíbet siempre que se mantuviera una autonomía importante. Con esto en mente, Nehru no quiso apoyar las peticiones de posponer la cuestión de la situación política del Tíbet ante la ONU.

Pero cuando en 1959 el Dalai Lama huyó y se le concedió asilo en la India, China empezó a ver la cuestión de las líneas de demarcación como algo cada vez más estratégico. Zhou presentó la oferta de negociar las reivindicaciones chinas de la parte oriental de la línea con las indias de la parte occidental, es decir, la aceptación de la línea McMahon como base para la negociación a cambio del reconocimiento del derecho chino sobre Aksai Chin.

Prácticamente todos los países poscoloniales insistían en mantener las fronteras dentro de las que habían conseguido la independencia. Su apertura a la negociación creaba interminables controversias y tensiones internas. Nehru rechazó la propuesta china no respondiendo a ella sobre la base de que no había sido elegido para regalar un territorio que él consideraba indiscutiblemente indio.

En 1961, la India aplicó la denominada Política Adelante. A fin de contrarrestar la impresión de que no impugnaba el territorio en litigio, la India situó sus puestos de avanzada cerca de los chinos establecidos anteriormente en la línea de demarcación existente. Se autorizó a los mandos indios para disparar a discreción contra las fuerzas chinas, amparándose en la idea de que los chinos eran intrusos en los territorios indios. Reafirmaron dicha estrategia tras los primeros choques de 1959, cuando Mao, para evitar una crisis, ordenó a las fuerzas chinas que se retiraran unos veinte kilómetros. Las autoridades indias llegaron a la conclusión de que las fuerzas chinas no resistirían un avance de su país; al contrario, lo utilizarían como excusa para retirarse. Según consta en la historia oficial india de la guerra, las fuerzas indias recibieron las siguientes órdenes: «Hay que patrullar lo más lejos posible de nuestra posición actual [la de la India] hacia la frontera internacional que hemos reconocido... [y] evitar que los chinos se adelanten más, a la vez que dominamos los puestos de avanzada establecidos ya en nuestro territorio».8

Se demostró que había sido un cálculo erróneo. Mao canceló las órdenes anteriores de retirada. De todas formas, siguió con una actitud prudente y en la reunión de la Comisión Militar Central de Pekín comentó: «La falta de paciencia en los detalles desbarata los grandes planes. Tenemos que estar atentos a la situación».9 No era todavía una orden para la confrontación militar; se trataba de una especie de alerta para preparar un plan estratégico. Como tal, activó el habitual estilo chino de abordar las decisiones estratégicas: por medio del análisis, la preparación minuciosa; la atención a los factores psicológicos y políticos; la búsqueda de la sorpresa, y la conclusión rápida.

En alguna reunión de la Comisión Militar Central y los principales dirigentes, Mao habló de la Política Adelante de Nehru citando uno de sus dichos: «A una persona que duerme en una cama cómoda no la despierta así como así alguien que ronca».10 Dicho de otra forma: las fuerzas chinas del Himalaya se habían mostrado excesivamente pasivas a la hora de responder a la Política Adelante india, que, bajo la perspectiva china, se estaba aplicando en suelo chino. (Naturalmente, esta era la base de la disputa: un bando y otro aducían que su adversario se había introducido en su territorio.)

La Comisión Militar Central ordenó el fin de la retirada china y estipuló que había que oponer resistencia a los nuevos puestos de avanzada indios creando otros chinos cerca que los rodearan. Mao lo resumió en estas palabras: «Tú blandes un arma, yo blandiré un arma. Nos mantendremos frente a frente, cada cual con su valor». Mao dio a esta estrategia el nombre de «coexistencia armada».¹¹ Fue, en efecto, la puesta en práctica del

wei qi en el Himalaya.

Se publicaron instrucciones precisas. El objetivo seguía siendo el de evitar un conflicto más amplio. Los soldados chinos no podían abrir fuego excepto si los indios se acercaban a menos de cincuenta metros de sus posiciones. A partir de aquí, podían iniciarse las acciones militares, aunque solo siguiendo órdenes de las autoridades superiores.

Las autoridades indias se percataron de que China había interrumpido la retirada y también de que moderaban el fuego. Decidieron que iban a resolver el problema con otra maniobra. En lugar de disputar un territorio vacío, el objetivo fue «hacer retroceder los puestos chinos que ya ocupaban».¹²

Ya que no se habían satisfecho los dos objetivos estratégicos establecidos por China —evitar más avances indios y ahorrar derramamiento de sangre—, los dirigentes chinos empezaron a plantearse la posibilidad de que un golpe súbito pudiera llevar a la India a la mesa de negociaciones y poner punto final a la ley del talión.

Con este objetivo en mente, los dirigentes chinos tenían la preocupación de que Estados Unidos pudiera utilizar el conflicto chino-indio en ciernas para lanzar Taiwan contra el continente. Por otra parte, existía la preocupación de que la diplomacia estadounidense, que intentaba impedir que Hanoi convirtiera Laos en base de operaciones para la guerra de Vietnam, fuera pionera de un ataque al sur de China a través de Laos. Los mandatarios chinos no creían que Estados Unidos se implicara hasta el punto que lo había hecho en Indochina (ni en aquellos momentos, antes de que se hubiera iniciado la principal escalada) por intereses estratégicos de la zona.

Los dirigentes chinos consiguieron seguridad en los dos puntos y en el proceso demostraron la forma global en que se planificaba la política en su país. Las conversaciones de Varsovia habían sido el punto elegido para determinar las intenciones de los estadounidenses en el estrecho de Taiwan. El embajador chino asignado a esta tarea fue reclamado de su lugar de descanso y se le ordenó que convocara una reunión. En ella afirmó que Pekín estaba al corriente de los preparativos que se llevaban a cabo en Taiwan para un desembarco en el continente. El embajador estadounidense, que no tenía noticia de tales preparativos —porque en realidad no se estaban llevando a cabo—, recibió instrucciones de responder que Estados Unidos deseaba la paz y «en las circunstancias presentes» no apoyaría una ofensiva nacionalista. El embajador chino que participó en estas conversaciones, Wang Bingnan, anotó en sus memorias que aquella información había desempeñado «un papel fundamental» en la decisión de Pekín de seguir con las operaciones en el Himalaya.¹³ No existe constancia de que el gobierno de Estados Unidos se preguntara qué estrategia podía haber llevado a la convocatoria de una reunión especial. Así se demostraba la diferencia entre un planteamiento político fragmentado y otro global.

El problema de Laos se resolvió por sí solo. En la Conferencia de Ginebra de 1962, la neutralización de Laos y la retirada de las fuerzas estadounidenses de este país aliviaron las preocupaciones de China.

Con todos estos elementos tranquilizadores, Mao reunió a los dirigentes chinos a principios de octubre de 1962 para anunciarles la decisión final, la opción de la guerra:

Libramos una guerra con el viejo Chiang [Kai-shek]. Libramos una guerra con Japón y con Estados Unidos. Con ninguno de ellos tuvimos miedo. Y en todos los casos vencimos. Ahora, los indios quieren entrar en guerra con nosotros. Por supuesto, no nos dan miedo. No podemos ceder terreno; en cuanto cedamos lo más mínimo, veremos cómo se hacen con una extensión de terreno equivalente a la provincia de Fujian. [...] Dado que Nehru da la cara e insiste en que nos enfrentemos a él, sería de mala educación negarse a ello. La cortesía invita a la reciprocidad.14

El 6 de octubre se tomó una primera decisión. El plan estratégico para un asalto masivo encaminado a crear un impacto que llevara a la negociación o al menos pusiera fin a la investigación militar india en un futuro previsible.

Antes de la decisión final de ordenar la ofensiva, llegó la comunicación de Jruschov que especificaba que, en caso de guerra, la Unión Soviética apoyaría a China según las estipulaciones del Tratado de Amistad y Alianza de 1950. Era una decisión que no se ajustaba en absoluto a lo corriente en las relaciones soviético-chinas y a la neutralidad que había caracterizado al Kremlin en la cuestión de las relaciones de la India con China. Tal vez lo explicara el hecho de que Jruschov, consciente de la inminencia de una confrontación a raíz del despliegue de armamento nuclear soviético en Cuba, quisiera asegurar el apoyo chino en la crisis antillana.15 En cuanto finalizó la crisis cubana, no reiteró la oferta.

El ataque chino se produjo en dos fases: una ofensiva preliminar, que se inició el 20 de octubre, y duró cuatro días, seguida por un asalto masivo a mediados de noviembre, que llegó a la zona próxima al Himalaya, a los alrededores de la línea de demarcación imperial tradicional. En este momento, el Ejército Popular de Liberación se detuvo y volvió al punto de partida, detrás de la línea que reclamaba. El territorio en litigio sigue aún hoy disputándose, aunque ni un bando ni otro ha pretendido en ningún momento imponer sus reivindicaciones más allá de las líneas de control existentes.

La estrategia china fue similar a la aplicada en las crisis de las islas costeras. En la guerra entre China y la India del año 1962, China no dio ningún paso por conquistar más territorio, si bien siguió reclamando los situados al sur de la línea McMahon. Puede que esto reflejara un criterio político o un reconocimiento de determinadas realidades logísticas. El territorio del sector oriental conquistado solo podía mantenerse a base de unas líneas de abastecimiento de gran extensión que cruzaran territorios inexplorados.

Al final de la guerra, Mao había resistido —y, en este caso, se había impuesto— en otra importante crisis, a pesar de que la hambruna todavía no había acabado en China. En cierto modo, se repetía la experiencia estadounidense en la guerra de Corea: una subestimación de China por parte del adversario; unas estimaciones de los servicios de inteligencia incontestables sobre la capacidad de China; todo ello unido a unos graves errores de comprensión de la forma en que China interpreta su entorno de seguridad y en que reacciona ante las amenazas militares.

Por otra parte, la guerra de 1962 sumó otro adversario considerable a China en un momento en que las relaciones de este país con la Unión Soviética habían llegado a un punto sin retorno. En realidad, la oferta de apoyo soviética fue tan fugaz como la presencia nuclear soviética en Cuba.

Al intensificarse los conflictos militares en el Himalaya, Moscú optó por la neutralidad, y para hurgar en la herida, Jruschov se justificó diciendo que fomentaba el odiado principio de la coexistencia pacífica. Un editorial de diciembre de 1962 del

Diario del Pueblo, el periódico oficial del Partido Comunista de China, comentaba con enojo que era la primera vez que un Estado comunista no apoyaba a otro Estado comunista contra un país «burgués»: «Un comunista tiene la obligación de establecer una diferencia clara entre el enemigo y nosotros mismos, tiene que mostrarse despiadado frente al enemigo y amistoso con sus camaradas».16 El editorial hacía un llamamiento no exento de queja a los aliados de China a «hacer examen de conciencia y a preguntarse qué había sido de su marxismo-leninismo y de su internacionalismo proletario».17

En 1964, los soviéticos abandonaron incluso la pretensión de neutralidad. Mijaíl Suslov, miembro del Politburó e ideólogo del partido, refiriéndose a la crisis de los misiles en Cuba acusó a los chinos de agredir a la India en un momento de grandes dificultades para la Unión Soviética:

En efecto, precisamente en el momento álgido de la crisis en las Antillas, la República Popular de China extendió el conflicto armado en la frontera chino-india. Por más que los dirigentes chinos intentaran entonces justificar su conducta, no pueden eludir la responsabilidad de que con sus actos sirvieron de ayuda a los círculos más reaccionarios del imperialismo.18

China, que aún no había superado del todo la hambruna, declaró que tenía adversarios en todas las fronteras.

LA REVOLUCIÓN CULTURAL

En un momento de posible emergencia nacional, Mao decidió pulverizar el Estado chino y el Partido Comunista. Lanzó lo que él mismo consideró que iba a ser el ataque final contra los obstinados restos de la cultura tradicional, de cuyos escombros, profetizó, emergería una nueva generación ideológicamente pura, capaz de salvaguardar la causa revolucionaria contra los enemigos internos y externos. Impulsó el país hacia una década de frenesí ideológico, de política marcada por un atroz fraccionamiento y lo llevó al borde de una guerra civil que se denominó la Gran Revolución Cultural Proletaria.

Ninguna institución se salvó de las continuas oleadas de agitación que desencadenó. En todo el país se disolvieron gobiernos locales en confrontaciones violentas con «las masas», impulsadas por la propaganda de Pekín. Se purgó a destacados miembros del Partido Comunista y a dirigentes del Ejército Popular de Liberación, entre los que se contaban algunos que habían estado al mando de las guerras revolucionarias. El sistema educativo chino —hasta entonces columna vertebral del orden social del país— quedó paralizado, se suspendieron indefinidamente las clases y la joven generación se dedicó a recorrer el país siguiendo la exhortación de Mao de «aprender la revolución haciendo la revolución».19

Muchos de esos jóvenes que de pronto recuperaron la espontaneidad se alistaron en las facciones de la Guardia Roja, en las milicias juveniles, llenos de fervor ideológico, actuando por encima de la ley y fuera (a menudo en explícita oposición) de las estructuras institucionales corrientes. Mao refrendó tales acciones con consignas imprecisas aunque incendiarias, como: «La rebeldía está justificada» y «Bombardeemos los cuarteles generales».20 Aprobó los ataques violentos a la burocracia del Partido Comunista y a las convenciones sociales tradicionales, a la vez que estimulaba a los jóvenes a no temer el «descontrol» en su lucha por erradicar los temibles «cuatro viejos» —viejas ideas, vieja cultura, viejas costumbres y viejos hábitos—, que, según el maoísmo, habían mantenido débil a China.²¹ El

Diario del Pueblo avivaba el fuego publicando editoriales como «En elogio del desorden», una dura crítica, apoyada por el gobierno, a la tradición milenaria china de armonía y orden.²²

Todo ello tuvo como consecuencia una carnicería humana e institucional, a medida que los órganos de poder y autoridad —incluyendo los estamentos superiores del Partido Comunista— fueron sucumbiendo uno a uno a los ataques de las tropas de asalto ideológicas formadas por adolescentes. China —una civilización conocida hasta entonces por su respeto al aprendizaje y a la erudición— se convirtió en un mundo patas arriba, en el que los hijos se volvían contra los padres, los estudiantes maltrataban a los profesores y quemaban libros, y se mandaba a profesionales y funcionarios de alto rango al campo y a las fábricas a aprender la práctica revolucionaria de los campesinos analfabetos. Las escenas de crueldad se multiplicaron por el país mientras la Guardia Roja y los ciudadanos que se aliaron a ella —algunos escogiendo una facción al azar con la idea de sobrevivir a la tormenta— dirigían su furia contra cualquier objetivo que incluso podía devolver a China el antiguo orden «feudal».

El hecho de que a veces el blanco fueran personas que llevaban siglos muertas no frenaba las iras de los exaltados. Los estudiantes y profesores revolucionarios de Pekín se desplazaron al pueblo natal de Confucio con la promesa de acabar de una vez por todas con la influencia del viejo sabio mandando quemar libros antiguos, y allí destrozaron tablillas conmemorativas y arrasaron las tumbas de Confucio y sus descendientes. En Pekín, en los asaltos de la Guardia Roja se destruyeron 4.922 «lugares de interés cultural o histórico de los 6.843 que poseía la capital». Se informó de que se había salvado la Ciudad Prohibida gracias a la intervención personal de Zhou Enlai.²³

Una sociedad gobernada tradicionalmente por una élite de intelectuales confucianos buscaba en aquellos momentos la fuente de la sabiduría en los campesinos sin cultura. Se cerraron las universidades. Cualquier persona considerada «experta» pasó a ser sospechosa, la competencia profesional se convirtió en un concepto peligrosamente burgués.

La posición diplomática del país cambió de manera radical. El mundo se veía desde la perspectiva prácticamente incomprensible de una China que lanzaba su furia contra el bloque soviético, las potencias occidentales y la propia historia y cultura del país. Los diplomáticos chinos y el personal de apoyo en el extranjero arengaban a los ciudadanos de los países que los acogían con llamadas a la revolución y conferencias sobre «el Pensamiento de Mao Zedong». En escenas que recordaban el alzamiento de los bóxers setenta años antes, las multitudes de la Guardia Roja asaltaron las embajadas extranjeras de Pekín y saquearon incluso la misión británica, no sin antes apalear y acosar al personal que huía de ella. El secretario de Asuntos Exteriores británico escribió al ministro de Asuntos Exteriores chino, el mariscal Chen Yi, en estos términos: «Si bien nuestros países mantienen relaciones diplomáticas [...] por el momento retiramos la misión y el personal de las dos capitales». Obtuvo el silencio por respuesta: el ministro de Asuntos Exteriores chino también había sido «atacado» y no pudo responder.24 Finalmente, todos los embajadores que había en China salvo uno —el hábil e ideológicamente intachable Huang Hua en El Cairo— y aproximadamente dos terceras partes del personal de las embajadas fueron reclamados para que volvieran al país a reeducarse en el campo o a participar en actividades revolucionarias.25 En esa época China estaba inmersa en conflictos con los gobiernos de cerca de una docena de países. Únicamente mantenía buenas relaciones con uno: la República Popular de Albania.

El

Pequeño Libro Rojo fue un elemento emblemático de la Revolución Cultural. La obra contenía citas de Mao recopiladas en 1964 por Lin Biao, designado posteriormente sucesor de Mao y muerto cuando salía del país en un oscuro accidente de aviación, según se dijo tras intentar un golpe de Estado. Todos los chinos tenían que llevar encima un ejemplar del

Pequeño Libro Rojo. La Guardia Roja los blandía mientras llevaba a cabo «asaltos» en los edificios públicos de todo el país bajo autorización —o al menos, tolerancia— de Pekín, desafiando de forma violenta a las burocracias provinciales.

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